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Gracias a Dios, ya se puede publicar este artículo, hoy, 31.07.2003, día de san Ignacio de Loyola. Para la objeción, utilizada para impedir su publicación en papel cuando se escribió y envió el 11.09.1998, referente a la capacidad del hombre para el conocimiento de Dios por la razón natural y la necesidad de la gracia para la fe, se remite a este otro artículo. También hay algo sobre la expresión de Royo Marín "el hombre, imagen de Dios". Y para todos los buscadores de malos sentidos, lo que sí fue publicado ese año como Una lección de san Ignacio.

LA BEATA KAFKA, MÁRTIR POR NO QUITAR EL CRUCIFIJO

Y no sólo no lo quitó, es que la beata Kafka colocó el crucifijo en su hospital de Mödlingse, pese a la prohibición deLa beata Kafka colocarlo en lugares públicos que, como todos los regímenes anticristianos, impuso el régimen nazi. Sor Restituta Kafka, beatificada este año [1998] en Viena por el papa Juan Pablo II, había nacido en Brünn en 1894. Después de hacerse enfermera, ingresó -venciendo la resistencia de sus padres- en la congregación de las Franciscanas de la Caridad Cristiana, dedicadas al cuidado de los enfermos. Entonces cambió su nombre de Elena por el de la mártir santa Restituta. Tenía veinte años. Muchos más pasó en sus tareas hospitalarias con una competencia, con una eficacia y con una cordialidad tales que, como resaltó -no sin humor quizá- el Papa en su homilía de la misa de beatificación, "hicieron que muchos la llamaran sor Resoluta y no sor Restituta". Y esto es lo que le fue concedido por Dios, como suele, de forma mucho más intensa y mucho más orientada a Él. En este caso, la hora de la prueba fue cuando, ya implantado el nazismo, crecientemente asfixiante para lo sobrenatural y, por tanto, para lo natural, se inauguró una nueva sección del hospital y la beata Kafka puso crucifijos en todas las habitaciones sin hacer caso ni de las prohibiciones de ponerlos, ni de las exigencias de retirarlos; y por algún tiempo se salió con la suya, que era la de Cristo. (Esto demuestra que siempre se puede plantar cara a un régimen anticristiano y que, a veces, Dios concede, además del atrevimiento, el éxito social momentáneo; aunque ahora es ciertamente más difícil poner crucifijos donde se van quitando; porque el actual régimen mundial es más implacablemente y mucho más eficazmente anticristiano que el que acabó persiguiendo a la beata Kafka, porque ahora consiguen mucho más eficazmente la interiorización de las doctrinas anticristianas). Ella fue, en efecto, por fin detenida y, tras un año de sufrimientos en la cárcel, ejecutada, es decir, glorificada por Dios con el éxito personal definitivo. Su martirio se produjo el 30 de marzo de 1943. El Papa subrayó en la citada homilía la madurez progresiva a la que Dios la fue llevando, hasta llegar a una cima tal que "puso en peligro su vida con su testimonio del Crucifijo". E incluso, según destacó también el Papa, sor Restituta dio un nuevo testimonio, cuando la iban a ejecutar, y pidió al capellán de la cárcel que le hiciera "el signo de la cruz en la frente". Y ese testimonio exterior fue porque "conservó el Crucifijo en el corazón". El Papa recordó también las últimas palabras de la mártir: "He vivido por Cristo; quiero morir por Cristo". Ponen de manifiesto la misma conexión que suele ser perceptible en muchos otros mártires entre su vida cristiana y su muerte gloriosa. Y, dirigiéndose a los jóvenes, a propósito de la maduración a la que les exhortaba, les dijo el Papa: "También vuestra vida debe aún llegar a ser un fruto maduro...Ofrecedla a Cristo, que es el sol de la salvación. Plantad en vuestra vida la cruz de Cristo. La cruz es el verdadero árbol de la vida". Después de la misa, en su meditación del rezo del Ángelus, el Papa dijo además que la cruz del Crucifijo para la beata Kafka "no fue un adorno para embellecerse, sino una forma de vida".

En el actual contexto de erradicación progresiva del crucifijo de los lugares públicos, de descristianización oficial pública implacable, de creciente eficacia social descristianizadora por la creciente interiorización personal de las doctrinas anticristianas, suenan como una consigna extraordinaria y un mandato ineludible para los cristianos las palabras con las que el Papa cerraba su referencia a la beata Kafka en su homilía:

"Muchas cosas nos pueden quitar a los cristianos. Pero la cruz como signo de salvación no nos la dejaremos arrebatar. No permitiremos que sea desterrada de la vida pública. Escucharemos la voz de la conciencia, que dice: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29)".

Mientras el Papa Juan Pablo II pronunciaba esta extraordinaria formulación del compromiso de un cristiano comprometido, el domingo 21 de junio de este año [1998], aquí un periódico publicaba el mismo día una carta sobre el mismo tema, escrita para salir al paso de la exigencia de que se quitara el crucifijo del ayuntamiento de Pamplona, que había aparecido poco antes en el mismo Diario de Navarra. Como las coincidencias no las produce la casualidad, sino que las dispone la providencia de Dios, me parece ineludible, siendo el autor, reproducir dicha carta, eludiendo con el ejemplo de san Claudio de la Colombière la tentación que él con tanto denuedo combatía, de no hacer las cosas por temor a la vanidad, o de encender la luz que Dios concede, pero bajo el celemín.

"QUITAR EL CRUCIFIJO

¿Por qué discriminar a todos los católicos eliminando tan intolerantemente la presencia pública de los símbolos religiosos como quieren los ateos? ¿Por qué tanto empeño en quitar el crucifijo del Ayuntamiento de Pamplona, como fue ya quitado de las escuelas públicas por beatería constitucionalista? Si para ellos no fuese más que un objeto artístico, qué les importaría que a nosotros la imagen nos recuerde nuestra fe de que el crucificado es Dios, y renueve nuestro agradecimiento por su entrega total y universal y nuestra oración por los miembros de la Iglesia y más aún por los que están fuera de ella. Demuestran que no les parece la simple representación de un crucificado meramente humano. Al menos no fingen indiferencia.

El empeño de algunos en quitar la fe, en especial en los institutos -según clamores de alumnos-, se conoce que lo ven obstaculizado por las imágenes cristianas. Como ya decía Aristóteles, las imágenes nos ayudan a pensar en lo que representan. No podrá nadie impedir que pensemos y recemos cuando veamos imágenes religiosas instaladas en los museos por los poderes públicos que se han apoderado de ellas. O ante los edificios religiosos que han sobrevivido a todos los ateísmos, vandalismos, iconoclastias, codicias, incurias y beaterías.

Y aunque eliminaran todo el arte religioso y las referencias a todos los escritores cristianos y las conmemoraciones de las festividades, como ya hacen con la de santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, tendrían que eliminar además todo lo que nos habla de Dios: todos los elementos de la naturaleza, huella de Dios; y al hombre, imagen de Dios. Toda mente libre de prejuicios puede conocer y demostrar a partir de ahí, con la sola luz de la razón, la existencia de Dios, indirecta y analógicamente, pero con certeza, e incluso conocer así muchas cosas de la naturaleza de Dios. Ese conocimiento natural racional de Dios todavía no es la fe. Para creer en Dios se necesita su gracia. Porque "creer -como define la Iglesia utilizando la fórmula de santo Tomás mismo- es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia". El que rechaza esa gracia, suele -para evitar la fe- rechazar también la demostración racional de la existencia de Dios. Pero para ello tiene que idear filosofías falsas, incompatibles con el sentido común y que niegan la analogía y la misma filosofía y al final la capacidad humana de conocer la verdad y la misma existencia de la verdad racional, de la realidad misma y de la racionalidad humana. Con derivaciones éticas, culturales y políticas tan aberrantes como hemos conocido y conoceremos hasta que Dios lo remedie.

Y esto es lo que no puede impedir nadie: que Dios nos ame y actúe con su gracia ganada en la cruz por el Corazón divino de Cristo para todos.

José Manuel Zubicoa Bayón. Catedrático del Instituto Basoko".