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Cortes de Cádiz

Melchor Ferrer. Cristiandad. Barcelona, nº. 46, 15 de febrero de 1946, págs. 69-74

Perfil de la época.-Las doctrinas perniciosas

Era una Corte y un pueblo. La Corte frívola, sujeta a las. veleídades de un favorito más atento a congraciarse con la Reina que a procurar el bien de los españoles. Corte de intrígas y de placeres en que no siempre se hallaban bien guardadas la moral y el respeto, s,iquiera fuera en apariencia. Corte de Carlos IV, bonachón y apacible, y de cortesanos que 10 eran más del primer Ministro que del Rey. En la que los generales y Almirantes se sacrificaban, en que los funcionarios medrabran y en la que los palatinos intrigaban y murmuraban. Y un pueblo sencillo y humilde hasta el que llegaba el mal ejemplo dado por las clases aristocráticas, piadoso sí, pero en el que cundía, como brisa envenenada, las ideas que durante un siglo habían sido las que habían preparado el gran estallido de la revolución en la Monarquía transpirenaica.

En este pueblo en el que, como decimos. el mal ejemplo no se había ahorrado ni tampoco velado púdicamente, estaban sus clases directoras emponzoñadas por ideas disolventes, aunque muchas veces los mismos. que las propalaban no tuvieran otro designio que mostrarse ilustrados, que éste era el adjetivo que acompañaba a todo: despotismo ilustrado, ideas ilustrada's y hasta religión ilustrada. Conjunto de ideologías mal traducidas y poco adaptadas, muchas veces enunciadas, y casi nunca digeridas.

Así se había ido formando un pensamiento español de retazos de pensamientos extranjeros. El galicanismo. que en Francia había evolucionado desde los tiempos de Bossuet y de Luis. XIV y que habían introducido los abates cortesanos de Felipe V, había tomado este sello ilustrado a que nos referimos, convirtiéndose en el hispanismo o, como mejor le cuadraría, según Menéndez y Pelayo, el goticismo, ya que se llevaba y se traía constantemente la disciplina de los tiempos de los reyes visigocios sin parar en mientes de la diferencia de los tiempos y los cambios constantes de los pueblos, pero sin tampoco verter muchas lágrimas en la reforma clunisense que al dar el traste con el antiguo ritualismo español había conseguido la unidad de España con su madre la Iglesia Romana. y era ello porque en España se pretendía más, defender la independencia de nuestra Iglesia que el retorno a las formas antiguas de la liturgia hispánica. (En los Concilios góticos y en los que les precedieron buscaban aquellos hispanistas la oposición al Pastor común, no el retorno a viejas, desusadas y proscritas tradiciones.) El jansenismo que sólo lo era en cuanto a su lucha contra el poder pontifical del Romano Soberano, ya que poco les importaba las cuestiones de la gracia suscitadas por el Obispo de Iprés, habiendo tenido sus victorias definitivas-o así lo creyeron ellos-con la expulsión de la Compañía de Jesús en tiempos de Carlos III, no les quedaba más que el tronco del árbol de la Iglesia al que atacar, como había escrito a su tiempo el filósofo enciclopedista D'Alambert. Pero este jansenismo infeccionaba muchas esferas eclesiásticas y no eran pocos los que habían caído más o menos conscientemente en las redes de la rebelión, hipócritamente mantenida y conservada. El filosofismo, en el que se encerraban todos los errores de un pretendido racionalismo y que no era más que una forma elegante de poder obrar conforme a sus concupiscencias, y de hacer gala de irreligión, revistiéndola con el ropaj e de la ligereza. La masonería que, introducida en España, no dejaba de extender sus tentáculos entre las clases aristocráticas y enriquecidas, viniendo a ser el nexo común y la fuerza propulsora del ataque formal a la Iglesia en España y a las escasas tradiciones políticas que entonces se conservaban. Y por último el liberalismo, nacido de el racionalismo y educado en el naturalismo, o religión de la naturaleza; enemigo acérrimo de la fe y de las tradiciones político-cristianas, que viera su aurora en la "Declaración de los Derechos del Hombre". Todos ellos no tenían reparo alguno que oponer a la orgía de sangre con que su advenimiento había horrorizado a los franceses, quienes tan inconscientemente 10 habían preparado.

Antecedentes.-EI 2 de Mayo

Todos los elementos propios de la revolución liberal estaban ya introducidos en España cuando va a surgir el liberalismo político en ella. Si bien no se ha infiltrado en los elementos populares de la Nación española, hay tantas brechas abiertas en la sociedad de aquel tiempo, que pueden contarse como escasas las fuerzas de resistencia a las ideas innovadoras. Precisaba un acontecimiento que diera a la luz tal revolución. Cumpliendo su misión fatídica Napoleón y Godoy serán sus instrumentos y España conocerá un triunfo que si parece a sus contemporáneos efímero, la historia nos enseñará que fué decisivo durante todo el siglo que le siguió. Con el engaño de una fementida amistad y una falsa alianza los soldados del Imperio, vehículos de la revolución en Europa, se habían introducido como amigos en nuestras ciudades. El ambiente de cortesía, y la falta de reflexón, daba a aquella lIegada las característcas de una excelente acogida: saraos y recepciones no faltaban para los oficiales aguerridos de los ejércitos napoleónicos, y si bien la masa popular les miraba con cierta prevención, ésta no existía en el mundo elegante, ni en el que se llamaba intelectual y artístico y mucho meno's, salvo honrosas excepciones como la del general Alvarez de Castro en el castillo de Montjuich, en el mundo oficial. Pero como que e1 engaño debía terminar, ya que al final debían quitarse la careta los falsos amigos, también, llegada aquella hora, fué la clase popular la que sintió en su rostro el sonroj o de la vergüenza, y estalló la ira del pueblo, bien alentada sin embargo por algunos que ocupando altos cargos -el Infante Don Antonio Pascual, por ejemplo-, expresándose en forma definitiva contra la extranj erización, en la jornada del 2 de mayo de 1808.

Fuera o no espontánea la rebelión del pueblo madrileño contra el despotismo de Joaquin Murat y contra los atropellos de la soldadesca francesa, no es este el momento de dilucidarlo. Lo que importa es el' hecho histórico de aquel acontecimiento de tan gran importancia que señala el fin de la historia moderna de nuestra patria y el comienzo de la contemporánea. Lo que nos importa, en este momento, es saber que el alzamiento del pueblo madrileño es la iniciación de un levantamiento general del pueblo español en defer.sa de su religión y de su Rey. Es decir de su alma y de su honor. Si el 2 de mayo no se hubiera producido en Madrid, hubiera surgido en cualquier momento en otra ciudad o puehlo español. Estaba en el ambiente; se deseaba por los españoles cansados de sufrir humillaciones, se sentía la necesidad. Ante aquellos soldados franceses descaradamente antirreligiosos que tachaban de superstición y de fanatismo las profundas creencias de nuestro pueblo, ante aquella soldadesca brutal que nos trataba como a país conquistado, que no respetaba el pudor de las mujeres, ni la dignidad de los hombres, era lógico, terriblemente lógico, hasta llegar a los linderos del fatalismo, que España debía reaccionar. Si en Madrid se preparó más o menos, no importa... en el resto de España surgió espontáneamente. Y espontáneamente comenzó la guerra de la Independencia.

La historia de aquella epopeya es muy conocida, aunque poco estudiada. No hay paradoja en lo que apuntamos. Exteriormente las campañas militares de nuestros ejércitos y de los aliados han tenido sus constantes historiadores. Estos han seguido las vicisitudes de nuestros guerrilleros y la literatura ha tenido también su parte, recogiendo episodios particulares. Pero no así de las entrañas de aquel alzamiento, precursor de las guerras tradicionalistas como confesaba Cánovas del Castillo; de aquel movimiento popular que no podía vincularse con el nacionalismo catalán -al igual que ocurriera con la guerra de sucesión en tiempo de Felipe V, como reconocía Rovira y Virgili-; de la esencia de aquel movimiento; del alma que vibraba en los ámbitos de la península; los sentimientos religiosos y políticos de! pueblo en armas, en contraste con los liberales que reconocieron a José Bonarparte; de éste en el poder, de la labor de sus ministros, que era mucho y mucho para hacer. A nuestro objeto sólo nos interesa recoger el espírítu de este alzamiento ante todo religioso y monárquico. Saber que España sín Rey, es sin embargo España fiel al Rey; que España conociendo la cautividad del Papa es fiel a la autoridad del sucesor de San Pedro. Su monarquismo no obsta a suplir la ausencia del monarca; su catolicidad no impíde que se mantenga obediente a un Papa cautivo. No le importa ni la vergüenza de la abdicación de Bayona, ni de que Roma esté ocupada por los ejércitos del Emperador. España lucha por su Dios y por su Rey, y 10 hace porque defiende, con los altares y con las últimas tradiciones, la patria invadida.

Las Juntas

Surgen entonces., y éstas sí que evidentemente espontáneas, las Juntas para la defensa de España. El alzamiento acéfalo no podía prosperar. No existen, en realidad, movimientos populares de esta clase que perduren. Y estas Juntas están constituídas por los elementos menos influenciados por doctrinas y principios de allende el Pirineo. Pero su misma índole de quedarse circunscritas en regiones y comarcas, son causa de que muchos de sus fines no queden cubiertos, es decir de que no haya íntima conexión entre los elementos que forman las Juntas vecinas. Se imponía que aquella regencia que había nombrado Fernando VII, al salir para Francia, tomara la dirección para unificar el esfuerzo de todos. Pero de aquella regencia los más eran afrancesados y servían al Rey intruso y los menos andaban en manos del invasor. Resurgirla era imposible, restaurarla era necesario y de aquí que por un clamor unánime de las mismas Juntas se formara la Junta Central. Demasiado numerosa y en la que se señalan ya tendencias distintas. Hay quienes piensan seguir, como en los tiempos que precedieron a la invasión; otros que pretenden modificaciones en la¡ vida nacional, hasta los hay que no sacuden del polvo extranjerizante con que cubren sus pensamientos patrióticos. La Junta Central hizo cuanto pudo; Jovellanos defendió su gestión y si nosotros honradamente creemos que hizo cuanto pudo, sin afirmar que pudo todo lo que convenía, creemos haber hecho su mayor elogio. Pero era inoperante y se imponía que se redujera a la forma lógica y natural que debe tener la institución que suple la falta por ausencia, por incapacidad o por minoría de todo monarca en una Monarquía organizada: la regencia.

Precedentes reales y supuestos de las Cortes gaditanas

Como que se necesitaba que todos los españoles se sintieran unidos al poder central, se acudió a la restauración de las Cortes españolas. Decadentes desde Carlos 1, en Castilla, habían dejado materialmente de subsistir con el cesarismo borbónico del siglo XVIII, y hasta su recuerdo borrado de las páginas de la "Novísima Recopilación", en aras del despotismo ilustrado y por la voluntad de Godoy. Las Cortes españolas, o mejor dicho castellanas, eran un recuerdo que persistía en el espíritu del pueblo docto o indocto. Pero con tanto hablar de los Concilios, porque así había convenido a los regalistas, ellas se habían ido dejando aparte por los mismos regalistas que muchas veces, más que convicciones propias, lo que expresaban eran las especies can que se adulaba al poder Real. El campeón de las Cortes era Martínez Marina. Pero éste las había defendido a través de sus ideas y de sus interpretaciones, más que ajustándose a la realidad. Hoy todos, tradicionalistas y liberales, los que han estudiado la obra de Martínez Marina, han convenido en que este autor se dejó llevar más por su pensamiento que por la veracidad hístórica y las democratizó más allá de lo que eran en realidad. ¿Tuvo influencia en él el recuerdo de la "Declaración de Principios" del Parlamento Inglés? No lo creemos, porque en España, por aquel tiempo, lo que procedía de Inglaterra, se conocía a través de los franceses, y no era la admiración de VoItaire por Lord Bolingbroke, la más apta para entusiasmarse con el Rey "Whig". Sin embargo algo debió influir Voltaire en el pensamiento de Martínez Marina, al traer aquella edición francesa del parlamentarismo inglés. Donde encuentra sus precedentes inmediatos es en la Asamblea Legislativa francesa, cuando la revolución en Francia comenzaba su carrera devastadora, y, por 10 tanto, aunque no lo pretenda pues se escuda en un seudo-tradicionalismo de ocasión, en Mirabeau y sus compañeros va a buscar su interpretación de las Cortes con que quiso dotar a España. Entremezclado con ello están resabios regalistas a lo Campomanes, aunque vaya transfiriendo la autoridad de los Reyes, a las Cortes.

Cortes de Cádiz

Como decimos, la idea de volver a convocar nuestras gloriosas Cortes no podía ser vista con disgusto más que por aquellos que se sintieran los continuadores de los partidarios del despotismo ilustrado en tiempos de los últimos reyes. Pero en general no podía caer mal tal idea. Para los que sintieran ideas reformadoras porque así podían llevar a cabo sus pensamientos. Los que, más o menos claramente, sentían el amor a la tradición española, porque las Cortes estaban vinculadas a nuestra tradición nacional, que difirieran entre sí, no importa y que los hubiera de un falso tradicionalismo a lo Martínez Marira, no hace más que aumentar el núme. ro de los que las querían y deseaban. Quizá de haber vivido más el Conde de Floridablanca hubiera habido más dificultades para su convocación. Pero su suceSor el Arzobispo de Laodicea, Don José Acisclo de Vera y Delgado, por sus mismas convicciones realistas y opuestas a la influencia ideológica francesa, era más propicio a convocarlas, si bien en el sentido ne'o de la tradición española. Mas apenas se van a designar las Cortes, la influencia de Calvo de Rozas consigue desvllt~arlas no llamándose en la convocato! la a las clases o brazos militar' y religioso. Y si bien abundan en las Cortes de Cádiz los clérigos, van como representantes de Juntas, provincias y villas con voto en Cortes. Desaparece aquella separación entre los brazos, y en vez de las Cortes tradicionales tenemos una caricatura de los Estados Generales de Francia, cuando se van a convertir en Asamblea, es decir, que el pensamiento primero de unas Cortes a la usanza de Castilla, ha sido reemplazado, en la realidad, por la copia del. organismo origen de la Revolución francesa, por ]P que queda evidente que no se copió, de cerca ni de lejos, al Parlamento Inglés, que, a pesar de sus prerrogativas, mantenía la división de los tres brazos. 'Desde este momento e! liberalismo en España es una realidad política, y aunque el diputado valenciano Borrull hizo notar que era antitradicional la reunión de Cortes en estas condiciones, triunfantes los reformistas, habiendo obtenido tan importante victoria, las Cortes de Cádiz no podían ser más que lo que fueron, es Ijecir el pórtico por e! que entró e! liberalismo en España. Si algo faltaba para que ello ocurriera así, vinieron a reunirse en las Cortes los diputados de ultramar: canarios, americanos y filipinos. Era un elemento nuevo que se injertaba en el pueblo español, pero desvinculado con la tradición española, más pronto lleno de recelo y de reparos. Es muy discutible la conveniencia o no de la llamada de los diputados ultramarinos, pues si bien éstos, como hemos dicho, no tenían un vínculo con el pasado español, es indudable que en la obra común para luchar contra la invasión, América podía ser un elemento de imIJortancia. El no llamarlos era precipitar los acontecimientos, ya que el mal ejemplo de la independencia de los Estados Unidos, señalaba como próxima la separación de España. Convocarlos, por otra parte, era darles intervención en los asuntos internos de la Metrópoli, que les eran ajenos. No cabía el motivo de que podían prestar ayuda en la lucha contra el invasor porque ni lo hicieron ni podían hacerlo, por la alianza, de Inglaterra con España las rutas marinas para alcanzar nuestro Imperio no debían ser fáciles a los franceses. Sí las Cortes se hubieran reunido en sus tres brazos, y se hubieran limitado a sus funciones privativas propias de las antiguas españolas, no siendo sus funciones constituyentes, ningún obstáculo había para su admisión. Pero en la forma que se convocaban y con los propésitos de gran parte de los reunidos, triunfantes no sólo en la elaboraeíón de la Constitución sino también en otros puntos substanciales, la venida a España de los diputados de ultramar, solo favoreció a la revolución y al liberalismo, y no puso obstáculo a la independencia de América, que era lo menos que se podía pretender.

Si a esta mescolanza de representaciones le agregamos la introducción de los diputados supremos, que como se sabe se reclutaron en su mayor parte en las tertulias políticas, y hasta en las logias masónicas muchos de ellos, se comprenderá el por qué aquellas Cortes señalan una fecha fatídica en nuestra historia nacional. Era pues natural que en la asamblea discreparan los pensamientos de los diputados. Desde fuera, una campaña de prensa, más radical que el designio de los diputados -lo mismo en los realistas que en los liberales se va imponiendo a los asambleístas. Junto a ellos una turba pagada, vocinglera y cuando conviene amenazadora, vigila a los diputados en sus Cortes e impide la defensa a los anti:iberales. Dentro, la presión de las logias es constante, sujetando a sus mandatos a los diputados liberales. Para que no hubiera cierta independencia de las Cortes, pronto se trasladan éstos de la Isla de León a la Ciudad de Cádiz. En la Isla no hay la influencia directa de la prensa ni de las turbas. En Cádiz la prensa exaltada francamente revolucionaria, irreligiosa y antifernandina, puede influir en el diputado, y la recluta de los asalariados para el aplauso o para la amenaza, es mucho más fácil.

Principales puntos de discusión: partidos y tendendas

A parte la cuestión constitucional de que se tratará en otro lugar, los hechos que hemos de destacar, ¡por ser otros tantos jalones del liberalismo en España son: la Soberanía de las Cortes, la libertad de imprenta, y la abolición del Tribunal de la Inquisición. Alrededor de estos asuntos como de la discusión del texto constitucional, se van a formar los 90S partidos de los diputados españoles: serviles y liberales, como se motejan unos a otros, realistas y reformistas, como se llaman ellos mismos. Los diputados americanos han formado un grupo aparte; son lógicos, quizá los únicos lógicos en aquellas Cortes. Tienen toda la gama en ideas, desde republicanos, como Ramos Arispe, hasta absolutistas, cual Ostalaza. Como es lógico América cuenta para ellos más que España, y así, conseguida la independencia, lo mismo se separan de la madre patria masones, como Megía Lequerica, que realistas, como Pérez. Pero en lo que casi hay mayoría es en las ideas liberalizantes. Estados Unidos ya hemos dicho era un mal ejemplo, y las logias de América del Narte tenían muchos amigos en las logias de América del Sur. El grupo americano, que tuvo en muchos momentos la nobleza de reconocerse extraño a las cuestiones internas de España, era sin embargo un factor decisivo que sabía cotizarse para apoyar a los liberales cuando estos precisaban de ellos para su ayuda.

Conviniendo los escritores liberales el que en aquellas Cortes se inicia la historia liberal de España, levantaron un andamiaje para que sirviera de puerta triunfal a la nueva concepción política. Pero para poder demostrar que el régimen constitucionalista entre nosotros era, a la par que popular, coincidente con el pensamiento de la élite intelectual española, se fué deformando la historia verdadera, presentando a los campeones del liberalismo como prodigios de la ilustración española y haciendo ver que los serviles no eran más que unos cuantos anquilosados en el siglo anterior y algún cura que otro de pequeña personalidad. Y así se formaron todas las leyendas de las personalidades de las Cortes d& Cádiz, y se fueron estableciendo las reputaciones de los diputados doceañistas. Pero no valía tanto ello como ridiculiz:ar hasta el extremo a los servilones, hombres que presenta

ban como de pocas luces y de escasa; ilustración. Ya que con un ejemplo bastará para probar nuestro aserto preguntaríamos a quien hubiese saludado la historia de España escrita por los liberales y después leído a Pérez Galdós. ¿Qué piensa usted del Canónigo Don Blás Ostalaza? La respuesta es evidente: fanático, de poca ilustración y menguada cultura, enemigo de las innovaciones, pobre orador. Pues bien, si le contestaran que todo aquello que él pensaba de Ostalaza tal como 10 había concebido por la historia liberal y a través de Pérez Galdós era inexacto, 10 más probable es que dirigiera una miradJ. tompasiva a aquel hombre que vivía en las tenebrosidad,:,; del pasado. Y si se le dijera a otro. que de aquella elocuencia divina que se atribuía a Don Agustín Argüelles, debemos suponer que cual un cantante estaría en la voz, o como un histrión estaría en el cesto, pero nunca en la galanura de la palabra, despectivamente os giraría las espaldas, y a 10 sumo, compadecería vuestra obsesión. y el ejemplo que acabamos de exponer es justamente la más clara forma de expresar cuál ha sido la deformación producida, en el ambiente político y social español, acerca de las Cortes de Cádiz.

Serviles y liberales: sus polémicas

La masa, más que la masa, la selección intelectual de los españoles, no sabe de los debates de las Cortes de Cádiz nada directamente. Es pesado, 10 confesamos, leerse aquellas sesiones en que se habla de muchas cosas que no tienen ninguna relación con la actualidad. Es preciso toda la paciencia del curioso investigador para adentrarse en las reseñas de aquellas sesiones. Se necesita paciencia y tiempo. Pues bien, todos los intelectuales españoles destacados en el liberalismo han acudido a una segunda mano. ¿ Quién se la iba a facilitar ? Naturalmente que esto corresponde a los historiadores. Se da el triste caso de que la historia de España en el siglo XIX, ha sido siempre escrita por plumas liberales. Las generosas tentativas en contra, no tenían eco en un ambiente dominado por la prensa liberal. La cátedra estaba también en manos de tales elementos, o de quienes pensaban liberalescamente o cuando menos que el estado liberal les vigilaba y les pagaba. Y teniendo en cuenta que la enseñanza media, y casi abs.olutamente la superior, estaba en manos de personas que sabían la historia de segunda o tercera mano, o bien aprendida dentro de las tertulias políticas o las logias masónicas no hay que decir cómo la leyenda de los gigantes paladines de la Constitución de Cádiz y la de los pigmeos servidores de las mismas fué poco a poco extendiéndose hasta convertirse en verdad indiscutible.

Pues bien, si hubo liberales que tenían personalidad, ya que no vamos a imitarles en su sectarismo, los había también preeminentes en el bando de los realistas es decir de los motejados como serviles. Nadie dudará todo cuanto representaba en la cultura catalana y española Don Ramón Lázaro de Dou. Su nombre repercute en nosotros como si todavía resonara en la Universidad de Cervera. Inspira tal respeto su personalidad que no es raro encontrar entre los autores liberales quienes pretenden que en el final de sus días había modificado sus convicciones antiliberales. Fs uno de los diputados de Cataluña, y estuvo dentro de la más perfecta oposición al régimen constitucionalista que entonces fué implantado en España. Entre Dou y cualquiera de sus adversarios políticos, no hay posible comparación. Sin embargo, al leer las historias liberales, Dou no tenía por lo visto ningún relieve comparado con las lumbreras del constitucionalismo. Otra gran figura del grupo realista fué Don Pedro Inguanzo, entonces Canónigo y diputado por Asturias, más tarde Obispo de Zamora y por último Cardenal y Arzobispo de Toledo. Siempre en primera fila en el partido realista, sostiene las más duras batallas contra los liberales de las Cortes gaditanas, se impone por su ciencia y por su palabra, y se destaca por su lealtad inquebrantable a los principios de la vieja España y de la tradición católica. ¿ Será necesario ir recordando los nombres de los diputados que se sentaban en el grupo de los servtles? La historia, de ser justa, debería haberlos situado en el plano que merecían, pero no lo entedieron así los 1iberales, y así se fueron olvidando los de Borrull, el incansable defensor de los fueros valencianos y con ellos de las variedades forales de la España medieval; Cañedo y Vigil, Creu;;., Ros de Medrana, Rodriguez de la Bárcena, Cibila... no ocuparon el lugar destacado que por sus méritos y por su inteligencia deberían haber tenido. Es inútil suponer que la variedad de opiniones de los realistas podía ser la causa de que la defensa antiliberal, no tuviera pleno éxito. Las mismas diferencias existian en el campo liberal.

Es inútil creer que hubiera entre ellos unanimidad de pareceres. Entre el pensamiento casi lindante con los realistas de Aner de Esteve, e! moderado de Capmany y las exaltaciones de Argüelles y de Ruiz de Padrón, hay gran cantidad de matices. Hemos de buscar otro motivo para que se abriera el portillo por el cual penetrara el liberalismo en nuestras instituciones 'fundamentales.

Había una aspiración común que nacía de una necesidad generalmente sentida. Era necesario que España saliera del marasmo en que la había sumido el valimiento de Godoy. Se recordaban aquellos ministros que habían sido únicamente sus hechuras; el aletargamiento de nuestras actividades; el hundimiento de nuestra hacienda; la destrucción de nuestra flota; la ineficacia de nuestro ejército; el desconcierto en nuestra justicia. Y sobre todo la vergüenza y el deshonor adueñándose del Palacio Real. Por último la aleve traición del aliado, la invasión extranjer'a y la guerra en que estábamos lanzados. Todos reprobaban este pasado y era convicción unánime de que habia de poner remedio. Lo mismo los más infectado,s de principios enciclopedistas que los más fervientes ortodoxos coincidían en esto que podríamos llamar programa negativo. Puesto que los católicos no podían olvidar aquella era vergonzosa en que desde el Gobierno se propugnaba por el Cisma, y remontaban sus agravios hasta el reinado de Carlos III, con sus ministros regalistas o masones. Pero esta coincidencia en la parte negativa se detenía sólo en el sentimiento unánime de que las Cortes que debian reunirse habian de hacerlo para legislar evitando que se volviera a aquel estado bochornoso. Es decir todos coincidian en que debía establecerse algo fundamental que cerrara el paso a la arbitrariedad de un nuevo Godoy.

Pero aquí paraba, el acuerdo. Los católicos, los monárquicos querian salvaguardar las prerrogativas de la Iglesia y del Trono. Los demás pensaban comenzar la obra demoledora del Trono y el Altar. Por esto desde e! primer momento la idea de una ley fundamental no tiene adversarios. Será su contenido lo que establecerá la diferencia entre liberales y serviles. Estos reconocían los males de! gobierno de Godoy y procuraban, sin menoscabo a los derechos del Monarca, salvaguardar los de la nación. Los liberales solo defendian los privilegios Reales cuando se trataba de regalías con que aherrojar a la -Iglesia, pero tenían buen cuidado de centrar la soberania nacional en la Nación, Para que fuera más soportable este cambio, en la masa espñola, que como todas las masas era simplista,convenia que pareciera no se hacía ninguna gran innovación; óúlo pretender restablecer las viejas leyes de Castilla revestidas con lenguaje moderno, es lo que se encontraba en las disquisiciones de Martínez Marina. Sin embargo, e! antiguo pensamiento lo había adulterado éste, y con e! pretexto de restablecer la tradición castellana, introducia el pensamiento extranjero en favor de una democratización, que no era cristiana ni española. Asi, bien puede decirse que los introductores del liberalismo en España son: Godoy, que hizQ tabla rasa de las últimas instituciones tradicionales y Martínez Marina que con el pretexto de restaurarlas las adulteró y extranjerizó. Los liberales fueron justos desde el primer momento con el último y más tarde restablecieron en sus honores al primero; fueron justos can los suyos aunque injustos con sus adversarios.

Primeras normas liberales

La Constitución de 1812 respondió pues a un pensamiento que satisfacía a una necesidad sentida. Por esto el anuncio de que se iba a redactar es unánimemente aprobado. No ¡hubo engaños ni tampoco ligerezas. Pero al presentarse el proyecto constitucional, se dieron cuenta los realistas de que aquello no era tradicional, no era siquiera español, sino re

volucionario y francés. Proc~raron mejorarla, lo consiguieron en el orden de mantener la unidad católica; más, fuera de eso no s.e hicieron ilusiones con la misma y fueron sus enemigos desde el primer momento. Tal fué la trayectoria seguida y que nadie pudo llamarse a engaño. Los liberales aprovecharon aquella necesidad para sus designios. Estaban divididos entre afrancesados y patriotas. En realidad tan afrancesados en ideas unos como otros, con la única diferencia que unos servian al Rey intruso y los otros servían las doctrinas intrusas de la Revolución francesa. Habían bebido sus fuentes en la Enciclopedia, tales como Quintana, habían aprendido de Port-Royal, como Villanueva, habian estado en contacto con las logias como Ruiz de Padrón. Todos miraban más allá de las fronteras y los más eran afrancesados y los menos de ellos americanizados. Estos tenían el apoyo de los diputados de ultramar. Todo esto explica que a veces se encuentren páginas de los realistas en que trasciende un espíritu que podría considerarse de avenencia con los liberales. Mucho se ha hecho notar por los mismos liberales que el admirable "Filósofo Rancio" tuviera de estas coincidencias. El P. Alvarado que conocía bien las doctrinas de Santo Tomás y la tradición española ¡coincidia aparentemente, porque dClfendíapunt'Os de vista y doctrinas esencialmente cristianas y tradicionales que no repugnaban con las lbertades ni en los derechos del pueblo, pero en el fondo rechazaba estas libertades y estos derechos del pueblo cuando eran solo exposición de doctrinas y principios de allende el Pirineo, destinados a matar la verdadera tradición católica y monárquica. Hemos dicho de que varios son los puntos esenciales que señalan la obra liberal de las Cortes de Cádiz. Planteada desde un primer momento por Muñoz Torrero en la Isla de León en el primer día de aquellas Cortes, la cuestión de la soberanía nacional, representada por los diputados allí reunidos, se enfrenta con la noble y vigorosa personalidad del Regente, Obispo de Orense, Don Pedro de Quevedo y Quintana. Este que ha tenido el alto honor de contestar al propio Napoleón negándose a asió,tir a las Cortes de Bayona, y que ha invocado incluso el derecho de las Cories españolas para conocer y aprobar las abdicaciones de Carlos IV, y Fernando VII, tiene que librar la primera batalla contra el primer acto liberal de los reunidos en la hoy ciudad de San Fernando. Y desde aquel momento nadie podia dudar que dos escuelas se iban a enfrentar. Pero a los pocos días se suscitó la cuestión de la libertad de imprenta que dió lugar a empeñados debates. Las especies vertidas por sus defensores señalan la existencia de un partido liberal francamente declarado. Así el que fué famoso poeta Don Nicolás M.a Gallego afirmaba que "la libertad de publicar sus ideas es un derecho, el más legítimo, del hombre en sociedad,como lo era el derecho que tiene a hablar y a moverse sin que obste el' abuso que pueda hacer". Pérez de Castro, que más tarde perteneció a los moderados de la regencia de doña Maria Cristina, defendia la libertad de imprenta porque "sin esa libertad no podrá jamás la Nación, que es el comitente de las Cortes, rectificar las ideas de sus diputados, dirigirlo en cierto modo y manifestarles su opinión". El extremeño Don Antonio Oliveros aseguraba que "la censura previa que encadena la imprenta es contraria a la propagación de las luces, y obra de los tiranos que aman necesariamente las tinieblas". Como era de esperar no podia faltar la voz de Muñoz Torrero cuya preponderancia en las Cortes gaditanas todavía no ha sido completamente ponderada pues se la hizo compartir con otros diputados que si bien estos más conocidos y brillantes no tuvieron la misión rectora que tuvo el diputado extremeño. Toda la argucia liberal que tan solapadamente ha sabido deslizars·e en la politica española para desnaturalizar al pueblo español, se refleja en el resumen que conocemos publicado por el "Diario de las Discusiones y Actas de las Cortes", pues todavía en aquellas fechas no se daban los discursos íntegros, lo que permitia más extensión a los diputados liberales y una menor mención en los antiliberales. Decía así el acta del 17 de octubre: "Habló después el señor Muñoz Torrero por la libertad de la prensa, manifestando que la Nación tiene el derecho de celar y examinar la conducta de todos sus agentes y diputados, como juez único que debe saber si cumplen sus obligaciones, derecho de! que no puede desprenderse mientras sea Nación; que era locura pensar que esta daba a sus diputados unas facultades absolutas sin reservarse este examen; que es necesaria una salvaguardia para enfrenar la voluntad de las Cortes y del Poder executivo, en caso que quisiesen separarse de la voluntad de la Nación; que esta salvaguardia no podía ser otra que el tribunal pacífico de la opinión pública, es decir, la facultad de hablar y de escribir, que es la barrera del despotismo, y del poder inmenso de la Corona; lo cual se conseguía con la libertad política de la imprenta. Trató después de las ventajas de esta libertad, alegando que si la hubiera habido, no se hubiera visto encarcelado el señor don Fernando VII, siendo Príncipe de Asturias; ni habría quedado oculta la sentencia que dieron aquellos dignísimos Magistrados en el Escorial, ni se hubieran verificado los destierros de los que padecieron por Fernando; y por último, no hubiera llegado Godoy al estado de poder en que le vimos, desolando esta Nación generosa. Añadió que los tan ponderados males de la libertad de la imprenta eran infinitamente menores comparados con los bienes y ventajas que de ella resultaban; y así que era cosa de justicia el establecimiento de dicha libertad". Claro está que Muñoz Torrero sólo admitía por el momento la libertad de imprenta en cuanto ideas políticas, pues bien sabía que la demasiada extensión de sus ideas radicales habría sucitado tal oposición que quizá hubiera impedido que pasara aquella ley; pero que en la mente de los liberales estaba la aplicación de la libertad a la exposición en materias religiosas quedó evidenciado por la propuesta que se hizo por el diputado americano Megía Lequerica. Bien se opusieron al proyecto el diputado gallego Tenrreira Montenegro, el catalán Creus y Martí, más tarde Arzobispo de Tarragona y el mallorquín Llaneras, pero nada se consiguió y por una votación de sesenta y ocho en favor y treinta y dos en contra, se aprobó el artículo primero, que establecía dicha libertad. Tiene sumo interés esa votación por muchas y diversas razones. Ante todo por ser una de las rarísimas votaciones nominales de las Cortes de I8ra-I8I3; luego porque en las filas de los liberales aparecen nombres inesperados, por sus actuaciones pos'teriores; tercero por la parte preeminente que tomaron los 's-uplentes y los vocales americanos; y, por último, porque en las fila'Sl de los antiliberales dos regiones españolas tienen suma importancia: Galicia y Cataluña. Asi parece natural que dediquemos a los introductores de la libertad de imprenta en España, una atención particular. Sus nombres han quedado un poco borrosos en la historia del liberalismo español, no porque muchos de ellos no figuraran, sino porque en realidad aquella votación se la tiene bastante olvidada. 'De los sesenta y ocho diputados que votaron por la libertad de imprenta, sólo veintiocho 10 eran en propiedad. Y uno de ellos era todavía con representación americana. Los demás lo eran suplentes y de ellos veinticuatro americanos. Como es conocido el modo de recluta de los diputados suplentes en Cádiz al comenzar aquellas Cortes, bien puede decirse que su procuración era un poco arbitraria. Sólo un diputado por Cataluña votó la libertad de imprenta y este fué el conocido escritor e historiador Don Antonio de Capmany y de Montpalau. Representaban a la provincia de Extremadura, Don Manuel M.a Martínez de Tejada, Don Juan M.a Hererra, Don Francisco Fen'lández Golfin, que era militar, mandó más tarde el Regimiento de Infantería de Navarra y fué ministro constitucionalista de Fernando VII, Don Diego Muñoz Torrero, famoso sacerdote liberal y alma de los liberales de aquellas Cortes, Don Antonio Oliveros, liberal muy exaltado y Don Manuel de Luján. Diputado por la ciudad de Mérida lo era Don Alonso M. a de la Vera y Pantoja; por la ciudad de Badajoz, Don Gregario Laguna. También votaron la libertad de imprenta el diputado por el reino de Murcia, Marqués de Villafranca y los Velez, Don Francisco de Borja de Toledo, militar, que falleció en 1821 siendo Teniente General y Consejero de Estado. Por la provincia de Cuenca, 10 era Don Alfonso Núñez de Haro. Eran diputados andaluces Don Pedro Antonio de Aguirre, comerciante representando a la Junta Superior de Cádiz; el famoso Cura de Algeciras, como así era llamado generalmente, por su nombre 'Don Vicente Terrero Monesterio, que se hizo popular por su forma de hablar en términos corrientísimos y sin ningún alarde de oratoria, y que más tarde cuando se

suscitó la cuestión de la Inquisición bregó en pro de la conservación del Santo Oficio. Este diputado en realidad podría haberse considerado como independiente ya que obraba libremente de lo, grupos formados en las Cortes. Representaba a la provincia de Cádiz junto con Don José Cerero Montero y Don Andrés Morales de los Ríos y Gil. Por cierto que estos dos no habían nacido en la provincia que representaban, pues Cerero era de Sevilla y Morales de los Ríos de Jalapa, en Nueva España. A pesar de esto no se les aplicó el reglamento que imponía que los diputados hubieran nacido en la provincia o ciudad que representaban. Diputados por la Junta Superior de Galicia Don José Alonso y López; por la provincia de Lugo lo eran Don José Ramón Becerra Llamas y Cancio y Don Domingo García Quintana ; por la provincia de Betanzos, Don Luis Rodríguez del Monte y Don Pedro Ribera y Pardo; por la provincia de Santiago, Don Antonio María de Parga; por la provincia de La Coruña, Don Antonio Payán; por la provincia de Tuy, Don Agustín Rodríguez Bahamonde y Don Antonio Durán de Castro. Sin embargo, como se verá a continuación, la representación gallega tenía muchos diputados antiliberales. Representaban al reino y provincia de León, ,Don Antonio Valcárcel Peña, Don Manuel Goyanes y Don Joaquín Diaz Caneja, más tarde Ministro de Isabel II. Si añadimos a los anteriores Don Ramón Power, diputado por la Isla de Puerto Rico, tenemos ya citados todos los nombres de los repre"entantes en propiedad que el día 19 de octubre de 1910 abrieron para España la fosa en que deoía hundirla la libertad de imprenta madre de tantos males. Eran todavía diputados suplentes, Don Agustín Argüelles, por el Principado de Asturias, el tan famoso "Divino Argüelles" de la leyenda liberal; por Navar'ra, Don Francisco de P. Escudero, marino, que fué M.inistro constitucionalista en tiempo de Fernando VII; por Vizcaya, Don Francisco de Eguía, el famoso Ministro absolutista de Fernando VII, a quien nadie esperaría encontrar en las filas liberales en esta ocasión, y que quizá el odio que le tuvieron sus adversarios políticos y el mote que le aplicaron de "Coletilla", obedeciera a que había desertado de sus filas; por la provincia de Alava, Don Manuel de Al'ostegui; por la de Toledo, Don Rafael Manglano; por la de la Mancha, Don Mariano BIas Garoz y Peñalver; por la de Madrid, don José de Zorraquín; por la de Burgos, Don Francisco Gutiérriez de la Huerta, que se distinguió como liberal en estas Cortes, pero que en 1815 dió un "Dictamen sobre el restablecimiento de los Jes,uitas" que es excelente en todos los conceptos, pues supo descubrir todas las maniobras y las imposturas utilizadas por los enemigos de la Compañía, vindicando la historia y la personalidad de ésta. Por la provincia de Toro, Don Antonio Vázquez de Aldana; por la de Salamanca, don José VaIcárcel Dato; por la de Palencia, Don Juan Climaco Quintana; por la de Avila, Don Francisco de lá Serna; por la de Soria, Don Manuel García Herreros, más tarde ministro de la Reina Gobernadora; por la de Zamora, ,Don Juan Nicasio Gallego, sacerdote y poeta liberal bien conocido; por la de Valladolid, Don Evaristo Pérez de Castro, embajador y ministro en tiempo de la Reina Gobernadora, y por la provincia de Jaén, Don Francisco González Peinado. i Qué divorcio no representan esta actitud de diputados navarro, vascongados, castellanos. y gallegos, con el sentir de las provincias que pretendían representar! Sin embargo, esto era lo que ocurría en la Isla de León, en octubre de I8ra, y no se escuchaba la voz del gallego Tenreiro cuando pedía que se esperara que se incorporaran los diputados que faltaban. Y ahora pa':"emos a los diputados suplentes americanos que votaron la libertad de imprenta. Por la provincia de Chile, lo fueron Don Joaquín Fernández de Leyva y Don Miguel Riesco y Puente; por e! Virreinato de Santa Fe, Don José Caicedo, Don Juan José Matheu y Arias Dávila, Conde de Puñonrostro, militar, liberal en todos los tiempos, tanto en los de Fernando VII, como en los isabelinos; prócer del reino en las Cortes del Estatuto y senador en las isabelinas; y Don José Mejía Lequerica, el famoso creador y político americano, quizá la más relevante figura de los diputados de Ultramar en aquellas Cortes. Eran diputados suplentes por el Virreinato de! Perú, Don Vicente Morales Duares, quien defendió el articulado

de la ley de la que nos ocupamos, y que murió siendo presidente de las Cortes en 1812; Don Ramón Feliu, más tarde ministro constitucionalista de Fernando VII; Don Antonio Zuazo y Don Dionisia Inca Yupangui; por el Virreinato de Buenos Aires, Don Manuel Rodrigo, Don Luis de Velazco Camberos, militar que a la caida del régimen constitucional pasó a América, y Don Francisco López Lisperguer. Diputados suplentes por Guatemala lo eran ,Don Andrés de Llano y Don Manuel de Llano. Por Nueva España, Don Andrés Savariego, Don José María Gutiérrez de Terán, Don Salvador Sanmartín, Don Máximo Maldonado y Don José María Cauto. Don Octaviano Obregón, oidor honorario de la Audiencia de México, era diputado por la ciudad de Santa Fe de Guanajuato. Por la provincia de Caracas, eran diputados suplentes Don Fermín de Clemente y Francia y Don Esteban Palacios. Por último también con el carácter de suplentes eran diputados p.er la Isla de Cuba, el marqués de San Felipe y Santiago y ,Don Joaquín Santa Cruz. Tales son todos los que votaron la introducción de la perniciosa libertad de imprenta en España. Bien merecen que coloquemos enfrente de aquellos nombres, los de los diputados antiliberales que votaron contra tal innovación. Corresponde Cataluña como hemos dicho en primer lugar entre los enemigos de la libertad de imprenta. Todos los diputados que votaron contra la misma lo eran propietarios: sus nombres son los que siguen: Don Ramón Lázaro de Dou, el eminente jurisconsulto catalán; Don Salvador Vinyals, Don Francisco Morrus y Civila, cura párroco de Igualada; Don Félix Aytes, Don Jaime Creu:> y Martí, más tarde Arzobispo de Tarragona; Don Ramón de Lladós, Don Ramón Utgés, Don Felipe Amat y Don Francisco de Papiol, diputados por el Principado de Cataluña; Don Ramón de Sans y Borutell, diputado por la ciudad de Barcelona; Don Francisco Calvet y Rubalcaba, por la ciudad de Gerona, y Don Plácido de Montolm, por la ciudad de Taragona; y Don José de Vega y Sentmenat, por la ciudad de Cervera. La otra representación antiliberal que hemos señalado, era la gallega. Votaron en contra la libertad de imprenta los siguientes diputados propietarios: Don Benito Ramón de Hermida y Porras, personalidad destacadísima de la vida galIega en aquel tiempo, por el reino de Galicia; Don Bernardo Martinez, por la provincia de Orense; Don Manuel Ros de Olano, más tarde Obispo de Tortosa, célebre por su abnegación durante la epidemia de 1822, que le costó la vida al socorrer y asistir a los enfermos, entonces diputado por la provincia de Santiago, junto con Don Francisco Pardo, Don Joaquín Tenreiro Montenegro, quien fué después excluído por no haber nacido en la provincia que representaba, y Don Vicente de Castro Lavandeira. Diputado por la provincia de Mondoñedo, lo era Don Antonio Abaldín y Guerra; por la de Lugo, Don Antonio Vázquez de Parga y Bahamonde, Don Manuel Valcárcel y Saavedra; por la de La Coruña, Don José Salvador López del Pan j y por la de Tuy, Don Benito María Mosquera y Lera. Representaba a la Junta Superior de León, Don Francisco Santalla y Quindos, y eran diputados por la provincia y reino de León, Don Luis González Colambre y Don Miguel Alfonso VilJagómez. Votaron también contra la libertad de imprenta el inquisidor Don Francisco María Riesco, diputado por la Junta Superior de Extremadura, y el Obispo Prior de San Marcos de León, Don José Casquete de Prado y Bootte110, diputado por la provincia de Extremadura. Combatió con su palabra y voto en contn la ley de la libertad de imprenta Don Antonio Llaneras, diputado por la Isla de Mallorca, y

también lo hizo Don José Morales Gallego, diputado por la Junta de Sevilla. El único diputado suplente que votó en contra, lo fué el que lo era por la provincia de Sevilla, Don Francisco de Sales Rodríguez de la Bárcena, eminente escritor y personalidad relevante de la vida literaria y científica de la ciudad del Guadalquivir. Los historiadores y escritores antiliberales no han dado la importancia que se debía a la fecha del 19 de octubre de 1810 y, sin embargo, el desencadenamiento de las pasiones políticas se inició aquel día. Gracias a ella, las procacidades de periódicos como "La Triple Alianza", "El Conciso" y "El Robespierre Español", se pudieron desarrollar. La mala intención de "La Abeja", las sátiras de Gallardo en el "Diccionario Burlesco", los desplantes de muchos otros, y más tarde las injurias de "El Zurriago" y de "El Conservador", en el segundo período constitucional de Fernando VII, fueron producto de esta malhadada ley de libertad de imprenta. Buscando los pretextos más fútiles ya no hubo nada sagrado e incluso la Religión sufrió dos ataques amparados por la ley.

Otro de los actos de las Cortes gaditanas, fué la supresión del Tribunal del Santo Oficio durante cuya discusión, alrededor del informe presentado por el diputado de Canarias, Ruiz del Padrón, se hizo la apología de la libertad de conciencia y de los autores más destacados del jansenismo francés.

Retorno de Fernando VII.-Reacción

Todo ello vino a hundirse cuando Fernando VII regresó a España de su cautividad en Francia. A las amenazas lanzadas por Martínez de la Rosa, sino se conservaba la Constitución de 1812, respondió el Duque de Wéllington poniendo sus fuerzas británicas a disposición de los realistas para restablecer en la plenitud de sus derechos al rey. Esto impidió que se ensangrentara entonces en España el suelo nacional en luchas armadas entre serviles y liberales. Pero una vez evacuada España comenzaron los pronunciamientos y conspiraciones en que la masonería no era extraña, ya que la mala semilla había sido lanzada por el territorio español, y no eran los menos fervientes de las ideas liberales los otlclales que, prisioneros de los franceses, habían sido convencidos por nuestros vecinos, y, muchos de ellos, iniciados durante su cautiverio en las sociedades secretas. Fernando VII, tampoco estuvo a la altura de las circunstancias. No supo cumplir lo ofrecido cuando le habían presentado Mozo de Rosales y sus compañeros el manifiesto llamado de "Los Persas/'. Este documento tan despectivamente maltratado por los liberales, no era un dechado de perfección, pero en su fondo se separaba tanto de la Constitución de Cádiz, como del despotismo cesarista de los últimos años del siglo XVIII, y primeros del XIX. Y si bien en su parte J!O"" sitÍva tiene lagunas de importancia, en la negativa, es contundente y representa una exacta crítica de aquel período en que se int.rodujo en España el liberalismo que debía COnsumar su ruina. España iba a conocer las amarguras del régimen liberal cuyos orígenes hemos señalado en estas líneas; en lo que coinciden liberales y antiliberales: ellos, porque saben que en las Cortes de Cádiz comenzó su reinado; los antiliberales, porque no olvidan de que en ella comenzó la descristianización del pueblo español gracias muy particularmente a la libertad de imprenta.

Melchor Ferrel.