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Gracia y libertad

Hay que rechazar el semipelagianismo y el semijansenismo. Y no sólo las versiones crasas.

El molinismo es metafísicamente absurdo. Religiosamente...

La predeterminación física es inadmisible.

No se puede pensar ni decir que Dios da a uno una gracia irrompible, por lo cual se salva, y a otro no se la da, y se condena; y atribuir así, sin querer, a una omisión de Dios esa condenación. Y eso, sin más que decir que Dios puede hacer lo que quiera y a nadie le tiene que dar explicaciones, ni justificarse.

No se puede decir que el que rechaza expresamente el molinismo, si no acepta la predeterminación física es molinista, exprese lo que exprese, puesto que al que lo dice no se le ocurre ninguna otra explicación, y, como no se le ocurre, dice que no la hay, y que, por consiguiente, tal doctrina de la predeterminación física es la única alternativa al molinismo. Ni la pseudoargumentación es tomismo de santo Tomás de Aquino, ni el extraño resultado es tomismo de santo Tomás de Aquino.

Como una persona ha de tener naturaleza intelectiva, a Eutiques no se le ocurrió otra explicación de la Encarnación, que la fusión de la naturaleza humana y la divina, y que Jesús tiene una sola naturaleza, la divina. Pero esto fue condenado en Caledonia.

A san José no se le ocurría otra explicación que la que le producía el mayor sufrimiento que ha habido antes de la Pasión de Nuestro Señor y que le llevó a la decisión de repudiar a María.

 

«Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella» (Trento, ses. VI, cap. 13).

Can. 23. «De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren». (Orange II).

«Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza» (Catecismo de la Iglesia de 1992, nº. 308).

Sobre el resultado auténtico de las disputaciones de auxiliis, Paulo V se expresaba así, en julio de 1611, acerca del sentido del aplazamiento de la resolución:

«Si una y otra parte convienen en lo sustancial con la verdad católica, esto es, que Dios con la eficacia de su gracia nos hace obrar, y hace que los que no querían quieran, y dobla y cambia las voluntades de los hombres... pero son sólo discrepantes en el modo, porque los Dominicos dicen que predetermina nuestra voluntad fisicamente, esto es, real y eficientemente, y los Jesuitas sostienen que lo hace congrua y moralmente...» (DS ad 1997).

Y Benedicto XIV en 1748

"Tú sabes que en las célebres cuestiones sobre la predestinación, la gracia y sobre el modo de conciliar la omnipotencia de Dios con la libertad humana, hay en las escuelas multiplicidad de opiniones. Los tomistas son expuestos como destructores de la libertad humana y como seguidores ya no sólo de Jansenio, sino incluso de Calvino; pero satisfaciendo ellos en primer lugar lo que se les objeta y no habiendo sido nunca reprobada su opinión por la Sede Apostólica, los tomistas pululan en ella sin peligro, y no es lícito a ningún superior eclesiástico, en el presente estado de estas cuestiones, alejarlos de su opinión. Los agustinianos son expuestos como seguidores de Bayo y de Jansenio. Responden ellos que favorecen la libertad humana y rechazan, conforme a sus fuerzas, las cosas que se les oponen; y puesto que hasta ahora su opinión no ha sido condenada por la Santa Sede, no hay nadie que no vea que no puede pretenderse apartarlos de su opinión. Los seguidores de Molina son proscritos de forma semejante como si fueran semipelagianos; hasta ahora los Romanos Pontífices no han deliberado sobre este sistema molinista, por lo cual [los seguidores de Molina] continúan en su defensa y pueden continuar. En una palabra: los obispos y los inquisidores no deben atender a las notas que oponen entre sí quienes combaten, sino que deben atender si acaso las notas que oponen entre sí han sido reprobadas por la Sede Apostólica. Ésta [Sede], que favorece la libertad de las escuelas, hasta ahora no ha reprobado ninguno de los modos propuestos de conciliar la libertad humana con la divina omnipotencia. Por lo tanto, los obispos y los inquisidores, cuando se da la oportunidad, ocúpense del mismo modo, aunque como personas privadas sean seguidores de una opinión más que de otra. Nos mismo, como doctor privado en cuestiones teológicas, favoreceremos una opinión; pero como Sumo Pontífice no reprobamos la opuesta, ni permitimos que sea reprobada por otros..."
Benedicto XIV, Carta al Supremo Inquisidor de España, 1748.

Báñez repitió en muchos textos que él no pretendía haber solucionado el problema de la concordia (pues es algo que nos supera), sino haber evitado explicaciones erróneas. El mismo Bañez explicaba que tampoco Molina tenía la razón de porqué unos se condenaban y otros no, pues en su sistema siempre se le podría objetar que Dios les podría haber puesto, por la ciencia media, en una situación en la que respondieran a la gracia. No se suele subrayar mucho que el mismo Báñez se daba cuenta de que estamos ante un misterio estricto. (Eduardo Vadillo)

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«Sé que para solucionar los argumentos de los herejes afirmáis que se
debe recurrir a la infinitud de la ciencia media o condicionada. Nosotros,
en cambio, tenemos un recurso no menos seguro: la infinitud de la divina
omnipotencia. Pues como Dios tiene un modo de existir ilimitado, no
está comprendido en las reglas finitas de las otras causas, ni se ve limitado en su actuar por las causas segundas. Así decimos que Dios mueve suave y fuertemente el libre albedrío para actuar rectamente [...] Confesemos que en cualquiera de las dos explicaciones es incomprensible el modo como el Espíritu Santo es admirable en la santificación de los hombres, pues ambos debemos recurrir a la infinitud para resolver los argumentos de los herejes.
Vosotros recurrís a la infinitud de la ciencia media recientemente inventada que consideráis como la llave de David, que abre ella sola el misterio de la concordia del auxilio divino eficaz con el libre albedrío, hasta el punto, de que si los santos Padres la hubieran conocido, habrían atraído a los pelagianos a su posición, como dice uno de los vuestros en su Concordia y ahora también confiáis en librar a los luteranos de su negación del libre albedrío por este camino. Nosotros rechazamos esta ciencia media tal como la explicáis, pues concede como propio al libre albedrío del hombre, lo que solo compete a Dios, esto es, atribuir la resolución última del buen uso del libre albedrío a su propiedad singular, como a su causa real y física, quedando sólo para Dios la causalidad moral, porque dio al hombre ese auxilio en un tiempo oportuno». D. Báñez, De efficacia praevenientis auxilii gratiae, 16 [V.Beltrán de Heredia (ed.), Domingo Báñez y las controversias sobre la gracia. Textos y documentos, CSIC, Madrid 1968, 627-628].

Garrigou y Bossuet

«El mismo Bossuet dice en uno de los capítulos más bellos de sus Méditations sur l'Evangile (Parte II, Día 72): “El hombre soberbio teme hacer incierta su salvación, como no la tenga en su mano; pero se equivoca. ¿Puedo estar seguro de mí mismo? ¡Dios mío!, veo que mi voluntad falla a cada momento; y si vos me hicierais dueño y señor único de mi suerte, no aceptaría un poder tan peligroso para mi flaqueza. Que no me digan entonces que esta doctrina de gracia y de preferencia trae la desesperación a las almas buenas. ¡Cómo! ¿Se imaginan dejarme más tranquilo entregándome a mis propias fuerzas y a mi inconstancia? No, Dios mío, no puedo consentirlo. No puedo encontrar seguridad sino en el abandono en vuestras manos. Y tanta más seguridad tengo, cuanto que aquellos a quienes concedéis la confianza de entregarse enteramente a Vos, en ese dulce instinto reciben la mejor señal de vuestra bondad que puede darse en la tierra”. “Confitemini Domino, quoniam bonus...” (Ps. 117)». (Garrigou-Lagrange, Réginald, La Providencia y la confianza en Dios, DDB, Buenos Aires, 1945, p. 309).

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«Respondemos que una cosa es solucionar los argumentos, y otra cosa
es mostrar de manera evidente nuestra conclusión acerca de la concordia. Lo primero lo prometimos y lo hacemos, porque como dice Cayetano, quien soluciona los argumentos de manera probable, los soluciona evidentemente, pues si el argumento convenciera con evidencia, ni siquiera se podría resolver de modo probable [...] Respecto a lo segundo, esto es, demostrar evidentemente cómo sucede esta concordia, ni lo pretendemos ni podemos, sino que con san Agustín y otros santos Padres, confesamos nuestra ignorancia». [D. Bañez, De vera et legitima concordia, III,8 en D. Báñez (ed. V. Beltrán de Heredia), Comentarios inéditos a la prima secundae de santo Tomás, CSIC-San Esteban, Salamanca 1948, 416-417].

Santo Tomás es superior a sus comentadores
(Santiago Ramírez)

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Las pruebas que da el P. Garrigou-Lagrange parecen muy convincentes, (en "La predestinación de los santos y la gracia", parte III, caps. 4 y 5, pp. 299 y ss.): no sólo por las referencias explícitas que hace a textos del Angélico, sino también en cuanto explica dichas doctrinas y las deriva del gran principio tomista de que “nadie es mejor que otro si no es más amado por Dios” (I, q. 20, a. 3), que él llama “principio de predilección”, y en el cual sostiene que se contiene, pienso que con fundamentación sólida, todo el tratado de la gracia y de la predestinación, que incluye, a nuestro entender, tales doctrinas de la premoción física o predeterminación física no-necesitante. Asimismo son planteadas como única alternativa al molinismo y su concepción sui generis del libre albedrío, que viene a atentar, por tanto, contra dicho principio.

Pero

«Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella».
(Trento, ses. VI, cap. 13, ).

El Concilio II de Orange es el concilium arausicanum, uno designado en español y otro en latín, Fue una pequeña reunión de 14 obispos en el 529, dirigidos por san Cesareo de Arlés, que con ocasión de la consagración de una basílica recordaron una serie de enseñanzas sobre la gracia, en forma de cánones tomados literalmente de san Agustín, a la que añadieron el texto en el que se excluye, con san Agustín, que exista una predestinación al pecado.