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Extracto de la Exhortación Apostólica Cest la confiance del papa Francisco con motivo del 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús
La frase Jesús es mi único amor, que Teresita grabó en su celda, fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16).
Sus palabras, «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor», bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia.
Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas».
«A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo».
«¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más».
Frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos que no tengo ninguno, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».
«En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo» (Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios, 9 junio 1895).
El Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las manos vacías», para expresar que «los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia». Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud.
Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo. Por esta razón Teresita nunca usa la expresión, frecuente en su tiempo, me haré santa. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones.
«Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza». Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud.
Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último
período de su vida, en la gran «prueba contra la fe», que
comenzó en la Pascua de 1896.
Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se
viese invadida por las más densas tinieblas», estaba
indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe
cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la
oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de
la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la
desesperación, el vacío de la nada.
El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de
su fe... Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a
la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13).
Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe,
siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi
Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última
gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que
me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra
para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la
eternidad».
. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su
misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se
diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita,
¡y a través de ella contemplo y adoro las
demás perfecciones divinas
!
Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y no arrepentido. Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús». Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas !». Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día».
El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito.
En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí
es infinito. Teresita es testigo de la victoria
definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de
su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se
atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas
almas, que hoy no se condene ni una sola.
Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento
nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he
amado» (Jn 15,12). Jesús tiene sed de
esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un
poco de agua a la Samaritana. Tenía sed
Pero al decir:
Dame de beber, lo que estaba pidiendo el Creador del
universo era el amor de su pobre criatura.
Tenía sed de amor».
«Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara».
El acto de amor Jesús, te amo, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación».
Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. Cuando ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma». Es la vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria de amor.
. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad !!!»
: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el
cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las
almas». «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del
mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la
tierra».
«Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte».«Dios
no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de
mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad».
Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del
temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de
nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las
manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un
inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el
bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus
últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento ya
con el amor».