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Los ciudadanos, los Gobiernos, la oposición y el IPC

[Pero en el IPC incluyen productos que no se encarecen mucho y que el gran público consume poco. Esto sirve para diluir y enmascarar la enorme subida de precios de lo que realmente se consume comúnmente por el grueso de la población. Sirve para diluir y enmascarar la depreciación de la moneda, el euro, el dólar, etc., lo que es quitar, o sea sustraer, dinero de su bolsillo y de su cuenta bancaria a la gente que no tiene mercancía a la que subir el precio, es decir, la inmensísima mayoría de la población]

JUAN IGNACIO CRESPO Cinco Días 3 MAYO 2023

Entre Gobierno, oposición y economistas están volviendo tarumba a los ciudadanos a cuenta de la inflación. Menos mal que, además de la condición de ciudadano, se tiene la de consumidor y en esa condición ya no es tan fácil dar gato por liebre. Los números de la cesta de la compra cantan sin necesidad de que venga nadie a darles un masaje.

Cada vez que, mensualmente, se publica el dato correspondiente del Índice de Precios de Consumo (al que algunos gustan llamar al consumo, como si los datos hubieran sido cocinados por analogía con un plato al pil-pil), los gobernantes se acogen al privilegio paulino de dar importancia al dígito que más les conviene: en enero pasado era el dato mensual, en febrero no hubo a qué agarrarse, en marzo la tasa anual de la inflación general y en abril la tasa anual de la inflación subyacente.

Ese jugar al corro la patata con las cifras lo realiza la oposición, como es natural, de manera inversa, pues es propio de la oposición sacar al Gobierno de sus casillas llevándole la contraria en todo, incurriendo a veces, justamente por ello, en un arrojar piedras sobre su propio tejado, pues los votantes descubren que, a la hora de llevárselos al huerto, las técnicas y trucos de la oposición no son muy diferentes de las del Gobierno. La cosa opositora alcanza su máxima autolesión cuando lo que hace el Gobierno es algo que la mayoría de los votantes ve como razonable (de eso hay ejemplos muy notables en la política regional, como cuando se reclaman más hospitales y los que ven la luz resulta que “no son los hospitales que nosotros queríamos”. ¡Hospitales a la carta, ya!).

Los economistas y medios de comunicación tienen parte de culpa en esta jerigonza que se organiza todos los meses a propósito de los números que mejor reflejan la evolución de los precios, ya que tienden a dar prioridad, con buenas razones, a lo que el INE llama la variación anual del IPC (es decir, cuando se lo compara con su nivel de doce meses antes) algo que otros llamarían inflación interanual. Y no es que cometan ningún yerro en ver las cosas de esa manera, sino que el problema es que quienes no se dedican al oficio de entender e interpretar las cifras se encuentran perdidos en medio de ese tipo de razonamientos y no comprenden que en un mes cualquiera los precios suban, pero la tasa anual baje y que, en las prisas del lenguaje, se les diga que “los precios han bajado”.

Se echa de menos, pues, una manera más asequible de presentar los datos cada mes, que sencillamente diga lo que han subido los precios desde principios de año y desde que se iniciara la tendencia de subida fuerte de los precios. Y añadir si los precios llevan un camino mejor o peor que en los años anteriores.

No es que haya que excluir las otras maneras posibles de compararlos, solo se trata de presentarlos al gran público de manera más comprensible, fácilmente asimilable y, sobre todo, recordable y cercana a la propia experiencia.

Así, desde que se iniciara el ascenso drástico de precios en julio de 2020, el IPC en España ha subido un 15,82% (o, dicho más sencillamente aún, en casi tres años la subida ha sido de casi un 16%). Esa es la subida que sienten los consumidores en sus costillas y la que reconocen de manera más fácil.

En los cuatro meses transcurridos de 2023 la subida de precios ha sido del 1,7%, lo que quiere decir que el ritmo de subida este año está siendo más lento que en los mismos cuatro meses de 2022 (en que fue de 3,28%) pero un poco más rápido que en 2021 (en que subieron 1,57%).

Y aplicar el mismo modo de presentación para el precio de los alimentos que, desde julio de 2020, han subido un 26%. Y para la inflación subyacente: 11,4%

Con esto el Gobierno ya tiene su buen argumento de que la subida de los precios se va frenando (no bajando, puesto que aquí no hay ninguna bajada) lo que quiere decir que la tendencia es a una cierta mejoría dentro de lo malo, y la oposición el suyo de que este año se añade más leña al fuego, incluso más que en 2021.

Lo más probable, vistas las cosas tal y como están, es que la subida de precios vaya añadiendo más madera a ese casi 16% que lleva acumulado, pero a un ritmo cada vez menor. Y es de esperar que el precio de los alimentos empiece a descender a partir del dato de mayo (que se publicará en junio), dado que para esas fechas ya habrán transcurrido 12 meses desde que el precio internacional de las materias primas agrícolas alcanzó su pico más alto y ese es el retraso habitual con correlación de casi el 100%. O sea, que aún tendremos más subidas de precios, pero, por la parte de los alimentos, no mucho más.

Habrá quien se pregunte cómo va a ser eso posible con la sequía y la escasez de cereales en España. La única explicación es que, internacionalmente, hay sobreabundancia de cereales y la prueba es que, en lo que va de año, desde el trigo hasta el maíz se acumulan bajadas importantes de precio.

[Pero en el IPC incluyen productos que no se encarecen mucho y que el gran público consume poco. Esto sirve para diluir y enmascarar la enorme subida de precios de lo que realmente se consume comúnmente por el grueso de la población. Sirve para diluir y enmascarar la depreciación de la moneda, el euro, el dólar, etc., lo que es quitar, o sea sustraer, dinero de su bolsillo y de su cuenta bancaria a la gente que no tiene mercancía a la que subir el precio, es decir, la inmensísima mayoría de la población]