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Hay cosas que se hacen sin alegría y con amor

Cuando uno se ve sin fuerzas, y hasta merece la acusación de que le puede el desaliento, e incluso, carece de alegría; aún puede querer ponerse manos a la obra; aún puede querer por amor. Incluso así es mejor, porque es exclusivamente por amor. No por gusto, ni con gusto, ni con alegría, ni con fuerza, ni coraje, ni con ilusión, sino con desánimo. Sólo por amor, que es lo que cuenta.

Así lo enseña nuestra doctora:

El grano de arena quiere ponerse manos a la obra sin alegría, sin ánimo, sin fuerzas, y precisamente estos títulos le facilitarán la empresa, quiere trabajar por amor”.
(Santa Teresa del Niño Jesús, carta nº82; a Celina, 28 de febrero de 1889).

Lo mismo que enseña Jesús, el Verbo hecho carne, sobre todo en la Pasión y Crucifixión. ¿Cómo se sentía Jesús entonces? ¿Acaso hizo todo aquello por gusto?. Ya antes de empezar quería dejarlo, evitárselo. Hasta se lo suplica al Padre. Tenía mucho miedo. Le podía. Le angustiaba. Hasta sudar sangre. Señal de que no disfrutaba entonces del don de fortaleza, que hace que los mártires quieran afrontar el martirio valientemente. Él no se veía con ánimo de afrontar nada de lo que se le venía encima. Debía tener como eclipsados los dones del Espírutu Santo.

¿Y en el camino del Calvario? ¿Iba alegre? Con felicidad, con amor, sí. Infinito. Pero ¿con alegría?, ¿con ánimo?, ¿con fuerza? Se sentía totalmente sobrepasado por el peso del madero, aplastado. Tuvo toda una serie de caídas, no sólo las tres caídas que contemplamos en el rezo del Vía Crucis clásico. Hasta tuvieron que recurrir al Cireneo para que le llevase el madero. Y no eran almas tiernas aquellos bestias. Le iban dando golpes constantemente. Unos cinco mil cuatrocientos ochenta golpes recibió Jesús en el total de la Pasión, como le confió a santa Brígida, que tanto deseaba saberlo. La llaga del hombro, producida por el madero, le estaba matando de dolor, como le confió a san Bernardo. A Gabriela Bossis, otra de sus confidentes, le confió que sus caídas fueron siete, pero también le confió con tristeza su temor de que, aunque Él hubiese permitido que lo supiésemos, no por eso le íbamos a querer más. Tristeza. Humillación. Para eso eran esas conducciones a la muerte. Para exhibir al reo como un criminal capturado. Para que el pueblo interiorizase que era un criminal.

¿Y cómo se sentía Jesús clavado en la cruz? Con dolores atroces, ahogado, asfixiado, agonizando. Durante horas. Mucho peor al verse tan humillado, derrotado, escarnecido. Muchísimo peor al verse desnudo. Infinitamente peor al verse abandonado por el Padre, rechazado incluso. En plena noche oscura del alma. ¿Con alegría, con ánimo, con fuerzas? Con amor sí; infinito. Con felicidad infinita.

Así nos redimió. Era y es Dios y murió en la cruz. Se hizo hombre para poder sufrir y morir. Amor con locura. Para obedecerle a Dios Padre en nombre de todos nosotros por amor hasta la muerte y por amor a nosotros con ese amor con locura que nos tiene. Amor más fuerte que el desaliento, el desánimo, la debilidad, el miedo, la tristeza, la depresión. Amor más fuerte que la muerte, más fuerte que la humillación, más fuerte que la desnudez, más fuerte que la desolación, la noche oscura del alma, el abandono y el rechazo de Dios, siendo Él Dios.

¿Y santa Teresita? ¿De dónde iba ella a sacar fuerza, de dónde nos enseña que saquemos fuerza para obrar cuando no nos gusta, cuando no tenemos alegría, ni ánimo, ni fuerza para obrar, sino que merecemos la acusación de que nos puede el desaliento?

En ese mismo texto nos enseña una de las claves. La otra es su caminito. Lo enseña con su vida y en todos sus escritos, sobre todo en el manuscrito B. Es Jesús el que nos lleva en sus brazos hasta lo más alto. El ascensor son los brazos de Jesús. Montada como un pajarito pequeñito en las alas de la gran águila divina, que es Jesús, Teresita puede llegar a las alturas a las que han llegado los grandes santos, las grandes aves, de vivir y obrar como Dios quiere por amor. Amar con el propio amor de Dios. Tener méritos que son los propios méritos de Jesús, El Verbo hecho carne, que nos dejó dicho que para ello lo que hace falta es ser muy pequeño, o sea la humildad, que nuestra doctora enseña que Jesús mismo nos la da; ella enseña a pedirle siempre que nos haga cada vez más pequeños. O sea más insignificantes. O sea que hay que pedirle siempre la humildad y cada vez más humildad. Lo único que hace falta. En este texto de una línea lo enseña. Es la clave que enseña aquí, en este texto. Viene al principio de todo, cuando se llama granito de arena; se lo llama a sí misma y a todo el que quiere ponerse manos a la obra, aunque no tenga fuerza, ni ánimo, ni siquiera alegría. Hay que ser pequeño e insignificante para poder trabajar sólo por amor. Jesús hará que lo hagamos. Y hará que seamos tan minúsculos e insignificantes como un granito de arena. E incluso hará que lo pidamos, como hizo que lo pidiera nuestra doctora, y así nos lo enseñara a pedir:

"Señor Jesús, haced que nadie se ocupe de mí, que yo sea pisoteada, olvidada como un grano de arena".

Oración de santa Tresita que recordó el cardenal Pacelli en la inauguración de la basílica de Lisieux, el 11 de julio de 1937; y que relacinó con la oración de Gastón de Sonís que repetía con frecuencia san Luis Martin, el padre de nuestra doctora (Cristiandad, Barcelona. Marzo de 2023, pág. 27)