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Génesis de los actos de consagración y de reparación al Sagrado Corazón de Jesús vigentes en la Santa Iglesia Católica

Privadamente se puede usar como acto de consagración al Corazón de Jesús el que se prefiera de los que figuran en las obras de los santos o en los devocionarios. Los lefebvristas dicen ellos que no es “válido”  más que el que se puso en la época de san Pío XI. Pero la Iglesia Jerárquica, con el poder de las llaves que le dio Jesús y que los lefebvristas no tienen, ha ido variando algo el de consagración al que concede indulgencias. El que está en vigor para conseguir indulgencias es el que está en el último Enchiridion Indulgentiarum aprobado. Y lo mismo el de expiación. Ambos están dirigidos al Corazón de Jesús. Los dos tienen indulgencias parciales cada vez que se usan individualmente o en grupo. El de consagración tiene indulgencia plenaria cuando se hace en una función pública el día de Cristo Rey. El de expiación tiene indulgencia plenaria cuando se hace en una función pública el día del Sagrado Corazón. El de consagración es más utilizable para el mes del Sagrado Corazón, después de las deprecaciones, en vez del acto de consagración que viene en los devocionarios. El de expiación es muy largo y muy solemne, muy apropiado para la función solemne de expiación del día del Sagrado Corazón.

Los actualmente vigentes, pese a lo que digan los modernistas o los lefebvrianos, son estos porque están en el Enchiridion Indulgentiarum (Manual de Indulgencias) promulgado por nuestra Santa Madre Iglesia Católica Jerárquica.

Además podemos aplicar a las almas del purgatorio las indulgencias que con estos actos se ganan, y esto es una de las mayores obras de caridad.

A los pastores suplicamos que nos recuerden las indulgencias en vigor.

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La consagración explicada por santo Tomás de Aquino, como enseña Pío XI en la Miserentissimus Redemptor (nº 5, nota 9):
«La pureza, pues, es necesaria para que nuestra mente se una a Dios. Porque la mente humana se mancha al alearse con las cosas inferiores, como se ensucia cualquier materia al mezclarse con otra más vil; por ejemplo, la plata con el plomo. Es preciso, según esto, que nuestra mente se separe de las cosas inferiores para que pueda unirse al ser supremo. De ahí el que sin pureza no haya unión posible de nuestra mente con Dios. Por eso se nos dice en la carta a los Heb 12,14: Procurad tener paz con todos y santidad de vida, sin la cual nadie podrá ver a Dios. También se exige firmeza para la unión de nuestra mente con Dios. Se une a El, en efecto, como a su último fin y a su primer principio, extremos que necesariamente están dotados de la máxima inmovilidad. Por eso dice el Apóstol en Rom 8,38-39: Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida me separarán del amor de Dios. Así, pues, se llama santidad a la aplicación que el hombre hace de su mente y de sus actos a Dios. No difiere, por tanto, de la religión en lo esencial, sino tan sólo con distinción de razón. Se le da, en efecto, el nombre de religión por servir a Dios como debe en lo que se refiere especialmente al culto divino, como en los sacrificios, oblaciones o cosas similares; y el de santidad, porque el hombre refiere a Dios, además de eso, las obras de las demás virtudes, o en cuanto que, mediante obras buenas, se dispone para el culto divino».
(Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II q.81, a.8c.).

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En 1898 y en 1899, sor María del Divino Corazón, cumpliendo las peticiones que según sus palabras le hizo el mismo Jesús, escribió al papa León XIII para pedirle la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. León XIII accedió a la petición: escribió su encíclica Annum sacrum del 25 de mayo de 1899, explicando la consagración de la población mundial al Sagrado Corazón de Jesús y prescribiendo que se hiciera en cada templo; consagró él mismo el mundo entero al Sagrado Corazón el 11 de junio del mismo año 1899 y dijo que ese fue el mayor acto de su pontificado, como sin duda lo fue entre tantas cosas trascendentales que hizo.

Sor María del Divino Corazón Droste zu Vischering (1863-1899) recibió el hábito blanco de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor en el Convento del Buen Pastor de Münster (Alemania) el 10 de enero de 1889, el mismo día y a la misma hora que santa Teresa del Niño Jesús recibió el hábito religioso marrón del Carmelo en Lisieux.
Fue beatificada por el papa san Pablo VI en 1975, y prosigue su proceso de canonización.

León XIII consagró a todo el género humano al Sagrado Corazón. Incluidos los que no creen en Jesucristo y los que no son miembros de la Iglesia, ni aceptan la autoridad pontificia. La fundamentación teológica de que se consagrase también a estas personas es, como enseñan san Agustín y santo Tomás, que la doctrina de la Iglesia es que aunque los que no católicos no están bajo la autoridad de Jesucristo y de su Vicario en cuanto al ejercicio de su autoridad (quantum ad executionem potestatis), todos los hombres les están sometidos en cuanto a su autoridad en sí (quantum ad potestatem), porque según recuerdan san Agustín y santo Tomás, Jesucristo murió para redimir a todos, como revela el Espíritu Santo por medio de san Pablo: «Cristo se ha entregado para la redención de todos».
Esta doctrina nos da también el significado de la proclamación de la realeza universal de Jesucristo mostrando su Sagrado Corazón. Y es que la autoridad de Jesucristo es universal sobre todos los hombres; y el Papa, su Vicario en la tierra, tiene recibida esta autoridad sobre todos los hombres en materia de fe y de moral, incluidos los aspectos éticos de la política; pero no la ejerce aún sobre los que no acatan la autoridad del Papa y de la Iglesia.

La fórmula de la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús empleada y prescrita por León XIII en 1899, que se transcribe a continuación, fue prescrita también por su sucesor, el papa san Pío X, para la fiesta solemne anual del Sagrado Corazón y mandó en 1906 que cada año se hiciera con ella dicha consagración al Sagrado Corazón de Jesús en todas las iglesias parroquiales ante el Santísimo expuesto (ASS 39, 569 - 1906).

Fórmula de la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús empleada y prescrita por León XIII en 1899
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser: y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno de nosotros espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro sacratísimo Corazón.
Muchos jamás os han conocido: muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón sagrado.
Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado: haced que vuelvan pronto a la casa paterna, por que no prezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquelos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y de la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía en la antigua superstición de los pueblos, y no rehuséis sacarlos de las tinieblas y trasladarlos a la luz y reino de Dios. Conceded, oh Señor incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgar a todos los pueblos la tranquilidad en el orden: haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea.

Pío XI la prescribió como acto de consagración para la fiesta solemne de Cristo Rey por él establecida en la Quas Primas en 1925 (AAS 17, 607, Quas Primas, nº 30). Y en la fórmula enviada el mismo año 1925 por la Congregación de Ritos incluyó explícitamente a los que están en las tinieblas del islamismo y a los judíos (sin nombrarlos así, sino como el pueblo en otro tiempo escogido).

Añadidos en 1925 a la fórmula de León XIII y de san Pío X:
...Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del Islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino. Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fué vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, bautismo de redención y de vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron...

Así siguió este acto de consagración al Sagrado Corazón del día solemne de Cristo Rey en la época de san Juan XXIII y del Concilio Vaticano II.

Fue en 1968 cuando se estableció la fórmula actual, que vuelve a la simplificación de la de León XIII y de san Pío X y no menciona explícitamente al islamismo ni al pueblo judío, sino que los incluye en el grupo de los que están extraviados por el error, que son muchos otros aparte de los musulmanes, los idólatras y los judíos, como los budistas y los agnósticos y ateos, tampoco mencionados explícitamente en ninguna de las fórmulas antiguas o actuales.

Aparte de esto, Pío XI prescribió una fórmula de reparación al Sagrado Corazón para su fiesta solemne. Esta fórmula coincide con la actualmente en vigor.

Pío XI ordenó en 1932 que en la solemnidad del Sagrado Corazón, centrada en la reparación, roguemos por los consentientes y disidentes, por los impíos e infieles, y por los enemigos de Dios y de la Iglesia, para que se conviertan.
(Encíclica
Caritate Christi compulsi de 3.05.1932, nº 31).

(Véase Hilario Marín, S.I.: Los Papas y el Sagrado Corazón de Jesús. 1961. nº 574, nº 301, nº 565 y nº 599).

Consagrarse a Cristo Rey es desagraviar a Su Sagrado Corazón, la consagración es la verdadera reparación

El papa san Juan Pablo II enseña que la verdadera reparación al Sagrado Corazón de Jesús se identifica con la consagración, porque es unir el amor a Dios con el amor al prójimo para constituir la civilización del amor, el reinado del Sagrado Corazón de Jesús.
Este aspecto esencial de reparación, no sólo no está ausente en la fórmula de consagración del día de Cristo Rey, sino que consagrarse a Cristo Rey es reparar y desagraviar, la consagración es la reparación, constituir el reino del Sagrado Corazón de Jesús es la verdadera reparación, la que Jesús mismo quiere, según la doctrina de la Iglesia enseñada por el papa san Juan Pablo II:

El Concilio Vaticano II, al recordarnos que Cristo, Verbo encarnado, nos «amó con un corazón de hombre», nos asegura que «su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de El, nada puede llenar el corazón del hombre» (cfr. Gaudium et spes 21). Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así —y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador— sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá constituir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo.
(
Carta del papa san Juan Pablo II al P. Kolvenbach, entregada en Paray le Monial el 5 de octubre de 1986).

Consagrarse al Corazón de Jesús es constituirse en ciudadano de su reino y tenerle como rey personalmente a la espera del Reinado en plenitud de ejercicio del Sagrado Corazón de Jesús en toda la sociedad humana, tal como Él mismo lo establecerá con su segunda venida en gloria y majestad.

Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús no sólo es la síntesis de la religión, que es la más alta virtud dentro de la virtud cardinal de la justicia, sino que es el núcleo de la vida cristiana enraizada en las virtudes de la caridad, la fe y la esperanza.


La proclamación de Cristo como rey fue el 11 de junio de 1899

La civilización del amor es el reinado social en la tierra del Sagrado Corazón de Jesucristo, es la civilización cristiana, la ciudad católica

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Acto de consagración del género humano a Jesucristo Rey

Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos arrodillados humildemente en tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para estar más firmemente unidos a ti, hoy cada uno de nosotros se consagra voluntariamente a tu Sagrado Corazón.

Muchos nunca te han conocido; muchos te han rechazado, despreciado tus mandamientos. Compadécete de unos y de otros, benignísimo Jesús, y atráelos a todos a tu Sagrado Corazón. Reina, Señor, no sólo sobre los que nunca se han separado de ti, sino también sobre los hijos pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no mueran de miseria y de hambre. Reina sobre aquellos que están extraviados por el error o separados por la discordia, y haz que vuelvan al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto no haya más que un solo rebaño y un solo pastor. Concede, Señor, a tu Iglesia una plena libertad y seguridad; concede a todo el mundo la tranquilidad del orden; haz que desde un extremo al otro de la tierra no se oiga más que una sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, porquien nos ha venido la salvación; a él la gloria y el honor por los siglos. Amén.

Al fiel cristiano que rece piadosamente el precedente acto de consagración del género humano a Jesucristo Rey se le concede indulgencia parcial.

La indulgencia será plenaria si este acto se reza públicamente en la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey.

[Concesión 27 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 2 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente en 2017. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín de 1986, que no ha variado].


Acto de reparación al Sagrado Corazón de Jesús

Jesús dulcísimo, cuya caridad derramada sobre los hombres es correspondida ingratamente con tanto olvido, negligencia, desprecio; nosotros, arrodillados en tu presencia, queremos resarcir con especial reverencia tan abominable desidia e injurias con que los hombres afligen en todas partes tu amantísimo Corazón.

Sin embargo, recordando que también nosotros más de una vez hemos sido culpables de tan gran indignidad, e intensamente arrepentidos por ello, imploramos en primer lugar tu misericordia a favor nuestro, dispuestos a compensar con voluntaria expiación no sólo las infamias cometidas por nosotros, sino también las de aquellos que, apartándose totalmente del camino de la salvación, rehúsan seguirte como pastor y guía, obstinados en su infidelidad o, conculcando las promesas del bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de tu ley.

Queremos expiar todos estos deplorables delitos y resarcir cada uno de ellos: la inmodestia y deshonestidad en la conducta y en el vestir, tantos lazos de corrupción preparados para las almas inocentes, los días de fiesta profanados, las maldiciones proferidas contra ti y tus santos, las injurias contra tu vicario y el orden sacerdotal, y el mismo sacramento del amor divino olvidado o profanado con horrendos sacrilegios, y finalmente los delitos de las naciones que se oponen a las leyes y al magisterio de la Iglesia que tú fundaste.

¡Ojalá pudiéramos lavar estos pecados con nuestra propia sangre! Entretanto , para resarcir el honor divino profanado, te ofrecemos la satisfacción que tú en otro tiempo ofreciste al Padre en la cruz y que renuevas continuamente en el altar , junto con la expiación de la Virgen María, de todos los santos y de todos los fieles piadosos, prometiendo de corazón compensar, en cuanto nos sea posible, y con la ayuda de tu gracia, los pecados pretéritos, nuestros y de los demás, y tanta falta de amor, con una fe firme, con una conducta inmaculada, con una observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, impedir con todas las fuerzas las injurias contra ti, e incitar a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, benignísimo Jesús, por intercesión de la Virgen María Reparadora, la ofrenda voluntaria de esta expiación y haz que nos mantengamos con toda fidelidad en tu obediencia y servicio hasta la muerte, otorgándonos el gran don de la perseverancia, para que todos lleguemos finalmente a aquella patria donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que rece piadosamente el precedente acto de reparación.

La indulgencia será plenaria si este acto se reza públicamente en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

[Concesión 26 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 3 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín de 1986, que no ha variado].

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Acto de consagración al Sagrado Corazón de Jesús

Acto de consagración del género humano a Jesucristo Rey

Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos arrodillados humildemente en tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para estar más firmemente unidos a ti, hoy cada uno de nosotros se consagra voluntariamente a tu Sagrado Corazón. Muchos nunca te han conocido; muchos te han rechazado, despreciado tus mandamientos. Compadécete de unos y de otros, benignísimo Jesús, y atráelos a todos a tu Sagrado Corazón. Reina, Señor, no sólo sobre los que nunca se han separado de ti, sino también sobre los hijos pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no mueran de miseria y de hambre. Reina sobre aquellos que están extraviados por el error o separados por la discordia, y haz que vuelvan al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto no haya más que un solo rebaño y un solo pastor. Concede, Señor, a tu Iglesia una plena libertad y seguridad; concede a todo el mundo la tranquilidad del orden; haz que desde un extremo al otro de la tierra no se oiga más que una sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos ha venido la salvación; a él la gloria y el honor por los siglos. Amén.

Al fiel cristiano que rece piadosamente el precedente acto de consagración del género humano a Jesucristo Rey se le concede indulgencia parcial.

La indulgencia será plenaria si este acto se reza públicamente en la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey

[Concesión 27 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 2 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín de 1986, que no ha variado].

Actus dedicationis humani generis Iesu Christo Regi 

Iesu dulcissime, Redemptor humani generis, respice nos ante conspectum tuum humillime provolutos. Tui sumus, tui esse volumus; quo autem tibi coniuncti firmius esse possimus, en hodie sacratissimo Cordi tuo se quisque nostrum sponte dedicat. Te quidem multi novere nunquam; te, spretis mandatis tuis, multi repudiarunt. Miserere utrorumque, benignissime Iesu, atque ad sanctuum Cor tuum rape universos. Rex esto, Domine, nec fidelium tantum qui nullo tempore discessere a te, sed etiam prodigorum filiorum qui te reliquerunt: fac ut domum paternam cito repetant, ne miseria et fame pereant. Rex esto eorum, quos aut opinionum error deceptos habet, aut discordia separatos, eosque ad portum veritatis atque ad unitatem fidei revoca, ut brevi fiat unum ovile et unus pastor. Largire, Domine, Ecclesiae tuae securam cum incolumitate libertatem; largire cunctis gentibus tranquillitatem ordinis; perfice, ut ab utroque terrae vertice una resonet vox: Sit laus divino Cordi, per quod nobis parta salus: ipsi gloria et honor in saecula. Amen. 

Plenaria indulgentia conceditur christifideli qui, in sollemnitate D.N. Iesu Christi Universorum Regis, actum dedicationis humani generis eidem Iesu Christo Regi (Iesu dulcissime, Redemptor) publice recitaverit; in aliis rerum adiunctis indulgentia erit partialis.

[Concesión 27 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 2 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín e 1986, que no ha variado].


Acto de reparación al Sagrado Corazón de Jesús

Acto de reparación al Sagrado Corazón de Jesús

Jesús dulcísimo, cuya caridad derramada sobre los hombres es correspondida ingratamente con tanto olvido, negligencia, desprecio; nosotros, arrodillados en tu presencia, queremos resarcir con especial reverencia tan abominable desidia e injurias con que los hombres afligen en todas partes tu amantísimo Corazón.

Sin embargo, recordando que también nosotros más de una vez hemos sido culpables de tan gran indignidad, e intensamente arrepentidos por ello, imploramos en primer lugar tu misericordia a favor nuestro, dispuestos a compensar con voluntaria expiación no sólo las infamias cometidas por nosotros, sino también las de aquellos que, apartándose totalmente del camino de la salvación, rehúsan seguirte como pastor y guía, obstinados en su infidelidad o, conculcando las promesas del bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de tu ley.

Queremos expiar todos estos deplorables delitos y resarcir cada uno de ellos: la inmodestia y deshonestidad en la conducta y en el vestir, tantos lazos de corrupción preparados para las almas inocentes, los días de fiesta profanados, las maldiciones proferidas contra ti y tus santos, las injurias contra tu vicario y el orden sacerdotal, y el mismo sacramento del amor divino olvidado o profanado con horrendos sacrilegios, y finalmente los delitos de las naciones que se oponen a las leyes y al magisterio de la Iglesia que tú fundaste.

¡Ojalá pudiéramos lavar estos pecados con nuestra propia sangre! Entretanto, para resarcir el honor divino profanado, te ofrecemos la satisfacción que tú en otro tiempo ofreciste al Padre en la cruz y que renuevas continuamente en el altar, junto con la expiación de la Virgen María, de todos los santos y de todos los fieles piadosos, prometiendo de corazón compensar, en cuanto nos sea posible, y con la ayuda de tu gracia, los pecados pretéritos, nuestros y de los demás, y tanta falta de amor, con una fe firme, con una conducta inmaculada, con una observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, impedir con todas las fuerzas las injurias contra ti, e incitar a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, benignísimo Jesús, por intercesión de la Virgen María Reparadora, la ofrenda voluntaria de esta expiación y haz que nos mantengamos con toda fidelidad en tu obediencia y servicio hasta la muerte, otorgándonos el gran don de la perseverancia, para que todos lleguemos finalmente a aquella patria donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que rece piadosamente el precedente acto de reparación.
La indulgencia será plenaria si este acto se reza públicamente en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

[Concesión 26 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 3 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín de 1986, que no ha variado].

Actus reparationis 

Iesu dulcissime, cuius effusa in homines caritas, tanta oblivione, neglegentia, contemptione, ingratissime rependitur, en nos, ante conspectum tuum provoluti, tam nefariam hominum socordiam iniuriasque, quibus undique amantissimum Cor tuum afficitur, peculiari honore resarcire contendimus. 

Attamen, memores tantae nos quoque indignitatis non expertes aliquando fuisse, indeque vehementissimo dolore commoti, tuam in primis misericordiam nobis imploramus, parati, voluntaria expiatione compensare flagitia non modo quae ipsi patravimus, sed etiam illorum, qui, longe a salutis via aberrantes vel te pastorem ducemque sectari detrectant, in sua infidelitate obstinati, vel, baptismatis promissa conculcantes, suavissimum tuae legis iugum excusserunt. 

Quae deploranda crimina, cum universa expiare contendimus, tum nobis singula resarcienda proponimus: vitae cultusque immodestiam atque turpitudines, tot corruptelae pedicas innocentium animis instructas, dies festos violatos, exsecranda in te tuosque Sanctos iactata maledicta atque in tuum Vicarium ordinemque sacerdotalem convicia irrogata, ipsum denique amoris divini Sacramentum vel neglectum vel horrendis sacrilegiis profanatum, publica postremo nationum delicta, quae Ecclesiae a te institutae iuribus magisterioque reluctantur. 

Quae utinam crimina sanguine ipsi nostro eluere possemus! Interea ad violatum divinum honorem resarciendum, quam Tu olim Patri in Cruce satisfactionem obtulisti quamque cotidie in altaribus renovare pergis, hanc eamdem nos tibi praestamus, cum Virginis Matris, omnium Sanctorum, piorum quoque fidelium expiationibus coniunctam, ex animo spondentes, cum praeterita nostra aliorumque peccata ac tanti amoris incuriam firma fide, candidis vitae moribus, perfecta legis evangelicae, caritatis potissimum, observantia, quantum in nobis erit, gratia tua favente, nos esse compensaturos, tum iniurias tibi inferendas pro viribus prohibituros, et quam plurimos potuerimus ad tui sequelam convocaturos. Excipias, quaesumus, benignissime Iesu, beata Virgine Maria Reparatrice intercedente, voluntarium huius expiationis obsequium nosque in officio tuique servitio fidissimos ad mortem usque velis, magno illo perseverantiae munere, continere, ut ad illam tandem patriam perveniamus omnes, ubi Tu cum Patre et Spiritu Sancto vivis et regnas in saecula saeculorum. Amen. 













Plenaria indulgentia conceditur christifideli, qui in sollemnitate Sacr.mi Cordis Iesu, actum reparationis (Iesu dulcissime) publice recitaverit;
in aliis rerum adiunctis indulgentia erit partialis.

[Concesión 26 del Enchiridion Indulgentiarum de 1986 y del de 1968; Concesión 3 del Enchiridion Indulgentiarum de 1999, que mantiene el mismo texto y está vigente. La versión en castellano es la promulgada por la Conferencia Episcopal Española en 1995 como traducción del texto en latín de 1986, que no ha variado].