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Juan Roig Diggle un mártir de 19 años que murió porque no tenía miedo de defender a Cristo

http://hispaniamartyr.org/Martires/11_9_Roig.pdf

"¡Ah,sí,! Aquel chico rubio, era un valiente, murió predicando, diciendo que nos perdonaba, y que pedía a Dios que nos perdonara. Casi nos conmovió".

Nació en 1917 en Barcelona, hijo de Ramón Roig Fuente y de Maud Diggle Puckering, también de Barcelona, pero de familia inglesa.

Comenzó sus primeras letras en el colegio de los Hermanos de la Salle, de la calle Condal. Su madre le acompañaba cada día en los cuatro viajes de ida y vuelta del colegio. En uno de ellos Juan le expresó su deseo de ser misionero.

Pasó luego al colegio de los Escolapios de la calle Diputación para iniciar el bachillerato.

Tuvo como profesores a los padres Ignacio Casanovas y Francesc Carceller, que serían como él mártires, y la Iglesia los ha beatificado ya.

Por un serio problema económico, la familia Roig Diggle tuvo que dejar Barcelona y trasladarse a Masnou, a la calle de Salmerón 47 (hoy Jaime I).

Para ayudar a su familia Juan entra a trabajar como dependiente en un almacén de tejidos, y luego en una fábrica en Barcelona. No abandona los estudios que sigue después del trabajo con la intención de terminar el bachillerato y estudiar para abogado.

Veremos a Cataluña roja, no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires

Al llegar al Masnou ingresa en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Juan Meseguer, Presidente en 1936 de los “avanguardistas” de Masnou, escribe de él: “Cuando vino a Masnou nadie lo conocía, pero muy pronto se hizo notoria su piedad y ardiente amor a la Eucaristía. Se pasaba horas ante el Santísimo sin darse cuenta. Su ejemplo convertía más que sus palabras. Quería ser misionero. En un Círculo de estudios celebrado pocos días antes del 18 de julio nos dijo que veríamos a Cataluña roja, pero no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires, y que nos preparásemos todos, porque si Dios nos había elegido para ser uno de éstos, debíamos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía como corresponde a todo buen cristiano, y así lo hacían los primeros en las catacumbas”.

Fue nombrado delegado de los vanguardistas, una veintena de jóvenes de 10 a 14 años, y vocal de la sección de Piedad, pero él, con razón, decía: la piedad no puede ser monopolio de unos cuantos. No puede ser una sección, pues no se divide, sino que ha de informar y vivificar a toda la Federación.

Juan Roig Diggle sigue trabajando mañana y tarde. Va en tren, ida y vuelta a Barcelona, pero antes ayuda a misa a las 7 de la mañana y recibe la Eucaristía. Participa en las tareas de la Federación, y es nombrado vicepresidente del Consejo Comarcal de la Federación del Maresme, lo que le lleva a establecer gran amistad con su consiliario el padre Pedro Llumà, que será su director espiritual. Trató mucho con el Beato Pere Tarrés, su médico de confianza, con quien compartía ideales apostólicos.

Era un líder nato al que había que eliminar a toda costa, pues su ejemplo y su apostolado, en sus charlas en los círculos de estudios siempre que había ocasión, hablaba del martirio. Dice uno de sus biógrafos: "El único motivo por el que lo mataron fue porque era católico. No tenía otras vinculaciones que la parroquia y la Federación de Jóvenes Cristianos. Murió porque no tenía miedo de defender a Cristo." Fue lo que desató contra él el odio masónico de los mentores de las juventudes libertarias.

“Yo no moriré sin sacramentos” - había dicho muchas veces a sus amigos en momentos de peligro - porque he hecho los nueve primeros viernes, y la promesa del Corazón de Jesús no falla”.

Así se iba a cumplir como último acto previo a su detención.

Mosén José Gili Doria, Vicario de Masnou y consiliario avanguardista, en 1936, escribe:

“Me decía un día John: “Yo dedico normalmente al menos dos horas diarias a la vida espiritual: Misa, comunión, meditación y visita al Santísmo; es poco, pero mi trabajo y el apostolado no me dan para más”. “Cuando tras las elecciones del 16 febrero empezaron a incendiar iglesias, John me dijo que si el caso llegaba a Masnou, él no podría soportar el ver quemar nuestra iglesia; se pondría de brazos en cruz ante de la puerta, y habrían de quemarlo también antes de sacarlo de allí”.
“Corría el rumor por Masnou de que aquella noche del domingo 19 de julio vendrían a quemar la iglesia, y por la tarde John me pidió que le confesara cosa extraña en él, pues normalmente se confesaba con su director espiritual - lo que hice en el trastero del fondo de la sacristía. Al comentarle que quizás iba a llegar el momento de decir con nuestra sangre el “hágase tu voluntad”, me contestó que precisamente por eso se confesaba. Insistió tanto en quedarse aquella noche en la rectoría, que sólo el Rector con su autoridad le hizo desistir. Me expuso el conflicto que se le planteaba en su interior:

“Si esta noche no voy a casa, mi madre se muere, y con todo mi obligación es quedarme aquí, mi conciencia me lo pide. Si para salvar a mi madre me voy, deserto cobardemente, y eso jamás ¡Yo me quedo!”

“¡Tú has de hacer lo que te diga el señor Rector!, y sólo así lo hizo”.

Ahora más que nunca hemos de luchar por Cristo

Cuenta su hermana que el lunes 20 de julio se presentó abatido en casa con el presidente y otros compañeros de la F.J.C, y dijo:

“¡Nos han quemado la Federación…!”

Pasó dos días sin decir palabra, hasta que habló:

“Ara més que mai hen de lluitar per Crist.” (Ahora más que nunca hemos de luchar por Cristo)

Su madre prosigue:

“Fue aliviando penas, animando a los tímidos, visitando a los heridos, buscando diariamente en los hospitales entre los muertos, para saber cuáles de los suyos habían caído asesinados… Cada noche, al pie del lecho, con el crucifijo estrechado en sus manos imploraba para unos clemencia, para otros perdón, y para todos misericordia y fortaleza”.

Nada temo, llevo conmigo al Amo

Su director espiritual le había confiado el gran tesoro de la reserva eucarística ambulante. Dijo a la familia Rosés a la que visitó aquella tarde del 11 de septiembre de 1936:

“Nada temo, llevo conmigo al Amo”.

Les dejó el Santísimo, y, a la vuelta del trabajo, lo recogió y llevó a su casa.

Dª María Josefa Rosés, declara:

“Me dijo que en aquellos tiempos de la revolución estábamos como en las primeras persecuciones, y como no era fácil encontrar sacerdotes le habían confiado el Santísimo, y que si queríamos comulgar nos preparásemos y a la mañana siguiente, antes de marcharse a Barcelona, vendría a darnos la Comunión, como así hizo. Después de comulgar me dijo: dejaré el Santísimo aquí hasta las ocho y media en que volveré de Barcelona. Nos recomendó que nos acordáramos de que Él Señor estaba allí. Al volver por la noche le dije que temía que le descubrieran. Me contestó que no sufriera por eso, que nos encomendáramos mutuamente a Dios, pero que él estaba dispuesto al martirio. A la mañana siguiente supe que aquella noche unos hombres se lo habían llevado con un camión, y luego que lo habían asesinado. Desde entonces me encomendé a él como a un santo mártir, y cuando me encontraba en algún apuro, que no eran pocos, le decía: Roig, tú que lo ves desde el Cielo, intercede por nosotros. Y creo que así lo hizo.

Su hermana Lourdes cuenta su última noche:

“Llegó muy cansado, tras el día de trabajo y haber pasado en blanco la noche anterior. Se dejó caer en el sofá. Nunca le había visto tan fatigado. Tal vez había pasado la noche anterior en vela ante el Santísimo que se le había confiado. Cenamos muy pronto y mientras rezábamos el Rosario se durmió varias veces vencido por la fatiga. Cuando se daba cuenta sonreía y proseguía el rezo. Nos fuimos a dormir, pero una extraña sensación nos impedía conciliar el sueño”.

El Corazón de Jesús cumple su promesa.

La declaración de su madre aporta el relato de su apresamiento:

“Todas las noches mi corazón de madre velaba para distinguir el menor ruido lejano, que oía antes que nadie. Al oír acercarse ruido de autos, un sobresalto de temor se apoderó de mí. Presentí que venían por nosotros. Me levanté rápida y corrí al dormitorio de mi hijo. Él ya estaba en pié, pues había oído también el ruido. Le dije:

–John, ya están aquí. ¿Qué hacemos?

Me respondió:

–¿Te parece bien que procure escapar?

Yo le dije:

–No lo sé.

Pues nos habían gritado desde la calle que era imposible escaparse, ya que tenían la casa tomada por los cuatro costados y vigilaban por todas partes con reflectores.

Viendo John cómo estaban las cosas, dijo:

–¡Voy a comulgar!

Y ante mí se administró la última comunión.

El Buen Jesús lo quería acompañar en el viaje que iba a emprender hacia la eternidad.

Mientras, los que sin saberlo, llevaban la llave de oro que le iba a abrir las puertas del Cielo, gritaban desde la calle, cansados de esperar:

–Si no abrís, será peor para vosotros.

Hacían retumbar las puertas a golpes de culata.

Entonces John, renovado su espíritu por una fuerza divina -la fortaleza de Jesús-, me dijo:

–¡Déjamelos a mí!

–No, John –le contesté– , yo iré contigo.

Bajamos juntos la escalera y, después de hacerles desde dentro unas preguntas para averiguar si eran policías o asesinos, nos repitieron:

–Si no abrís, será peor para vosotros.

Todo estaba perdido, y abrimos.

Entran en casa pistola en mano y a él se lo llevan al dormitorio; obligándolo a sentarse sobre su cama con las manos arriba, comienzan su obra de saqueo, dirigiéndonos insultos a él y a mí.

El rostro de mi hijo está descompuesto. Nos entendemos en nuestro mutuo martirio. Nuestras miradas se cruzan y atraviesan nuestros corazones. De repente dicen:

–¡Vamos!

Yo les digo:

–¡No os lo llevéis! ¿Qué mal os ha hecho?

Lo estrecho fuertemente entre mis brazos y no lo dejo ir, pero es inútil, ellos son más fuertes. Mis ojos de madre se vuelven hacia el jefe del grupo y, con los brazos abiertos y el corazón pleno de dolor, le digo:

–Si tienes madre, ten compasión de mí.

Pero no me escucha. Ante mi martirio, los otros vacilan, quizás piensan en sus madres, y permanecen inmóviles. El jefe, impaciente, les dice:

–¡Qué hacéis! ¿Sois hombres o no? ¡Cogedlo, y andando!

Abrazo a mi John y le estrecho contra mi corazón. Él, con voz muy dulce me dirige en mi lengua estas palabras de gracia:

–God is with me, (Dios está conmigo).

Los desgraciados obedecen al jefe y se llevan a mi hijo. ¡Mi corazón lo acompañará hasta mi muerte!”

La patrulla de las juventudes libertarias de Badalona, tras varios desplazamientos, le llevó junto al cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramanet, donde en la madrugada del 12 de septiembre de 1936, festividad del Dulce Nombre de María, era asesinado por odio a la fe de cinco tiros dirigidos a su corazón y el tiro de gracia en la nuca.

Le permitieron dirigirles la palabra. Las últimas que salieron de sus labios fueron:

“¡Que Dios os perdone, como yo os perdono!”

Los detalles de la muerte de Juan Roig se pudieron saber por su tío Jaime Marés, que cuando se entero de su detención, temiéndose lo peor, pidió ayuda a un amigo policía, a quien uno de los verdugos le confesó:

"¡Ah! Aquel chico rubio era un valiente, murió predicando. Moría diciendo que nos perdonaba y que pedía a Dios que nos perdonará. Casi nos conmovió".

Su madre termina su relato el 2 de noviembre de 1937 con esta inspirada oración:

“La herida de mi corazón sigue abierta y sangra de continuo. Las lágrimas de mis ojos no tienen fin…

Desde aquella trágica separación se ha apoderado de mí una lenta agonía que me acompañará fielmente hasta que mis ojos se cierren en el sueño de la muerte.

Quiera Dios que mis despojos puedan reposar junto a los de mi tesoro, mi hijo… que fue en este mundo mi dulce compañía, santa luz de mi vida, mártir y santo, y que en el último día sea mi intercesor ante su Divina Majestad para abrirme las puertas del Cielo.

Omnipotente y glorioso Dios mío, Señor Jesucristo, iluminadme y dispersad las tinieblas de mi alma, dadme verdadera fe, firme esperanza y perfecta caridad.

Concededme, Señor, que os consiga tan de veras, que en todos mis actos obre siempre por amor vuestro y de acuerdo con vuestra Santa Voluntad.

Mi querido hijo, tu madre te añora.”

 

La benemérita Asociación de Amigos de Juan Roig promovió su causa de beatificación y el traslado de los restos mortales del Siervo de Dios del Cementerio de Santa Coloma de Gramanet al sepulcro preparado en la capilla de la parroquia de San Pedro de Masnou, donde actualmente reposan, en espera de su ya próxima beatificación.

El 2 de octubre de 2019, el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos la promulgación del decreto que reconoce y proclama el martirio del Siervo de Dios Juan Roig Diggle, seglar; nacido el 12 de mayo de 1917 en Barcelona (España) y asesinado por odio a la fe en la madrugada del 12 de septiembre de 1936 en Santa Coloma de Gramanet (España), en la persecución religiosa en la zona roja en España durante la Guerra de 1936 y sus precedentes en toda España. Es por consiguiente, proclamado mártir. Está señalada su beatificación para el 7.11.2020 en el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona.

El 7.11.2020, se celebra en el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona la beatificación del mártir Juan Roig Diggle, seglar de 19 años nacido en Barcelona (España) y asesinado por odio a la fe en la madrugada del 12 de septiembre de 1936 en Santa Coloma de Gramanet (España), en la persecución religiosa en la zona roja en España durante la Guerra de 1936 y sus precedentes en toda España.

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