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San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías. Su lema Piedad y Letras
La última comunión de San José de
Calasanz, de Francisco de Goya. 1814. (Museo de la
Residencia Calasanz, Madrid).
Su última comunión entre los niños tuvo lugar el domingo, 2 de
agosto de 1648. Él había cumplido 90 años dos días antes.
Comulgó también el 11 de agosto, el día de la Asunción, 15 de
agosto y el domingo, 23 de agosto, como viático.
Falleció el 25.08.1648, en la noche del 24 al 25, diciendo:
"¡Jesús, Jesús, Jesús!"
Sus restos reposan en la Iglesia de San
Pantaleón en Roma, sede central de los escolapios. Se conservan
incorruptos su corazón y su lengua.
Su lema y el de las Escuelas Pías: Piedad y Letras.
En sus últimos años, San José de Calasanz tuvo que pasar humillaciones y persecuciones, con sufrimientos horrorosos. Aunque estaba nombrado Prepósito General con carácter vitalicio, se vio desplazado del gobierno de la Orden de las Escuelas Pías, que él había fundado, por elementos turbulentos de la Orden, los padres Mario Soci y Esteban Cherubini, sucesivamente. Los conflictos e intrigas causados por estos desembocaron en la reducción de la Orden a Congregación semejante a la del Oratorio de San Felipe Neri, es decir, sin votos, ni siquiera simples, sin Prepósito General ni Prepósitos Provinciales; y san José de Calasanz era destituído de su generalato del que ya previamente había sido suspendido. La decisión, tramitada por una comisión de cardenales, se formalizó en un breve pontificio de Inocencio X el 16.03.1846.
Sin embargo, vino después la glorificación del santo y el resurgir de las Escuelas Pías.
Los milagros se sucedieron nada más morir San José de Calasanz. Fue beatificado en 1748 por Benedicto XIV, canonizado en 1767 por Clemente XIII, y en 1948 Pío XII lo declaró Patrón ante Dios de todas las escuelas populares cristianas del mundo.
Paralelamente, en 1656, Alejandro VII elevó las Escuelas Pías a Congregación de votos simples y en 1669, Clemente IX a Orden religiosa de votos solemnes, otra vez. En 1731, Clemente XII confirmó que los colegios de la Orden de los escolapios, junto a su deber primordial de atender a los niveles iniciales de la enseñanza, podían ocuparse de los niveles ssiguientes; y que junto a su deber de dedicarse a los niños pobres, podían admitir también niños de familias más favorecidas. En España, por ejemplo, se les autorizó a cobrar recibos, tras las medidas desamortizadoras por las que los gobiernos liberales confiscaron las propiedades de las órdenes religiosas y monásticas en el siglo XIX.
Decía San José de Calasanz:
"En Roma he encontrado la manera definitiva de servir a Dios, haciendo el bien a los pequeños, y no lo dejaré por nada del mundo".
"Si desde la infancia el niño es imbuido diligentemente en la piedad y en las letras, ha de preverse, con fundamento, un feliz transcurso de su vida entera" (San José de Calasanz, Constituciones de las Escuelas Pías, 1622).
En un mensaje dirigido a los escolapios en 2007, con ocasión de los 450 años del nacimiento de su fundador, el Papa Benedicto XVI señaló:
En el centro de la obra educativa él (San José de Calasanz) colocó el respeto a la personalidad de cada niño, en el que reconocía la imagen de Cristo. Reivindicó y fue el primero que promovió su derecho a la instrucción y a la educación, comenzando por los niños pobres.
Fuente: ACI PRENSA, 25 de agosto de 2023
Datos de la wikipedia
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_de_Calasanz
Actualmente, las Escuelas Pías, fundadas por Calasanz, los escolapios, tienen colegios en todo el mundo.
Varias Congregaciones religiosas siguen actualmente su carisma, entre ellas los Escolapios, las Escolapias, fundadas por la beata Paula Montal y la Congregación de las Hijas Pobres de San José de Calasanz, fundada por la beata Celestina Donati.
Obras
Piedad y Letras
San José de Calasanz es uno de los precursores de la pedagogía moderna, aunque no compuso una obra estrictamente monográfica sobre ese tema, sino que esparció su teoría sobre la educación en diversas cartas, reglamentos y escritos de carácter práctico. Creó, organizó y sistematizó la enseñanza escolar graduada por niveles y ciclos en la enseñanza primaria y una cierta formación profesional. Aunque a veces había una clase de párvulos, en general la escolarización se iniciaba a partir de los seis años de edad, y se pasaba sucesivamente por nueve clases graduadas en orden decreciente. En la novena clase, los niños iniciaban la lectura con métodos silábicos y grandes cartelones que permitían una enseñanza colectiva. En la octava clase se enseñaba a leer de corrido. Los alumnos hacían lecturas individuales con el maestro y se corregían entre ellos. Las clases duraban dos horas y media por la mañana y otras tantas por la tarde. Cada cuatro meses se hacía un examen general en todas las escuelas. Si la evaluación era positiva, el alumno era admitido en la clase superior. Los maestros debían llevar tres libros de registro: el de matrícula, el de asistencia y el de calificaciones. Debían preparar previamente sus clases y estar en sus puestos antes de la llegada de los alumnos. Terminadas las clases, los maestros acompañaban a sus alumnos hasta sus casas. Los alumnos aprendían a leer indistintamente en latín y en lengua vernácula. Calasanz mantuvo el latín, pero fue un gran defensor de la lengua vernácula, y en ella estaban escritos los libros escolares, incluso los destinados a la enseñanza del latín. En este aspecto, era más avanzado que otros autores de la época, entre ellos Comenio, que pasaba por ser el gran defensor de la lengua nacional, pero que escribió sus libros en latín. En la clase sexta, los alumnos tenían ya un buen dominio de la lectura, de manera que al llegar a la clase quinta eran repartidos en dos secciones: una primera sección de matemáticas, destinada a los alumnos que querían aprender un oficio, y una segunda de gramática para aquellos que querían proseguir estudios de letras. Los alumnos de ambas secciones seguían en común clases de escritura, en las que se hacía especialmente hincapié en la caligrafía.
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Biografía
José de Calasanz nació en Peralta de la Sal (un pequeño pueblo situado en la comarca de La Litera en el Reino de Aragón, actual provincia de Huesca), en el año 1557. José era hijo de Pedro de Calasanz (alcalde del pueblo) y de María Gastón (maestra). Fue el último de ocho hermanos. Con once años, José dejó su pueblo y marchó a estudiar a Estadilla, distante unos 20 km de su pueblo natal. Realizó sus estudios humanísticos en el colegio de los padres Trinitarios, una escuela de latín. José era un joven estudioso, responsable, generoso y con una gran simpatía personal, que le permitía tener muchos amigos entre sus compañeros de estudios.
por Giovanni Ausenda, en 1983, artículo original del DENES II
En su vida se distinguen dos etapas: la primera discurre en España; la segunda en Roma. De ahí la división de este artículo en dos apartados.
Ingresó en el Estudio General (Universidad) de Lérida, matriculándose sucesivamente en las Facultades de Artes (Filosofía) y Derecho (civil y canónico): se graduó de bachiller en Artes y en ambos Derechos, durante los años 1571-1577. En 1575 recibió la tonsura clerical, en Balaguer, de manos del Obispo de Urgel, con vocación de sacerdocio, manifestada ya en 1571.
Para iniciar su formación teológica, pasó a Valencia (1577-1578) y a Alcalá de Henares (1578-1579). Pero cursó sus años de teología en las aulas de la Compañía de Jesús, de las dichas ciudades, con otros clérigos diocesanos. La inesperada muerte (1579) de su único hermano varón, Pedro Calasanz Gastón, el «heredero», casado (1576-1579) y sin descendencia otro hermano había fallecido antes de 1571 motivó su forzosa salida de Alcalá y su retorno a Peralta de la Sal, donde su padre le propuso, en vano, abandonar su vocación y sus estudios teológicos para matrimoniar, con toda la herencia familiar, pero Calasanz prosiguió y concluyó su carrera sacerdotal en el Estudio General de Lérida (1581-1583). Durante este bienio, recibió órdenes sagradas en Huesca y en Fraga (las cuatro menores, subdiaconado y diaconado), para llegar al presbiterado que le administró su Ordinario de Urgel, en Sanahuja el 17-12-1583. En la Universidad leridana, al terminar sus estudios teológicos (1583), Calasanz había obtenido el grado de «bachiller» y la consideración de «professor sacrae Theologiae», pero sin el Doctorado en la sagrada ciencia.
La primera actividad del novel sacerdote se halla documentalmente demostrada en su adscripción, como «familiar», al cargo de «Maestro de escuela de palacio» del obispo de Barbastro, el dominico fray Felipe de Urríes y Urríes, durante los años 1584-1585. Al fallecer aquel prelado (junio 1585), pasó a la villa de Monzón donde ingresó, también como «familiar», en el séquito de don Gaspar Juan de La Figuera, obispo de Albarracín y electo para la mitra de Lérida, que acudió a Monzón como miembro del estamento eclesiástico aragonés, convocado por Felipe II a las Cortes generales de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia), celebradas en 1585-1586. Durante los primeros meses, Calasanz intervino, en calidad de secretario, en una Junta de reforma de los agustinos de la Corona de Aragón, fomentada por el monarca y presidida por don Gaspar Juan de la Figuera, ex-canónigo agustiniano de la Seo metropolitana de Zaragoza, sin que la citada reforma formara parte de los acuerdos estrictamente políticos de aquellas Cortes.
A fines de 1585, por mandato real, el obispo La Figuera, con previo nombramiento pontificio de «Visitador» de Montserrat, partió de Monzón hacia aquel monasterio benedictino: en su séquito de presbíteros figuró Calasanz, sin el cargo de secretario de la «Visita», como se había supuesto, sino en calidad de confesor de La Figuera, que falleció súbitamente (febrero 1586) en la Abadía, interrumpiéndose su labor reformadora hasta la reanudación de la misma por el nuevo Visitador, el obispo de Vich, don Juan Bautista de Cardona, que consiguió ultimar aquella delicada misión pontificia y regia en junio-julio de 1586.
En marzo-abril de este año, Calasanz se ausentó de Montserrat para personarse en Peralta de la Sal, requerido por grave enfermedad de su padre y declinando halagüeñas propuestas de permanencia y de futuros cargos que le brindaban eclesiásticos y políticos en la culminación de la Visita-reforma de los benedictinos de Montserrat.
A mediados de febrero de 1587, en interinidad de «sede vacante», Calasanz se halla en Seo de Urgel, desempeñando los cargos de secretario del cabildo canonical y maestro de ceremonias catedralicias, con otras dedicaciones curiales al servicio de aquella corporación eclesiástica: administración económica, escribano-cronista, distribuidor de beneficios parroquiales, etc. Data de entonces (1587-1588) su nombramiento de Plebano-rector de las dos parroquias rurales de Claverol y Ortoneda, en los aledaños de Tremp. Cesó en estas actividades, durante las que experimentó los peligros del bandolerismo pirenaico, cuando tomó posesión de la mitra vacante de Urgel, el cartujo de Scala Dei (Tarragona) fray Andrés Capilla (1588-1609) a cuyo palacio pasó Calasanz, como mayordomo, hasta su nombramiento de «Oficial eclesiástico» de la circunscripción arciprestal de Tremp (1589-1591), cargo que ejerció conjuntamente con el ya mencionado de Plebano-rector de las parroquias de Claverol y Ortoneda. A las atribuciones y actividades de Calasanz, arcipreste de Tremp diligente en la reforma del clero y celoso en la promoción cristiana de sus parroquias, el obispo Capilla añadió la designación del virtuoso y culto presbítero para «Visitador y reformador» de los arciprestazgos pirenaicos de Sort, Tirvia y Cardós. En los nombramientos expedidos por dicho Prelado (1590) figura Calasanz con sus grados académicos de bachiller y de «professor sacrae Theologiae». En Seo de Urgel (1587-1589) destacan sus relaciones personales con las comunidades de agustinos y dominicos. En el palacio episcopal compartió tareas y prácticas de oración con cartujos al servicio de fray Andrés Capilla, a través del cual Calasanz conoció y admiró a religiosos de la Compañía de Jesús. Intensificó su amistad con el clero regular en Tremp (1589-1591), visitando frecuentemente el colegio de San Jaime o de «Schola Christi» que los dominicos regentaban en dicha ciudad, con bien adquirida fama de docencia en sus aulas humanísticas y cursos de Teología y Artes (filosofía). Actuales averiguaciones documentales evidencian el pensamiento reformador del obispo Capilla mediante la instrucción de la juventud y la promoción de su clero diocesano: para la primera finalidad fundó en Seo de Urgel un colegio cuya dirección asignó a los jesuitas (1600), a los que también confió la formación de sus clérigos en régimen de seminario tridentino.
Por los meses de septiembre-octubre de 1591, Calasanz renunció a todos sus cargos: su postrera estancia en Seo de Urgel se data en los primeros días de diciembre del año precitado. Un testigo fidedigno nos cerciora de que Calasanz se trasladó entonces a Barcelona «studiorum causa». Consta que a la sazón, se hallaba en dicha ciudad el obispo de Urgel, fray Andrés Capilla. Infiérese de estas circunstancias que Calasanz pudo obtener (diciembre 1591) su Doctorado teológico en Barcelona, aunque, hasta el presente, han resultado infructuosas las pesquisas documentales para evidenciarlo. Documento romano de 27-2-1592 da fe indudable del Doctorado en Teología, de Calasanz; otros posteriores corroboran esta certeza.
¿Motivos de su viaje marítimo Barcelona Civitavecchia Roma? Parece que no puede atribuirse exclusivamente a su propósito de alcanzar, en la Curia Romana, una canonjía vacante en el cabildo urgelitano; hay indicios de que, por voluntad de Capilla, se le confió el informe diocesano de la «Visita ad limina» a la Santa Sede.
Las referencias biográficas de Calasanz, en Roma, durante los años 1592-1599, se hallan en su epistolario: cuatro cartas cursadas al párroco de Peralta de la Sal y redactadas en el palacio del cardenal Marco Antonio Colonna, donde Calasanz se hospedó establemente, a poco de su llegada a la Urbe: «Yo tengo asiento en Casa del Cardenal Marco Anthonio Colona (sic), en compañía de un Canónigo de Tarragona que se llama Baltasar Compte, muy querido y favorecido del dicho Cardenal, por cuyo medio he yo entrado en su cassa...» (Carta de 16-5-1592).
Durante cinco años (1592-1597), Calasanz, mentor de los sobrinos del cardenal Marco Antonio Colonna, pretende inútilmente la concesión de una canonjía en España (Urgel, Barbastro, Zaragoza), tramita asuntos eclesiásticos de su diócesis, en calidad de «Agente de negocios», en la Curia Romana, y se entrega generosamente a la caridad para con los más menesterosos, como miembro de varias cofradías, hasta descubrir y asumir definitivamente su carisma vocacional: la educación de la niñez mediante la instrucción, bajo el lema de «Piedad y Letras».
La romanización calasancia y su irreversible carisma catequético-pedagógico, pueden sintetizarse en esta declaración del mismo Calasanz a quien, desde la Embajada española en Roma, seguía ofreciéndole oportunidad de una canonjía:
«Encontré ya en Roma la manera definitiva de servir a Dios, haciendo bien a los pequeñuelos. No la dejaré por cosa alguna en el mundo».
En la panorámica biográfico-calasancia del «período español» (1557-1592), se desarrollan los antecedentes de formación cultural (1567-1583), las experiencias de un primer sacerdocio curial (1584-1589) y las actividades de una segunda fase (1589-1591) en la que el presbítero entra en directo contacto con la sociedad civil y eclesiástica de la diócesis de Urgel.
Los años romanos de Calasanz (1592-1597) compendian su proyección inicial en el pueblo de la Urbe y la opción definitiva de su área vocacional: catequesis cristiana y promoción cultural del niño y del joven.
Calasanz llega a Roma en 1592. De un acta notarial consta que el 27 de febrero de dicho año habitaba ya en el palacio del Cardenal Marco Antonio Colonna y hacía un préstamo gratuito al canónigo Baltasar Compte. Pretendía Calasanz obtener un beneficio en España. Pero las circunstancias, a pesar del apoyo de sus numerosos y poderosos amigos, fueron difiriendo la consecución.
Mientras esperaba el logro de sus deseos, desempeñaba diversos oficios en casa de los Colonna y se dedicaba a obras de caridad. Entre otras, probablemente en 1595 se inscribió en la Archicofradía de los Doce Apóstoles: por encargo de ésta visitó y socorrió a domicilio a muchos pobres de diversos distritos de Roma. Tuvo así la oportunidad de conocer a fondo la mísera condición moral y social en que se debatía gran cantidad de familias. Le llamó fuertemente la atención el gran número de muchachos que vagaban por las calles cometiendo toda suerte de inconveniencias; y comprendió que la sociedad podría mejorarse si se daba a aquellos mozuelos una educación verdaderamente cristiana y una instrucción adecuada a su condición. Cuando en 1597 le correspondió visitar el barrio del Trastévere junto a la iglesia de Santa Dorotea, descubrió una escuelita regentada por dos o tres miembros de la Cofradía de la Doctrina Cristiana en un par de locales cedidos por el párroco, don Antonio Brendani. La mayor parte de los chicos pagaba un tanto al mes, si bien un grupito frecuentaba la escuela gratuitamente por prestar servicios a la iglesia. Calasanz se les unió y, acaso desde entonces, se inscribió en la Cofradía de la Doctrina Cristiana.
Tomó él muy en serio el trabajo de la escuela y muy pronto, dado su carácter emprendedor, llegó a ser el jefe. Obtuvo así que la escuela fuese reservada a los pobres y fuese totalmente gratuita. Este hecho significó el comienzo de las Escuelas Pías, esto es, de las escuelas gratuitas. Según la tradición esto ocurrió en 1597; alguno defiende que tal fecha debe retrasarse a 1598 o aún mejor a 1599. No obstante, los argumentos presentados hasta ahora no parecen plenamente persuasivos. A comienzos de 1600, luego de la muerte del párroco Brendani el 28-2-1600, Calasanz transfirió la escuela al centro de la ciudad, junto a la posada del Paraíso. Uno o dos años después, a causa del creciente número de alumnos, las escuelas pasan al palacio Vestri, poco distante de la plazuela del Paraíso. En 1605 se establecen en el palacio Mannini, en la Plaza de San Pantaleón y de allí en 1612 llegan a la sede definitiva en el palacio Torres, en el actual San Pantaleón, comprado al efecto. Es la sede central de los escolapios
El problema principal que tuvo Calasanz que afrontar en estos años no fue sólo el de la sede, sino el de los maestros. El mismo cuenta que, cuando la escuela fue introducida en el corazón de la ciudad, sólo le siguió un maestro. Tuvo, pues, que buscarse otros, cada vez más numerosos, dado el continuo aumento de los alumnos. Y ya que los maestros a cada paso le abandonaban, concibió la idea de confiar su obra a la Cofradía de la Doctrina Cristiana. Al menos dos veces lo intentó: la primera en 1599, la segunda en 1601. Fallidos estos intentos y aun otros, decidió dedicarse personalmente a esta obra, cuya importancia apostólica y social veía cada día con mayor claridad. Renunció entonces para siempre a los ideales que le habían traído a Roma, declarando que había hallado ya el modo de servir a Dios y que no lo abandonaría por nada del mundo. Algunos historiadores hablan, en este punto, de una conversión de Calasanz; pero seguramente es más exacto hablar del descubrimiento de la vocación a que Dios le llamaba
En 1602 deja la casa Colonna y se traslada al palacio Vestri, donde fija su residencia con varios colaboradores. La convivencia con los maestros consta en un escrito de Calasanz fechado en 1603, y contiene un detallado horario para la comunidad. En 1604 constituye una Congregación para la cual obtiene la aprobación del Papa, pero, según parece, sólo de viva voz.
Desgraciadamente los colaboradores de Calasanz, muchos de ellos de gran mérito, no son constantes; esto constituye para él una preocupación cada vez más acuciante. En 1612, después del ingreso de Glicerio y sus amigos, parecía que las cosas tomaban buen giro, pero muy pronto tuvo que comprobar que la meta quedaba aún lejana. Por esto, animado y ayudado por el P. Domingo Ruzola de Jesús María, carmelita descalzo, director espiritual de Glicerio, obtuvo que el Cardenal Benito Giustiniani fuese nombrado Protector de las Escuelas Pías.
Durante el año 1613 el propio Calasanz, o acaso como otros creen, el Cardenal Giustiniani propone una fórmula que debería asegurar la perpetuidad de las escuelas, confiándolas a la Congregación de la Madre de Dios que por comodidad muchos llaman los «Luqueses». De hecho aquel año se tuvieron laboriosas negociaciones entre la Congregación Luquesa y las Escuelas Pías, en las que tomaron parte, además de Calasanz y del Cardenal Giustiniani, también el P. Domingo Ruzola y su ilustre hermano de hábito el P. Juan de Jesús María. Finalmente en enero de 1614 el Papa Paulo V decretaba la unión (no la fusión) de las dos entidades. Una docena de Padres y Hermanos de los Luqueses se trasladó entonces a San Pantaleón y tomó la dirección de las escuelas. En el primer instante pareció que todo marchaba viento en popa; pero pronto entre los Luqueses cundió el descontento sobre todo a causa de las profundas transformaciones que el nuevo género de apostolado parecía exigir de su Instituto. La situación se agravó en 1616 a raíz de las negociaciones iniciadas por Calasanz para una fundación en Frascati, por él deseada, según creen algunos, para garantizar la genuina fisonomía de sus escuelas.
Se llegó así al Breve de Paulo V, que con fecha del 6-3-1617 anulaba la unión decretada tres años antes y erigía la Congregación Paulina de las Escuelas Pías. Calasanz resultaba en esta forma Fundador de un nuevo Instituto Religioso. Su vocación adquiría una nueva dimensión, en la que él parece no haber pensado jamás.
Antes de proseguir la relación de los hechos, nos parece oportuno hacer una brevísima alusión a la pedagogía y didáctica de Calasanz. El Fundador de las Escuelas Pías no se propuso renovar los métodos en uso en su época, pero de hecho los acomodó a sus intentos, creando una verdadera escuela popular. Quiso de hecho que la instrucción fuese gratuita, que se diese simultáneamente a un grupo notable, pero no excesivo de alumnos, que fuese de breve duración y que preparase para la vida. En el llamado «Documentum princeps» de la pedagogía calasancia, redactado alrededor de 1610, prescribe que se enseñe primero a leer, luego a escribir, que se cuide la caligrafía y finalmente los estudios de aritmética. Junto con estas disciplinas los niños deberán aprender la Doctrina Cristiana, asistir diariamente a la misa, tomar parte en los rezos y acercarse con cierta frecuencia a los sacramentos. Después de la escuela de cálculo, los alumnos podrán pasar a cualquier oficio; para los que pretendieran proseguir los estudios, las escuelas continuaban hasta que los chicos estuvieran preparados para el estudio de la Lógica, esto es, para el ingreso en la universidad. A los más necesitados Calasanz los proveía de papel, plumas y tinta. Exigía de los alumnos un comportamiento serio y educado aun fuera de la escuela; prohibíales ensuciar las paredes, rayar los bancos y puertas con cuchillos; no quería que frecuentaran espectáculos públicos, que leyeran libros dañinos. En la escuela exigía la emulación y la participación en las competiciones escolares.
La Congregación, de la que Calasanz vino a ser el Fundador sin pensarlo, fue inaugurada el 25-3-1617 con su vestición y la de otros 14 candidatos; durante 1617 otros numerosos aspirantes, jóvenes en general, pero también hombres ya mayores, recibieron el hábito calasancio. El Cardenal Giustiniani, su Protector, que quería escolapios para la Sabina y Narni, obtuvo poco después del Papa la anulación de la cláusula que limitaba la expansión a no más de 20 millas de Roma; por ello en 1631 se pudieron realizar dos fundaciones muy lejanas: una en Fanano (en la Emilia) y otra en Cárcare (Liguria).
La Orden Escolapia.
El 18-11-1622 Calasanz después de superar la resistencia de la Curia Pontificia y convertir al Cardenal Tonti de oponente en defensor, obtuvo del nuevo Papa Gregorio XV la elevación de su Congregación al rango de Orden religiosa de votos solemnes. Un año después, con fecha 31 de enero, el Papa aprobaba también las Constituciones de la Orden, que Calasanz había redactado entre octubre de 1620 y febrero de 1621. Seguro ya del porvenir de las Escuelas Pías, Calasanz se dedica a su consolidación y expansión. A este fin, en la primavera de 1623 realiza un viaje a Liguria llegándose a Savona y Cárcare; en otoño de 1626 sale para Nápoles y se entretiene allí unos seis meses. Entre tanto el número de religiosos crece rápidamente: las fundaciones se multiplican y el Fundador crea la Provincia de Génova (1623) y la de Nápoles (1627). En 1630 inaugura el Colegio Nazareno, a cuya fundación el Cardenal Tonti, en célebre testamento, consignó sus bienes. En el mismo año 1630 los escolapios entran en Florencia; en 1631 se desplazan hasta Nicolsburg en Moravia y en 1633 inician las fundaciones de Palermo y Mesina en Sicilia. En 1637 la Orden contaba ya con seis Provincias, 27 casas, 362 religiosos profesos y 70 novicios.
El impulso para este maravilloso desarrollo venía principalmente de Calasanz, que en 1622 era nombrado por el Papa General de la Orden para nueve años y en 1632 era confirmado en el cargo. Su gobierno fue prudente y enérgico, pero no faltaron dificultades ciertamente muy graves, debidas en parte a las particulares circunstancias de un Instituto naciente, y en parte a imprudencias, a culpas de religiosos, a pasiones humanas y a la incomprensión de muchos.
Otro suceso importante es la Congregación General del otoño de 1627, en la que fueron creados los llamados clérigos Operarios, esto es, una clase de religiosos intermedia entre los sacerdotes y los hermanos legos, que tendría que dedicarse especialmente a la enseñanza de las clases inferiores. Era una iniciativa realmente genial debida, con mucha probabilidad, a Calasanz, si bien algún historiador reciente la atribuye al P. Castelli. Algunos años después, precisamente estos Clérigos Operarios originaron las tribulaciones que afligieron profundamente a Calasanz. Algunos historiadores defienden que la creación de una clase de religiosos enseñantes, que de momento pareció providencial, resultaba prematura en los días de Calasanz; otros, con mayor razón, piensan que los malos resultados deben atribuirse a la insuficiente formación religiosa de los jóvenes escolapios. Los hechos son estos: los Clérigos Operarios no se contentaron con su condición; los sacerdotes y los clérigos destinados al sacerdocio, por su parte, celosos de presuntos derechos, les hostigaban y humillaban; así el descontento se difundió como una mancha de aceite en las diversas casas, especialmente en Génova. Hacia finales de 1636 la crisis, al principio latente y contenida, estalló en abierta rebelión. En efecto habiendo concedido Calasanz a los Hermanos Francisco Michelini y Ambrosio Ambrosi el sacerdocio, numerosos Clérigos Operarios pretendieron ser ordenados también ellos; en caso contrario exigían que fuese declarada nula su profesión.
Un tercer hecho, que tuvo consecuencias gravísimas, nació de la conducta inmoral del P. Esteban Cherubini, superior de la «Duchesca» en Nápoles. Calasanz, para impedir el escándalo y remediar el mal incipiente, en 1630 hizo instruir un proceso contra Cherubini, lo depuso del cargo y lo sacó de Nápoles. Sin embargo, los parientes del culpable, muy poderosos en la Curia Romana, le impidieron llegar hasta el fin. Calasanz no dejó de reprenderlo debidamente; acaso hubiera vuelto al buen camino, si las circunstancias y los amigos no le hubiesen inducido a ponerse del bando de los adversarios del santo Fundador.
Vale la pena hacer referencia a una última crisis que hasta ahora ha sido poco tratada por los biógrafos del Santo. Este desde los comienzos de 1635, por lo menos, se sintió cada vez más solo: el P. Pedro Casani, su primer Asistente, se vio acometido de una ola de pesimismo; el P. Castelli, el segundo Asistente, vivía en Florencia y cuando fue llamado a Roma, continuó pensando en Florencia más que en los problemas de la Orden, y por lo demás no siempre compartía la opinión de Calasanz; en fin, el P. Pelegrín Tencani habitaba en el Noviciado, fuera de San Pantaleón, y por su carácter rigorista poca ayuda podía prestar; quedaba el P. Castilla, que, a juicio del propio Calasanz «no era a propósito para el gobierno». Vínole así a la mente la idea de nombrarse como Consejeros extraordinarios dos padres licenciados en Derecho, a saber: el P. Gaspar Sangermano y el P. Bartolomé Bresciani; sin embargo, por razones varias, jamás pudo recurrir a ellos. A pesar de esto, siempre supo mantener aquella admirable serenidad que se transparenta en sus cartas.
En medio de tales dificultades Calasanz preparó cuidadosamente el Capítulo General de 1637. A su tiempo había intimado el Capítulo para 1631, pero la peste impidió su celebración; no quiso omitir éste de 1637. Fue un Capítulo memorable que duró del 15 de octubre al 24 de noviembre. Lo presidieron dos Prelados enviados por la Santa Sede. Una de sus determinaciones más importantes fue indudablemente la de eliminar la clase de los Clérigos Operarios; para los entonces vivientes se adoptaron disposiciones transitorias y se prohibió la admisión de sujetos. Uno de los prelados presidentes, el futuro Papa Clemente IX, declaró después que había quedado maravillado de la prudencia y de las virtudes de Calasanz. En 1641 se celebró otro Capítulo General que perfeccionó y en gran parte confirmó cuanto había sido establecido en el de 1637. La atmósfera se serenó y la vitalidad de la Orden se manifestó con las nuevas fundaciones efectuadas en Cerdeña (1640), en Polonia y en Hungría (1642).
Una nueva tempestad se cernía sobre la cabeza del Fundador de las Escuelas Pías, tormenta que al estallar con furor, sirvió para refinar mayormente las virtudes de Calasanz y manifestar a qué grado de heroísmo había llegado. Desde finales de 1639 vivía en Florencia el P. Mario Sozzi, quien, por diversos motivos, no había logrado hacerse aceptar por la Comunidad. En 1640 descubrió una relación ilícita, en la que se hallaba implicado un canónigo, algo emparentado con la familia del Gran Duque. Mario, denunciando el escándalo, se granjeó la confianza del Inquisidor de Florencia y hasta la de Monseñor Albizzi, asesor del Santo Oficio de Roma. A finales de 1641, Mario denunció a cierto número de escolapios de Florencia seguidores de Galileo como fautores de doctrinas peligrosas. El Santo Oficio le premió haciendo que Calasanz le nombrara Provincial de Toscana. Durante 1641 Mario hizo y deshizo en su Provincia sin dejar de estar en estrecho contacto con el Santo Oficio de Roma, donde permaneció de julio a octubre de dicho año. En noviembre el Gran Duque, enterado de que Mario había regresado, le ordenó abandonar inmediatamente sus Estados. Parece que le tomó como espía del Estado Pontificio, que en aquel momento (1642-1644), [bajo Urbano VIII] se hallaba en guerra con Toscana por la cuestión del ducado de Castro. Mario retornó a Roma deseoso de vengarse. Pero ya antes, en el mes de agosto, había tenido la desfachatez de acusar falsamente al Santo Fundador de haberle sustraído documentos del Santo Oficio. Todo el mundo sabe del apresamiento de Calasanz [por la Inquisición] y de su casi inmediata liberación al ser reconocido inocente.
Mario ya no se reconcilió con el Fundador, sino que provocó que Calasanz fuese suspendido de su cargo de Prepósito general; desde el comienzo de 1643, bajo el amparo del Visitador Apostólico, el jesuita P. Silvestre Pietrasanta, gobernó la Orden hasta que le sobrevino la muerte en noviembre del mismo año. Le sucedió [el mismísimo] Cherubini . Precisamente durante su gobierno, acaso en septiembre de 1643 sin que se pueda precisar la fecha, fue nombrada por el Papa una Congregación de Cardenales para resolver los problemas de la Orden, que se embrollaron de día en día por un gobierno aceptado tan sólo por una minoría de religiosos. Los Cardenales, según parece por intervención directa de Inocencio X [sucesor de Urbano VIII], decretaron la reducción de la Orden a Congregación semejante a la del Oratorio de San Felipe Neri, [es decir, sin votos, ni siquiera simples, y sin Prepósito General ni Prepósitos Provinciales; san José de Calasanz era destituído de su generalato del que ya previamente había sido suspendido]. La decisión vino ratificada por un breve pontificio el 16.03.1846.
Calasanz, de 88 años de edad, no se dejó abatir por tal desventura. Su fe heroica y su invencible esperanza no le permitieron dudar ni por un instante de la resurrección de su Obra, que según decía, era obra de Dios y de la Santísima Virgen. Hizo cuanto pudo para evitar la deserción mayoritaria de sus religiosos que entonces pasaba de 500. Murió serenamente dos años después, el 25-8-1648, más que nonagenario.