Carta al lector de Pablo López Castellote
Benévolo lector:
De antemano te confieso que me viene ancho este lugar.
Creo que con toda razón podrias considerar fatuo un intento mío de presentar la traducción de Isaías del P. Orlandis. Y, si al iniciar su lectura te moviese la benevolencia a evitar tal juicio, no dudo que, al terminarla, la excelencia de la obra del Padre te lo habría exigido sobre mi osado intento.
Pero yo no pretendo - ni puedo - hacer tal presentación.
Tómame, a lo más, como un humilde "cicerone" dispuesto a recitarte lo que oí de sus labios en los últimos años de su vida, mientras le acompañaba "en la labor no tan agradable de su elaboración y pulimento, si alguno tiene" - como humildemente decía él.
Acompañar al P. Orlandis era imposible hacerlo de una manera pasiva. Estar junto a él era vivir la exigencia de una dedicación personal a la Palabra personal de Dios.
Por eso me habrás de permitir, lector paciente, que comience mis sencillas funciones reviviendo aquella dedicación absoluta que él practicaba y procuraba inducir en los demás, y que yo me atrevo a recomendarte aquí, al pórtico de su traducción de IsaÍas.
La Palabra de Dios, escrita en la Sagrada Escritura, y la Palabra de Dios, viviente en el Magisterio de la Iglesia.
Y la Palabra de Dios, no estudiada como puro objeto de ciencia, sino como Palabra salvífica que espera la respuesta del hombre para producir su salvación.
Ese era el centro de todo su magisterio: los planes de Dios y los planes de los hombres, cuyo entrecruzamiento y realización constituyen la Historia.
Para el P. Orlandis, el sentido definitivo de la Historia no podía hallarse más que en la Teología de la Historia.
En la Historia no es el hombre el único protagonista. Dios también lo es. Dios y el hombre.
Un Dios y un hombre que nada tienen de abstractos. El Dios eterno, inmutable, omnipotente y creador, y el hombre que vive cn un lugar y un tiempo y en lInas circunstancias mternas y externas irrepetibles.
Precisamente la preocupación del P. Orlandis por el hombre concreto - histórico - da a toda su obra - y singularmente a esta traducción - una modernidad que cualquier mirada un tanto perspicaz no podrá dejar de percibir.
"Esta traducción - me escribía en cierta ocasión - no quiere contentarse con ser una traducción fiel del texto original hebreo, ni siquiera se contenta con añadir a la fidelidad literal e ideal la mayor elegancia literaria de que el autor ha sido capaz. La traducción abriga mayores pretensiones. En qué consisten y a dónde apuntan tales pretensiones no lo podrán adivinar aquellos que se satisfagan con una lectura más o menos interesada del texto (...). Quien con un estudio tal se contentare, a mí no me podrá satisfacer, por mucho que alabe mi traducción (...).
"Que me llamen orgulloso, que me tengan por pretencioso o vanidoso, no me importa. Yo en esta traducción pretendo dar un ejemplo de traducción que responda a las aspiraciones de les lectores actuales y de les que han de venir".
Es posible que a más de un lector le suenen estas palabras a "frase hecha".
Aparte de que el Padre nunca hablaba con "frases hechas", es decir que cuando pronunciaba palabras realmente "hablaba" - cosa que difícilmente convencerá a quien no le haya conocido -, ahí está la bíblioteca que formó, compuesta de 25.000 volúmenes, dedicada precisamente al conocimiento del mundo actual.
Le preocupaba realmente el sentido de la historicidad de la Palabra divina.
Esa Palabra, comunicada a los hombres, tiene una concreción histórica no sólo en su enunciación sino en su cumplimiento, y en cuanto que la Historia es el caminar desde aquella enunciación hasta este cumplimiento, se puede decir que la Historia es el adviento perenne de Cristo, Verbo de Dios. Un adviento formado por el anhelo de todos los hombres que, incluso sin desearlo a las veces, cumplen los planes de Dios.
"La Historia es el pedestal de Cristo", solía decir.
Y Cristo es la Palabra de Dios hecha Historia - "El Verbo se hizo carne".
Por eso el Padre estaba siempre pendiente de la actualidad providencial y psicológica de la Palabra divina.
Yo creo que una de las cosas que le movió a traducir Isaías - para lo cual tuvo que reanudar sus estudios de hebreo en edad ya muy avanzada - fue precisamente su valor de actualidad, de modernidad. Porque lo actual, lo moderno, no es siempre lo de última hora, sino lo que ha sido recreado desde una personalidad vigorosa que tiene la capacidad de dar un sentido.
La temática de la segunda parte de Isaías - única que tradujo el Padre - no difiere de la de otros profetas. Esencialmente se trata de la liberación del destierro babilónico y de otra más sublime liberación realizada por el Mesías.
Pero en lo que sí difiere absolutamente es en la manera como la Palabra de Dios tomó forma en la palabra de Isaías.
El P. Orlandis creyó que esta parte de Isaías (del cap. 40 al final) "merece ser llamada poema lírico-dramático", y como tal lo tradujo.
Basta leer algunos fragmentos con un poco de atención y con un mínimo de espíritu poético para percatarse de que su valor literario es grande.
Sus frases realmente sugieren, llegan al sentimiento y a la fantasía, al mismo tiempo que deleitan ese oído del espíritu que capta el ritmo del lenguaje. Porque, si bien es cierto que la poesía hebrea usa mucho del paralelismo, el P. Orlandis repetía constantemente que no era ése el único medio de expresión poética. La poesía hebraica tiene también ritmo.
No un ritmo sometido a una cantinela más o menos acertada, sino un ritmo semejante al que satisface el gusto del lector actual, con una ley que radica más en el espíritu que en el puro cumplimiento de ciertas mediciones silábicas.
Y veía tan evidente esa calidad poética, que llegó a decir un día:
"Si una persona no destituida en absoluto de alma poética, después de leer esta profecía, capacitándose pacientemente de su contenido -lo cual no es tan fácil como podría pensarse- nos lo negara o pusiera en duda, en verdad decimos que no sabríamos cómo convencerla".
Por otra parte ese lenguaje rítmico - tengo escrito en una nota suya -
"lo podrán percibir los que sepan leer en el original hebreo, y no como quiera sino leerlo bien, lo cual no es tan fácil como podría creerse".
Es realmente una dificultad grave para la transmisión de la poesía la que ofrece el vehículo del lenguaje. Para traducir un poeta no basta con el conocimiento de la lengua.
"Nuestro excelso Luis de León - decía el Padre - comparaba los que juzgaban a los poetas sin sentir como ellos a los que juzgan de un baile sin oír la música".
Por eso, porque creía que era un poema, procuró el Padre traducirlo como tal. No en verso - según como se interpretase el verso podría ser incluso contrario a su concepción -, sino con un sentido poético que, a fuerza de identificarse con el autor sagrado, llega a conseguir una verdadera creación, siendo al mismo tiempo de una fidelidad yo diría que insuperable.
Véanse, para ilustración, algunos ejemplos.
En ellos podrá ver el lector la fidelidad a través de la coincidencia de contenido con otras traducciones, y la originalidad en la "forma" de expresión:
40,9
Traducción de Orlandis Súbete a un monte elevado la que traes buenas nuevas a Sión: alza con fuerza tu voz, la que a Jerusalén anuncias bienes; álzala, no hayas temor; dirás a las ciudades de Judá: aquí tenéis a vuestro Dios. |
Otra traducción Subid a un alto monte, y anunciad a Sión la buena nueva. Alzad con fuerza la voz y llevad la buena nueva a Jerusalén. Alzadla no temáis nada decid a las ciudades de Judá: He aquí nuestro Dios. |
41,15
Traducción de Orlandis Un trillo haré de ti cortante, nuevo, en dientes poderoso; montañas hollarás y las triturarás, y pondrás los collados como tamo. |
Otra traducción Yo te haré como agudo rastrillo nuevo y armado de dientes. Irás, trillarás y pulverizarás los montes. Desharás en menuda paja los collados |
41,18
Traducción de Orlandis Yo alumbro ríos en los cerros y en las planicies manantiales; haré del yermo estanques de agua, y del secano haré hontanar. |
Otra traducción Yo Yahvé haré brotar manantiales en las alturas peladas; y fuentes en los valles. Tornaré el desierto en estanque y la tierra seca en corriente de agua. |
49,14
Traducción de Orlandis Dice Sión: Jahvé me abandonó: el Señor me ha dejado en el olvido". -"¿Olvidará la mujer a su niñito? ¿del niño de su seno no habrá piedad? Olvidárase la madre de su hijo; nunca jamás Yo de ti me olvidaría. ¡Si en la palma de mi mano te he grabado! ¡Si tus muros están siempre ante mis ojos! |
Otra traducción Sión decía· Yahvé me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Y aunque ella se olvidara yo no te olvidaría. Mira, te tengo grabada en mis manos, tus manos, tus muros están siempre delante de mí |
Creo que sin gran esfuerzo puede verse la diferencia.
A través de esa diferencia - que es identificación con el autor sagrado - quería el Padre obviar la unidad poética de la segunda parte de Isaías, poniendo a su lector en el contacto más próximo posible con el profeta. Cosa que no fió únicamente a su propia intuición, sino que realizó con un extremo de trabajo que sólo los que vivimos aquellos días a su lado sabemos. Porque llegó a menudo a pasarse toda una noche pensando y buscando la palabra adecuada para traducir un término hebreo.
A pesar de ello, la traducción tiene un lenguaje espontáneo, dentro de un cierto tono arcaizante que le da vigor de modernidad.
Ahora pienso, mi buen lector, que he comenzado esta discreta carta intentando revivir, con tu permiso, la dedicación del P. Orlandis a la Palabra divina, y que de ahí me he ido, sin avisártelo, por campos y veredas hasta este punto en que estamos.
Con más o menos orden, creo que algo te he dicho acerca del porqué y el cómo de esta obra. Pero quizá aún te pueda ayudar diciéndote "el qué".
Y aquí mi papel ha de quedar aún más mermado, puesto que ni el de "cicerone" puedo pretender. ¡Ojalá pudiera ser un buen altavoz!
Conservo del P. Orlandis una nota que dice:
"El asunto o argumento, a primera vista es muy sencillo; diríase que el autor siempre o casi siempre se repite, que siempre o casi siempre habla de lo mismo. Mas quien se adentre en el estudio del poema, echará de ver que su argumento es de dimensiones enormes, aterradoras. Nada menos que la tragedia de la Historia, es decir: la tragedia del Género Humano en sus relaciones con Dios. Dios llamándolo de continuo directa o indirectamente para darle su paz, la única paz verdadera, y el Género Humano rehusándolo por su ceguera o su malicia, y atrayendo sobre sí las consecuencias castastróficas de su malicia o su ceguera culpable. Verdad es que la tragedia del Género Humano en el Poema no aparece sino en segundo término, en cuanto, hasta cierto punto está ligada con una tragedia más concreta: la tragedia de Israel, del pueblo de Dios. Es verdad que el argumento del Poema es en primer término esta tragedia más concreta; pero esto nada mengua a la universalidad del asunto, porque la tragedia de las gentes se divisa maravillosamente a través de la tragedia de Israel. Es, por tanto, verdad que el argumento del Poema es soberanamente trágico y por ende dramático".
Pero no es esta tragedia dramática capaz de ser representada.
"Y la razón de ello es - decía el Padre - que si la tragedia humana se encuentra en la de Israel, ello se ha adentrado en lo más hondo del corazón del poeta".
"El Profeta nos presenta el argumento al través de su persona, de su pensar, de su sentir, de la emoción que le embarga, de su pena y de su entusiasmo, y, al parecer, como a ráfagas, con frecuencia como a saltos que tal vez a primera vista parecerán inconnexos y tal vez inmotivados".
"Isaías, sin sujetarse a orden alguno de índole lógica o narrativa, proyecta entre sombras de misterio, unos pocos cuadros vivientes en los cuales se puede avizorar la intervención de la divina providencia en la vida del género humano sobre la tierra. Reflejan estos cuadros ciertos momentos vitales de la historia pasada, presente o futura, tomando como punto de partida el espacio de tiempo, en el cual vivió Isaías su vida mortal. Son momentos-cumbre, cuyo sentido íntimo y cuya virtualidad plenaria ha querido Dios descubrir a la mente de los profetas, y en los que, de sí, podríamos descubrir todo el sentido de la historia".
No sabemos en qué forma llegó hasta Isaías el mensaje divino.
"No pudo llegar hasta allá sino por revelación divina. Empero ¿cuál pudo ser el modo y la forma de esta revelación? ¿Sería a manera de súbita iluminación intelectual, tan preñada de contenido que hubo el profeta de proponerla y explanarla bajo la luz del Señor en el Poema que nos legó? ¿La recibiría Isaías en una sucesión de visiones cada vez más determinadas según el ritmo en que se desenvuelve el Poema?"
"No parece sino que Isaías se ve como necesitado desde el primer momento de aliviarse de este peso comunicándolo a otros como en bloque. En adelante, también a través de su lirismo, irá comunicando al lector o al oyente lo que oprime su alma, así lo malo como lo bueno, lo agradable como lo desagradable. Esta es la condición humana, el sentir esa necesidad de comunicarse, y esta necesidad tanto mayor cuanto más humana es la persona".
Supuesto lo dicho, creemos que no será enojoso al lector, sino tal vez de alivio y aun de guía, el que le indiquemos, siquiera sea en forma sumaria e incompleta, cuáles son estos puntos culminantes de la acción dramática, no fingida, sino inmensa realidad, de que desde el principio, ya por lo menos veladamente habla, como si en ellos se concentrara toda la carga que pesa sobre su espíritu.
Sin pretender reseñarlos todos y aún menos dar de ellos una explicación adecuada, a nuestro parecer se pueden encerrar en los siguientes párrafos:
1) Dios, creador del género humano, para realizar su plan divino de redención y salvación, elige, o por mejor decir se forma, un pueblo, y éste ha de ser por antonomasia "el pueblo de Dios". Una especialísima providencia procura eficazmente que en este pueblo no se extinga la idea verdadera de Dios, y que en él se le tribute culto legítimo.
2) Dios permite que los demás pueblos, los pueblos gentiles, las gentes, caigan en las aberraciones de la idolatría y que como pueblos, en su colectividad, desconozcan al verdadero Dios y se aparten de Él.
3) Llegará tiempo en que los pueblos gentiles conocerán al verdadero Dios y como tal le reconocerán.
4) Los pueblos gentiles odian y persiguen a Israel, al pueblo de Dios; más aún: le contagian y le corrompen y le pervierten.
5) Israel llega a quedar como deshecho, hecho un gusanillo; sólo se conservan de él los residuos.
6) Dios, para llevar adelante su plan divino, suscita de en medio de los gentiles [???] héroes poderosos que venzan y sojuzguen a los enemigos de Israel. Entre ellos descuella aquel de quien habla Isaías en el cuadro segundo de la Jornada primera.
7) Dios, por fin, envía a su siervo para que sea ALIANZA de Israel y LUZ de las naciones.
8) Llega un tiempo en que Israel y las naciones gentiles admiten el mensaje de SALUD Y JUSTICIA que Dios les ha enviado por medio de su SIERVO.
Estas afirmaciones, a primera vista, y aún más que a primera vista, parecen desvencijadas y discordantes. Pero, en el curso del poema, a la luz inspirada que Isaías va proyectando sobre ellas, se van trabando y organizando y aun aclarando, no a la luz de la evidencia, sino a través de las brumas de la profecía y del misterio".
"Ayúdenos el Espíritu Santo y guárdenos de presunción en la intención de hacerlo ver".
Después de estas últimas palabras del P. Orlandis, creo que ya me puedo retirar. Ahí te dejo, mi buen lector, frente a Isaías. Vale.
PABLO LOPEZ CASTELLOTE