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Lo más urgente de todo (22.11.2015)
Es quererle y decirle constantemente a Jesús, el Verbo hecho carne, que le queremos y darle a cada momento las gracias por sus obras de amor por nosotros. Las que hizo en su locura de amor que tan caro le costó y las que hace constantemente, para darnos, por ese amor misericordioso, lo que es nuestro mayor bien: el reino de Dios en nuestra alma y en toda la tierra; para que le podamos tener a Jesús, el Verbo hecho carne, como rey salvador de cada uno personalmente y de todos colectivamente; para que hagamos la voluntad de Dios, también en la tierra, todos los hombres y todas las naciones. Y querer y pedirle ese bien para corresponder a su amor. Y quererle sobre todo a Él; por su gracia que le suplicamos, advirtiéndole seriamente que con nuestras fuerzas no podemos nada, aunque queremos todo lo que manda y da, porque Él nos concede quererlo.
Jesús mismo lo dice a sus confidentes:
A Santa Margarita Mª Alacoque le dijo Jesús, el Verbo hecho carne, que está dispuesto a padecer otra vez todos los enormes sufrimientos de su Pasión con tal de que le queramos un poco:
Jesús a santa
Margarita María Alacoque le suplicaba que le queramos: Le refería Jesús a santa Margarita María, en 1674, su exceso de amor a los hombres y que a cambio no recibía de ellos más que ingratitudes:
Y que tengamos compasión de Él y participemos en su dolor A principios de enero de 1681 se presentó Jesús ante santa Margarita María Alacoque cargado con una cruz, cubierto de heridas, y chorreando sangre, mientras decía la divina víctima con voz dolorosamente triste:
Jesús a santa Margarita María se le quejaba de que nadie le da descanso en su dolor:
Y se le quejaba de que nadie se esfuerce en apagar su sed de ser amado en el Santísimo Sacramento
Estas palabras de Nuestro Señor están recogidas en la Bula de canonización por Benedicto XV de santa Margarita María Alacoque de 13 de mayo de 1920, como percibidas por ella en 1674:
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Este lamento de Jesús, el Verbo hecho carne, también está en la Sagrada Escritura, como lo recuerda el papa Pío XI en la Miserentissimus Redemptor, 10:
"El mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno». (Sal 69,21, según la referencia actualizada y según la traducción de la Biblia de Jerusalén).
Debemos darle nuestro corazón a Jesús, el Verbo hecho carne, y pedirle el Suyo, su Sagrado Corazón. Esto significa quererle sólo a Jesús y querer sólo lo que Jesús quiere. Que sólo nos interese Jesús, el Verbo hecho carne, y lo que a Él le interesa, nuestro bien, el bien de todas las almas, el bien de todos y de cada uno, que obremos y vivamos según Dios. Esto es el Reino de Dios en nuestra alma. Él implantará el Reino de Dios en todas las almas. Y, de ahí, el reino de Dios en todas las naciones. Para esto se dejó matar en el sufrimiento atroz del abandono. Y se volvería a dejar matar. Él ya nos da su Corazón en la Eucaristía, bien infiinito por el que pagó un precio infinito.
Desinteresarnos de todo lo que no sea la realidad verdadera:
"No hacer caso de cosa que no sea para llegarnos más a Dios". (Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. 4º, 3).
San Pablo dice trasladándonos la palabra de Dios:
"El amor de Cristo nos apremia" (II Cor 5,14).
Y para que nos interese sólo Jesús, el Verbo hecho carne, y lo que lleva en su Corazón, desinteresándonos de todo lo demás, de todo lo que no sea la realidad verdadera, tenemos que aceptar los sufrimientos y añadir las mortificaciones. Todos los sufrimentos y todas las mortificaciones.
Aunque no se nos predique esto y se nos enseñe un cristianismo dulcito y blandito, Jesús, el Verbo hecho carne, sí que nos lo dejó dicho en el evangelio:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto» (Jn 15,1-2).
Sí; hay que sufrir. Esta es la verdad de la vida que se aprende cuando se es mayorcito para haberlo aprendido, con muchos o pocos años.
La elección no es en esta vida entre sufrir y no sufrir. Esto último no existe. Dios sí existe. Se trata de que aceptemos ya el bien que Él nos quiere dar en la vida futura. El Reino de Dios en nuestra alma. Que lo aceptemos ahora que estamos a tiempo. La elección es entre querer ahora la voluntad de Dios, con los sufrimientos que ahora nos cueste, para tener la felicidad total de Dios en la vida futura, o bien buscar ahora otras cosas, ir quedando insatisfechos y sufrir ahora bastante, que siempre es demasiado, y del todo en la vida futura. Además, cuando no se hace la voluntad de Dios, incluso el bien que se disfruta no hace feliz; y en cambio lo que se sufre haciendo la voluntad de Dios en esta vida no impide ser feliz ya. Sobre todo lo que se hace por los demás, cosa que han podido comprobar los que han sido generosos.
Se trata, pues, en la vida, de sufrir o sufrir. O sufrir sin felicidad por no cumplir la voluntad de Dios, o sufrir con felicidad por cumplir la voluntad de Dios. Y gozar después de Dios en el cielo.
Santa Teresa del Niño Jesús lo enseña por experiencia:
"He sufrido mucho desde que estoy en la tierra. Pero si en mi niñez sufría con tristeza, ahora ya no sufro así: lo hago con alegría y con paz, soy realmente feliz de sufrir".
(Historia de un Alma, Manuscrito C, 4vº).
San Pablo y san Bernabé dicen de parte de Dios:
«Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios». (Hch 14,19-22).
El Señor Jesús dijo del futuro san Pablo:
«Éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel.
Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre» (Hch 9,15-16).
No nos hagamos ilusiones. No hay cristianismo sin cruz.
"Empecé a entender que sin espíritu de sacrificio el amor al Corazón de Jesús es sólo una ilusión" (1879).
(Beata María del Divino Corazón de Jesús Droste zu Vischering, 1863-1899).
Y para conseguirlo, hay que pedir, hasta que nos sea concedido, aceptar los sufrimientos que Dios nos envíe; ser capaces de pedirle, como hacen los santos, que nos conceda sufrimientos, ya que Jesús sufrió tanto por nosotros; y añadir las mortificaciones de renunciar a lo que nos gustaba y a nosotros mismos. Y pedir adjuntas las gracias para soportar todo eso, recordándole a Dios seriamente nuestra total incapacidad para ello.
Podemos y debemos pedirle a Dios que nos libre de malos tragos, como hizo Jesús, el Verbo hecho carne, en su oración en el huerto, en su perfecta oración, modelo de abandono en manos de Dios:
"Puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»". (Lc 22, 41-42).
«¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú». (Mc 14,36).
"Cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú»". (Mt 26,39).
Y obtendremos de Dios que nos conceda o una cosa buena, librarnos de los tragos desagradables; o una cosa mejor, que a veces nos dé a beber un cáliz desagradable.
Oigamos y leamos el Libro de Job entero y no la versión mutilada y censurada que omite lo principal, que es el veredicto final de Dios en el que condena los discursos que le propinaban a Job sus amigos, en los que le culpabilizan de sus desgracias. Jesús enseña de nuevo en el evangelio la verdad ya esbozada en el Libro de Job. Y nosotros debemos discernir siempre, cuando padecemos, en cuál de los dos casos estamos de los planteados en Jn 15, 1-2:
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo arranca, y todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto».
El propio Job compartía la creencia de que las desgracias nos sobrevienen siempre como castigo de Dios por nuestros pecados. Por eso se quejaba amargamente a Dios e incluso despotricaba sobrepasando todo límite por las desgracias que le habían sobrevenido, siendo así que él era un varón justo, no un pecador.
Jesús, el Verbo hecho carne, desmiente esa generalizada creencia no sólo en enseñanzas como la citada que recoge el evangelio de san Juan (15, 1-2), sino con su vida, pasión y muerte en medio de los mayores sufrimientos que pueden existir, siendo así que Él era inocente, justo y la santidad misma.
Jesús, el Verbo hecho carne, padeció los más atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales.
A santa Faustina le dijo Jesús, el Verbo hecho carne, que, en el rezo de la coronilla de la Misericordia, lo más importante es meditar aunque sea un instante Su muerte en el abandono.
Sólo han sido consignados y referidos en los Evangelios unos pocos de los muchísimos y enormes padecimientos que Jesús sufrió por nosotros. Otros los ha ido confiando a algunas almas que le han amado, porque son las únicas en las que ha encontrado alguna comprensión, compasión y agradecimiento.
A santa Brígida, por ejemplo, que tanto deseaba saberlo, le confió Jesús que fueron unos 5.480 los golpes y heridas que recibió Él en su Pasión, cuando entregó su cuerpo por nosotros.
A san Bernardo le explicó los insoportables sufrimientos que le causaba la llaga de su hombro al cargar con la cruz.
Cuando alguna de estas personas que le han amado y consolado le ha preguntado por qué no se recogen en los relatos evangélicos esos detalles que a ella le confíaba, Jesús le ha respondido tristemente que no por eso le querríamos más.
Tenemos muchos de estos datos, junto con la súplica que Jesús, el Verbo hecho carne, nos hace de que le digamos que le queremos y que le demos las gracias y le amemos, en las revelaciones privadas a santa Margarita Mª Alacoque y a otros santos, ya aprobadas y reconocidas por la Iglesia.
Y no sólo en revelaciones privadas, estos datos y este lamento de Jesús también están en la Sagrada Escritura (Sal 69,21), como lo recuerda el papa Pío XI en Miserentissimus Redemptor, nº. 10:
"El mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno». (Sal 69,21, según la referencia actualizada y según la traducción de la Biblia de Jerusalén).
Y forma parte de la doctrina pontificia la enseñanza de que el culto al Sagrado Corazón de Jesús integra la consagración y no menos la reparación. Y que la reparación consiste a su vez en expiar nuestros pecados por razón de justicia y en consolar a Jesús por razón de amor. (nº 10)
Así lo enseña Pío XI en la Miserentissimus Redemptor (nn. 5 y 10):
"Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación".
"Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo".
"¿Cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo» (In Ioan. tr.XXVI 4).
Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (Is 53,5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22,43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68,21; según la traducción de la Vulgata, que emplea Pío XI).
Cfr. Pío XI, Caritatem Christi compulsi, encíclica del 3.05.1932 sobre la reparación a debida al Sagrado Corazón de Jesús, como solución de la crisis económica mundial del 29
El consuelo, tal como el propio Jesús pide, es decirle a cada momento que le queremos y que le damos las gracias y le queramos. La gratitud, como enseña santo Tomás de Aquino, tiene una primera parte que es el reconocimiento del bien recibido. Santa Teresa enseña que para hacer oración un buen método es ir considerando los pasos de la Pasión. De contemplar a Jesús sufriendo por nosotros, puede arrancar nuestro amor por Él, que es lo más alto y principal que se puede hacer y conseguir en esta vida y en la otra. Y que es lo que Jesús nos dice con ansia suplicante que necesita de nosotros.
Santa Teresa del Niño Jesús hizo el objetivo de su vida consolar al Sagrado Corazón de Jesús:
Quiero trabajar por vuestro solo Amor, con el único objeto de agradaros, de consolar a vuestro Sagrado Corazón y de salvar las almas que os amarán eternamente (Acto de ofrenda al amor misericordioso).
«Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor ... Y creo que la perfección es algo muy fácil de practicar, pues he comprendido que lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón... Fíjate en un niñito que acaba de disgustar a su madre montando en cólera o desobedeciéndola: si se mete en un rincón con aire enfurruñado y grita por miedo a ser castigado, lo más seguro es que su mamá no le perdone su falta; pero si va a tenderle sus bracitos sonriendo y diciéndole: "Dame un beso, no lo volveré a hacer', ¿no lo estrechará su madre tiernamente contra su corazón, y olvidará sus travesuras infantiles ... ? Sin embargo, ella sabe muy bien que su pequeño volverá a las andadas a la primera ocasión; pero no importa: si vuelve a ganarla otra vez por el corazón, nunca será castigado... Ya en tiempos de la ley del temor, antes de la venida de Nuestro Señor, decía el profeta Isaías, hablando en nombre del Rey del cielo: "¿Podrá una madre olvidarse de su hijo... Pues aunque ella se olvide de su hijo, yo no os olvidaré jamás" (Is 49, 15). ¡Qué encantadora promesa! Y nosotros, que vivimos en la ley del amor, ¿no vamos a aprovecharnos de los amorosos anticipos que nos da nuestro Esposo ... ? ¡Cómo vamos a temer a quien se deja prender en uno de los cabellos que vuelan sobre nuestro cuello ... ! (Cfr. Cant 4, 9).
(Santa Teresa del Niño Jesús carta a Leonia de 12 de julio de 1896. Cartas, n. 191).
Consagrarse a
Cristo Rey es desagraviar a Su Sagrado Corazón,
la consagración es la reparación El papa san Juan Pablo II más recientemente
enseña que la verdadera reparación al
Sagrado Corazón de Jesús se identifica con la
consagración en la constitución del reinado del Sagrado
Corazón de Jesús que es la civilización del amor,
porque es unir el amor a Dios con el amor al prójimo
para constituir la civilización del amor, el reinado del
Sagrado Corazón de Jesús.
Consagrarse al Corazón de Jesús es constituirse en ciudadano de su reino y tenerle como rey personalmente a la espera del Reinado en plenitud de ejercicio del Sagrado Corazón de Jesús en toda la sociedad humana, tal como Él mismo lo establecerá con su segunda venida en gloria y majestad. Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús no sólo es la síntesis de la religión, que es la más alta virtud dentro de la virtud cardinal de la justicia, sino que es el núcleo de la vida cristiana enraizada en las virtudes de la caridad, la fe y la esperanza. Así lo enseña Pío XI en la Miserentissimus Redemptor (nº 3), donde dice del Corazón de Jesús y de la devoción hacia Él que
La consagración explicada por santo Tomás de Aquino, como enseña Pío XI en la Miserentissimus Redemptor (nº 5, nota 9):
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Jesús, el Verbo hecho carne, nos dice insistentemente que necesita imperiosamente que le digamos que le queremos, que tiene enormes ansias de nuestro amor, que se lo expresemos, aunque sea con una mirada. Así se lo dijo a santa Teresa y a otros, que Él no dejaría sin recompensa ni una simple mirada al crucifijo.
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Jesús, el Verbo hecho carne, recibió en su
Pasión unos 5.480 golpes y heridas, según Él mismo se lo
confió a santa Brígida, que tanto deseaba saberlo.
En la película El Caso de Cristo, aparece la cifra de 5.483
entre los resultados de las investigaciones del periodista.
Pero la confidencia de Jesús fue formulada de forma aproximada,
como indicando que fueron incontables los golpes y heridas que
recibió. Lógicamente no hay en esto nada de exhaustividad
puntualizadora y mucho menos puntillosa.
Y no todos los golpes le hicieron al Señor heridas con sangre,
por lo que no todos dejaron huella en la Síndone.
InfoCatólica 31/03/18 11:04 PM http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31933
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El peor sufrimiento de Jesús, el Verbo hecho carne, en su Pasión fue el abandono, la desolación. Él en la cruz dio a conocer su abandono para que lo supiésemos.
Ya durante la oración en el huerto de Getsemaní, Jesús sufrió un miedo indecible ante lo que se le avecinaba. Este miedo, que Él quiso que supiésemos que padeció, signfica que ya no disponía del don de fortaleza; lo que parece indicar que le habían sido eclipsados o retirados los dones del Espíritu Santo.
En el huerto llegó a pedirle al Padre que, si podía ser, pasase de Él aquel cáliz. Se lo pidió con la oración perfecta, que es añadir: "hágase Tú voluntad y no la mía". No podía ser, porque Jesús ya había instituido la Eucaristía. Había dado a comer el pan consagrado diciendo no sólo "esto es mi cuerpo", sino "esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Y diciendo no sólo "este es el cáliz de mi sangre", sino añadiendo: "que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". Y ahora tenía que entregar su cuerpo y derramar su sangre.
Jesús y sufrió todo esto tan atroz, incluyendo el abandono, la desolacióny hasta el rechazo, por amor al Padre con obediencia total hasta la muerte y por amor misericordioso a cada uno de nosotros, para que pudiésemos tener lo que es nuestro mayor bien: el reino de Dios en nuestra alma y en toda la tierra; para que le podamos tener a Jesús, el Verbo hecho carne, como rey salvador de cada uno personalmente y de todos colectivamente; para que hagamos la voluntad de Dios, también en la tierra, todos los hombres y todas las naciones.
Esta fue Su fuerza, el amor más fuerte que la muerte.
InfoCatólica 1/04/18 12:24 PM http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31933
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Consolar a Jesús P. Diego Cano, IVE, el 23.03.16 InfoCatólica http://infocatolica.com/blog/tanzania.php/1603230417-consolar-a-jesus Ushetu, Tanzania, 21 de marzo de 2016. Los otros días me acordaba de lo que había leído del Beato Francisco Marto, [san Francisco Marto] uno de los pastorcitos de Fátima, que luego de una de las apariciones quedó cautivado por el hecho de haber visto muy triste a Nuestro Señor, y por lo tanto movido especialmente a consolarle. ... Todo le parecía poco para consolar a Jesús", dijo San Juan Pablo II en la ceremonia en la que lo beatificó. Esta particularidad Lucía la advirtió claramente: Mientras que Jacinta parecía preocupada con el único pensamiento de convertir a los pecadores y salvar almas del infierno, él parecía sólo pensar en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que le habían parecido estar tan tristes". Me acordaba de esto cuando regresaba de la aldea de Nyassa junto con el P. Víctor y el catequista Filipo. Fuimos los tres para la preparación de las primeras comuniones de ese centro que congrega a seis aldeas más. Aquí viene uno de los momentos más emocionantes para mí, ya que al momento de confesar a esos niños, y escuchar algunas voces tan delicadas, de niños tan pequeños, de lugares tan apartados de toda la corrupción del mundo de la televisión y las comunicaciones, y pidiendo perdón a Dios de sus pecados con tanta sinceridad realmente me pareció escuchar una melodía celestial. En algunos momentos cerraba los ojos para sólo escuchar y gozaba. Y en ese instante fue que pensé que el Corazón de Jesús estaba gozando. Y que los ángeles en el cielo estaban también alegrándose por esta música y un poco admirados también, al enterarse de dónde provenía. Luego de las confesiones, invitamos a todos a ver la película de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Para todos era la primera vez que la veían, así que se pueden imaginar el efecto en el auditorio. Hubo muchos que lloraban, entre los niños y los adultos también. El catequista Filipo iba explicando las partes de la película, y al final también aproveché para hacerles una pequeña meditación sobre nuestros pecados, causa de tantos dolores. Me queda simplemente concluir. Y es con lo que pensaba en el viaje de regreso de las dos visitas: pensaba en el consuelo que sería para Jesús todo eso. Pensaba en las confesiones de esos niños, en el corazón limpio que habían preparado, la alegría con que esperaban el día, las lágrimas que derramaron al contemplar sus dolores, y la acción de gracias y palabras que le habrán dirigido al recibirlo sacramentalmente. Me acordé del Beato Fracisco Marto, y su deseo de consolar a Jesús". Me preguntaba como él preguntaba a Lucía un día: ¡Oye!: ¿estará Él todavía triste? Espero que me hayan acompañado
espiritualmente en esta visita a Nyassa, a medida que
leían. Y que les sirva para esta Semana Santa que hemos
comenzado. |
Tenemos que vivir ya sin problemas, dejándolos todos en manos
de la divina omnipotencia amorosa para sólo amarle a Jesús, el
Verbo hecho carne, y decírselo; y para hacer
feliz al prójimo. Y así dedicarnos a lo único que Él nos pide,
para poder decir:
Que ya sólo en amar es mi ejercicio
(San Juan de la Cruz, Cántico espiritual)
Y a los que estamos constituidos en esperanza totalmente dada y fundada por la misericordia de Jesús, el Verbo hecho carne, en su Sagrado Corazón, no nos puede ocurrir nada malo, sino algo bueno, que Él nos libre de casi todas las esaborisiones, o algo mejor, que a veces no nos libre de alguna esaborisión; porque así tenemos algo que ofrecerle al que tantísimo padeció por nosotros.
La tarjeta de visita de
Jesucristo: soy
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