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La plaza de la Cruz o la cruz de la plaza Constantino Manzana

UN REPORTAJE DE VÍCTOR MANUEL EGIA ASTIBIA - Diario de Noticias. Domingo, 28 de octubre de 2018

La conocida como plaza de la Cruz en el segundo ensanche de Iruña, realmente no tiene nombre oficial. Simplemente es el espacio físico, libre de construcciones, que se encuentra entre las calles San Fermín, Navarro Villoslada, Bergamín y Sangüesa. El nombre le fue impuesto de forma popular cuando en el año 1941 se colocó en su centro la, cuando menos curiosa, cruz metálica realizada unos años antes por el maestro de forja Constantino Manzana.

El peculiar personaje, quizás más conocido por muchos como el zapatero Jesús Obrero, fue el diseñador y autor material de la citada cruz de hierro que terminó dando nombre a la plaza en donde está instalada. Constantino Manzana Llena nació el 22 de julio de 1907 en la localidad ribagorzana de Fonz (pequeño pueblo a orillas del río Cinca cercano a Barbastro, conocido por mantener viva una modalidad lingüística autóctona, el foncense o bajo ribagorzano). Con tan solo trece años, se trasladó a Barcelona, para cursar sus estudios de forja en la escuela salesiana de Sarriá. Terminada su formación a los 18 años, se quedó durante varios años como profesor en la propia escuela de Sarriá. Ya en aquel periodo realizó varios trabajos para el Palacio de la Generalitat (6 lámparas) o para el edificio de correos (escudo) de la capital catalana. Cuando la congregación salesiana montó la Escuela Profesional de Iruña en 1929, Constantino vino a trabajar a ella como profesor de forja. Además, tenía su taller propio en una bajera en la calle Santoandia (actual Recoletas nº 18) elaborando lámparas, candelabros, etc. y gran cantidad de pequeños trabajos que le obligaron a dejar la escuela salesiana en tan solo un par de años.

Hombre muy religioso, en 1932, molesto por las medidas anticlericales del gobierno de Azaña decidió realizar, en desagravio, la monumental cruz de forja que hoy ocupa y da nombre a la plaza pamplonesa. Gran reciclador de materiales, dicen que recorrió todas las chatarrerías del entorno en busca de recortes de metal con los que a golpe de martillo y soldadura fue ensamblando su obra, una gran cruz que se alza sobre un dragón, representante de la malignidad. La obra de estilo barroco recuerda también al modernismo gaudiano quizás por la influencia del autor en sus años jóvenes en Barcelona. De altura superior a la de su propio taller, cuentan que tuvo que terminarla en el cercano, y mayor, establecimiento del veterinario Beperet de la calle Recoletas, en donde este realizaba herraduras y otros instrumentos metálicos de uso en la ganadería. Le costó un año realizarla y, según confesó, unas setenta mil pesetas de la época. Inicialmente la cruz, de alrededor de tres toneladas de peso, fue colocada en el claustro gótico de la catedral de Pamplona en donde estuvo algunos años pero, evidentemente, ni por espacio ni por estética era su ubicación apropiada.

En 1941, a instancias del entonces arquitecto municipal Victor Eusa, fue trasladada e instalada en el centro de la plaza a la que desde entonces se conoce por su nombre, delante del recién inaugurado edificio de los institutos de Enseñanza Media. Colocada sobre un pedestal de rocalla, rodeada por un pequeño estanque, en sus parterres ajardinados colocó cuatro farolas, también de forja, muy especiales ya que eran retorcidas y curvilíneas a juego con el abigarrado estilo de la cruz. Estas farolas años después fueron retiradas, enderezadas y colocadas en el baluarte de Redín en donde estuvieron durante algún tiempo. Quizás todavía se conserven en algún almacén municipal.

Constantino, como decíamos, fue hombre muy religioso pero sobre todo, gran defensor del movimiento obrero y sus reivindicaciones. Tuvo, por ello, muchos problemas con las autoridades del régimen franquista, incluso en alguna ocasión tuvo que “visitar” la cárcel. No tuvo nunca ningún prejuicio para decir lo que opinaba enfrentándose por ello a autoridades civiles o eclesiásticas y llegó a editar un folleto titulado La justicia social en mi taller, el reparto de beneficiosque repartía por Pamplona y en el que exponía sus revolucionarias ideas. Fiel siempre a esa ideología, no dudaba en entregar parte de sus ganancias al obrero más necesitado.

Creó a principio de los cuarenta en la calle Navarro Villoslada una escuela profesional electromecánica en la que enseñaba, entre otras cosas, trabajo en forja y mecánica de ajustado. Sus instalaciones eran muy precarias, y trabajaba fundamentalmente con chatarra que recogía por la ciudad. En la bajera, estaba visible y en lugar destacado, su lema, Voluntad de hierro, vence. Sus alumnos siempre alabaron las enseñanzas del maestro y el alto nivel de preparación que obtuvieron en dicha escuela, alumnos a los que pagaba unas pequeñas cantidades de acuerdo con su actividad y sus notas. Tenía un peculiar sistema de financiación que consistía en recaudar en las industrias que voluntariamente lo admitían, un céntimo por obrero y día, con objeto de contribuir a la formación de los futuros técnicos. Pero eran tiempos de precariedad y necesidad y finalmente, como no podía ni pagar los gastos del local, fue desahuciado y todos los elementos de su taller, máquinas, muebles, etc. acabaron en la calle.

Posteriormente continuó trabajando en un local de la Rochapea, aunque sus trabajos en forja y metal se hicieron cada vez más escasos. En un continuo peregrinaje por distintos locales y actividades, elaboró camas metálicas cromadas en la calle Olite, frente al colegio de Escolapios, tuvo otro taller en Carlos III y posteriormente en la avenida de Zaragoza, como escayolista. Por último, montó sus conocidas tiendas para vender zapatos, primero en la calle Descalzos y después en el número 28 de la calle Bergamín, la célebre tienda de “Jesús Obrero”, establecimiento lleno de curiosidades y anécdotas. Aunque oficialmente era un local de venta y arreglo de zapatos, ya que también ejercía de zapatero remendón, vendía además tebeos, cromos, pastas, golosinas, pipas de girasol y sus famosas “bombas” de crema. Local muy frecuentado por niños y adolescentes de los colegios cercanos o vecinos de la zona, aprovechaba la ocasión para repartir sus folletos y difundir sus “revolucionarias” ideas.

Ya jubilado, tras residir en varios asilos y residencias, en su localidad natal de Fonz o en Alicante, murió en 1993 en la Casa de Misericordia de Pamplona, con 86 años. En octubre de 2014, al finalizar el arreglo y restauración de su famosa cruz de hierro, fue reconocido por el consistorio pamplonés que organizó una exposición en la Ciudadela, con sus obras. Sin duda Constantino Manzana, “Jesús Obrero” fue un artista de la forja y un personaje peculiar, oso berezi que diríamos en euskera, que formó parte de la historia íntima de nuestra ciudad y que será recordado por dar nombre, con una de sus obras, a la oficialmente innominada, plaza de la Cruz de Iruña.

FUENTES

ARAZURI J.J. (1979) Pamplona Calles y Barrios. Ed. Autor. Pamplona.

CORTÉS L. (1983) Mis personajes favoritos. Jesús Obrero. Navarra Hoy 26.6.1983.

MURUZABAL J.Mª (2000) Constantino Manzana, artista de la forja. Revista Pregón XXI nº 15 Pamplona.

MURUZABAL J.Mª (2014) C. Manzana. Artista de la forja y los metales. Catálogo de la exposición de sus obras en la Ciudadela de Pamplona.

SORIA J. (1980) Historia de la cruz de la plaza del mismo nombre. El Pensamiento Navarro 30.11.1980.