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Prepararnos

Nos queda la tarea más importante, que es prepararnos para el paso a la otra vida. Prepararnos para que sea pasar a mejor vida.

No es que los creyentes tengamos ninguna otra percepción que los demás, normalmente. Estamos metidos en el mundo material y sometidos a su opacidad. No percibimos que Dios es nuestro bien. Sólo lo sabemos por la fe.

Incluso la existencia de Dios no nos es perceptible directamente, aunque es demostrable por la razón natural con certeza que Dios existe, pero sólo es demostrable de forma indirecta, a través de nuestro conocimiento de las cosas de la naturaleza, que es nuestro único conocimiento directo en esta vida material y mortal.

Por eso también la existencia de Dios puede y debe ser objeto de actos de fe pura, que es creer en Dios prescindiendo de las pruebas racionales indirectas, pero ciertas, de la existencia de Dios.

Nuestra percepción material comprobable por experiencia sólo llega a que constatemos que los bienes que nos parecen deseables en esta vida, cada vez que los conseguimos, no nos llenan. Si no los conseguimos, mal, porque nos morimos de ganas de tenerlos, y si los conseguimos, peor, porque nos seguimos sintiendo insatisfechos, y buscamos otros. Comprobamos así, pero sólo indirectamente, que es Dios lo que es nuestro bien, lo único que nos puede ser satisfactorio. Lo cual, san Agustín, al comprobarlo, después de mucho buscar su satisfacción en todas partes, formulaba diciendo:

"Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón anda inquieto, hasta que descanse en ti".

Mientras tanto estamos teniendo que repetir una y otra vez el riff, el estribillo, o refrán, de aquella canción de 1965:

"I can't get no satisfaction".

Al morir, en cambio, nuestra alma, provisionalmente separada del cuerpo, que es enterrado o incinerado, queda liberada de la opacidad material, y percibe a Dios como su bien totalmente satisfactorio, y entonces lo desea con ansia inmensa y total. Si estamos preparados pasamos a gozar ya de Dios, lo vemos cara a cara y esto nos llena del todo. Si morimos en gracia, pero con algo que purgar, aunque somos felices por habernos salvado, sufrimos enormemente por cada instante de separación de Dios, que entonces comprobamos que es nuestro bien total, que deseamos con ansia completamente inaplazable, pero que queda pospuesta mientras purgamos en el purgatorio. Y si la muerte es en pecado mortal, entonces es para siempre ese sufrimirnto espantoso por no gozar de Dios, sabiendo entonces que es el bien definitivo, pero definitivamente inaccesible.

¿Qué tenemos que hacer?

La fe es querer creer.

Lo que vino a anunciar Jesús, el Verbo hecho carne, es el Evangelio del Reino, la Buena Noticia de la llegada del reino de Dios.

El reino de Dios es vivir según Dios, no según uno mismo. Eso es estar sometido al imperio de Satanás.

Satanás para imponer su dominio no exige hacerse adorar; al contrario; se oculta para no hacer pensar en lo sobrenatural, para no hacer pensar en Dios. Juega con el hecho de nuestra opacidad material y con el hecho de que Dios se oculta, a Jesús, el Verbo hecho carne, le gusta oculársenos. Resucitó para fortalecer la fe de sus apóstoles tan maltrecha y traumatizada por su muerte en la cruz, pero juega Jesús con el hecho de que su cuerpo resucitado es un cuerpo glorioso, no visible de suyo, más que si Él quiere hacerse visible; y además cuando se hace visible pude no ser recognoscible, si Él no quiere, como les pasó a los discípulos que regresaban a emaús y a la propia Magdalena. Jesús se moría de ganas de quedarse con nosotros y lo hizo mediante su presencia real en el pan consagrado de la Eucaristía, pero bajo las especies, o sea, el aspecto visible de pan y vino. Sólo por la fe podemos saber de la presencia de Jesús, el Verbo hecho carne.

Lo que Satanás dice a lo oreja es que sigamos nuestra opción.

Y lo que tenemos que hacer es confesarnos y, una vez limpios, comulgar.

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Nos queda la tarea más importante. Prepararnos para que el paso a la otra vida sea pasar a mejor vida.

Todos, creyentes o no, estamos metidos en el mundo material. No percibimos que Dios es nuestro bien. Sólo lo sabemos por la fe.

La fe es querer creer.

Jesús, el Verbo hecho carne, vino a anunciar el reino de Dios para que nos convirtamos

El reino de Dios es vivir según Dios, no según uno mismo. Eso es estar sometido al imperio de Satanás.

Lo que el demonio nos dice a lo oreja es que sigamos nuestra opción.

Y lo que tenemos que hacer es confesarnos y, una vez limpios, comulgar.

A todos nos pasan dos cosas con la confesión: que antes de ir se nos hace muy cuesta arriba, y que después nos viene una gran alegría.

Lo primero que nos dice el confesor, aunque llevemos mucho tiempo sin confesarnos, es: "Dios te va a perdonar".

Hay que conseguir que el confesor nos haga pacientemente un repaso metódico para que no nos dejemos nada, ya que hemos hecho lo que cuesta más.

Y no hay que escuchar que no hay que confesar los pecados, nos lo diga a la oreja el demonio, o nos caiga en suerte negativa un confesor de los que así lo dicen.