...INDEX..
La homosexualidad salió de la lista de enfermedades mentales por presiones políticas
Nicholas Cummings, expresidente de la Asociación psiquiátrica americana y responsable de sacar la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, reconoce que se cedió a las presiones por encima de la ciencia.
InfoCatólica 10.07.2017 La homosexualidad salió de la lista de enfermedades mentales por presiones políticas lo reconoce el expresidente de la Asociación psiquiátrica americana
Ver también La homosexualidad no es lo que era, por César Vidal (Libertad Digital)
(Actuall/InfoCatólica) Nicholas Cummings fue presidente de la Asociación psiquiátrica americana (APA) entre el año 1979 y 1980, pero pertenecía a su consejo desde principios de los años 70 del pasado siglo.
Fue el encargado de hacer la propuesta para sacar la homosexualidad de la listade enfermedades mentales, aunque años después reconoce que se hizo por motivos políticos.
En concreto, Cummings sostenía que la homosexualidad no se trataba de una enfermedad mental, pero sí caracterológica e instó a sus colegas a realizar cuantas investigaciones científicas fueran necesarias para corroborar o modificar esa resolución.
Según narra Cummmings en una entrevista, reclamó que hubiera una votación «para continuar investigando y mostrar lo que la investigación demostrara».
Sin embargo, denunciaba, «esta investigación abierta e imparcial nunca fue realizada», contradiciendo así la aplicación del llamado Principio de Leona Tyler, expresidenta de esta organización.
Este principio supone que la asociación no debía pronunciarse sobre ningún asunto de forma pública hasta que dicha declaración no fuera sustentada por una evidencia científica que lo demostrara. En el caso de la desclasificación de la homosexualidad no ocurrió así.
Cummings considera que «la persona es la que decide lo que quiere hacer con su orientación [sexual]» y no se opone a la equiparación del matrimonio a las uniones del mismo sexo, pero critica la intolerancia y la imposición de los grupos de presión LGTBI.
«Respeto el derecho a no estar de acuerdo. Y eso no está permitido. Sólo se está oyendo un lado del asunto», incide Cummings sobre la intolerancia.
En especial, desde los años 80 cuando «el Principio de Leona Tyler fue completamente olvidado» y «las instancias políticas parecían anular cualquier resultado científico».
Este cambio lo explica Cummings porque «se convirtió en un asunto de derechos civiles en vez de ser un asunto científico».
Catecismo de la Iglesia Católica
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
---------------------------------------
Alejandro Galván 10/07/17 1:25 PM
http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=29881
Si se lee la fuente original (actividad sumamente en desuso), nos
encontramos con el "Principio de Leona Tyler". Este
principio supone que la asociación [Asociación
psiquiátrica americana (APA)] no debía pronunciarse
sobre ningún asunto de forma pública hasta que dicha
declaración no fuera sustentada por una evidencia científica
que lo demostrara.
Que la homosexualidad estuviera incluida en la lista SI se basaba
en un principio científico: el CONSENSO CIENTÍFICO (desde antes
del DSM-I 1952 [hasta 1973]
hasta el DSM-III-R de 1987). Por ello, para
eliminarla se necesitaba un principio científico, como es la
política de la Asociación, según el principio Leona Tyler.
Pero esta evidencia científica no se dió, fue un movimiento
político. Lo dice claro la entrevista, es sólo leerla.
----------------------------------------
La homosexualidad no es lo que era
César Vidal 2002-11-15 LD http://www.libertaddigital.com/opinion/ideas/la-homosexualidad-no-es-lo-que-era-1275323365.html
En 1973, en contra de una extendida opinión psiquiátrica, la Asociación psiquiátrica americana (APA) excluyó la homosexualidad de los trastornos psicológicos contemplados en el DSM-III. La decisión fue calurosamente aplaudida por los grupos de presión gays como la liberación de un estigma e incluso como un acto de justicia histórico.
Partiendo de una visión que consideraba como
natural el comportamiento heterosexual que meramente en
términos estadísticos es de una incidencia muy superior
la psiquiatría incluiría desde el principio la
inclinación homosexual y no sólo los
actos como sucedía con los juicios teológicos
entre las enfermedades que podían y debían ser tratadas.
Richard von Kraft-Ebing, uno de los padres de la moderna
psiquiatría del que Freud se reconocía tributario, la
consideró incluso como una enfermedad degenerativa en su Psychopatia
Sexualis. De manera no tan difícil de comprender,
ni siquiera la llegada del psicoanálisis variaría ese juicio.
Es cierto que Freud escribiría en 1935 una compasiva carta a la
madre norteamericana de un homosexual en la que le aseguraba que
la homosexualidad con seguridad no es una ventaja, pero
tampoco es algo de lo que avergonzarse, ni un vicio, ni una
degradación, ni puede ser clasificado como una enfermedad.
Sin embargo, sus trabajos científicos resultan menos
halagüeños no sólo para las prácticas sino incluso para la
mera condición de homosexual. Por ejemplo, en sus Tres
ensayos sobre la teoría de la sexualidad, Freud
incluyó la homosexualidad entre las perversiones o
aberraciones sexuales, por usar sus
términos, de la misma manera que el fetichismo del cabello y el
pie o las prácticas sádicas o masoquistas. A juicio de Freud,
la homosexualidad era una manifestación de falta de desarrollo
sexual y psicológico que se traducía en fijar a la persona en
un comportamiento previo a la madurez heterosexual.
En un sentido similar, e incluso con matices de mayor dureza, se
pronunciaron también los otros grandes popes del psicoanálisis,
Adler y Jung. Los
psicoanalistas posteriores no sólo no modificaron estos juicios
sino que incluso los acentuaron a la vez que aplicaban
tratamientos considerados curativos contra la inclinación
homosexual. En los años cuarenta del siglo XX, por ejemplo, Sandor
Rado sostuvo que la homosexualidad era un trastorno
fóbico hacia las personas del sexo contrario, lo que la
convertía en susceptible de ser tratada como otras fobias. Bieber
y otros psiquiatras, ya en los años sesenta, partiendo del
análisis derivado de trabajar con un considerable número de
pacientes homosexuales, afirmaron que la homosexualidad era un
trastorno psicológico derivado de relaciones familiares
patológicas durante el período edípico. Charles
Socarides en esa misma década y en la siguiente
de hecho hasta el día de hoy defendía, por el
contrario, la tesis de que la homosexualidad se originaba en una
época pre-edípica y que por lo tanto resultaba mucho
más patológica de lo que se había pensado hasta
entonces. Socarides es una especie de bestia negra del movimiento
gay hasta el día de hoy pero resulta difícil pensar en alguien
que en el campo de la psiquiatría haya estudiado más minuciosa
y exhaustivamente la cuestión homosexual. Curiosamente, la
relativización de esos juicios médicos procedió no del campo
de la psiquiatría sino de personajes procedentes de ciencias
como la zoología (Alfred C. Kinsey) cuyas tesis fueron
frontalmente negadas por la ciencia psiquiátrica.
De manera comprensible y partiendo de estos antecedentes, el DSM
(Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders)
incluía la homosexualidad en el listado de desórdenes
mentales. Sin embargo, en 1973 la homosexualidad fue
extraída del DSM en medio de lo que el congresista
norteamericano W. Dannemeyer denominaría una de las
narraciones más deprimentes en los anales de la medicina
moderna. El episodio ha sido relatado ampliamente por uno
de sus protagonistas, Ronald Bayer, conocido
simpatizante de la causa gay, y ciertamente constituye un ejemplo
notable de cómo la militancia política puede interferir en el
discurso científico modelándolo y alterándolo. Según el
testimonio de Bayer, dado que la convención de la Asociación
psiquiátrica americana (APA) de 1970
iba a celebrarse en San Francisco, distintos dirigentes
homosexuales acordaron realizar un ataque concertado contra esta
entidad. Se iba a llevar así a cabo el primer esfuerzo
sistemático para trastornar las reuniones anuales de la
APA. Cuando Irving Bieber, una famosa
autoridad en transexualismo y homosexualidad, estaba realizando
un seminario sobre el tema, un grupo de activistas gays irrumpió
en el recinto para oponerse a su exposición. Mientras se reían
de sus palabras y se burlaban de su exposición, uno de los
militantes gays le gritó: He leído tu libro, Dr. Bieber,
y si ese libro hablara de los negros de la manera que habla de
los homosexuales, te arrastrarían y te machacarían y te lo
merecerías. Igualar el racismo con el diagnóstico médico
era pura demagogia y no resulta por ello extraño que los
presentes manifestaran su desagrado ante aquella manifestación
de fuerza.
Sin embargo, el obstruccionismo gay a las exposiciones de los
psiquiatras tan sólo acababa de empezar. Cuando el psiquiatra
australiano Nathaniel McConaghy se refería al
uso de técnicas condicionantes aversivas para tratar
la homosexualidad, los activistas gays comenzaron a lanzar gritos
llamándole sádico y calificando semejante acción
de tortura. Incluso uno se levantó y le dijo:
¿Dónde resides, en Auchswitz?. A continuación los
manifestantes indicaron su deseo de intervenir diciendo que
habían esperado cinco mil años mientras uno de ellos comenzaba
a leer una lista de demandas gays. Mientras los
militantes acusaban a los psiquiatras de que su
profesión era un instrumento de opresión y tortura,
la mayoría de los médicos abandonaron indignados la sala. Sin
embargo, no todos pensaban así. De hecho, algunos psiquiatras
encontraron en las presiones gays alicientes inesperados. El Dr.
Kent Robinson, por ejemplo, se entrevistó con Larry Littlejohn,
uno de los dirigentes gays, y le confesó que creía que ese tipo
de tácticas eran necesarias, ya que la APA se negaba
sistemáticamente a dejar que los militantes gays aparecieran en
el programa oficial. A continuación se dirigió a John Ewing,
presidente del comité de programación, y le dijo que sería
conveniente ceder a las pretensiones de los gays porque
de lo contrario no iban solamente a acabar con una
parte de la reunión anual de la APA. Según el testimonio
de Bayer, notando los términos coercitivos de la petición,
Ewing aceptó rápidamente estipulando sólo que, de acuerdo con
las reglas de la convención de la APA, un psiquiatra tenía que
presidir la sesión propuesta. Que la APA se sospechaba con
quien se enfrentaba se desprende del hecho de que contratara a
unos expertos en seguridad para que evitaran más manifestaciones
de violencia gay. No sirvió de nada.
El 3 de mayo de 1971, un grupo
de activistas gays irrumpió en la reunión de
psiquiatras del año y su dirigente, tras apoderarse del
micrófono, les espetó que no tenían ningún derecho a
discutir el tema de la homosexualidad y añadió: podéis
tomar esto como una declaración de guerra contra
vosotros. Según refiere Bayer, los gays se
sirvieron a continuación de credenciales falsas para anegar el
recinto y amenazaron a los que estaban a cargo de la exposición
sobre tratamientos de la homosexualidad con destruir todo el
material si no procedían a retirarlo inmediatamente. A
continuación se inició un panel desarrollado por cinco
militantes gays en el que defendieron la homosexualidad como un
estilo de vida y atacaron a la psiquiatría como el enemigo
más peligroso de los homosexuales en la sociedad
contemporánea. Dado que la inmensa mayoría de los
psiquiatras podía ser más o menos competente, pero desde luego
ni estaba acostumbrada a que sus pacientes les dijeran lo que
debían hacer ni se caracterizaba por el dominio de las tácticas
de presión violenta de grupos organizados, la victoria del lobby
gay fue clamorosa. De hecho, para 1972, había
logrado imponerse como una presencia obligada en la
reunión anual de la APA. El año siguiente fue el de la
gran ofensiva encaminada a que la APA borrara del DSM la mención
de la homosexualidad. Las ponencias de psiquiatras especializados
en el tema como Spitzer, Socarides, Bieber o McDevitt fueron
ahogadas reduciendo su tiempo de exposición a un ridículo cuarto
de hora mientras los dirigentes gays y algún psiquiatra
políticamente correcto realizaban declaraciones ante la prensa
en las que se anunciaba que los médicos deciden
que los homosexuales no son anormales.
Finalmente, la alianza de Kent Robinson, el lobby gay y
Judd Marmor, que ambicionaba ser elegido presidente de
la APA, sometió a discusión un documento cuya finalidad era
eliminar la mención de la homosexualidad del DSM. Su aprobación,
a pesar de la propaganda y de las presiones, no obtuvo más que
el 58 por ciento de los votos. Se trataba, sin
duda, de una mayoría cualificada para una decisión
política pero un tanto sobrecogedora para un análisis
científico de un problema médico. No obstante, buena parte de
los miembros de la APA no estaban dispuestos a rendirse ante lo
que consideraban una intromisión intolerable y violenta de la
militancia gay. En 1980, el DSM incluyó entre
los trastornos mentales una nueva dolencia de carácter
homosexual conocida como ego-distónico. Con el término
se había referencia a aquella homosexualidad que, a la vez,
causaba un pesar persistente al que la padecía. En realidad, se
trataba de una solución de compromiso para apaciguar a los
psiquiatras en su mayoría psicoanalistas que
seguían considerando la homosexualidad una dolencia psíquica y
que consideraban una obligación médica y moral ofrecer
tratamiento adecuado a los que la padecían. Se trató de un
triunfo meramente temporal frente a la influencia gay. En 1986,
los activistas gays lograban expulsar aquella dolencia
del nuevo DSM e incluso obtendrían un nuevo triunfo al
lograr que también se excluyera la paidofilia de la lista de los
trastornos psicológicos. En Estados Unidos, al menos
estatutariamente, la homosexualidad y la paidofilia
había dejado de ser una dolencia susceptible de tratamiento
psiquiátrico.
Cuestión aparte es que millares de psiquiatras aceptaran aquel
paso porque la realidad es que hasta la fecha han seguido
insistiendo en que la ideología política en este caso la
del movimiento gay no puede marcar sus decisiones a la
ciencia y en que, al haber consentido en ello la APA, tal
comportamiento sólo ha servido para privar a los
enfermos del tratamiento que necesitaban. Se piense lo
que se piense al respecto y la falta de unanimidad médica
debería ser una buena razón para optar por la prudencia en
cuanto a las opiniones tajantes la verdad era que la
decisión final que afirmaba que la homosexualidad no era un
trastorno psicológico había estado más basada en la acción
política y no de la mejor especie que en una
consideración científica de la evidencia.