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Breve Auctor nostra fidei, de 1864, de beatificación de Margarita María Alacoque por el beato Pío IX, Papa

PIO PAPA IX.

PARA PERPETUA MEMORIA

Jesús autor y consumador de nuestra fe (Heb 12,2), que, movido por excesiva caridad, después de haber tomado la débil naturaleza mortal, se ofreció á Dios en el ara de la cruz corno víctima inmaculada para redimirnos de la afrentosa esclavitud del pecado, no ha tenido más vehemente deseo que el de encender de todos modos en las almas de los hombres las llamas de caridad que abrasan su Corazón, según vemos en el Evangelio que así lo aseguró á sus discípulos, en los siguientes términos:

"He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!" (Lc 12,49).

Por lo mismo, y á fin de inflamar más y más este fuego de la caridad, ha querido que se estableciese y propagase en la Iglesia la veneración y el culto de su Sagrado Corazón: Y ¿quién habrá tan duro y rebelde que no se sienta movido á volver amor por amor á ese Corazón suavísimo, que fue traspasado y herido por cruel lanzada á fin de ofrecer á nuestra alma un abrigo y un refugio donde pueda estar á cubierto y en seguridad contra los asaltos y las redes del enemigo?

¿Quién no se sentirá impulsado á tributar profundos homenajes á ese Corazón Sagrado de cuya herida brotaron agua y sangre, fuente de nuestra vida y de nuestra salud?

Para establecer tan piadoso culto y difundirlo entre los hombres, Nuestro Señor se dignó escoger á su venerable sierva Margarita María Alacoque, religiosa de la orden de la Visitación de Santa María, que, por la inocencia de su vida y el ejercicio continuo de todas las virtudes, y ayudada de la gracia de Dios, se mostró digna de un empleo y de un ministerio tan elevado. Nacida de una familia honrada en la aldea de L'Hautecourt, diócesis de Autun, en Francia, fue desde sus primeros años tan dócil y era su virtud tan superior á su tierna edad, que sus padres pudieron desde entonces presagiar de una manera cierta lo que sería para lo futuro.

Aún siendo muy niña se apartaba de las diversiones que seducen de ordinario en esa edad tan tierna, y buscaba en su casa el sitio más retirado donde ofrecer á Dios en profundo recogimiento sus adoraciones y sus homenages. Llegada á la adolescencia, evitaba el trato de los hombres, teniendo su mayor delicia en frecuentar el templo y pasar allí largas horas orando y meditando. Habiéndose consagrado á Dios desde sus primeros años en el voto de virginidad, afligía su cuerpo con ayunos, disciplinas y toda clase de austeridades, como para guardar dentro de un cerco de espinas la flor de la virginidad. Fue además un modelo ilustre de mansedumbre y humildad; porque habiendo muerto su padre, y estando la madre bajo el peso de los años y de una grave enfermedad, fué tratada con tanto rigor y dureza por las personas encargadas de gobernar la casa, que casi siempre le faltaba para el alimento diario y los vestidos. Por grande que fuese la tiranía y la injusticia de semejante conducta, la soportaba con ánimo sereno, sin perder jamás de vista el ejemplo de Jesucristo paciente. A la edad de nueve años fue admitida por primera vez al banquete eucarístico, adquiriendo con este celestial alimento tan ardiente caridad, que el fuego divino parecía brotar de sus labios y de sus ojos. Inflamada igualmente de caridad por el prójimo, deploraba con amargura la miseria de una multitud de niños casi abandonados de sus padres, que crecen en el vicio y en la ignorancia de las cosas más necesarias á la salvación; y para remediar este mal, les enseñaba con paciencia los misterios de la fe, los formaba en la virtud, y para sustentarlos, se privaba diariamente de una parte de sus mismos alimentos.

Habiendo fijado su elección en el Celeste Esposo, cuando su madre le propuso gozar de riquezas y una alianza brillante, las rehusó con firmeza, y para guardar con más seguridad la fe que había prometido á su celeste Esposo, decidió seguir en el claustro la vida de las vírgenes consagradas á Dios. Después de haber deliberado detenida y seriamente consigo misma; después de haber consultado, por medio de la oración, la voluntad divina, a la edad de veintitrés años fué recibida entre las religiosas de la Visitación de Santa María, en el monasterio de Paray le Monial, de la diócesis de Autun.

Habiéndose mostrado durante su noviciado, tal como lo había hecho esperar por sus bellas disposiciones para la virtud y la inocencia de su vida, se le admitió á pronunciar los votos solemnes. Después de profesa se la vió caminar á grandes pasos en la perfección religiosa, ofreciendo á sus compañeras consagradas á Dios el ejemplo de todas las virtudes. Brillaba en ella una maravillosa humildad, una prontitud extraordinaria en obedecer y una paciencia admirable para soportar todo género de contrariedades; un cuidado nimio en observar hasta las menores reglas; una austeridad que la llevaba a macerar continuamente su cuerpo; un ardor infatigable en la oración, á la cual se aplicaba de día y de noche, y en la que su alma, desligada de los sentidos, era frecuentemente inundada en la abundancia de los dones celestiales. Al meditar en los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, sentía un dolor tan vivo y se inflamaba de tal modo en el fuego del amor divino, que muchas veces caía desvanecida y permanecía exánime.

Habiéndose atraido la admiración de todas sus compañeras, por la eminencia de sus virtudes, se le confió el encargo de ejercitar y de formar en la vida religiosa á las jóvenes novicias; encargo que ninguna podía cumplir mejor que la venerable Margarita María, quien, por medio del ejemplo, estimulaba á las jóvenes cuya maestra era, á entrar en la vía de perfección, y afirmaba sus pasos en esa carrera.

Un día en que oraba con mayor fervor que de costumbre en presencia del Santísimo Sacramento del altar, Nuestro Señor .Jesucristo la hizo conocer que le sería muy agradable ver establecido el culto de su Sagrado Corazón, tan inflamado hacia los hombres por el fuego de la caridad, y que á ella quería confiarle esta misión. Humilde como lo era, la venerable sierva de Dios quedó aterrada estimándose indigna de tan alto ministerio; sin embargo, para obedecer á la voluntad suprema y satisfacer el deseo que tenía de encender en el corazón de los hombres el fuego de! amor divino, hizo cuanto al intento pudo entre las religiosas de su monasterio y entre cuantos ejercía alguna influencia para que el Sagrado Corazón, fuente de toda caridad, recibiera honra y adoraciones. En esta empresa la venerable sierva de Dios tuvo que sufrir grandes penas y vencer innumerables dificultades, que jamás le hicieron perder el ánimo, y contando con los socorros celestiales se aplicó con tal actividad y constancia á establecer aquella devoción, que bien pronto logró extenderla con gran provecho de las almas y propagarla muy lejos en el seno de la Iglesia.

En fin. deseando romper las ligaduras terrenales para volar a las celestes nupcias del Cordero, por las que tan ardientemente suspiraba, consumida, no tanto por la enfermedad cuanto por el fuego de la caridad, llegó al término de su vida mortal el día 17 de Octubre de 1690.

La opinión que habia comenzado á extenderse respecto de la santidad de la venerable Margarita María, creció mucho después de su muerte por el brillo de los prodigios atribuidos á la intercesión de la venerable sierva de Dios. Por esta razón, el año de 1715 el Obispo de Autun hizo levantar en tiempo oportuno informaciones en regla sobre la vida y costumbres de la venerable. Pero la revolución que a fines del siglo XVIII trastornó a casi toda la Europa, no permitió someter la causa a la Santa Sede. Calmada un tanto la deshecha tormenta, se solicitó el juicio de la Silla Apostólica y se introdujo en la Sagrada Congregación de Ritos el proceso de las virtudes que habían ilustrado a Margarita María; y después de un serio y minucioso examen, declaramos que había practicado esas virtudes en grado heroico, según decreto promulgado el 23 de agosto de 1846.

Enseguida fue propuesta en el seno de la misma Congregación la discusión de los milagros por los cuales se afirmaba que el cielo había dado testimonio de la santidad de la venerable con tal que estén suscritos por el Secretario de la Sagrada Congregación de Ritos, y sellados con el sello del Prefecto, merezcan la misma fe que se daría á nuestras letras originales, como expresión de nuestra voluntad.

Dada en Castengandolfo, bajo el anillo del Pescador, á 19 de Agosto de 1864, décimo noveno de nuestro Pontificado.

N. Cardenal Pabacciani Clarelli.

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Sobre la transmisión por santa Margarita María Alacoque de la enseñanza del reinado total del Sagrado Corazón de Jesús en la propia persona, tenemos el dato del inapreciable testimonio de la madre Saumaise, superiora de Paray le Monial en la época de santa Margarita María. Este testimonio está contenido nada menos que en la Bula de canonización de santa Margarita María Alacoque por el papa Benedicto XV en 1920:

«La madre de Saumaise, concluido el sexenio de su cargo por aquellas fechas, es decir, en 1678, se retiró de Paray. En sus escritos dejó este testimonio de Margarita María: »en los seis años que vivió familiarmente con ella, jamás se enfrió en su propósito, que ciertamente era que Dios reinase en ella en todo, ante todo y sobre todo; »no dio gusto alguno ni a su cuerpo ni a su alma; esta constante fidelidad le consiguió de la divina largueza eximias gracias y singulares favores; »en contrapartida, estas cosas la movían a buscar cruces, aflicciones y menosprecios con todas sus fuerzas; »sin que nadie busque con tanta diligencia honores y placeres, como ella deseaba con avidez cruces y desprecios; estas eran sus delicias, »aunque a su muy delicada naturaleza le repugnaban y pesadamente las llevaba».

«Mater de Saumaise, absoluto sexennio sui magisterii, sub eodem fere tempore, idest anno millesimo sexcentésimo septuagesimo octavo, Paraedio decessit: »in commentariis suis huiusmodi testimonium reddiderat de Margarita Maria: per sex annos, quibus familiariter ea usa erat, numquam propositum illius refrixisse, »quo certum erat, ut in se Deus in omnibus regnaret, ante omnia et prae omnibus; nulli unquam oblectamento aut animi, aut corporis eam induisisse; »hac constanti fidelitate, eximias gratias a divina largitate et singularia beneficia sibi conciliasse; haec vicissim, ad cruces, afflictiones, despicientias magno opere persequendas, »eam excitasse; exstare neminem, qui tantis studiis honores et voluntates concupiscat, quant a illa aviditate cruces et contemptus appetebat: hac erant eius deliciae, »quamquam delicatior natura eius talia stomachabatur et graviter ferebat.

(Bula Ecclesiae consuetudo de canonización por Benedicto XV de santa Margarita María Alacoque de 13 de mayo de 1920, AAS 1920, pág. 495. http://www.vatican.va/archive/aas/documents/AAS-12-1920-ocr.pdf)
(Se puede ver y copiar aquí el original en latín y una traducción de la
Bula de canonización de santa Margarita María Alacoque).

Santa Margarita María Alacoque transmitió así con su ejemplo, y no sólo con lo que dice en la Carta 133, la enseñanza que recibió del propio Jesús, el Verbo hecho carne, de que Su Sagrado Corazón anhela darnos nuestro máximo bien que es la total plenitud del reino de Dios en nosotros, concedernos que vivamos totalmente según Dios, con la renuncia a darnos cualquier gusto y con la aceptación e incluso la búsqueda de los padecimientos y humillaciones que Dios disponga y su ofrecimiento alegre.

"Esta devoción era como un supremo esfuerzo de su amor que quería favorecer a los hombres en estos últimos tiempos con esta redención amorosa, para sacarlos del imperio de Satanás que Él pretendía arruinar para colocarnos bajo la dulce libertad del imperio de su amor, el cual quería establecer en los corazones de todos los que que quisieran abrazar esta devoción".
(Carta 133, cuarta de Aviñón, al Padre Juan Croisset, S. I. del 3 de noviembre de 1689. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Págs. 460-461).

El beato papa Pío IX explicó que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús la quiso Nuestro Señor para encender la caridad en todos y para que así caminemos según su Corazón como Dios quiere:

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es para encender la caridad en todos y que, inflamados de amor, caminemos según su Corazón agradándole a Dios
Así lo enseñó en 1864 el beato Pío IX, Papa, en el Breve de beatificación de Margarita María Alacoque y en la encíclica Quanta Cura que venía con el Syllabus

El propio Jesús, el Verbo hecho carne, le reiteró también a sor María del Divino Corazón que el verdadero núcleo de esta devoción es la unión personal con Él:

"Una vez, hablando de este mismo asunto de las comuniones, dijo que su deseo había sido establecer el culto de su Divino Corazón, y que ahora que este culto exterior estaba introducido por sus apariciones a la bienaventurada Margarita María y extendido por todas partes, Él quería también que el culto interno se estableciese más y más; es decir, que las almas se habituasen a unirse cada vez más con Él interiormente y a ofrecerle sus corazones como morada".
(Soeur Marie du Divin Coeur, Luis Chasle, cap. VIII, pg. 240, ed. 1925, París).

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