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Decenario al Espíritu Santo
de Francisca del Valle
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DEDICATORIA [A LA DIVINA ESENCIA, DIOS]
ADVERTENCIAS PARA HACER PROVECHOSAMENTE ESTE DECENARIO
DIA PRIMERO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Veamos en este día cuánto debemos amar al Espíritu Santo las
criaturas por ser Él como el motor de nuestra existencia y la
causa de ser criadas para gozar eternamente de los mismos goces
de Dios.
LETANÍA DEL ESPÍRITU SANTO
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA PRIMERO
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA SEGUNDO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Cuánto debemos al Espíritu Santo en el instante mismo en que
Dios crió al hombre y cuánto por este beneficio debemos amar al
Espíritu Santo.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA SEGUNDO
La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu
Santo habite siempre en nosotros.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA TERCERO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Veamos en este día cómo nos enseña nuestro Divino Redentor a
hacer aprecio y estima del Espíritu Santo.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA TERCERO
La oración. Con ella, con qué gozo y alegría se vence uno a
sí mismo en todo, por difícil que sea y por mucho que cueste el
vencerse y mortificarse.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA CUARTO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
La escuela del Espíritu Santo; dónde la tiene, cómo la ejerce
y qué es lo que enseña. Con la práctica de estas sus
enseñanzas se adquiere la verdadera santidad.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA CUARTO
La mortificación
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA QUINTO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Instrucciones graves que nos da este sapientísimo Maestro; y
digo graves, porque son tales que, cuando no las cumplimos, Él
huye de entre nosotros y nos impiden el adquirir la unión con
Dios.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA QUINTO
Amar a nuestros prójimos puramente por Dios y como Dios nos
manda que amemos y como El nos enseña.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA SEXTO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Camino por donde se adquiere la verdadera santidad: no es otro,
ni le hay, que con más seguridad nos lleve y con que más pronto
la santidad se consiga, que con el propio vencimiento y la propia
mortificación; difícil cosa para nosotros, pero es muy fácil
por la grande ayuda que tenemos en el Espíritu Santo.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA SEXTO
Poner por obra los medios de nuestra santificación.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA SÉPTIMO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
Enseñanzas e instrucciones que nos da este Divino Maestro acerca
de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros grandemente nos
aprovecha.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA SÉPTIMO
Hacer firme propósito de no buscar cosa alguna que huela a
consolación, sino hacerlo todo por sólo servirle y darle
contento a Dios.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA OCTAVO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
La gran batalla que Satanás prepara para el alma, cuando la ve
que persevera en su camino comenzado. Sufrimiento del alma en la
batalla; el gran contento que damos a Dios con ella y lo que nos
dan por haber peleado, no merecido, sino dado por el amor que nos
tiene.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA OCTAVO
La confianza en Dios
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA NOVENO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
La última batalla que Satanás tiene con el alma, la más astuta
que ha podido discurrir su saber y su malicia, pues lleva por fin
en sus intentos el robar a Dios lo que es de Dios, y al alma
llenarla de soberbia y con ella lograr el separarnos de Dios para
siempre.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA NOVENO
Hacer todas las cosas con verdad
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DIA DÉCIMO
ACTO DE CONTRICIÓN
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
CONSIDERACIÓN
En entrando el alma en esta escuela divina, donde el Maestro que
enseña es el Espíritu Santo, si el alma pone en práctica todo
cuanto aquí la enseña, no es andar ni es correr ni volar; es ir
camino de la santidad con la ligereza y prontitud con que va a
todas partes nuestro pensamiento.
OBSEQUIO AL ESPÍRITU SANTO PARA ESTE DÍA DÉCIMO
Las tres virtudes teologales
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
DEDICATORIA A LAS ALMAS CONSAGRADAS AL SERVICIO DEL SEÑOR
PREMIOS DE ESTA ESCUELA
Premios a la memoria
Premios al entendimiento
Premios a la voluntad
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DEDICATORIA [A LA DIVINA ESENCIA]
A la Divina Esencia, Dios único, verdadero, dedico este
pequeño DECENARIO, para honrar con él a las tres distintas
Personas que en Ti existen y naturalmente tienen con el nombre
del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Las tres Personas son Dios, sin que por ser las tres Dios, haya
tres dioses; las tres sois el único y solo Dios a quien yo adoro,
amo, alabo, glorifico, ensalzo y bendigo, sirvo, reverencio y
rindo todos los homenajes que yo debo a mi Dios, Dueño y Señor,
reconociendo en las tres distintas Personas el único Dios a
quien sirvo, por ser las tres distintas Personas la sola Esencia
Divina.
¡Oh mi único Dueño y Señor! Ante tu grandeza, parece justo
que yo me atreviera a moverme, temblando de temor y de respeto;
pero, cuando esto quiero hacer, siento que de lo más íntimo de
mi alma se levanta un amor de hijo para con el más verdadero
Padre y Padre el más cariñoso de todos los Padres, y esto,
lejos de hacerme temer, me llena de una tan dilatada confianza en
Vos, que no hallo cosa a que esta tan grande confianza yo pueda
comparar.
Y sí, ¡Padre amantísimo!, como habla y pide un hijo, así yo
os comunico a Vos, Padre dulcísimo y amabilísimo, la grande
pena de mi corazón y el ardiente deseo que ya tantos años tiene
mi alma, y mi pena es que no es conocida la tercera Persona a
quien todos llamamos Espíritu Santo, y mi deseo es que le
conozcan todos los hombres, pues es desconocido aun de aquellos
que te sirven y te están consagrados.
Envíale nuevamente al mundo, Padre amantísimo, que el mundo no
lo conoce; envíale como Luz que ilumine las inteligencias de
todos los hombres, y como fuego, y el mundo será todo renovado.
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven como Luz, e ilumínanos
a todos! ¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos
ardan en amor divino! Ven, date a conocer a todos, para que todos
conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única
cosa que existe digna de ser amada. Ven, Santo y Divino Espíritu,
ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente, ven
como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo, ven
como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones,
ven como suave rayo y como sol que nos caliente, para que se
abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el
día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres
que tienen todos los corazones; ven como Maestro y enseña a
todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber
salido de nuestra ignorancia y rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos
tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la
que ha de durar por los siglos sin fin. Amén.
Divina esencia: recibe este DECENARIO que os dedico y que todo sea para provecho de las almas, fin glorioso; pues en ello tenéis Vos vuestra mayor honra y gloria, y porque sois Dios infinito en bondades, os pido, Señor, me deis el consuelo de verte amado de mí y de todas las criaturas, en el tiempo y en la eternidad, y que sea de todos conocido tu Santo y Divino Espíritu.
ADVERTENCIAS PARA HACER PROVECHOSAMENTE ESTE DECENARIO
1ª. Mi primera advertencia es, que al escribir este
Decenario que dedico a la Divina Esencia, Dios, es mi
intención escribirle, para dárselo como prueba de cariño, por
lo mucho que aprecio y estimo a todas las almas que habiendo
dejado el mundo, sólo anhelan, quieren y buscan, con grande
deseo de su alma, el dar gusto y contento en todo a Dios y,
cueste lo que cueste, quieren santificarse para asegurar con esto
la posesión de Dios eternamente.
Sólo para esta clase de personas escribo este Decenario.
2ª. Cuando he tratado, visto y hablado almas
que aspiran a la santidad, y que desconocen el camino que a ella
conduce con tanta seguridad, se me apena el corazón, y es grande
por esto mi pena.
Para ayudarlas a conseguir lo que desean con tan grande deseo de
su alma, voy a decirlas lo que a mí me ha sido dado y
enseñado por un sapientísimo Maestro, que es fuente y
manantial de Sabiduría y Ciencia.
Él ejerce su oficio de Maestro en el centro de nuestra
alma y todas sus enseñanzas se encaminan a hacernos ver
en qué consiste la santidad verdadera, y por qué caminos hay
que ir para adquirirla y, una vez adquirida, no perderla.
Es grandemente consolador el asistir a esta escuela y por ver
cómo se aprenden las lecciones, por torpe que uno sea, y cómo
se siente uno allí lleno de vigor y fuerzas para emprender, aun
lo más arduo y difícil, cueste lo que costare el conseguirlo,
sin vacilar, por cosa alguna que salga a su encuentro.
Todo se consigue, todo se adquiere con la ayuda y sutileza que
tiene para enseñar este tan hábil Maestro; con qué claridad
nos hace ver las astucias de nuestros enemigos y cómo nos
enseña a vencerlas; en fin, entrad en esta escuela, que
es la vida interior, donde se aprende el propio
conocimiento y el conocimiento de Dios, y después, con la
práctica propia, si os digo verdad, en todo lo que os he de
decir en este Decenario.
3ª. La víspera de empezar este Decenario, que
es la víspera de la Ascensión gloriosa de Nuestro Divino
Redentor, os habéis de preparar, con resoluciones firmes, para
emprender la vida interior, y emprendida esta vida, no
abandonarla jamás.
No pongáis vuestros ojos en lo que cuesta; ponedles en lo que
vale; siempre ha sido así: el costar mucho lo que mucho vale.
¿Y qué es el trabajo que ponemos en el propio conocimiento,
para lo que por ello se nos da?
¡Oh qué glorioso es el morir uno a sí mismo para no
tener vida sino en Dios! ¿Quién podrá, ni imaginar
siquiera, lo que es vivir en Dios y endiosados?
Con palabras no se puede expresar; se gusta, se siente, se
experimenta, se palpa, se posee, y no hay palabras para expresar
lo que esto es. En fin, no pongamos nuestros ojos en los goces,
que traen consigo el no querer nada sino a Dios. Para gozar, una
eternidad nos está ya preparada; para padecer por Él,
no tenemos más que la vida presente: pues aprovechémonos de
ella y padezcamos por Cristo Jesús, nuestro Divino Redentor, cuanto
podamos.
¡Oh cuánto tuvo que padecer y qué caro le costó el amarnos
por sólo hacernos dichosos para toda una eternidad! Pues, cueste
lo que costare a nuestra naturaleza, a santificar
nuestra alma y a dar gusto a Dios en todo. Así sea.
DIA PRIMERO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Veamos en este día cuánto debemos amar al Espíritu Santo las
criaturas por ser Él como el motor de nuestra existencia y la
causa de ser criadas para gozar eternamente de los mismos goces
de Dios.
Sabemos por la fe que hay un solo Dios verdadero y que este Dios
ni tuvo principio ni tiene fin; y aunque es un solo Dios son Tres
Personas distintas a quienes llamamos Padre, Hijo y Espíritu
Santo y las Tres son un solo Dios, por ser las Tres la misma
Esencia Divina.
Esta Divina Esencia tiene en Sí diversos atributos; y como es un
solo Dios, aunque hay en Él Tres Personas, las Tres gozan y
tienen la misma sabiduría, la misma bondad, la misma caridad, la
misma misericordia, el mismo poder y la misma justicia.
Sin embargo, estas Tres Divinas Personas tienen, como repartidos
entre Sí, estos divinos atributos.
El Padre tiene como propios y como cosa que a Él le pertenece,
el poder y la justicia; el Hijo, la sabiduría y la misericordia,
y el Espíritu Santo, que de los dos procede, la caridad y la
bondad.
Este Dios, tres veces Santo, es, por naturaleza, manantial de
toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de todo poder
y gloria, por ser Él quien es único y sin principio, pues todo
lo demás que no es Dios todo tuvo principio y todo cuanto tuvo
principio todo es de Dios y depende su existencia de la voluntad
de Dios.
Todo cuanto hay en los Cielos y en la tierra, todo..., todo...
depende de su querer, y si Él quisiera, los Cielos y cuanto hay
en ellos, la tierra y cuantos habitantes hay en ella, todo, en el
instante mismo de quererlo Dios, todo desaparecería y se
quedaría todo como en la nada, de donde Dios lo sacó; y
mientras tanto, quedaba Él en la misma grandeza y señorío, en
las mismas felicidades, dichas, venturas y glorias, con los
mismos poderíos y hermosuras; porque fuera de Él, nada..., nada...
de cuanto existe, Le puede aumentar a Dios ni un pequeño punto
de su grandeza, de su hermosura, de su felicidad, de su dicha, de
su poder, de su gloria; en fin, de todo lo que es; porque Él es
la única cosa que es; las demás cosas que existen no somos nada.
Pues, siendo quien es, y lo que es, y que fuera de El no hay nada
que Le pueda hacer feliz, vedle allá, en aquellas eternidades de
su existencia, siempre..., siempre..., porque las eternidades
dentro de El estuvieron.... y vida de Él recibieron, pues Él
fue quien las formó, pues en todas aquellas grandezas,
felicidades, dichas, hermosuras, glorias y poderíos, sin que
jamás ninguno se lo pueda arrebatar, porque nadie existe sino
Él; Él es la vida, y el único que vive con propia vida, y por
ser Él la vida, jamás puede morir; su naturaleza divina
encierra y lleva dentro de Sí más felicidades, dichas,
hermosuras, grandezas y glorias que gotas de agua encierran en
sí todos los mares, ríos y fuentes; y esta naturaleza divina de
Dios está siempre como el panal de miel, destilando de Sí lo
que en Sí encierra, y como fuente siempre perenne, porque su
manantial es infinito e inmenso, y de Sí despide raudales
inmensos de todas las hermosuras que en Sí encierra aquella
infinita bondad de Dios, que es atributo divino y que le tiene el
Espíritu Santo como cosa que a Él le pertenece.
Vedle como si algo le faltara, porque no tiene a quien dar
aquellas dichas y felicidades que de Sí despide aquella Divina
Esencia, porque la bondad es, como su carácter natural, el ser
comunicativo y hacer a cuantos pueda participantes de lo que Él
tiene y posee; y, ¿a quién va Dios a dar y hacer participante
de lo que Él tiene si nadie existe sino Él?
Si las Tres distintas Personas que tiene en Sí esta Divina
Esencia, las Tres son la misma cosa, el solo Dios, ¿pues cómo
saciar este su deseo del Espíritu Santo?; ¿de qué medios se
valdrá para que este atributo divino se satisfaga?
Ved lo que Él mismo nos enseña que hizo: con su atributo de
bondad hizo fuerza a todos los demás atributos que hay en Dios,
y todos unidos, como lo están siempre, por ser propiedad natural
de la divina Esencia, todos hicieron fuerza a la voluntad y
querer de Dios, para que con su poder crease seres que, sin ser
dioses, puedan participar de sus grandezas, de sus hermosuras, de
sus felicidades, dichas y glorias; en fin, de todo aquello que
brota de Sí su Divina Esencia y lo disfruten mientras Dios sea
lo que es, es decir, la única cosa que es y que no tiene fin, ni
le puede tener jamás; la voluntad y querer de Dios aceptó lo
que pedían sus atributos divinos, y ved aquí cómo el Espíritu
Santo es como el motor de nuestra existencia y la causa de haber
sido criados para tanta dicha y ventura.
¿Y cómo agradecer al Espíritu Santo este beneficio si no se Le
conoce?
Yo por mí confieso que hasta que este mi inolvidable Maestro no
me enseñó esta verdad yo nunca supe tal cosa. ¿Cómo yo Le iba
a agradecer al Espíritu Santo este beneficio sin saberlo?; de
aquí, Señor, la grande pena de mi corazón el que no eres
conocido.
¿Y cómo vas a ser amado si no eres conocido? ¿Y quién Te
conocerá, Señor, como Tú eres si Tú mismo no Te das a conocer?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Bondad suma y caridad inmensa,
que siendo piélago inmenso de inmensas dichas y glorias, como si
algo Te faltara, porque no tenías a nadie a quien comunicar y
dar lo que Tú tienes!
¡Oh qué mal correspondemos a tan inmenso beneficio! ¡Qué poco
apreciamos los inmensos bienes que Tú, ¡oh Santo y Divino
Espíritu!, has querido darnos con tanta liberalidad y largueza,
sin tasa y sin medida, metiéndonos en aquel piélago inmenso que
en Ti existe, para que eternamente, con tu misma dicha, seamos
eternamente dichosos; con tu misma felicidad, seamos eternamente
felices; con tus hermosuras, hacernos eternamente amables a tus
divinos ojos; con tu grandeza, hacernos grandes sobre todo lo
bello y hermoso que en los Cielos existe y criaste sólo para
nuestro placer y contento!
¡Oh quien me diera recorrer el mundo todo y hablar a los hombres
de Ti para que supieran lo que Tú nos has proporcionado para
toda la eternidad y empezaran a amarte, quererte y servirte ahora
en esta presente vida!
¡Oh Maestro mío, mi todo, en todas las cosas! ¡Si cuando
estén en posesión de Ti pudieran tener alguna pena, como en
esta vida sucede, no tendrían otra alguna que la de no haberte
conocido para a Ti sólo haberte amado!
Pues, ¡Bondad suma! Ven, sal a nuestro encuentro y hazte conocer
de todos los hombres, para que en este destierro no caminemos sin
tu compañía. Sé Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, la luz
que nos alumbre por los desconocidos caminos que a Ti conducen,
el hábil Maestro que destruya nuestra ignorancia y rudeza y nos
enseñéis, como Madre cariñosa, a balbucear cuando estemos en
la presencia del Señor, para que, enseñados por Vos en todo no
nos hagamos indignos de gozar lo que tu infinita bondad nos tiene
ya preparado y de ello y de Vos gocemos por los siglos sin fin.
Amén.
Letanía del Espíritu Santo
Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros
Señor. Tened piedad de nosotros.
De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.
De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos
Espíritu Santo.
De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.
De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos Espíritu
Santo.
Padre amantísimo. Perdónanos.
Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.
Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la
posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al
divino Consolador.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de
los dones de vuestro espíritu.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que
crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y
enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados y renovarás la faz de la
tierra.
Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los
fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el
mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus
divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día primero
El obsequio que hemos de hacer hoy a este Santo y Divino
Espíritu es el que con entera voluntad nos resolvamos a amar a
Dios, sólo por ser quien es, no por lo que nos da ni por lo que
nos ha prometido, no; y que este amor sea desinteresado de tal
manera que no nos mueva el amarle ni la virtud que da, ni la
gracia que aumenta, ni los dones que regala, ni los hermosos
frutos que ofrece, ni las dulzuras y consuelos con que deleita;
que no le amemos ni por la amistad y trato familiar que Él tiene
con los que así Le buscan, ni por lo que endiosa y transforma,
ni por los desposorios que con el alma celebra, ni por las bodas
que realiza; por nada, sino por Él mismo, que es el Cielo de los
mismos cielos, única cosa que existe digna de ser amada.
¡Oh qué fino y delicado es en el amor que tiene al que Le ama
con este amor desinteresado! Los cielos que crió para premio de
los que Le habían de servir, Le parecieron poco a este
apasionado amante.
Por eso se determinó que el premio que había de dar a los que
con amor puro y desinteresado Le amen, fuese dárseles Él mismo
en posesión por amor en esta vida, haciendo de los dos amores un
solo amor, para que, con el mismo amor, se amen y en el mismo
grado los dos se correspondan.
¡Oh hasta dónde llega su infinita bondad para con nosotros sus
criaturas! ¡Hasta querer darnos su amor para que con él Le
amemos!
Este amor le da el Espíritu Santo y este amor es con el que Dios
quiere ser honrado.
Pidámosle a este Santo y Divino Espíritu y no cesemos de
pedírselo hasta que le hayamos conseguido.
Segunda resolución: entrar dentro de nosotros y con energía
arranquemos de nuestro corazón todo afecto que hallemos, grande
o pequeño a cosas o a criaturas, y decir con firme resolución:
Señor, desde hoy, y en lo que se refiere a amar, voy a vivir
como si Vos y yo solos viviéramos en el mundo, seguros de que el
Espíritu Santo nos dará la gracia que necesitamos para llevar a
cabo nuestras resoluciones hasta exhalar el último suspiro. Así
sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA SEGUNDO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Cuánto debemos al Espíritu Santo en el instante mismo en que
Dios crió al hombre y cuánto por este beneficio debemos amar al
Espíritu Santo.
Complacida la Divina Esencia, Dios, por la fuerza que Le habían
hecho sus atributos divinos, se recrió, digámoslo así, y como
si formara consejo toda la Santísima Trinidad para tratar el
modo de criar a los seres tan deseados por el atributo de su
infinita bondad, las Tres Divinas Personas que la Divina Esencia
tiene en Sí ofrecieron los atributos que cada uno tiene como
propios para la creación del hombre.
Para la creación entera sin el hombre bastó el atributo de su
poder; para la creación del hombre solo pusieron en ejecución
todos sus atributos Divinos.
Puestas ya como en conferencia las Tres Divinas Personas, para
dar principio a la creación, esta Divina Esencia, Dios, echó
como una ojeada a toda la creación, y la vio tal es, antes de
haberla criado.
Allí vio ya la rebelión del ángel y la seducción de éste al
hombre.
Entonces, las Tres Divinas Personas, de este Dios tres veces
Santo, pusieron, en favor del hombre seducido, todos sus
atributos.
El Divino Verbo se ofreció entonces también a remediar el gran
mal que esta seducción iba a causar en el hombre, haciéndole
caer del estado dichoso en que le había de poner la infinita
bondad del Espíritu Santo.
Entonces también la sabiduría de Dios, que reside en el Divino
Verbo, trazó y delineó los medios que había para reparar y
remediar tan grandes males; y lo que trazó y definió los
caminos que había para la reparación, para el castigo y para el
ensalzamiento; de reparación, al Criador ofendido; de castigo,
para el ángel rebelde y seductor; de ensalzamiento, para el
hombre, porque quería la misericordia del Divino Verbo levantar
al hombre de su caída, con inmensas ventajas.
Esta sabiduría infinita e inmensa, que todo lo abarca, no vio ni
halló otro medio de reparación que el de que hubiera un Hombre
Dios que reparara y para ello no había otro camino que el de
hacerse Dios Hombre, y a esto se ofreció este Divino Verbo, el
mismo que con su sabiduría inconmensurable trazaba y delineaba.
Este ofrecimiento del Divino Verbo, segunda Persona de la
Santísima Trinidad Augusta, le aceptó la Divina Esencia, Dios,
y con su aceptación quedó decretado el que Dios se hiciera
hombre, para que hubiera un Hombre Dios que reparase la falta que
había de cometer la criatura contra su Criador.
Y en esta reparación hallase el hombre el perdón y el ángel
rebelde y seductor el mayor castigo que Dios halló con su
infinita sabiduría, para castigar su soberbia y en ella dejarle
humillado, confundido, deshonrado, abatido y derrotado para
siempre.
Porque Dios siempre pone remedio por donde viene el mal y castiga
por donde se peca.
Aunque Dios vio todo esto antes de hacer la creación, no vaciló,
ni desistió un instante de hacer la creación del ángel y la
creación del hombre, tan deseada por el Espíritu Santo; porque
la santidad de Dios, cuanto ve justo y bueno, todo lo ama y
quiere, sin que jamás en ello vacile su voluntad.
Santo era lo que deseaba el atributo de su bondad que reside en
el Espíritu Santo; y el carácter propio de la infinita bondad,
que es, como ya dejo dicho, comunicativo, no deja de hacer bien
aunque con ingratitud Le paguen; sin que Le mueva a ello ni el
interés ni el aprecio, porque no hay cosa alguna digna de Dios,
fuera de Sí mismo; sólo el hacer bien es lo que Le movió.
Un rasgo de su bondad Le movió, y sólo esto, a criar ángeles y
hombres y la creación entera que todos vemos y admiramos; y
crió Cielo para los ángeles y Paraíso en la tierra para el
hombre; y por otro rasgo de su infinita misericordia y caridad,
se hace Dios Hombre para redimir al hombre y levantarle de su
caída con inmensas ventajas, y esto sin interés alguno.
Dios a nosotros no nos necesita para nada; somos nosotros los que
para todo Le necesitamos a Él.
Dios siempre haciendo bien, aunque con ingratitud le paguen, y
siempre amando, aunque no sea correspondido.
Apenas vio este Santo y Divino Espíritu los caminos trazados por
la sabiduría del Divino Verbo, se ofreció Él a hermosear y
enriquecer al ángel y al hombre, sin detenerse por el mal
proceder, pues sabía lo mal que habían de usar de cuanto Él
pensaba darles, y que de lo mismo que Él con tanta amabilidad
les daba, ellos habían de usar para rebelarse contra Él, que
era su dueño y Señor.
¡Oh bondad suma!, que viste antes de habernos criado el modo con
que Te habían de corresponder estas criaturas a quienes de la
nada ibas a sacar con tu poder infinito, y llenarlos de vida
eterna, para que contigo vivieran, y de Ti eternamente gozaran, y
no Te detuvo en tu deseo de hacernos felices, ni la rebelión
contra Ti del ángel ni la desobediencia del hombre, ni la
ingratitud, mofas, insultos y desprecios que Te habían de hacer
lo restante del género humano.
Tú viste que era bueno el intento y proposición que tu infinita
bondad Te hacía, que era hacer bien, y ante la caridad y bondad
de tus atributos Divinos, que tanta gloria dan a la Divina
Esencia y que tanto en hacer el bien se glorían, nada Te detuvo;
aunque viste la conducta tan desagradable que iban a seguir estos
seres a quienes Tú tanto querías enriquecer, nada Te detuvo.
Al punto que el Poder del Padre los saca, y del barro los forma,
Tú con tu soplo Divino llenas de vida, y de vida inmortal, el
alma que les diste.
¡Oh acción de Dios, qué admirable eres y cuán digna es tu
bondad y caridad de ser imitada de todos los que a Dios sirven y
de aquellos que se precian de hacer cuanto bien pueden!
¡Oh almas consagradas al servicio del Señor! Mirad cómo nos
enseña a hacer el bien este Divino Maestro, desinteresadamente,
sin tener en cuenta para nada, el si es amigo o enemigo, el si es
pariente o extraño, el si es agradecido o ingrato. Sea quien
fuere, hacer el bien que podamos por amor de Aquel que todo lo
crió para nosotros, aun antes de haber existido.
Y sabiendo que íbamos a caer, antes de la caída puso el remedio
para todos nuestros males y nos levantó de nuestra caída con
inmensas ventajas. ¡Oh, esto sí que es bondad, misericordia y
caridad consumada!
¡Ven, oh Santo y Divino Espíritu! ¡Ven! Enséñanos a
practicar la caridad según Dios, para con ella poder agradar y
glorificar aquella Divina Esencia. ¡Mira, Santo y Divino
Espíritu! Que es muy triste hacer grandes caridades y muchos
sacrificios, y por no saberlos hacer, ni a Vos os glorificamos
con ello, ni a nosotros nos es de provecho alguno.
Porque Tú, Dios nuestro, no tienes complacencia en nuestras
obras y sacrificios, cuando en ellos echas de menos la pureza de
intención. Tú quieres que siempre, y en todo, obremos como
hijos de tan Santo Padre, y las obras y sacrificios hechos sin la
pureza de intención, ¿cómo los vas a recibir y cómo en ellas
Te vas a gloriar, si por Ti no lo hacemos?
Si para recibir nuestras obras y sacrificios, ha de ir todo
encaminado al solo fin de agradarte, y hacer sólo por tu amor, y
que sirva todo de provecho a las almas, que es donde Tú pones
tus ojos, y donde está tu mayor honra y tu mayor gloria, porque
las obras hechas por tu amor Te son todas agradables, pero las
que se hacen en provecho y salvación de las almas, éstas y
sólo éstas son las que Tú dices que son de tu mayor honra y de
tu mayor gloria.
Este es el obrar que Tú nos pides, para que en el obrar seamos
hijos de tan Santo Padre y discípulos de tal Maestro.
¡Oh y qué causas hay tan poderosas para que por este fin
obremos siempre! ¿De quién somos? ¿A quién y por quién vamos
seguramente encaminados? ¿A quién más que a Él debemos?
¿Quién como Él más nos ama? ¿Quién más solícito de
nuestro bien temporal y eterno? ¿Quién como Él por nosotros se
ha sacrificado?
Pues sea de nosotros correspondido, y desde hoy más, hasta el
respirar sea por su amor, y por darle gusto y contento en todo.
A salvar almas, a salvar almas, que esto es la mayor honra y
gloria que podemos dar a Dios.
¡Santo y Divino Espíritu! Tus enseñanzas y el ejemplo que
vemos en Ti es el que queremos seguir desde este día; para que,
empezando a glorificar a Dios en esta vida, continuemos por los
siglos sin fin. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día segundo
La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu
Santo habite siempre en nosotros.
Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de
ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa
que a su Dios.
Cuando el alma está habitualmente en este reposo y quietud y sin
otro deseo de saber, si no es cuál sea la voluntad de Dios para
al punto cumplirla, entonces el alma goza de una paz inalterable,
y cuando esta paz tiene el alma, viene a ella el Espíritu Santo
y hace allí como su morada, y dispone y gobierna y manda como
aquel que está en su propia casa.
Él manda y ordena, y al punto es obedecido. Mas cuando nos
inquietamos y turbamos y con la inquietud perdemos la paz del
alma, este Santo y Divino Espíritu se contrista grandemente; no
porque a Él le venga algún mal, sino porque nos viene a
nosotros. El Espíritu Santo no habita en el alma donde la paz no
esté como de asiento; perdida la paz, no puede el Espíritu
Santo habitar en nosotros, porque a la santidad de Dios la es
como un imposible habitar donde no hay paz.
El alma sin paz está como inhabitada para oír la voz de Dios y
seguir su llamamiento divino.
Por esto el Espíritu Santo no habita donde no hay paz, porque
este Divino Espíritu, que siempre está es aptitud de obrar, al
ver al alma sin aptitud para ello, se retira, y contristado,
calla.
El Espíritu Santo quiere habitar en nuestra alma, con el único
fin de dirigirnos, enseñarnos, corregirnos y ayudarnos, para que
nosotros, con su dirección, enseñanza, corrección y ayuda,
logremos hacer todas nuestras obras a la mayor honra y gloria de
Dios.
Y sin este Divino Espíritu, ¿cómo vamos nosotros solos a saber
dar gusto y contento a Dios, si el que comunica este gusto y
contento de Dios es el Espíritu Santo, por ser Él la acción de
Dios en el alma?
Y por esto bien Le podemos llamar al Espíritu Santo, con toda
verdad, el Dios familiar a nosotros; pues si la paz no puede
habitar en nosotros, resolvámonos este día a que todo se pierda
antes que perder la paz de nuestra alma, sumamente necesaria para
lograr la habitual asistencia del Espíritu Santo, y con ella es
seguro que poseeremos a Dios por amor en esta vida y en posesión
verdadera por toda la eternidad. Amén.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA TERCERO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Veamos en este día cómo nos enseña nuestro Divino Redentor a
hacer aprecio y estima del Espíritu Santo.
Cuando el ángel miró al hombre y le vio tan inferior a él en
naturaleza por una parte y por otra vio lo mucho que Dios le
amaba, apenas el Señor hubo castigado al ángel por su soberbia,
quitándole la gracia y la gloria, y castigándole a los
infiernos, que creó entonces para sólo este fin, pues hasta
aquel momento no le había creado, el Satanás dos veces satanás,
apenas allí se vio, no pensó en otra cosa que en cómo había
de hacer caer al hombre, sólo porque Dios le amaba.
Como Dios le dejó los dones de naturaleza que le había dado,
quitándole solamente la gracia, la gloria y la hermosura y se
los dejó para castigar con ellos su soberbia, él los empleó
todos en ver los medios de quitar a Dios el placer, que él
sabía tenía en el hombre; y toda su sabiduría y ciencia y todo
su poder lo empleó en seducir a nuestra madre Eva, como parte
más flaca.
Consiguió el seducirla, haciéndola faltar a Dios en el único
mandato que les había puesto; pero no logró el privar a Dios
del contento que tenía en amar y ser amado del hombre.
En esto se engañó a sí mismo Satanás, porque creyó que
seduciendo a los dos primeros seres, Adán y Eva, les iba Dios a
castigar como a él, y con esto quedaba Dios privado del contento
que tenía en amar y ser amado del hombre.
Esto no le dio otro resultado a Satanás, que el tener una
segunda derrota; Dios no castigó al hombre como Satanás quería;
en esto fue Satanás humillado, porque el castigo que Dios puso a
nuestros primeros padres fue temporal, y a Satanás se le dio
eterno, por los siglos sin fin, mientras Dios sea Dios, que lo es
para siempre..., para siempre.
Dios castigó a los ángeles para siempre... eternamente; porque
su pecado fue por malicia; castigó temporalmente al hombre,
porque el hombre no pecó por malicia, sino por seducción.
¡Oh cómo se ven aquí las entrañas de misericordia que Dios
tiene y lo que le cuesta castigarnos! ¡Cuán presto está a
darnos el bien que no merecemos, y cuán tardo es para castigar
el mal que hacemos!
El gozar de lo que Él goza y en Sí mismo tiene, nos lo da sin
tasa y sin medida; y esto, por pura bondad, sin mérito alguno
nuestro; pero el castigar el mal que hacemos, lo hace siempre con
tasa y con medida; porque aunque es horrible el infierno que
crió, no encerró en él el castigo que el pecado se merece;
además, vio toda la infidelidad del ángel y del hombre antes de
haberlos creado, y, sin embargo, que lo ve, no determina entonces
el lugar para castigarles; espera a que le cometan y entonces lo
determina; y lo que era placer, dicha y contento temporal y
eterno, antes de crearles, se lo prepara todo y llena la
creación entera de bellezas, todas para el ángel y para el
hombre.
Y después de tenerles preparadas todas las hermosuras de la
creación les crea a ellos para que desde el primer instante de
su existencia sean felices y dichosos.
¡Oh cómo eres Dios mío! ¡Cómo eres todo bondad, todo
misericordia, todo caridad!
Cuando Eva se dejó seducir, y ésta sedujo a Adán, y le sedujo
sin malicia, y seducidos los dos, faltaron al único mandato que
Dios les había puesto, apenas el Señor les habló,
recordándoles con reprensión su falta, humillados, lloraron y
confesaron su culpa.
Entonces el Señor, nuestro Dios, volviéndose a Satanás, le
dijo: Yo les levantaré de su caída con inmensas ventajas.
Aquella sabiduría de Dios que, como dejo dicho, reside en el
Divino Verbo, cuando aquella Divina Esencia echó como una ojeada
a toda la Creación, antes de haberla creado, vio el pequeño
número de almas, que fieles le habían de servir y amar; y
entonces esta sabiduría inmensa e infinita se dio trazas para
que, llegados los tiempos, cuando las dos naturalezas unidas
estuvieran, este pequeño número de almas fieles a su Dios
quedasen congregadas, y desde entonces ya no fueran miradas por
Dios como criaturas, sino como hijos de adopción.
Llegados los tiempos decretados para redimir a toda la raza
humana, el Divino Verbo se hace hombre y quedan las dos
naturalezas unidas y existe en el mundo un Dios y Hombre al mismo
tiempo, y vive entre los hombres treinta y tres años un hombre
que es Dios.
Estos hombres entre quienes vivía este Hombre Dios, injustamente
faltando a toda verdad y a toda justicia, Le condenan a muerte;
sube al madero santo de la Cruz y apenas en él se ve crucificado,
aquella alma bendita de aquel Hombre que estaba unida a la
Divinidad del Verbo, empieza a negociar con Dios, su Padre, el
modo como Él deseaba levantar al hombre de su caída.
Y, ¡en qué circunstancias! ¡Coronado de espinas, hecho una
llaga de los pies a la cabeza! ¡Las espaldas descarnadas! ¡Los
huesos dislocados! ¡Traspasados sus pies y sus manos con gruesos
clavos! Sin tener donde descansar ni siquiera donde fijar su
cabeza; y en este estado aquella alma bendita de aquel Hombre
Dios no cesa un instante de pedir y de rogar a su Padre Le
concediera lo que Él tanto para el hombre deseaba; esta alma
bendita, que era como un volcán de caridad para el hombre,
ardientemente deseaba que quedaran congregados todos los hombres
en Él, y Él sería el cuerpo, alma y vida de estos hombres en
Él congregados.
Mas, unida como estaba esta humanidad Santísima a la Divina del
Verbo, esta Divinidad le comunica la verdad y sabiduría; y esta
humanidad bendita, con aquella bondad y sabiduría que el Verbo
le comunica, por estar inseparablemente unida, pide le sea dado
para el hombre su Santo y Divino Espíritu, para que todos los a
Él congregados vivan como un solo cuerpo y una sola alma, y esta
nueva congregación sea dirigida y enseñada por el Espíritu
Santo, y posesionado ya de esta congregación el Espíritu Santo,
mire a todos los allí congregados, no como a criaturas suyas,
sino como hijos de adopción, a quienes adopten la justicia de
Dios sobreabundantemente reparada por el Dios hecho hombre, la
misericordia del Divino Verbo, que unida está a la humanidad
Santísima, y la caridad y bondad de este Santo y Divino
Espíritu.
¡Oh humanidad santísima! ¿Quién sino Dios puede saber lo que
Tú padecías durante las tres horas que pendiente estuviste en
la Cruz?
Tú, olvidado del estado tristísimo en que te habían puesto los
hombres, sin tener en cuenta nada de cuanto padecías, sin cesar
ni un momento de pedir e instar a vuestro Padre celestial que os
conceda lo que Le pedís, para todo el género humano; a todos
queréis congregar y a todos queréis hacer un solo cuerpo y una
sola alma. Y, ¿en qué ocasión?
¡Cuando todos están con sus insultos, mofas y escarnios
causando un griterío tal, todo contra Ti! ¡Irritando con su
modo de proceder la justicia de Dios! ¡Oh, y Tú, mi vida y mi
todo! ¿Qué haces cuando esto presencias? Los disculpas diciendo:
¡Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen!,
y sigues negociando la dicha eterna del hombre, y pides que se
dilaten tus tormentos; pero que se Te dé para nosotros su Santo
y Divino Espíritu; que nos enseñe, dirija y gobierne, porque
sin el Espíritu Santo no puede el hombre ser elevado a la
dignidad que Vos queréis elevarle.
¡Oh almas todas! ¡Mirad el tormento mayor que todo cuanto hasta
aquí lleva padecido! ¡Mirad ahora la justicia de Dios, dando a
Jesucristo lo que nosotros merecemos! Ardiendo en deseos de
conseguir de su Padre Celestial lo que tanto desea conseguir para
nosotros.
El poder de Dios, su Padre, hace que quede oculta la divinidad a
la humanidad milagrosamente y queda la humanidad de Jesucristo
desamparada de la Divinidad.
Este terrible sufrimiento no le entenderán si no es los que han
gustado de la unión con Dios, y estando a Él unidos los deja y
desampara; y el tormento de Jesucristo y el de estas almas es
menos comparable que la sombra con la realidad; y por un momento
que esto las suceda, ven partírselas el corazón de sentimiento
y dolor.
¡Qué sería este tormento a Jesucristo en la situación en que
se hallaba, sufriendo tan terribles dolores, dilatándose lo que
Él para nosotros tanto deseaba conseguir! ¡Y a continuación,
aquel desamparo que es la pena y dolor para las almas más que el
mismo infierno!
¡Oh! ¡Cómo estaría aquella alma benditísima de Jesucristo
sintiendo este abandono! No ha dado un quejido en todo cuanto por
Él ha pasado y ahora, ¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por qué me
has desamparado?
¡Lo que mucho vale, mirad a Jesucristo cuánto Le cuesta! Es el
don sobre todo don lo que desea alcanzar para nosotros; y antes
de dárselo, Le cuesta un sufrimiento sobre todo sufrimiento.
¡Oh lo que costó a Jesucristo alcanzarnos de Dios su Santo y
Divino Espíritu!
Él quería congregarnos a todos en Él, que es el
establecimiento de la Santa Iglesia; y ésta no podía subsistir
sin el Espíritu Santo; y Él dilata su vida, porque poder tenía,
como Dios que era, hasta que consiguió de su Padre el Espíritu
Santo para nosotros.
Despacha el Eterno Padre su petición; establece su Iglesia y al
punto habla y dice: Todo está consumado.
¡Almas consagradas al servicio del Señor! ¡Aprendamos de
Jesucristo, nuestro Divino Redentor, a hacer aprecio y estima del
Espíritu Santo!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven a satisfacer los ardientes
deseos de aquel ser humano que Tú formaste en las virginales
entrañas de María Inmaculada!, que, aunque es hombre en el
padecer, es Dios en el pedir y Dios en el desear; porque pide y
desea lo que desea el Divino Verbo, a quien está unido.
Desciende a nosotros como lo deseaba y pedía aquel Hombre Dios.
Dirígenos y gobiérnanos en todo, enséñanos a glorificarle,
para que, empezando en esta vida, continuemos así por los siglos
de los siglos sin fin. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día tercero
La oración. Con ella, con qué gozo y alegría se vence uno a
sí mismo en todo, por difícil que sea y por mucho que cueste el
vencerse y mortificarse.
Mirad qué fácil le es al pajarillo el subirse a las altas
enramadas y a los árboles frondosos y a dilatadas alturas con
sólo dos alas que Dios le dio, y cómo cantan cuando luego de
hacer su vuelo, se posan en el árbol, manifestando el placer y
contento que les causa el volar.
También el alma mortificada tiene lo que el pajarillo, alas para
volar; y, como él, también se posa en el árbol, y allí,
alegre, manifiesta su contento.
Mirad; poned vuestros ojos en esas almas que ni quieren, ni
buscan, ni desean cosa alguna ni del cielo ni de la tierra, sino
a su Dios, de quien están viviendo enamoradas. Hallaréis pocas,
pero las hay y las ha de haber hasta que el mundo se acabe.
Miradlas; cuando van a hacer uso de la mortificación, echan mano
de la oración y del amor que tienen puesto en su Dios.
Como el pájaro, se remontan y suben a gran altura con sus dos
alas. Con la oración y el amor que a Dios tienen, se elevan con
estas dos alas sobre todo lo creado y hacen su vencimiento propio;
y cuando acaban de hacerle, se posan en el monte Calvario, y
allí, fijando su mirada, como si allí estuviera todavía el
árbol de la Cruz y el dulce Jesús, Redentor Divino en ella,
como castas palomas tienen sus arrullos con el amor de sus amores
y con ellos manifiestan al amado de su alma que están dispuestas
con grande alegría a usar de la mortificación y propio
vencimiento, tan pronto como la ocasión se les presente.
Y se las presenta continuamente, porque cuando en sí no hallan
en qué mortificarse y vencerse, lo hacen las criaturas,
permitido y dispuesto por Dios.
Y cuando no hay alguna criatura que las mortifique, se encarga
entonces Dios; y Dios lo hace, como quien es, grande en todo,
demostrando con esto Dios al alma que quiere ser suya, que la
mortificación ha de ser continuada, como lo es el latir del
corazón.
Animémonos a ello, ya que otra cosa no tenemos que dar a nuestro
amable Jesús. ¡Oh qué deseo tenía de dar la vida por nosotros!
Pues digámosle nosotros a Él: ¡Señor!, hambre y sed tengo de
morir a mí mismo en todo, para no tener vida sino en Ti, para
que, empezando en esta vida, continúe por los siglos sin fin.
Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA CUARTO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
La escuela del Espíritu Santo; dónde la tiene, cómo la ejerce
y qué es lo que enseña. Con la práctica de estas sus
enseñanzas se adquiere la verdadera santidad.
Este Divino Maestro pone su escuela en el interior de las almas
que se lo piden y ardientemente desean tenerle por Maestro.
Ejerce allí este oficio de Maestro sin ruido de palabras y
enseña al alma a morir a sí mismo en todo, para no tener vida
sino en Dios.
Es muy consolador el modo de enseñar que tiene este hábil
Maestro; y no quiere poner escuela en otra parte para enseñar
los caminos que conducen a la verdadera santidad, que en el
interior de nuestra alma; y se da tal arte... y maña... para
enseñar..., es tan hábil y tan sabio, tan poderoso y sutil, que,
sin saber uno cómo, siéntese al poco tiempo de estar con Él en
esta escuela todo trocado.
Antes de entrar en esta escuela, rudo, sin capacidad, muy torpe
para entender lo que oía predicar; y entrando en ella, con qué
facilidad se aprende todo; parece como que transmiten a uno hasta
en las entrañas la ciencia y la habilidad que el Maestro tiene.
Su modo de enseñar no es con la palabra; rara vez habla, alguna
vez a los principios; si se practica bien la lección que Él
enseña suele hablar, pero muy poca cosa, para manifestarnos con
esto su agrado; y esto ha de estar la práctica bien hecha,
porque esta escuela todo es de practicar lo que enseñan, y si no
lo practican, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se
abre.
Porque aunque la escuela se da en el centro del alma, no puede
uno entrar allí si no le mete el Maestro, porque aunque él
quiera entrar ni puede ni sabe. Lo único que puede hacer es
quedarse dentro de sí, no salir fuera, sino ponerse a la puerta,
y muy de corazón llorar y sentir su falta desinteresadamente.
Porque el desinterés es como la piedra de toque de esta escuela,
pues todo cuanto aquí enseñan, todo hay que practicarlo
desinteresadamente, si no nuestras obras no tienen mérito ante
nuestro Maestro.
A los principios calla, tolera y no castiga; porque como es tan
caritativo, se compadece mucho, porque ve que no sabemos, y nunca
pide ni exige lo que no podemos.
Su modo de enseñar es por medio de una luz clara y hermosa que
Él pone en el entendimiento.
Cuando anda el alma muy solícita en el cumplimiento de la
práctica de la verdad que le enseña, junto con la luz que dejo
dicha, dan como una saeta a la voluntad, y la voluntad al
recibirla se siente toda encendida en amor a su Dios y Señor, y
bien sabe ella cuando esto recibe que no es adquirida, sino dada;
y esto nadie se lo dice, pero el alma bien lo entiende y conoce
que es así.
En esta escuela hasta en el respirar parece que se respira
sabiduría y ciencia, y toda esta sabiduría y ciencia va
encaminada al conocimiento de Dios y al conocimiento propio,
donde está como el fundamento de todo lo que enseñan, y sin
estar esto bien asentado en el alma, no da paso alguno; suspende
toda lección, y hasta que esta verdad no echa como raíces en el
alma, no pasa adelante con sus instrucciones.
De la penitencia nada nos dice. Sin duda, a mí me parece, que no
nos instruye acerca de ella porque de suyo el alma se inclina a
la penitencia mejor que a la mortificación; lo que sí se ve con
una de esas luces que da al entendimiento es que la penitencia
sola, sin la mortificación, llena de soberbia el corazón; y por
eso, en esta escuela se aprende a hacer la penitencia con mucha
discreción; y se ve con esta luz que da este Divino Espíritu,
que Satanás anda muy solícito, inclinando a las almas a hacer
grandes penitencias.
En los santos tiene un fin y en los imperfectos otro; y mientras
a la penitencia les inclina, de la mortificación les retrae; en
la mortificación no hay peligro, por continuada que sea. La
penitencia sola no santifica; la mortificación continuada hace
grandes santos; con la mortificación continuada se consigue el
morir a sí mismo en todo y se adquiere el puro amor de Dios, sin
el cual ni hay amistad con Dios ni unión con Él, y menos la
transformación, que ésta todo lo hace el amor.
Con la mortificación continuada salimos de la propia esclavitud
y nos hacemos señores de nosotros mismos. Con la mortificación
continuada se llega a adquirir el primitivo estado en que fueron
puestos nuestros primeros padres; y como premio a la
mortificación continuada se da Dios al alma, como en posesión
en esta vida, y en esta escuela esto es lo que se aprende, porque
todas las lecciones a esto van encaminadas: a la continua
mortificación.
Hay lección particular para el ayuno y nos enseña a no negar al
cuerpo nada de cuanto necesita; pero a los apetitos nunca darles
nada de lo que piden, quieren o desean, porque los apetitos nunca
piden, quieren o desean por necesidad.
Por necesidad el cuerpo es el que lo ha de pedir, y el cuerpo
pide alimento y no pide más; pero los apetitos piden regalo y
molicie, pues están siempre, como niños antojadizos, que no
piden por necesidad, sino por antojo y capricho.
Por esto, a lo que más inclina este Maestro admirable es a la
privación de todo lo que es regalo y el alma, como tiene siempre
como entre los ojos la tragedia sucedida en el paraíso,
voluntariamente se priva de la fruta, queriendo, si pudiera,
desagraviar a Dios de la falta cometida por aquella triste madre,
de cuya sangre estamos inficionados.
Porque todo cuanto se hace con las lecciones que en esta escuela
dan y las instrucciones que aquí se reciben, el alma vive
siempre olvidada de sí y no tiene otro fin en todo cuanto hace
que el de agradar a Dios y lograr, si puede, el que Dios sea de
todos amado.
De sí misma está olvidada, no piensa en adelantar en la virtud,
ni en adquirir virtudes, ni en merecer gracia, ni en adquirir
cielo, ni en santificarse.
Para ella y para las demás ni quiere, ni pide, ni desea sino el
amar, si posible fuera, como Dios se merece.
Porque el amor desinteresado que enseña en esta escuela hemos de
tener siempre a Dios; a desear esto nos lleva y nos exhorta este
Maestro Divino.
El nos encamina a amar a Dios como Él nos ama. ¿Por qué nos
ama Dios? Por nada, porque nada tenemos y nada Le podemos dar.
Nos ama por amarnos, pues amémosle también nosotros sólo por
amarle.
Él nos quiere dar su dicha y bienaventuranza eterna; no tuvo
otro fin al criarnos que criarnos para tanta dicha y ventura.
¡Oh Santo y Divino Espíritu! Mira que no atinamos a emprender
los caminos que a Ti nos conducen.
El amor desinteresado que debemos a Dios, dueño y Señor nuestro,
no prende en nuestras almas; la mortificación continuada es un
ejercicio desconocido y estos dos ejercicios nos son tan
necesarios para ir a Ti.
¡Oh vida de nuestra vida y alma de nuestra alma!; como al
pájaro le son necesarias las alas para volar, que fue el fin
para el que fue criado. Así estamos nosotros, Santo y Divino
Espíritu, sin alas para volar hacia Ti.
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven como Maestro y enséñanos
desde este día el ejercicio de amor desinteresado; prende ese
fuego de amor divino en nuestras almas y con él es cierto que el
ejercicio de la mortificación le emprenderemos con gusto.
Ven, que viniendo Vos es cierto que todo está conseguido, que os
amaremos como debemos y os daremos el consuelo que Vos tanto
deseáis, que es el que gocemos con Vos por los siglos sin fin.
Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día cuarto
La mortificación
La mortificación para el que aspira a la santidad debe
ser lo que la respiración para el cuerpo; si ésta
falta, el cuerpo no puede tener vida; así nuestra alma, en lo
que se refiere a la santidad que desea.
Tanto tendré de santidad cuanto tenga de mortificación,
porque la santidad es todo lo contrario de lo que muchos creen;
muchos miran y aprecian por santos al que tiene éxtasis,
arrobamientos, visiones, revelaciones, dulzuras, consuelos y
otras mil y mil cosas que siente el alma en la vida espiritual.
Nada de esto es necesario para llegar a una grande santidad.
La santidad se adquiere por la mortificación y en ella
se perfecciona por la mortificación; a los muy
mortificados suele Dios darles a gustar de estas cosas como para
premiar su continuado trabajo.
Porque la mortificación continuada es el purgatorio en
vida a la naturaleza rebelde; ya sabe ella que para
gozar nos criaron.
Por eso nunca se logra el que se use de la mortificación y no
cueste trabajo su uso.
En otras cosas se adquiere como hábito y costumbre y esto hace
que no cueste; pero tratándose de mortificarse y
vencerse uno a sí mismo, para con ello agradar a Dios,
esto siempre cuesta.
Y por esto al continuado vencimiento en todo que el alma tiene,
con el fin único de agradar a Dios, es el darle Dios estas cosas
de dulzuras y consolaciones en premio.
Pero mirad, como os miráis en un espejo, en todos aquellos que
han querido ser siempre fieles al Señor. Miradles cómo lloran y
sienten y se avergüenzan cuando Dios les da a gustar estas cosas.
Cómo se valen de la misma prueba de cariño que Dios les da para
obligarle a que nada de esto les dé.
Pues animémonos nosotros a imitarles en esto y a mortificarnos
sólo por dar gusto a Dios con ello y manifestarle con esto
nuestro amor puro y desinteresado, para lograr con todo ello el
amor a Dios en esta vida y continuar amándole por los siglos sin
fin. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA QUINTO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Instrucciones graves que nos da este sapientísimo Maestro; y
digo graves, porque son tales que, cuando no las cumplimos, Él
huye de entre nosotros y nos impiden el adquirir la unión con
Dios.
Las instrucciones que hoy digo nos da este sabio, hábil,
prudente, discreto, activo, dulce y cariñoso Maestro, que todos
estos títulos merece, porque todo esto que de Él digo parece
que al darnos estas lecciones todo nos lo quiere transmitir y
grabar para que así como Él obra con nosotros obremos nosotros
con nuestros prójimos en general, ya sean amigos nuestros ya no
lo sean, o ya sean declarados enemigos; a todos quiere que
tratemos igual, con la caridad que Él nos enseña.
Estas instrucciones no nos las da ni nos las hace ver y entender
por medio de la luz que ya dejo dicho da al entendimiento; van
directamente a la voluntad, pues allí las deja como
impresas y grabadas en lo más íntimo de nuestra alma, con el
fin de que jamás se nos puedan olvidar, y si nosotros queremos
ser agradecidos a tantas manifestaciones de cariño y amor como
nos da este nuestro inolvidable Maestro, debemos tener estas sus
enseñanzas no como instrucciones, sino como mandatos.
Así los debemos poner por obra y con toda la aceptación de
nuestra voluntad.
Nos dice que hablemos y obremos siempre con sencillez
y que a nuestro prójimo nunca le hablemos ni tratemos con
doblez bajo ningún pretexto.
La sencillez, dice, que es el carácter propio de los hijos de
Dios y la doblez y fingimiento es propio de Satanás y
sus secuaces y que esta semilla la puso Satanás en el
corazón de la mujer y con ella la vanidad, cuando la sedujo a
cometer el primer pecado; y dice que es tal el aborrecimiento que
tiene Dios al que trata con doblez a su prójimo, que ninguno de
éstos entrará a gozar de su descanso.
Nos exhorta también a que con propia voluntad nunca hagamos
ningún acto, por pequeño que éste sea, y que debemos dar en
nuestro corazón preferencia de aprecio y estima a todos aquellos
que con sus contradicciones y privaciones nos ayuden a arrancar
de nosotros la propia voluntad.
Nos exhorta a que seamos exigentes con nosotros mismos,
encaminando nuestra existencia a toda virtud y perfección y a tener
mucha tolerancia con los demás; que tengamos siempre
mucha prudencia y obremos con discreción
y que andemos con mucho cuidado, porque Satanás,
nuestro común enemigo, siempre anda entre nosotros
sembrando cizaña para que nosotros cojamos la discordia,
que es el fruto que da la semilla que él tira y nos enseña los
modos y maneras que él tiene de disfrazarse.
Usa mucho el disfraz de falso celo, que es para
las almas consagradas al servicio del Señor la careta con que se
cubre y aparece enmascarado con apariencias de celo, porque,
quitando la posesión y vista de Dios, lo demás todo lo conoció
perfectamente; porque le dio el Espíritu Santo tan privilegiada
inteligencia que con ella conoció toda virtud y perfección;
pero no la quiso practicar y por eso sabe tan perfectamente el
oficio de seducir y engañar con virtudes aparentes y fingidas,
que es todo lo que él abarca aparentar y fingir.
Pues rebelándose contra Dios, en esto vino a parar todo su saber
y ciencia: a engañar, seducir, fingir y aparentar, y esto es
ahora todo su saber y ciencia.
Y toda esta su ciencia, sabiduría y poder los destruimos
nosotros con sólo que sigamos la verdad y con
esto sólo le dejamos avergonzado, humillado, confundido y en su
misma soberbia más y más abatido.
Vuelve a insistir en que nunca con doblez hablemos ni tratemos a
nuestro prójimo por lo desagradable que esto es a Dios; y nos
prohíbe hablar, decir y manifestar de cualquier modo o
manera que sea las debilidades, imperfecciones, faltas o pecados
de nuestros prójimos, y dice que el modo de tratar nosotros las
cosas que dejó dichas de nuestros prójimos es con Dios, para
pedirle gracia y perdón para ellos.
Nos exhorta como a viva voz y con mucha energía, contra
la envidia espiritual, que jamás nos dejemos seducir de
Satanás a cometer este pecado y el que lo comete es ladrón
declarado que roba a Dios la gloria y la honra que Dios se merece
y que todos estamos obligados a darle.
En contradicción a este pecado dilatemos nuestro gozo cuanto nos
sea posible, siempre que veamos u oigamos hablar en alabanza de
nuestro prójimo y jamás nos angustiemos con esos humillos de
envidia con que los imperfectos oyen las alabanzas del prójimo o
cuando los ven hacer algún acto de virtud, porque dice que el
que tiene este pecado está como dominado por él y cuanto ve y
oye del prójimo todo le da en rostro, como si le viera cometer
graves pecados, porque la envidia espiritual, al que la tiene, le
roe hasta las entrañas y la ruina espiritual del que esto tiene
es segura.
Y digo que a viva voz nos lo dice, porque hasta los sentidos
parece que participan instrucción.
Y nos enseña que cuando con falso celo nos veamos perseguidos,
acusados y reprendidos, guardemos riguroso silencio
y les abramos nuestro corazón lleno de amor y cariño, siempre
que ellos nos busquen, sin darles la menor muestra de
resentimiento. Porque, con todo, nos ayudan mucho a lograr más
fácilmente la santificación de nuestras almas.
También nos exhorta mucho a que no tallemos ni pulamos a
ninguno de nuestros prójimos, porque el que talla y
pule a otro está muy lejos de la propia santificación.
También nos exhorta mucho a que tengamos gran temor y
desconfianza no de Dios, sino de nosotros mismos,
cuando nos alaban y ensalzan, porque la alabanza, la honra y la
gloria que os dan no la merecéis vosotros, sino Dios que es el
que os ha dado todo cuanto tenéis, por lo que los hombres os
alaban y ensalzan.
Además, Satanás, nuestro común enemigo, sabe que de los
discípulos de esta escuela él poco saca, porque no tiene
posibilidad para entrar en esta escuela, por una parte, y, por
otra, aunque quiera andar por las afueras de ella escuchando,
nada adelantará, porque allí no hay ruido alguno; allí todo
pasa en quietud, reposo, silencio y todo en profunda reserva.
Es la reserva que allí se usa y ejercita tal, que todo cuanto
allí recibe el alma, todo en el centro del alma se queda
guardado y como escondido, para que ni Satanás ni las criaturas
puedan saber cosa alguna.
Y se recibe, porque bien se sabe que es dada una como natural
reserva de lo que la dan como si la pusieran un candado para
hablar, que mientras Dios no se la quita, no puede decir cosa
alguna de lo que entre Dios y el alma pasa.
Pero hay cosas que entre Dios y el alma se quedan reservadas en
el mismo Dios. Una comparación: Me lleva el Rey a su palacio y
me enseña las cosas que él tiene allí reservadas; de aquellas
cosas me da muchas a mí; yo las guardo en mi casa también
reservadamente y digo de lo que me enseñó sólo para que yo lo
supiera, lo viera y gozara sin otro fin más que éste, digo que
quedaron en el Rey reservadas.
Satanás, que anda tan solícito por saber, no puede lograrlo ni
halla medio de conseguirlo, y ¿qué hace entonces? Se vale de
las criaturas, a ver si lo puede lograr, y movidas por él dicen
alabanzas y ensalzamientos tales que las criaturas la suben hasta
el tercer cielo como a San Pablo, con el fin de ver si la pueden
hacer caer en algún pensamiento vano o en alguna complacencia
por donde él pudiera averiguar por dónde anda.
¡Oh Maestro inolvidable! ¿Qué son todos los sabios ante Ti? Da
este tu saber a todas las almas que Te están consagradas para
que con él se vean libres de todas las astucias de Satanás y
consigan con seguridad tu posesión eterna. Amén.
Obsequio al Espíritu Santo para este día quinto
Amar a nuestros prójimos puramente por Dios y como Dios
nos manda que amemos y como El nos enseña.
Amar a nuestros prójimos por Dios es el estar atentos en todo a
prestarles nuestros servicios, si en algo nos necesitan, sin
poner nuestros ojos en ellos, con el fin de ver si es nuestro
amigo o enemigo, si habla bien o mal de nosotros, si es
agradecido o ingrato a nuestros favores; porque si lo hacemos
puramente por Dios, Dios no se puede portar con nosotros mejor
que se porta.
El atributo de su bondad siempre está ejecutando sus bondades
con nosotros y nosotros, ¡con cuántas imperfecciones hacemos
las obras que pertenecen a su santo servicio!
Y esta infinita bondad no se retrae de darnos en abundancia su
gracia, sus virtudes, sus dones y sus frutos; no aspira sino a
enriquecernos y se goza y se gloría en vernos cargados de sus
tesoros divinos, y cuando Él nos ve llenos de estas riquezas,
como si se honra -¿qué digo como si se honra?- se honra de
veras en ello.
Y cuanto más nos da, más su infinita bondad quiere darnos.
Pues resolvámonos a amar desde hoy a nuestros prójimos
puramente por Dios y como Dios nos manda amarles y como Él
enseña.
Hemos de manifestar el amor a nuestros prójimos para cumplir
bien el mandato de Dios, no con los afectos de nuestro corazón,
que éstos son para Dios sólo, sino con las obras, gozándonos,
con toda nuestra alma y corazón, cuando vemos que los demás Le
alaban, Le honran, y Le engrandecen, y no sacar nunca alguno de
sus defectos, con lo que manifestamos lo aborrecible que nos es
el que Le alaben y ensalcen.
Esta conducta nuestra contrista grandemente al Espíritu Santo y
se da por ofendido.
Y así como quiere que nos gocemos en sus alabanzas, así quiere
que nos apenemos y de alma y corazón sintamos su deshonra y
menosprecio. Resolvámonos desde hoy a observar esta conducta con
nuestros prójimos y daremos con ello placer y contento a Dios,
que tanto se goza en que demos frutos de vida eterna. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA SEXTO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Camino por donde se adquiere la verdadera santidad: no es otro,
ni le hay, que con más seguridad nos lleve y con que más pronto
la santidad se consiga, que con el propio vencimiento y la propia
mortificación; difícil cosa para nosotros, pero es muy fácil
por la granade ayuda que tenemos en el Espíritu Santo.
¡Oh si todas las almas que aspiran a la santidad y que con
delirio la desean, se convencieran de esta verdad; pronto, muy
pronto, conseguirían lo que desean, porque es una pena, al menos
a mí me la causa, ver tantas almas aspirar a la santidad y no
hallan el medio de conseguir lo que desean!
Ellas meditan y oran mental y vocalmente, ellas ayunan y hacen
grandes penitencias, ellas visitan a los enfermos y socorren a
los menesterosos, se compadecen de todo el que sufre, comulgan
con fervor, oyen la Santa Misa con devoción, se confiesan con
verdadero dolor de sus faltas, no digo de pecados, porque todos
los que esto hacen, por la infinita misericordia de Dios no los
cometen; no digo que estén libres de cometerlos, pero por la
infinita misericordia de Dios no los comenten.
Y ¿cómo es que llevando esta vida no logran la santificación
de sus almas? Es porque les falta poner por obra lo principal que
hay que practicar para conseguir la santidad.
La santidad se adquiere muriendo uno a sí mismo en todo, y esta
muerte se adquiere con la mortificación de las pasiones, de los
sentidos y de los apetitos, esto en lo que toca al cuerpo; y en
lo que toca al alma, haciendo porque muera la propia voluntad, el
juicio propio y la vanidad y todos los apetitos del alma.
Conseguido el vencimiento de todo esto, es cierto, ciertísimo,
que llega esta alma a lograr la santificación. Difícil cosa de
conseguir, ¿a qué negarlo?
Si la miramos por la parte que toca a nosotros, ¡oh qué
difícil es adquirir la santidad!; mas si miramos a la parte que
Dios tiene en la santificación de nuestras almas, ¡qué fácil
cosa es alcanzarla!
Mirad qué difícil cosa hubiera sido a cada uno de nosotros
salir de nuestra niñez natural sólo por nosotros mismos; pues
esto mismo, tan difícil de lograr en lo que toca a nosotros, nos
ha sido cosa fácil de salir de ella a la sombra y amparo de una
madre que Dios nos dio, que nos cuidó y nunca nos dejó de
amparar, hasta que con sus cuidados y desvelos hemos logrado
llegar a nuestro completo desarrollo.
Pues esto que hemos logrado en la vida natural con los desvelos
de una madre, en la vida espiritual lo logramos con el esmero con
que nos enseña, instruye, aconseja y gobierna y nos defiende de
todos los asaltos de nuestros enemigos el Espíritu Santo.
Sin Él ni tenemos nada ni podemos nada; con Él lo tenemos todo
y lo podemos todo.
Él nos da todo el armamento que necesitamos y nos enseña la
más hermosa y bella instrucción, donde se aprende el manejo de
las armas para, con el manejo de ellas, salgamos siempre
vencedores, nunca vencidos, en los grandes combates que hemos de
tener con nosotros mismos, los mayores; después, con los amigos
y parientes, y toda esta presente vida con Satanás, nuestro
común enemigo, porque tan pronto como os resolváis a emprender
el camino que conduce a la verdadera santidad, es Satanás el que
se presenta a la pelea, no fía en sus satélites.
Antes de emprender este camino sí fía en ellos, y bien
desempeñan el oficio de diablos; pero a los que van camino de la
santidad no fía en ninguno, de todos desconfía; él por sí
mismo pelea, aunque de nada le vale.
Porque este Santo y Divino Espíritu nos hace entrar en un tan
fuerte castillo y allí, retirados del mundo, desconocidos de los
amigos y parientes, y hasta de nosotros mismos, luchamos y
vencemos y no nos damos apenas cuenta de lo que allí hacemos,
porque aquí el manejo de armas se hace con tal silencio, en tal
reposo y quietud, que ni el mismo que lucha y vence se da cuenta
que está luchando y venciendo; y hay luchas y derrotas brazo a
brazo con Satanás, pero eso es más tarde.
Ahora, a los principios, a amaestrarnos dentro de este hermoso
castillo, donde Satanás no sabe ni puede saber nada de nosotros,
porque tan pronto como él entiende que una alma emprende el
camino que conduce a la santidad, ya no la deja; la estudia
detenidamente todas sus aspiraciones, sus inclinaciones, sus
deseos, sus costumbres, sus amistades, hasta sus devociones, todo,
todo, con el fin único de seducirnos, engañarnos, sin tener en
ello otro fin que llevarnos a la hipocresía y fingimiento.
Porque a las almas que van camino de la santidad no las excitan
las pasiones; a los principios, sí; los apetitos son los que
excita desde que uno empieza la vida interior hasta que venga la
muerte; siempre tiene esperanzas de vencernos por aquí y
engañarnos y seducirnos con lo más santo, con lo mejor que hay.
Con la gracia, con las virtudes, con la misma santidad que
deseamos; por aquí nos entra.
¡Oh, si no fuera por el Espíritu Santo pronto nos derrotaba y
vencía!
Pero este Santo y Divino Espíritu con sus enseñanzas, consejos
e instrucciones, nos pone tan al corriente de todas sus
solaperías y astucias, que cuando él viene a la lucha ya
sabemos lo que busca, lo que pretende y todo cuanto él piensa
hacer de nosotros.
¡Oh lo que es el Espíritu Santo para nosotros en lo que se
refiere a lograr la santificación de nuestra alma!
¡Oh qué bien sabía Jesucristo la necesidad que todos y para
todo habíamos de tener del Espíritu Santo!
Por eso, cuando le seguían sus apóstoles y discípulos y les
hablaba por medio de parábolas y ejemplos, con aquel trato
familiar que con ellos tenía y no podía hacerles entender las
cosas, ni había medio de hacerles salir de su ignorancia y
rudeza, decía: ¡Oh qué deseo tengo de ser bautizado con un
bautismo de sangre!
Porque ardía su corazón en deseos de alcanzarnos cuanto antes
el Espíritu Santo.
Tenía como en reserva, guardado en su corazón, el pedir al
Eterno Padre este don, sobre todo don, y esperaba a que estuviera
pendiente en la Cruz para pedirle.
Porque la sabiduría del Divino Verbo era la que impulsaba a
aquel corazón amante a desear para nosotros y la que gobernaba y
dirigía a esta Humanidad Santísima; porque estas dos
naturalezas, unidas como estaban, cuando hablaba Jesucristo,
hablaba el Divino Verbo, sabía lo que pedía y cuándo y cómo
lo había de pedir para alcanzarlo.
Bien sabía el Divino Verbo, sabiduría infinita, que sin el
Espíritu Santo de poco nos valiera que el Padre nos criara y que
Él, habiéndose hecho hombre, nos redimiera; sin el Espíritu
Santo no podíamos llegar a conseguir el fin para el que
habíamos sido creados y redimidos, porque sin el Espíritu Santo
no podemos conocer a Jesucristo, y menos amarlo.
Y así como no podemos ir a gozar de aquella Divina Esencia, si
no es por Jesucristo, tampoco podemos ir a Jesucristo, si no es
por el Espíritu Santo.
¡Oh qué deseo ardía en aquel Corazón Divino de Jesucristo de
darnos el Espíritu Santo!
Para convencer a los apóstoles y discípulos de la necesidad de
dejarles, no halló otra razón más poderosa que decirles:
Conviene que me vaya; porque mientras yo no suba a mi Padre
no os ha de enviar al Espíritu Santo.
¡Oh corazón Divino! ¡Cuánto sufriste los tres años de tu
vida pública, viendo que desconocían los hombres de la tierra
la verdad y no había medio de hacerles entender las cosas según
verdad ni medio de hacerte entender ellos!
¡Oh lo que es el Espíritu Santo! ¡Oh y qué no hiciste para
alcanzárnosle! ¿Y por cuánto hubiste de pasar hasta que lo
conseguiste? ¡Oh Santo y Divino Espíritu! Con sobrada razón
enamoras con tus enseñanzas e instrucciones a todos los
discípulos de tu escuela para que todos amen con delirio a este
Corazón Divino que nos amó treinta y tres años con amor
sacrificado. Señal la más cierta del amor puro con que siempre
nos amó.
Tus exhortaciones siempre son a que amemos aquel Corazón herido
por amor nuestro, que no busca ni quiere sino nuestro amor; y que,
sediento, nada le refrigera sino el amor; nada pide, sino amor;
no vive, si no ama, y muere por ser amado.
¡Oh Santo y Divino Espíritu! Aumenta el número de almas
interiores que vengan a tu escuela y en ella aprendan a amar a
este Corazón Divino que tanto nos ama.
Y mirad que este Corazón que así nos ama es el corazón de un
Dios que para nada nos necesita; somos nosotros los que Le
necesitamos.
¡Oh almas interiores! Todas unidas hagámosle ramilletes de
mirra escogida y presentémosles a este Corazón angustiado por
la falta de amor que Le tienen los hombres, y digámosle que con
amor sacrificado siempre Le hemos de amar, y que sólo anhelamos
y pedimos el que nos sea su amor la única causa de nuestra
muerte. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día sexto
Poner por obra los medios de nuestra
santificación.
El obsequio que hemos de hacer este día al Espíritu Santo es
poner por obra y con resolución verdadera los medios de lograr
nuestra Santificación.
¿Cuáles son? Ya lo sabemos: el propio vencimiento y la propia
mortificación.
Difícil de practicar; pero si os resolvéis a entrar de lleno en
la vida interior, allí, en la escuela, donde tenemos por Maestro
al Espíritu Santo, con Él, ¡oh qué fácil es todo!
Porque apenas nos ve cobardes, Él arenga al alma de una manera
tal que el oírle es encenderse el alma en deseos de emprender
aún lo más difícil y con ánimo varonil entra en batalla
consigo mismo y con aquel valor con que lucha, negando a sus
apetitos lo que piden, sale vencedor en todo.
Y mirad el premio que le dan por haber luchado y vencido a todos
sus apetitos y de todos ellos salir vencedor; dan a todos los que
así luchan y vencen un premio regalado, no merecido; porque este
premio, que es un don de Dios, jamás el alma podía ponerse en
condiciones de merecerle.
Pero es tal el contento que Le damos cuando así luchamos y
vencemos, que por premio nos dan la grande ayuda para luchar y
vencer y con ella queda siempre Satanás vencido y derrotado, y
este premio que nos dan y este don que nos regalan es un modo de
orar sin interrupción, que no impide tenerle, ni el sueño, ni
el sueño, ni el recreo, ni el hablar con nuestros prójimos, ni
el comer, ni el trabajar, sea cual fuere nuestra ocupación, con
cosa alguna es interrumpida, y con ella se adquiere el trato
familiar que Dios con el alma tiene.
Mirad si queda nuestro trabajo bien pagado con lo que nosotros
jamás podemos merecer y tan gratuitamente nos lo dan.
En esta escuela del Espíritu Santo se llama a esta oración el
latir del corazón divino, por ser la ocupación continua de este
corazón amante.
Con ella glorificaba a Dios su Padre continuamente, empleando su
oración en la salvación de todo el género humano.
Pues trabajemos con nosotros mismos hasta darnos completa derrota,
para que nos sea regalado este don.
Y una vez que nos le den, sea también el latir de nuestro
corazón la salvación de toda la raza humana, y entre nuestro
Dueño y Señor en amistad con nosotros y jamás la perdamos; y
habiendo empezado en esta vida, dure por los siglos sin fin. Así
sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA SEPTIMO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Enseñanzas e instrucciones que nos da este Divino Maestro acerca
de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros grandemente nos
aprovecha.
No os quiero decir nada acerca de los inmensos consuelos y
dulzuras que el alma y el cuerpo, sentidos y potencias, sienten
en esta escuela dirigidos por un tan admirable Maestro como lo es
el Espíritu Santo, porque el buscar a Dios por lo que da, o por
lo dulce que es, es el medio de nunca gustar, ni sentir, las
dulzuras y consuelos que se desean, y además es el gran estorbo
y no pequeño impedimento para lograr la unión con Dios.
Todo se alcanza, todo se tiene, porque todo nos lo dan cuando
sólo a Dios buscamos por quién Él es, no por lo que da ni por
lo que nos ha prometido, sino sólo por quien es.
A Dios hay que buscarle, servirle y amarle desinteresadamente; ni
por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la gracia,
ni por el Cielo, ni por la dicha de poseerle, sino sólo por
amarle; y cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que
no queremos más que amor para amarle, y si nos llega a decir
pídeme cuanto quieras, nada, nada le debemos pedir; sólo amor y
más amor, para amarle y más amarle.
Esto es lo más grande que podemos pedir y desear, por ser Él la
única cosa digna de ser amada y apetecida, y convencidos de esta
verdad, pasemos adelante, hablando de lo que a Dios más Le
agrada y a nosotros grandemente nos aprovecha.
Es tan hábil para enseñar este sapientísimo Maestro, que es lo
más admirable ver su modo de enseñar. Todo es dulzura, todo es
cariño, todo bondad, todo prudencia, todo discreción.
Ya dejo dicho que no usa de palabras para enseñar, sino rara vez.
Entonces suena la voz en la escuela, pero sin verle. Mas el que
oye esta voz bien sabe que Él es, y se oye después que las
lecciones recibidas las ha puesto en práctica todas con amor y
desinteresadamente.
Ya dejo dicho que las lecciones en esta escuela todas hay que
ponerlas en práctica y si no se ponen es tiempo perdido y da su
merecido castigo.
Y el castigo que da es no abrirse la escuela hasta no haber
puesto en práctica las lecciones recibidas y no practicadas.
Y aunque se practique, el no haberlas practicado a su tiempo hay
que llorarlo y sentirlo con el verdadero sentir, que también
enseña, que es no sentirlo por el castigo o alguna otra mira,
sino sentirlo muy de corazón sólo por haberle a Él faltado y
por el disgusto que Le damos tan grande cuando con nuestro modo
de proceder Le obligamos a que nos castigue.
Como nos ama tanto..., tanto, es tan grande su sentir cuando a
castigarnos Le obligamos, que nos castiga, tanto por obligarle a
que nos castigue como por lo que hicimos mal hecho, pues no puede
dejar de castigarnos. Eso lo entendemos nosotros bien en esta
escuela.
Como es tan Santo y la santidad toda es justicia, si no castigara,
no digo el pecado, sino la imperfección, no sería perfecto; y
no ser perfecto en Dios sería una falta y en Él no cabe falta.
Porque en lo infinito no cabe falta y Dios es infinito en todo.
Y esto que es así, no lo sabemos por las lecciones que allí nos
dan; esto que ahora digo se aprende con su trato familiar que,
como Maestro, tiene con nosotros.
Es cierto y os hablo con verdad; creedme, que no se le ve, pero
se le siente, se le palpa, se le gusta, se le saborea, se siente
uno lleno de Él; se experimenta la transformación del alma en
Él, hecha por Él, porque esto el alma con cosa alguna no puede
lograr, ni adquirir, si gratuitamente el Espíritu Santo no se lo
da.
Porque esta Persona Divina es como la acción de Dios, que
desciende a nosotros para unirnos a Él y hacernos por amor como
una sola cosa con Él.
¡Oh verdadera riqueza! ¡Tesoro escondido! ¡Oh! ¿Dónde estás?
¿Cómo te han de hallar los hombres? ¡Salen fuera de sí para
buscarla y está este grande tesoro en el centro de nuestra alma!
Aquí ha puesto Dios nuestro gozo, nuestra alegría, nuestro
consuelo, nuestra paz, nuestra tranquilidad, el paraíso de la
tierra, donde se goza y disfruta del Cielo anticipado.
El gozar de esta escuela es tan consolador, que todos los goces
del mundo juntos no tienen a él semejanza. Mas queden
suspendidos los goces por ahora.
Sigamos el modo de enseñar de este tan admirable y sabio Maestro.
Con esa luz clara y hermosa que trae consigo y que la pone en
nuestro entendimiento y allí la deja, ve aquella verdad que pone
en el alma este sapientísimo Maestro. No tiene más que hacer el
entendimiento que mirar la verdad y la ve perfectamente con la
claridad de la luz, que para este fin le han dado; y
perfectamente la entiende sin trabajo alguno; la comunica el
mismo entendimiento a la voluntad y ésta la ama, o la detesta y
aborrece, según de lo que sea.
Porque si la verdad dada ha sido acerca de Dios, la voluntad se
lanza a amarla ciega y desinteresadamente; si es la verdad
recibida de sí misma, la voluntad no se mueve a amar, sino a
quitar, aborrecer y detestar.
Porque todas estas verdades conocidas con la luz que dan al
entendimiento, todas van encaminadas al conocimiento de Dios y al
propio conocimiento; y como en Dios, todo cuanto ve y entiende,
sabe que es digno de ser amado, la voluntad lo ama ciega y
desinteresadamente.
Y como en ella o en sí ve y entiende perfectamente que todo
cuanto hay es digno de aborrecimiento y detestación, lo detesta
y aborrece, con el firme propósito de trabajar cuanto pueda,
hasta lograr arrancarlo de sí.
Con el arte que se da para enseñar este tan hábil Maestro, todo
causa contento y gran placer. Y así como lo poco que se hace en
bien de nuestra alma, cuando no se anda en esta escuela cuesta
tanto, así, al contrario, cuando en ella se anda y en ella se
persevera, cuanto más se hace, más se desea hacer.
Cuando uno se convence de la necesidad que tenemos de dar muerte
al amor propio, al juicio propio y a la voluntad propia, y se
ponen en práctica las lecciones que da este Maestro Divino para
poderlo pronto conseguir, no hay palabras para expresar la dicha
que el alma siente. Porque esto de hacerse uno señor de sí, no
se sabe qué cosa es hasta que se consigue.
A este señorío no hay cosa que le supere si no es la posesión
de Dios en la bienaventuranza de la gloria. Es el paraíso en la
tierra.
En esta práctica y con estas muertes quedan rotas todas las
cadenas de la propia esclavitud; y con este señorío es uno tan
dichoso, que no hay acá en la tierra dicha que a ésta se pueda
igualar; y a esta dicha la sigue otra eterna, la posesión de
Dios por amor en esta vida, dicha tan grande, que por todos los
martirios que hubiera que pasar, pasaría el alma y el cuerpo;
porque esta dicha todo nuestro ser la siente, la gusta, y saborea
el raudal de tan inmensas dulzuras.
Y trae consigo el mismo goce la bienaventuranza de la gloria,
porque se deja traslucir un no sé qué..., que no hay palabras
para expresar lo que esto es.
Es como un grabado o sello impreso que pone el amor de los amores
en lo más íntimo de nuestra alma.
¡Oh vida mía! ¡Mi todo en todas las cosas! ¡Fortaleza mía!
¡Cómo preparas al alma con tu misma fortaleza! ¡Oh! ¿Cómo es
que vive y no muere el que esto recibe, pues todo tiene fuerza
sobrada para acabar con la vida natural?
¡Oh cómo hieres y sanas! ¡Cómo es para morir esta vida
natural! Y ¿cómo es que no muere, pues tanto lo desea?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¿Quién me diera el poder de
poder hacer que todos emprendieran la vida interior del alma,
para que fueras conocido y todos te desearan y buscaran, para que
todos contigo, con tu ayuda, con tu gracia y tus bondades,
lográramos la posesión de Dios por amor en esta vida, para con
esto asegurar la bienaventuranza de la gloria, donde la seguridad
es completa de no poderle perder y por los siglos sin fin amarle
cuanto uno puede amar?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Date a conocer a las almas que
buscan, quieren y con delirio desean la santificación de sus
almas! ¡Mira cuán gustosas han de venir a tu escuela y han de
practicar con entera voluntad tus lecciones!, y tendrán el
consuelo de tener a quien dar tus riquezas y tus glorias, el
tiempo y por los siglo sin fin, como Tú lo deseas, Santo y
Divino Espíritu. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día séptimo
Hacer firme propósito de no buscar cosa alguna que huela a
consolación, sino hacerlo todo por sólo servirle y darle
contento a Dios.
Es también un poco difícil el hacer las cosas y no buscar
algún consuelillo en ellas; porque todo nuestro ser sabe que
para gozar y sólo para gozar fuimos criados; pero, pobrecillos
nuestros primeros padres, Adán y Eva, los engañó y sedujo
Satanás.
Pero esto no lo sintamos, porque nos remedió el Señor nuestro
Dios ante el mal con inmensas ventajas. Entrad en la vida
interior y veréis qué comparación hay entre lo antes prometido
y lo que ahora nos es dado. Mirad lo que quiere y desea que
hagamos el Espíritu Santo.
El que hace esto, da a Dios un grandísimo contento y a nosotros
nos atrae grandes ventajas.
Mirad; poned vuestros ojos y corazón en no cometer faltas
deliberadas o a sabiendas, como yo digo; y no dar a nadie, ni a
persona, ni a cosa, algún afecto del corazón, por pequeño que
él sea.
Y después de hacer esto, os sentís en la oración con sequedad
y vais a Misa con sequedad y comulgáis con sequedad y hacéis
todo con sequedad, y los vencimientos que Dios os pide los
hacéis costándoos mucho, pero si los hacéis, aunque sea
llorando, por lo mucho que cuestan, no temáis.
Al menos yo bien de ello he llorado, porque me quería vencer y
no podía vencerme; pero, al fin, lo hacía.
Siempre que os examinéis y no halléis faltas deliberadamente
cometidas, no temáis; yo, si os viera y tratara, por esta
sequedad os daba la enhorabuena; porque el hacer las cosas que
pertenecen al servicio de Dios en sequedad, es señal inequívoca
que a sólo Dios buscamos y que por puro amor a Él lo hacemos.
Esto bien nos lo enseñan que es así en esta escuela divina,
donde el Maestro es el mismo Dios.
¿Y quién mejor que Él sabe lo que le agrada y desagrada, lo
que es mejor y lo que no es tan bueno, y lo que de suyo a
nosotros nos aprovecha o daña? ¿Quién mejor que Él para
saberlo?
Cuando el consuelo nos mueve a hacer las cosas del servicio del
Señor, creedme, no buscamos ni nos movemos a hacerlo por Dios:
nos mueve a ello nuestro amor propio y lo hacemos buscándonos a
nosotros.
Pues a echar a un lado los goces; que para gozar, una eternidad
de sólo goces nos está preparada; a padecer y más padecer por
amor de Aquel que dio la vida por nosotros. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA OCTAVO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
La gran batalla que Satanás prepara para el alma, cuando la ve
que persevera en su camino comenzado. Sufrimiento del alma en la
batalla; el gran contento que damos a Dios con ella y lo que nos
dan por haber peleado, no merecido, sino dado por el amor que nos
tiene.
Cuando el alma se resuelve a no querer nada si no es el seguir a
su amado Redentor, y poniendo en Él fija su mirada con el único
fin de hacer por Él, si pudiera, lo que ve que ha hecho y
sufrido por ella su adorable Redentor, enfurecido Satanás,
prepara una gran batalla y a ella trae todo su ejército infernal.
Pues, ¿qué quiere?, ¿qué busca?, ¿qué pretende conseguir de
nosotros Satanás que trae consigo todos sus moradores?
Según enseñanzas de nuestro inolvidable Maestro, se propone
arrancar de nosotros las tres virtudes teologales. Pero donde va
directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida
ésta, fácil cosa le es conseguir las otras dos; porque la fe es
como el fundamento donde se levanta todo el edificio espiritual,
que es lo que él quiere y desea y pretende destruir.
Dios entonces calla; no le impide su intento, antes prepara los
caminos para que sea más ruda la batalla.
Y también Dios tiene en ello sus fines porque el prepararle los
caminos es para dejarle en la batalla confundido, burlado y
derrotarlo con la más completa derrota, y salgamos nosotros
vencedores de esta batalla y quedemos invencibles en lo por venir.
Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos
de menos es la luz clara y hermosa que nos había Dios dado, para
con ella conocer la verdad.
La escuela se cierra; la memoria y la razón, por la fuerza del
dolor y sentimiento que el alma tiene, parece que se ha perdido.
¡Pobre alma! Quiere buscar a su Dios, y no sabe. Le quiere
llamar, y no puede articular palabra. Todo se le ha olvidado; con
tan profunda pena, se siente sola, sin compañía ninguna.
¿A qué compararé yo este estado? Nada hallo, si no es a esas
noches de verano, en que se levantan de repente esos nublados tan
fuertes y horribles, que por su oscuridad tenebrosa nada se ve,
sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando,
aires huracanados, que recuerdan la justicia de Dios al fin del
mundo, el granizo y piedra, que parece que todo lo va a destruir.
No hallo cosa a qué poderlo comparar: sola, sin su Dios, siente
venir a ella como un ejército furioso, que la gritan que está
engañada, que no hay Dios, y la cercenan por todas partes,
llenos de retórica que la dan conferencias, sin ella quererlo,
pero no la dejan un punto, y con razonamientos tan fuertes y
violentos, que a la fuerza la quieren hacer creer que no hay Dios,
y con horribles bocachadas, que no hay el tal Dios a quien ella
busca, y como con poder sobre las potencias para no poder ni
discurrir ni creer otra cosa si no es aquello que a la fuerza y
más que a la fuerza quieren hacer entender y creer a uno que
nada más se crea lo que ellos dicen, y a ninguna otra cosa más
se crea.
Allí está el alma toda oprimida con la más profunda pena,
porque no sabe qué hizo para perder tan pronto a su Dios y la fe
que en Él tenía; pues se ve entre tales consejeros por todos
tan angustiada, que siente tienen su alma oprimida como uvas en
el lagar; así, para no dejar en ella ni rastro alguno de fe.
Aquí enferma el alma de tanta pena, viendo que perdió a su Dios,
y Le perdió para siempre por haber perdido la fe.
En esta tan inmensa y como infinita pena, allá a lo lejos y como
una cosa que se soñó y que no se sabe que se ha soñado, se
acuerda de la Iglesia y del amor que a ella debemos tener, y este
recuerdo, como cuando a uno le ha faltado el conocimiento, y al
volverle, quiere hablar y habla como entrecortadas palabras, así
el alma sin voz, y tartamudeando, como que atinó a decir: me uno
a las creencias todas de mi madre la Iglesia y no quiero creer
ninguna cosa más.
Y sin poder decir más, ni hablar, ni entender, así pasé meses
y meses hasta pasados dos años.
Tenía dieciocho años cuando esto pasó por mí, y cuando tanto
yo sufría y lloraba sin consuelo la pérdida de mi fe, he aquí
que amaneció para mí el día claro y hermoso.
Y así como yo, sin saber nada, en este estado vi que me metieron,
también ahora vi y sentí que de él me sacaron. Y cuando yo
tanto lloraba la pérdida de mi fe, me vi de ella hermosamente
vestida.
Tanto, que por toto pasaría antes que perder la fe; y si por un
imposible, hasta la cabeza de la Iglesia dijera que no había
Dios, yo le diría: existe Dios, y en testimonio de mi creencia,
despedácenme, pues hambre y sed tengo de verle.
¡Oh, lo que es Dios! ¡Oh, sapientísimo Maestro mío! ¿Por
dónde me llevaste, para darme lo que me diste? Me desnudaste de
la fe que yo tenía, para vestirme de una fe que nadie me podrá
arrancar. ¡Oh Maestro mío, Maestro mío! Como eres, ¿quién te
conocerá si Tú mismo no te das a conocer?
Admirable eres en tu modo de enseñar, y más admirable en tus
enseñanzas; pero eres inmensamente más admirable, cuando al
entrar en el combate y al empezar la batalla me dejas sola y Te
ocultas y ocultándote me ayudas en la pelea, para que salga de
allí con el más glorioso triunfo, dejando a Satanás vencido,
humillado ante sus satélites y derrotado con humillante derrota.
Y yo salí de allí con tal fe, que nunca mayor tuve; y bien
puedo decir con verdad: Maestro mío, que habiéndome Vos vestido
de una fe, porque pasada esta tan cruel batalla, por ser con
Satanás la pelea, me han dado a gustar, tener y sentir, poseer y
gozar cuanto creí; por eso digo, que habiendo echado en mi alma
hondas raíces la fe, que nadie me la podría arrancar, y
habiéndome Vos vestido de tan brillante fe, vivo sin fe; porque
ahora tengo ya en posesión lo que creía y esperaba.
De la esperanza, ¿qué diré?, ¿que la tengo o que no la tengo?
Diré, que ya tengo en posesión y en alto grado más de lo que
yo esperaba.
¿Y de la caridad? ¡Oh, se dilató mi corazón para amar! Ardía
en deseos de amar, me dieron amor por amar; y este amor que me
han dado, tal hambre de amor me da, que me excita el deseo de
amar a Dios cuanto debo, y no le puedo saciar.
¡Oh Maestro mío, mi todo en todas las cosas, y mi todo en cada
una de ellas! Date a conocer, pues que los hombres no Te conocen;
date a conocer siquiera del pequeño número de almas que Te
están consagradas. ¡Mira que éstas viven en la paz,
tranquilidad y reposo que Tú buscas, para poner en ellas tu nido.
Mansa, pura, casta y sencilla paloma: déjalas sentir el amoroso
arrullo de tus castos amores, y de Ti quedarán prendidas y
enamoradas para siempre. Acuérdate, bondad suma, que el Criador
nos dio un corazón para amar y ser amados, y no hallan sino
amores falsos, fingidos y rastreros. Demuéstrales este tu amor,
puro, casto, desinteresado, fuerte, dulce, afable, consolador,
constante, duradero, que se dilata más y más cada día, que ni
la muerte les separa, pues pasa a los confines de la eternidad, y
allí por aquellas eternidades se dilata, y dilatado, ama por los
siglos sin fin, mientras dure tu existencia que pasa y traspasa
las eternidades, porque las eternidades Tú las formaste, todas
salieron de Ti, vida que siempre viviste en dilatados amores, y
con ellos amáis a todos cuantos quieren ser de Ti amados. ¡Haz
que entiendan esta verdad, dulce bien mío!
¡Saca a las inteligencias de tanta ignorancia e ilumínalas con
tu luz clara y hermosa, y que vean con ello lo infinito y
dilatado que es tu amor; haz también que no quieran ni busquen,
ni deseen otro amor que el tuyo, y correspondan a tu amor!
¡Cielo de los mismos cielos! Tenga yo el consuelo de verte
conocido y amado de todas tus criaturas.
¡Oh! ¡Qué será verte por los siglos sin fin, dilatar las
venideras eternidades, para los que Te han buscado, servido y
amado, y dilatarlos en dilatados amores, los más puros y
deleitables, como son los que brotan de la pureza y santidad de
Dios, Divina Esencia, de las divinas perfecciones que en Él
están encerradas, y de ellas gustar, sin que nadie nos lo pueda
impedir, ni estorbar, ni disminuir; antes bien, aumentar!
¡Oh! ¿Qué será este vivir? ¡Señor, aquí me tienes! Ya
sabes lo que te quiero decir, y dame por ello, el que se cumplan
en tus criaturas tus designios amorosos en el tiempo para que
continuemos por los siglos sin fin. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día octavo
La confianza en Dios
El obsequio que hemos de hacer este día al Espíritu Santo, es
no desconfiar jamás de Dios, ni entregarnos al desaliento;
porque es el camino trazado por Satanás para llevar las almas a
la desesperación.
Nunca la deis entrada en vuestro corazón a la desconfianza y al
desaliento; mirad a Judas en qué vino a parar por entregarse al
desaliento. Y mirad a Pedro lo que fue por la confianza en Dios.
¿Por qué le llamó nuestro dulce Jesús a Judas, amigo, y a
ninguno llamó con este nombre sino a él? Fue para alentarle a
la confianza en Él.
¡Oh si Judas en aquel momento que el Señor le llamó amigo
hubiese reconocido y llorado su pecado! ¿Creéis que Judas se
hubiera desesperado y por lo tanto condenado? No.
Nuestro Maestro inolvidable, hablándonos de la grande falta que
cometemos, cuando de Él desconfiamos, nos dice: que Judas, si
hubiera ido a Jesucristo, confiando en Él que le perdonaría su
pecado, no sólo le hubiese perdonado, sino que le hubiera tenido
siempre como amigo y con obras le hubiera mostrado el título de
amigo que le dio.
Pero Jesucristo solo no pudo salvarle; porque Dios que nos crió
sin nosotros, nos dice ese sapientísimo Maestro que no nos
salvará sin nosotros.
Y ésta es otra prueba más del amor que nos tiene, por
habérnoslo así manifestado. Porque sabiendo Dios, como sabe, lo
astuto que es Satanás y lo que trabaja para que de Dios
desconfiemos y no acudamos a Él, así cuando pecamos y Le
ofendemos, como cuando Le damos gusto y contento en todo, ¿qué
es lo que quiere Dios que hagamos? Siempre ir a Él con la misma
confianza.
Pues qué, ¿nos ama menos Dios que nos ama nuestra madre? Mirad:
siempre nos mira Dios como niños; porque siempre en lo que a Él
se refiere, como niños obramos.
Cuántas veces en nuestra niñez nos advertía nuestra madre:
mira, no hagas tal cosa, que te vas a hacer daño; mira que te
pego si haces tal cual cosa. ¿La hacíamos? Y al pie de la letra
nos sucedía lo que nuestra madre nos había dicho.
Y ¿qué hacíamos? Pues gritar, y más gritar, llorar y decir:
madre..., madre. Y si el daño que nos hicimos fue grave,
¡cuántos ayes dábamos a nuestra madre!, y no fiábamos ni de
nosotros mismos, ni de nuestros amigos, ni de vecinos, ni de
parientes, porque sabíamos que más que todos nos ama nuestra
madre.
Así en lo espiritual. Aunque nos pegue y nosotros lo sepamos,
clamamos por nuestra Madre. Y nuestra Madre, ¿qué hace entonces?
Ni aun nos castiga. Porque viendo el grave daño que tenemos,
pone sus ojos en curarnos y nada más. Y con título amoroso nos
demuestra lo mucho que nos ama y lo que siente nuestro daño.
Pues si Judas, en lugar de desconfiar y entregarse al desaliento,
como tierno niño que llama a su madre, hubiera llamado y pedido
el perdón a Dios, Dios con entrañas que tiene más amorosas que
las de una madre, le da su gracia, le ayuda con ella al
arrepentimiento y dolor y todo quedaba remediado; Dios satisfecho
y Judas en la amistad y gracia de Dios otra vez.
¡Oh, cuánto se apenó Jesucristo por no haber Judas observado
esta conducta!
¡Pues no Le apenemos también nosotros! ¡No nos entreguemos a
la desconfianza y desaliento! Llamémosle siempre que cometamos
imperfecciones, faltas y aun pecados graves.
Que Él, con su gracia y con su ayuda, remedia todos nuestros
males, y quedamos tan perfectamente curados, como si nada nos
hubiera ocurrido. Y observando siempre esta conducta, seguros
estamos de poseer a Dios por los siglos sin fin. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA NOVENO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
La última batalla que Satanás tiene con el alma, la más astuta
que ha podido discurrir su saber y su malicia, pues lleva por fin
en sus intentos el robar a Dios lo que es de Dios, y al alma
llenarla de soberbia y con ella lograr el separarnos de Dios para
siempre.
Viendo Satanás que con todo lo que él ha hecho para arrancar la
fe del alma no ha podido lograr su intento, entra en sospecha si
Dios habrá intervenido en la pelea; sospechoso de esto, se
resuelve a no entrar ya él en lucha con nosotros directamente ni
con ninguno de sus secuaces, sino hacer que lo hagan las gentes
que nos tratan y hasta el mismo confesor, no diciendo éste
nuestros pecados, porque en esto tiene que dejarse matar primero
antes que decir ningún pecado; pero de lo que no es pecado puede
decirlo sin faltar, y a esto es movido por Satanás. Y movidos
por Satanás, he aquí que las gentes del mundo, sin fundamento y
sin verdad, empiezan a decir: unos, que hacen grandes penitencias;
otros, que tienen éxtasis, revelaciones, visiones, que son muy
amados de Dios y favorecidos, y así otras mil cosas.
Y así como por medio de las campanas en un instante sabe todo el
pueblo que hay quema y dónde la hay, así las criaturas, movidas
por Satanás, hablan e inventan cosas que no hay. Todo movido por
Satanás.
Porque ¿qué le importa a él que no haya verdad en lo que dicen
para lograr lo que él intenta con todo ello? La cosa es, que
tales cosas levantaron y dijeron, que con todo ello le dio la
gente por santo. Y así en adelante la gente le llama y le
apellida.
¡Pobre alma! ¿Qué sería de ti si no fuera por lo que has
visto y aprendido en esta escuela divina, donde te dan por espejo
a Dios, y en Él te miras y no dejes de mirarte hasta que bien te
conozcas?
¡Oh! ¿Qué sería de ti, pobre hijo de Adán, si no te hubieran
hecho ver con aquella verdad con que ves y palpas las astucias de
Satanás y todos los intentos que se propone? Y ¿cómo te
hubieras ahora escapado de sus garras, con el saber y poder que
tiene, pues todo se lo dejó Dios, y él lo emplea todo en
seducirte y engañarte astuta y maliciosamente?
¡Bendita seas, Luz Divina! ¡Mil y mil veces seas bendita!
Porque con tu claridad conocí a Dios, grandeza suma, santidad
consumada, fuente y manantial de toda perfección, verdad
inmutable, poder infinito, vida verdadera, por quien yo vivo y en
quien tengo la vida segura; pues por Él no la he de perder,
porque Él me dio la verdadera vida del alma que hoy tengo y vivo;
si hay algo en mí que no es pecado, de Él es; y si hay algo que
merezca alabanza, Él me lo ha dado; yo de Él lo he recibido; yo
nada mío tengo, porque soy la misma nada.
El barro fue mi principio y la tierra es la herencia de todo mi
linaje. ¿Quién, si no es Dios, merece alabanza?
¡Oh! Anatema sea el que pronuncie alabanzas, y no las encamine a
Dios, que es la única cosa digna de ser alabada. ¡Oh, lo que
somos cuando tu luz sobrenatural no ilumina nuestras
inteligencias! Ladrones somos, pues te robamos la alabanza que
Tú mereces y la damos a las pobres criaturas. Somos pobres
ciegos, pues no vemos la verdad. Somos ignorantes, pues ignoramos
dónde está la verdad y dónde tiene su principio. Somos unos
necios, pues necedad y grande necedad es el creer que una
criatura puede ser lo que la llaman y apellidan, cuando por sí
sola ni un paso acertado y menos bien dado puede dar por el
camino que a la santidad conduce. Somos insensatos, porque,
¿qué mayor insensatez se puede cometer, como la que nosotros
cometemos, cuando vemos que la infinita bondad de Dios, viendo la
pobreza de su criatura, la viste de sus virtudes y la adorna con
sus dones, y la favorece cuando ve su miseria y ruindad, y en
lugar de engrandecer y alabar la bondad de Dios que se lo da,
alaban a la pobre criatura que lo ha recibido?
¿Habrá mayor insensatez que ésta? Tú, que alabas los ayunos y
penitencias hasta tal punto, y que le llamas y apellidas santo.
¿Sabes tú si en lo que hace, obra con la pureza de intención
que debe, o si da a Dios en ello lo que Él le pide o deja de
hacerlo, y lo que no debe hace, o haciéndose querer por lo que
obra, por lo cual Dios grandemente se disgusta, y tú le llamas y
apellidas santo?
¿Acaso Dios se paga con exterioridades, como nos pagamos
nosotros? ¡Oh, que la verdadera santidad no la puso Dios tan
fuera! La puso dentro y muy dentro, y allí quiere Dios que la
busquemos, y allí sólo la veamos, y por lo que allí hay,
juzguemos.
¡Y qué difícil es esto de conocer! Está allá en lo más
íntimo del alma y del corazón; tan oculta y escondida a todos.
Si no es Dios y nuestro entendimiento que allí se meta y vea lo
que Dios aprueba y reprueba, ¿quién lo podrá saber? Si allí a
nadie le es permitido entrar; ha dispuesto Dios, Sabiduría
infinita e increada, que nadie pueda penetrar, si no es Dios y la
misma alma, y allí sin ruido de palabras, los dos secretamente
se hablen y se entiendan.
Y esto que ha dispuesto Dios, al pie de la letra se cumple. Pues
¿cómo y por qué alaban sin saber? ¿Quién los mueve a ello?
Nadie, sino Satanás.
Porque como Satanás quiso privar a Dios del contento que tenía
en amar y ser amado del hombre, ahora es el instrumento que Dios
tiene más útil y más a propósito para labrar, tallar y pulir
a todos los verdaderos santos.
¡Oh! ¡Cómo no escarmentará con las derrotas que ha llevado!
Pero ¿cómo va a escarmentar, si la soberbia y la venganza y la
envidia es como su vida? La rabia es mal que nunca se quita;
muriendo se acaba. Y como él no pudo morir, siempre vive y
vivirá en rabia y desesperación.
Como tiene tanto poder y tanto saber, y es tan malicioso y
vengativo, tan mentiroso y traidor, hasta está poseído que nos
ha de engañar; si no es por un camino, por otro.
Y aquel que tienen dominio sobre todos los poderes del infierno,
calla, le deja que maniobre. Y cuando Satanás y todo su
ejército tiene ya todo preparado, he aquí que el alma, con su
Dios, derrota a Satanás y a todo su ejército dejándoles a
todos burlados y confundidos.
Y sin Satanás saberlo, contribuye a que el alma, más y más
enamorada de su Dios, Le ame, Dios más se complazca en el alma y
más la ame, y salida de la pelea adquiera el alma, por su medio,
un estado, al cual jamás hubiera acaso llegado y ahora en
posesión lo tiene, pues se lo han dado como en regalo por la
pelea, lucha y combate que con él ha tenido.
¡Oh qué modo tienes tan divino, Maestro mío inolvidable, de
enseñar al alma, y por la propia experiencia hacerla ver y
sentir las mismas cosas en tu sabiduría inmensa! ¡Dios
inmutable en las batallas!
Pues lo más grandioso, lo más hermoso, lo más consolador y
bello es verte vencer sin luchar, derrotar sin destruir, sin ser
visto, ni sentido, ni oído de tus contrarios. La paz, la
tranquilidad, el reposo y la quietud son las armas que Tú
enseñas a bien manejar, y con su manejo destruir a cuantos
quieran pelear. Haz, Señor, que con estas armas luchemos siempre,
para que quedemos vencedores de nosotros mismos, y triunfando de
nosotros mismos, dejemos a Satanás para siempre derrotado y
confundido. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este
día noveno
Hacer todas las cosas con verdad
El obsequio muy agradable al Espíritu Santo es hacer todas las
cosas en verdad y con verdad, y según Le gusta a Dios que las
hagamos. Y una de las cosas hechas y dichas en verdad y con
verdad es que ni alabemos, ni vituperemos, ni deseemos, ni
rechacemos cuando en todo ello no echemos de ver la verdad.
Alabar con verdad es cuando alabamos a los Santos beatificados
por la Iglesia. Esto lo quiere Dios y es muy de su agrado.
Pero alabar a los que entre nosotros viven, porque les veamos
favorecidos de Dios, esta alabanza no es dada según verdad.
Porque si se quiere alabar lo que se ve bueno en uno, alábese a
Dios, que es el que se lo da y no se alaba a aquel a quien se lo
dan.
En esto hemos de hacer lo que hacemos cuando vemos a un pobre
vestido por la caridad de un rico; que luego los unos y los otros
decimos cuando al pobre le vemos: Mira, ese traje y todo lo que
lleva ese pobre se lo dio don Fulano, y nombramos a ese
caritativo. Y con esto hacemos una cosa, según verdad.
Porque si en lugar de alabar al que se lo dio alabamos al que lo
recibió, si nos lo oye una persona de buena inteligencia y
sensata, nos diría, y con sobrada razón: ¿Por qué no alabas
al que se lo ha dado y no al pobre que lo ha recibido? ¿No ves
que eso no está bien y, por tanto, no se debe hacer?
Tampoco nos hemos de angustiar cuando nos vituperan, ni hemos de
desear que nos alaben, porque tampoco en ello hay verdad.
Ver a uno hacer una cosa que está bien hecha y es razonable que
así lo haga, y que al que lo hace le alabamos y le tenemos por
santo
Sepamos todos que con esta alabanza hacemos el oficio de Satanás.
Y es que todos los hijos de Adán tenemos una tendencia a la
vanidad, como natural en nosotros, que todos hemos de hacer lo
que podamos por arrancarla. Y que esto es verdad, vedlo en todos;
alabad a uno, nunca por ello se pierde la amistad.
Decid a uno lo que decimos a un enfermo: mira que no estás bien;
te he notado esto y esto, que son síntomas de enfermedad; él no
se resiente, pero decirle que tiene tal y tal defecto, veréis si
pierde o no la amistad.
¿Qué es esto sino efecto de la vanidad que reina en nosotros?
Pues ni alabemos ni queramos ser alabados, y habremos dado un
paso por el camino de la verdad.
Y si queréis alabar, alabad a Dios, que es el que nos da cuanto
de bueno tenemos, y con esto habremos hecho una cosa muy del
agrado del Espíritu. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DIA DÉCIMO
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente;
que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que
existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades
y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.
Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar
estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu
infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no
oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un
desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por
lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de
alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el
fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en
Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda
dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y
hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no
somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni
podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque
no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me
partiera el corazón en mil pedazos! ¡Oh que de un encendido
amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para
que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido
por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a
Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por
los siglos sin fin. Amén.
Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza,
honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas
Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una
después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina:
que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu
grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la
alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay
honra ni gloria digna de Ti.
¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas
igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti
existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo;
sólo es desconocida la tercera Persona, que es
el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo
hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien
nos santifique y a Ti nos lleve.
Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el
Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para
concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin
Él bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu
posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera
por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
En entrando el alma en esta escuela divina, donde el Maestro que
enseña es el Espíritu Santo, si el alma pone en práctica todo
cuanto aquí la enseña, no es andar ni es correr ni volar; es ir
camino de la santidad con la ligereza y prontitud con que va a
todas partes nuestro pensamiento.
En esta escuela, abierta por el Espíritu Santo en el centro de
nuestra alma, se aprende una ciencia sobre toda ciencia humana.
Los libros de esta escuela son dos: el primero que damos nosotros
tiene dos partes.
Se llama este libro la humanidad de nuestro adorable Redentor. La
primera parte toda ella contiene los hechos externos de
Jesucristo, divino Redentor nuestro.
Esta primera parte de este libro se estudia hasta que con el
continuado estudio queda en nuestra memoria como un dibujo, y
esto es para que siempre y en todas partes andemos en su
presencia, y con esto que logremos nos dice nuestros Maestro que
nos basta.
La segunda parte de él contiene la práctica de su contenido. En
la práctica cada uno lo ha de hacer según sus fuerzas y según
su capacidad; porque en esta escuela, aunque todos hemos de
practicar las mismas cosas, como nuestro Maestro es tan prudente
y discreto, tan compasivo y misericordioso, que nunca nos exige
más de lo que cada uno puede, quiere que pongamos los ojos en el
libro que El nos da y cada uno haga allí lo que en el libro vea.
Porque esta humanidad santísima de nuestro Redentor, aunque para
todos es el libro abierto que ha de comprender y practicar, pero
este Maestro inolvidable nos enseña y dice que también es el
gran arquitecto, que dibuja y traza y levanta los edificios muy
distintamente los unos de los otros.
En todos pone los mismos cimientos y emplea los mismos materiales;
pero en su modo de levantarlos hay inmensa variedad.
Porque mientras a unos los levanta poniendo en ellos un solo piso,
a otros con dos, a otros con más, y a algunos los levanta a
grande altura, y a otros les pinta y hermosea por dentro,
dejándolos muy lisos por fuera; a otros los hermosea por fuera
como por dentro; a otros los levanta en sitios donde no son
conocidos ni vistos de nadie; a otros los pone para que de todos
sean vistos y conocidos.
En fin, todo lo hace como su grande sabiduría lo traza, lo
quiere y dispone. Lo que quiere es que cuando veamos a uno de los
discípulos de esta escuela que le levanta Dios a grande altura y
a nosotros nos deja, que le ayudemos a dar gracias a Dios, porque
se digna fijar en él su mirada y no cesemos de dar gracias por
ello, pero jamás a la criatura la ensalcemos ni alabemos, porque
nosotros no podemos saber si merece alabanza por lo que tiene o
merece desprecio por lo que hace.
Porque al ver la disposición en que se hallan el corazón y el
alma, que es lo que Dios mira y por lo único que se disgusta o
complace, esto no lo podemos nosotros ver, porque en el corazón
y en el alma, ¿quién puede entrar si no es Dios? Nadie más que
Dios.
Cada uno en sí mismo vea lo que a Dios Le agrada y lo que Le
disgusta.
Pongamos nuestros ojos en ver el interior de Jesucristo, para ver
la disposición de aquella alma bendita y de aquel corazón
amante, cómo obraban y el fin que llevaban en todas sus acciones,
para nosotros hacerlo por los mismos fines que Dios hecho hombre
obraba.
Y esto muy bien se ve y se aprende en esta segunda parte del
libro, que es en lo que nosotros hemos de insistir únicamente.
El segundo libro que hay en esta escuela está sólo a la
disposición de nuestro Maestro. No nos lo explica, porque este
libro, todo lo que él contiene, está sobre todo el entender de
toda inteligencia humana.
Y para que tengamos una idea clara y verdadera de lo
incomprensible que este libro es, ¿qué hace?
Como es tan sabio, tan poderoso y sutil para enseñar, cuando
estamos ya al final de la práctica de la segunda parte del libro
primero, queriendo como premiar nuestro esmero en poner en
práctica cuanto hemos visto en él, ¿qué hace entonces?
Nos habla y nos dice que aquel libro tan sobre nuestro entender
tiene por título Divina Esencia, Dios, y al punto se
siente el alma con todas sus potencias que no es ella, sino con
una fuerza superior que no sabe ella qué es, pero que la
arrebata su alma y sus potencias.
Y la arrebata sobre todo lo criado, no sólo de la tierra, sino
de lo que llaman firmamento y nosotros llamamos Cielo, casa o
palacio, o cielo, como lo quieran llamar, donde Dios puso a los
ángeles cuando los crió.
Pues sobre estos cielos, allá... en inmensas y dilatadas alturas,
fue arrebatada mi alma por una fuerza misteriosa y con tanta
sutileza, que así como nuestro pensamiento, en menos tiempo de
abrir y cerrar los ojos, recorre de un confín a otro confín,
allí con esa mayor ligereza yo me veía allá, en aquellas
inmensas y dilatadas alturas, y allí donde tienen Dios su
palacio imperial, me hallé; en aquellos cielos que siempre
existieron, por ser ellos como el trono de Dios...
Lo que allí hay, ¿quién lo podrá explicar, si arrebatada el
alma, a vista de aquellas bellezas, nada sabe decir? Todos
cuantos allí están gozando de Dios se ven, se miran, se dan el
parabién los unos a los otros.
Allí no hay palabra alguna que se oiga pronunciar. ¡Oh lenguaje
divino!, que mirándose en Dios, todos se entienden, y
arrebatados todos, todos glorifican a Dios, y corriendo aquellos
cielos tan dilatados con aquella agilidad con que se les ve
siempre y siempre están todos como en el centro de Dios metidos,
vayan donde vayan, recorran lo que quieran.
Siempre se hallan en el centro de Dios y siempre arrebatados con
su divina hermosura y belleza. Porque Dios es océano inmenso de
maravillas y también como esencia que se derrama, y siempre
está derramando.
Y como lo que se derrama son las grandezas y hermosuras, dichas,
felicidades y cuanto en Dios se encierra, siempre el alma está
como nadando en aquellas dichas, felicidades y glorias que Dios
brota de Sí.
Es Dios cielo dilatado y por eso siempre se están viendo y
gozando nuevos cielos, con inconcebibles bellezas y hermosuras, y
todas estas bellezas y hermosuras siempre las ve y las goza el
alma como en el centro de Dios. Y recorriendo aquellos anchurosos
cielos nuevos siempre el alma se halla eternamente feliz.
¿Oh, quién podrá decir qué es aquello?
Si los querubines vinieran todos a la tierra, y con aquella
inteligencia tan privilegiada que Dios les ha dado, y con el
ardiente deseo que todos ellos tienen, de que Dios sea conocido
en sus obras, empezaran a hablar, nada nos sabrían decir ni
darnos siquiera idea de lo que aquello es.
De nuestro Dios, ¿quién habrá que nos pueda hablar y decir
algo? No tiene cuerpo, ni forma, ni figura alguna. ¿Quién, por
lo tanto, nos podrá decir cómo es Dios? ¿Qué cuerpo, forma o
figura tiene la perfección de todas las perfecciones, la
perfección de todas las hermosuras, si ni de las cosas que vemos
y palpamos casi no podemos dar cuenta?
Si no, decidme: ¿Qué forma tiene la claridad? Y ¿qué la
aurora de la mañana? Y ¿qué la vida nuestra? ¿Y la de todas
las flores, plantas y de todo cuanto tiene vida?
¡Oh vida que siempre viviste! ¡Unica vida que vive! ¡Oh Dios
mío y todo mío! ¿Quién habrá que nos pueda hablar de Ti y
decirnos lo que eres?
Si el que Te ve queda arrebatado y olvidado de sí, no sabe si
vive en sí, porque el solo recordarte transporta y saca de sí,
¿quién podrá decirnos algo de Ti? ¡Oh!, ¿a qué compararse
el conocimiento de Dios que se adquiere en esta escuela divina y
el que tenemos antes de entrar en ella?
No hallo otra comparación si no es la del ciego de nacimiento,
que sabiendo lo que es la naturaleza por lo que han dicho, de
repente le quitaron su ceguera y viera la naturaleza tal cual
ella es. ¡Qué bien sabría decirnos la diferencia que hay entre
lo que le habían dicho y lo que ella es!
Pues, ¡Maestro mío!, tráenos a todos a tu escuela, para que,
como el ciego, veamos lo que Tú eres, porque nadie nos lo puede
decir.
¿Cómo va con palabras a podernos decir la criatura que de su
principio es la nada? ¿Cómo va a poder saber decirnos qué cosa
es, lo que es, siendo incomprensible por su grandeza y majestad
inmensa? No hay inteligencia humana ni angélica, por dilatada
que sea, que nos lo pueda decir, porque toda dilación que no sea
lo dilatado de Dios, todo tiene su término, y llegando a su
término, de allí no pasa. ¿Quién nos va a hablar de Dios y
decirnos lo que es?
Nadie, nadie, ni del cielo ni de la tierra. Es foco de eterna luz,
que encierra inmensos fulgores; manantial de perfecciones que
encierra toda virtud. Cada una de sus infinitas perfecciones
tiene su modo de ser, y por naturaleza es infinita en hermosura y
belleza, tan arrebatadora, que el que la ve se arrebata y queda
como enajenado y absorbido en la misma belleza y hermosura, y se
siente el transmitir de aquella hermosura y belleza, y al
sentirlo, nuevamente se siente enajenado, absorto y arrebatado
por una dicha y felicidad, que siente el alma en sí misma.
Y esta dicha y felicidad las ha sentido a la vista de una de las
perfecciones de Dios.
Pues, ¿qué sentirá a la vista de todas las perfecciones y
virtudes y atributos de Dios?
Y ¿qué será verse cada uno amado de Dios ante todos los
ángeles y ante todos los hombres, con un amor como es el amor de
Dios, que deja el alma embriagada en una felicidad, que no tiene
semejanza, que llena de hartura, sin que el alma tenga cosa
alguna que desear?
Que al alma y cuerpo aquel amor de Dios da hartura en toda clase
de felicidades, dichas y glorias, sin que este amor de Dios
disminuya ni deje de amarnos por los siglos sin fin.
¿Qué sentirá entonces el alma, cuando se vea tan amada para
siempre, de aquel que es la única cosa que es?
Y ¿quién nos podrá explicar o decir lo que el alma siente a la
sola vista de Dios, cuando de sólo verle se queda el alma toda
como anegada en aquellos piélagos inmensos, mares sin fondo,
cielos que no tienen fin en lo inmenso y dilatado?
Porque todo esto encierra en sí aquella Esencia Divina.
Pues ¿quién habrá que nos pueda decir lo que es Dios, si lo
que se siente al sólo verle, nadie lo puede decir, porque se
queda el alma sin vivir en sí y vive sólo en Dios y endiosada?
Y así, ¿qué nos podrá decir, si endiosada su vivir es absorta
y enajenada y arrebatada por la hartura de todas las felicidades?
Pues ¿cómo va a poder decir lo que es Dios?
¿Quién hay que arrebatado pueda articular palabra, y aunque
pudiera, cómo va a saber decir lo que está sobre todo entender?
Y si esto produce la vista de Dios, ¿qué será lo que sentirá
el alma, cuando se dé Dios al alma en posesión, para que Él
goce y goce para siempre? Y si estos efectos causa en quien Le ve,
¿qué gozará poseyéndole? ¿Qué será Dios en Sí mismo?
¡Oh grandeza suma! ¡Vida que siempre viviste y con tu propia
vida! Porque Tú eres el que has dado a todos la vida.
¡Oh, quién me diera poder tener ahora en esta presente vida un
infinito gozo para gozarme con él de que seas quien eres!
¡Oh, y que los hombres nieguen tu existencia, siendo Tú la
única cosa que es y vive con propia vida! ¡Oh mi todo en todas
las cosas! Habla, y déjate sentir de un confín a otro confín
de la tierra, y di a todas las criaturas que para nada nos
necesitas; que si nos deseas, no es con otro fin que el de
remediar nuestras necesidades, y sacarnos de nuestra poquedad y
miseria, y darnos la dicha y felicidad que buscamos y no hallamos,
ni lal podemos hallar; porque no existe sino en Ti, que eres
fuente y manantial de toda dicha y ventura. ¿Y cómo la van a
buscar en Ti, si en Ti no creen; si niegan tu existencia?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra y hiere
a todos como Tú sabes herir, para que así, heridos por Ti, no
resistan más tiempo a tus llamamientos divinos y dejen esas
niñerías en que están entretenidos, engaño satánico con que
Satanás gana los corazones de los hombres, y seducidos y
engañados, pasen la vida con niñerías distraídos, y así los
coja la muerte y pierdan el fin para el cual fueron criados.
¡Santo y Divino Espíritu! No nos dejes en nuestros vanos
entretenimientos.
Fuérzanos a ir a Ti con el poder que tienes como Dios que eres.
Haz que en todos se cumplan tus amorosos designios, y seas de
todos alabado, ensalzado, glorificado, y nosotros gocemos de tus
bondades divinas y todos en tu divina presencia endiosados por Ti
vivamos por los siglos sin fin como Vos lo deseabais, aun antes
de nosotros existir. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día décimo
Las tres virtudes teologales
Hemos de prometer este día al Espíritu Santo el guardar,
conservar y trabajar cuanto nos sea posible, porque nadie nos
puede arrebatar estas virtudes Divinas.
Entre las criaturas ninguna sabe, como lo sabe Satanás, lo que
valen estas virtudes.
Siempre anda como cazador, sin descanso en su busca, a ver si las
puede cazar.
Cuando él se gloría mucho con la caza que coge, es cuando lo
hace por las soledades, porque anda en acecho por la soledad.
Si hace presa, seguras tiene las tres. Pone como blanco la fe, y
como ésta hiera, seguras tiene las otras dos; porque las heridas
en la fe son de muerte.
Si hiere con su flecha infernal a la esperanza o a la caridad, no
se gloría tanto con su caza; porque estas heridas sanan pronto.
Pero si hiere en la fe, como esta herida es mortal, ¡cuánto se
regocija en ello! Estas virtudes forman las tres como un solo
árbol. La raíz y el tronco, es la fe; las ramas, son la
esperanza; los frutos, la caridad.
Si cortan las ramas, con su corte queda el árbol sin ellas y sin
fruto; pero el árbol no desaparece, porque como existe la raíz
y el tronco, pronto echa otra vez las ramas y éstas vuelven a
dar frutos.
Pero si lo que quitan del árbol es el tronco o la raíz, pierde
las ramas y los frutos de ellas, el árbol desaparece; porque
quitados el tronco y la raíz, las ramas y los frutos mueren.
¡Almas consagradas a Dios en las soledades del claustro, que
tanto aprecio y estima hacéis de lo que llamáis visiones y
revelaciones! Haced más aprecio y estima de un acto de fe, que
de todas las visiones y revelaciones; creed ciegamente las que
Dios tiene reveladas a su Iglesia, y las que la Iglesia aprueba,
y ninguna más.
Y con esto habremos dado un grandísimo consuelo al Espíritu
Santo. Así sea.
Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro
fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y
gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo
el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número
de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para
adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es
tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen!
¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy
las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu
existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e
ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz,
muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor
nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de
Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo
odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien
también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los
cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba,
le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le
heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices
quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus
apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra,
de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti,
Dios nuestro, se refería.
Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo
que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te
conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a
tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias
el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los
corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno
resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al
fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño
el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado!
¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás
cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco:
Señor, ¿qué quieres que haga?
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que
Te aman!
¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no
verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni
quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y
a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un
confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de
verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que
en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora
existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del
mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por
los siglos sin fin. Así sea.
DEDICATORIA A LAS ALMAS CONSAGRADAS AL SERVICIO
DEL SEÑOR
Recibid este pequeño Decenario, como una manifestación del
aprecio y estima en que os tengo. Y os aprecio y estimo tanto,
porque sois la porción escogida de Jesucristo, divino Redentor
nuestro. Animaos a entrar en esta escuela divina, donde nos
enseñan a vivir como hijos de tan Santo Padre, como esposas de
tan dulce Dueño y cómo debemos obrar los discípulos de tan
Santo e inolvidable Maestro.
¡Oh lo que esta Trinidad augusta nos tiene ya preparado para el
día que vayamos a aquella casa paterna a la celebración de
nuestras bodas, cuya fiesta ha de durar por los siglos sin fin!
Recibid el cordial afecto que os tengo en el Padre que nos crió,
en el Divino Verbo que nos redimió y en el Espíritu Santo,
nuestro Santificador, a cuya Trinidad augusta sea dada toda
alabanza, todo honor y toda gloria por los siglos sin fin. Así
sea.
PREMIOS DE ESTA ESCUELA (DE LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO)
No merecidos, sino dados por pura bondad de nuestro inolvidable
Maestro, el Espíritu Santo.
Son dados a las potencias de nuestra alma; mas todo nuestro ser
siente la grande dicha que traen consigo estos premios, porque
son recreo y placer al cuerpo, y al alma un cielo anticipado.
Premios a la memoria
Traslados que la hacen ir sin poner esta potencia trabajo alguno
a Belén, a Egipto, a Jerusalén, siguiendo a Jesucristo en su
vida pública, al Tabor en la transfiguración, al huerto de los
olivos, al pretorio, por las calles de Jerusalén, al Calvario,
vista amorosa de nuestro adorable Redentor, etc., etc.
Premios al entendimiento
Conocimiento de la Divina Esencia y de sus Tres Divinas Personas;
acomodado este conocimiento a la capacidad de la inteligencia
humana.
Conocimiento de la creación, del ángel y del hombre; de la
rebelión, desobediencia y castigos; de la Encarnación del
Divino Verbo, etc., etc.
Premios a la voluntad
Osculos del más apasionado y fino de los amantes. Dardos de amor
Divino; heridas en el alma; transformación del alma en Dios;
delectación la más tierna y amorosa, a la manera que lo es un
niño que estando en los brazos de su madre en el más dulce
reposo, al mismo tiempo que reposa es alimentado con leche; así
lo es aquí el alma, con sabiduría y ciencia y posesión que
hace en el alma toda la Santísima Trinidad.
Mil vidas si las tuviera
daría por poseerte,
y mil... y mil... más yo diera...
por amarte si pudiera...
con ese amor puro y fuerte
con que Tú, siendo quien eres...
nos amas continuamente.