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Oración del Jubileo de la esperanza 2025
Padre
que estás en el cielo,
la fe que nos has donado en
tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano,
y la llama de caridad
infundida en nuestros corazones por el
Espíritu Santo,
despierten en nosotros la bienaventurada esperanza
en la venida de tu Reino.
Tu
gracia nos transforme
en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio
que fermenten la humanidad y el cosmos,
en espera confiada
de los cielos nuevos y de la tierra nueva,
cuando vencidas las fuerzas del mal,
se manifestará para siempre tu gloria.
La
gracia del Jubileo
reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales
y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz
de nuestro Redentor.
A
ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos.
Amén.
Muy bien dicho que la caridad es infundida en nuestros
corazones por el Espíritu Santo. Es lo que dice Dios por medio
de san Pablo: "el amor de Dios ha sido infundido en nosotros
con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5). Y lo
que explica santo Tomás de Aquino: tener caridad
es recibir de Dios Su gracia, la Gracia Increada, el Espíritu
Santo, a causa de que la caridad no es un hábito
adquirido por nosotros mismos, sino que es un hábito infuso,
porque la caridad esencialmente "consiste en que Dios sea
amado sobre todas las cosas y que el hombre le esté
sometido por completo, enderezando todo lo suyo a Él, ... la
amistad divina nos manda cumplir su voluntad" (Suma
Teológica, 2a-2ae, q. 24, a. 12c)
Que es decir que la caridad o amor, que Dios nos infunde
con el Espíritu Santo que nos da, es el reino de Dios en
nosotros, en cada uno y en todos, el reino de Dios en su
dimensión personal y en su dimensión social. Por lo que
también está muy bien dicha la oración de petición de la
esperanza del reino de Dios, que no sólo es el anhelo de los
bienes del cielo en el que se manifestará para siempre la gloria
de Dios porque le veremos cara a cara eternamente, sino la
esperanza de la manifestación de Jesús, el Verbo hecho carne en
el instante de su Parusía, su segunda venida en gloria y
majestad, en la que establecerá su reino en la tierra
intrahistóricamente, cuando venga a juzgar a los vivos y a los
muertos, en un reinado no visible de suyo, muy diferente por
tanto de la continuación de su reinado en el cielo en el que se
hará ver en su gloria divina cara a cara para siempre. No nos
debemos conformar por consiguiente con que no se nos haga pedir
también la esperanza de que venga a nosotros el reino de Dios y
que se haga su voluntad en la tierra, como no en vano nos mandó
pedirle a nuestro Padre celestial, Jesús, el Verbo hecho carne.