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La guerra justa como mal menor y la victoria completa
La guerra justa es un grave mal. Menor que el genocidio. El que no defiende a los oprimidos, recurriendo a la guerra justa, cuando no hay otro remedio, es cómplice de los agresores.
La victoria completa es no sólo la derrota del agresor, sino además que se convierta y ayude a combatir y convertir a los otros agresores
La victoria completa no incluye sólo el cese de la opresión de los inocentes, su liberación, la eliminación de la persecución de la fe, el restablecimiento de la justicia, con la derrota y el castigo del agresor, sino además que se convierta, renuncie a su maldad y ayude a combatir y convertir a los otros agresores.
La victoria completa no es la destrucción, sino la conquista de los terroristas,
dejándolos después de vencidos, convencidos,
hasta conseguir que se conviertan al bien interiorizándolo y se unan al combate contra el terrorismo.
Como la guerra es un grave mal, es obligatorio hacer todo esfuerzo para impedirla. Así lo enseña la Iglesia en el Concilio Vat. II y en el Catecismo; pero allí mismo enseña que existe el derecho a la legítima defensa:
«Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras.
Sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nº 79)» (Cat IC nº 2308).
En cambio la paz es un bien que forma parte esencial y constitutiva del bien común. Y esto fundamente también el derecho a la legítima defensa:
«El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva» (Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, Cat IC, nº 1909).
Hay que tener en cuenta el deber de la guerra cuando es justa y necesaria, porque el pecado de omisión nunca es admisible. El pecado es el mal mayor. Y el que no defiende a los oprimidos, recurriendo a la guerra justa, si no hay otro remedio, es cómplice de los opresores. La máxima opresión es impedir la fe y, si no hay otro remedio, hay que hacer la guerra para que no se impida la fe:
«Hay infieles que nunca han recibido la fe, como los gentiles y los judíos. Estos no deben ser obligados de ninguna forma a creer, porque el acto de creer es propio de la voluntad. Deben ser, sin embargo, forzados por los fieles, si tienen poder para ello, a no impedir la fe con blasfemias, incitaciones torcidas o persecución manifiesta. Por esta razón, los cristianos suscitan con frecuencia la guerra contra los infieles, no para obligarles a aceptar la fe, pues si los vencen y hacen cautivos los dejan en su libertad de creer o no creer, sino para forzarles a no impedir la fe de Cristo»
(Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 10, a. 8, in c).
San Agustín, como doctor de la Iglesia que es, explica que los cristianos deben soportar las persecuciones, pero que en ocasiones deben reprimir a los enemigos:
"La ciudad celestial, en cambio, conoce a un solo Dios..., no puede tener comunes con la ciudad terrena las leyes religiosas. Y por éstas se ve en la precisión de... ser una carga para los que sienten lo contrario y soportar sus odios y sus violentas persecuciones, a menos de refrenar alguna vez los ánimos de sus enemigos con el terror de su multitud, y siempre con la ayuda de Dios"
(San Agustín, La Ciudad de Dios, XIX; 17).
San Agustín dictamina incluso que no hay ningún inconveniente en que se funde una Orden religiosa dedicada a la vida militar:
"No creas que no puede agradar a Dios quien sirve en las armas. Entre ellos estaba el santo David, a quien Dios rindió un homenaje tan bello. Ahora bien: las órdenes religiosas han sido fundadas para que los hombres agraden a Dios. Luego no hay ningún inconveniente en que se funde una Orden religiosa dedicada a la vida militar.
(San Agustín, Ad Bonifacium. Citado por santo Tomás de Aquino en STh, II-II, q. 188, a. 3, s.c.).
Santo Tomás enseña también que
«Muy bien puede fundarse una Orden religiosa para la vida militar, no con un fin temporal, sino para la defensa del culto divino, de la salud pública o de los pobres y oprimidos» (STh II-II, 188,3).
Santo Tomás de Aquino plantea esta objrción:
Y la resuelve de esta manera:
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San Francisco de Asís
prescribe a sus frailes que guerreen en caso de necesidad
con las armas en las manos, lo mismo que hizo san Raimundo de Fitero al frente de sus cistercienses: "Los hermanos no lleven armas
ofensivas, sino para defender a la
Iglesia Romana, a la fe cristiana o a su tierra natal, o
con el permiso de sus ministros.
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La Orden Militar de Calatrava y
San Raimundo de Fitero
La Orden Militar de Calatrava, la
más antigua de las Órdenes Militares de España, fue fundada en
enero de 1158 por San Raimundo de Fitero para conseguir gente que
se comprometiera a defender Calatrava, posición avanzada junto
al Guadiana, que estaba en peligro ante la invasión almohade, y
detrás de Calatrava toda España y toda la Cristiandad.
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Santa Teresa del Niño Jesús tenía vocación de cruzado y se consideraba hermana de santa Juana de Arco. Dentro de su vocación total al amor.
Siento la vocación de guerrero... Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla... (Historia de un Alma, Manuscrito B, 2vº)
Como Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera susurrar tu nombre en la hoguera (Historia de un Alma, Manuscrito B, 3rº)
Santa Bernadette se ofrece como zuavo al Papa, el beato Pío IX.
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Estas son las estrictas condiciones para ejercer la legítima defensa mediante lo que así será una guerra justa, tal como enseña la Iglesia:
«Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la guerra justa.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común» (Cat IC nº 2309).
Siendo la guerra un grave mal a evitar con empeño, aunque en ocasiones, un mal aún mayor la haga ineludible, necesaria y obligatoria, lo que no son un mal son los militares, sino un bien que es hora ya de reconocer, enaltecer y agradecer. Y la Iglesia en el Concilio Vaticano II y en el Catecismo honra, enaltece y agradece a los militares con su reconocimiento como servidores del bin común y de la paz, que son los bienes máximos:
«Los que, por servir a la patria, forman parte del ejército, piensen que con ello sirven a la seguridad y a la libertad de los pueblos, y que, al cumplir lealmente su deber, cooperan eficazmente al establecimiento de la paz».
(Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nº 79).«Los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la paz» (Cat IC, nº 2310).
La guerra es un mal que hay que evitar, pero es un mal mayor la matanza de cristianos y de otras personas inocentes y la violación de sus mujeres e hijas en Oriente medio, en Nigeria, en Asia, etc. Y por lo tanto es un deber recurrir a ese mal menor de la guerra en este caso, como insisten las autoridades de la Iglesia en la actualidad. Las autoridades de las naciones que tienen poder para hacer esa guerra, si no la hacen son cómplices de los asesinos y violadores.
Por el hecho de ser la guerra un mal (a veces un mal menor), no son malos los militares. Decir eso es maniqueísmo, no cristianismo.
Por el hecho de ser un mal las penas de cárcel, un mal menor que los crímenes, no son malos los policías, ni los jueces. Es maniqueísmo decirlo. En cambio, la actitud cristiana fue visualizada por el anterior papa, Benedicto XVI cuando se puso un tricornio de la Guardia Civil públicamente al recibir benévolamente el saludo de unos guardias que peregrinaban.
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La victoria completa es no sólo la derrota del agresor, sino además que se convierta y ayude a combatir y convertir a los otros agresores
La victoria completa no incluye sólo el cese de la opresión de los inocentes, su liberación, la eliminación de la persecución de la fe, el restablecimiento de la justicia, con la derrota y el castigo del agresor, sino además que se convierta, renuncie a su maldad y ayude a combatir y convertir a otros agresores.
La victoria completa no es la destrucción,
sino la conquista de los terroristas,
dejándolos después de vencidos, convencidos,
hasta conseguir que se conviertan al bien
interiorizándolo y se unan al combate contra el
terrorismo.
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Y explicaba el Padre Ramón Orlandis, S.I.:
"La paz a que aspiran los pontífices romanos, la paz que esperan del Corazón de Jesús, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, no es aquella paz precaria y circunstancial que puede dar la diplomacia, o los tratados internacionales. No es una paz condicionada a las tristes circunstancias actuales. Esta es la paz del mal menor, a la cual es prudente acogerse, cuando no puede alcanzarse el bien mayor. Será una paz que un pontífice romano admitirá prudentemente, como la habrían admitido tantos pontífices romanos. Pero no es la auténtica Pax Romana: la paz de Cristo en el Reino de Cristo".
(Padre Ramón Orlandis, SI: El arco iris de la «Pax Romana»).
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La conversión de los mahometanos, radicales y moderados, yihadistas confesos o no, la conversión de los judíos, la conversión de los ateos, de los agnósticos, de los budistas, de los cristianos separados, de los católicos no practicantes, de los de la ETA y su entorno, de los nacionalistas de todas las naciones y de los mundialistas; la conversión de los liberales, la conversión de los democristianos, de los lefebvristas, de los sedevacantistas y semivacantistas, de los progres, de los modernistas, kasperistas, ranherianos y malminoristas... La conversión completa de todos nosotros de forma plenamente consecuente, que es la victoria completa de Jesucristo, se producirá con toda seguridad en el triunfo en la tierra del reino de Dios, que es la Iglesia, como ésta proclama en el Concilio Vaticano II:
"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).
Lo que es proclamar la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro con toda seguridad .
Y en el siglo XXI la Iglesia proclama:
«Que todas las
naciones lleguen a ser Pueblo de Dios», porque todas ellas
están llamadas «a la salvación operada por Dios a través de
su Hijo encarnado»
(Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de
las Misiones de 2009)
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El final de la imprescindible lucha no es sólo
la derrota de los terroristas,
desengañándoles de toda posibilidad de impunidad, recompensa,
premio y gratificación por "dejar las armas",
sino la victoria completa, que no es la destrucción, sino la
conquista de los terroristas,
dejándolos después de vencidos, convencidos,
hasta conseguir que los terroristas dejen de serlo, se
arrepientan del terrorismo, repudien y condenen el terrorismo,
pidan perdón por el terrorismo,
se conviertan al bien interiorizándolo y se unan
al combate contra el terrorismo.
Por eso el papa Benedicto XVI encabeza las oraciones no sólo por las víctimas del terrorismo y por los pueblos que son víctima del terrorismo, sino también por los terroristas para que se conviertan.
El 5.04.2006, el Papa invita a rezar por
intercesión de san Francisco Javier y el gobierno por medio de
su portavoz Moraleda dice que lo agradece de corazón. Pues
recemos en las aulas con los alumnos un padrenuesrto por
intercesión de san Francisco Javier:
Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos
de mal. Amén.
"Al contemplar la figura de san Francisco Javier, nos sentimos llamados a rezar por quienes dedican su vida a la misión evangelizadora, proclamando la belleza del mensaje salvador de Jesús.
Al mismo tiempo, os invito a rezar para que, por intercesión de este Santo, todos intensifiquen sus esfuerzos por consolidar los horizontes de paz que parecen abrirse en el País Vasco y en toda España, y a superar los obstáculos que puedan presentarse a lo largo de este camino" (Benedicto XVI en la audiencia general del 5 de abril de 2006).
Como dice el evangelio, "esto no lo dijo por su cuenta", sino como Sumo Pontífice (Jn, 11, 51), en nombre de Dios, porque es algo sobrenatural invitar a rezar. En cambio, con la palabra "parece", indica lo que dice por su cuenta: que parecen abrirse horizontes de paz en el País Vasco y en toda España. Por su parte, el mismo día el Gobierno socialista de Zapatero agradeció "mucho y de corazón" al Papa el apoyo expresado.
El que se atreva, que haga lo que dice el Papa y que rece, se arriesga a que Dios aparte los obstáculos para la paz, que son los intentos de someter Navarra y de romper España, y que por consiguiente se consoliden los horizontes de paz, porque Dios escribe derecho con renglones torcidos. Se exponen también a que Dios les haga a ellos y a los terroristas partícipes del bien y que se superen así los únicos obstáculos para la paz.
El Papa Benedicto XVI, cuando habla "en nombre de Dios", encabeza las oraciones no sólo por las víctimas del terrorismo y por los pueblos que son víctimas del terrorismo, sino también por los terroristas para que se conviertan:
"Oremos por las personas asesinadas, por las heridas y por sus seres queridos. Pero oremos también por los que han perpetrado los atentados. Que el Señor toque su corazón".
(dijo el Papa Benedicto XVI el 10 de julio de 2005).
"Todos sentimos un profundo dolor por los atroces atentados terroristas del jueves pasado en Londres. Oremos por las personas asesinadas, por las heridas y por sus seres queridos. Pero oremos también por los que han perpetrado los atentados. Que el Señor toque su corazón. A cuantos fomentan sentimientos de odio y a cuantos llevan a cabo acciones terroristas tan repugnantes les digo: Dios ama la vida, que ha creado, no la muerte. En nombre de Dios, ¡deteneos!".
(Benedicto XVI tras el rezo del Ángelus, el domingo, 10 de julio de 2005, tras los atentados islamistas de Londres del jueves de esa misma semana, 7 de julio de 2005).
La derrota del yihadismo y la victoria completa
La Orden Militar de Calatrava y San Raimundo de Fitero
......De la refundación de las Órdenes Religiosas Militares, por el Padre Federico Highton, S.E...