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La humanidad ya estuvo al borde de la extinción hace 930.000 años por cambios climáticos, según un análisis genético que acaba de publicar la revista Science

El País 31.08.2023 DANIEL MEDIAVILLA

Nuestros antepasados habían empezado a expandirse por el planeta, caminaban erguidos y utilizaban herramientas de piedra simples. Unos milenios antes eran alrededor de 100.000, no muchos si se mira al presente, pero suficientes para seguir adelante en un mundo hostil. Sin embargo, algo sucedió, y la población se derrumbó hasta los 1.200 individuos. Un 98% de toda la población, desaparecida. Después, durante 117.000 años, 1.170 siglos, aquella pequeña población, que cabría en una discoteca, resistió al borde de la extinción. Hasta que, poco a poco, hace 800.000 años, la población se recuperó hasta raspar los 30.000 individuos.

Nuestros antepasados habían empezado a expandirse por el planeta, caminaban erguidos y utilizaban herramientas de piedra simples. Unos milenios antes eran alrededor de 100.000, no muchos si se mira al presente, pero suficientes para seguir adelante en un mundo hostil. Sin embargo, algo sucedió, y la población se derrumbó hasta los 1.200 individuos. Un 98% de toda la población, desaparecida. Después, durante 117.000 años, 1.170 siglos, aquella pequeña población, que cabría en una discoteca, resistió al borde de la extinción. Hasta que, poco a poco, hace 800.000 años, la población se recuperó hasta raspar los 30.000 individuos.

Estas son las conclusiones de una investigación científica, que ha publicado esta semana la revista Science, y que gracias a la técnica genética FitCoal arroja luz sobre un capítulo bastante borroso de la historia de la evolución humana, hacia el final del Pleistoceno inferior, cuando se gestó el penúltimo gran salto cognitivo de la humanidad:

Entonces unos animales sustituían a otros en oleadas que barrían el mundo de este a oeste, con cambios climáticos que pudieron poner en dificultades a nuestros ancestros hasta casi acabar con ellos. Aquel cuello de botella demográfico incrementó la presión evolutiva sobre los pocos humanos que quedaban y favoreció cambios como la fusión de dos cromosomas en uno muy similar a los de nuestro genoma. Y desencadenó la aparición de una nueva especie, quizá el antepasado común entre los neandertales y los denisovanos, ya extintos, y los sapiens.

No sabemos qué puso exactamente a la humanidad al borde de la extinción, ni tampoco qué la hizo recuperarse. Los autores apuntan a que lo primero pudo ser por randes cambios climáticos, que prolongaron las glaciaciones y provocaron grandes sequías en amplias regiones del planeta; y lo segundo, debido al control del fuego, del que ya se han encontrado pruebas en Israel hace 790.000 años, o a un clima menos hostil. Sin embargo, en ese relato hay mucha especulación y poco detalle:

Antonio Rosas, director del Grupo de Paleoantropología en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, reconoce que la narración que surge del estudio publicado hoy le parece “bonita”, pero cree también que se trata de “un encaje ad hoc entre los datos que obtienen y otros datos paleontológicos”. “Igual que el vacío de fósiles se puede explicar por ese cuello de botella, podría explicarse porque se encuentran menos fósiles por una cuestión de vulcanismo o de sedimentación”, desarrolla. Además, Rosas considera que el mantenimiento de una población tan exigua durante tantos miles de años “es poco creíble”, porque “está fuera de las dinámicas poblacionales habituales”.

El especialista en genética de poblaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, Antonio Salas, nos explica las limitaciones de estas técnicas para indagar en nuestra evolución y por qué, en la multitud de azares sufridos por la humanidad, se habrán perdido para siempre multitud de capítulos de nuestra historia. Para rellenar esos capítulos, y poder confirmar o rechazar las hipótesis que este nuevo estudio plantea, habrá que encontrar nuevos fósiles de esa época y, algo que ahora es imposible, recuperar ADN de restos tan antiguos. Mientras tanto, esta investigación nos recuerda que todos los humanos estamos más emparentados de lo que creíamos:

Los autores del trabajo estiman que el cuello de botella también podría haber aumentado el nivel de endogamia de nuestros antepasados, contribuyendo así a la pérdida del 65% de la diversidad genética humana. Después, otros momentos estelares de la humanidad, como la última salida de África hace 70.000 años, provocó nuevos cuellos de botella y otra reducción de esa diversidad para acabar conformando una especie en la que todos somos parientes cercanos, descendientes de un puñado de parejas que sobrevivieron de milagro hace casi un millón de años.