El proceso de
planificación.
En
la planificación ha de seguirse un enfoque lógico y bien desarrollado con las
siguientes fases:
2.
Selección de los objetivos del plan. El plan ha de tener algún propósito. Sin un
objetivo claro y cuantificable, el plan fracasará. Por el contrario, un
objetivo preciso ofrece una dirección y un sentido a las demás fases de la
planificación.
3.
Identificación y creación de alternativas. Se han de identificar las diversas alternativas
existentes para alcanzar los objetivos. En esta fase es importante tener ideas
creativas, pues las mejores alternativas no son siempre las que resultan
evidentes.
4.
Evaluación de las alternativas. Cada alternativa ha de ser evaluada con precisión a
la vista de los objetivos. El éxito precisa un estudio cuidadoso de las
ventajas e inconvenientes de cada una de las alternativas existentes. Ha de
estudiarse el coste de cada una, sus posibles resultados, la disponibilidad de
recursos suficientes para llevarla a cabo, el tiempo requerido, etc.
5.
Selección de una alternativa. Si se han seguido las fases anteriores cuidadosamente,
se puede tener confianza en que la selección es la adecuada. No obstante, es
posible que no estén del todo claras las ventajas e inconvenientes de todas
las alternativas. Nunca se tiene toda la información que sería deseable para
tomar una decisión. Sin embargo, hay que tomarla.
6.
Seguimiento del plan. Como vivimos en un mundo que es cada vez más incierto y como los
directivos son personas y, por tanto, seres imperfectos, ha de efectuarse un
seguimiento continuo del plan que puede poner de manifiesto la conveniencia de
alterar alguna o varias de las fases.
La
planificación es conveniente en sí misma. Incluso si se fracasa en la consecución
de los objetivos del plan, en el proceso se consigue un mejor conocimiento de
la empresa, de sus posibilidades, de su entorno, de sus medios, etc. Planificar
obliga a una disciplina de estudio e investigación que genera un conocimiento
que, como todo saber, es conveniente en sí mismo.