Era adicta a la dieta y al deporte, pero ya es feliz liberada por Dios
Javier Lozano / ReL 24 enero 2021
Marie Elizabeth pasa ahora su vida en
un tranquilo convento de clarisas de Minnesota en una vida
contemplativa de oración pero no siempre fue así. Antes corrió
numerosas maratones y recorrió el mundo como especialista
médico, pero Dios hizo una historia con
ella en la que acabó abrazando la vida religiosa, no sin antes
una gran lucha interior.
En su testimonio que relata en Cloistered
Life, esta monja cuenta que
ella creía estar muy contenta con su vida. Aparentemente lo
tenía todo: un buen trabajo, hobbies, muchos amigos, dinero,
podía viajar.
Corredora de maratones y adicta al deporte
Durante ocho años
trabajó como fisioterapeuta en Minnesota. "Me
encantaba correr, de hecho era un dios para mí. Cuando
no estaba trabajando corría. No me costaba trabajo
levantarme a las 3.00 de la mañana para correr 18 millas [29 km]
antes de ir a trabajar. El maratón (algo más de 42
kilómetros) era mi distancia y corrí ocho de ellos en cinco
años".
Aunque se había criado en una familia católica su estilo de
vida le llevó a abandonar la fe y a estar en un "punto
muerto espiritual". Además, después de la
universidad se obsesionó con su aspecto físico, se
autoconvenció de que estaba demasiado gorda y que
necesitaba hacer aún más ejercicio.
Correr y controlar su alimentación y las calorías hasta el
extremo más obsesivo por lo que no era consciente del daño que
se estaba haciendo a sí misma. Una hemorragia interna, una
fractura de la pelvis por estrés y el asma. Esto le provocó y
echaba la culpa a Dios de sus problemas de salud.
A Guatemala a una misión médica
La hermana Marie Elizabeth afirmaba que en ese momento tenía inclinación a lo que ella llamaba una "misión laica" y le surgió la posibilidad unirse a un grupo de médicos que realizaban labores humanitarias en Guatemala.
El problema que había generado en su cuerpo
"Lo que descubrí
allí se convirtió en un punto de inflexión en mi vida. Sabía
que el pueblo de Guatemala era muy pobre, lo que no me esperaba
era su alegría contagiosa. ¿Cómo podían ser tan felices?
Pronto se me hizo evidente dónde estaba la respuesta. Habían
encontrado toda su alegría en una fe profundamente arraigada.
Esto me golpeó muy fuerte".
Pero allí además empezó a abrir los ojos en otro sentido pues
otro voluntario que estaba en este viaje le mostró la obsesión
que tenía con el ejercicio y su cuerpo. "Entonces
me di cuenta de que no podía continuar por ese camino porque me
iba a autodestruir", confesaba.
Preservar su virginidad
Así fue como poco a poco
fue volviendo de nuevo a la fe católica en la que había sido
criada y descubrió a la Virgen María, que fue clave en un
momento concreto de su vida. "Yo tenía un novio en ese
momento que no compartía mi reticencia hacia las relaciones
antes del matrimonio. En dos momentos concretos, María
vino a mi rescate y preservó mi virginidad", recordaba.
Finalmente dejó la relación con su novio y
aunque sabía que era lo mejor para ella quedó completamente
devastada. Eso le hizo refugiarse más en Dios. Empezó
a ir a misa todos los días y hacer adoración ante el Santísimo.
En ese momento decidió hablar con un sacerdote para explicarle
su relación con la Virgen. Él le preguntó si el Señor podría
estar llamándola a una vida de virginidad. "Yo
reaccioné con impulso y mucho énfasis, 'NO'". Pero
su respuesta fue amable pero inquietante para mí: "yo
tampoco quería ser sacerdote al principio pero si es la voluntad
de Dios, Él cambiará tu corazón".
Medjugorje aparece en su vida
Su proceso de vocación
avanzaba sin que ella se diera cuenta. "Mi tío
había despertado en mí interés por un lugar llamado Medjugorje",
contaba esta religiosa. Así que finalmente acabó yendo de
peregrinación a este lugar, donde le ocurrió algo
extraordinario. "Con un sacerdote santo hice la más
impresionante confesión de mi vida". Después de
decirle mis pecados, me hizo coger un crucifijo con él y recitar
una oración.
Marie Elizabeth afirmaba: "sentí algo muy poderosos dentro
de mí"; y salió de confesionario "sabiendo
que era una persona diferente. Al día siguiente en misa, todo
estaba ya muy claro para mí. ¡No estaba muerta, sino viva!".
Regresó a su casa y se involucró en distintos grupos católicos.
En un viaje de esquí vivió otro momento clave de su vocación: empezó
a leer a santa Faustina Kowalska y no podía
dejar de leer ni de llorar. Ahí comenzó a plantearse la
vida religiosa.
El punto de inflexión
Tres semanas después llegó "el día que quedará impreso en mi memoria para siempre". Aquel día pidió a Dios que el sacerdote que oyera su confesión ese día le ayudara a conocer cuál era la voluntad de Dios para ella.
"Después de confesar mis pecados le dije al sacerdote que pensaba que me estaba volviendo loca porque no podía sentir a Dios lo suficiente y sólo sentía paz durante la misa, en la Adoración o rezando el Rosario", contaba la ahora religiosa.
"Pensaba que Dios debía estar loco"
El sacerdote le dijo
tranquilamente que necesitaba "otener una
cita con Jesús" y le invitó a que le acompañara
a visitar a las clarisas de Sauk Rapids donde en el pasado él
había sido capellán.
Cuatro días después estaba con el sacerdote en este convento
donde se reunieron con la madre abadesa. Ella les contó su
experiencia durante cincuenta años como monja de clausura. "Yo
pensaba que Dios debía estar loco por pensar en una vida así
para mí, que amaba viajar y estar fuera de casa".
Sin embargo, Marie Elizabeth confesó que "el Señor es un
Dios de sorpresas" y menos de seis meses después ya
estaba como postulante en el convento. Ahora lleva
años como monja y no echa de menos su vida alocada: "Cada
día es una aventura y Él siempre me desafía y me lleva más
allá de lo que creo que son mis límites".
"A los ojos del mundo, mi vida se considera un
desperdicio, pero ahora tengo a Dios, estoy muy satisfecha.
Él me ha llamado no a la maternidad física sino a la espiritual".
(Artículo publicado originariamente en ReL el 29 mayo 2017)