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Santa Teresa del Niño Jesús y el misterio del Corazón de Cristo
Jesús Solano, S.I.
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2 theologia
El P. Jesús Solano (1913-1982), de la
Compañía de Jesús, fue eminente teólogo y escriturista.
Cándido Pozo, igualmente de la Compañía, lo subrayaba con
motivo de presentar un primer volumen de la Historia Salutis,
proyecto al que había precedido la Sacrae Theologiae Summa, de
la que destacaba la aportación sistemática del P. Solano con su
De Verbo Incarnato. Junto a ello
menciona, como la obra más importante de sus últimos
años, la recopilación en cuatro libros de sus escritos y
estudios sobre el Corazón de Cristo, Teología y
vivencia del culto al Corazón de Cristo (Madrid,
1979). El presente escrito se toma precisamente de dicha obra.
Nos complace ofrecer, de la mano del P. Jesús Solano, este
homenaje a la Santa que ha mostrado y muestra para nuestro tiempo
la inmensa caridad divina y el modo pleno de vivir
corazón a Corazón el misterio del costado
abierto del Redentor.
Pablo VI, en su carta de1 2 de enero del año 1973, dirigida al
obispo de Bayeux y Lisieux con ocasión del Centenario del
nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús, escribía:
Llena de confianza ha alcanzado de un salto lo esencial de
la Iglesia, el corazón de ésta, corazón que Teresa no ha
separado del Corazón de Jesús. Que ella nos obtenga hoy a todos
sus hermanos y hermanas católicos este amor a la Iglesia nuestra
Madre.
La visión que del Corazón de Jesús tiene Santa Teresa es algo
fundamental en el mensaje de ella, y es también algo de
impresionante actualidad.
Nos limitamos a destacar dos aspectos que ella consideraba
diferentes en su modo personal de comprender el
Corazón del Salvador. Añadiremos una reflexión acerca del
puesto que el Corazón de Jesús ocupa en el Acto de
ofrenda al Amor misericordioso.
I. EN LA CORRIENTE HISTÓRICA DE LA DEVOCIÓN.
La devoción al Corazón de Jesús en la forma clásica de Paray-le-Monial
forma parte del ambiente en que se desarrolla la vida de Santa
Teresa del Niño Jesús. Podía suponerse que así habría de ser
en una familia intensamente católica de Francia a fines del
siglo XIX.
En el viaje de 1887 a Roma, Celina recordará el 6 de noviembre
la visita a la iglesia del Sagrado Corazón en París y la misma
Teresa escribirá ese día que ha pedido la gracia
para su prima Juana en el Sagrado Corazón de
Montmartre.
Sor María del Sagrado Corazón escribía por esas fechas desde
el Carmelo a Teresita: descansa en el Corazón del buen
Jesús (9 noviembre). Sor Inés de Jesús le escribía el
20 de noviembre: ... piensa que el corazón... desgarrado
por las espinas está mil veces más cerca del Corazón del Niño
Jesús.... En la misma carta ponía Sor Inés en boca del
Niño Jesús estas palabras dichas a Teresa: ... en espera
del Carmelo, haz tu retiro en mi Corazón. Parecida idea le
repetirá Sor Inés en la carta del 23 de noviembre y Sor María
del Sagrado Corazón el mismo día.
En octubre de 1890 se celebraba en Paray-le-Monial el segundo
centenario de la muerte de Santa Margarita María (aún no
canonizada). A su hermana Celina, que había ido allá en
peregrinación, escribía Teresa poco después de haber hecho su
profesión religiosa:
Pide mucho al Sagrado Corazón.... Y
continúa tratando sobre su propio modo de ver el Corazón de
Jesús. Al terminar la carta dice: Estoy segura de que el
Sagrado Corazón va a conceder a Leonia muchas gracias... (14
octubre).
La hermana de la madre de Teresa fue religiosa de la Visitación
y su propia hermana María Leonia, después de haber entrado en
la Visitación dos veces, entrará definitivamente, después de
la muerte de Teresa, en la Visitación de Caen.
Quien está algo familiarizado con los escritos de Santa Teresa
del Niño Jesús sabe que en ellos son evidentes y fundamentales
los rasgos de la devoción al Corazón de Jesús con las
características de Paray-le-Monial: amor, confianza, sentido de
intimidad con el Dios hecho hombre, reparación por los pecados,
deseos de la Cruz, consuelo a Jesús, celo por la salvación y
santificación de los hombres, devoción a la Eucaristía.
Santa Teresa habla directamente del Corazón de Jesús no pocas
veces, y así, en sus cartas encontramos reiteradamente la
despedida: Queda muy unida en el Corazón de Jesús....
Donde más aparece esta expresión es en sus poesías. Una de
ellas, de 16 estrofas, está dirigida al Sagrado Corazón.
El ambiente afectivo en que creció Teresa y la frecuencia con la
que ella usa el término corazón dejarían suponer
que había de ser muy ordinario el que hablase del Corazón de
Jesús. Sin embargo, en contraste con el modo de expresarse que
tenían sus mismas corresponsales carmelitas, sorprende la
relativa austeridad de Teresa en este punto, si
prescindimos del lenguaje de sus poesías.
La explicación de este fenómeno curioso, por el que hallamos a
Teresa también más próxima a nuestros gustos de hoy, quizás
sea que para ella el Corazón del Señor significaba algo
demasiado profundo y delicadamente íntimo, según aparece en el
texto que vamos a reproducir en el párrafo siguiente.
II. YO NO VEO EL SAGRADO CORAZÓN COMO TODO EL MUNDO.
Tales palabras fueron escritas por Sor Teresa a Celina en la
ocasión del viaje de ésta a Paray-le-Manial:
Pide mucho al Sagrado Corazón. Tú sabes que yo no veo el Sagrado Corazón como todo el mundo. Pienso que el Corazón de mi Esposo es para mí sola, como el mío es para El solo, y le hablo entonces en la soledad de este delicioso corazón a corazón esperando contemplarlo un día cara a cara (14 octubre 1890).
La relación de Teresa con el Corazón de
Jesús no es la de quien se siente perdido en la masa de los
fieles que acuden en peregrinación a orar a un santuario. Para
ella la relación es de tal intimidad que le parece que el
Corazón de su Esposo es para ella sola, como el suyo es para El
solo. No es egoísmo en quien pedía a Jesús como la gran
ilusión de su vida que Jesús amara a las almas que estaban
encomendadas a Teresa, como Jesús amaba a la misma Teresa (1).
Había en Sor Teresa la persuasión de la relación
perfectamente personal e íntima con Jesús;
a esta relación no son obstáculo alguno los demás.
Este rasgo tan acusadamente personal e íntimo es característico
de Teresa. Ella reconocerá que Jesús fue su superior,
su maestro de novicios y su director. Sor Teresa trataba
de ser un libro abierto para sus superioras, pero en lo profundo
de su espíritu, ella apreciaba la obra silenciosa de Aquel que
la iluminaba y le hablaba interiormente (2). Cuando fue ayudante
de la Maestra de Novicias sintió que hacer el bien
es cosa tan imposible sin el socorro del buen Dios como hacer
brillar el sol en la noche, y así se volvió al
Señor para que El le diera en cada momento el alimento que ella
había de proporcionar a sus novicias (3).
Es inútil referir detalles particulares, pues la relación de
intimidad personal de Teresa con Jesús domina toda su existencia:
Creo sencillamente que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobre y pequeño corazón, quien me concede la gracia de obrar en mí y me hace pensar todo lo que El quiere que yo haga en el momento presente (4).
Debiera parecernos obvia semejante relación personal de amor con el Amor infinito, que es el fondo de nuestro propio ser, y del que sabemos que viene de modo nuevo al que cree en Jesús y le ama:
... y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él (Jn 14, 23).
Volver a encontrar, sin embargo, la
dimensión perdida sería un signo del
cristianismo en el mundo de hoy, al decir del conocido
pastoralista alemán Josef Goldbrunner. Esta dimensión
personal en el encuentro con Dios
sería el remedio en la ausencia de esperanza y
el camino que conduce a un cristianismo
realmente vivido.
La frase de Santa Teresa que venimos comentando se refería a su
visión diferente del Corazón de Jesús con respecto a ella.
Pero podemos aplicar esas mismas palabras a la visión que tiene
la Santa de lo que es Jesús en sí mismo. Ella, en efecto, no
veía al Señor como los demás. Tocamos aquí el fondo
de la imagen que se ha formado Teresa de lo que es el Corazón de
Jesús. Esta vivencia espiritual de la Santa, dada a conocer a
través de sus escritos, ha influido decisivamente en la
devoción misma al Corazón de Jesús en el siglo XX.
Dios comunicó a Teresa luces singulares respecto al amor
misericordioso que el Señor tiene para con los débiles y
pecadores. Por eso ella comprendió de modo nuevo la necesidad de
amar a Jesús y de confiar en Él. La Santa se sintió llamada a
ir a Jesús y de confiar en Él. La Santa se sintió llamada a ir
a Jesús por el ascensor del amor y
no por la ruda escalera del temor (5).
La clave de su vida fue una confianza desbordante en Dios, y esa
confianza, dirá ella unas semanas antes de morir, no se debía a
que se creyera inocente:
... aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, tendría la misma confianza; siento que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua echada en un brasero ardiente (11 julio).
Tres pasajes típicos nos aclararán el pensamiento de Santa Teresa del Niño Jesús, por más que ella afirme no saber explicarse. En una de sus últimas cartas escribe la Santa:
Quisiera intentar haceros comprender por medio de una comparación muy sencilla cuánto ama Jesús a las almas, aun imperfectas, que se confían a Él. Supongo que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que, al ir a castigarlos, ve que uno tiembla y se aleja de él con terror, teniendo, sin embargo, en el fondo del corazón el sentimiento de que merece ser castigado; su hermano, al contrario, se arroja en los brazos del padre, diciendo que siente haberlo disgustado, que lo ama y que, para probarlo, de ahora en adelante se portará bien. Después, si este hijo pide a su padre que lo castigue con un beso, no creo que el corazón del padre dichoso pueda resistir a la confianza filial de su hijo, cuya sinceridad y amor le son conocidos. No desconoce, sin embargo, que más de una vez su hijo caerá en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarlo siempre, si siempre su hijo lo toma por el corazón... (18 julio 1897).
Entre las líneas finales de su manuscrito, trazadas a lápiz porque a la Santa le faltaban las fuerzas para la pluma, leemos:
... pero sobre todo imito la conducta de Magdalena, su chocante o más bien su amorosa audacia, que encanta el Corazón de Jesús, y seduce el mío. Sí, lo siento; aun cuando tuviera sobre la conciencia todos los pecados que se pueden cometer, iría con el corazón partido de arrepentimiento a arrojarme en los brazos de Jesús, pues sé cómo acaricia Él al hijo pródigo que vuelve a Él....
La escena de la pecadora (la Magdalena) hace también a Teresa referirse directamente a la misericordia del Corazón de Jesús, a este Corazón de amor en una carta fechada por estos mismos días (21 de junio de 1897).
La enferma no puede ya escribir, pero insiste con la Madre Inés para que ésta cierre el cuaderno, que Teresa ha dejado inacabado, con la historia de la pecadora convertida, la cual murió de amor. Y dicta a la Madre Inés:
Se refiere en la vida de los Padres del desierto que uno de ellos convirtió a una pecadora pública, cuyos desórdenes escandalizaban toda la región. Esta pecadora, tocada de la gracia, seguía al Santo al desierto para cumplir allí una rigurosa penitencia, cuando, la primera noche de camino, antes aún de haber llegado al lugar de su retiro, se rompieron sus lazos mortales por la impetuosidad de su arrepentimiento lleno de amor, y el solitario en el mismo instante vio su alma llevada por los ángeles al seno de Dios. Este es un ejemplo bien impresionante de lo que yo quisiera decir, pero estas cosas no pueden expresarse... (6).
III. ACTO DE OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO.
El equipo de religiosos y religiosas franceses que trabaja en la
edición crítica llamada del Centenario, acaba de
publicar en 1972 la Historia de un alma. Manuscritos
autobiográficos (Cerf-Desclée de Br.). El capítulo
VIII, con el que se cierra el Ms. A., dedicado por
Teresa a la Madre Inés de Jesús, lleva como encabezamiento
general Hacia la ofrenda al amor.
Este acto es, en efecto, una cumbre en la vida de Santa Teresa
del Niño Jesús. La Santa lo describe en el contexto de la
gracia que recibió el 9 de junio de 1895, gracia
de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado
(7). Después de haber realizado este acto, reconoce la Santa los
ríos o más bien los océanos de gracias que han venido a
inundar mi alma, y en sus últimos días (7-VII-1897)
recordará a M. Inés el fuego de amor
experimentado por única vez en su vida después de haber hecho
su Acto de ofrenda.
Los dos aspectos que acabamos de considerar dentro de la visión
diferente de Santa Teresa alcanzan en este acto su
máxima expresión: personalismo en la relación
con el Señor y característica comprensión del amor
del que desborda el Corazón de Jesús.
La intuición fundamental ha sido expuesta por la misma Santa en
el pasaje citado del manuscrito dedicado a la Madre Inés. Dentro
de la tradición religiosa de su ambiente, aún en la misma
práctica Parediana de la devoción al Corazón de Jesús, e
incluso y en forma absorbente en la espiritualidad que se vivía
en el Carmelo de Lisieux, se presentaba la necesidad de reparar a
la justicia divina que castigaba los pecados de los hombres.
Muchas personas se ofrecían como víctimas a la Justicia de Dios,
a fin de reparar la ofensa divina y librar a los culpables de los
castigos que habían merecido. Teresa considera tal ofrecimiento
grande y generoso, pero está lejos de sentirse
llevada a hacerlo.
Piensa ella que si Dios acepta a quienes se inmolan como
víctimas a la justicia,
¿no tendrá también necesidad de víctimas el Amor misericordioso?.
Este Amor divino es desconocido y rechazado;
los corazones a los cuales desea prodigarse, se vuelven a
las criaturas y no aceptan el Amor infinito de Dios.
Es genial la visión de Teresa, que tan sencillamente vuelve los
ojos a lo que más había destacado la revelación cristiana:
Dios es amor (I Jn 4,8.16).
¿Cómo le ha sido posible descubrir un
horizonte distinto del que contemplaba todo el mundo en el medio
ambiente en el que ella estaba moral y materialmente
encerrada? Esta fue la obra de su
Director, como designaba ella a Jesús.
Lo más nuevo y lo más genial no es, sin embargo, esto que ha de
considerarse como un redimensionar la generosidad cristiana a
base de los datos en sí tan claros de la misma Sagrada Escritura
del Nuevo Testamento.
Teresa ve que el Dios tan bueno que ella conoce se siente
como violento -si hemos de hablar de Dios con nuestras
pobres palabras- al no poder comunicar su amor a las creaturas,
porque éstas no quieren aceptarlo. Dice Teresa a
Dios:
...me parece que seríais dichoso si no hubiérais de reprimir las oleadas de infinitas ternuras que hay en Vos... (8).
Por eso:
...me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro Amor misericordioso, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar en mi alma las oleadas de ternura infinita que se hallan encerradas en Vos, y que así llegue yo a ser Mártir de vuestro Amor, ¡Dios mío!... (9).
Se trata de un acto de Amor
perfecto, como dice la Ofrenda. En la Iglesia
muchos fieles han amado a Dios por Dios mismo, sin mezcla de
interés propio, con amor puro o de caridad perfecta. Lo nuevo,
estimo, es el matiz tan delicadamente personal de concebir esta
ofrenda directamente como un dar a Dios el gusto de no estar
violentado sino de actuar en total armonía con lo que a Él más
le va, a saber, dejar a su Amor desbordarse sobre los hombres.
En concreto significará esta ofrenda aceptar por entero la
voluntad del Señor vista como manifestación del Amor divino, no
poner el amor sino en Dios, y contar particularmente con una
inmensa participación en el sufrimiento como medio para
salvar a los hombres, ya que el Salvador así
realizó su obra.
El día de su muerte por la tarde, dirá la Santa:
Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor. Al contrario.
Y un rato después:
Jamás hubiera creído que era posible sufrir tanto; jamás, jamás. No puedo explicármelo sino por los ardientes deseos que he tenido de salvar almas.
La relación de este Acto de ofrenda con el
Corazón de Jesús la ha establecido la Santa misma. Es notable
cómo ella, sin solución de continuidad, de la Trinidad
bienaventurada, a la que se dirige al principio
del Acto, pasa a hablar al Esposo, a quien ruega que permanezca
en ella como en el tabernáculo y del cual dice que volverá con
el cetro de la Cruz y que conserva en el cielo las llagas
de su pasión.
En este Acto pedía la Santa a Dios que no la mirara sino a
través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de
Amor. La finalidad de su vida la presentaba ella:
Quiero trabajar por vuestro solo Amor, con el único objeto de agradaros, de consolar a vuestro Sagrado Corazón y de salvar las almas que os amarán eternamente.
La explicación de esta su ofrenda, que ella nos ofrece en el pasaje citado del Ms. A., formula esta pregunta:
Dios mío, vuestro amor menospreciado ¿va a quedarse en vuestro Corazón?
Ve Santa Teresa expresamente el
Corazón de Jesús rebosante de Amor misericordioso, y
el consuelo que ella se ofrece a dar a este Corazón es el de dejar
a Jesús que la ame cuanto Él desea.
IV. DENTRO DE LA PARADOJA EVANGELICA
La historia de la devoción al Corazón de Jesús encuentra en
esta que se siente
la más pequeña de todas las almas (10),
una confirmación impresionante de lo que había dicho el Señor:
...has revelado estas cosas a los pequeños (Lc 10,21).
La ciencia del amor,
que Sor Teresa reconoce haber aprendido no por medio de
libros sino por la secreta instrucción del Señor
(11), le ha descubierto nuevas profundidades en el Amor
misericordioso de Dios y en lo que es el Corazón de Cristo. Este
descubrimiento de matices tan delicados en el Amor divino como
misericordia para con los débiles y pecadores, es tanto menos
explicable en Teresa, cuanto que ella tiene conciencia de haber
sido prevenida por la misericordia de Dios
(12) y, de hecho, la Santa constituye un caso de fidelidad
singular aun dentro de la hagiografía.
Con esta su visión del Amor misericordioso ha podido Teresa
completar y, en buena parte rectificar, la presentación que se
venía haciendo de la reparación al Corazón de Jesús. Santa
Teresa ha reorientado decididamente hacia el Amor, aquella
corriente admirable de generosidad reparadora, que se encontraba
limitada estrechamente por la visión de la justicia divina. En
una pureza y profundidad de síntesis teológicas que no sabemos
hubieran sido alcanzadas antes de Teresa ni
superadas después de ella, intuye la Santa que el
Amor misericordioso tiene la iniciativa de cuanto bueno se
realiza por la creatura, que es tal su deseo de
comunicarse por amor que su gozo es amar, que la creatura, en
cambio, no acepta tantas veces ese Amor o sólo muy parcialmente;
el consuelo, pues, que podremos dar al Corazón
de Jesús será no obligarle a tener remansado su
Amor sino dejarle amarnos cuanto El desea.
Sin esfuerzo viene al pensamiento el recuerdo de aquel gozo
exultante de Jesús, al reconocer que el Padre ha
escondido estas cosas a los sabios y las ha
descubierto a los muy pequeños (Lc 10, 21).
La Madre de Jesús había también exultado de
gozo al comprender que Dios había puesto sus ojos
en la bajeza de ella (Lc 1, 47-48).
Teresa, aplicando a sí misma las palabras del Maestro:
...venid a mi escuela... y encontraréis alivio para vuestras almas (Mt 11, 29),
añadía en conversación de despedida a la Madre Inés:
alivio para vuestras almas pequeñas (15-V-1897).
(1) Manuscritos autobiográficos, Ms C, folio 35 r°.
(2) Cf. o. c., Ms A, folio 70 r°; 74 r°.
(3) Cf. o. c., Ms C, folio 22 r° - 22 v°.
(4) Cf. o. c., Ms C, folio 36 r°.
(5) Carta de 18 julio de 1897 al Abbé Belliére.
(6) Novissima verba, 11.7.3.
(7) Folio 84 r°.
(8) Folio 84 r°.
(9) Acto de ofrenda, o. c., 318.
(10) O. c., Ms B, folio 1 v°.
(11) O. c., Ms B, folio 1 r°.
(12) O. c., Ms C, 3 G v°.
Víspera de la memoria de Santa Teresa del Niño Jesús, 30 de
septiembre de 2010
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