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La conversión de Pedro y la de todos
Roguemos con Jesús con insistencia que se cumpla esto que le dijo Él, el Verbo hecho carne, a san Pedro:
"Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
Y que es aplicable a "la Iglesia de todos los tiempos", como explicó Benedicto XVI en su homilía del 29 de junio de 2006:
Jesús en la Última Cena, dirigiéndose a
Pedro, "dice que Satanás ha pedido cribar a los
discípulos como trigo. Esto alude al pasaje del libro
de Job, en el que Satanás pide a Dios permiso para golpear a
Job. De esta forma, el diablo, el calumniador de Dios y de los
hombres, quiere probar que no existe una religiosidad auténtica,
sino que en el hombre todo mira siempre y sólo a la utilidad.
En el caso de Job Dios concede a Satanás la libertad que había
solicitado, precisamente para poder defender de este modo a su
criatura, el hombre, y a sí mismo. Lo mismo sucede con los
discípulos de Jesús, en todos los tiempos. Dios da a Satanás
cierta libertad. A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja
demasiada libertad a Satanás; que le concede la facultad de
golpearnos de un modo demasiado terrible; y que esto supera
nuestras fuerzas y nos oprime demasiado. Siempre de nuevo
gritaremos a Dios: ¡Mira la miseria de tus discípulos!
¡Protégenos! Por eso Jesús añade: "Yo he
rogado por ti, para que tu fe no desfallezca" (Lc 22,
32).
La oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno.
La oración de Jesús es la protección de la Iglesia. Podemos
recurrir a esta protección, acogernos a ella y estar seguros de
ella. Pero, como dice el evangelio, Jesús ora de un modo
particular por Pedro: "para que tu fe
no desfallezca". Esta oración de Jesús es a la vez promesa
y tarea. La oración de Jesús salvaguarda la fe de Pedro, la fe
que confesó en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).
La tarea de Pedro consiste precisamente en no dejar que esa fe
enmudezca nunca, en fortalecerla siempre de nuevo,
ante la cruz y ante todas las contradicciones del mundo, hasta
que el Señor vuelva. Por eso el Señor no ruega sólo
por la fe personal de Pedro, sino también por su
fe como servicio a los demás. Y esto es exactamente lo
que quiere decir con las palabras: "Y tú, una
vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,
32).
"Tú, una vez convertido": estas palabras
constituyen a la vez una profecía y una promesa.
Profetizan la debilidad de Simón que, ante una sierva y un
siervo, negará conocer a Jesús. A través de esta caída, Pedro,
y con él la Iglesia de todos los tiempos, debe aprender
que la propia fuerza no basta por sí misma para edificar y guiar
a la Iglesia del Señor. Nadie puede lograrlo con sus solas
fuerzas.
Aunque Pedro parece capaz y valiente, fracasa ya en el
primer momento de la prueba. "Tú, una vez
convertido". El Señor le predice su caída, pero le
promete también la conversión: "el Señor
se volvió y miró a Pedro..." (Lc 22, 61). La
mirada de Jesús obra la transformación y es la salvación de
Pedro. Él, "saliendo, rompió a llorar amargamente" (Lc 22,
62)".
(https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060629_sts-peter-paul.html).