..Textos.....Artículos ...INDEX
El Crucificado y Resucitado
En la santa misa se realiza de forma incruenta el mismo sacrificio de Jesús, el Verbo hecho carne, en los atroces padecimientos de su pasión y de su muerte en la cruz. En las formas consagradas en la misa está realmente presente Jesús, el Verbo hecho carne, resucitado y llevando las huellas de las heridas de su crucifixión y de su pasión, como se las mostró a santo Tomás apóstol y antes a sus otros apóstoles. Desde la fe no hay problema para creer en la resurrección de Jesús, el Verbo hecho carne. Es el caso de los creyentes actuales. No es el mismo caso de san Pablo cuando no creía en el Señor Jesús, sino que era incluso un perseguidor encarnizado de los creyentes. En su caso, la resurrección, ver a Jesús resucitado, fue la prueba de su mesianidad y de su divinidad. Mas los creyentes actuales, al saber por la fe que Jesús es el Verbo hecho carne, es la persona divina del Hijo, es Dios, encontramos lógico que resucitase. Para los creyentes actuales y antiguos el gran misterio es la muerte del Señor Jesús. Está claro que murió en su naturaleza humana, no en su naturaleza divina que es inmortal, esto es fácil de decir y de comprender. Pero quien padece la muerte es la persona; y la persona es divina; por lo que decir y creer que "Uno de la Trinidad" padeció es de fe, es doctrina de la Iglesia (DS 401, Dz 201). En realidad el gran misterio es el mismo si decimos, como por la fe hay que decir, que Jesús, ha resucitado. Porque resucitar lleva consigo haber muerto primero. Jesús el Verbo hecho carne, resucitó en su naturaleza humana, que es la que padeció la muerte; su cuerpo humano murió y resucitó; y además resucitó glorificado, espiritualizado y glorificado; pero es Su persona, que es divina, Dios verbo, Dios Hijo, Dios, Quien resucitó, porque primero había padecido la muerte. Y por cierto, en su cuerpo glorioso resucitado sigue teniendo las marcas de las heridas que recibió en Su Pasión y en Su Crucifixión, los agujeros de los clavos, donde el apóstol Tomás quería meter el dedo y la brecha de la lanzada donde cabía su mano. El gran misterio, la raíz del doble gran misterio de Jesús está en que tenga dos naturalezas, que la persona divina del Verbo, teniendo naturaleza divina, haya asumido una naturaleza humana. Santo Tomás de Aquino dice que el misterio más grande de Jesucristo, Nuestro Señor, es Su Encarnación, porque es el principio de todos sus otros misterios.
Él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies (Lc 24,36-40).
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,19-28).