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Que es menester aprovechar todas las ocasiones que se ofrezcan en la práctica del divino amor
San Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, Libro XII, Capítulo VI
Hay almas que trazan grandes proyectos para hacer a Nuestro Señor grandes servicios, mediante acciones eminentes y sufrimientos extraordinarios; pero acciones y sufrimientos cuya ocasión no se presenta, ni tal vez se presentará jamás y, sobre esto, creen haber levantado un gran edificio de amor de Dios; en lo cual se engañan con mucha frecuencia, como queda de manifiesto en que, después de abrazar con el deseo, según les parece, grandes cruces futuras, huyen apresuradamente de la carga de las presentes, que son mucho menores. ¿No es una gran tentación ser tan valiente en la fantasía y tan cobarde en la práctica?
¡Líbrenos Dios de estos ardores imaginarios, que alimentan muchas veces en el fondo de nuestros corazones la vana y secreta estima de nosotros mismos! No siempre nos salen al paso las grandes obras, pero podemos hacer, a todas horas, las pequeñas de una manera excelente, es decir, con gran amor. Contempla, te lo ruego, al santo que da un vaso de agua (Mat, 10,42) a un pobre sediento por amor de Dios; hace,según parece, muy poca cosa, pero la intención, la dulzura, el amor con que anima su obra es tan perfecto, que convierte esta agua en agua de vida, y de vida eterna.
Las abejas andan siempre picoteando sobre las azucenas, los lirios y las rosas; pero no es menor lo que cosechan en las pequeñas flores, como el romero y el tomillo; al contrario, en estas, no sólo cogen más miel, sino también mejor miel, porque, encerrada más estrechamente en estos pequeños vasos, se conserva en ellos mejor. Asimismo, en los pequeños y sencillos ejercicios de devoción, la caridad se practica, no sólo con más frecuencia, sino también con más humildad y, por lo tanto, más útil y santamente.
El condescender con el humor de los demás, el soportar las acciones y las maneras ásperas y enojosas del prójimo, las victorias sobre nuestro propio carácter y sobre nuestras pasiones, la renuncia a nuestras pequeñas inclinaciones, el esfuerzo contra las aversiones y las repugnancias, el franco y suave reconocimiento de nuestras imperfecciones, el trabajo continuo que nos tomamos para conservar nuestras almas en igualdad, el amor a nuestro abatimiento, la benigna y amable acogida que dispensamos al desprecio y a la crítica que se hace de nuestra condición, de nuestra vida, de nuestra conversación, de nuestras acciones..., todo esto, Teótimo, es para nuestras almas más provechoso de lo que pudiéramos pensar, con tal que lo dirija el amor celestial, como ya lo dijimos a Filotea (en la Introducción a la Vida Devota).
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Se encuentra así formulado en los escritos de san Francisco de Sales el modo de vida de santidad que santa Teresa de Lisieux practicó heroicamente y que consistía en aprovechar todas los pequeños sacrificios que se le presentaban para ofrecerlos con alegría, mientras ardía en deseos de padecer por Jesús los mayores martirios.
Esto es lo que decía y hacía santa Teresa de Lisieux:
Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, [MS B, 4vº] ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor...
Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola en mi camino que no deshoje para ti. Y además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger las flores entre las espinas, y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas.
¿Y de qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos...? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán.
Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos, Jesús. Y luego esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijito, arrojará también ella esas flores -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito- arrojará esas flores sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerla alcanzar la victoria...
(SANTA TERESA del NIÑO JESÚS: MS B, Carta a sor María del Sagrado Corazón, 1896, folio 4r y 4vº)
Mientras acariciaba grandemente estos grandes deseos:
Sobre todo y por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti hasta la última gota de mi sangre...
¡El martirio! ¡El sueño de mi juventud! Un sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo... Pero siento que también este sueño mío es una locura, pues no puedo limitarme a desear una sola clase de martirio... Para quedar satisfecha, tendría que sufrirlos todos...
Como tú, adorado Esposo mío, quisiera ser flagelada y crucificada... Quisiera morir desollada, como san Bartolomé... Quisiera ser sumergida, como san Juan, en aceite hirviendo... Quisiera sufrir todos los suplicios infligidos a los mártires... Con santa Inés y santa Cecilia, quisiera presentar mi cuello a la espada, y como Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera susurrar tu nombre en la hoguera, Jesús... Al pensar en los tormentos que serán el lote de los cristianos en tiempos del anticristo, siento que mi corazón se estremece de alegría y quisiera que esos tormentos estuviesen reservados para mí... Jesús, Jesús, si quisiera poner por escrito todos mis deseos, necesitaría que me prestaras tu libro de la vida, donde están consignadas las hazañas de todos los santos, y todas esas hazañas quisiera realizarlas yo por ti.
(Historia de un Alma, Manuscrito B, 30r).
Porque santa Teresita en realidad escogió todo lo que Jesús quiso de ella y nada de su propia voluntad
«Cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección, comprendí que para ser santa había que sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada alma era libre de responder a las invitaciones del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues "yo escojo todo" lo que tú quieres...!» (Historia de un Alma, Manuscrito A, 10r, 10v).
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