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San
Francisco de Sales, fallecido el 28 de diciembre de 1622, su
memoria litúrgica es el 24 de enero
"La medida del amor es amar sin medida"
Al decir de Benedicto XVI, sin él no hubiera existido el heroico «caminito» de santa Teresa de Lisieux.
También se
encuentra formulado en los escritos de san Francisco de
Sales el modo de vida de santidad que santa Teresa de
Lisieux practicó heroicamente y que consistía en
aprovechar todas los pequeños sacrificios que se le
presentaban para ofrecerlos con alegría, mientras ardía
en deseos de padecer por Jesús los mayores martirios. Véase lo que dice san Francisco de Sales en el Tratado del amor a Dios, Libro XII, Capítulo VI, con el título:
Y véase lo que decía y hacía santa Teresa de Lisieux: Las flores de Santa Teresa de Lisieux |
Obispo príncipe de Ginebra, Doctor de la Iglesia, fundador de la Congregación de la Visitación (las monjas salesas).
Su sede no la pudo tener en Ginebra, dominada totalmente
por los calvinistas, y la tuvo que mantener exiliado en Annecy,
en la parte francesa de su diócesis, que, con denodados
esfuerzos de bondad y de predicación oral y sobre todo escrita,
por misericordia divina, consiguió ir reconvirtiendo al
catolicismo.
Destacó en su época y en toda la historia por su excelsa bondad
y amabilidad, por su dulzura exquisita. Siendo así que su
defecto dominante era encolerizarse. Para conseguir dominarse
hasta desarraigar ese defecto y volverse tan marcadamente
bondadoso, empleó el sistema ignaciano del examen del defecto
dominante, practicado contra su impaciencia durante 19 años..
Sin duda, practicar este método fue consecuencia de su
formación con los jesuitas desde su niñez, cuando su padre le
puso como preceptor al padre Dreage, un jesuita, muy exigente
además. Después, cuando fue a la Sorbona, que incluía entonces
54 Colegios, aunque su padre le matriculó en el Colegio
de Navarra, al que iban los de Saboya, como ellos,
Francisco consiguió el permiso paterno para ir al Colegio de
Clermont de los jesuitas. Consiguió llegar a ser sacerdote, pese
a la oposición paterna. Trabajó denodadamente para rescatar a
los muchos que habían sido dominados por el calvinismo, que ya
predominaba en la diócesis de Ginebra a la que pertenecía. Su
predicación basada en el amor y sus escritos contribuyeron a que
efectivamente muchos fueran rescatados. Desde 1602 fue obispo de
Ginebra, pero tuvo que residir en Annecy, porque en la capital de
la diócesis dominaba el calvinismo.
Teológicamente san Francisco de Sales se acogió al molinismo,
para escapar como fuese de la idea de la predeterminación
física en la que insistían los que decían ser "los"
tomistas y que él comprendía demasiado cercana a lo que abocaba
a la predestinación negativa, al infierno, del calvinismo.
Bien, la Iglesia a nadie le obliga, para entrar en ella, aparte
de la fe en los dogmas definidos, a tener unas ideas u otras para
explicar dichos dogmas o a estar o no sin tener ni idea. En la Iglesia hay de todo. La puerta de entrada en la
propia Iglesia no es ningún sistema teológico o filosófico. Y la puerta para entrar en el cielo es el
infinitamente misericordioso amor que Dios nos tiene, expresado
en el Corazón de Jesús, por cuya misericordiosa gracia tenemos
la fe necesaria para ello.
Cuando Jesús, el Verbo hecho carne, dio a conocer su Sagrado
Corazón y quiso que se promoviera su culto y su devoción, y
nuestro amor, reparación y consagración a Él, encargó
de este encargo suavísimo a los jesuitas y a las salesas. Fue el
antídoto contra el molinismo para impedir que sus
disparates les llevaran al semipelagianismo y al orgullo.
A muchos jesuitas que admitían el molinismo no se les notaba
porque predominaba en ellos el amor a la misericordia divina. Y
en San Francisco de Sales, el abandono a dicha
misericordia, «sin el que no hubiera existido el
heroico "caminito" de santa Teresa de Lisieux».
Y para las salesas fue la salvaguarda frente al orgullo, la vía
a la humildad, la virtud que su fundador les
recomendaba ante todo.
San Francisco de Sales fue un formidable escritor, quizá el mejor, o a su altura. No es extraño que sea el patrón de los periodistas y de los escritores. Entre sus numerosas obras, las principales son El Tratado del Amor de Dios, La Introducción a la Vida Devota, La colección de sus Sermones y Las Controversias (recopilación de las hojas que se repartían por las casas en las que él exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas).
San Francisco de Sales es también el patrón de los sordomundos.
Martirologio Romano, 24 de enero: Memoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, hizo volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el 28 de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, Francia, en este día [24 de enero de 1623].
Etimológicamente: Francisco = Aquel que porta la bandera, es de origen germánico.
Canonización, el 19 de abril de 1665 por el papa Alejandro VII.
El beato Pío IX lo proclamó doctor de la Iglesia en 1877 con el breve Dives in misericordia.
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San Francisco de Sales en la catequesis de Benedicto XVI
BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Sala Pablo VI Miércoles 2 de marzo de 2011 https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110302.html
Queridos hermanos y hermanas:
«Dios es el Dios del corazón humano» (Tratado del amor de Dios, I, XV): en estas palabras aparentemente sencillas captamos la huella de la espiritualidad de un gran maestro, del que quiero hablaros hoy, san Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia. Nació en 1567 en una región francesa fronteriza. Era hijo del señor de Boisy, una antigua y noble familia de Saboya. Vivió a caballo entre dos siglos, el XVI y el XVII, recogió en sí lo mejor de las enseñanzas y de las conquistas culturales del siglo que terminaba, reconciliando la herencia del humanismo con la tendencia hacia lo absoluto propia de las corrientes místicas. Su formación fue muy esmerada; en París hizo los estudios superiores, dedicándose también a la teología; y en la Universidad de Padua, los estudios de derecho, como deseaba su padre, que concluyó de forma brillante con el doctorado en utroque iure, derecho canónico y derecho civil. En su armoniosa juventud, reflexionando sobre el pensamiento de san Agustín y de santo Tomás de Aquino, tuvo una profunda crisis que lo indujo a interrogarse sobre su salvación eterna y sobre la predestinación de Dios con respecto a sí mismo, sufriendo como verdadero drama espiritual las principales cuestiones teológicas de su tiempo. Oraba intensamente, pero la duda lo atormentó de tal manera que durante varias semanas casi no logró comer ni dormir bien. En el culmen de la prueba, fue a la iglesia de los dominicos en París y, abriendo su corazón, rezó de esta manera:
«Cualquier cosa que suceda, Señor, tú que tienes todo en tu mano, y cuyos caminos son justicia y verdad; cualquier cosa que tu hayas decidido para mí...; tú que eres siempre juez justo y Padre misericordioso, yo te amaré, Señor (...), te amaré aquí, oh Dios mío, y esperaré siempre en tu misericordia, y repetiré siempre tu alabanza... ¡Oh Señor Jesús, tu serás siempre mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivos!» (I Proc. Canon., vol. I, art. 4).
A sus veinte años Francisco encontró la paz en la realidad radical y liberadora del amor de Dios: amarlo sin pedir nada a cambio y confiar en el amor divino; no preguntar más qué hará Dios conmigo: yo sencillamente lo amo, independientemente de lo que me dé o no me dé. Así encontró la paz y la cuestión de la predestinación sobre la que se discutía en ese tiempo se resolvió, porque él no buscaba más de lo que podía recibir de Dios; sencillamente lo amaba, se abandonaba a su bondad. Este fue el secreto de su vida, que se reflejará en su obra más importante: el Tratado del amor de Dios.
Venciendo la resistencia de su padre, Francisco siguió la llamada del Señor y, el 18 de diciembre de 1593, fue ordenado sacerdote. En 1602 se convirtió en obispo de Ginebra, en un período en el que la ciudad era el bastión del calvinismo, tanto que la sede episcopal se encontraba «en exilio» en Annecy. Pastor de una diócesis pobre y atormentada, en un enclave de montaña del que conocía bien tanto la dureza como la belleza, escribió:
«[A Dios] lo encontré lleno de dulzura y ternura entre nuestras más altas y ásperas montañas, donde muchas almas sencillas lo amaban y lo adoraban con toda verdad y sinceridad; el corzo y el rebeco corrían de aquí para allá entre los hielos espantosos para anunciar sus alabanzas», (Carta a la madre de Chantal, octubre de 1606, en Oeuvres, ed. Mackey, t. XIII, p. 223).
Y, sin embargo, fue inmensa la influencia de su vida y de su enseñanza en la Europa de la época y de los siglos siguientes. Es apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación. Pero san Francisco de Sales es, sobre todo, un director de almas: el encuentro con una mujer joven, la señora de Charmoisy, lo impulsó a escribir uno de los libros más leídos de la edad moderna, la Introducción a la vida devota. De su profunda comunión espiritual con una personalidad excepcional, santa Juana Francisca de Chantal, nació una nueva familia religiosa, la Orden de la Visitación, caracterizada como quiso el santo por una consagración total a Dios vivida en la sencillez y la humildad, en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias:
«...quiero que mis Hijas escribió no tengan otro ideal que el de glorificar [a nuestro Señor] con su humildad» (Carta a mons. de Marquemond, junio de 1615).
Murió en 1622, a los cincuenta y cinco años, tras una existencia marcada por la dureza de los tiempos y por los trabajos apostólicos.
La vida de san Francisco de Sales fue relativamente breve, pero de gran intensidad. La figura de este santo produce una impresión de extraña plenitud, demostrada con la serenidad de su búsqueda intelectual, pero también en la riqueza de sus afectos, en la «dulzura» de sus enseñanzas que han ejercido gran influencia en la conciencia cristiana. De la palabra «humanidad» encarnó distintas acepciones que, hoy como ayer, puede asumir este término: cultura y cortesía, libertad y ternura, nobleza y solidaridad. En su aspecto tenía algo de la majestad del paisaje en que vivió, conservando también su sencillez y su naturaleza. Las antiguas palabras y las imágenes con las que se expresaba resuenan inesperadamente, también en el oído del hombre de hoy, como una lengua nativa y familiar.
A Filotea, destinataria ideal de su Introducción a la vida devota (1607), san Francisco de Sales dirige una invitación que en su época pudo parecer revolucionaria. Es la invitación a ser completamente de Dios, viviendo en plenitud la presencia en el mundo y los deberes del propio estado.
«Mi intención es la de instruir a aquellos que viven en la ciudad, en el estado conyugal, en la corte...» (Prefacio a la Introducción a la vida devota).
El documento con el que el Papa Pío IX, más de dos siglos después, le proclamó doctor de la Iglesia insiste en esta ampliación de la llamada a la perfección, a la santidad. En él se dice:
«[la verdadera piedad] ha penetrado hasta el trono de los reyes, en la tienda de los jefes de los ejércitos, en el tribunal de los jueces, en las oficinas, en las tiendas e incluso en las cabañas de los pastores» (breve Dives in misericordia, 16 de noviembre de 1877).
Así nacía la llamada a los laicos, el interés por la consagración de las cosas temporales y por la santificación de lo cotidiano, en los que insistirán el concilio Vaticano II y la espiritualidad de nuestro tiempo. Se manifestaba el ideal de una humanidad reconciliada, en la sintonía entre acción en el mundo y oración, entre condición secular y búsqueda de la perfección, con la ayuda de la gracia de Dios que impregna lo humano y, sin destruirlo, lo purifica, elevándolo a las alturas divinas. A Teótimo, el cristiano adulto, espiritualmente maduro, al que dirige unos años más tarde su Tratado del amor de Dios (1616), san Francisco de Sales ofrece una lección más compleja. Esta lección supone, al inicio, una precisa visión del ser humano, una antropología: la «razón» del hombre, más aún, el «alma racional», se presenta allí como una arquitectura armónica, un templo, articulado en varios espacios, alrededor de un centro, que él llama, junto con los grandes místicos, «cima», «punta» del espíritu, o «fondo» del alma. Es el punto en el que la razón, recorridos todos sus grados, «cierra los ojos» y el conocimiento se funde con el amor (cf. libro I, cap. XII). Que el amor, en su dimensión teologal, divina, sea la razón de ser de todas las cosas, en una escala ascendente que no parece conocer fracturas o abismos, san Francisco de Sales lo resumió en una famosa frase:
«El hombre es la perfección del universo; el espíritu es la perfección del hombre; el amor es la del espíritu; y la caridad es la perfección del amor» (ib., libro X, cap. I).
En un tiempo de intenso florecimiento místico, el Tratado del amor de Dios es una verdadera summa, y a la vez una fascinante obra literaria. Su descripción del itinerario hacia Dios parte del reconocimiento de la «inclinación natural» (ib., libro I, cap. XVI), inscrita en el corazón del hombre, aunque pecador, a amar a Dios sobre todas las cosas. Según el modelo de la Sagrada Escritura, san Francisco de Sales habla de la unión entre Dios y el hombre desarrollando una serie de imágenes de relación interpersonal. Su Dios es padre y señor, esposo y amigo, tiene características maternas y de nodriza, es el sol del que incluso la noche es misteriosa revelación. Ese Dios atrae hacia sí al hombre con vínculos de amor, es decir, de verdadera libertad:
«Ya que el amor no tiene forzados ni esclavos, sino que reduce todas las cosas bajo la propia obediencia con una fuerza tan deliciosa que, si nada es tan fuerte como el amor, nada es tan amable como su fuerza» (ib., libro I, cap. VI).
En el Tratado de nuestro santo encontramos una meditación profunda sobre la voluntad humana y la descripción de su fluir, pasar, morir, para vivir (cf. ib., libro IX, cap. XIII) en el completo abandono no sólo a la voluntad de Dios, sino también a lo que a él le complace, a su «bon plaisir», a su beneplácito (cf. ib., libro IX, cap. I). En la cumbre de la unión con Dios, además de los arrebatos del éxtasis contemplativo, se coloca ese fluir de la caridad concreta, que está atenta a todas las necesidades de los demás y que él llama «éxtasis de la vida y de las obras» (ib., libro VII, cap. VI).
Leyendo el libro sobre el amor de Dios, y más aún las numerosas cartas de dirección y de amistad espiritual, se nota bien qué gran conocedor del corazón humano fue san Francisco de Sales. A santa Juana de Chantal escribe:
«Esta es la regla de nuestra obediencia, que os escribo con letras mayúsculas: hacer todo por amor, nada por la fuerza, amar más la obediencia que temer la desobediencia. Os dejo el espíritu de libertad, ya no el que excluye la obediencia, pues esta es la libertad del mundo; sino el que excluye la violencia, el ansia y el escrúpulo» (Carta del 14 de octubre de 1604).
No por nada, en el origen de muchos de los caminos de la pedagogía y de la espiritualidad de nuestro tiempo encontramos precisamente las huellas de este maestro, sin el cual no hubieran existido san Juan Bosco ni el heroico «caminito» de santa Teresa de Lisieux.
Queridos hermanos y hermanas, en un tiempo como el nuestro que busca la libertad, incluso con violencia e inquietud, no se debe perder la actualidad de este gran maestro de espiritualidad y de paz, que lega a sus discípulos el «espíritu de libertad», la verdadera, como culmen de una enseñanza fascinante y completa sobre la realidad del amor.
San Francisco de Sales es un testigo ejemplar del humanismo cristiano. Con su estilo familiar, con parábolas que tienen a menudo el batir de alas de la poesía, recuerda que el hombre lleva inscrita en lo más profundo de su ser la nostalgia de Dios y que sólo en él encuentra la verdadera alegría y su realización más plena.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México y otros países latinoamericanos. Os invito a que, siguiendo el ejemplo de san Francisco de Sales, sepáis encontrar la libertad verdadera en el amor incondicional a Dios, nuestra verdadera alegría y nuestra plena realización.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana
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San Francisco de Sales en catholic.net
Fuente: https://es.catholic.net/op/articulos/32137/francisco-de-sales-santo.html#modal
San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya,
el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día
siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de
Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono
San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba
"el cuarto de San Francisco", porque había en él una
imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a
los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació
prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo
recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto,
su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante
su vida.
La Madre de Francisco:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y
trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice
que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables
de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo
donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros,
labradores, y encargados del ganado.
Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de
Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro
donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y
más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio,
por la maravillosa formación que Doña Francisca le va
proporcionando y por la educación que le hace dar su padre,
obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de
Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de
amabilidad y del más exquisito trato social.
Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin
afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el
niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda
su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la
calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede
hacer hoy.
La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía
con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo
usase más tarde para el beneficio de muchas almas.
Infancia:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el
castillo. Le gustaba ir al templo y rezar mirando hacia
el altar y también era muy dado a ayudar a los
pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el
don de la magnificencia, que consiste en un
gusto especial por dar, y dar con gran generosidad.
Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel
inmenso castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas
debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su
madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo lo que
estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba
bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se
encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les
repetía las enseñanzas y narraciones que había
escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que
sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero
enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.
Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios
pero también su inclinación a la ira, con la que
luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se
cuenta que un día un calvinista fue a visitar el
castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse
en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de
indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo
contra ellas y gritando: "Fuera los herejes: No queremos
herejes". Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando
ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para
salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará
a tener un genio tan bondadoso y amable que no
procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos
adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que
fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a
crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y
podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le
consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente,
el Padre Deage [jesuita]. Este será su
preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un
hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado
perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará
mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos,
por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca
y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero
para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir
menos detalles importunos y hacer más amables a quienes
él tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y
a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la
Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar
un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o
en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran
promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue
preparado muy cuidadosamente por la madre y por su sacerdote
preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado.
Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como
recuerdo de su Primera Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas
oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar
a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me
lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré
a las gentes más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas
de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos
propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo
Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.
Francisco, estudiante:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que
había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre
(que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía
destinado a su primogénito a una carrera secular, sin
preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años,
Francisco fue a estudiar a la Universidad de París [la
Sorbona] que, con sus 54 colegios, era uno de los más
grandes centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de Navarra,
a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco,
que temía por su vocación, consiguió que consintiera en
dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los
jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia
que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco
se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques,
a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un
Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se
propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse
bien para el futuro.
Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se
trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y
comulgar. Cada día atender muy bien a
las clases y preparar las tareas y lecciones
para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios
de equitación, de esgrima, de baile .
La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes
gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia
y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo
de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En
las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado
preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin
rebuscamientos inútiles, era "la cultura
personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: "en
las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno
ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la
elegancia del más exquisito de los caballeros". Y
al preguntarle alguien el por que, respondió: "Cuando estoy
en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de
ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que
esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia
religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada
reunión, y trato de comportarme con la educación y
urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se
entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día
estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto
de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de
la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.
La más terrible tentación de su juventud:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil.
Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y
de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró
conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura.
Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y
muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas
y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos
llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio
por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las
pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por
un nuevo medio más peligroso y desconocido.
Empezó a sentir el pensamiento constante y fastidioso de
que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno
para siempre. La herejía calvinista de la predestinación al
infierno, la predestinación negativa, que predicaba Calvino y
que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y
no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía.
Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo
que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del
infierno, sino que allá no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer
remedio que encontró fue decirle al Señor: "Oh mi Dios, si
por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre,
concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me importa que
me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me
permitas seguirte amando siempre"; esta oración le
devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación
jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San
Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la
Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San
Bernardo:
"Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen Madre de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. Oh Santa Madre de Dios, no desoigáis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acógedlas benignamente. Así sea"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que
"Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado" (Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo
y también para saber comprender a las personas en crisis y
tratarlas con bondad.
Estudiante de universidad:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le
había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho.
Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho
durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser
abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología,
la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser
sacerdote.
Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que
más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos
sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le
ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante
su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: "El
Combate Espiritual". Lo leía todos los días y
sacaba gran provecho de su lectura.
San Francisco hizo un detallado plan de vida para
preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso
hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión,
que consistía en ver qué trabajos, o actividades iba a realizar
en ese día y con qué personas, y planear como iba a comportarse
ante ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento
y hacer el Examen Particular, examinando su
defecto dominante y viendo si había actuado con la
virtud contraria a él, (durante 19 años su examen
particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan
fuerte que era su inclinación a encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media
hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el
Señor, en las grandezas de Dios, en las verdades de la Biblia o
en los ejemplos de los santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo
de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero
moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día:
decía, "recordaré si empecé mi jornada encomendándome a
Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios
para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y
sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al
buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué
en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi
orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. Si supe
hacer algún pequeño sacrificio. Si me esforcé por estar
fervoroso en la oración. Y pediré perdón al Señor
por las ofensas de este día, haré propósito
de portarme mejor en adelante; y suplicaré al
cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y
rezando mis tres Avemarías me entregaré
pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en
el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo
el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia
en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí
llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida
ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía
gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había
escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de
las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero
distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que
este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.
El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro
del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.
Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su
primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de
consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento
de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que
su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no
hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar,
ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.
La muerte del deán del capítulo de Ginebra
hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de
nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro
el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier,
obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la
familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía
hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta
del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó
muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa,
pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con
la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a
su ordenación.
Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que
sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que
recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión
para convencerle de que debía ceder.
Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el
consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote
6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A
partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos
deberes con un celo que nunca decayó. Ejercía los ministerios
sacerdotales entre los pobres, con especial
cariño; sus penitentes predilectos eran los de
cuna humilde.
Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras
muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas,
que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus
sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en
aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios
tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho
más difícil.
A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.
Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais,
en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables
debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y
el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase
misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a
un sacerdote de Thonon, capital del Chablais;
pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy
pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la
consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y
peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor
comprendió la gravedad del problema, y se ofreció
a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: "Señor,
si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden
de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso
de haber sido elegido para ella". El Obispo aceptó al punto,
con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se
dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba "una
especie de locura". Según él, la misión
equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los
pies del Obispo le dijo: "Señor, yo permití que mi
primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de
mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero
que sea un confesor y no un mártir". Cuando el
Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se
disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se
mantuviese firme: "¿Vais a hacerme indigno del
Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado,
no me hagáis volver atrás".
El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al
Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras:
"No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco
quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en
esta empresa descabellada. ...yo jamás autorizaré esta
misión".
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición
de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La
Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el
canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.
El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un
piquete de soldados en el castillo de Allinges,
donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches
a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban
apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía
profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en
contacto con ellos y les exhortó a perseverar valientemente. Los
misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco,
fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a
recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en
invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue
atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y
permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana
siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado
que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y
hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los
buenos campesinos eran calvinistas. Francisco
les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se
hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al
catolicismo.
En el 1595, un grupo de asesinos se puso al
asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la
vida del santo en forma milagrosa.
El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy
escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente
cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase
aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si
su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría
su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos
términos: "Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido
a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda
esperanza está puesta en Dios".
San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones
y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a
escribir una serie de hojas sueltas en las que exponía la
doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas.
Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo
hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos,
formarían más tarde el volumen de las "Controversias".
Los originales se conservan todavía en el convento de la
Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de
escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo
añadía el cuidado espiritual de los soldados de la
guarnición del castillo de Allinges, que eran
católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.
En el verano de 1595, cuando San Francisco se
dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra
Señora, destruido por los habitantes de Berna, una
multitud se echó sobre él, Y después de insultarle,
le maltrató.
Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más
numeroso, al tiempo que las hojas sueltas hacían efecto
en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban
la paciencia del santo en las dificultades y
persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones
empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente
continua de apóstatas que volvían a reconciliarse con
la Iglesia.
Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años
más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco
de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al
Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de
confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40
horas, lo que había sido inconcebible unos años antes,
en Thonon. San Francisco había restablecido la fe
católica en la provincia y merecía, en justicia, el
título de "Apóstol del Chablais".
Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra
apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco
de Sales a Santa Juana de Chantal: "Yo he repetido con
frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es
el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus
doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal
Du Perron: "Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la
ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los
herejes están en el error; pero si lo que queréis es
convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha
dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan".
San Francisco de Sales, Obispo:
Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un
posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento
de poner por obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al
principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su
Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una
manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó
una grave enfermedad que le puso entre la vida y la muerte. Al
restablecerse fue a Roma, donde el papa Clemente VIII,
que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las
cualidades del joven deán, pidió que se sometiese a un
examen en su presencia. El día señalado se reunieron
muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el
cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron
al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San
Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar
su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de
coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis,
a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.
En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la
capilla real, que pronto resultó pequeña para la
multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla,
tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV
concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en
vano de retenerle en Francia.
Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a
París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se
rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su "pobre
esposa", como él la llamaba, por la importante
diócesis -"la esposa rica"- que el rey le ofrecía. Enrique
IV exclamó: "El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes,
sin un solo defecto".
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602,
Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis.
Fijó su residencia en Annecy, donde organizó
su casa con la más estricta economía, y se
consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y
devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta
en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo
encontraba todavía tiempo para predicar y confesar
con infatigable celo. Organizó la enseñanza del
catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de
Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las
gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su
muerte, "el catecismo del obispo".
La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran
inagotable. En su trato con las almas fue siempre
bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía
emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.
En su maravilloso "Tratado del Amor de Dios"
escribió: "La medida del amor es amar sin medida".
Supo vivir lo que predicaba.
Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables
personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía
espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial.
San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de
cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la
Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos
santos.
El libro "Introducción a la Vida Devota"
nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones
y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy,
que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió,
en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro
fue recibido como una de las obras maestras de la
ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.
En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su
padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a
Santa Juana de Chantal: "Mi corazón estaba desgarrado y
lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy
sacerdote". San Francisco habría de sobrevivir por nueve
años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
Últimos meses y muerte del Santo:
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en
Aviñón, invitó al santo a reunirse con él en aquella ciudad.
Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su
diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque
arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.
Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de
partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el
viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En
Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de
austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas
las comunidades religiosas querían que el santo obispo les
predicara.
En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon,
hospedándose en la casita del jardinero del convento de la
Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero
atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese
qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en
una hoja de papel, con grandes letras: "Humildad".
Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo
invierno, siguió predicando y administrando los sacramentos a
todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una
parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento.
Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se
le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero
que no hicieron más que acortársela.
En su lecho repetía: "Puse toda mi esperanza en el Señor,
y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la
miseria y del pantano de la iniquidad".
En el último momento, apretando la mano de uno de los que le
asistían solícitamente murmuró: "Empieza a anochecer y el
día se va alejando".
Su última palabra fue el nombre de "Jesús". Y
mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de
los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los
55 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622,
fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.
Después de su muerte:
A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la
ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él,
cuando oyó una voz que decía: "Ya no vive sobre la tierra",
pero era poco inclinada a creer en favores extraordinarios y no
creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le
llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y
día y noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.
El día 29 de diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando
por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era
tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que
los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la
autopsia.
-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la
encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los
esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su
temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a
ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus
ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada
cual alguna reliquia.
-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el
corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la
Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.
-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de
Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos
episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la
iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de
los fieles por dos días.
Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y
después de un silencio general, todos lloraban a su querido
obispo.
Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado,
empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo
que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en
1626.
¿Que sucedió el día que abrieron su tumba?
En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales
para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la
Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando
levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía.
Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño.
Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años
enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable
fragancia.
Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía
dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la
Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de
cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su
venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las
autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas
manos pálidas.
Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron
que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se
arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó
la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una
bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía
recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y
acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida
y santa.
Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan
el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana
Francisca.
San Francisco fue beatificado por el papa Alejandro VII
en el 1661, y el mismo Papa le canonizó en el 1665, a
los 43 años de su muerte.
En el 1877 el papa Pío IX, considerando que los tres libros
famosos del santo: "Las controversias"(contra los
protestantes); La Introducción a la Vida Devota" (o Filotea)
y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la
colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de
sabiduría, declaró a San Francisco de Sales "Doctor de la
Iglesia" , siendo llamado "El Doctor de la
amabilidad".
Oración
Glorioso San Francisco de Sales,
tu nombre porta la dulzura al corazón más afligido;
tus obras destilan la selecta miel de la piedad;
tu vida fue un continuo holocausto de amor perfecto
lleno del verdadero gusto por las cosas espirituales,
y del generoso abandono en la amorosa divina voluntad.
Enséñame la humildad interior,
la dulzura de tu exterior,
y la imitación de todas las virtudes que supiste copiar
de los Corazones de Jesús y de María.
Amén
San Francisco de Sales es también patrón de los sordomundos.
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Conoce a un caballero con dulzura y amabilidad
La inmensa dulzura, bondad, caridad y servicio
de San Francisco de Sales.
Por Pedro García, misionero claretiano http://es.catholic.net/op/articulos/35433/cat/214/conoce-a-un-caballero-con-dulzura-y-amabilidad.html#modal
Todos sabemos muy bien que hablar de Francisco de Sales, al que hoy nos toca presentar, es hablar del Santo más bueno que tenemos en el calendario. San Francisco de Sales pasa por el Santo caballero, todo dulzura, todo amabilidad. Un Obispo que atrajo hacia la Iglesia a innumerables almas que se habían descarriado, y las atrajo no precisamente por su doctrina, que era mucha, pues es Doctor de la Iglesia sino por aquella bondad que subyugaba a todos.
Su vida y su trato fueron la estampa de aquel su dicho famoso, tantas veces repetido:
- Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre.
Y la otra frase, ya universal dentro de la Iglesia:
- Un santo triste es un triste santo.
- Me parece que nuestro Padre Francisco era la imagen viva en que estaba pintado el Hijo de Dios y Señor nuestro Jesucristo.
Y decía él de sí mismo:
- Siempre tiendo a la condescendencia. Encuentro la palabra NO tan ruda para los otros, que no me atrevo a pronunciarla cuando se me pide algo. Jamás contradigo a nadie.
Nacido en Saboya, en el actual Departamento francés de Haute-Savoie, su vida de cincuenta y seis años acabará en 1622, en plenas guerras religiosas surgidas del protestantismo ginebrino. Hijo de una familia noble, recibe una educación esmeradísima. Su mamá lo forma desde pequeñito
Estudiante en varias universidades de Francia e Italia, es ordenado sacerdote y muy pronto Obispo de Ginebra, la Roma del protestantismo calvinista. La reconquista de tantos apóstatas de la fe le va a costar sacrificios enormes, pero su bondad se va a imponer a todo y serán muchas las decenas de miles los que vuelvan al seno de la Iglesia Católica.
Ante la propaganda contraria que le hacen, muchos no se atreven a ir a la iglesia para escucharle. Y Francisco, siempre sin enojarse:
- Bueno, ya lo haremos de otra manera. Si no me quieren escuchar, me van a leer.
Se da entonces a escribir todo en unas hojitas que serán modelo de estilo periodista, aunque entonces no existían los periódicos. Con sus ayudantes, las va dejando en las puertas de las casas, y todos las leen con avidez. En vez de legislar muchas cosas como Obispo, prefiere formar a las personas, y se dedica a la dirección espiritual de las almas.
Con su libro Introducción a la vida Devota mete en la Iglesia una verdadera revolución. Después de tres siglos, es todavía un libro que se lee con fruición. ¡Tan sencillo, tan fácil, tan encantador! Su lema es nítido:
- Quiero una piedad dulce, suave, agradable, apacible; en una palabra, una piedad franca y que se haga amar de Dios primeramente y después de los hombres.
Son también palabras suyas.
De este modo, no quiso cambiar su diócesis, tan pobre y tan trabajada por los herejes protestantes, a cambio de otra diócesis extensa y de católicos practicantes.
El mejor comentario de su vida lo hizo San Vicente de Paúl, otro Santo que le conoció bien:
- Si Francisco de Sales es tan bueno, ¡qué no será Dios!...
Cuando se sintió morir, se despidió de su gran dirigida Santa Juana Francisca Fremiot: de Chantal
- ¡Adiós, hija mía! Te dejo mi espíritu y mi corazón.
No se lo dejaba sólo a la gran Santa. Nos lo ha dejado a todos nosotros, que, después de casi cuatro siglos, aún seguimos viviendo de sus ejemplos maravillosos y de sus enseñanzas inmortales....
Al decir de Benedicto XVI,
sin san Francisco de Sales no hubiera existido el
heroico «caminito» de santa Teresa de Lisieux. También se encuentra formulado en los escritos de san Francisco de Sales el modo de vida de santidad que santa Teresa de Lisieux practicó heroicamente y que consistía en aprovechar todas los pequeños sacrificios que se le presentaban para ofrecerlos con alegría, mientras ardía en deseos de padecer por Jesús los mayores martirios. Véase lo que dice san Francisco de Sales en el Tratado del amor a Dios, Libro XII, Capítulo VI, con el título:
Y véase lo que decía y hacía santa Teresa de Lisieux: Las flores de Santa Teresa de Lisieux |
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2022-6 ...Enseñanzas pontificias.... ...INDEX
La puerta de entrada en la
propia Iglesia no es ningún sistema teológico o filosófico. ..Canals decía que en la
Iglesia hay de todo (leer más).