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La confesión de un agnóstico
Si un agnóstico piensa en que tal vez se confesaría, pero dice que no puede tener fe porque no tiene datos ni pruebas de la existencia de Dios, se le puede decir que precisamente está en una situación idónea para hacer un acto de fe propiamente dicho, de fe pura, si aplicamos la definición correcta de lo que es la fe.
En efecto. La fe es un acto del entendimiento imperado por la voluntad movida por la gracia por el que creemos en Dios, prescindiendo de las pruebas racionales de su existencia, y por el que creemos en todo lo que Él nos ha revelado y la Iglesia de Dios nos enseña y nos manda creer, prescindiendo de los motivos racionales de credibilidad, creyendo porque Dios se nos ha revelado.
«Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q. 2 a. 9; cf. Concilio Vaticano I: DS 3010. Catecismo EC, 155).
"El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos»" (Catecismo EC, 156).
La fe no es un sentimiento, ni una emoción. La fe no estriba en el sentimiento, ni en la emoción que se experimenta a veces al hacer un acto de fe. No siempre. A veces nada.
La fe no es tampoco la sensación de no tener ninguna duda de la existencia de Dios, de la divinidad de Jesucristo, de la Santísima Trinidad, del cielo, de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, ni de la autoridad infalible de la Iglesia en sus enseñanzas, ni de la efectividad sobrenatural de sus sacramentos.
Cristianos muy fervientes y grandes santos no tenían muchas veces ni esa emoción, ni esa sensación de seguridad. Por el contrario, tenían y tienen la sensación contraria. Verlo todo negro. Una negra oscuridad. La sensación de no servir de nada las pruebas racionales de la existencia de Dios. Verse abocado a desgracias por todos lados. Verse dejado de la mano de Dios. Tener la sensación de que Dios no existe, ni el cielo, ni nada. Tener la sensación de que no se tiene fe. Es mucho más que la desolación. Es la desolación total. Es la noche oscura del alma. Muchos santos han explicado en qué consiste, por experiencia. El mismo Jesús murió en la cruz así. En el abandono. Y lo dijo clamando desde la cruz. Lo recoge el evangelio.
En esta situación se puede hacer un acto de fe pura. Un acto de creer sin ver nada. Y se debe hacer. Y se hace. Jesucristo y los santos amaban a Dios y al prójimo más que nunca en esa situación, que es de un sufrimiento atroz, y tenían fe ardiendo de amor.
Jesucristo al morir, dijo:
«¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).
Lo dijo para que lo supiésemos. Su abandono, desolación total y noche oscura. Pero a continuación:
"Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró". (Lc 23,46)