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Gracia y libertad

Tratado de la gracia y el libre albedrío de san Bernardo

"No pierdas tu tiempo intentando resolver algo irresoluble, busca soluciones aproximadas" (Stephen Arthur Cook, catedrático de Ciencias de la Computación en la Universidad de Toronto)

"No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18,14).

"Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia" (Rom 11,22).

La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará (Is 42,3).

"Para recibir la gracia es necesario el consentimiento del sujeto que la recibe, ya que por medio de ella se realiza un cierto matrimonio espiritual entre Dios y el alma" (Santo Tomás, Suma Teológica, 1 q 95 a 1, 5)

«Se dice que somos justificados gratuitamente, porque nada de lo que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece la gracia misma de la justificación; 'porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo la gracia ya no sería gracia' (Rm 11,6)», [Concilio de Trento, Ses. VI, Decr. de iustificatione, sobre la justificación, cap. 8: DH 1532], [en Gudete 2018, [56] ]

«El Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2567).

Tratado de la gracia y el libre albedrío de san Bernardo

«Dios da a todos la gracia de orar a fin de que orando puedan obtener después todas las ayudas, hasta abundantemente, a fin de observar la ley divina y perseverar hasta la muerte... Si no nos salvamos, nuestra será toda la culpa y sólo por nosotros faltará, por no haber rezado» (S. Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, 2, Opere Ascetiche, vol. II, pp.43-44, Edizioni di Storia e letteratura, Roma 1962).

S. Alfonso María de Ligorio a Dios: “No conviene a una Misericordia tan grande como la vuestra olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.” (“Visitas al Stmo. Sacramento”, 16).

«Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él» (Concilio de Trento: DS 1525).

«Todo cuanto hay de ser y de acción en la obra mala se reduce a Dios como a su causa; más lo que hay en ella de defectuoso no es causado por Dios, sino por la causa segunda defectuosa». (SANTO TOMÁS, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2, ad 2).

«Está al alcance del libre albedrío el impedir o no impedir la recepción de la gracia» (SANTO TOMÁS, Suma contra los gentiles, III, c. 159).

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«Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira» (Ef 4,26)

«En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,9)

San Juan de la Cruz recomendaba «procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras que esté haciendo» [109 San Juan de la Cruz, Grados de perfección, 2]. (Gaudete, 148)

San Juan de la Cruz: «Procure ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Sea que coma, beba, hable con otros, o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a él su corazón» [110 San Juan de la Cruz, Avisos a un religioso para alcanzar la perfección, 9b]. (Gaudete, 148)

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“Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien” (Catecismo, 311).

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«de ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo» (Sal 3,9);

«Dios nos amó primero» (1Jn 4,19);

«Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8);

«sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5);

«es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13);

«la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro» (Sant 2,17);

es «la fe, operante por la caridad» (Gal 5,6), operante –que hace buenas obras bajo la moción de la gracia–, la que justifica y salva al hombre;

«no todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace [obra] la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21);

los que aman a Dios son aquellos que cumplen sus mandatos (Dt 7,9; Jn 14,15; 1Jn 5,2-3); por tanto, «no os engañéis: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10);

en el último día, «los que han obrado el bien saldrán para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio» (Jn 5,30).

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«Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad» (jueves I de Cuaresma).

«Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe todas nuestras obras» (Laudes lunes I semana).

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«don divino es el que pensemos rectamente y que contengamos nuestros pies de la falsedad y la injusticia, porque cuantas veces obramos bien, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros» (Sínodo II de Orange, año 529; Denz 379; los cánones de Orange II: Denz 370-397).

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Santo Tomás:

«Dios no nos justifica sin nosotros, porque por el movimiento de la libertad, mientras somos justificados, consentimos en la justicia de Dios. Sin embargo, aquel movimiento [de consentimiento libre de la voluntad] no es causa de la gracia, sino su efecto. Y por tanto toda la operación pertenece a la gracia» (SThlg I-II, 111, 2 ad 2m).

«El hombre necesita para vivir rectamente un doble auxilio [de Dios]. Por un lado, un don habitual [la gracia santificante] por el cual la naturaleza caída sea restaurada y, así restaurada [sanada y elevada], sea capaz de hacer obras meritorias de vida eterna, que exceden las posibilidades de la naturaleza. Y por otro lado, necesita el auxilio de la gracia [actual] para ser movida por Dios a obrar… ya que ningún ser creado puede producir cualquier acto a no ser por la virtud de la moción divina» (STh I,109,9).

Por tanto, «la acción del Espíritu Santo, mediante la cual nos mueve y protege, no se limita al efecto del don habitual [que infunde en el hombre gracia santificante, virtudes y dones], sino que además nos mueve y protege juntamente con el Padre y el Hijo» (I,105,5 ad 2m).

San Buenaventura:

en el Breviloquio, V parte, De la gracia del Espíritu Santo, es donde da su más alta doctrina sobre la gracia: «es un don que se nos da y se nos infunde inmediatamente por el mismo Dios» (I,2).

La filiación divina, la incorporación a Cristo, «se realiza por la gratuita y condescendiente infusión del don de la gracia» (III,3).

La gracia «previene a la voluntad para que quiera, y la sigue [asistiendo] para que su querer no sea sin provecho» (II,2).

Dios «concede de tal modo esta gracia al libre albedrío, que lejos de violentarlo, deja libre su consentimiento; por lo cual para echar fuera la culpa no sólo es necesario que se introduzca la gracia […], sino que es preciso, asimismo, que se conforme a la introducción de la gracia por la aceptación del don divino, que llamamos movimiento del libre albedrío» (III,4). Pero más aún: «para disponer el espíritu racional a recibir el don de la gracia sobrenatural, estando como está encorvado, sobre todo después de caída su naturaleza, tiene necesidad del don de otra gracia gratuitamente dada, que lo haga capaz del bien moral» (II,5).

El hombre, pues, no puede sin la ayuda de la gracia recibir la gracia actual que Dios le comunica… (Iraburu, http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1603310952-370-elogiando-a-lutero-1-cant )

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La falacia del sentido compuesto y del sentido diviso consiste en que algo que juntamente con otro elemento es verdadero (en sentido compuesto), se le tiene también como verdadero sin el otro elemento (en sentido diviso) y al contrario, v.g., es imposible que uno que está sentado camine (en sentido compuesto); es así que Pedro está sentado; luego, es imposible que Pedro camine (en sentido diviso); o: dos y tres son pares e impares (en sentido diviso); es así que dos y tres son cinco; luego, cinco son pares e impares (en sentido compuesto).

La clásica distinción de algunos tomistas (distinción tomistista) "de que la premoción divina puede ser resistida "in sensu diviso", pero no "in sensu composito", tiene aplicación solamente a la premoción o gracia infaliblemente eficaz, que es a la que la aplican los tomistas; pero no tiene igual aplicación a la premoción de la gracia suficiente, la cual, como la voluntad antecedente a que pertenece, puede ser resistida in sensu diviso, in sensu composito y en todos los sentidos, en cuanto al curso y término de tal moción" (Marín-Sola, 1925, pág 30), así formulada es algo que para la gracia eficaz es una trivial e inútil manera de intentar esquivar las acusaciones de que decir que esa gracia es infalible es incurrir en jansenismo y decirlo para la suficiente no tiene sentido, parece, al ser falible, pero no inútil, sino que produce su acto bueno de una manera falible, pero efectiva, cuando esa gracia causa de hecho que no pongamos impedimento a la propia gracia y obremos bien. Y entonces en sentido compuesto, como esa gracia suficiente no ha sido resistida de hecho, ya no lo puede ser, igual que lo que se dice aquí de la eficaz. Lo que pasa es que de la eficaz dicen esos tomististas que se la puede resistir (sentido diviso), pero que nadie la resiste nunca. Que es una manera inútil de incurrir en jansenismo, diciendo que ellos si que dicen que se puede resistir, porque esto lo dicen en sentido diviso, pero dicen que no se puede resistir en sentido compuesto, para poder llamar semipelagianos o molinistas a los demás, incluyendo a verdaderos tomistas.

"El juicio sobre una cosa no se basa en lo que tiene de accidental, sino en lo que tiene de esencial" (Santo Tomás de Aquino, S. Th., I q.16 a.1, c).

Tampoco en esto vale hablar per accidens, tomar el rábano por las hojas es bueno para nada.

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[Me parece que en realidad Dios hace con su gracia que yo, el yo de cada uno, determine a su voluntad a obrar bien, y en lo que consiste que obremos bien es en el acto de la voluntad determinando hacer una acción buena, llegue a realizarla o no, del todo, o en nada. El acto de la voluntad es el acto interior. Es el acto humano].

Como enseña santa Teresita, la santidad consiste en el deseo bueno, en la intención buena. "La santidad consiste en la disposición del corazón” (Santa Teresa de Lisieux)

Y lo que Dios da para el perdón total es el propósito de la enmienda: en la confesión y en el padrenuestro.

Es erróneo el dicho de que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. De eso nada. El camino del cielo es el de las buenas intenciones que Dios da con su gracia, el de los propósitos de la enmienda por la gracia divina del arrepentimieto. El camino del infierno está empedrado de anulaciones de buenas intenciones, de decirle primero a Dios que sí por la acción de su gracia y, después, anular ese sí con la decisión de nuestra voluntad determinada por nuestro yo al margen de Dios, resistiendo y rechazando su gracia.

Volviendo al yo de cada uno, el yo es el corazón de cada persona. Es unitario. Las facultades del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad. Vale. Son tres facultades, o las que sea, pero de un yo unitario, una persona, un corazón. La palabra corazón en la Biblia significa lo mismo que para los hebreos en su idioma, y no tiene el mismo significado que para los occidentales actuales, que simbolizamos en la cabeza el entendimiento y en el corazón los sentimientos. En la Biblia, el corazón es el centro del entender y del querer; mientras que los sentimientos se simbolizan o tienen como centro los riñones. Los sentimientos es lo que también actualmente llamamos lo visceral, clásicamente se les llamaba las pasiones; pero como algunos ante la expresión "pasiones" piensan que es algo pecaminoso, porque se confunden con la expresión "dejarse arrastrar por las pasiones", para no escandalizarles, se emplea la expresión sentimientos como un eufemismo victoriano y como algo que por narcisismo se reserva para el que lo dice, mientras que hace decir que son pasiones cuando se trata de otros.

También me parece que para intentar aclarar la relación entre gracia y libertad, hay todavía mucho que precisar antes sobre el libre albedrío, las fases del acto de la voluntad hasta su determinación o decisión; y también los cambios de decisión, reconsideraciones, revisiones, arrepentimientos y propósitos de la enmienda; las contradicciones, titubeos e indecisiones; las inconstancias, inconsecuencias y traiciones. Y hay que tener en cuenta también lo que es toda la secuencia de la vida de cada persona con infinidad de actos buenos causados por la acción intrínseca de Dios, de su gracia divina, en nuestro yo, para que determine a su voluntad a obrar libremente bien; y de otra infinidad, muchas veces mayor, de actos malos causados intrínsecamente por nuestro propio yo cuando determina a su voluntad a querer algo al margen de Dios; seguida y alternada de otra infinidad aún mayor de gracias de Dios, que una y otra vez nos da, para que volvamos a Él, nos convirtamos, nos arrepintamos, hasta llegar a la gracia de la perseverancia final.

También queda mucho por investigar y precisar sobre el yo, la persona humana, y sobre las fases del funcionamiento del entendimiento y la voluntad en el acto de fe, de arrepentimiento, etc.

Y queda también tener en cuenta y aplicar a la relación de la gracia con el libre albedrío lo ya averiguado y lo que se vaya sabiendo y precisando de todo lo anterior. Y queda mucho por investigar en lo que tiene dicho santo Tomás de Aquino y en lo que ha enseñado ya la Santa Madre Iglesia Jerárquica]

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"Al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes" (I Tes 2,13).

"Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»" (Jn 6,68-69).

"Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié" (Is 55,10-11).

"Las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto" (Mc 4, 19).

«Dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan». (SANTA TERESA DE JESÚS, Vida,19,5).

Paulo V en 1607 al clausurar la Controversia De Auxiliis:

«Que una y otra parte concuerden en lo capital de la verdad católica, y enseñen que Dios, con la eficacia de su gracia, nos excita a obrar y hace que queramos, y doblega y cambia las voluntades de los hombres, de lo cual se trata en esta causa; discrepen en el modo de explicarlo».

 

Paulo V en el documento de 5 de septiembre de 1607 que envió al Maestro de la Orden Dominicana y al General de la Compañía de Jesús:

«En el asunto de los auxilios, el Sumo Pontífice ha concedido permiso tanto a los disputantes como a los consultores, para volver a sus patrias y casas respectivas; y se añade que Su Santidad promulgará oportunamente la declaración y determinación que se esperaba. Más por el mismo Santísimo Padre queda con extrema seriedad prohibido que al tratar esta cuestión nadie califique a la parte opuesta a la suya o la note con censura alguna… Más bien desea que mutuamente se abstengan de palabras demasiado ásperas que denotan animosidad» (Dz 1090. DS 1997).

[«In negotio de auxiliis facta est potestas a Summo Pontifice cum disputantibus tum consultoribus redeundi in patrias aut domus suas: additumque est, fore, ut Sua Sanctitas declarationem et determinationem, quae exspectabatur, opportune promulgaret. Verum ab eodem Ss. Domino serio admodum vetitum est, in quaestione hac pertractanda ne quis partem suae oppositam aut qualificaret aut censura quapiam notaret… Quin optat etiam, ut verbis asperioribus amaritiem animi significantibus invicem abstineant»].
(Dz 1090. DS 1997).

Paulo V en su alocución del 26-VI-1611:

«Diferimos las cosas en este asunto (…) porque si una y otra parte convienen en la substancia con la verdad católica, esto es, que Dios con la eficacia de su gracia nos hace obrar y hace que nosotros pasemos de no querer a querer y dobla y cambia las voluntades de los hombres, de lo que se trata en esta cuestión, pero sólo son discrepantes en el modo, porque los Dominicos dicen que predetermina nuestra voluntad físicamente, esto es real y eficientemente, y los Jesuitas mantienen que lo hace congrua y moralmente, opiniones que una y otra se pueden defender».

[«On a différé les choses en cette affaire (…) parce que l’un et l’autre parti s’accorde quant à la substance avec la vérité catholique, à savoir que Dieu nous a fait agir avec l’efficacité de sa grâce, qu’il fait vouloir des hommes qui ne veulent pas et qu’il dirige et change les volontés des hommes - et c’est de cela qu’il est question - , mais qu’ils ne sont en désaccord que quant à la manière ; les Dominicains en effet disent qu’il prédétermine notre volonté physiquement, c’est-à-dire de façon réelle et efficace, et les Jésuite tiennent qu’il le fait de façon appropriée et moralement des opinions qui l’une et l’autre peuvent être défendues»]. (DS suppl ad 1997).

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José María Iraburu, en su blog el 22/07/12 a las 12:17 PM, http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1207210204-186-final-de-la-cristiandad-f

El Denzinger-Hünermann (nº 1997) transcribe parte de la fórmula enviada por Paulo V (5-IX-1607) a los Superiores OP y SJ:

..."prohibido que al tratar esta cuestión nadie califique a la parte opuesta a la suya o la note con censura alguna"...

Pero sigue el texto diciendo algo no recogido ni en el Denzinger antiguo ni en la edición actual (Denzinger-Hünermnan). Manda el Papa

"que una y otra parte concuerden en lo capital de la verdad católica, y enseñen que Dios, con la eficacia de su gracia, nos excita a obrar y hace que queramos, y doblega y cambia las voluntades de los hombres, de lo cual se trata en esta causa. Discrepen [solamente] en el modo de explicarlo".

Esa verdad central es la que enseñan tomistas y agustinianos claramente.

Un segundo documento importante. En el Denzinger antiguo (nº 1091, nota al pie de pág.) se reproducía parte de una carta escrita por Benedicto XIV al supremo Inquisidor de España (1748), en la que afirmaba que nunca la Iglesia había reprobado la doctrina de los tomistas y de los agustinos al explicar el tema gracia-libertad, por lo que nadie puede atreverse a reprobarlos. Y añadía

"los seguidores de Molina y de Suárez son proscritos por sus adversarios como si fueran semipelagianos; los Romanos Pontífices no han dado hasta ahora juicio sobre este sistema moliniano, y por ello prosiguen en su defensa y pueden seguir".

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Bossuet:

"Los creyentes católicos creemos –afirma, en primer lugar–, que:

«Nuestros pecados nos son remitidos gratuitamente por la misericordia divina, por causa  de Jesucristo” (C. de  Trento, s. VI, cap. IX).

Estos son  los propios términos del concilio de Trento, que añade  que se dice que somos justificados gratuitamente, porque ninguna cosa que preceda a  la justificación, sea la fe, o sean las obras,  puede merecer esta gracia (Ibíd. c. VIII)».

Sobre la cuestión central de la justificación, la determinación del estado del pecador justificado, considera Bossuet que:

«Como la Escritura nos explica la remisión de los pecados, ora diciendo que Dios los cubre, u ora diciendo que los quita, y que los borra por la gracia del Espíritu Santo, que nos hace nuevas criaturas: creemos que hay que juntar  estas dos expresiones, para formarse  la idea perfecta de la justificación del pecador».

Los católicos, a diferencia de los reformadores:

«Es por eso que creemos que nuestros pecados, no solamente son cubiertos, sino que son totalmente borrados por la sangre de Jesucristo, y por la gracia que nos regenera, que, lejos de oscurecer o de disminuir la idea que se debe tener del mérito de esta sangre, por el contrario lo aumenta al contrario y lo ensalza»".
(Jacques-Benigne Bossuet, Oeuvres complètes de Bossuet, Paris, Librairie de Louis Vivès Editeur, 1862, vol. XIII, Exposition de la doctrine de l’Église Catholique sur les matières de controverse, pp. 51-104,  I, p. 64).

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Canals: «En las disputas de auxiliis la escuela molinista no defendió sus posiciones más radicales –diríamos, tal vez, las más características-, sino el sistema “congruista” bellarmino-suareciano, que reconoce la independencia y anterioridad de la elección divina respecto de la previsión de los méritos del hombre, y afirma que la gracia eficaz lo es “en acto primero”, es decir, con anterioridad a la determinación libre de la voluntad» (Fco Canals: En torno al diálogo católico protestante, Barcelona, Herder, 1966, p. 62).

Canals advierte: «En torno a “los auxilios de la divina gracia” (…) se implicaron cuestiones que en realidad pertenecían a dos líneas temáticas diversas. Se referían unas a temas pertenecientes a la fe: tales eran las que se referían a la gratuidad y carácter “antecedente” a la previsión de los méritos, de la providencia salvífica de Dios, y a la eficacia de la gracia “por sí misma e intrínsecamente”. Otras cuestiones, de un orden distinto, en el plano de la explicación teológica y de los instrumentos metafísicos de ésta, se referían a la respectiva afirmación y negación, por los dominicos y los jesuitas, de la “predeterminación física” y al correlativo rechazo o posición de una “ciencia media” sobre los futuros condicionados» (FRANCISCO CANALS, Gracia y salvación, en  Miscelánea en honor al P. Xiberta, Barcelona, Editorial Balmes, 1997, pp. 215-238, p. 215-216).

Billuart: «Que la gracia es eficaz por sí misma e intrínsecamente, lo enseñamos los tomistas como un dogma teológico íntimamente conexo con los principios de la fe y próximo a la definibilidad, y con nosotros todas las escuelas a excepción de la molinista» (Charles R. Billuart, De Deo, Dissertatio, V. Cf. FRANCISCO CANALS, Gracia y salvación, op. cit., pp. 232-233).

San Roberto Belarmino: «Algunos opinan que la eficacia de la gracia se constituye por el asentimiento y la cooperación humana, de modo que por su resultado se llama eficaz la gracia, a saber, porque obtiene su efecto, y obtiene su efecto porque la voluntad humana coopera. Esta opinión es absolutamente ajena a la doctrina de san Agustín, y en cuanto a lo que yo juzgo, incluso ajena a la doctrina de las Divinas Escrituras».

San Alfonso María de Ligorio: «Podemos concluir que nuestro sistema u opinión se acuerda con la gracia intrínsecamente eficaz con la que nosotros infaliblemente, aunque libremente, obramos el bien. No puede negarse que san Agustín y santo Tomás han enseñado la doctrina de la eficacia de la gracia por sí misma y por su propia naturaleza».

El molinismo es el sistema propugnado en la obra del jesuita Luis de Molina: Concordia del libre albedrío con los dones de la gracia, la divina presciencia, la Providencia, predestinación y reprobación, del jesuita Luis de Molina, escrita en 1588 y puesta a la venta al año siguiente. Denunciada a la Inquisición en la Apología del dominico Domingo Báñez.

Francisco Marín–Sola: «Molina ordenó toda su celebre Concordia a defender dos tesis fundamentales: la predestinación  “post praevisa merita”, en el orden de intención, y la gracia versátil en el orden de la ejecución. Para dar firmeza a esas dos tesis teológicas, fundó toda su Concordia sobre dos columnas filosóficas completamente débiles y claramente antitomistas: la ciencia media en el orden de intención y el concurso simultáneo en el orden de la ejecución». (FRANCISCO MARÍN-SOLA, «Respuesta a algunas objeciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina», La Ciencia Tomista (Salamanca), 97 (1926), pp. 5-74, p. 71-72. ).

Francisco Marín-Sola, Nuevas observaciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina,  en «La Ciencia Tomista» (Salamanca), 99 (1926), pp. 321-397

Francisco Marín-Sola, El sistema tomista sobre la moción divina,  en «La Ciencia Tomista» (Salamanca), 94 (1925), pp. 5-54

Michael D. Torre, God’s Permission of Sin: Negative or Conditioned Decree? A Defense of the Doctrine of Francisco Marín-Sola, O.P., based on the Principles of Thomas Aqinas,  Studia Friburgensia, nº 107, Fribourg, Academic Press Fribour, Editions Saint-Paul Fribourge Suisse, 2009.

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CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, canon XII.

«Nadie tampoco, mientras exista en esta vida mortal, debe estar tan presuntuosamente persuadido del profundo misterio de la predestinación divina, que crea por cierto ser del número de los predestinados; como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; pues sin especial revelación, no se puede saber quiénes son los que Dios tiene escogidos para sí»

 

Canon 15:

«Si alguno dijese que el hombre regenerado y justificado está obligado a creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados, sea  anatema»

 

Canon 23:

«Si alguno dijere que el hombre justificado no puede ya pecar más ni perder la gracia, y, por consiguiente, que el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado; o, por el contrario, que durante toda su vida puede evitar todos los pecados, hasta los veniales, a no ser por especial privilegio de Dios, como lo cree la Iglesia de la bienaventurada Virgen María, sea anatema».

Decreto sobre la justificación, canon XVII

«Si alguno dijere que no participan de la gracia de la justificación, sino los predestinados a la vida, y que todos los demás que son llamados lo son en efecto, pero que no reciben gracia, como que están predestinados a lo malo por el poder divino, sea anatema»

 

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Santo Tomás:

«No se sigue  inconveniente alguno en que todos los que se salvan tengan que creer explícitamente algo, si alguno se nutre en  las selvas o entre animales salvajes; porque pertenece a la divina providencia proveer a cada uno de lo necesario para la salvación, con tal de que no lo impida por su parte. Así pues, si alguno de los así nutridos, llevado de la razón natural se guía en el deseo del bien y en la huída del mal, certísimo es que Dios le revelará por una interna inspiración   las cosas que hay que creer necesariamente o le enviará algún predicador de la fe, como envió Pedro a Cornelio (Hch, 10)» (Santo Tomás: Cuestiones disputadas sobre la verdad, q. 14, a 11, ad 1).

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Santo Tomás:

«Dice San Agustín en Enquiridion: “Pues Dios omnipotente, como confiesan los mismos infieles, “universal Señor de todas las cosas", siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal” (Manual de la fe, de la esperanza y de la caridad, c. 11). Luego pertenece a la infinita bondad de Dios permitir los males para de ellos obtener los bienes» (Santo Tomás: Suma teológica, I, q. 2, a. 3, ad 1.)

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Tratado de la gracia y el libre albedrío de san Bernardo

San Bernardo:

"sólo la gracia salva, sólo el libre albedrío es salvado".

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Santo Tomás no considera válidos los planteamientos de los que

"parece que han distinguido entre aquello que viene de la gracia y lo que viene del libre albedrío, como si no pudiese venir lo mismo de lo uno y de lo otro ... no es distinto lo que proviene de la causa segunda que lo que proviene de la causa primera, pues la divina Providencia produce sus efectos por las operaciones de las causas segundas" (S. Th. Iª Qu. 23, artº 5º, in c.).

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"Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13)."
(Catecismo Igl Cat, CEC 308 ).

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Frente a la tendencia a considerar que lo más excelente, y que parece propio de los mejores, sea más digno que lo que es común a todos, Santo Tomás sostiene explícitamente, en lo que se refiere a la vida sobrenatural, la ordenación de lo menos común y extraordinario a lo más ordinario y común. Atendamos a sus palabras.

Santo Tomás formuló claramente la tesis de la mayor excelencia de lo común, y de la ordenación de lo más propio a lo común y ordinario,

Santo Tomás afirma que la gracia santificante, que se nos infunde por el Bautismo, es mucho más excelente que las gracias gratis datae, es decir, aquellos carismas que se dan a algunos miembros de la Iglesia para bien de la comunidad (S.Th.I-II Qu. 111, artº 5, in c).

Santo Tomás se plantea la siguiente objeción:

“Aquello que es propio de los mejores es más digno que lo que es común a todos: así como el discurrir, que es propio del hombre, es más digno que el conocer sensible, que es común a todos los animales. Pero la gracia santificante es común a todos los miembros de la Iglesia; mientras la gracia gratis data es don propio de sus más dignos miembros. Luego, la gracia gratis data -el carisma-  es más digna que la gracia gratium faciens -la gracia santificante”.

A ello responde así:

“El conocimiento sensible se ordena al racional como a su fin; por esto, el razonar es más noble. Pero aquí es a la inversa, porque lo que es propio se ordena a lo que es común como a su fin. Por lo que no hay semejanza” (S.Th.I-II Qu. 111, artº 5, ad tertium).

Para Santo Tomás, inequívocamente, la perfección cristiana no es de consejo, sino de precepto. La vocación universal a la santidad, que es mensaje central en la enseñanza del Concilio Vaticano II, está, pues, afirmada y fundamentada en la obra del Doctor Angélico.

“La virginidad es lícita y virtuosa porque no se abstiene de los deleites propios de las operaciones generativas por erróneo juicio, sino por la búsqueda de un bien mayor en orden a la unión con Dios. Es más excelente que el matrimonio y es una doctrina herética la preferencia de éste sobre la continencia y la virginidad”.

“Pero no es la más excelente de las virtudes, pues ella misma se ordena a ejercitar más libremente las virtudes teologales y la virtud de religión. La Iglesia da un más excelente culto a los mártires que a las vírgenes” (S.Th. II-II Qu. 152).

“Legítimamente pueden los fieles comprometerse con voto a la continencia y a la virginidad en el estado de perfección. Pero la perfección misma, por sí y esencialmente, consiste en la caridad hacia Dios y hacia el prójimo a la que estamos todos obligados por precepto”.

“Sólo secundaria e instrumentalmente, consiste la práctica de los consejos, que, como los mismos preceptos, se ordenan a la caridad”.

“Por esto, no puede afirmarse que todo aquel que vive perfectamente su vida cristiana viva en estado de perfección: nada impide que algunos sean perfectos no estando en estado de perfección, y que algunos estén en estado de perfección y no sean, sin embargo, perfectos.”
(S.Th. II-II Qu. 184, artº 3-4).

En el Concilio Vaticano II, se afirma que el apostolado individual, al que están llamados y obligados todos los laicos, “es el principio y fundamento de todo el apostolado de los mismos laicos e incluso el apostolado social, que no puede ser sustituido por éste” (Decreto Apostolicam actuositatem nº 16).

En el Catecismo de la Iglesia Católica, se afirma del sacerdocio ministerial o jerárquico de los Obispos y los Presbíteros que “está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no deja de conducir a Su Iglesia” (Cat. nº 1547).

F. Canals Naturaleza humana y generación ..............CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE ROMA, 21-25 settembre 2003

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«El Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2567).

«Dios da a todos la gracia de orar a fin de que orando puedan obtener después todas las ayudas, hasta abundantemente, a fin de observar la ley divina y perseverar hasta la muerte... Si no nos salvamos, nuestra será toda la culpa y sólo por nosotros faltará, por no haber rezado» (S. Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, 2, Opere Ascetiche, vol. II, pp.43-44, Edizioni di Storia e letteratura, Roma 1962).

S. Alfonso María de Ligorio a Dios: “No conviene a una Misericordia tan grande como la vuestra olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.” (“Visitas al Stmo. Sacramento”, 16).

 

«La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, I, 17).

«Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón  y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad» (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, I, 5).

«Después del bautismo le es necesario al hombre la asidua oración para lograr la entrada en el cielo; pues, si bien por el bautismo se perdonan los pecados, pero el “fomes peccati”, que interiormente nos combate, y quedan el mundo y el demonio, que exteriormente nos impugnan» (Santo Tomás, Suma Teológica, III, q. 39, a. 5, in c).

«La necesidad de dirigir nuestras oraciones  a Dios no es para ponerle en conocimiento de nuestras miserias, sino para convencernos a nosotros mismos de que tenemos que recurrir a los auxilios divinos en tales casos» (Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 83, a. 2, ad 1).

«Debemos pedir todo lo que debemos desear. Pero el bien debemos desearlo para nosotros y para los demás. Esto entra dentro del amor que debemos prestar a nuestro prójimo. Es, por lo tanto, de caridad el orar por nuestros semejantes. A este propósito dice San Juan Crisóstomo: “la necesidad nos lleva a pedir por nosotros: la caridad fraternal pide que roguemos por el prójimo. Pero a Dios le es más grata la oración hecha por caridad fraterna que la dictada por necesidad” (Op. Imperf. in Mt, homil. 14, 6, 12)» (Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 83, a. 7, in c).

“Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,8).

«No es un defecto el pedir a Dios las cosas necesarias para la vida presente, mientras se adecuen con la salvación eterna, como se dice en el libro de los Proverbios: «Dame sólo lo necesario para vivir» (Prov 30, 8). No es ningún defecto -dice santo Tomás- el sentir por tales bienes una ordenada solicitud: el defecto estaría en desear y buscar estos bienes temporales como los principales y en tener de ellos un desordenado cuidado, como si consistiera en ellos todo nuestro bien. Por esto, cuando pedimos a Dios aquellas gracias temporales, tenemos que pedirlos siempre resignadamente y con la condición que sirvan para ayudar al alma; y si vemos que el Señor  no nos las concede, estemos seguros que nos las niega a causa del amor que  nos tiene y porque ve que perjudicarían nuestra salud espiritual» (S. Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, 2, Opere Ascetiche, vol. II, pp. 48-49, Edizioni di Storia e letteratura, Roma 1962).

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San Roberto Belarmino: «Algunos opinan que la eficacia de la gracia se constituye por el asentimiento y la cooperación humana, de modo que por su resultado se llama eficaz la gracia, a saber, porque obtiene su efecto, y obtiene su efecto porque la voluntad humana coopera. Esta opinión es absolutamente ajena a la doctrina de san Agustín, y en cuanto a lo que yo juzgo, incluso ajena a la doctrina de las Divinas Escrituras».

San Alfonso María de Ligorio: «Podemos concluir que nuestro sistema u opinión se acuerda con la gracia intrínsecamente eficaz con la que nosotros infaliblemente, aunque libremente, obramos el bien. No puede negarse que san Agustín y santo Tomás han enseñado la doctrina de la eficacia de la gracia por sí misma y por su propia naturaleza».

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«Todo cuanto hay de ser y de acción en la obra mala se reduce a Dios como a su causa; más lo que hay en ella de defectuoso no es causado por Dios, sino por la causa segunda defectuosa». (SANTO TOMÁS, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2, ad 2).

«está al alcance del libre albedrío el impedir o no impedir la recepción de la gracia» (SANTO TOMÁS, Suma contra los gentiles, III, c. 159).

«En la criatura intelectual hay dos propiedades o modos: a) su libertad; b) su defectibilidad. La primera es una perfección; la segunda, una imperfección, Cuando Dios mueve a la criatura racional guarda siempre el primer modo, moviéndola libremente, pues eso es perfección, y la moción divina no destruye ni disminuye, sino que conserva y aumenta todo lo que es perfección en la criatura. Pero respecto al segundo modo, esto es, a la defectibilidad, que es imperfección, no siempre se acomoda Dios a ella, sino que frecuentemente, por su liberalidad y misericordia, obra contra ella y sobre ella, como sucede en toda providencia especial» (FRANCISCO MARÍN-SOLA, «Respuesta a algunas objeciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 97 (1926), pp., 23-24).

«La premoción divina de la providencia natural general nunca falta para acto alguno proporcionado a la naturaleza a no ser que la criatura misma ponga impedimento a esa noción» (Francisco Marín-Sola, «Nuevas observaciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 99 (1926), pp. 321-397, p. 372).

 

Cuando los tomistas dicen que toda gracia es irresistible: «Se fijan mucho en el principio fundamental de Santo Tomás, de que la voluntad de Dios, por ser omnipotente, es eficacísima, y no se fijan tanto en el otro principio, no menos fundamental, de que Dios, siendo libre, no mueve siempre según toda la eficacia de su virtud, sino más o menos eficazmente, según le plazca». (Francisco Marín-Sola, Respuesta a algunas objeciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 97 (1926), pp. 5-74, p. 23).

«Tales mociones de la providencia  general no se extienden sino a los actos imperfectos, exigiéndose providencia especial y moción especial para los actos perfectos». (Francisco Marín-Sola, «Nuevas observaciones acerca del sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 99 (1926), p. 375).

«A esa concordia le hemos llamado Concordia tomista, porque tenemos el más decidido propósito de no apartarnos en nada, ni substancial ni accidental, de lo que nosotros creemos ser la verdaderamente de Santo Tomás. Eso no quitará el que, en cosas secundarias, nos apartamos algunas veces no de Santo Tomás, sino de ciertas opiniones que han sido sostenidas por gran número de tomistas, pero, que, por no tener conexión necesaria con los principios del Santo Doctor, las consideramos como accidentales para el tomismo» (F. MARÍN-SOLA, Introducción del manuscrito Concordia tomista entre la moción divina y libertad creada, 4 vols., que terminó en Manila, todavía pendiente de publicación. Una copia mecanografiada de la obra estaba en España, obra en poder del filósofo y teólogo dominico Fr. Quintín Turiel (1933-2005). p.1).

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Para S. Buenaventura (p. 253),

the source of merit of Christ's atoning work is not suffering itself but his love and obedience which find expression in that suffering (III Sent. d. 18, a. 1, q. 3).

la fuente del mérito del trabajo expiatorio de Cristo no es el sufrimiento en sí mismo sino su amor y obediencia que hallan expresión en ese sufrimiento (III Sent. d. 18, a. 1, q. 3).

Para S. Tomás (p. 255),

the sufferings of Christ are not the primary source of our salvation, but rather what they denote ('invisibly'), namely his love and obedience to the Father (ST III, q. 47, a. 4, ad 2; ST III, q. 47, a. 2, ad 3).

los sufrimientos de Cristo no son la fuente primaria de nuestra salvación, sino lo que ellos denotan ('invisiblemente'), esto es su amor y obediencia al Padre (ST III, q. 47, a. 4, ad 2; ST III, q. 47, a. 2, ad 3).

 

Aclaración sobre la gracia y los méritos a propósito de un video adventista

Dios nos regala la salvación y nos regala los medios para conseguirla. Están en la Iglesia católica fundada por Jesucristo. Donde Él los ha puesto a nuestra entera y libre y gratuita disposición por la sangre de Cristo.  Dios nos regala que hagamos méritos. Nos da gracia por gracia. Por cada gracia que aprovechamos (por virtud de su gracia) nos da nuevas gracias. Que quiere decir regalos gratis. A todo padre le encanta que sus hijos le hagan regalos por su cumpleaños; y los recompensa con creces, a sabiendas de que son comprados con la paga que él mismo les da a sus hijos. Dios es más padre. Infinitamente. Jesucristo nos ha hecho hijos de su Abbá. En la Iglesia católica.

Los pobres adventistas no pueden dar lo que no tienen. Ojalá (quiera Dios) que ellos puedan acceder al regalo de la salvación y al regalo de merecerla. Tienen también una cuenta corriente infinita a nombre de cada uno. No hace falta robar ni falsificar la firma de los cheques. Dios nos regala mucho más aún de lo que se creen los pobres adventistas: podemos firmar los cheques con nuestro propio nombre, porque Dios nos regala también esto. Nuestro nombre es cristiano y nuestro apellido católico. Como decía san Paciano. Y otros muchos. Todos lo podemos decir.

30 de octubre de 2013

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Pese al deterioro del pecado original, estamos inclinados al bien por naturaleza y lo queremos, pero obramos mal, como constatan san Pablo y antes el poeta Ovidio (43 aC-17 dC):

«Video meliora proboque, deteriora sequor» (veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor, Ovidio, Metamorfosis VII,20).

«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… Es el pecado que habita en mí» (Rm 7,14-25).

Y es que, como enseña san Agustín, para obrar bien, para hacer las cosas como Dios manda:

"Necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer" (San Agustín, ML 42,47-48).

Pero generalizadamente no seguimos la inspiración del Espíritu Santo, y el resultado es lo que diagnostica Santo Tomás:

«Sólo en el hombre parece darse el caso de que lo malo sea lo más frecuente (in solum autem hominibus malum videtur esse ut in pluribus); porque si recordamos que el bien del hombre, en cuanto tal, no es el bien del sentido, sino el bien de la razón, hemos de reconocer también que la mayoría de los hombres se guía por los sentidos, y no por la razón» (Santo Tomás: STh I,49, 3 ad5m).

«Los vicios se hallan en la mayor parte de los hombres» (Santo Tomás: I-II,71, 2 præt.3).

Y no seguimos la inspiración del Espíritu Santo, porque nos sometemos al mundo, al demonio y a la carne. Pero queda la esperanza en el amor inextinguible de Dios expresado y manifestado en Jesús:

«Vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habeis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, bajo el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo, y seguimos los deseos de nuestra carne … Pero Dios, por el gran amor con que nos amó… nos dió vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados» (Ef 2,1-10; Concilio de Trento, Dz 1511).

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CEC (Catecismo de la Iglesia Católica)

308 "Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13)."
(Catecismo Igl Cat, CEC 308 ).

1742 Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a  medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.

«Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad» (Domingo XXXII del Tiempo ordinario, Colecta: Misal Romano)

1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del  hombre” (Concilio de Trento: DS 1528).

1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz ... nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia.

1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:

«Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él» [Concilio de Trento: DS 1525).

1996 Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).

2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.

2001 La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en nosotros lo que Él mismo comenzó, “porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida” (San Agustín, De gratia et libero arbitrio, 17, 33):

«Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De natura et gratia, 31, 35).

2002 La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo Él puede colmar. Las promesas de la “vida eterna” responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración:

«Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, “que son muy buenas” por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti» (San Agustín, Confessiones, 13, 36, 51).

2003 La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las gracias especiales, llamadas también carismas, según el término griego empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co 12).

2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:

«Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad» (Rm 12, 6-8).

2005 La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados (Concilio de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según las palabras del Señor: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza:

Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: «Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: “Si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella”» (Santa Juana de Arco, Dictum: Procès de condannation).

III. El mérito

«Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus méritos, coronas tu propia obra» (Prefacio de los Santos I, Misal Romano; cf. "Doctor de la gracia" San Agustín, Enarratio in Psalmum, 102, 7).

2006 El término “mérito” designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.

2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador.

2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.

2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace “coherederos” de Cristo y dignos de obtener la herencia prometida de la vida eterna (cf Concilio de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (cf Concilio de Trento: DS 1548). “La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido [...] Los méritos son dones de Dios” (San Agustín, Sermo 298, 4-5).

2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias.

2027 Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.

2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.

2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la principal fuente de mérito ante Dios.

2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.

«Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor [...] En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo» (Santa Teresa del Niño Jesús, Acte d'offrande á l'Amour miséricordieux: Récréations pieuses-Priéres).

2018 La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto.

2017 La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.

2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.

403 «Siguiendo a San Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con el que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma”. Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal.

404 «¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? […] Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado “pecado” de manera análoga; es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto».

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[Cinco] errores de Cornelio Jansenio

[Extractados del Agustinus y condenados en la Constitución Cum occasione, de 31 de mayo de 1653]

1. Algunos mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos, según las fuerzas presentes que tienen por más que quieran y se esfuercen; les falta también la gracia con que se les hagan posibles.

Declarada y condenada como temeraria, impía, blasfema, condenada con anatema y herética.

2. En el estado de naturaleza caída, no se resiste nunca a la gracia interior.

Declarada y condenada como herética.

3. Para merecer y desmerecer en el estado de la naturaleza caída, no se requiere en el hombre la libertad de necesidad, sino que basta la libertad de coacción.

Declarada y condenada como herética.

4. Los semipelagianos admitían la necesidad de la gracia preveniente interior para cada uno de los actos, aun para iniciarse en la fe; y eran herejes porque querían que aquella gracia fuera tal, que la humana voluntad pudiera resistirla u obedecerla.

Declarada y condenada como falsa y herética.

5. Es semipelagiano decir que Cristo murió o que derramó su sangre por todos los hombres absolutamente.

Declarada y condenada como falsa, temeraria, escandalosa y entendida en el sentido de que Cristo sólo murió por la salvación de los predestinados, impía, blasfema, injuriosa, que anula la piedad divina, y herética.

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Proposición 21 de las condenadas del Sínodo de Pistoya en 1794 en la Const Auctorem Fidei

que no sea también propiamente gracia de Cristo aquella gracia por la que es tocado el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo (Trid. ses. 6, c. 5 [v. 797]), y que no se da verdadera gracia interior de Cristo a la que se resista, es falsa, capciosa, inductiva al error y condenada como herética en la segunda proposición de Jansenio, que por esta ha sido renovada [v. 1093].

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El pecado original
(fuente: Iraburu,
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1507270744-331-pecado-3-el-pecado-origin )

«pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7)

Rm 5,12-19

año 418, Sínodo XIV de Cartago: Dz 222-223

año 418 Zósimo

la Iglesia desde el principio cree que los niños deben ser bautizados, para que «la regeneración limpie en ellos lo que por la generación [generatione] contrajeron» Zósimo, DS 223).

año 529, Sínodo de Orange: Dz 371-372

1546 El Concilio de Trento, decreto sobre el pecado original:

1. «Si alguno no confiesa que el primer hombre Adán, al transgredir el mandamiento de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que había sido constituido, e incurrió por la ofensa de esta prevaricación en la ira y la indignación de Dios y, por tanto, en la muerte con que Dios antes le había amenazado, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder de aquel “que tiene el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Heb 2,14), y que toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor, según el cuerpo y el alma: sea anatema» (Dz 1511; cf. Orange, 371).

2. «Si alguno afirma que a Adán sólo dañó su prevaricación, pero no a su descendencia; que la santidad y justicia recibida por Dios, que él perdió, la perdió para sí solo y no también para nosotros; o que, manchado él por el pecado de desobediencia, transmitió a todo el género humano “sólo la muerte” y las penas “del cuerpo, pero no el pecado que es muerte del alma”: sea anatema, pues contradice al Apóstol, que dice: “por un solo hombre, el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado” (Rom 5,12)» (Dz 1512: cf. Orange, 372).

3. «Si alguno afirma que este pecado de Adán, que es por su origen uno solo y, transmitido a todos por propagación, no por imitación, está como propio en cada uno, se quita por las fuerzas de la naturaleza humana o por otro remedio que por el mérito del solo Mediador, nuestro Señor Jesucristo, el cual, “hecho para nosotros justicia, santificación y redención” (1Cor 1,30), nos reconcilió con el Padre en su sangre (Rm 5,9s); o niega que el mismo mérito de Jesucristo se aplique tanto a los adultos como a los párvulos por el sacramento del bautismo, debidamente conferido en la forma de la Iglesia: sea anatema. Porque “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que hayamos de salvarnos” [si no es el nombre de Jesús]. De donde aquella voz: “he aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo” (Jn 1,29)» (Dz 1513). 

El dogma de la Inmaculada

1930, Pío XI, enc. Casti connubii: Dz 3705

La Comisión Cardenalicia formada por la Santa Sede publicó un Suplemento al Nuevo Catecismo para Adultos 1966 de 16 páginas. (AAS 60, 1968, pg. 687ss. Pgs.7-22, de la edición española. Herder, Barcelona 1969), que contenía graves enmiendas y adiciones al texto holandés de los discípulos del dominico Edward Schillebeecks. En el capítulo IIº dice la comisión cardenalicia:

…«debe ser fielmente propuesta en el Nuevo catecismo la doctrina de la Iglesia acerca del hombre, que ya en el exordio de la historia se levantó contra Dios (cf. Vat. II, GS 13 y 22), perdiendo como consecuencia, para sí y para toda su descendencia, la santidad y justicia en la cual había sido constituido, y transmitiendo a todos los descendientes un verdadero estado de pecado por medio de la propagación de la naturaleza humana. Hay que evitar también esas expresiones que pueden dar a entender que el pecado original, en tanto es contraído por cada nuevo miembro de la familia humana, en cuanto es sometido internamente desde su nacimiento al influjo de la comunidad de los hombres, donde reina el pecado, y así se encuentra ya situado, de alguna forma, en el camino del pecado».

Después explica sobre la justicia original negada por el Nuevo catecismo:

«Para que la justicia original pudiese ser transmitida a través de la sucesión del linaje humano, era necesario y suficiente que Dios se la diese a Adán no a título de un mero enriquecimiento personal, sino como enriquecimiento de su naturaleza, destinada a perpetuarse en una incontable posteridad. Partamos, pues, del hecho de que la justicia original le fue dada de este modo. En tal caso –y suponiendo que no se hubiera roto la inocencia– la reproducción de los seres humanos hubiera constituido, a través de la descendencia, una trasnmisión de la naturaleza humana enriquecida por la justicia original.

«…“Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1,28). ¿No es maravilloso que tal elevación [de la naturaleza humana al nivel de la gracia sobre-humana] se le hubiese concedido de manera que, al reproducirse, la pudiese transmitir junto con su propia naturaleza? La transmisión de la vida, a través de los progenitores y sus descendientes, perseverantes en su inocencia, habría sido entonces como el sacramento de la transmisión de la gracia.

«Pero Adán perdió la justicia original, que le había sido dada para que fuese transmitida en la sucesión de su linaje; y desde entonces dejo de estar en condiciones de poder comunicarla a su descendencia. En adelante, él y sus descendientes sólo podrían legar una naturaleza desposeída de la justicia original». La crítica cardenalicia se prolonga en esta cuestión con argumentaciones tradicionales y teológicas muy valiosas.

1968 el beato Pablo VI, en el Credo del pueblo de Dios,

16. «Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal, en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza humana se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres. Por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno».

CEC (Catecismo de la Iglesia Católica):

403. «Siguiendo a San Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con el que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma”. Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal.

404. «¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? […] Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado “pecado” de manera análoga; es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto».

 

 

 

Gracia

«Por ser Dios esencialmente Amor y bondad difusiva, es la suma liberalidad de Dios aquella por la cual del Padre procede el Espíritu Santo (que en la Escritura y en la profesión de fe invocamos como “El Procedente del Padre”) y que en modo alguno queda disminuida en su perfección como si la espiración fuese un acto contingente o si lo que por ella procede fuese una mera creatura. La eterna procesión del Espíritu Santo pertenece constitutiva y necesariamente a la vida divina y el Espíritu es, como el Padre y el Hijo en unidad esencial y trinidad de hipóstasis, un Único Dios viviente e infinitamente perfecto»
(Francisco Canals Vidal, La libertad divina, ejemplar trascendente de toda libertad creada. En Tomás de Aquino. Un pensamiento siempre actual y renovador. Barcelona, Scire, 2004, p. 309).

«Podemos reconocer que en nuestros días, tras siglos de pensamiento y cultura ya emancipados de la inspiración cristiana, y mientras sería muy difícil advertir en los católicos el peligro de un pesimismo jansenista o de un predestinacionismo fatalista, es bastante general la ignorancia sobre los puntos más centrales de la salvación del hombre por la gracia de Jesucristo»
(Francisco Canals Vidal, En torno al diálogo católico protestante, Barcelona, Herder 1966, 68).

«Nunca como hoy, a partir de los tiempos de san Agustín, que fueron también los de Pelagio, la idea de la gracia fue más ignorada» (Cardenal Lubac en la revista «30 días», I-1991). «El error de Pelagio tiene muchos más seguidores en la Iglesia de hoy de lo que parecería a primera vista» (Cardenal Ratzinger en la revista «30 días», I-1991).

Conocemos las teorías de Pelagio por los escritos de sus discípulos, el presbítero Celestio y el obispo Juliano de Eclana. Y a través de los doctores católicos que combatieron su doctrina, como San Jerónimo, el presbítero Orosio, San Agustín, San Próspero de Aquitania.

San Agustín resume así la doctrina de Pelagio (354-427), monje lego de origen británico:

«Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. Dice [Pelagio] que a los hombres se les da la gracia para que con su libre albedrío puedan cumplir más fácilmente cuanto Dios les ha mandado. Y cuando dice “más fácilmente” quiere significar que los hombres, sin la gracia, pueden cumplir los mandamientos divinos, aunque les sea más difícil. La gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, [piensan que] es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza, para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer. Así mismo, los pelagianos desvirtúan las oraciones de la Iglesia [¿Para qué pedir a Dios lo que la voluntad del hombre puede conseguir por sí misma?]. Y pretenden que los niños nacen sin el vínculo del pecado original» (San Agustín, ML 42,47-48).

La Iglesia declara que el pelagianismo es absolutamente incompatible con las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Tradición en:

435-442, Indiculus, confirmado en el 500 por la Santa Sede romana

529, Concilio de Orange II

1547, Concilio de Trento

1794, Condena de los errores del Sínodo de Pistoya

Indiculus, colección de proposiciones reunida al parecer en Roma por San Próspero de Aquitania, confirmada en el 500 por la Santa Sede romana (Dz 238-239):

«Dios obra sobre el libre albedrío en los corazones de los hombres, de tal modo que el santo pensamiento, la buena decisión y todo movimiento de buena voluntad procede de Dios, pues por Él podemos algún bien, y “sin Él no podemos nada” (Jn 15,5)» (cap. 6).

«Confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que, desde el inicio de la fe, se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son prevenidos por la gracia de Aquel por quien sucede que empecemos tanto a querer como a hacer algún bien (cf. Flp 2,13).

Ahora bien, por este auxilio y don de Dios no se quita el libre albedrío, sino que se libera

[Dios] obra, efectivamente, en nosotros que lo que Él quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que se quede ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, y no para ser descuidado, de modo que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios» (cap. 9).

Pese al deterioro del pecado original, estamos inclinados al bien por naturaleza y lo queremos, pero obramos mal, como constatan san Pablo y antes el poeta Ovidio (43 aC-17 dC):

«Video meliora proboque, deteriora sequor» (veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor, Ovidio, Metamorfosis VII,20).

«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… Es el pecado que habita en mí» (Rm 7,14-25).

Y es que, como enseña san Agustín, para obrar bien, para hacer las cosas como Dios manda:

"Necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer" (San Agustín, ML 42,47-48).

Pero generalizadamente no seguimos la inspiración del Espíritu Santo, y el resultado es lo que diagnostica Santo Tomás:

«Sólo en el hombre parece darse el caso de que lo malo sea lo más frecuente (in solum autem hominibus malum videtur esse ut in pluribus); porque si recordamos que el bien del hombre, en cuanto tal, no es el bien del sentido, sino el bien de la razón, hemos de reconocer también que la mayoría de los hombres se guía por los sentidos, y no por la razón» (Santo Tomás: STh I,49, 3 ad5m).

«Los vicios se hallan en la mayor parte de los hombres» (Santo Tomás: I-II,71, 2 præt.3).

Y no seguimos la inspiración del Espíritu Santo, por someternos al mundo, al demonio y a la carne. Pero queda la esperanza en el amor inextinguible de Dios expresado y manifestado en Jesús:

«Vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habeis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, bajo el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo, y seguimos los deseos de nuestra carne … Pero Dios, por el gran amor con que nos amó… nos dió vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados» (Ef 2,1-10; Concilio de Trento, Dz 1511).

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Dios dice por medio de san Pablo que ha permitido que todos cayésemos y pecásemos para usar con todos misericordia:

"Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia" (Rom 11,22).

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Libertad y misericordia

Jesús da siempre la gracia

Jesús dice que hay que perdonar, no siete, sino setenta veces siete, es decir siempre. Y Él, que practica al máximo el perdonarnos siempre, sabe (¿o no lo sabe?) que no le vamos a dejar nunca que nos perdone siempre, si la gracia que causa nuestro arrepentimiento y nuestra búsqueda y aceptación libre de su perdón, no nos la da siempre, una y otra vez, por más veces que la rechacemos, sin límite por su parte.

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Hay "tomistas" que dicen de su sistema: Sin duda, es un misterio pavoroso, que desde toda la eternidad, Dios conceda la gracia y la gloria a los que libremente ha querido elegir. Lo hace de una forma gratuita y misericordiosa y, por tanto, antes de prever los méritos (ante praevisa merita) de aquellos que se han de salvar en virtud de esa predestinación.

Néstor: "La doctrina tomista de la predestinación no excluye la iniciativa libre de la creatura, ni por completo ni parcialmente, porque no se trata de conciliar dos cantidades que se restan mutuamente. El predestinado obra libremente porque está predestinado, no a pesar de ello. La libertad humana es una libertad creada, y eso quiere decir, totalmente dependiente de la Libertad divina. Es así como es libre, fuera de esa dependencia no existiría ni sería libre tampoco.
Sin duda que es un misterio pavoroso, tanto intelectual como existencialmente".
(26.11.2015, 6:07 PM:
http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/1511261035-una-polemica-doctrinal-que-af)

Néstor: "No veo por dónde queda lugar a la vanagloria en una doctrina que nos dice que no podemos tener certeza absoluta, salvo revelación divina especial, de estar entre los predestinados. Me parece claro que la inmensa mayoría de los católicos no pretenderá jamás haber sido objeto de esa revelación especial.
Al contrario, si queremos un motivo "pavoroso" para la humildad, no lo podemos buscar en otra parte".
(26.11.2015, 8:06 PM:
http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/1511261035-una-polemica-doctrinal-que-af)

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Billuart, “Theologia iuxta mentem Divus Thomae”, I, D. VIII, a. V (trad. Néstor Martínez):

"Dios, considerando a los hombres en sí mismos, quiere antecedentemente salvarlos a todos; pero considerando que muchas causas hacen conveniente que permita a algunos caer en el pecado, quiere consecuentemente condenar a algunos según la exigencia de su Justicia... la voluntad consecuente es una voluntad absoluta, la voluntad antecedente es una voluntad condicionada, a saber, si no obsta a un bien mayor (…) el objeto de la voluntad antecedente es dispuesto interiormente en Dios; pues Dios interiormente ordena a todos los hombres a la salvación y los provee de auxilios suficientes para ella, por más que, atendiendo a las circunstancias, por ejemplo, el esplendor del Universo, la defectibilidad de la voluntad humana, la manifestación de los atributos divinos, etc., quiera permitir que algunos defeccionen de este orden, a los cuales por tanto quiere no salvar con voluntad consecuente".

Néstor Martínez:

Por tanto, según Billuart, la única Voluntad divina que produce algún efecto real en las cosas es la Voluntad divina consecuente, y esta Voluntad divina no presupone necesariamente una respuesta previa del libre albedrío creado a la Voluntad divina antecedente.

La cual Voluntad divina consecuente todos reconocen que no puede ser impedida por la creatura en sentido compuesto o con imposibilidad de consecuencia, no de consecuente.

Por tanto, según Billuart, la Voluntad divina solamente produce algún efecto real en las cosas cuando es también Voluntad divina consecuente, y esta Voluntad divina no presupone necesariamente una respuesta previa del libre albedrío creado a la Voluntad divina antecedente.

Pues una moción divina es algo realmente dado a la creatura, y por tanto, depende, según Billuart, siempre, de la Voluntad divina consecuente.

Y por tanto, toda moción divina es infalible simplemente hablando, porque es infalible por relación a la Voluntad divina simplemente hablando, que es la Voluntad divina consecuente.

Aunque algunas mociones divinas sean falibles “secundum quid” , es decir, por relación a la Voluntad divina antecedente, que es Voluntad “secundum quid”.

Lo cual quiere decir que cuando la creatura no hace lo que Dios quería con Voluntad antecedente que hiciese, es que previamente no hubo Voluntad divina consecuente de que lo hiciera.

Dicho de otra manera, que el “fallo” de la moción divina en realidad supone la permisión divina, dada por la Voluntad divina consecuente, de ese fallo, que por tanto no es un fallo divinamente involuntario de la moción divina, sino voluntariamente permitido por Dios, y no es un fallo absolutamente hablando, sino solamente por relación a la Voluntad divina antecedente, que a su vez es Voluntad solamente
“secundum quid”.

Por lo que por relación a la Voluntad divina consecuente, que es la Voluntad divina simplemente hablando, de la que depende toda moción divina actualmente dada a la creatura, ninguna moción divina va más allá ni más acá de lo que la Voluntad divina consecuente quiere.

Esto último, porque cuando se da la falla relativa de la moción divina, por relación a la Voluntad divina antecedente, no tiene que ver con hasta dónde llega la moción divina, sino con hasta dónde no llega, y por tanto, tampoco la permisión divina tiene que ver con hasta dónde llega esa moción, sino con hasta dónde no llega.

Es decir, en el caso del fallo relativo de la moción divina, la Voluntad divina consecuente quiere que llegue hasta donde llega, y permite que no llegue hasta donde no llega.

O sea, no hay tampoco según Billuart una moción divina falible cuyo fallo dependa en última instancia de la creatura como de su condición última de posibilidad.

Saludos cordiales. 14/10/15 8:41 PM

Néstor Martínez:

Para el pecado no es necesario que Dios mueva al pecado, pero sí es necesario que no mueva a evitar el pecado.

Lo de la reprobación antecedente se plantea por una mera cuestión de coherencia lógica en lo que se dice.

Si la elección de algunos y no todos es ya, por eso mismo, la no elección de los otros, y si por otra parte, esa elección de algunos es anterior a la previsión de los méritos, esa no elección de los otros tiene que ser anterior a la previsión de las culpas.

Porque si Dios tomase como criterio para no elegir a algunos las culpas previstas de éstos, por la misma razón debería tomar como criterio para elegir a los otros la ausencia de culpas, que es lo mismo que elegir sobre la base de los méritos previstos.

Saludos cordiales. 17/10/15 8:24 PM

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El aquinate convendría tal vez que consiguiese que Dios le permitiese rectificar algunas otras cosas, del mismo modo que ha conseguido que siete siglos después de muerto Dios le haya permitido aparecerse a algún médico anteriormente abortista para rectificar que dijera en la Suma Teológica que el alma racional la infunde Dios en el feto cuando ya lleva unas cuantas semanas de desarrollo y es apto para ello, o capaz de ello, tras recibir primero el alma o forma vegetativa y, tras esta, la forma o alma sensitiva, cuando se desarrolla más hasta hacerse apto el feto para ello. Siendo así que hoy en día la Iglesia ha definido ya como doctrina definitiva que el alma racional es infundida por Dios en el embrión en el primer instante de su existencia al unirse el espermatozoide con el óvulo, siendo forma del cuerpo al mismo tiempo vegetativa, sensitiva y racional.

Cosas tales como seguir al Damasceno en aquello que dice que Dios reprueba y condena a algunos pecadores al infierno en vez de usar misericordia con ellos, como hace con otros, hasta que se arrepientan y conviertan y sean perdonados, porque tiene que haber de todo. Como si ese "tiene que haber de todo" fuese una ley suprema por encima de Dios y su misericordia, como la idea de la mitología griega de que el Hado o el Sino fuese una ley suprema e inexorable a la que los dioses estuviesen sometidos. siendo así que es puramente imaginaria toda esa mitología con el Sino incluido como lo más imaginario y contrario a la religión cristiana, y más a la cristiana católica.

Y a mayor abundamiento cosas tales como lo que se halla en SANTO TOMÁS, Comentario a la “Epístola de San Pablo a los Romanos”,  c. 9, lect. 3 de que

«tanta es la excelencia de la divina bondad que no se puede manifestar suficientemente ni de un solo modo ni en una sola creatura. Y por eso creó diversas creaturas para manifestarse en ellas de diversas maneras. Pero principalmente en las creaturas racionales, en las que se manifiesta su justicia en cuanto a aquellos que por merecerlo castiga, y su misericordia en los que por su gracia libera. Y por eso, para manifestarse de una y otra manera en los hombres, a unos misericordiosamente los liberó, pero no a todos».

Siendo así que el mismo aquinate dice con razón que el mayor atributo divino es su miericordia infinita [siendo así que en Dios todo es uno y lo mismo] y que afirma por lo tanto que no va contra su justicia su misericordia:

«Cuando Dios usa misericordia, no obra contra su justicia, sino que hace algo que está por encima de la justicia, como el que diese de su peculio doscientos denarios a un acreedor a quien no debe más que ciento tampoco obraría contra justicia; lo que hace es portarse con liberalidad y misericordia. Otro tanto hace el que perdona las ofensas recibidas, y por esto el Apóstol llama «donación» al perdón. «Donaos unos a otros como Cristo os donó» (Ef 4, 32). Por donde se ve que la misericordia no destruye la justicia, sino que, al contrario, es su plenitud, y por esto dice el apóstol Santiago: «La misericordia aventaja al juicio» (San. 2, 13)».
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 21, a. 3. ad 2).

Santo Tomás mismo no tiene problema en separarse del Damasceno y en señalar su error (STh 1 q36 a2 ad 3); y un error bien gordo por cierto, diciendo que en esto no debe seguirse al Damasceno. Y el error es nada menos que decir que el Espíritu Santo no procede del Hijo.

Dios dice por medio de san Pablo que ha permitido que todos cayésemos y pecásemos para usar con todos misericordia.

Y las personas santas que no han cometido pecados dicen que eso es haber tenido Dios con ellas aún más misericordia que a los pecadores a los que perdona. así lo dice Santa Teresa del Niño Jesús.

Lógicamente.

Claro que la misma Santa Teresa del Niño Jesús dice que aunque ella hubiese sido una pecadora no le hubiese sido obstáculo para ir a amarle a Jesús sabiendo que con toda seguridad la iba a perdonar, porque con toda seguridad Él la amaría inifinitamente como a todos los pecadores debido a su inifnita misericordia.

Jesús nos expresa siempre:

"¡¿Qué más tengo que hacer para demostraros que os quiero infinitamente y que tenéis que confiar en este amor infinito que os tengo?!"

¿Dónde lo expresa? En la eucarístía. En la cruz con su muerte en el abandono durante su agonía, coronado de espinas, flagelado, aplastado en el camino del calvario por la cruz en sus caídas, angustiado en la oración en el huerto, traicionado con un beso por su amigo, taladrado su cuerpo bendito con sus cinco llagas, acribillado con los 5.480 golpes que recibió, según le refirió a santa Brígida que tanto deseó saberlo.

Y lo expresa en las imágenes en las que muestra su Sagrado Corazón. Como se lo mostró a santa Margarita Alacoque para establecer la devoción a su Corazón con la finalidad de que recurramos a su misericordia y nos beneficiemos de ella y de que le queramos ya que nos quiere tanto, llegando a decirle que con gusto sufriría otra vez esos sufrimientos inmensos que ya sufrió con tal que le amemos. Porque se le hace aún más insoportable que no le amemos.

Y la misericordia que Dios Padre nos muestra al entregar por nosotros pecadores a su propio Hijo a esa pasión y muerte tan atroces. Dándole un cuerpo para que sufriera y muriera. ¡Entregar al Hijo para salvar al esclavo que además le traiciona!

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[Dios todo lo hizo bien. Lo dice siete veces en el Génesis:

Vio Dios que era bueno. Esto lo dice seis veces. "vio Dios que estaba bien" (Gn 1,4;10;12;18;21;25;)

Y vio Dios que todo era muy bueno. Y la séptima vez reitera que todo lo que hizo es bueno: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien" (Gn 1,31].

[Dios da a todos su gracia. Si alguien se condena es por su culpa, no porque Dios no le dé una y otra vez la gracia para impedir su obstinación. De modo que los que se salvan es por la gracia y si alguien se condena es por su culpa, sin que sea el hombre el que decida ni haga eficaz la gracia, y sin que el hombre se vea privado, unos sí y otros no de poder rechazar la gracia. Todos pueden rechazarla siempre, y es la gracia la que hace que no se resista, pero cuando se resiste a la gracia es por culpa de uno y cuando no se resiste es por obra y eficacia intrìnseca de la gracia, que no obra nunca infaliblemente, siempre se puede resistir, sin que esto haga que la eficacia de la gracia no sea intrínseca, ni que la eficacia de la gracia se la dé el hombre. Y esto ni es contradictorio ni absurdo, sino que podemos decir que es un misterio, igual que ellos dicen que es un misterio lo que hay en sus afirmaciones. ]

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No es satisfactoria ni admisible la afirmación de que el hombre sólo obra bien cuando Dios le da una gracia infalible y que por lo tanto los que no obran bien es porque Dios no les ha dado esa gracia infalible y que los que se condenan y van al infierno es porque Dios no les ha dado esa gracia infalible y que, aunque todos merecemos por nuestros pecados ir al infierno, Dios da la gracia infalible a unos sí y a otros no para que se arrepientan y sean salvados, porque si reprueba y condena a estos últimos al infierno es por un bien mayor, dicen, que es que resalte más el bien de la salvación de los primeros.

Esto no es satisfactorio ni admisible, aunque se haga desde un supuesto y excluyente tomismo, aunque amenace con llamar molinista y semipelagiano al que se atreva a decir que no es satisfactorio, como les parece a muchos de ellos que no se atreven a decirlo, y se ven reducidos a decir que es un misterio y a confesar que es pavoroso.

Siendo así que Dios siempre da la gracia, una y otra vez, porque Dios es infinitamente misericordioso, y que el que se condena es por su culpa, por rechazar la gracia, y no porque Dios le niegue la gracia y deje de dársela. Y siendo así que el que se salva es por la eficacia intrínseca de la gracia, pese a la realidad de que el hombre siempre puede rechazar la gracia, y que cuando la rechaza es por su culpa, mientras que cuando la acepta es por la eficacia intrínseca de la gracia. ¿Cómo pueden ser ambas cosas ciertas al mismo tiempo sin que haya una contradicción? Podemos responder con mayor razón que es un misterio. Ellos también dicen que la explicación de su afirmación es un misterio, que confiesan que es pavoroso. De modo que no les vale su afirmación de que en nuestra tesis no se les ocurre ninguna explicación que no sea que es una contradicción. Si no se les ocurre hoy por hoy, la Iglesia ya se lo explicará en su día.

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Dios es infinitamente misericordioso. Esto es lo más alto. El atributo máximo y total. Y la causa de todo lo que hace y ha hecho

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La salvación no se valora más porque sea no para todos sino para unos sí y para otros no

Y lo más digno y mejor no es lo de unos pocos en la vida sobrenatural, sino que lo más excelente es lo más ordinario y común, en la vida sobrenatural.

Esta es la auténtica doctrina tomista con la que santo Tomás supera su aceptación por un momento de la opinión del Damasceno de que algunos han de ser reprobados porque debe haber de todo por el bien general. No hay bien más alto, ni nada que Dios quiera más que salvar por misericordia a un alma y a otra y a otra y una por una a todas. Dios lo ha demostrado enviando a su propio Hijo a hacerse hombre y a padecer y morir en los más espantosos sufrimientos para salvar a un alma, la mía, a un pecador, yo. Y esto todos, uno por uno, lo podemos y lo debemos decir. ¿Qué más tengo que hacer por ti para que te lo creas?, nos pregunta Jesús, mostrándonos sus manos taladradas, su costado abierto y su corazón atravesado, y aún ardiendo de amor por nosotros, nos pregunta Dios Padre enseñándonos el cadáver ensangrentado de su Hijo al que envió a morir para rescatar a cada uno de nosotros pecadores, nos pregunta el Espíritu Santo que así todo lo obró y es enviado a nuestra alma para que nos beneficiemos de ello.

Que no lo comprendamos no impide que sea verdad. Ni que podamos saberla a nuestro modo.

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Frente a la tendencia a considerar que lo más excelente, y que parece propio de los mejores, sea más digno que lo que es común a todos, Santo Tomás sostiene explícitamente, en lo que se refiere a la vida sobrenatural, la ordenación de lo menos común y extraordinario a lo más ordinario y común. Atendamos a sus palabras.

Santo Tomás formuló claramente la tesis de la mayor excelencia de lo común, y de la ordenación de lo más propio a lo común y ordinario,

Santo Tomás afirma que la gracia santificante, que se nos infunde por el Bautismo, es mucho más excelente que las gracias gratis datae, es decir, aquellos carismas que se dan a algunos miembros de la Iglesia para bien de la comunidad (S.Th.I-II Qu. 111, artº 5, in c).

Santo Tomás se plantea la siguiente objeción:

“Aquello que es propio de los mejores es más digno que lo que es común a todos: así como el discurrir, que es propio del hombre, es más digno que el conocer sensible, que es común a todos los animales. Pero la gracia santificante es común a todos los miembros de la Iglesia; mientras la gracia gratis data es don propio de sus más dignos miembros. Luego, la gracia gratis data -el carisma-  es más digna que la gracia gratium faciens -la gracia santificante”.

A ello responde así:

“El conocimiento sensible se ordena al racional como a su fin; por esto, el razonar es más noble. Pero aquí es a la inversa, porque lo que es propio se ordena a lo que es común como a su fin. Por lo que no hay semejanza” (S.Th.I-II Qu. 111, artº 5, ad tertium).

Para Santo Tomás, inequívocamente, la perfección cristiana no es de consejo, sino de precepto. La vocación universal a la santidad, que es mensaje central en la enseñanza del Concilio Vaticano II, está, pues, afirmada y fundamentada en la obra del Doctor Angélico.

“La virginidad es lícita y virtuosa porque no se abstiene de los deleites propios de las operaciones generativas por erróneo juicio, sino por la búsqueda de un bien mayor en orden a la unión con Dios. Es más excelente que el matrimonio y es una doctrina herética la preferencia de éste sobre la continencia y la virginidad”.

“Pero no es la más excelente de las virtudes, pues ella misma se ordena a ejercitar más libremente las virtudes teologales y la virtud de religión. La Iglesia da un más excelente culto a los mártires que a las vírgenes” (S.Th. II-II Qu. 152).

“Legítimamente pueden los fieles comprometerse con voto a la continencia y a la virginidad en el estado de perfección. Pero la perfección misma, por sí y esencialmente, consiste en la caridad hacia Dios y hacia el prójimo a la que estamos todos obligados por precepto”.

“Sólo secundaria e instrumentalmente, consiste la práctica de los consejos, que, como los mismos preceptos, se ordenan a la caridad”.

“Por esto, no puede afirmarse que todo aquel que vive perfectamente su vida cristiana viva en estado de perfección: nada impide que algunos sean perfectos no estando en estado de perfección, y que algunos estén en estado de perfección y no sean, sin embargo, perfectos.”
(S.Th. II-II Qu. 184, artº 3-4).

En el Concilio Vaticano II, se afirma que el apostolado individual, al que están llamados y obligados todos los laicos, “es el principio y fundamento de todo el apostolado de los mismos laicos e incluso el apostolado social, que no puede ser sustituido por éste” (Decreto Apostolicam actuositatem nº 16).

En el Catecismo de la Iglesia Católica, se afirma del sacerdocio ministerial o jerárquico de los Obispos y los Presbíteros que “está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no deja de conducir a Su Iglesia” (Cat. nº 1547).

F. Canals Naturaleza humana y generación ..............CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE ROMA, 21-25 settembre 2003

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Y la misericordia es el supremo atributo de Dios como le confió Jesús a santa Faustina Kowalska y como dice santo Tomás de Aquino, tal como explica Petit en el mejor de sus escritos, donde demuestra que la devoción al Sagrado Corazón se expresa de modo máximo en la devoción a la divina misericordia y donde demuestra que santo Tomás de Aquino proclama y demuestra que la misericordia es el atributo supremo de Dios. Este es el tomismo según santo Tomás, ojalá lo sea el de todos. Petit La Divina Misericordia (Cristiandad Año LXIII- Núms. 897 Abril 2006, pp. 5-8)

«la misericordia es efecto de la caridad». (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 32, a. 1).

es «propio de Dios tener misericordia y se dice que en ella se manifiesta de manera extraordinaria su omnipotencia» («Maxime eius omnipotentia manifestari»). (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 30, a. 4).

"para el mismo hombre en tanto que usa de misericordia con su prójimo «la virtud más excelente es la misericordia y su acto es también el mejor»" (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 30, a. 4).

«Misericordia divina, supremo atributo de Dios, en Ti confío» («letanías de la divina misericordia» insertas el 12 de febrero de 1937 por santa Faustina Kowalska en su Diario, n.949)

«Oh, supremo atributo de Dios todopoderoso» (santa Faustina Kowalska en su Diario, número 951 ).

"también santo Tomás afirma que la misericordia es la suprema de todas las virtudes divinas".

"la doctrina de que la misericordia divina está en el origen del amor de Dios hacia todas sus criaturas, aunque quizá no sean tampoco bien conocidos estos textos puede hallarse plenamente en santo Tomás".

"En la cuestión 20 de la primera parte de la Suma afirma que «algo tiene ser o algún bien en cuanto es querido por Dios»" (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 20, a.2).

Ahora bien, al comunicar su bondad a las criaturas Dios lo hace, dice santo Tomás en la cuestión 21, no sólo por bondad sino también con justicia, liberalidad y misericordia. Y así escribe que

«transmitir perfección pertenece a la bondad» (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 20, a.3).

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El papa Francisco también se basa en el mismo texto de santo Tomás:

«Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4). Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia» [XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198)]. (Francisco: Bula Misericordiae Vultus de 2015 con la que proclama el Año de la Misericordia, n 6).

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Por la obediencia de uno todos se convertirán en justos (san Pablo a los Romanos 5, 12. 15b. 17-19. 20b-21)

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.

Si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.

Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.

En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.

Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.

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SANTO TOMÁS, Comentario a la “Epístola de San Pablo a los Romanos”,  c. 9, lect. 3

«Los males que nos oprimen en este mundo nos fuerzan a ir a Dios» (San Gregorio, Moral, 23, 13)

«Dios castiga justamente y justamente también perdona a los malos» (SAN ANSELMO, Proslogio, c. X).

«Cuando castigas a los malos, lo haces con justicia, porque han merecido la pena; y cuando les perdonas, también eres justo, porque tu voluntad es conforme a tu bondad, aunque no lo sea a sus méritos».
(SAN ANSELMO, Proslogio, c. X, en Obras completas de San Anselmo, Madrid, BAC, 1952, v. I, pp. 353-405).

«Perdonando a los malos, eres justo según tu justicia y no según nuestras obras, como eres misericordioso para nosotros y no en cuanto a ti. Al salvarnos a nosotros, a quienes tu justicia debía condenar, eres misericordioso, no en cuanto experimentas un movimiento de piedad extraño a tu naturaleza inmutable, sino en el sentido que nosotros mismos sentimos el efecto de tu bondad; del mismo modo eres justo, no en el sentido de que pagas nuestras acciones con el precio que les es debido, sino en que obras en virtud de tu perfección soberana. De esa manera castigas justamente y perdonas justamente, sin que haya en ti contradicción».
(SAN ANSELMO, Proslogio, c. X, en Obras completas de San Anselmo, Madrid, BAC, 1952, v. I, pp. 353-405, p. 381).

"Todos faltamos en muchas cosas, y tenemos necesidad de la fuente de la misericordia para lavar las manchas de nuestras culpas. «Todos –repito– hemos pecado y necesitamos de la gloria de Dios» (Rom 3, 23). Todos, así prelados como continentes y casados, «si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos» (Jn 1, 8). Así, porque ninguno hay limpio de mancha, a todos es necesaria la fuente de la misericordia, y deben apresurarse para llegar a ella con igual deseo" (SAN BERNARDO, Sermones. En el día de Navidad, en Obras completas, Madrid, BAC. 1953, vol. I, pp. 270-291,  7, p. 274).

«Remediar las miserias, entendiendo por miseria un defecto cualquiera, es lo que más compete a Dios, pues lo único que remedia las deficiencias son las perfecciones que confiere el bien, y el primer origen de toda bondad es Dios. Otorgar perfecciones a las criaturas pertenece, a la vez, a la bondad divina, a la justicia, a la liberalidad y a la misericordia, aunque por diversos conceptos. La comunicación de perfecciones, considerada en absoluto pertenece a la bondad. En cuanto Dios las concede a cada ser, pertenece a la justicia. En cuanto no las otorga para utilidad suya, sino por sola bondad pertenece a la liberalidad. Y que las perfecciones que concede sean remedio de defectos, pertenece a la misericordia» (Santo Tomás, Suma teológica, I, q. 21, a. 3, in c).

«Se debe atribuir a Dios la misericordia en grado máximo, aunque no por lo que tiene de afecto pasional, sino por lo que tiene de eficiente».
(Santo Tomás, Suma teológica, I, q. 21, a. 3, in c).

«El obrar a impulsos de alguna indigencia es exclusivo de agentes imperfectos, capaces de obrar y de recibir. Pero esto está excluido de Dios, el cual es la liberalidad misma, puesto que nada hace por su utilidad, sino todo por sólo su bondad» (Santo Tomás, Suma teológica, I, q. 44, a. 3, ad 1).

«Cuando Dios usa misericordia, no obra contra su justicia, sino que hace algo que está por encima de la justicia, como el que diese de su peculio doscientos denarios a un acreedor a quien no debe más que ciento tampoco obraría contra justicia; lo que hace es portarse con liberalidad y misericordia. Otro tanto hace el que perdona las ofensas recibidas, y por esto el Apóstol llama «donación» al perdón. «Donaos unos a otros como Cristo os donó» (Ef 4, 32). Por donde se ve que la misericordia no destruye la justicia, sino que, al contrario, es su plenitud, y por esto dice el apóstol Santiago: «La misericordia aventaja al juicio» (San. 2, 13)».
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 21, a. 3. ad 2).

«Se atribuyen unas obras a la justicia y otras a la misericordia, porque en unas aparece con mayor relieve la justicia y en otras la misericordia» SANTO TOMÁS, Suma teológica, I, q. 21, a. 4, ad 1.

«Dios produce las cosas cual compete a su sabiduría y bondad, y, en cierto modo, también las de misericordia, por cuanto las cosas pasan del no ser al ser» SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 21, a. 4, ad 4.

"Incluso en el hecho de que los justos sufran castigos en este mundo aparecen la justicia y la misericordia, por cuanto sus aflicciones les sirven para satisfacer por los pecados leves y para que libres de afectos a lo terreno se eleven mejor a Dios, conforme a lo que dice San Gregorio: «Los males que nos oprimen en este mundo nos fuerzan a ir a Dios» (Moral, 23, 13)".
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 21, a. 4, ad 3).

"Todas las cosas proceden de la misericordia de Dios «así es que no es obra del que quiere», o sea, el querer, «ni del que corre», o sea, el correr, sino que una y otra cosa son «de Dios que tiene misericordia» según 1 Cor 15, 10: «No yo, sino la gracia de Dios conmigo». Y Juan 15, 5: «Sin Mí nada podéis hacer» (…) con estas palabras se debe entender, de modo que la primacía se le atribuye a la gracia de Dios. Porque siempre la acción se atribuye al principal agente más que al secundario como si dijéramos que no es el hacha lo que hace el arca sino el carpintero con el hacha: ahora bien, la voluntad del hombre es movida por Dios al bien… Por lo cual la operación interior del hombre no se debe atribuir principalmente al hombre sino a Dios".
«Si no es del que quiere el querer, ni del que corre el correr, sino de Dios, que a ello mueve al hombre, parece que el hombre no es dueño de su acto, que corresponde a la libertad del albedrío. Pero por eso mismo hay que decir que Dios todo lo mueve, aunque de modo diverso, en cuanto que cada cual es movido por Él según el modo de su propia naturaleza. Y así el hombre es movido por Dios a querer y correr al modo de la libre voluntad. Y así, por lo tanto, el querer y el correr es del hombre como de libre agente; pero no es del hombre como si él principalmente se moviera sino de Dios»
(SANTO TOMÁS, Comentario a la “Epístola de San Pablo a los Romanos”,  c. 9, lect. 3, in Rom 9, 16: «Luego no es del que quiere ni del que corre, sino que es de Dios, quien tiene misericordia»).

«Respecto a cuál sea el número de los hombres predestinados dicen unos que se salvaran tantos cuantos fueron los ángeles que cayeron; otros tantos como ángeles perseveraron, y otros, en fin, que se salvarán tantos hombres cuantos ángeles cayeron, y, además, tantos cuantos sean los ángeles creados. Pero lo mejor es decir que “sólo de Dios es conocido el número de los elegidos que han de ser colocados en la felicidad suprema” (Missa pro Vivis et Defunctis de S. Agustín
(SANTO TOMÁS, Suma teológica, q. 23, a. 7, in c.).«Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado, con libre albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío, pecó y cayó, y se convirtió en “masa de perdición” de todo el género humano. Pero Dios, bueno y justo, eligió, según su presciencia, de la misma masa de perdición a los que por su gracia predestinó a la vida (Rom 8, 29 ss; Eph 1, 11) y predestinó para ellos la vida eterna; a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero no los predestinó a que perecieran; pero, por ser justo, les predestinó una pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios, que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia»
(Concilio de Quiersy, cap. 1, Denzinger 316).

«Nadie tampoco, mientras exista en esta vida mortal, debe juzgar sobre el profundo misterio de la predestinación divina de manera tal, que crea con certeza ser él, seguramente, del número de los predestinados; como si fuese verdad que el justo, o no puede pecar más, o si pecare deba prometerse el arrepentimiento seguro, porque sin especial revelación no se puede saber lo que Dios ha elegido para sí»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, canon XII).

«Si alguno dijere que el hombre regenerado y justificado está obligado a creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados, sea excomulgado»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, Can. XV).

«Si alguno dijese con absoluta e infalible certeza que ha de tener ciertamente hasta el fin el gran don de la perseverancia, sin saberlo por especial revelación, sea excomulgado»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, Can. XVI).).

No hay semejanza entre la predestinación y la reprobación. La predestinación es la causa de la salvación con la gracia y después de la bienaventuranza de los predestinados. En cambio, la reprobación no causa la perdición o condenación de los réprobos, porque no es la causante de su culpa. Únicamente es la causante del castigo, que sigue a su elección por el mal. De manera que: «La reprobación, en cuanto causa, no obra lo mismo que la predestinación. La predestinación es causa de lo que los predestinados esperan en la vida futura, o sea de la gloria, y de lo que reciben en la presente, que es la gracia. Pero la reprobación no es causa de lo que tienen en la vida presente, que es la culpa, y, en cambio, es causa de lo que se aplicará en lo futuro, esto es, del castigo eterno. Pero la culpa proviene del libre albedrío del que es reprobado y abandonado por la gracia, y, por tanto, se cumplen las palabras del profeta: “De ti, Israel, viene tu perdición” (Os 13, 9)»
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 23, a. 3, ad 2).

[Dios todo lo hizo bien. Lo dice siete veces en el Génesis:

Vio Dios que era bueno. Esto lo dice seis veces. "vio Dios que estaba bien" (Gn 1,4;10;12;18;21;25;)

Y vio Dios que todo era muy bueno. Y la séptima vez reitera que todo lo que hizo es bueno: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien" (Gn 1,31].

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«Respecto a cuál sea el número de los hombres predestinados dicen unos que se salvaran tantos cuantos fueron los ángeles que cayeron; otros tantos como ángeles perseveraron, y otros, en fin, que se salvarán tantos hombres cuantos ángeles cayeron, y, además, tantos cuantos sean los ángeles creados. Pero lo mejor es decir que “sólo de Dios es conocido el número de los elegidos que han de ser colocados en la felicidad suprema” (Missa pro Vivis et Defunctis de S. Agustín
(SANTO TOMÁS, Suma teológica, q. 23, a. 7, in c.).«Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado, con libre albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío, pecó y cayó, y se convirtió en “masa de perdición” de todo el género humano. Pero Dios, bueno y justo, eligió, según su presciencia, de la misma masa de perdición a los que por su gracia predestinó a la vida (Rom 8, 29 ss; Eph 1, 11) y predestinó para ellos la vida eterna; a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero no los predestinó a que perecieran; pero, por ser justo, les predestinó una pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios, que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia»
(Concilio de Quiersy, cap. 1, Denzinger 316).

«Nadie tampoco, mientras exista en esta vida mortal, debe juzgar sobre el profundo misterio de la predestinación divina de manera tal, que crea con certeza ser él, seguramente, del número de los predestinados; como si fuese verdad que el justo, o no puede pecar más, o si pecare deba prometerse el arrepentimiento seguro, porque sin especial revelación no se puede saber lo que Dios ha elegido para sí»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, canon XII).

«Si alguno dijere que el hombre regenerado y justificado está obligado a creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados, sea excomulgado»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, Can. XV).

«Si alguno dijese con absoluta e infalible certeza que ha de tener ciertamente hasta el fin el gran don de la perseverancia, sin saberlo por especial revelación, sea excomulgado»
(CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación, Can. XVI).).

No hay semejanza entre la predestinación y la reprobación. La predestinación es la causa de la salvación con la gracia y después de la bienaventuranza de los predestinados. En cambio, la reprobación no causa la perdición o condenación de los réprobos, porque no es la causante de su culpa. Únicamente es la causante del castigo, que sigue a su elección por el mal. De manera que: «La reprobación, en cuanto causa, no obra lo mismo que la predestinación. La predestinación es causa de lo que los predestinados esperan en la vida futura, o sea de la gloria, y de lo que reciben en la presente, que es la gracia. Pero la reprobación no es causa de lo que tienen en la vida presente, que es la culpa, y, en cambio, es causa de lo que se aplicará en lo futuro, esto es, del castigo eterno. Pero la culpa proviene del libre albedrío del que es reprobado y abandonado por la gracia, y, por tanto, se cumplen las palabras del profeta: “De ti, Israel, viene tu perdición” (Os 13, 9)»
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I, q. 23, a. 3, ad 2).

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Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.

En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

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«Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4). Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia» [XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos eucológicos del Sacramentario Gelasiano (1198)]. (Francisco: Bula Misericordiae Vultus de 2015, n 6).

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Petit La Divina Misericordia

Cristiandad Año LXIII- Núms. 897 Abril 2006, pp. 5-8

 

«la misericordia es efecto de la caridad». (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 32, a. 1).

es «propio de Dios tener misericordia y se dice que en ella se manifiesta de manera\par extraordinaria su omnipotencia» («Maxime eius omnipotentia manifestari»). (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 30, a. 4).

"para el mismo hombre en tanto que usa de misericordia con su prójimo «la virtud más excelente es la misericordia y su acto es también el mejor»" (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 30, a. 4).

 

«Misericordia divina, supremo atributo de Dios, en Ti confío» («letanías de la divina misericordia» insertas el 12 de febrero de 1937 por santa Faustina Kowalska en su Diario, n.949)

 

«Oh, supremo atributo de Dios todopoderoso» (santa Faustina Kowalska en su Diario, número 951 ).

"también santo Tomás afirma que la misericordia es la suprema de todas las virtudes divinas".

"la doctrina de que la misericordia divina está en el origen del amor de Dios hacia todas sus criaturas, aunque quizá no sean tampoco bien conocidos estos textos puede hallarse plenamente en santo Tomás".

"En la cuestión 20 de la primera parte de la Suma afirma que «algo tiene ser o algún bien en cuanto es querido por Dios»" (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 20, a.2).

 

Ahora bien, al comunicar su bondad a las criaturas Dios lo hace, dice santo Tomás en la cuestión 21, no sólo por bondad sino también con justicia, liberalidad y misericordia. Y así escribe que

«transmitir perfección pertenece a la bondad» (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 20, a.3).

Pero las distintas perfecciones otorgadas a las cosas han sido comunicadas según «la justicia», esto es, con la debida «proporción de cada perfección». Pero además estas perfecciones no le reportan a Él «ninguna utilidad» y ello se debe a la virtud divina de «la liberalidad». Y finalmente la bondad creadora ha actuado con la virtud de «la misericordia», en tanto que ha querido que en el ser creado las perfecciones comunicadas «excluyeran cualquier defecto». Así pues, las tres virtudes de justicia, liberalidad y misericordia han estado presentes y han actuado en el origen de la creación. Esta misericordia es claro que toma la forma de una previsión, esto es, de no permitir defecto alguno en el ser creado, no sólo por consideración a su propia esencia, que es la perfección misma, sino en atención a la criatura creada. Y, naturalmente, esta misericordia cobra su propio sentido si se aplica a los seres racionales que sufrirían de algún modo cualquier defecto propio.
Más lejos van las consideraciones de santo Tomás al plantearse la relación entre la justicia y la misericordia. Este es, desde luego, el punto capital objeto del mensaje transmitido por santa Faustina. ¿Es anterior la justicia a la misericordia? ¿Es la justicia la virtud divina que se ha de salvar íntegramente y por ello la misericordia sólo puede actuar después de salvada la justicia? La respuesta tomista se halla en el artículo siguiente.
Después de decir que en todo lo que Dios obra ha de haber justicia añade:

«Por lo demás, la obra de la justicia divina presupone la obra de la misericordia y en ella se funda» (Íbid., a. 4).

El latín dice expresamente «et in ea fundatur». Nos permitimos subrayar la frase porque en la edición bilingüe de la BAC se olvidaron de transcribirla en el castellano (cf. Suma teológica, bilingüe, 2ª ed. 1957, pág. 550). Este error ha sido subsanado en la edición de 1988 realizada juntamente con «Provincias Dominicanas», a la que he accedido tal como puede verse en la versión informática en compact disc Vinfra S.A., Serafín Gómez, 4 28019 Madrid (sin fecha).

La misericordia es, pues, fundamento de la justicia. Y concluye:

«De este modo, en cualquier obra de Dios aparece la misericordia como primera raíz. Y su eficacia se mantiene en todo, incluso con más fuerza, como la causa primera, que actúa con más fuerza que la causa segunda» (Íbid., a. 4). .

«Primam radicem». También las traducciones castellanas olvidan el adjetivo «primera» que califica a la raíz, al referirse a la misericordia. El error, en este caso, persiste en la edición de 1988 mencionada. No basta decir que la misericordia está en la raíz de cualquier obra de Dios cuando santo Tomás escribió «la primera raíz». La cuestión estriba precisamente en la primacía de la misericordia sobre la justicia.

La misericordia es la primera raíz de cualquier obra divina y, en este sentido, el modo de obrar de Dios parte de su misericordia y preside todas sus acciones.

No parece que esta doctrina sea muy conocida, y acontece que no sólo nos sorprende santa Faustina\par sino que también nos sorprende el mismo santo Tomás. Santa Faustina lo afirma y lo reafirma por experiencia y, sobre todo, por la comunicación extraordinaria\par del mismo Jesús. Pero santo Tomás la justifica con su visión teológica que sabe aunar la reflexión filosófica con las reiteradas enseñanzas bíblicas.

Son innumerables los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y no sólo afirman la misericordia sino que la igualan a su omnipotencia y la ponen por encima de toda dimensión de lo creado. Comparada con la justicia la supera:

«La misericordia aventaja al juicio» (Iac. 2, 13).

 

¿Qué razones expone santo Tomás para sostener esta doctrina, tan audaz y tan coincidente con la de santa Faustina? La respuesta que da santo Tomás se funda en que la justicia consiste en dar a la criatura con la debida proporción, según ha dicho en el artículo anterior. Ahora bien ¿qué proporción puede haber antes de la misma existencia de la criatura? La justicia es ciertamente debida, pero ha de presuponer lo que existe y exige ser de tal proporción. La liberalidad sólo pone la ausencia de todo egoísmo por parte de Dios. Comunica por su mismo amor sin esperar recibir nada de lo creado. Es la virtud de la misericordia la que condiciona, por decirlo así, la liberalidad y la justicia. La misericordia es, en palabras de santo Tomás, la que hace que a alguna criatura las cosas que le sean debidas por la justicia las dispensa Dios con mayor largueza

«por la abundancia de su bondad». «Deus, ex abundantia suae bonitatis, largius dispensat quam exigat proportio rei».

La traducción de la edición de 1988 olvida la expresión latina completa «ex abundantia suae bonitatis» y traduce simplemente «por su misma bondad». No menciona en absoluto la « abundancia de su bondad». Ahora bien, ¿cómo definir la misericordia desde un punto de vista ontológico -más que formal- sino como una «abundancia de la bondad»?

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