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Santa Edith Stein
Canonizada el 11 de octubre de 1998
Santa
Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein 1891-1942)
monja Carmelita descalza, mártir
Plaza de San Pedro, 11 octubre 1998
Fuente: http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_19981011_edith_stein_sp.html
"Nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz; una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy...; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios". Estas palabras fueron pronunciadas por el Papa san Juan Pablo II con ocasión de la beatificación de santa Edith Stein en Colonia, el 1 de mayo de 1987.
¿Quién fue esta mujer?
Cuando Edith Stein, la última de once hermanos, nació en Breslau el 12 de octubre de 1891, la familia festejaba el Yom Kippur, la mayor fiesta hebrea, el día de la expiación. "Esto hizo, más que ninguna otra cosa, que su madre tuviera una especial predilección por la hija más pequeña". Precisamente esta fecha de su nacimientó fue para la carmelita casi un vaticinio.
El padre, comerciante de maderas, murió cuando Edith no había cumplido aún dos años. La madre, una mujer muy religiosa, solícita y voluntariosa, una persona verdaderamente admirable, al quedarse sola, debió hacer frente tanto al cuidado de la familia como a la gestión de la gran hacienda familiar; pero no consiguió mantener en los hijos una fe viva. Edith perdió la fe en Dios. "Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar".
Obtuvo brillantemente la reválida en 1911 y comenzó a estudiar germanística e historia en la Universidad de Breslau, más para tener una base de sustento en el futuro que por auténtica pasión. Su verdadero interés era la filosofía. Le interesaban también los problemas de la mujer. Entró a formar parte de la organización "Asociación Prusiana para el Derecho Femenino al Voto". Más tarde escribía: " como bachiller y joven estudiante, fui una feminista radical. Perdí después el interés por este asunto. Ahora voy en busca de soluciones puramente objetivas".
En 1913, la estudiante Edith Stein se fue a Gottinga para asistir a las clases universitarias de Edmund Husserl, de quien llegó a ser discípula y asistente, consiguiendo con él el doctorado. Por aquellos tiempos, Edmund Husserl fascinaba al público con un nuevo concepto de verdad: el mundo percibido no solamente existía de forma kantiana, como percepción subjetiva. Sus discípulos entendían su filosofía como un viraje hacia lo concreto. "Retorno al objetivismo". Sin que él lo pretendiera, la fenomenología condujo a no pocos discípulos y discípulas suyos a la fe cristiana. En Gottinga Edith Stein se encontró también con el filósofo Max Scheler y este encuentro atrajo su atención sobre el catolicismo. Pero todo esto no la hizo olvidar el estudio con el que debía ganarse el pan en el futuro y, en 1915, superó con la máxima calificación el examen de Estado. No obstante, no comenzó el periodo de formación profesional.
Al estallar la primera guerra mundial escribía: "ahora ya no tengo una vida propia". Siguió un curso de enfermería y prestó servicio en un hospital militar austríaco. Fueron tiempos difíciles para ella. Atendía a los ingresados en la sección de enfermos de tifus y prestaba servicio en el quirófano, viendo morir a hombres en la flor de su juventud. Al cerrar el hospital militar en 1916, siguió a Husserl a Friburgo en Brisgovia, donde obtuvo el doctorado "summa cum laude" con una tesis "Sobre el problema de la empatía ".
Por aquel tiempo le
ocurrió un hecho importante: observó cómo una aldeana
entraba en la Catedral de Frankfurt con la cesta de la
compra, quedándose un rato para rezar. "Esto fue
para mí algo completamente nuevo. En las sinagogas
y en las iglesias protestantes que he frecuentado los creyentes
acuden a las funciones. Aquí, sin embargo, una persona
entró en la iglesia desierta, como si fuera a conversar
en la intimidad. No he podido olvidar lo
ocurrido". En las últimas páginas de su tesis de
doctorado escribió: "ha habido personas que, tras un cambio
imprevisto de su personalidad, han creído encontrar la
misericordia divina". ¿Cómo llegó a esta
afirmación?
Edith Stein tenía gran amistad con el asistente de Husserl en
Gottinga, Adolf Reinach y su esposa. Adolf
Reinach muere en Flandes en noviembre de 1917. Edith va a
Gottinga. Los Reinach se habían convertido al Evangelio.
Edith tenía cierta renuencia ante el encuentro con la joven
viuda.
Con gran sorpresa encontró una creyente. "Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores... Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo". Más tarde escribirá: "lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que -visto desde el lado de Dios- no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y, ante los ojos absolutamente clarividentes de Dios, presenta una coherencia perfectamente ensamblada".
En otoño de 1918, Edith Stein dejó la actividad de asistente de Edmund Husserl porque deseaba trabajar independientemente. La primera vez que volvió a visitar a Husserl después de su conversión fue en 1930. Tuvo con él una discusión sobre la nueva fe de la que la hubiera gustado que participara también él. Tras ello escribió una frase sorprendente: "Después de cada encuentro que me hace sentir la imposibilidad de influenciar directamente, se agudiza en mí el impulso hacia mi propio holocausto".
Edith Stein deseaba obtener la habilitación para la libre docencia, algo que, por aquel entonces, era inalcanzable para una mujer. A este respecto, Husserl se pronunciaba así en un informe: "Si la carrera universitaria se hiciera accesible a las mujeres, la podría recomendar encarecidamente más que a cualquier otra persona para el examen de habilitación". Más tarde, sin embargo, se le negaría la habilitación a causa de su origen judío.
Edith Stein vuelve a Breslau. Escribe artículos en defensa de la psicología y de las humanidades. Pero lee también el Nuevo Testamento, Kierkegaard y el opúsculo de los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Se da cuenta de que un escrito como éste no se le puede simplemente leer, sino que es necesario ponerlo en práctica.
En el verano de 1921 fue durante unas semanas a Bergzabern (Palatinado), a la finca de la Señora Hedwig Conrad-Martius, una discípula de Husserl. Esta señora, junto con su esposo, se había convertido al Evangelio. Una tarde Edith encontró en la biblioteca la autobiografía de Teresa de Ávila [Vida]. La leyó durante toda la noche. "Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad".
Considerando retrospectivamente su vida, escribía más tarde: "mi anhelo por la verdad era ya una oración".
En enero de 1922 Edith Stein se bautizó. Era el día de la Circuncisión de Jesús, la acogida de Jesús en la estirpe de Abraham. Estaba erguida ante la fuente bautismal, vestida con el blanco manto nupcial de Hedwig Conrad-Martius, que hizo de madrina. "Había dejado de practicar mi religión hebrea y me sentía nuevamente hebrea solamente tras mi retorno a Dios". Ahora tendrá siempre conciencia, y no sólo intelectualmente, sino de manera tangible, de pertenecer a la estirpe de Cristo. En la fiesta de la Candelaria, una fiesta cuyo origen se remonta también al Antiguo Testamento, fue confirmada por el Obispo de Espira en su capilla privada.
Después de su conversión, lo primero que hizo fue volver a Breslau. "Mamá, soy católica". Las dos lloraron. Hedwig Conrad-Martius escribió: "mira, dos israelitas y en ninguna de ellas hay engaño" (cf. Jn 1, 47).
Inmediatamente después de su conversión, Edith Stein aspira a entrar en el Carmelo, pero sus consejeros espirituales, el Vicario general de Espira y el Padre Przywara, S.J., le impiden dar este paso. Acepta entonces un empleo de profesora de alemán e historia en el Instituto y seminario para maestros del Convento dominico de la Magdalena de Espira hasta Pascua de 1931. Por insistencia del Archiabad Raphael Walzer, del convento de Beuron, hace largos viajes para dar conferencias, sobre todo sobre temas femeninos. "Durante el período inmediatamente precedente y también bastante después de mi conversión... creía que llevar una vida religiosa significaba renunciar a todas las cosas terrenas y vivir solamente con el pensamiento puesto en Dios. Gradualmente, sin embargo, me he dado cuenta de que este mundo exige de nosotros otras muchas cosas..., creo, incluso, que cuanto más se siente uno atraído por Dios, más debe "salir de sí mismo", en el sentido de dirigirse al mundo para llevar allí una razón divina para vivir". Su programa de trabajo es enorme. Traduce las cartas y los diarios del período precatólico de Newmann y la obra Quaestiones disputatae de veritate de Tomás de Aquino, en una versión muy libre por amor al diálogo con la filosofia moderna. El Padre Erich Przywara, S.J., la incitó a escribir también obras filosóficas propias. Aprendió que es posible "practicar la ciencia al servicio de Dios... sólo por tal motivo he podido decidirme a comenzar una serie de obras científicas". Encuentra siempre las fuerzas necesarias para su vida y su trabajo en el convento benedictino de Beuron, al que va para pasar allí las fiestas más importantes del año eclesiástico.
En 1931 termina su actividad en Espira. Intenta de nuevo obtener la habilitación para la libre docencia en Breslau y Friburgo. Todo en vano. Compone entonces una obra sobre los principales conceptos de Tomás de Aquino: "Potencia y acción". Más tarde hará de este ensayo una obra mayor, desarrollándola bajo el título de Endliches und ewiges Sein (Ser finito y Ser eterno) en el convento de las Carmelitas de Colonia. No fue posible imprimir esta obra durante su vida.
En 1932 se le asigna una cátedra en una institución católica, el Instituto de Pedagogía científica de Münster, donde tiene la posibilidad de desarrollar su propia antropología. Aquí encuentra la manera de unir ciencia y fe, y de hacer comprensible esta cuestión a otros. Durante toda su vida sólo quiso ser "instrumento de Dios". "Quien viene a mí, deseo conducirlo a Él ".
En 1933 la noche se cierne sobre Alemania. "Había oído ya antes algo sobre las severas medidas contra los judíos. Pero ahora comencé de pronto a entender que Dios había puesto una vez más su pesada mano sobre su pueblo y que el destino de este pueblo era también el mío". El artículado de la ley de los nazis sobre la raza aria hizo imposible que continuara su actividad docente. "Si aquí no puedo continuar, en Alemania ya no hay posibilidades para mí ". "Me había convertido en una extranjera en el mundo".
El Archiabad Walzer, de Beuron, ya no le impidió entrar en un convento de Carmelitas. Durante el tiempo que estuvo en Espira había hecho ya voto de pobreza, castidad y obediencia. En 1933 se presenta a la Madre Priora del Monasterio de Carmelitas de Colonia. "Solamente la pasión de Cristo nos puede ayudar, no la actividad humana. Mi deseo es participar en ella".
Una vez más Edith fue a Breslau para despedirse de su madre y de la familia. El 12 de octubre fue el último día que pasó en su casa, el día de su cumpleaños y, a la vez, la fiesta hebrea de los tabernáculos. Edith acompaña a su madre a la sinagoga. Fue un día nada fácil para las dos mujeres. "¿Por qué la has conocido (la fe cristiana)? No quiero decir nada contra Él. Habrá sido un hombre bueno. Pero ¿por qué se ha hecho Dios? " . Su madre lloró. A la mañana siguiente Edith tomó el tren para Colonia. "No podía tener una alegría arrebatadora. Era demasiado tremendo lo que dejaba atrás. Pero yo estaba tranquilísima, en el puerto de la voluntad de Dios". Cada semana escribirá después una carta a su madre. No recibirá respuesta. Su hermana Rosa le mandará noticias de casa.
El 14 de octubre Edith Stein entra en el monasterio de las Carmelitas de Colonia. En 1934, el 14 de abril, tuvo lugar la ceremonia de toma de hábito. El Archiabad de Beuron celebró la misa. Desde aquel momento Edith Stein llevará el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
Escribe en 1938: "bajo la Cruz entendí el destino del pueblo de Dios que entonces (1933) comenzaba a anunciarse. Pensaba que entendiesen que se trataba de la Cruz de Cristo, que debían aceptarla en nombre de todos los demás. Es verdad que hoy entiendo mejor estas cosas, lo que significa ser esposa del Señor bajo el signo de la Cruz. Aunque ciertamente nunca será posible comprender todo esto, puesto que es un secreto". El 21 de abril de 1935 hizo los votos temporales. El 14 de septiembre de 1936, en el momento de renovar los votos, murió su madre en Breslau. "Hasta el último momento mi madre ha permanecido fiel a su religión. Pero, puesto que su fe y su firme confianza en su Dios... fue lo ultimo que permaneció vivo en su agonía, confío en que haya encontrado un juez muy clemente y que ahora sea mi más fiel abogada, para que también yo pueda llegar a la meta".
En el recordatorio de
su profesión perpetua, el 21 de abril de 1938,
hizo imprimir las palabras de San Juan de la Cruz, al que
dedicará su última obra: "que ya sólo en amar es
mi ejercicio".
La entrada de Edith Stein en el convento de las Carmelitas no fue
una huida. "Quien entra en el Carmelo no se pierde para los
suyos, sino que le tienen aún más cercano; y esto porque nuestra
profesión es la de dar cuenta de todos a Dios".
Dio cuenta a Dios sobre todo de su pueblo.
"Pienso continuamente en la reina Ester, que fue sacada de su pueblo para dar cuenta ante el rey. Yo soy una pequeña y débil Ester, pero el Rey que me ha elegido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo" (31.10.1938).
El 9 de noviembre de 1938 se puso de manifiesto ante todo el mundo el odio que tenían los nazis a los judíos. Arden las sinagogas, se siembra el terror entre las gentes judías. La Madre Superiora de las Carmelitas de Colonia hace todo lo posible para llevar al extranjero a Sor Teresa Benedicta de la Cruz. La noche de fin de año de 1938 cruza la frontera de los Países Bajos y la llevan al monasterio de Carmelitas de Echt, en Holanda. Allí redacta su testamento el 9 de junio de 1939.
"Ya desde ahora acepto con gozo, en completa sumisión y según su santísima voluntad, la muerte que Dios me haya destinado. Ruego al Señor que acepte mi vida y muerte... de manera que el Señor sea reconocido por los suyos y que su Reino venga con toda su magnificencia para la salvación de Alemania y la paz del mundo... ".
Ya en el monasterio de Carmelitas de Colonia, a Edith Stein se le había dado permiso para dedicarse a las obras científicas. Allí había escrito, entre otras cosas, De la vida de una familia judía. "Deseo narrar simplemente lo que he experimentado al ser hebrea". Ante "la juventud que hoy es educada desde la más tierna edad en el odio a los judíos..., nosotros, que hemos sido educados en la comunidad hebrea, tenemos el deber de dar testimonio".
En Echt, Edith Stein escribirá a toda prisa su ensayo sobre Juan de la Cruz, el místico doctor de la Iglesia, con ocasión del cuatrocientos aniversario de su nacimiento, 1542-1942. En 1941 escribía a una religiosa con quien tenía amistad: "una scientia crucis (la ciencia de la cruz) solamente puede ser entendida si se lleva todo el peso de la cruz. De ello estaba convencida ya desde el primer instante y de todo corazón he pronunciado: Ave, Crux, Spes unica (te saludo, Cruz, única esperanza nuestra)". Su estudio sobre San Juan de la Cruz lleva como subtítulo: "La ciencia de la Cruz".
El 2 de agosto de 1942 llega la Gestapo. Edith Stein se encuentra en la capilla con las otras Hermanas. En cinco minutos debe presentarse, junto con su hermana Rosa, que se había bautizado en la Iglesia Católica y prestaba servicio en las Carmelitas de Echt. Las últimas palabras de Edith Stein que se oyen en Echt están dirigidas a Rosa: "Ven, vayamos, por nuestro pueblo".
Junto con otros muchos otros judíos convertidos al cristianismo, las dos mujeres son llevadas al campo de concentración de Westerbork. Se trataba de una venganza contra el comunicado de protesta de los obispos católicos de los Países Bajos por los progromos y las deportaciones de los judíos. "Jamás había pensado que los seres humanos pudieran llegar a ser así, y tampoco podía pensar que mis hermanas y hermanos debieran sufrir así... cada hora rezo por ellos. ¿Oirá Dios mi oración? En todo caso, oye ciertamente sus lamentos". El Prof. Jan Nota, cercano a ella, escribirá más tarde: "para mí, ella es, en un mundo de negación de Dios, una testigo de la presencia de Dios".
Al amanecer del 7 de agosto sale una expedición de 987 judíos hacia Auschwitz. El 9 de agosto [de 1942] Sor Teresa Benedicta de la Cruz, junto con su hermana Rosa y muchos otros de su pueblo, murió en las cámaras de gas de Auschwitz.
Con su beatificación en Colonia el 1 de mayo de 1987, la Iglesia rindió honores, por decirlo con palabras del Sumo Pontífice Juan Pablo II, a "una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo ".
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MISA DE CANONIZACIÓN DE LA BEATA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN
PABLO II
Plaza de San Pedro
Domingo 11 de octubre de 1998
1. «En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Ga 6, 14).
Las palabras de san Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar, reflejan bien la experiencia humana y espiritual de Teresa Benedicta de la Cruz, a quien hoy inscribimos solemnemente en el catálogo de los santos. También ella puede repetir con el Apóstol: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».
¡La cruz de Cristo! En su constante florecimiento, el árbol de la cruz da siempre nuevos frutos de salvación. Por eso, los creyentes contemplan con confianza la cruz, encontrando en su misterio de amor valentía y vigor para caminar con fidelidad tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado. Así, el mensaje de la cruz ha entrado en el corazón de tantos hombres y mujeres, transformando su existencia.
Un ejemplo elocuente de esta extraordinaria renovación interior es la experiencia espiritual de Edith Stein. Una joven en búsqueda de la verdad, gracias al trabajo silencioso de la gracia divina, llegó a ser santa y mártir: es Teresa Benedicta de la Cruz, que hoy, desde el cielo, nos repite a todos las palabras que marcaron su existencia: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».
2. El día 1 de mayo de 1987, durante mi visita pastoral a Alemania, tuve la alegría de proclamar beata, en la ciudad de Colonia, a esta generosa testigo de la fe. Hoy, a once años de distancia, aquí en Roma, en la plaza de San Pedro, puedo presentar solemnemente como santa ante todo el mundo a esta eminente hija de Israel e hija fiel de la Iglesia.
Como entonces, también hoy nos inclinamos ante el recuerdo de Edith Stein, proclamando el inquebrantable testimonio que dio durante su vida y, sobre todo, con su muerte. Junto a Teresa de Ávila y a Teresa de Lisieux, esta otra Teresa se añade a la legión de santos y santas que honran la orden carmelitana.
Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido para esta solemne celebración, demos gracias a Dios por la obra que realizó en Edith Stein.
3. Saludo a los numerosos peregrinos que han venido a Roma y, de modo particular, a los miembros de la familia Stein, que han querido estar con nosotros en esta feliz circunstancia. Un saludo cordial va también a la representación de la comunidad carmelitana, que se convirtió en la «segunda familia» para Teresa Benedicta de la Cruz.
Doy mi bienvenida, asimismo, a la delegación oficial de la República federal de Alemania, encabezada por el canciller federal saliente Helmut Kohl, a quien saludo con cordialidad y deferencia. Saludo, igualmente, a los representantes de los estados del norte del Rin Westfalia y Renania-Palatinado, así como al alcalde de la ciudad de Colonia.
También de mi patria ha venido una delegación oficial guiada por el primer ministro Jerzy Buzek, a la que saludo cordialmente.
Quiero reservar una mención especial a los peregrinos de las diócesis de Wroclaw, Colonia, Münster, Espira, Cracovia y Bielsko-Zywiec, aquí presentes junto con sus cardenales, obispos y sacerdotes. Se unen a la gran multitud de fieles que han venido de Alemania, de Estados Unidos y de mi patria, Polonia.
4. Queridos hermanos y hermanas, Edith Stein, por ser judía, fue deportada junto con su hermana Rosa y muchos otros judíos de los Países Bajos al campo de concentración de Auschwitz, donde murió con ellos en la cámara de gas. Hoy los recordamos a todos con profundo respeto. Pocos días antes de su deportación, la religiosa, a quienes se ofrecían para salvarle la vida, les respondió: «¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida».
Al celebrar de ahora en adelante la memoria de la nueva santa, no podremos menos de recordar, año tras año, la shoah, ese plan cruel de eliminación de un pueblo, que costó la vida a millones de hermanos y hermanas judíos. El Señor ilumine su rostro sobre ellos y les conceda la paz (cf. Nm 6, 25 ss).
Por amor a Dios y al hombre, una vez más elevo mi apremiante llamamiento: ¡Que nunca más se repita una análoga iniciativa criminal para ningún grupo étnico, ningún pueblo, ninguna raza, en ningún rincón de la tierra! Es una llamada que dirijo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; a todos los que creen en el Dios eterno y justo; a todos los que se sienten unidos a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Todos debemos ser solidarios en esto: está en juego la dignidad humana. Existe una sola familia humana. Es lo que la nueva santa reafirmó con gran insistencia: «Nuestro amor al prójimo .escribió. es la medida de nuestro amor a Dios. Para los cristianos, y no sólo para ellos, nadie es .extranjero.. El amor de Cristo no conoce fronteras».
5. Queridos hermanos y hermanas, el amor a Cristo fue el fuego que encendió la vida de Teresa Benedicta de la Cruz. Mucho antes de darse cuenta, fue completamente conquistada por él. Al comienzo, su ideal fue la libertad. Durante mucho tiempo Edith Stein vivió la experiencia de la búsqueda. Su mente no se cansó de investigar, ni su corazón de esperar. Recorrió el camino arduo de la filosofía con ardor apasionado y, al final, fue premiada: conquistó la verdad; más bien, la Verdad la conquistó. En efecto, descubrió que la verdad tenía un nombre: Jesucristo, y desde ese momento el Verbo encarnado fue todo para ella. Al contemplar, como carmelita, ese período de su vida, escribió a una benedictina: «Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente, busca a Dios».
Edith Stein, aunque fue educada por su madre en la religión judía, a los catorce años «se alejó, de modo consciente y explícito, de la oración». Quería contar sólo con sus propias fuerzas, preocupada por afirmar su libertad en las opciones de la vida. Al final de un largo camino, pudo llegar a una constatación sorprendente: sólo el que se une al amor de Cristo llega a ser verdaderamente libre.
La experiencia de esta mujer, que afrontó los desafíos de un siglo atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros: el mundo moderno muestra la puerta atractiva del permisivismo, ignorando la puerta estrecha del discernimiento y de la renuncia. Me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes cristianos, en particular a los numerosos monaguillos que han venido durante estos días a Roma: Evitad concebir vuestra vida como una puerta abierta a todas las opciones. Escuchad la voz de vuestro corazón. No os quedéis en la superficie; id al fondo de las cosas. Y cuando llegue el momento, tened la valentía de decidiros. El Señor espera que pongáis vuestra libertad en sus manos misericordiosas.
6. Santa Teresa Benedicta de la Cruz llegó a comprender que el amor de Cristo y la libertad del hombre se entrecruzan, porque el amor y la verdad tienen una relación intrínseca. La búsqueda de la libertad y su traducción al amor no le parecieron opuestas; al contrario, comprendió que guardaban una relación directa.
En nuestro tiempo, la verdad se confunde a menudo con la opinión de la mayoría. Además, está difundida la convicción de que hay que servir a la verdad incluso contra el amor, o viceversa. Pero la verdad y el amor se necesitan recíprocamente. Sor Teresa Benedicta es testigo de ello. La «mártir por amor», que dio la vida por sus amigos, no permitió que nadie la superara en el amor. Al mismo tiempo, buscó con todo empeño la verdad, sobre la que escribió: «Ninguna obra espiritual viene al mundo sin grandes tribulaciones. Desafía siempre a todo el hombre».
Santa Teresa Benedicta de la Cruz nos dice a todos: No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada que carezca de verdad. El uno sin la otra se convierte en una mentira destructora.
7. La nueva santa nos enseña, por último, que el amor a Cristo pasa por el dolor. El que ama de verdad no se detiene ante la perspectiva del sufrimiento: acepta la comunión en el dolor con la persona amada.
Edith Stein, consciente de lo que implicaba su origen judío, dijo al respecto palabras elocuentes: «Bajo la cruz he comprendido el destino del pueblo de Dios. (...) En efecto, hoy conozco mucho mejor lo que significa ser la esposa del Señor con el signo de la cruz. Pero, puesto que es un misterio, no se comprenderá jamás con la sola razón».
El misterio de la cruz envolvió poco a poco toda su vida, hasta impulsarla a la entrega suprema. Como esposa en la cruz, sor Teresa Benedicta no sólo escribió páginas profundas sobre la «ciencia de la cruz»; también recorrió hasta el fin el camino de la escuela de la cruz. Muchos de nuestros contemporáneos quisieran silenciar la cruz, pero nada es más elocuente que la cruz silenciada. El verdadero mensaje del dolor es una lección de amor. El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al amor.
Por la experiencia de la cruz, Edith Stein pudo abrirse camino hacia un nuevo encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Padre de nuestro Señor Jesucristo. La fe y la cruz fueron inseparables para ella. Al haberse formado en la escuela de la cruz, descubrió las raíces a las que estaba unido el árbol de su propia vida. Comprendió que era muy importante para ella «ser hija del pueblo elegido y pertenecer a Cristo, no sólo espiritualmente, sino también por un vínculo de sangre».
8. «Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y verdad » (Jn 4, 24).
Amadísimos hermanos y hermanas, estas palabras las dirigió el divino Maestro a la samaritana junto al pozo de Jacob. Lo que donó a su ocasional pero atenta interlocutora lo encontramos presente también en la vida de Edith Stein, en su «subida al monte Carmelo». Ella percibió la profundidad del misterio divino en el silencio de la contemplación. A medida que, a lo largo de su existencia, iba madurando en el conocimiento de Dios, adorándolo en espíritu y verdad, experimentaba cada vez más claramente su vocación específica a subir a la cruz con Cristo, a abrazarla con serenidad y confianza, y a amarla siguiendo las huellas de su querido Esposo: hoy se nos presenta a santa Teresa Benedicta de la Cruz como modelo en el que tenemos que inspirarnos y como protectora a la que podemos recurrir.
Demos gracias a Dios por este don. Que la nueva santa sea para nosotros un ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad y en nuestra búsqueda de la verdad. Que su testimonio sirva para hacer cada vez más sólido el puente de la comprensión recíproca entre los judíos y los cristianos.
¡Tú, santa Teresa Benedicta de la Cruz, ruega por nosotros! Amén.
© Copyright - Libreria Editrice Vaticana
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BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Palacio pontificio de Castelgandolfo
Miércoles 13 de agosto de 2008
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080813.html
Queridos hermanos y hermanas:
Al regresar de Bressanone, donde he pasado un período de descanso, me alegra encontrarme con vosotros y saludaros, queridos habitantes de Castelgandolfo, y con vosotros, peregrinos que habéis venido hoy a visitarme. Quiero dar las gracias una vez más a cuantos me han acogido y han velado por mi permanencia en la montaña. Han sido días de distensión serena, durante los cuales no he cesado de recordar al Señor a cuantos se encomiendan a mis oraciones. Y son realmente muchísimos los que me escriben pidiendo que ore por ellos. Me manifiestan sus alegrías, pero también sus preocupaciones, sus proyectos de vida, sus problemas familiares y de trabajo, las expectativas y las esperanzas que llevan en el corazón, así como las angustias unidas a las incertidumbres que la humanidad está viviendo en este momento. Puedo asegurar que para todos y cada uno tengo un recuerdo, especialmente en la celebración diaria de la santa misa y en el rezo del santo rosario. Sé bien que el primer servicio que puedo hacer a la Iglesia y a la humanidad es precisamente el de la oración, porque al rezar pongo confiado en las manos del Señor el ministerio que él mismo me ha encomendado, junto con el destino de toda la comunidad eclesial y civil.
Quien ora no pierde nunca la esperanza, aun cuando se llegue a encontrar en situaciones difíciles e incluso humanamente desesperadas. Esto nos enseña la sagrada Escritura y de esto da testimonio la historia de la Iglesia. En efecto, ¡cuántos ejemplos podríamos citar de situaciones en las que precisamente la oración ha sido la que ha sostenido el camino de los santos y del pueblo cristiano! Entre los testimonios de nuestra época quiero citar el de dos santos cuya memoria celebramos en estos días: Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, cuya fiesta celebramos el 9 de agosto, y Maximiliano María Kolbe al que recordaremos mañana, 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Ambos concluyeron su vida terrena con el martirio en el campo de concentración de Auschwitz. Aparentemente su existencia se podría considerar una derrota, pero precisamente en su martirio resplandece el fulgor del amor que vence las tinieblas del egoísmo y del odio. A san Maximiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi: "El odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor". El generoso ofrecimiento que hizo de sí en cambio de un compañero de prisión, ofrecimiento que culminó con la muerte en el búnker del hambre, el 14 de agosto de 1941, fue una prueba heroica de amor.
Edith Stein, el 6 de agosto del año sucesivo, tres días antes de su dramático fin, acercándose a algunas hermanas del monasterio de Echt, en Holanda, les dijo: "Estoy preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotras. Hasta ahora he podido rezar muy bien y he dicho con todo el corazón: Ave, Crux, spes unica". Testigos que lograron escapar de la horrible masacre contaron que Teresa Benedicta de la Cruz mientras, vestida con el hábito carmelitano, avanzaba consciente hacia la muerte, se distinguía por su porte lleno de paz, por su actitud serena y por su comportamiento tranquilo y atento a las necesidades de todos. La oración fue el secreto de esta santa copatrona de Europa, que "aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz" (Juan Pablo II, carta apostólica Spes aedificandi, 1 de octubre de 1999, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de octubre de 1999, p. 16).
"Ave Maria!": fue la última invocación salida de los labios de san Maximiliano María Kolbe mientras ofrecía su brazo al que lo mataba con una inyección de ácido fénico. Es conmovedor constatar que acudir humilde y confiadamente a la Virgen es siempre fuente de valor y serenidad. Mientras nos preparamos a celebrar la solemnidad de la Asunción, que es una de las fiestas marianas más arraigadas en la tradición cristiana, renovemos nuestra confianza en Aquella que desde el cielo vela con amor materno sobre nosotros en todo momento. Esto es lo que decimos en la oración familiar del avemaría, pidiéndole que ruegue por nosotros "ahora y en la hora de nuestra muerte".
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https://judiaycatolica.com/edith-stein/
Judía, filósofa, Carmelita, Doctora de Iglesia. Santa. Si todavía no la conoces, te invito a leer su vida.
Fuente: https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=231
Edith Stein nació en Breslau, Alemania, (hoy Broklaw, Polonia) el 12 de octubre de 1891. Fue la última de 11 hermanos de una familia judía devota. Ella murió en una cámara de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 1942.
Fue una estudiante brillante, quien en un comienzo se incorporó a la Universidad de Breslau en 1911 y luego se trasladó a la Universidad de Göttingen para continuar sus estudios bajo la tutela del famoso fundador de la fenomenología Edmund Husserl. El filósofo escogió a Edith Stein para ser su asistente de cátedra en la Universidad de Freiburg y declaró que ella era la mejor estudiante de doctorado que nunca había tenido, incluso fue más capaz que Heidegger quien también fue su pupilo al mismo tiempo que Edith. En 1916, culminó su tesis y obtuvo el Doctorado en Filosofía con el grado de summa cum laude.
Luego de que muchos de sus amigos fueran enrolados para servir en la Primera Guerra Mundial, Edith se enroló de voluntaria junto con otras estudiantes mujeres para trabajar en hospitales militares. Así, obtuvo trabajo en hospitales de enfermedades infecciosas y cuidó caritativamente del ejército austríaco, donde campeaba la tifoidea, la disentería y el cólera. Al término de su período como voluntaria en el hospital militar obtuvo la medalla de valor en reconocimiento a su servicio generoso.
Tras retornar de la experiencia de la guerra, retomó su vida de estudiante, pero las dudas profundas, el insaciable hambre de verdad volcado a la filosofía y el testimonio de muchos cristianos comenzaron a socavar en ella su hasta entonces radical ateísmo. Los diálogos con el filósofo Max Scheller -que paradójicamente se había apartado de la Iglesia-, pero sobre todo la lectura de la vida de Santa Teresa de Jesús, terminaron completando la obra que Dios había iniciado en ella: su conversión al catolicismo. El 1 de enero de 1922 recibió el bautismo.
Por este tiempo, Edith dejó su carrera como estudiante y aceptó el puesto de profesora de Alemán en el Colegio de las Hermanas Dominicas en Speyer. Allí, trabajó por 8 años como profesora y dividía su día entre el trabajo y la oración. Era conocida por ser una benévola y servicial profesora que trabajaba duro por trasmitir su material de manera clara y sistemática y su preocupación iba más allá de trasmitir conocimientos, incluía la formación a toda la persona, pues estaba convencida que la educación era un trabajo apostólico.
A lo largo de este período, Edith continuó sus escritos y traducciones de filosofía y asumió el compromiso de dar conferencias, que la llevó a Heidelberg, Zurich, Salzburg y otras ciudades. En el transcurso de sus conferencias, frecuentemente abordaba el papel y significado de la mujer en la vida contemporánea, hablando de temas como: Ethos de las mujeres que trabajan, Diferentes vocaciones de hombres y mujeres de acuerdo con Dios y la naturaleza , La Espiritualidad de la mujer cristiana, Los principios fundamentales de la Educación de la mujer, Problemas en la Educación de la Mujer, La Iglesia, la mujer y la juventud y El significado intrínseco del valor de la mujer en la vida nacional. Una lectura de sus textos revela claramente su oposición radical al feminismo y su fuerte compromiso al reconocimiento y desarrollo de la mujer, así como al valor de la madurez de la vida cristiana en la mujer como una respuesta para el mundo.
En 1931, Edith deja la escuela del convento para dedicarse a tiempo completo a la escritura y publicación de sus trabajos. En 1932, aceptó la cátedra en la Universidad de Münster, pero un año después le dijeron que debería dejar su puesto por su antecedente judío. Una caritativa universidad de administración le sugirió que trabajase en sus proyectos hasta que la situación de Alemania mejore, pero ella se negó. También recibió otra oferta de América del Sur, pero después de pensar bien la situación, Edith se convenció que había llegado el tiempo de entrar al convento. El 14 de octubre de 1933, a la edad de 42 años, Edith Stein ingresa al convento carmelita en Cologne tomando el nombre de Teresa Benedicta y reflejando su especial devoción a la pasión de Cristo y su gratitud a Teresa de Avila por su amparo espiritual.
En el convento, Edith continuó sus estudios y escritos completando los textos de su libro La Finitud y el Ser, su obra cumbre.
En 1938 la situación en Alemania empeoró, y el ataque de las temidas S.S. el 8 de noviembre a las sinagogas (la Kristallnacht o Noche de los Cristales) despejó toda duda acerca del estado verdadero de los ciudadanos judíos. El convento de los priores preparó el traslado de Edith al convento de Dutch en Echt y en Año Nuevo, el 31 de diciembre de 1938, Edith Stein fue llevada a Holanda. Allá en el convento de Echt, Edith compuso 3 hermosos actos de oblación, ofreciéndolos por el pueblo judío, por el evitamiento de la guerra y por la santificación de la Familia Carmelita. Después, reorganizó su vida enseñando Latín a las postulantes y escribiendo un libro acerca de San Juan de la Cruz.
Como la incineración y los cuartos de gas aumentaron en el Este, Edith, como miles de judíos en Holanda, empezó a recibir citaciones de la S.S. en Maastricht y del Consejero para los Judíos en Amsterdam.
Edith pidió una visa a Suiza junto con su hermana Rosa, con quien había vivido en Echt, para ser transferidas al Convento de Carmelitas de Le Paquier. La comunidad de Le Paquier informó a la Comunidad de Echt que podía aceptar a Edith pero no a Rosa.
Para Edith fue inaceptable y por eso se rehusó ir a Suiza y prefirió quedarse con su hermana Rosa en Echt. Decidida a terminar La Ciencia de la Cruz, Edith usó todo momento para investigar, incluso hasta quedar exhausta.
En la Comunidad Holandesa de Echt, la protección de Edith Stein en contra de la persecución de los judíos fue temporal. Mientras la policía nazi que exterminaba a los judíos era rápidamente implementada cuando Holanda fue ocupada, los judíos que profesaban la fe católica fueron inicialmente dejados en paz. Sin embargo, cuando el Obispo de Netherlands redactó una carta pastoral en donde protestaban severamente en contra de la deportación de los judíos, las reglas nazis reaccionaron ordenando la exterminación de los bautizados judíos.
Por esa razón, el domingo 2 de agosto a las 5 p.m., después de que Edith Stein había pasado su día como siempre, rezando y trabajando en su interminable manuscrito de su libro sobre San Juan de la Cruz, los oficiales de la S.S. fueron al convento y se la llevaron junto con Rosa. Asustada por la multitud y por no poder hacer nada ante la situación, Rosa se empezó a desorientar. Un testigo relató que Edith tomó de la mano a Rosa y le dijo tranquilamente: Ven Rosa, vamos a ir por nuestra gente. Juntas caminaron hacia la esquina y entraron en el camión de la policía que las esperaba.
Hay muchos testigos que cuentan del comportamiento de Edith durante esos días de prisión en Amersfoort y Westerbork, el campamento central de detención en el norte de Holanda; cuentan de su silencio, su calma, su compostura, su autocontrol, su consuelo para otras mujeres, su cuidado para con los más pequeños, lavándolos y cepillando sus cabellos y cuidando de que estén alimentados.
En medio de la noche, antes del amanecer del 7 de agosto de 1942, los prisioneros de Westerbork, incluyendo a Edith Stein, fueron llevados a los trenes y deportados a Auschwitz. En 1950, la Gazette Holandesa publicó la lista oficial con los nombres de los judíos que fueron deportados de Holanda el 7 de agosto de 1942. No hubo sobrevivientes. He aquí lo que decía lacónicamente la lista de los deportados:Número 44070 : Edith Theresa Hedwig Stein, Nacida en Breslau el 12 de Octubre de 1891, Muerta el 9 de Agosto de 1942.
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CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE «MOTU PROPRIO»
SPES AEDIFICANDI
PARA LA PROCLAMACIÓN
DE SANTA BRÍGIDA DE SUECIA,
SANTA CATALINA DE SIENA
Y SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ
COPATRONAS DE EUROPA
JUAN PABLO II
PARA PERPETUA MEMORIA
1. La esperanza de construir un mundo más justo y más digno del hombre, avivada por la espera del tercer milenio ya a las puertas, no puede ignorar que los esfuerzos humanos de nada sirven si no están acompañados por la gracia divina: «Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores» (Sal 127, 1). Esto han de tenerlo en cuenta también todos aquellos que, en los últimos años, se plantean el problema de remodelar Europa, con el fin de ayudar al viejo continente a aprovechar la riqueza de su historia, alejarse de las tristes herencias del pasado y así, con una originalidad radicada en sus mejores tradiciones, responder a las exigencias del mundo que cambia.
No cabe duda de que, en la compleja historia de Europa, el cristianismo representa un elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre la base firme de la herencia clásica y de las numerosas aportaciones que han dado los diversos flujos étnicos y culturales que se han sucedido a lo largo de los siglos. La fe cristiana ha plasmado la cultura del continente y se ha entrelazado indisolublemente con su historia, hasta el punto de que ésta no se podría entender sin hacer referencia a las vicisitudes que han caracterizado, primero, el largo período de la evangelización y, después, tantos siglos en los que el cristianismo, a pesar de la dolorosa división entre Oriente y Occidente, se ha afirmado como la religión de los europeos. También en el período moderno y contemporáneo, cuando se ha ido fragmentando progresivamente la unidad religiosa, bien por las posteriores divisiones entre los cristianos, bien por los procesos que han alejado la cultura del horizonte de la fe, el papel de ésta ha seguido teniendo una importancia notable.
El camino hacia el futuro no puede relegar este dato, y los cristianos están llamados a tomar una renovada conciencia de todo ello para mostrar sus capacidades permanentes. Tienen el deber de dar una contribución específica a la construcción de Europa, que será tanto más válida y eficaz cuanto más capaces sean de renovarse a la luz del Evangelio. De este modo se harán continuadores de esa larga historia de santidad que ha impregnado las diversas regiones de Europa en el curso de estos dos milenios, en los cuales los santos oficialmente reconocidos son, en realidad, los casos más destacados, propuestos como modelos para todos. En efecto, son innumerables los cristianos que con su vida recta y honrada, animada por el amor a Dios y al prójimo, han alcanzado en las más variadas vocaciones, consagradas o laicas, una verdadera santidad, propagada por doquier, aunque de manera oculta.
2. La Iglesia no duda de que precisamente este tesoro de santidad es el secreto de su pasado y la esperanza de su futuro. En él es donde mejor se expresa el don de la Redención, gracias al cual el hombre es rescatado del pecado y recibe la posibilidad de la vida nueva en Cristo. También en él, el pueblo de Dios, peregrino en la historia, encuentra un apoyo incomparable, sintiéndose profundamente unido a la Iglesia gloriosa, que en el cielo canta las alabanzas del Cordero (cf. Ap 7, 9-10) mientras intercede por la comunidad que aún camina en la tierra. Por ello, ya desde los tiempos más antiguos, los santos han sido considerados por el pueblo de Dios como protectores y, siguiendo una praxis peculiar que ciertamente no es extraña al influjo del Espíritu Santo, las Iglesias particulares, las regiones e incluso los continentes se han confiado al particular patronazgo de algunos santos, a veces a petición de los fieles, acogida por los pastores o, en otros casos, por iniciativa de los pastores mismos.
En esta perspectiva, al celebrarse la segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, en la inminencia del gran jubileo del año 2000, he pensado que los cristianos europeos, que viven con todos sus conciudadanos un cambio de época rico de esperanza pero, a la vez, no exento de preocupaciones, pueden encontrar una ayuda espiritual en la contemplación y la invocación de algunos santos que, en cierto modo, son representativos de su historia. Por eso, tras las oportunas consultas, y completando lo que hice el 31 de diciembre de 1980 al proclamar copatronos de Europa, junto a san Benito, a dos santos del primer milenio, los hermanos Cirilo y Metodio, pioneros de la evangelización de Oriente, he decidido integrar en el grupo de los santos patronos tres figuras igualmente emblemáticas de momentos cruciales de este segundo milenio que está por concluir: santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz. Tres grandes santas, tres mujeres que, en diversas épocas dos en el corazón del Medioevo y una en nuestro siglo se han destacado por el amor generoso a la Iglesia de Cristo y el testimonio dado de su cruz.
3. Naturalmente, el panorama de la santidad es tan variado y rico que la elección de nuevos patronos celestes podría haberse orientado hacia otras dignísimas figuras que cada época y región pueden ofrecer. No obstante, considero particularmente significativa la opción por esta santidad de rostro femenino, en el marco de la tendencia providencial que, en la Iglesia y en la sociedad de nuestro tiempo, se ha venido afirmando, con un reconocimiento cada vez más claro de la dignidad y de los dones propios de la mujer.
En realidad, la Iglesia, desde sus albores, no ha dejado de reconocer el papel y la misión de la mujer, aun bajo la influencia, a veces, de los condicionamientos de una cultura que no siempre la tenía en la debida consideración. Sin embargo, la comunidad cristiana ha crecido cada vez más también en este aspecto y a ello ha contribuido precisamente de manera decisiva la presencia de la santidad. La imagen de María, la «mujer ideal», Madre de Cristo y de la Iglesia, ha sido un impulso constante en este sentido. Pero también la valentía de las mártires, que han afrontado con sorprendente fuerza de espíritu los más crueles tormentos, el testimonio de las mujeres comprometidas con radical ejemplaridad en la vida ascética, la dedicación cotidiana de tantas esposas y madres en esa «iglesia doméstica» que es la familia, así como los carismas de tantas místicas que han contribuido a la profundización de la teología, han ofrecido a la Iglesia una indicación preciosa para comprender plenamente el designio de Dios sobre la mujer. Este designio, por lo demás, se manifiesta inequívocamente ya en las páginas de la Escritura, especialmente en el testimonio de la actitud de Jesús que nos ofrece el Evangelio. En esta línea se sitúa también la opción de declarar copatronas de Europa a santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz.
Además, el motivo que ha orientado específicamente mi opción por estas tres santas se halla en su vida misma. En efecto, su santidad se expresó en circunstancias históricas y en el contexto de ámbitos «geográficos» que las hacen particularmente significativas para el continente europeo. Santa Brígida hace referencia al extremo norte de Europa, donde el continente casi se junta con las otras partes del mundo y de donde partió teniendo a Roma por destino. Catalina de Siena es también conocida por el papel desempeñado en un tiempo en el que el Sucesor de Pedro residía en Aviñón, poniendo término a una la- bor espiritual ya comenzada por Brígida, al hacerse promotora del retorno a su sede propia, junto a la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Por último, Teresa Benedicta de la Cruz, recientemente canonizada, no sólo transcurrió su existencia en diversos países de Europa, sino que con toda su vida de pensadora, mística y mártir, lanzó como un puente entre sus raíces judías y la adhesión a Cristo, moviéndose con segura intuición en el diálogo con el pensamiento filosófico contemporáneo y, en fin, proclamando con el martirio las razones de Dios y del hombre en la inmensa vergüenza de la «shoah». Se ha convertido así en la expresión de una peregrinación humana, cultural y religiosa que encarna el núcleo profundo de la tragedia y de las esperanzas del continente europeo.
4. La primera de estas tres grandes figuras, Brígida, nació en una familia aristocrática el año 1303 en Finsta, en la región sueca de Uppland. Es conocida sobre todo como mística y fundadora de la orden del Santísimo Salvador. Pero no se ha de olvidar que vivió la primera parte de su vida como una laica felizmente casada con un cristiano piadoso, con el que tuvo ocho hijos. Al proponerla como patrona de Europa, pretendo que la sientan cercana no solamente quienes han recibido la vocación a una vida de especial consagración, sino también aquellos que han sido llamados a las ocupaciones ordinarias de la vida laical en el mundo y, sobre todo, a la alta y difícil vocación de formar una familia cristiana. Sin dejarse seducir por las condiciones de bienestar de su clase social, vivió con su marido Ulf una experiencia de matrimonio en la que el amor conyugal se conjugaba con la oración intensa, el estudio de la sagrada Escritura, la mortificación y la caridad. Juntos fundaron un pequeño hospital, donde asistían frecuentemente a los enfermos. Brígida, además, solía servir personalmente a los pobres. Al mismo tiempo, fue apreciada por sus dotes pedagógicas, que tuvo ocasión de desarrollar durante el tiempo en que se solicitaron sus servicios en la corte de Estocolmo. Esta experiencia hizo madurar los consejos que daría en diversas ocasiones a príncipes y soberanos para el correcto desempeño de sus tareas. Pero los primeros en beneficiarse de ello fueron, como es obvio, sus hijos, y no es casualidad que una de sus hijas, Catalina, sea venerada como santa.
Este período de su vida familiar fue sólo una primera etapa. La peregrinación que hizo con su marido Ulf a Santiago de Compostela en 1341 cerró simbólicamente esta fase, preparando a Brígida para su nueva vida, que comenzó algunos años después, cuando, a la muerte de su esposo, oyó la voz de Cristo que le confiaba una nueva misión, guiándola paso a paso con una serie de gracias místicas extraordinarias.
5. Brígida, dejando Suecia en 1349, se estableció en Roma, sede del Sucesor de Pedro. El traslado a Italia fue una etapa decisiva para ampliar los horizontes, no sólo geográficos y culturales, sino sobre todo espirituales de su mente y su corazón. Muchos lugares de Italia la vieron, aún peregrina, deseosa de venerar las reliquias de los santos. De este modo visitó Milán, Pavía, Asís, Ortona, Bari, Benevento, Pozzuoli, Nápoles, Salerno, Amalfi o el santuario de San Miguel Arcángel en el monte Gargano. La última peregrinación, realizada entre 1371 y 1372, la llevó a cruzar el Mediterráneo, en dirección a Tierra Santa, lo que le permitió abrazar espiritualmente, además de tantos lugares sagrados de la Europa católica, las fuentes mismas del cristianismo en los lugares santificados por la vida y la muerte del Redentor.
En realidad, más aún que con este devoto peregrinar, Brígida se hizo partícipe de la construcción de la comunidad eclesial con el sentido profundo del misterio de Cristo y de la Iglesia, en un momento ciertamente crítico de su historia. En efecto, la íntima unión con Cristo fue acompañada de especiales carismas de revelación, que hicieron de ella un punto de referencia para muchas personas de la Iglesia de su tiempo. En Brígida se observa la fuerza de la profecía. A veces, su tono parece un eco del de los antiguos profetas. Habla con seguridad a príncipes y pontífices, desvelando los designios de Dios sobre los acontecimientos históricos. No escatima severas amonestaciones también en lo referente a la reforma moral del pueblo cristiano y del clero mismo (cf. Revelationes, IV, 49; también IV, 5). Algunos aspectos de su extraordinaria producción mística suscitaron en aquel tiempo dudas razonables, sobre las que se realizó un discernimiento eclesial, remitiéndose a la única revelación pública, que tiene su plenitud en Cristo y su expresión normativa en la sagrada Escritura. En efecto, tampoco las experiencias de los grandes santos están exentas de los límites inherentes a la recepción humana de la voz de Dios.
No hay duda, sin embargo, de que al reconocer la santidad de Brígida, la Iglesia, aunque no se pronuncia sobre cada una de las revelaciones que tuvo, ha acogido la autenticidad global de su experiencia interior. Aparece así como un testimonio significativo del lugar que puede tener en la Iglesia el carisma vivido en plena docilidad al Espíritu de Dios y en total conformidad con las exigencias de la comunión eclesial. Por eso, al haberse separado de la comunión plena con la sede de Roma las tierras escandinavas, patria de Brígida, durante las tristes vicisitudes del siglo XVI, la figura de la santa sueca representa un precioso «vínculo» ecuménico, reforzado también por el compromiso en este sentido llevado a cabo por su orden.
6. Poco posterior es la otra gran figura de mujer, santa Catalina de Siena, cuyo papel en el desarrollo de la historia de la Iglesia y en la profundización doctrinal misma del mensaje revelado ha obtenido significativos reconocimientos, que han llegado hasta la atribución del título de doctora de la Iglesia.
Nacida en Siena en 1347, fue favorecida desde la primera infancia por gracias extraordinarias, que le permitieron recorrer, sobre la senda espiritual trazada por santo Domingo, un rápido camino de perfección entre oración, austeridad y obras de caridad. Tenía veinte años cuando Cristo le manifestó su predilección a través del símbolo místico del anillo nupcial. Era la culminación de una intimidad madurada en lo escondido y en la contemplación, gracias a su constante permanencia, incluso fuera de las paredes del monasterio, en aquella morada espiritual que ella gustaba llamar la «celda interior». El silencio de esta celda, haciéndola docilísima a las inspiraciones divinas, pudo compaginarse bien pronto con una actividad apostólica extraordinaria. Muchos, incluso clérigos, se reunieron en torno a ella como discípulos, reconociéndole el don de una maternidad espiritual. Sus cartas se propagaron por Italia y hasta por Europa entera. En efecto, la joven sienesa entró con paso seguro y palabras ardientes en el corazón de los problemas eclesiales y sociales de su época.
Catalina fue incansable en el empeño que puso en la solución de muchos conflictos que laceraban la sociedad de su tiempo. Su obra pacificadora llegó a soberanos europeos como Carlos V de Francia, Carlos de Durazzo, Isabel de Hungría, Luis el Grande de Hungría y de Polonia, y Juana de Nápoles. Fue significativa su actividad para reconciliar Florencia con el Papa. Señalando a los contendientes a «Cristo crucificado y a María dulce», hacía ver que, para una sociedad inspirada en los valores cristianos, nunca podía darse un motivo de contienda tan grave que indujera a recurrir a la razón de las armas en vez de a las armas de la razón.
7. Catalina, no obstante, sabía bien que no se podía llegar con eficacia a esta conclusión si antes no se forjaban los ánimos con el vigor del Evangelio. De aquí la urgencia de la reforma de las costumbres, que ella proponía a todos sin excepción. A los reyes les recordaba que no podían gobernar como si el reino fuese una «propiedad» suya, sino que, conscientes de tener que rendir cuentas a Dios de la gestión del poder, debían más bien asumir la tarea de mantener en él «la santa y verdadera justicia», haciéndose «padres de los pobres» (cf. Carta n. 235 al rey de Francia). En efecto, el ejercicio de la soberanía no podía disociarse del de la caridad, que es a la vez alma de la vida personal y de la responsabilidad política (cf. Carta n. 357 al rey de Hungría).
Con esta misma fuerza se dirigía a los eclesiásticos de todos los rangos para pedir la más rigurosa coherencia en su vida y en su ministerio pastoral. Impresiona el tono libre, vigoroso y tajante con el que amonestaba a sacerdotes, obispos y cardenales. Era preciso decía arrancar del jardín de la Iglesia las plantas podridas sustituyéndolas con «plantas nuevas», frescas y fragantes. La santa sienesa, apoyándose en su intimidad con Cristo, no tenía reparo en señalar con franqueza incluso al Pontífice mismo, al cual amaba tiernamente como «dulce Cristo en la tierra», la voluntad de Dios, que le imponía librarse de los titubeos dictados por la prudencia terrena y por los intereses mundanos para regresar de Aviñón a Roma.
Con igual ardor, Catalina se esforzó después en evitar las divisiones que se produjeron en la elección papal que sucedió a la muerte de Gregorio XI. También en aquel episodio recurrió, una vez más, a las razones irrenunciables de la comunión. Éste era el valor ideal supremo que había inspirado toda su vida, desviviéndose sin reserva en favor de la Iglesia. Lo dirá ella misma a sus hijos espirituales en el lecho de muerte: «Tened por cierto, queridísimos, que he dado la vida por la santa Iglesia» (Beato Ramón de Capua, Vida de santa Catalina de Siena, Lib. III, c. IV).
8. Con Edith Stein santa Teresa Benedicta de la Cruz nos encontramos en un ambiente sociocultural completamente distinto. En efecto, ella nos introduce en el corazón de nuestro siglo convulso, señalando las esperanzas que ha despertado, pero también las contradicciones y los fracasos que lo han caracterizado. Edith no proviene, como Brígida y Catalina, de una familia cristiana. En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la «peregrinación» existencial. Aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz.
Nació en 1891, en una familia judía de Breslau, por entonces territorio alemán. El interés desarrollado por la filosofía y el abandono de la práctica religiosa en la que, no obstante, había sido iniciada por su madre, más que un camino de santidad hacían presagiar una vida bajo el signo del puro «racionalismo». Pero la gracia la esperaba precisamente en las sinuosidades del pensamiento filosófico: orientada en la línea de la corriente fenomenológica, supo tomar de ella la exigencia de una realidad objetiva que, lejos de reducirse al sujeto, lo precede y establece el grado de conocimiento, debiendo ser examinada con un riguroso esfuerzo de objetividad. Es preciso ponerse a la escucha de la realidad, captándola sobre todo en el ser humano por esa capacidad de «empatía» palabra que tanto le gustaba que permite en cierta medida hacer propia la experiencia del otro (cf. E. Stein, El problema de la empatía).
En esta tensión de la escucha fue donde ella se encontró, por un lado, con los testimonios de la experiencia espiritual cristiana ofrecidos por santa Teresa de Jesús y otros grandes místicos, de los cuales se convirtió en discípula e imitadora, y por otro, con la antigua tradición del pensamiento cristiano consolidada en el tomismo. Por este camino llegó primero al bautismo y después a la opción por la vida contemplativa en la orden carmelita. Todo se desarrolló en el marco de un itinerario existencial más bien convulso, marcado, además de por la búsqueda interior, por el compromiso de estudio y de enseñanza que desempeñó con admirable dedicación. Para su tiempo, es particularmente apreciable su militancia en favor de la promoción social de la mujer, y resultan verdaderamente penetrantes las páginas en las que ha explorado la riqueza de la femineidad y la misión de la mujer desde el punto de vista humano y religioso (cf. E. Stein, La mujer. Su misión según la naturaleza y la gracia).
9. El encuentro con el cristianismo no la llevó a renegar de sus raíces judías, sino que más bien se las hizo redescubrir en plenitud. No obstante, esto no la libró de la incomprensión por parte de sus familiares. El desacuerdo de su madre, sobre todo, le causó un dolor indecible. En realidad, todo su camino de perfección cristiana se desarrolló bajo el signo no sólo de la solidaridad humana con su pueblo de origen, sino también de una auténtica participación espiritual en la vocación de los hijos de Abraham, marcados por el misterio de la llamada y de los «dones irrevocables» de Dios (cf. Rm 11, 29).
En particular, Edith hizo suyo el sufrimiento del pueblo judío a medida que éste se agudizó en la feroz persecución nazi, que sigue siendo, junto a otras graves expresiones del totalitarismo, una de las manchas más negras y vergonzosas de la Europa de nuestro siglo. Sintió entonces que en el exterminio sistemático de los judíos se cargaba la cruz de Cristo sobre su pueblo, y vivió como una participación personal en ella su deportación y ejecución en el tristemente famoso campo de Auschwitz-Birkenau. Su grito se funde con el de todas las víctimas de aquella inmensa tragedia, pero unido al grito de Cristo, que asegura al sufrimiento humano una misteriosa y perenne fecundidad. Su imagen de santidad queda para siempre vinculada al drama de su muerte violenta, junto a la de tantos otros que la padecieron con ella. Y permanece como anuncio del evangelio de la cruz, con el que quiso identificarse en su mismo nombre de religiosa.
Contemplamos hoy a Teresa Benedicta de la Cruz, reconociendo en su testimonio de víctima inocente, por una parte, la imitación del Cordero inmolado y la protesta contra todas las violaciones de los derechos fundamentales de la persona y, por otra, una señal de ese renovado encuentro entre judíos y cristianos que, en la línea deseada por el concilio Vaticano II, está conociendo una prometedora fase de apertura recíproca. Declarar hoy a Edith Stein copatrona de Europa significa poner en el horizonte del viejo continente una bandera de respeto, de tolerancia y de acogida que invita a hombres y mujeres a comprenderse y a aceptarse, más allá de las diversidades étnicas, culturales y religiosas, para formar una sociedad verdaderamente fraterna.
10. Crezca, pues, Europa. Crezca como Europa del espíritu, en la línea de su mejor historia, que precisamente tiene en la santidad su más alta expresión. La unidad del continente, que está madurando progresivamente en las conciencias y definiéndose cada vez más netamente también en el ámbito político, implica ciertamente una perspectiva de gran esperanza. Los europeos están llamados a dejar atrás definitivamente las rivalidades históricas que han convertido frecuentemente su continente en teatro de guerras devastadoras. Al mismo tiempo, deben esforzarse por crear las condiciones de una mayor cohesión y colaboración entre los pueblos. Tienen ante sí el gran desafío de construir una cultura y una ética de la unidad, sin las cuales cualquier polí- tica de la unidad está destinada a naufragar antes o después.
Para edificar la nueva Europa sobre bases sólidas, no basta ciertamente apoyarse en los meros intereses económicos, que, si unas veces aglutinan, otras dividen; es necesario hacer hincapié más bien sobre los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de cada hombre. Una Europa que confundiera el valor de la tolerancia y del respeto universal con el indiferentismo ético y el escepticismo sobre los valores irrenunciables, se embarcaría en una de las más arriesgadas aventuras y, tarde o temprano, vería retornar bajo nuevas formas los espectros más temibles de su historia.
El papel del cristianismo, que indica incansablemente el horizonte ideal, se presenta una vez más como vital para evitar esta amenaza. También a la luz de los múltiples puntos de encuentro con otras religiones, reconocido por el concilio Vaticano II (cf. Nostra aetate), se ha de subrayar con fuerza que la apertura a lo Trascendente es una dimensión vital de la existencia. Por tanto, es esencial un renovado compromiso de testimonio por parte de todos los cristianos presentes en las diversas naciones del continente. Ellos son los que han de alimentar la esperanza de una salvación plena, mediante el anuncio que les es propio, el del Evangelio, esto es, la «buena noticia» de que Dios se ha hecho cercano a nosotros y, en su Hijo Jesucristo, nos ha ofrecido la redención y la plenitud de la vida divina. Por el Espíritu Santo que nos ha sido dado, podemos elevar a Dios nuestra mirada e invocarlo con el dulce nombre de «Abbá», ¡Padre! (cf. Rm 8, 15; Ga 4, 6).
11. Precisamente este anuncio de esperanza es lo que he querido afianzar al indicar, en perspectiva «europea», una renovada devoción a estas tres grandes figuras de mujeres que, en épocas diversas, han dado una aportación tan significativa, no sólo para el crecimiento de la Iglesia, sino también de la sociedad misma.
Por esa comunión de los santos que une misteriosamente la Iglesia terrena con la celeste, ellas se hacen cargo de nosotros en su perenne intercesión ante el trono de Dios. Al mismo tiempo, la invocación más intensa y la referencia más asidua y atenta a sus palabras y ejemplos despertarán en nosotros una conciencia más aguda de nuestra común vocación a la santidad, impulsándonos a consecuentes propósitos de un compromiso más generoso.
Por tanto, después de una madura consideración, en virtud de mi potestad apostólica, establezco y declaro copatronas celestes de toda Europa ante Dios a santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, concediendo todos los honores y privilegios litúrgicos que les competen según el derecho de los patronos principales del lugar.
Gloria a la santísima Trinidad, que resplandece de manera singular en su vida y en la de todos los santos. Que la paz esté con los hombres de buena voluntad, en Europa y en el mundo entero.
Roma, junto a San Pedro, día 1 de octubre del año 1999, vigésimo primero de mi pontificado.
JUAN PABLO II
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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN
PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD JUDÍA
Museo de la catedral de Maguncia
Lunes 17 de noviembre de 1980
¡Shalom!
¡Estimados señores, queridos hermanos!
Os agradezco estas amables y sinceras palabras de saludo. Este encuentro era algo que llevaba muy metido en el corazón dentro del marco de este viaje apostólico, y os agradezco que hayáis aceptado mi deseo. ¡La bendición de Dios venga sobre esta hora!
1. Si los cristianos consideran a todos los hombres como hermanos y se deben comportar según esta apreciación, cuánto más vale este sagrado deber cuando se encuentran con quienes pertenecen al pueblo judío. En la "Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con el Judaísmo", los obispos de la República Federal Alemana han puesto como encabezamiento esta frase: "Quien se encuentra con Jesucristo, se encuentra con el Judaísmo". Querría hacer mía también esta expresión. La fe de la Iglesia en Jesucristo, hijo de David e hijo de Abraham (cf. Mt 1, 1), contiene de hecho lo que los obispos llaman en esta Declaración "la herencia espiritual de Israel para la Iglesia" (parte II), una herencia viva que debe ser comprendida y conservada por nosotros, cristianos católicos, en toda su profundidad y riqueza.
2. Las concretas relaciones de fraternidad entre judíos y católicos en Alemania adquieren un valor enteramente especial en el oscuro trasfondo de la persecución y exterminio del judaísmo intentado en este país. Las víctimas inocentes en Alemania y en otras partes, las familias deshechas y dispersas, los valores culturales y los tesoros artísticos aniquilados para siempre, son una trágica demostración del extremo a que pueden conducir la discriminación y el desprecio de la dignidad humana, ante todo si están animados por perversas teorías sobre una supuesta diferente dignidad de las razas y sobre la clasificación de los hombres entre los que valen y merecen la vida, y los que no valen y no merecen la vida. Ante Dios todos los hombres tienen el mismo valor y todos son igualmente importantes.
En conformidad con este espíritu, procuraron también algunos cristianos durante la persecución, frecuentemente con peligro de sus vidas, impedir o aliviar los sufrimientos de sus hermanos judíos. A ellos en esta hora quisiera expresarles mi reconocimiento y gratitud. Como también a aquellos que, como cristianos, afirmando a la vez su pertenencia al pueblo judío, acompañaron hasta el fin a sus hermanos y hermanas por el camino del sufrimiento, como la gran Edith Stein, llamada en religión Teresa Benedicta de la Cruz, cuya memoria se tiene justamente en alta estima.
Quisiera mencionar también a Franz Rosenzweig y a Martin Buber, quienes a través de su creativa producción en lengua hebrea y alemana, han logrado construir un estupendo puente en orden a un más profundo encuentro de ambos campos culturales.
Ustedes mismos han puesto de relieve en su discurso de bienvenida que con múltiples iniciativas, los católicos y la Iglesia han dado una aportación decisiva al establecimiento en este país de una nueva convivencia con los conciudadanos judíos. Este reconocimiento y la necesaria colaboración de ustedes, me llena de alegría. Por mi parte, quisiera expresar también mi admiración agradecida por las pertinentes iniciativas de ustedes, incluida la reciente fundación de vuestro Instituto Superior de Enseñanza en Heidelberg.
3. La profundidad y riqueza de nuestra común herencia se nos revelan especialmente en el diálogo lleno de buena voluntad y en la colaboración plenamente confiada. Me alegro de que se tome conciencia de todo esto en este país y se procure eficazmente. Muchas iniciativas públicas y privadas en el campo pastoral, académico y social sirven a este propósito, incluso en ocasiones muy solemnes, como el reciente Katolikentag en Berlín. Un signo esperanzador fue también la sesión del Comité Internacional de contacto entre la Iglesia católica y el judaísmo, que tuvo lugar el año pasado en Ratisbona. En todo esto no se trata solamente de rectificar una falsa concepción religiosa del pueblo judío, que ha sido en parte causa de malentendidos y persecuciones en el curso de la historia, sino ante todo, del diálogo entre las dos religiones, que con el Islam debían dar al mundo la fe en el único, inefable Dios que nos interpela, y se proponen servirle en representación de todo el mundo.
La primera dimensión de este diálogo, esto es, el encuentro entre el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue rechazada, por Dios, y el de la Nueva, es asimismo un diálogo interior a la Iglesia misma, como si fuera entre la primera y segunda parte de nuestra Biblia. A esto se refieren las orientaciones para la aplicación de la Declaración conciliar Nostra aetate (núm. 4): "Se debe hacer un esfuerzo para comprender mejor lo que en el Antiguo Testamento conserva su valor propio y perenne, porque este valor no ha sido anulado por la posterior interpretación del Nuevo Testamento, que le da su significado pleno, de tal manera, que se dé una mutua iluminación y clarificación" (II).
Una segunda dimensión de nuestro diálogo -la verdadera y central es el encuentro entre las actuales Iglesias cristianas y el actual pueblo de la Alianza concluida con Moisés. A esto se refiere el "que los cristianos según las orientaciones postconciliares procuren entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa del judaísmo, y capten los rasgos esenciales con que los judíos se definen a si mismos a la luz de su actual realidad religiosa" (Introducción). El camino para llegar a este conocimiento mutuo es el diálogo. Os agradezco, estimados hermanos, que también vosotros lo llevéis adelante con "aquella apertura y grandeza de ánimo", con aquel "tacto" y con aquella "prudencia", que a nosotros los católicos nos son encarecidos por las mencionadas Orientaciones (I). Un fruto de tal diálogo y a la vez una orientación para su provechosa prosecución es la Declaración, mencionada al principio, de los obispos alemanes "Sobre la Relación de la Iglesia con el judaísmo", de abril de este año. Es mi ardiente deseo que esta Declaración llegue a ser bien espiritual de todos los católicos en Alemania.
Aún quisiera hablar brevemente sobre una tercera dimensión de nuestro diálogo. Los obispos alemanes dedican el capítulo final de su Declaración al cometido que tenemos en común, judíos y cristianos están llamados como hijos de Abraham a ser bendición para el mundo (cf. Gén 12, 2, s.), en cuanto se dedican conjuntamente a la paz y la justicia entre todos los hombres, y por cierto con la plenitud y profundidad que Dios mismo les atribuye para nosotros, y con la disposición para el sacrificio, que tan alta misión puede exigir. Cuanto más marcado esté nuestro encuentro por este sagrado deber, tanto más redundará en bendición también para nosotros mismos.
4. A la luz de esta promesa y vocación abrahamíticas quiero mirar con ustedes el destino y papel de vuestro pueblo entre los pueblos. Con gusto oro con ustedes por la plenitud de la Shalom para todos vuestros hermanos de fe y pueblo, así como también para aquella tierra que todos los judíos contemplan con espacial veneración. A nuestro siglo tocó vivir el primer viaje de peregrinación de un Papa a Tierra Santa. Quisiera acabar repitiendo las palabras de Pablo VI al entrar en Jerusalén: "Implorad con nosotros en vuestras ansias y oraciones la armonía y la paz para esta tierra singular visitada por Dios. Pidamos juntos aquí la gracia de una verdadera y profunda fraternidad entre todos los hombres, entre todos los pueblos... Sean dichosos quienes te aman. ¡La paz habite dentro de tus muros, la prosperidad en tus palacios. Te deseo la paz, te deseo la dicha!" (cf. Sal 122, 6-9).
Ojalá pronto todos los pueblos sean reconciliados en Jerusalén y bendecidos en Abraham. El, el inefable, del que nos habla su creación; El, que no fuerza, sino que conduce la humanidad que creó hacia el bien; El, que se revela y a la vez calla en nuestro destino; El, que nos ha elegido para todos como su pueblo; El nos conduzca por sus caminos hacia el futuro que nos reserva.
Sea ensalzado su nombre. Amén.
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BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Miércoles 11 de agosto de 2010
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20100811.html
El martirio
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en la liturgia recordamos a santa Clara de Asís, fundadora de las clarisas, luminosa figura de la cual hablaré en una de las próximas catequesis. Pero esta semana como ya anticipé en el Ángelus del domingo pasado recordamos también a algunos santos mártires de los primeros siglos de la Iglesia, como san Lorenzo, diácono; san Ponciano, Papa; y san Hipólito, sacerdote; y a santos mártires de un tiempo más cercano a nosotros, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, patrona de Europa; y san Maximiliano María Kolbe. Quiero ahora detenerme brevemente a hablar sobre el martirio, forma de amor total a Dios.
¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue nos dice no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).
Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2 Co 12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, como dije el miércoles pasado, probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo. Por intercesión de los santos y de los mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como él nos ha amado a cada uno de nosotros.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española. En particular a los grupos de fieles venidos de España, México y otros Países Latinoamericanos. Queridos hermanos: Dios nos llama a todos a la santidad. Nos llama a seguir más de cerca de Cristo, esforzándonos en transformar este mundo con la fuerza del amor a Dios y a los hermanos. Fijándonos en el ejemplo de los santos y los mártires, pidamos al Señor que inflame nuestros corazones, para que seamos capaces de amar como Él nos ha amado. Que Dios os bendiga.
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BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Domingo 8 de agosto de 2010
http://mobile.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2010/documents/hf_ben-xvi_ang_20100808.html
Queridos hermanos y hermanas:
En el pasaje evangélico de este domingo prosigue el discurso de Jesús a los discípulos sobre el valor de la persona a los ojos de Dios y sobre la inutilidad de las preocupaciones terrenas. No se trata de un elogio al desinterés. Es más, al escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Lc 12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe salvi, 2). Como leemos en el pasaje de la carta a los Hebreos en la liturgia de hoy, Abraham se adentra con corazón confiado en la esperanza que Dios le abre: la promesa de una tierra y de una «descendencia numerosa», y sale «sin saber a dónde iba», confiando sólo en Dios (cf. 11, 8-12). Y Jesús en el Evangelio de hoy mediante tres parábolas ilustra cómo la espera del cumplimiento de la «bienaventurada esperanza», su venida, debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla» (Lc 12, 33). Se trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor: como escribe sintéticamente Romano Guardini, «en la forma de una relación: a partir de Dios, con vistas a Dios» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 44).
Al respecto, deseo llamar la atención hacia algunos santos que celebraremos esta semana y que plantearon su vida precisamente a partir de Dios y con vistas a Dios. Hoy recordamos a santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominicana en el siglo XIII, que lleva a cabo la misión de instruir a la sociedad sobre las verdades de fe, preparándose con el estudio y la oración. En la misma época, santa Clara de Asís a quien recordaremos el miércoles próximo, prosiguiendo la obra franciscana, fundó la Orden de las Clarisas. El 10 de agosto recordaremos al diácono san Lorenzo, mártir del siglo III, cuyas reliquias se veneran en Roma en la basílica de San Lorenzo extramuros. Por último, haremos memoria de otros dos mártires del siglo XX que compartieron el mismo destino en Auschwitz. El 9 de agosto recordaremos a la santa carmelita Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, y el 14 de agosto al sacerdote franciscano san Maximiliano María Kolbe, fundador de la Milicia de María Inmaculada. Ambos atravesaron el oscuro tiempo de la segunda guerra mundial, sin perder nunca de vista la esperanza, el Dios de la vida y del amor.
Confiemos en el apoyo materno de la Virgen María, Reina de los santos, que comparte amorosamente nuestra peregrinación. A ella dirijamos nuestra oración.
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www.philosophica.info/voces/stein/Stein.html
A) Obras de Edith Stein
Edith Stein - Gesamtausgabe, Herder, Freiburg im Breisgau 2000- (publicados hasta ahora 24 de los 26 volúmenes previstos).
Obras completas / Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith
Stein); bajo la dirección de Julen Urkiza y Francisco Javier
Sancho, Espiritualidad - Monte Carmelo - El Carmen, Madrid -
Burgos -Vitoria, 2002-2007 (5 vols.):
I: Escritos autobiográficos y cartas, 2002.
II: Escritos filosóficos: etapa fenomenológica, 1915-1920,
2005.
III: Escritos filosóficos: etapa de pensamiento cristiano,
1921-1936, 2007.
IV: Escritos antropológicos y pedagógicos: magisterio de
vida cristiana, 1926-1933, 2003.
V: Escritos espirituales: en el Carmelo Teresiano, 1933-1942,
2004.
B) Obras citadas de Edith Stein
C) Obras sobre Edith Stein
Beckmann, B., Gerl-Falkovitz, H.-B., Edith Stein: Themen, Bezüge, Dokumente, Königshausen & Neumann, Würzburg 2003.
, Die unbekannte Edith Stein: Phänomenologie und Sozialphilosophie, Peter Lang, Frankfurt 2006.
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¿Cómo citar esta voz?
La enciclopedia mantiene un archivo dividido por años, en el que se conservan tanto la versión inicial de cada voz, como sus eventuales actualizaciones a lo largo del tiempo. Al momento de citar, conviene hacer referencia al ejemplar de archivo que corresponde al estado de la voz en el momento en el que se ha sido consultada. Por esta razón, sugerimos el siguiente modo de citar, que contiene los datos editoriales necesarios para la atribución de la obra a sus autores y su consulta, tal y como se encontraba en la red en el momento en que fue consultada:
Ferrer Santos, Urbano, Edith Stein, en Fernández Labastida, Francisco Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2011/voces/stein/Stein.html
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Digital Object Identifier (DOI): 10.17421/2035_8326_2011_UFS_1-1
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http://edithstein.uc.cl/enlaces-relacionados.html
Edith Stein Archiv
Archivo de Edith Stein en Colonia (Alemania). Incluye los 27
volúmenes de la colección ESGA en linea.
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Edith Stein Archief
Archivo Edith Stein en Echt (Países Bajos).
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Karmel Maria vom Frieden
Carmelo "María de la Paz" en Colonia (Alemania).
www.karmelitinnen-koeln.de
Edith Stein Circle (IASPES)
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Stein
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Edith Stein Gesellschaft Österreich
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