volver a Basoko en el Congo

En el día de san Francisco Javier de 2003, copio aquí esta información sobre Basoko en el Congo, que además nos la proporciona un misionero navarro, Salvador Elcano Esain de la congregación de los Padres Reparadores del Sagrado Corazón de Jesús.

COPIADO DE NOTICIAS MISIONERAS DE LA OMPE (Obras Misionales Pontificias) Octubre 2003

http://www.domund.org/Secciones/Actualidad/Actualidad.htm

Si tuviéramos otras motivaciones ya hace tiempo que nos habríamos marchado

P. Salvador Elcano Esaín
Padre Reparador
República Democrática del Congo

El Padre Salvador Elcano Esaín  es un misionero de la Congregación de los Padres Reparadores que lleva a cabo su labor en Basoko, en la República Democrática del Congo; desde allí nos cuenta cómo nació su vocación misionera, cómo vive en un país en guerra y qué le motiva para seguir siendo misionero entre los más necesitados.

Al entrar en la sede de los Padres Reparadores en Madrid nos sorprende un cuadro con unas 30 fotografías. Son los misioneros reparadores masacrados en el Congo durante la rebelión de los simbas, en los años 60. Junto a sus fotografías, un texto del fundador, el padre León Dehon: “Que su deseo sea morir en la misión para que el sacrificio sea completo y sin reservas”. Por eso lo primero que sorprende de Salvador Elcano Esaín es que viva con tanta tranquilidad en uno de los polvorines del mundo, donde tantos hermanos suyos de congregación dejaron la vida.

¿Cómo se convirtió usted en misionero?

Llevo 8 años en el Congo, antes de ir a la misión pasé un tiempo en Bruselas aprendiendo el francés. Los padres reparadores nos distribuimos por provincias y cada provincia tiene encomendada una misión. A mí, en España, me hubiera correspondido Latinoamérica, por lo que tuve que hacer una solicitud especial para ir al Congo. Mi vocación a la vida religiosa era de una especial dedicación al tema de la educación. Sin embargo, mientras trabajaba en los colegios que tenemos en España sentía inquietudes por lo que pasaba en el mundo. Por otro lado, cuando llegaban las campañas de las Obras Misionales Pontificias, como el Domund, la Infancia Misionera, o la de Manos Unidas, intentaba que los chicos del colegio las vivieran con especial ilusión, de manera especial.

¿Los misioneros que están allí no temen por su vida?

La verdad es que no. Siempre hemos pensado que no nos va a pasar nada. Ha habido muchos problemas. En los años 98-99, en medio de una guerra, nunca pensamos que nos fuera a ocurrir nada. Los que sí corrían peligro eran los congoleños. Además muchos de ellos se exponían para defendernos.

¿Nos podría describir el lugar donde realiza su labor?

Basoko es una ciudad de unos 20.000 habitantes, a orillas del río Congo. Se halla a unos 200 kilómetros de Kisangani, la capital de la provincia. Está en plena selva, como a veces se dice España profunda, pues aquello es el África profunda. En la ciudad la única referencia es la casa de los misioneros. Desde los años 1940 todo se ha ido degradando, no hay nada. Algunas veces que me he encontrado con misioneros mayores, retirados en Bélgica, y les cuento cómo hay que llegar hasta las capillas en medio de la selva no se lo creen. Cuando ellos estaban allí había un sistema de pistas, con líneas de camiones. Hoy todo aquello ha desaparecido. Tienes que ir en moto hasta un sitio, dejar la moto allí, y después coger una canoa... Hoy resulta más difícil ser misionero que hace cuarenta, treinta o veinte años. El país está dividido en tres zonas por lo que en la ciudad de Basoko no funciona el puerto, además el río está cortado y no se puede bajar. Antes el río Congo era la vía de comunicación con la capital, ahora sólo hay relación con Kisangani, y todo lo que llega viene de Uganda, Tanzania o Uganda.

¿Qué prioridades son necesarias a nivel asistencial en la zona?Basoko en el Congo

No hay nada, todo está deteriorado y cada vez se deteriora más. Todo se ha reducido o se va reduciendo a niveles de subsistencia. La asistencia sanitaria es prácticamente nula. Si alguien quiere ir a un hospital se tiene que pagar todo y conseguir las medicinas. Las medicinas, en caso de encontrarse, son de muy mala calidad. Por ejemplo, se necesita quinina para luchar contra la malaria, y muchas veces lo que se encuentra son medicinas hechas en países asiáticos que no sirven para nada.
       Algo que me impresionó al llegar es que sigan existiendo los colegios. Los niños van a la escuela y pagan directamente al maestro, que apenas cobra 5 ó 6 dólares al mes. Las escuelas se han ido deteriorando en los últimos decenios sin que se puedan arreglar. El material escolar es nulo, y muchos edificios educativos fueron convertidos en cuarteles y los muebles de madera quemados para hacer hogueras. En muchas escuelas los niños se tienen que sentar en piedras. Conseguir tizas para las clases ya es todo un problemas. Cuando la consiguen se la dan racionada a los maestros y se les dice que sólo la utilicen para lo indispensable.

¿Se recibe ayuda exterior?

La verdad es que la única ayuda que se recibe es la que llevamos los misioneros. Las ONGs llegan, se quedan unos días con nosotros en la misión, porque no hay otro sitio para quedarse, hacen un informe pero nunca vuelven. Están establecidas en las grandes ciudades y a Basoko sólo pueden llegar mercancías a través de Kisangani, donde llegan por avión, desde Uganda y Tanzania. Por eso las organizaciones de asistencia vienen, ven y se van.

¿Qué es lo que más le ha ayudado en medio de su labor, aquello por lo que sigue de misionero en el Congo?

La fe que tengo en Jesús, que es lo que me hace amarlos. Eso es lo principal. Sin eso, todo lo demás no tendría sentido. Si tuviéramos otras motivaciones ya hace tiempo que nos habríamos ido. Después conforme va pasando el tiempo te surge el cariño por la gente, porque conoces a todos, de qué familia son, de quiénes son parientes. Y ese cariño y querencia te hace que no puedas dejarlos.

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