....artículos de Cristiandad de Barcelona. ..Artículos...Textos.....INDEX.
José Mª. S. de Tejada, S. I.
Redactor de El Mensajero del Corazón
de Jesús
CRISTIANDAD
Año II, nº 29, páginas 249-251
Barcelona-Madrid, 1 de junio de 1945
Plura ut unum
La conmemoración jubilar de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, que culminará en este mes de mayo con su solemne renovación en el Cerro de los Ángeles, coloca en un plano de primera actualidad la célebre promesa del Reinaré.
¿Quién la oyó y en qué circunstancia? ¿Cuál es el texto original? Explicación. Autenticidad. Verificación de la misma, son otros tantos puntos que desarrollaremos breve pero íntegramente en este número de CRISTIANDAD.
¿QUIÉN OYÓ EL «REINARÉ»?
El P. Bernardo F. de Hoyos, S. I., nacido el 21 de agosto de 1711 en Torrelobatón (Valladolid) que después de estudiar en los Colegios de la Compañía de Medina y Villagarcía, entró en el Noviciado en esta misma población el 11 de julio de 1726. Siguió los pasos ordinarios de su formación religiosa y literaria en Villagarcía, Medina y Valladolid. Se ordenó de sacerdote el 2 de enero de 1735 y pasó muy santamente a mejor vida en Valladolid el 29 de noviembre de 1735. Breve fue su vida de solos veinticuatro años mas «llena de tantas misericordias y gracias sobrenaturales del Señor, que sólo un Dios infinitamente amante de las almas puras podría amontonarlas en una larga vida» (P. Loyola).
Había sido en el siglo, «modelo de inocencia, piedad y aplicación al estudio» (P. Astráin). Ya religioso «...fue un joven de virtud singularísima... de perfectísima obediencia con la que se entregó totalmente a la dirección de los superiores, no desviándose de ella ni un punto y manifestándoles confiadamente todas sus cosas y aun las ilustraciones que recibía de Dios para no apartarse en lo más mínimo de la perfección; de castidad angélica... Ejercitó siempre la humildad... fue ilustrado por Dios con el don de una altísima contemplación, predijo muchas cosas futuras que se verificaron con el tiempo y penetró más de una vez los secretos de corazones ajenos...» (P. Manuel del Prado).
CIRCUNSTANCIAS Y TEXTO DE LA REVELACIÓN
Estamos en el 14 de mayo de 1733. Cuenta el Hermano Hoyos 22 años y es estudiante muy aventajado de Teología. Leamos el autógrafo del P. Loyola, (L. III, cap. I, p. 116): «El día de la Ascensión del Señor se repitió la misma visión del Corazón Santísimo de Jesús, pero con circunstancias más particulares que me obligan a referirla con las mismas palabras del joven: «Después de comulgar (escribe Bernardo), tuve la misma visión referida del Corazón, aunque con las circunstancias de verle rodeado de la corona de espinas y una cruz en la extremidad de arriba, ni más ni menos que la pinta el P. Gallifet; también vi la herida por la cual parece se asomaban los espíritus más puros de aquella sangre, que redimió el mundo. Convidaba el divino amor Jesús a mi corazón se metiera en el suyo por aquella herida, que aquél sería mi Palacio, mi Castillo, y Muro en todo lance. Y como el mío aceptase, le dijo el Señor: ¿No ves que está rodeado de espinas y te punzarán?, que fue irritar más el amor, que introduciéndose a lo más íntimo, experimentó eran rosas las espinas. Reparé que además de la herida grande, había otras tres menores en el Corazón de Jesús, y preguntándome si sabía quién se las había hecho, me trajo a la memoria aquel favor con que nuestro amor le hirió con tres saetas. Recogida todo el alma en este Camarín Celestial, decía: «Haec requies mea in saeculum saeculi, hic habitabo quoniam elegi eam». Dióseme a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mí solo, sino que por mí las gustasen otros. Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos, y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en quien ni aun memoria parece que hay de ella, me dijo Jesús: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes». Hasta aquí las palabras de nuestro joven. (Véase el autógrafo y la fotografía en Razón y Fe, t. 102, p. 23).
La fidelidad literal de la copia es indudable. Protesta el P. Loyola a su comienzo: «Que va a referirla con las mismas palabras del joven», y añade: «escribe Bernardo»; señala todo el escrito entre comillas; y como si esto fuera poco, subraya los principales rasgos del documento, y al terminarlo vuelve a repetir como al comienzo: «Hasta aquí las palabras de nuestro Joven». Aunque se hubiera propuesto expresamente el biógrafo acreditar la fidelidad de la copia, no hubiera procedido con mayor cautela y exactitud; así que es indudable que el texto original de la gran promesa fue concebido en estas literales palabras: Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes.
ACLARACIONES
Así escribe el P. Guillermo Ubillos, S. I., a vista, no de la vida compuesta por el P. Uriarte, sino del autógrafo mismo escrito por el P. Loyola cuya descripción puede verse en Razón y Fe (t. 102, pp. 24-26). Porque es de saber que el benemérito P. Uriarte no se limitó a imprimir aquél en su Vida del P. Hoyos sino que publicó ésta «arreglada y aumentada de como la escribió y dejó inédita el P. Juan de Loyola». Hemos preferido copiar el texto mismo del autógrafo por ser más eficaz para nuestro propósito a tomar la cita del P. Uriarte (2ª ed., páginas 250-251).
¿Reinaré o reinará? «Reinaré» escribe el P. Loyola en su manuscrito. En cambio en casi todas las ediciones del Tesoro Escondido, publicado por el mismo Padre (por ejemplo, en la octava 1738 que tenemos delante) dice «reinará» en tercera persona. ¿Cómo así? El competente P. Uriarte sospecha que es un yerro de imprenta: reinará por reinaré. En fin de cuentas ninguna importancia reviste la cuestión. «Me dijo Jesús Reinaré en España», es decir por mi Corazón (ya que de esta devoción se trataba). Esto viene a ser lo mismo que «me dijo Jesús reinará en España», es decir será mi Corazón el que reine.
¿Cómo se divulgó la Gran Promesa? Oyóla el dichoso joven de labios de Jesús el 14 de mayo de 1733, fiesta de la Ascensión del Señor. Comunicóla a sus santos amigos y cooperadores en la difusión de la en España nueva devoción para animarlos en la noble empresa, con la esperanza cierta del éxito. Pero, naturalmente, no se podía dar a la publicidad viviendo él. Consignó por escrito enseguida con la máxima fidelidad el gran mensaje en un manuscrito cuyo original lamentablemente ha desaparecido, como todos sus escritos. Pero su experto director lo trasladó fielmente al manuscrito de su vida. Pasado a mejor vida el confidente de Jesucristo el 29 de noviembre de 1735, ya pudo darse a los cuatro vientos la noticia de su admirable vida para contar los principios en España de la nueva devoción. Así lo hizo el P. Loyola en la primera edición del Tesoro Escondido, publicada después de su muerte, el 1736 y en todas las siguientes.
OTRA CUESTIONCILLA
Tanto el manuscrito del P. Loyola como la Vida del P. Uriarte dicen: «...con más veneración que en otras muchas partes». ¿Por qué no se conserva la palabra muchas en la redacción ordinaria? Porque el mismo P. Loyola la omitió en todas las ediciones del Tesoro y porque poco importa que se ponga o se omita. «Nadie afirmará, dice Uriarte, que España hubiera de llevar ventaja a todas las demás naciones en su devoción al Corazón de Jesús». Nadie leerá «con más veneración que en todas las otras partes». No seamos presuntuosos.
¿ES AUTÉNTICA LA GRAN PROMESA?
Vengamos al punto principal y más saliendo este artículo en una revista seria y científica como CRISTIANDAD. ¿Tenemos motivos poderosos para creer que es cierto que la oyó el seráfico joven de labios de Jesucristo? Sí, afirmamos categóricamente. El dudarlo sería contra todas las leyes de la lógica.
Testimonio del P. Hoyos. Es tan categórico como ineludible. «La vida de aquel joven cortado en flor o por mejor decir trasplantado a la patria celestial para vivir entre los ángeles, cuya pureza había imitado en la tierra» (Astráin) y sus virtudes heroicas bien probadas rechazan la mera hipótesis de que fuera un impostor.
Ni tampoco pudo ser víctima de una autosugestión, ¿cómo lo había de ser un joven que según este exigente historiador, fue de «ingenio vivo y despierto», modelo de aplicación al estudio, de aventajado talento y de una prudencia impropia de sus años? «En verdad, llama la atención al seso y madurez con que reflexionaba sobre este negocio (alude a la fundación de la primera Congregación) y la prudencia con que tomaba las precauciones para el feliz logro de la empresa que meditaba».
Nótese además que el destino peculiar y providencial del dichoso joven fue el ser el primer apóstol oficial en España de la nueva devoción. Esto es innegable. El mismo P. Astráin, como resumiendo los testimonios, añade: «El Señor le eligió como principal instrumento para propagar en España la devoción al Sagrado Corazón de Jesús». Salta de la simple lectura de su vida y huelga el demostrarlo.
Militan en favor de la autenticidad todos los testigos que nos garantizan la verdad de los favores del seráfico joven:
El P. Agustín de Cardaveraz (1703-1770) que fue su íntimo confidente y aun director y aprobó plenamente su espíritu y aun a pesar de ser superior a él en años y aun en estudios (estudiaba Teología cuando ingresaba en el Noviciado el H. Bernardo) reconoció tan claramente la vocación de éste que no sólo la aprobó, sino que muy humildemente se sujetó a él como a su adalid para la realización del Reinaré;
El famosísimo misionero P. Pedro de Calatayud (1689-1773) que también aprobó sin restricciones el buen espíritu y la extraordinaria vocación del P. Hoyos y con él mantuvo frecuente correspondencia y aun le obedeció él, el varón fuerte, el incomparable misionero, al jovencito filósofo, muchas veces en sus indicaciones y avisos.
El P. Juan de Loyola (1704-1762), Profesor de Teología y Filosofía, Rector de varios Colegios, muy experto director de almas que llegó a muy alta santidad por los duros caminos de las pruebas interiores. Y lo que hace más a nuestro caso: el más íntimo confidente de sus cosas, el destinado por el cielo como director del P. Hoyos, los nueve años que éste vivió en la Compañía, por los intrincados y difíciles caminos que había de seguir para el logro de su vocación. Este Padre fue, sobre todo, el conducto por donde nos llegó la noticia del Reinaré. Hemos leído antes su testimonio en favor de su verdad «una fuerza probatoria tal, que no es posible rechazarla y ni aun ponerla en tela de juicio».
No queremos ser prolijos. Nada diremos, por lo tanto, de los testimonios del P. Francisco de Rábago, Profesor en Roma de Filosofía y Teología «célebre y eminente político», Provincial de la de Castilla, Rector de San Ambrosio en Valladolid y conocedor de los favores que recibía del cielo el P. Hoyos cuando oyó el gran mensaje y aun favorecedor de sus planes.
Ni del P. Manuel del Prado, Provincial de Castilla, cuando en San Ambrosio resonó la feliz nueva, y Rector de San Ignacio, cuando en él comenzó su Tercera Probación el primer apóstol, y cuando en él expiró entre sus brazos. Escribió sus dos famosas Cartas de edificación en que patentiza la alta estima que se había formado de la solidez del espíritu y de la verdad de los dones sobrenaturales con que el Señor le distinguió.
Ni del de otros muchos Padres que le trataron muy íntimamente.
¿No luce con su propia luz, la luz de la evidencia, la verdad objetiva, histórica, de la revelación del Reinaré? Las razones que hemos indicado, siguiendo al P. Marcelino González, S. I., «alejan toda sospecha de superchería y aun de ilusión. Encerrarse en una duda escéptica y encapricharse en una arbitraria negativa, es inadmisible en sana crítica, es creer imposible la historia. Porque ¿habrá en ella sucesos tan probados, tan averiguados y tan ciertos como los que nos ocupan?
LA HISTORIA POR LA VERDAD DEL «REINARÉ»
«...aunque reinará finalmente», aseveraba el primer adalid del Corazón de Jesucristo en España después de saber por luz de lo alto las gravísimas dificultades que a su reinado se habían de poner. Y éste se abrió efectivamente camino con una pujanza que acreditaba de divina la Gran Promesa.
Dióse de lleno el P. Hoyos a discurrir arbitrios para su realización; habló con lenguaje de fuego a sus confidentes y amigos jesuitas y aun a Padres muy superiores a él en años y cargos de gobierno, que todos se le rindieron y aun reconocieron como a su capitán. Obligó a su P. Loyola a escribir el Tesoro Escondido; lo divulgó por todas partes y aun introdujo en el Palacio Real donde «se vio muy luego la devoción al Corazón de Jesús no sólo extendida en palacio sino entronizada en los corazones reales»; urgió al P. Calatayud a la fundación de Congregaciones. «Son tantas, que sólo los misioneros de nuestra Compañía de Jesús de esta Provincia de Castilla han fundado muchos centenares». El mismo P. Hoyos afirmaba gozoso cuatro meses antes de morir que había visto «cumplidos en dos años los deseos que no pensaba ver satisfechos, en el curso regular, por muchos años». En fin: «En poco más de dos años (escribía en 1736 el Padre Loyola) no ha quedado Provincia, reino ni ciudad apenas de nuestra ínclita nación que no haya recibido con piadoso aplauso y sagrado empeño la devoción al Sagrado Corazón de Jesús».
Mas ¿a qué seguir adelante? ¿No están en la memoria de todos los continuos progresos de la preciosa devoción en nuestra Patria? ¿No recordamos la entusiasta conmemoración a pesar de gemir bajo el yugo de la República del II Centenario de la Gran Promesa el 1933? ¿Qué fue nuestra guerra sino una verdadera Cruzada por el Reinado del divino Corazón? ¿No estamos gozando de los gloriosos avances posteriores de Cristo Rey, favorecidos de mil modos por nuestro providencial Caudillo y por su cristianísimo Gobierno? ¿Qué son estas gloriosas gestas sino la más categórica y rotunda afirmación de la autenticidad evidente, de la verdad histórica de la Gran Promesa del Reinaré? Y la solemne y jubilosa celebración de las Bodas de plata de la Consagración de España y los entusiastas aprestos para restaurar más espléndido el derrocado el Monumento-recuerdo de la misma, ¿qué son sino la entusiasta, la anhelante respuesta de la España católica al Corazón de su divino Rey? Sí; reinad en España y con más veneración que en otras partes.