El final del Diario de guerra del Beato Pere Tarrés..artículos de Cristiandad de Barcelona...Textos 2022... .INDEX.
Pere Tarrés y Claret, fejocista, médico y sacerdote, un buen modelo para nuestros días, por José Vives Suriá

Pere Tarrés: la Iglesia al servicio de los enfermos pobres

por GERARDO MANRESA PRESAS CRISTIANDAD. Barcelona. Ago-septbre 2004

«¡Tú, Tarrés, veías al Señor que te invitaba a subir a la barca! Nosotros le oíamos,
y a tu lado pescábamos y nos confirmabas en la fe, la caridad y la paz,
virtudes fundamentales para acercar a Dios al prójimo, que eran el ideal de tu corazón»
(Gerardo Manresa Formosa).

Algunos domingos por la mañana, después de asistir a misa y desayunar en familia, pues entonces para recibir la comunión era necesario el ayuno desde la media noche del día anterior, mi padre iba al sanatorio de la Merced a visitar a los enfermos que por su situación médica lo requerían. Los hijos más revoltosos le acompañábamos y nos quedábamos jugando en el jardín del Sanatorio mientras nuestro padre realizaba su labor médica. Allí conocí a mosén Pere Tarrés. Mosén Tarrés, en su vida sacerdotal, vivió en la Casa Sacerdotal de la Balmesiana, hasta que por su grave enfermedad tuvo que trasladarse al Sanatorio de Nuestra Señora de la Merced, en febrero del año 1950. Lo recuerdo los últimos meses de su vida ya muy enfermo, reposando en una silla en el jardín y con mis hermanos a su alrededor oyendo sus explicaciones. El que había sido el fundador y alma del sanatorio de la Merced, también entregó su vida al Señor en él.

Muchos son los recuerdos que mi padre nos transmitió de mosén Tarrés, pero para ser más fiel a su palabra tomaré alguno de sus escritos.

Los recuerdos de mi padre

A solicitud del cardenal Jubany, mi padre escribió una «como historia de la vida del Sanatorio de la Merced», en donde se refleja la profunda amistad humana y espiritual que tenía con mosén Tarrés y el espíritu de profunda caridad con que fundaron este sanatorio. Este escrito no se ha publicado, pero tanto la OBA (Obra Benéfica Antituberculosa, entonces, hoy Asistencial), como sus hijos lo guardamos con gran cariño y como ejemplo de actividad cristiana.

Las virtudes de mosén Tarrés

Conocí a Pere Tarrés i Claret el año 1928, cuando él cursaba el sexto curso de medicina. Me lo presentó Joan Parellada i Feliu, que era amigo suyo, diciéndome: «Te presentaré a una persona que te gustará conocer». Para encontrarnos; quedamos a las ocho menos cuarto de la mañana delante del aula de Higiene, de la facultad de Medicina, que era la clase a la que tenían que asistir los dos amigos. Ellos acababan la licenciatura a final de curso y yo justo empezaba la carrera. En aquellos momentos ambos escondían las vocaciones definitivas a la que el Señor les llamaría años más tarde. Efectivamente, Juan Parellada vestiría el hábito de san Benito en Montserrat, antes de 1936. Pere Tarrés tardaría más tiempo en cambiar la bata por la sotana de presbítero, con gran alegría el año 1941, aunque por pocos años, pues el Señor se lo llevó pronto para premiar su caridad, su pureza y su fe por la que era capaz de mover montañas.

Las virtudes características de Pere fueron la fe, una caridad comprometida que consistía no sólo en dar sino en darse y la pureza de la que era un verdadero apóstol. Recuerdo que cuando dedicaba las mañanas de los domingos a ir por los pueblos del Maresme a hacer proselitismo para la FJC (Federació de Joves Cristians), desde los años 1925 hasta 1936, reunía a jóvenes, en número mayor de cincuenta, y la temática más frecuente era hablarles de la pureza, que hacía generosa a la juventud. Alguna vez le había oído y siempre me sorprendía el respeto con que le escuchaban.

Mi encuentro (aquel día en la facultad), fue muy corto, pero hubo suficiente para generar una gran amistad que fue creciendo hasta la muerte.

Pere Tarrés acabó la licenciatura en junio de 1928, cuando yo cursaba el primer curso de carrera. Tarrés se incorporó al Servicio de Medicina Interna del Hospital de San Pablo. (...)

Mi amistad con Tarrés se cultivó una vez acabé yo la carrera en el año 1932. Desde entonces nos vimos muy a menudo. Él vivía en la calle Salmerón, hoy Mayor de Gracia, y yo fui a vivir a la Rambla del Prat, número 8. Los dos íbamos a misa diariamente a los Filipenses de Gracia. Más tarde, cuando se organizó la parroquia de santa Teresita, en la calle Mercader, los dos optamos por ir a la parroquia a la misma hora.

La guerra civil comenzó en julio de 1936. Fue un verdadero torbellino que nos proyectó a todos a los lugares menos pensados. Cambiamos las personas conocidas y las amistades. A Tarrés, después de iniciada la guerra, no lo volví a ver.

Pere Tarrés, seminarista. Nacimiento de una profunda amistad

Lo volví a encontrar el año 1941, en el Seminario Diocesano de Barcelona llevando una sotana como seminarista. Había cambiado la bata blanca por la modesta sotana, que entonces era el hábito del sacerdote.

El reencuentro tuvo lugar en el despacho del rector del Seminario, doctor Lorés, Operario Parroquial, que fue el rector mientras Tarrés estuvo en el Seminario. Fui al Seminario a visitar a un seminarista enfermo y Pere asistió a la entrevista porque él ya le había visitado. Para mí fue una gran satisfacción poder dar un abrazo al amigo que hacía cuatro o cinco años que no había visto, aparte de la sorpresa de encontrarle seminarista, que en verdad lo fue solo a medias, porque en una ocasión Tarrés me había dicho: «solamente dejaría de ser médico para ser sacerdote».

El hecho de ser el médico de los seminaristas enfermos de tuberculosis (enfermedad muy contagiosa en vidas comunitarias), fue el motivo de que nos viésemos de nuevo y volviéramos a retomar nuestra amistad, que fue ascendente y profunda hasta su muerte en 1950. ¡Quién podía prever que aquella reencontrada amistad sería la definitiva hasta la eternidad ocho años después!

Las cualidades humanas y espirituales de Tarrés eran extraordinarias. Hacían de él una persona humilde y sencilla, de excepcional transferencia positiva, sin ser una persona extrovertida. El don característico de su personalidad era amar, de una manera esencial, es decir, que le hacía sentir a su interlocutor que su interés por él era auténtico. Igualmente al despedirse de cualquiera le decía: «¡Adiós, querido amigo...!» y el aludido lo sentía así y lo creía, porque era cierto.

Tenía una gran capacidad de la comprensión humana. Era la fuerza creadora de su excepcional transferencia, especialmente hacia la juventud. De esta capacidad tenía plena conciencia.(...) Era notable su habitual alegría natural, siempre estaba comunicativo, sin que quiera decir que no tuviera también sus preocupaciones.

Su capacidad de relación y su alegría eran la manifestación de su paz interior que casi la comunicaba espontáneamente.

Su espíritu estaba lleno de fe, paz y amor. Por esto siempre tuve la convicción de que poseía las cualidades para llevar almas a Dios. Cuando estas virtudes llenan el alma y la vida de una criatura humana, aman y hacen amar.

Fundación del sanatorio de la Merced (año 1946)

A su vuelta de Salamanca, donde se licenció en teología en la Universidad Pontificia, el doctor Pere Tarrés, pbro. fue nombrado secretario de Beneficencia de la diócesis por el Sr. Obispo de Barcelona, Dr. Gregorio Modrego. Este cargo le hizo vivir cada día la concurrencia de personas que la necesidad llevaba al despacho de Tarrés para pedir ayuda. Uno de los problemas más frecuentes era el que se refería al comienzo de la tuberculosis en una familia necesitada y sin recursos. Tarrés, sacerdote y médico sufría y se avergonzaba de ver que lo único que podía ofrecer era una limosna, totalmente ineficiente. Como médico sabía de la inexistencia de camas para la tuberculosis, como sacerdote sabía que se cerraba un centro de 200 camas, el hospital del Espíritu Santo, sin ningún sentido.

En estas circunstancias el Dr. Tarrés y su amigo Ignacio Vidal i Gironella coincidieron como albaceas de una testamentaría que destinaba 100.000 pesetas para una obra benéfica. Era poco dinero para poder pensar en la creación de un centro, pero la caridad y el entusiasmo de Tarrés los multiplicaron hasta hacer posible ofrecer una cama, un tratamiento a muchos enfermos y una curación, en vez de una limosna. Tanto interés, tanta necesidad, tanta caridad, tanta fe, tanta confianza y espíritu de oración.... y tan poco dinero... suavemente hicieron la mezcla realizadora que cada día vivía la prueba de que la ayuda de Dios estaba de su parte.

Tarrés dio el primer paso. Una tarde que yo no tenía consulta vino a mi despacho y no me encontró. Fue recibido por la secretaria y le dejó una tarjeta escrita de su mano que decía: «Manresa, nos hemos de ver. Te espera tu amigo Pere Tarrés».

Al día siguiente yo fui al secretariado del obispado. Cuando me recibió, procurando hablar con cierta intimidad, buscando un rincón del despacho, me dijo: «Te he hecho venir para decirte que tenemos que construir un sanatorio. Piensa cómo lo hemos de hacer y la orientación que se le ha de dar para que dé el máximo rendimiento. Yo ya tengo un sitio adecuado. Ven mañana a las 10 de la mañana e iremos a verlo». Así sencillamente comenzó la gesta que me propongo recordar en estas líneas que son parte fundamental de mi vida como médico y como cristiano. (...)

Desde el primer momento Tarrés quiso poner el centro bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, que es la patrona de Barcelona. También el nombre de un santo del país a cada una de las cuatro salas, san José Oriol, san Paciano, santa Eulalia y santa María de Cervelló (...)

Cuando Tarrés emprendió las obras de la OBA era secretario de Beneficencia de la diócesis de Barcelona y por consiguiente disponía de unos medios económicos que no le permitían ninguna disponibilidad. No obstante se hizo lo que era necesario durante el primer año y los gastos de las obras superaron en mucho los dos millones de pesetas pagados. (...).

La inauguración se celebró con el ingreso del primer paciente que había ocupado su cama la tarde anterior. Cuando los asistentes hubieron visitado las diferentes salas del Sanatorio, saludaron al primer enfermo. Como director del nuevo Sanatorio–clínica de la Merced– di públicamente las gracias a los presentes y a los colaboradores ausentes que habían hecho posible la realidad que estaban celebrando. También previne a los asistentes que pronto nos faltarían camas para los enfermos que esperarían su ingreso pero que confiábamos en la Providencia que tanto nos había ayudado y continuaría haciéndolo ampliando nuestras posibilidades y dándonos el pan de cada día. Acabé recordando el programa del Dr. Tarrés para el Sanatorio:

«Tratar al enfermo con pericia y técnica rigurosa, actuales y eficientes. Y siempre con el mismo amor que nos gustaría que nos trataran a nosotros. Todo por amor al prójimo y a la Iglesia»

(...) Me parece llegado el momento de recordar a los primeros gestores, los cinco primeros miembros de la primera Junta. El primero Mn. Pere Tarrés i Claret, sr. J. M.ª N. F., sr. I. V. G., sr. J. A. y el Dr. Gerardo Manresa Formosa, el único superviviente de aquella gesta inolvidable y testigo de la presencia de un sexto miembro invisible: ¡Dios! (...)

Todos estos elementos unidos, amigos comprometidos y fortificados por la fe y motivados por el mismo propósito nos reuníamos en el secretariado de Beneficencia de la diócesis. Tarrés, sin proponérselo, nos llenaba de esperanza y de ilusión.

Muchos días Pere y yo nos quedábamos un rato más para decidir algunas cosas y porque acostumbraba a acompañarlo a hacer alguna gestión en el viejo coche que entonces yo tenía.

A menudo teníamos nuestros diálogos, a veces optimistas, a veces al contrario, pesimistas. En estos casos Pere me decía: «Manresa, ten confianza que de todo saldremos. Piensa que cuando se pide con fe y confianza a Jesús al pie del Sagrario, por los pobres, el Señor siempre escucha». Creo que una experiencia de 34 años, en que funcionó el Sanatorio, es suficiente para confirmar este hecho, que siempre se cumplió en los momentos más precarios.

El Sanatorio se construyó con «seny» y amor. Se creó en 14 meses. Su motivación fue la caridad de Tarrés delante de las necesidades de los tuberculosos pulmonares pobres, secundado por nosotros. Durante los 32 años de existencia, en todo momento se correspondió con el espíritu de su fundador:

«Tratar al enfermo con pericia y técnica rigurosa, actuales y eficientes. Y siempre con el mismo amor que nos gustaría que nos trataran a nosotros. Todo por amor al prójimo y a la Iglesia»

(...) Cuando las Hermanas de San Vicente de Paúl (que desde el inicio se hicieron cargo del hospital) abandonaron el Sanatorio (en el año 1976), nos tuvimos que acoplar a un horario sistemático de enfermeras y ¡tuvimos conciencia de lo que representa la disponibilidad que genera la caridad... y que no tiene horario!

La marcha de las Hermanas constituyó un gran disgusto. Después de la Misa de aquel día sumimos el Santísimo, quedando el Sanatorio huérfano de Sagrario, ¡sin el Amo presente!

Los últimos meses de mosén Pere Tarrés

Una de las virtudes que tenía también mosén Tarrés, era el sentido sapiencial del dolor. Como médico había visitado a muchos enfermos y vio muy de cerca el dolor de muchas almas y familias. La tuberculosis, era una enfermedad muy contagiosa, que dejaba, no sólo al enfermo aislado dentro de la familia, pues necesitaba hacerlo todo aparte, comer con cubiertos lavados aparte, lavar su ropa por separado, dormir en habitación separada, etc., sino que toda la vecindad rehuía el contacto con aquella familia, por miedo al contagio. Todo esto había hecho ver a Mn. Tarrés el dolor de la enfermedad y, con su sentido vital cristiano, sabía cómo sacarle provecho para el bien de las almas.

En febrero del año 1950 se le detectó la grave enfermedad que debería causarle la muerte, un linfosarcoma.

Tarrés y yo habíamos contraído el compromiso de que cuando él o yo padeciéramos la enfermedad definitiva, es decir la de nuestro traspaso, nos lo diríamos para preparar una muerte muy consciente y cristiana.

Su primera voluntad fue unir sus fuertes dolores a los dolores del sacrificio salvífico de Cristo en la cruz y así transcurrieron sus últimos meses.

¿Qué fuerza elevadora puede encontrarse mejor que el dolor y el sacrificio? El dolor es la realización del dogma de la Comunión de los Santos». «Yo he de sufrir, ahora es la hora; he predicado mucho la grandeza del dolor y como es necesario sufrir, por mi enfermedad, he de practicarlo; yo no he engañado nunca a las almas. (...)

Un día, al atardecer fui a verle y estuvimos un buen rato solos. Lo encontré como triste y un poco deprimido porque había perdido las fuerzas y el ánimo y se lamentaba de que no podía celebrar la Misa. Para animarlo le dije: «¡Pere, si estás celebrando la misa más solemne de tu vida! Tu sacrificio, en el que te identificas con la Víctima Eucarística, tu querido Jesús!». Esto se lo dije porque muchas veces nos había dicho: «La mesa de operaciones es un altar que sostiene una víctima: el paciente. El operador es realmente un sacerdote, si piensa que el paciente lleva un sufrimiento que unido al de Cristo es un dolor y un sacrificio colaborador». Estas sutilezas espirituales las manifestaba frecuentemente Tarrés.

(... ) En un coloquio de los muchos que tuve con él, mi oído al borde de sus labios secos, pero que aún se movían, como siempre para el bien, me decía: «No lo habría creído nunca, pero te aseguro, Manresa, que soy completamente feliz, no me cambiaría por nadie».

Uno de los últimos días de su vida al anochecer, en su cama del Sanatorio, le dije: «Pere, ahora cómo lo haremos sin ti». Él con el rostro lleno de paz y serenidad me respondió: «Desde el cielo os ayudaré mucho más que hasta ahora...».

Así sucedió. ¡Cuántas veces lo habíamos constatado y comentado con Mn. Narcís Prat (sacerdote que dirigió el Sanatorio tras la muerte del P. Tarrés) las repetidas veces que salíamos de un atolladero e intuíamos la intercesión de nuestro amigo desde el cielo! Pere Tarrés i Claret, médico y sacerdote, entregó su alma a Dios el treinta de agosto de 1950. Lo hizo como su Maestro Jesús diciendo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» y expiró delante de todos nosotros que llorábamos dulcemente.

* * *

A través de Tarrés me hablaba Jesús

El colofón que mi padre puso, como resumen de esta pequeña historia dice:

«Un día estaba Jesús de pie, cerca del lago de Genesaret.... y vio dos barcas en la playa. Los pescadores ya habían salido de las barcas y estaban arreglando las redes... El Señor subió a la más próxima donde estaba Pere. Al acabar la predicación el Señor dijo a Pere: «Navega mar adentro y echad las redes para pescar...» Y Simón respondió, al mismo tiempo que obedecía, «hemos bregado toda la noche sin pescar nada».

«Tanto pescaron que las redes se rompían y las barcas se hundían».

Invitado por Pere Tarrés subí a la barca donde él ya estaba... Me dijo, «¡ven conmigo que iremos a pescar...!». Yo veía a Pere... «¡a Jesús solo le oía!».

«Obedeciendo la voz de Tarrés le seguí y en dos años de navegar juntos curamos a muchos enfermos y construimos un sanatorio para continuar la labor que juntos emprendimos».

«Él subió al cielo dejando un resplandor de santidad... Yo he quedado para dar fe de que en la historia del sanatorio de la Merced se advierten un sin fin de hechos humanos magníficos y sorprendentes, siempre amparados por la existencia de un testigo y artífice invisible, que es Dios».

«¡Tú, Tarrés, veías al Señor que te invitaba a subir a la barca! ¡Nosotros le oíamos, y a tu lado pescábamos y alcanzábamos la fe, la caridad y la paz, que son las virtudes fundamentales para servir y ganar para Dios al prójimo que eran el ideal de tu corazón!»

* * *

Siempre creyó mi padre en la santidad de mosén Tarrés, de tal forma que nos repetía insistentemente, «Pere Tarrés nació ya santo». Decía esto porque le daba la sensación de que le era muy fácil practicar la caridad con todos, desde que le conoció en 1928 hasta la hora de su muerte en 1950.

Cuando alguna persona próxima a nosotros entraba en el seminario, mi padre siempre se acordaba de Mn. Tarrés y su labor apostólica y lo ponía bajo su protección: «Para que lo haga un sacerdote santo, como él».

Ambos ya en el cielo podrán seguir disfrutando y gozándose en esta amistad tan profunda que tuvieron en vida, donde ya el Señor estaba presente, pero ahora la visión directa de Dios les habrá unido mucho más en el mismo Corazón.

-------------------

Pere Tarrés y la virtud de la pureza

G.M.P

En el marco de una familia muy cristiana Pere Tarrés adquirió la devoción a la Virgen María en su infancia. El Rosario de cada día llenaba las noches de aquella casa.

Desde muy joven habla con cariño de ella ofreciéndole sacrificios, en especial los sábados, como les decía a sus hermanas: «Mirad, hoy es sábado», recordándoles que era el día dedicado a la Virgen María.

No era una devoción superficial, con la Mare de Déu tenía verdaderos coloquios. Él mismo explica que tenía por costumbre explicarle todo lo que hacía: «Cuando salgo de casa le digo donde voy y cuando vuelvo le explico lo que he hecho». Fruto de esta devoción floreció en él la virtud de la pureza y, sin lugar a dudas puede decirse de Pere Tarrés que fue un apóstol de la pureza; este apostolado no lo desarrolló solamente en su época de sacerdote, sino ya desde muy joven.

El voto de castidad a los 22 años

En 1927, estando en Monistrol de Calders, explica él mismo que «la noche de Navidad sentí una fuerte emoción y un intenso impulso sobrenatural. El Señor me pedía que hiciese voto perpetuo de castidad». Él por primera respuesta contestó interiormente: «Señor, si depende de mí, es cosa hecha». El sí condicional era debido a que quería consultar este impulso con su director espiritual, el padre Joaquín Serra. Obtenida la aprobación del director, Pere Tarrés a los 22 años hace voto de castidad. Era aún estudiante de medicina. Desde siempre deseaba inculcar en los jóvenes el amor a esta virtud tan poco estimada. Tanto cuando era miembro de la FJC (Federación de Jóvenes Cristianos), como siendo sacerdote, reunía a jóvenes para entusiasmarles en el amor de la pureza. Compuso una oración a la Virgen para alcanzarla.

En su Diari íntim, escribe:

22 de mayo de 1937: «Por más que griten las pasiones, Madre, tendré siempre los ojos fijos en Vos. ¡Hacedme puro como los ángeles! Oh, Madre mía, que ame más la pureza que la vida»

8 de diciembre de 1937: «He puesto en manos de María mi virginidad».

25 de diciembre de 1937, día de Navidad: «Esta noche ha hecho 10 años desde que, por primera vez, con permiso de mi director, hice el voto de castidad. Lo he renovado con todo el fervor».

Después de la guerra, ya en el seminario, continua en su Diari íntim:

20 de diciembre de 1941, ordenado subdiácono: «y os pido, Señor, que antes de consentir la más pequeña infidelidad contra este voto dulcísimo, prefiero mil veces la muerte».

«Guardadme puro, para que pueda serviros en vuestro altar... hago con todo el entusiasmo de mi corazón, con toda la plenitud de mi mente, y la más absoluta libertad de mi alma, voto de castidad perpetua y perfecta».

Apostolado por la pureza

En el II Congreso de la FJC, hacia el año 1929, trató extensamente el tema de la pureza y después de sus encendidas palabras invitando a los diez mil jóvenes a ser puros en sus vidas, éstos se pusieron en pie y aclamaron a Mi senyora Puresa (Mi señora Pureza).

Durante la guerra, que vivió como médico en el ejército republicano, explica él mismo en su Diari de guerra que aprovechaba tiempos libres del atardecer en que no había actividad para hablar de la pureza a los soldados.

Siendo consiliario de la Acción Católica femenina de Sarriá, entre otras, fomentó la campaña Creuada per la puresa (Cruzada por la pureza). En una de las sesiones de dicha campaña, agarrado fuertemente a la mesita les dijo: «Si alguna de vosotras, se encontrara algún día en un peligro de estos, yo daría mi vida por defenderla». A las jóvenes les decía: «amad vuestra pureza, sed dignas, cueste lo que cueste».

En el año 1949, estando con un grupo de estas jóvenes obreras de vacaciones en Nuria les propuso hacer una Hora Santa a las doce de la noche en el «Camarín de la Virgen», precisamente para expiar los pecados de impureza, «ya que nosotros estamos en la casa de la Madre, bajo este cielo tan limpio y despejado». Al día siguiente de esta Hora Santa nocturna les explicó a las jóvenes el siguiente hecho:

«Conocía a un joven muy vicioso sobre esta materia, pero era muy noble y bueno y quería corregirse. Yo le animaba y le ayudaba tanto como podía. Quedamos que me lo explicaría todo, siempre, y me venía a ver muy a menudo. Una de las veces me dijo que no podía corregirse y se fue a satisfacer su vicio. Yo, sacerdote, no podía acompañarle; le despedí a la puerta de la calle y al volver al piso (vivía en la Casa Sacerdotal de la Balmesiana) le dije a la Virgen que había en el recibidor: «Ve tú con él, ya ves que yo no puedo».

Al cabo de poco rato volvió el joven completamente transportado. Efectivamente: se fue hacia una casa de perdición, pero le había pasado una cosa muy extraña. Una voz de mujer le había llamado diciéndole. «No, hijo, no entres aquí».

Y, turbado, como impelido por una fuerza que sentía pero que no veía, había vuelto atrás para venir a contármelo».

¡Pere Tarrés, haznos amar la pureza como tú la amabas!

A la Verge

Mare meva, si vos plau,

us ofereixo el meu cor,

llibertat, glòria i honor,

preneu-me pel darrer esclau.

Us ofereixo la vida

per proclamar a tot arreu

que Vos, Reina beneïda

sou Verge i Mare de Déu.

I a canvi us faig sols un prec:

acosteu-me a vostre Fill

i traieu de tot perill

aquest pobre cor tan cec.

Marona, feu-me ben pur.

lligueu-me a Vos amb forts llaços

i quan l’enemic impur

estaloni els meus passos,

no em deixeu dels vostres braços.

Doneu-me ànima d’infant,

Mare meva, feu-me sant.

PERE TARRÉS

A la Virgen

Madre mía, si os place

os ofrezco mi corazón,

libertad, gloria y honor,

tomadme por el último esclavo.

Os ofrezco la vida

para proclamar por doquier

que Vos, Reina bendita,

sois Virgen y Madre de Dios.

Y a cambio os hago sólo un ruego:

acercadme a vuestro hijo

y librad de todo peligro

este pobre corazón tan ciego.

Madrecita, hacedme muy puro,

unidme a vos con fuertes lazos

y cuando el enemigo impuro

pise mis pasos

que vuestros brazos

no me abandonen.

Dadme alma de niño,

Madre mía, hacedme santo.