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La conversión de san Pablo
"Yo soy Jesús a quien tú persigues... Me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo... yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan... del poder de Satanás a Dios" (Hch 26, 15-18).
Testigo = mártir, en griego
Apóstol = "enviado"
Saulo, el mayor negador de Jesucristo, el más
furioso perseguidor de los cristianos, fue elegido por Jesús, el
Verbo hecho carne, para ser su apóstol (enviado) y su testigo (mártir).
Y previamente elegido para ser cristiano ferviente. Lo hizo
Jesús, el Verbo hecho carne, que una vez resucitado, sólo es
visible cuando Él quiere, como hará en la Parusía, su segunda
venida gloriosa, para implantar su reinado en plenitud en todos
los corazones y en todas las naciones:
haciéndose ver por todos, (con lo cual eliminará de raíz el
sistema anticristiano basado en que todos los individuos y los
pueblos vivan como si Dios no existiera);
e iniciando una inmensa, continuada y universal efusión de
gracia, de presencia del Espíritu Santo en todas las almas, que
desembocará en la ferviente conversión de todos, hasta culminar
en la universal devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al
Inmaculado Corazón de María, que cimentará la civilización
del amor, el reinado de Cristo en plenitud. Como expresa la
esperanza del Iglesia enunciada por el Concilio Vaticano II:
"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).
Lo que es proclamar la esperanza segura de que se nos dará la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro. La unidad católica mundial; y no mediante la exclusión legal de las demás confesiones, sino porque todos serán de corazón fervientes católicos.
El malentendido sobre la visibilidad de Nuestro Señor Jesucristo en su segunda venida gloriosa
.Malentendidos sobre la Parusía..
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Comenta Benediicto XVI:
"También nosotros podemos encontrarnos con
Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en
la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar
el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro.
Sólo en esta relación personal con Cristo,
sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos
realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre
toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.
Por tanto oremos al Señor para que nos ilumine, para que
nos conceda en nuestro mundo el encuentro con su presencia
y para que así nos dé una fe viva, un corazón
abierto, una gran caridad con todos, capaz de
renovar el mundo".
(Benediicto XVI: Audiencia general, 3 de septiembre de 2008, http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080903.html ).
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El primer relato de san Lucas:
Saulo, respirando todavía amenazas y muertes
contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote,
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si
encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los
pudiera llevar atados a Jerusalén.
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de
repente le rodeó una luz venida del cielo,
cayó en tierra y oyó una voz que le decía:
«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?»
El respondió:
«¿Quién eres, Señor?»
Y él:
«Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero
levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer».
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto;
oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos,
no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en
Damasco.
Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le
dijo en una visión:
«Ananías».
El respondió: «Aquí estoy, Señor.»
Y el Señor:
«Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas
por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha
visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las
manos para devolverle la vista».
Respondió Ananías:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos
males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí
con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que
invocan tu nombre.»
El Señor le contestó:
«Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi
nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo
le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre».
Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo:
«Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se
te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la
vista y seas lleno del Espíritu Santo».
Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la
vista; se levantó y fue bautizado.
Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con
los discípulos de Damasco, y enseguida se puso a predicar a
Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios.
Todos los que le oían quedaban atónitos y decían:
«¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente
a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el
objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?»
Pero Saulo se crecía y confundía a los judíos que vivían en
Damasco demostrándoles que aquél era el Cristo.
Al cabo de bastante tiempo los judíos tomaron la decisión de
matarle.
Pero Saulo tuvo conocimiento de su determinación. Hasta las
puertas estaban guardadas día y noche para poderle matar. Pero
los discípulos le tomaron y le descolgaron de noche por la
muralla dentro de una espuerta.
Llegó a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos;
pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo.
Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los
apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en
el camino y que le había hablado y cómo había predicado con
valentía en Damasco en el nombre de Jesús.
Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el
nombre del Señor.
Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos
intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a
Cesarea y le hicieron marchar a Tarso
(Hch 9, 1-30).
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San Pablo lo explica a sus perseguidores
«Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia,
pero educado en esta ciudad; me formé a los pies de Gamaliel en
la exacta observancia de la ley de nuestros padres; he servido a
Dios con tanto celo como vosotros mostráis hoy. Yo
perseguí a muerte este Camino, encadenando y metiendo en la
cárcel a hombres y mujeres, como pueden atestiguar en
favor mío y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todo
el consejo de los ancianos. Ellos me dieron cartas para
los hermanos de Damasco, y me puse en camino con el propósito de
traerme encadenados a Jerusalén a los que encontrase allí, para
que los castigaran.
Pero yendo de camino, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de
repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor,
caí por tierra y oí una voz que me decía:
"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?".
Yo pregunté:
"¿Quién eres, Señor?".
Me respondió:
"Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues".
Mis compañeros vieron el resplandor, pero no oyeron la
voz que me hablaba.
Yo pregunté:
"¿Qué debo hacer, Señor?".
El Señor me respondió:
Levántate, continúa el camino hasta Damasco, y allí te
dirán todo lo que está determinado que hagas.
Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis
compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
Un cierto Ananías, hombre piadoso según la Ley, recomendado por
el testimonio de todos los judíos residentes en la ciudad, vino
a verme, se puso a mi lado y me dijo:
"Saulo, hermano, recobra la vista".
Inmediatamente recobré la vista y lo vi.
Él me dijo:
"El Dios de nuestros padres te ha elegido para que
conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz,
de sus labios, porque vas a ser su testigo ante
todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora, ¿qué te
detiene? levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados
invocando su nombre"».
(Hch 22,3-16).
A continuación, san Pablo les explica también a sus perseguidores su nombramiento de apóstol ["enviado"] en otra aparición de Jesús:
«Habiendo vuelto a Jerusalén y estando en
oración en el Templo, caí en éxtasis; y le vi a Él que me
decía:
"Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no
recibirán tu testimonio acerca de mí."
Yo respondí: "Señor, ellos saben que yo andaba por las
sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti; y
cuando se derramó la sangre de tu testigo
Esteban, yo también me hallaba presente, y estaba de acuerdo con
los que le mataban y guardaba sus vestidos."
Y me dijo:
"Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los
gentiles".»
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Lo explica ante el rey Agripa II:
«Me considero feliz, rey Agripa, al tener que
defenderme hoy ante ti de todas las cosas de que me acusan los
judíos, principalmente porque tú conoces todas las costumbres y
cuestiones de los judíos. Por eso te pido que me escuches
pacientemente.
«Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde
cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén.
Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden
testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la
secta más estricta de nuestra religión.
Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en
la Promesa hecha por Dios a nuestros padres,
cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el
culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta
esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos.
¿Por qué tenéis vosotros por increíble que Dios resucite a
los muertos?
«Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los
medios el nombre de Jesús, el Nazoreo.
Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos
sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en
las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo
contribuía con mi voto.
Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza
de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor
contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.
«En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y
comisión de los sumos sacerdotes;
y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz
venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que
me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor.
Caímos todos a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua
hebrea:
"Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te
es duro dar coces contra el aguijón."
Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?"
Y me dijo el Señor:
"Yo soy Jesús a quien tú persigues.
Pero levántate, y ponte en pie; pues me he
aparecido a ti para constituirte servidor y testigo
tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te
manifestaré.
Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales
yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan
de las tinieblas a la luz, y del poder de
Satanás a Dios; y para que reciban el perdón
de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados,
mediante la fe en mí."
«Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión
celestial, sino que primero a los habitantes de Damasco, después
a los de Jerusalén y por todo el país de Judea y también a los
gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a
Dios haciendo obras dignas de conversión.
Por esto los judíos, habiéndome prendido en el Templo,
intentaban darme muerte.
Con el auxilio de Dios hasta el presente me he mantenido firme
dando testimonio a pequeños y grandes sin decir cosa que esté
fuera de lo que los profetas y el mismo Moisés dijeron
que había de suceder:
que el Cristo había de padecer y que, después
de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría
la luz al pueblo y a los gentiles».
(Hch 26, 4-23).