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El sacerdote ante el Corazón de Jesús

Mons Enrique Delgado Gómez, Obispo de Pamplona. Cristiandad. Barcelona, nn. 130-131, agosto de 1949. Pág. 366

Bien podemos pedir poro este próximo Año Jubilar que se renueve la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús, para que sea una realidad su reinado...», dice el !:XCMO. y RVDMO. DR. D. ENRIQUE DELGADO, Obispo de Pamplona, dirigiéndose a los sacerdotes de su diócesis a través de CRISTIANDAD, en el presente artículo que agradecemos profundamente y que representa un altísimo honor pa ro nuestro Revisto.

Si pudiésemos contemplar ya el desarrollo histórico del plan divino sobre su Iglesia en la tierra, nos admiraría la serenidad y seguridad con que se lanza al mar la navecilla de Pedro mientras laS más fuertes tormentas se desatan, navegando aquélla muy segura y tranquila en medio de los peligros. Se acuerda de la palabra de Jesús: «Mandó a los vientos y al mar y quedó todo tranquilo.» (Mat., VIII-26.)

Estamos ahora como los Apóstoles en aquella noche que navegaban sobre el lago de Gennesaret en medio de una gran tormenta llevando a hordo a Jesús, que, dormido, parecía no se preocupaba del peligro. La Iglesia, en medio de la tormenta, segura de su vitalidad y de que el Divino Timonero puede, cuando lo crea conveniente, imperar a los vientos y hacer callar la tormenta, sigue desarrollando su vida fecunda sin amilanarse ni variar su ruta.

Ya está promulgada la Bula de indicción del próximo Año Santo para 1950, jalón providencial de su ruta en estos tiempos, que será ocasión de acercarnos más a la Cátedra de Pedro para recibir con la verdadera luz la fortaleza para mantener esas verdades, en virtud del mandato divino: «Et tu aliquando conversas confirma {ratres tuos.>

Fijándonos solamente en la huella que los tres últimos Años Santos ordinarios marcaron en el culto al Sagrado Corazón de Jesús, que no puede considerarse como desarrollo de un plan premeditado, sino más bien manifestación de un secreto designio de Dios, podemos esperar en el próximo algo que más nos haga sentir la influencia del Corazón de JeSús en la vida de la Iglesia. En 1875 se ofrece la consagración de la Ig!esia al Corazón de Jesús; en 1900 se le consagra el mundo entero a instancias del mismo Corazón de Jesús, que así lo revela a una religiosa en Oporto, escuchando León XIII esta voz para realizar el «acto más grandioso de su Pontificado>, y en 1925 se instituye la Fiesta de Cristo Rey, para que sea verdadero SU imperio, sujetándonos a sus leyes.

¿Qué nos reservará el Año Jubilar de 1950 después de las Sobrenaturales manifestaciones de la Santísima Virgen en Fátima a una niña vidente, hoy religiosa carmelita en Coimbra? Se ofende mucho a Jesús y quiere su Corazón derramar mayores gracias para que no se pierdan nuestras almas, mirando especialmente a los sacerdotes, que tanto pueden hacer.

Cuando en estado de víctima le miramos en el altar de hito en hito pidiéndole fuerzas para nuestros estudios, para nuestro apostolado, para nuestras empresas parroquiales, parece que nos dice: «Diligis me plus lIis?» (Jo., XXI, 15). Alaba los trabajos, exige estudios; pero lo que pide es amor. Este es el principio motor de todo. Lo inspiró al autor de la Imitación de Cristo, que asegura «gusta al que ama abrazarse con trabajos duros y amargos por el amado» (lib., III-c. 5). Y aunque le contestemos afirmativamente, como San Pedro, y por ello El nos encomiende sus corderos, insistirá nuevamente: «Diligis me plus his? ... ex toto corde tuo? ... ex tota anima tua? ... ex tota virtute tua?» (Jo., XXI-15 y Marc., XII-30). Tú sabes, Señor, que te amo. Mas fijémonos, amados sacerdotes, que no pregunta simplemente si le amamos «plus his». ¿Más que aquellas piadosas mujeres que tú diriges y se acercan al altar para que las alimentes con el pan del Cielo que tú has consagrado; más que aquellos jóvenes modelo que saben ser verdaderos lirios de estos valles; más que aquellos viejecitos que le consagran los últimos destellos de su ya amortiguada luz? Más que a todos nos pide, porque más que a todos nos ha dado.

Porque amó mucho la Magdalena, dijo a Simón, se le ha dado mucho. Debian ser reciprocos estos términos, como lo fueron también en la Magdalena. ¿Y quién recibió más que el sacerdote? Nos ha entregado las almas, la Iglesia, las llaves para abrir las puertas del Cielo con poder absoluto para usar de ellas; y hasta El mismo se nos ha entregado, como si no tuviera voluntad, para que lo bajemos del Cielo a la tierra -como repitiendo el misterio de su encarnación y muerte-, lo depositemos en el tabernáculo que nos plazca, y, por fin, lo administremos en comida a los fieles que nos encomienda. Y en estos actos ministeriales se descubre el amor de su Corazón hasta cediéndonos Su personalidad, haciéndonos decir con verdad: «Ego te absolvo ... ¡Hoc est Corpus meum.»

¿Qué más puede darnos? Es pálida ante la realidad la enseñanza de aquella parábola de la viña infructuosa. «Yo te planté y cabé; yo puse seto y valladar en toda la heredad para que no la pisoteasen estropeando frutos; ¿qué más he podido hacer que no haya hecho? Y con todo esto en vez de uvas me has dado agraces.» Cuando en el altar nos ofrece su sangre en el cáliz de su Corazón, tienen estas palabras de Jesús un sentido que cala el alma del sacerdote, como si, para él, sólo hubiesen sido dichas. y señalando la dulzura y eficacia de hacer todo nuestro ministerio con y por el Corazón de Jesús, se insinúa como a la Samaritana: «Si scires domzm Dei?» «Videte vocalionem vestram?» (1 Cor., 1-26). Este es un medio eficaz para que cumplas aquel sublime deseo: «Da mihi animas». ¿No lo has visto ya en algunos sacerdotes que son verdaderos apóstoles? «Tu es Magíster in Israel, et haec ignoras?» (Jo., 111-10). Y como hablando consigo mismo ante el sacerdote que miles de veces lo ha puesto en el altar parece decir: «Tanto tempore vobiscum sum, et non cognovíslis me?» (Jo., XIV-9). Piénsalo ahora que estás inclinado sobre el altar en preparación inmediata para aplicar tus labios a este cáliz de mi Corazón y beber mi sangre: «Admoneo te ut ressuscites graliam Dei quae est in te per impositionem manllum» (11 Tim., 1-6).

Bien podemos pedir para este próximo Año Jubilar que se renueve la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús, para que sea una realidad su reinado por la aceptación de sus leyes en todos los pueblos, sirviendo de intercesora la Santísima Virgen, según lo expresado en Fátima, haciendo que todos los sacerdotes en sus «trabajos de cada dia y en la preocupación de todas las iglesias» (11 Cor., 28) sientan, como San Pablo, que su aliento y su vida es Cristo: «mihi vivere Christus est» (Philip., 1-21), hasta realizar lo que San Juan Crisóstomo decia del Apóstol: «Cor taque Chri.5ti, erat cor Pauli» (Hom., 32 ad Rom.). A las persecuciones de los Césares romanos siguió la paz de Constantino, guiado por el Lábaro de la Cruz. ¿Será designio de Dios que el nuevo Lábaro del Corazón de Jesús consiga la paz universal después de las persecuciones de los Césares rojos?

Pamplona, 25, de julio de 1949.

ENRIQUE, Obispo de Pamplona