Textos de santa Teresita del Niño Jesús......Artículos......Textos......INDEX
Aceptar el reinado de Jesús es ser víctima de su amor
Jesús quiere reinar en cada uno de nosotros y
lo desea de forma imperiosa. No porque vaya Él a conseguir nada
para Sí, puesto que ya lo tiene todo, todo el poder y la gloria,
por ser Dios. Su deseo absoluto y total de reinar en cada alma es
para darnos el bien que nos puede llenar y satisfacer, el bien de
su divinidad, de su vida divina, el Espíritu Santo, por la
inmensidad infinita del amor misericordioso que nos tiene, la
misma fuerza absolutamente imperiosa y total que le llevó a
hacerse hombre para poder sufrir y morir obedeciendo a Dios Padre
hasta la muerte, la misma que le llevó al Padre a entregar a su
Hijo a morir por nosotros, en medio de los sufrimientos
corporales y espirituales más atroces, para darnos el Espíritu
Santo, y la misma que les lleva a los Tres a estar dispuestos
otra vez a lo mismo o más, para conseguir la aceptación libre y
voluntaria por algún alma humana de ese reinado de amor
misericordioso, es decir, algún retorno de amor.
En la coronación de espinas le torturaron atrozmente a Jesús
con sus burlas y espinas por ser rey. Y debemos y necesitamos
compensarle pidiéndole que reine en nosotros. Esto es ofrecerse
a ser víctimas de su amor y pedírselo. Víctimas, porque el
reinado de Jesús en nuestra alma lleva consigo la necesaria poda
(Jn, 15, 1-2). Debemos pedírselo por intercesión de santa
Teresita del Niño Jesús, modelo y maestra de ser víctima del
amor de Jesús.
Cómo llegó santa Teresita a ofrecerse
como víctima de holocausto al amor de Dios
"¿Será solo tu Justicia la que recibirá a
las almas que se inmolan como víctimas?
¿Acaso tu Amor
Misericordioso no las necesita también?
Por todos lados es
incomprendido, rechazado; los corazones a quienes deseas
prodigarla se vuelven hacia las criaturas que les piden felicidad
con su miserable afecto, en lugar de arrojarse en tus brazos y
aceptar tu infinito Amor
¡Oh, Dios mío! ¿Permanecerá tu
Amor despreciado en tu Corazón? Me parece que si encontraras
almas ofreciéndose como Víctimas de holocaustos a tu Amor, las
consumirías rápidamente; me parece que serías feliz de no
reprimir las inundaciones de infinita ternura que hay en ti
Si tu Justicia ama descargarse, la que se extiende solo en la
tierra, cuánto más desea tu Amor Misericordioso encender almas,
ya que tu Misericordia se eleva hasta los Cielos
¡Oh,
Jesús mío! Permíteme ser esa víctima feliz". (Manuscrito
A, folio 84r). [LEER MÁS].
El 9 de Junio de 1895 santa Teresita del Niño Jesús realiza su ofrenda al Amor Misericordioso de Dios
Acto de santa Teresita de ofrenda de sí
misma como víctima de holocausto al amor de Dios
¡Oh Dios mío! Santísima Trinidad, deseo amarte
y hacerte amar... Deseo cumplir perfectamente tu voluntad...
deseo ser santa, pero siento mi impotencia y te pido, oh Dios
mío, que seas tú mismo mi Santidad.
...con confianza te pido que vengas a tomar posesión de mi alma...
te suplico que me quites la libertad de desagradarte...
Para vivir en un acto de perfecto Amor, me ofrezco como víctima
de holocausto a tu Amor misericordioso, suplicándote que me
consumas sin cesar, dejando desbordar en mi alma las aguas de
ternura infinita que encierras y que así me convierta en mártir
de tu Amor, ¡oh Dios mío! [LEER MÁS].
Es "La esperanza ciega en su Misericordia"...
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¿Cómo es que recibir el amor de Jesús, el Verbo hecho carne, es ser víctima de su amor, siendo así que el amor es lo mejor, y el amor de Dios es lo máximamente mejor? Sí, claro está. Pero recibir este amor es prescindir de todos nuestros caprichos y gustos, para hacer sólo la voluntad de Dios, que es nuestro bien; y en definitiva, prescindir de nuestro yo, inmolarlo. Y toda esta renuncia, no sólo es dolorosa, sino que somos incapaces de realizarla y de soportarla. Y así se lo debemos decir a Jesús, el Verbo hecho carne; y suplicarle que nos dé el Espíritu Santo para que podamos hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace; y todo ello por amor de Dios y unidos a Dios; hasta vivir sólo para Jesús, el Verbo hecho carne.
Y su reinado en nosotros, hacer sólo lo que Dios quiere y porque Dios lo quiere es nuestro máximo bien, pero también nuestro padecimiento y nuestra imposibilidad práctica de sobrellevarlo y de conseguirlo. Pero no por eso hemos de renunciar a ello, sino decírselo a Jesús, el Verbo hecho carne, y pedirle el Espíritu santo para conseguirlo. Y mejor, pedirle que nos dé quererlo y abandonarnos a que Él nos dé hacerlo. Incluso pedirle lo que los grandes santos le pedían y le piden, padecer; recibir padecimientos corporales, morales y espirituales y realizar mortificaciones; diciéndole al mismo tiempo que somos incapaces de soportar nada, pero que Él nos dé, quererlo y soportarlo, con las propias fuerzas de Él mismo.
Todas estas veces dijo Jesús en la
Última Cena que amarle consiste en obedecerle, cumplir
sus mandamientos y hacer su voluntad:
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Lo que enseñaba y practicaba santa Teresita es desear y pedir grandes padecimientos por amor y aprovechar mientras tanto todos los pequeños padecimientos que nos sobrevienen o que nos buscamos.
Porque obviamente el amor tiene que ser verdadero, es decir, amor con locura. Como el de Jesús por nosotros.
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Hay cosas que se hacen sin alegría y con amor, según enseña santa Teresita
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El peor sufrimiento de Jesús en su Pasión fue el abandono, la desolación. Él en la cruz dio a conocer su abandono para que lo supiésemos.
Ya durante la oración en el huerto de Getsemaní, Jesús sufrió un miedo indecible ante lo que se le avecinaba. Este miedo, que Él quiso que supiésemos que padeció, significa que ya no disponía del don de fortaleza; lo que parece indicar que le habían sido eclipsados o retirados los dones del Espíritu Santo.
En el huerto llegó a pedirle al Padre que, si podía ser, pasase de Él aquel cáliz. Se lo pidió con la oración perfecta, que es añadir: "hágase Tú voluntad y no la mía". No podía ser, porque Jesús ya había instituido la Eucaristía. Había dado a comer el pan consagrado diciendo no sólo "esto es mi cuerpo", sino "esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Y diciendo no sólo "este es el cáliz de mi sangre", sino "que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". Y ahora tenía que entregar su cuerpo y derramar su sangre.
Jesús hizo y sufrió todo esto tan atroz, incluyendo el abandono, la desolación, por amor al Padre con obediencia total hasta la muerte y por amor misericordioso a cada uno de nosotros, para que pudiésemos tener su reino salvador en nuestra alma, para que le pudiésemos tener como rey salvador de cada uno personalmente y de todos colectivamente. Para que pudiésemos hacer la voluntad de Dios, también en la tierra.
Esta fue Su fuerza, el amor más fuerte que la muerte.
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Para poder un día contemplarte en tu gloria,
lo sé, debo aceptar el fuego del dolor;
por eso he escogido para mi purgatorio
tu amor consumidor, ¡Corazón de mi Dios!
(Santa Teresita del Niño Jesús, Poema 23, Al Sagrado
Corazón de Jesús, escrito en 1895 para su hermana María
del Sagrado Corazón).
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Para vivir del todo según Dios y nada según uno mismo hay que sufrir:
«Querer amar a Dios sin sufrir por su amor no es más que una ilusión».
(Carta nº 108. A la Hermana Joly, del 28 de agosto de 1689. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 397)."Nunca debe, quien al cielo aspira, buscar otro camino que la cruz"
(Autobiografía, 5. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 449, pág. 122).
No basta con la vida cristiana dulcita y blandita -sin cruz- que se solía difundir ad usum Delphini, sino aceptar todos los sufrimientos y humillaciones que Dios quiera que se tengan, mortificarse con los sufrimentos de las privaciones; e incluso, imitando a los santos, pedir más sufrimientos y humillaciones, y darle las gracias por los que nos conceda, porque el amor ha de ser obviamente verdadero, es decir, amor con locura, como el que nos tiene Jesús, el Verbo hecho carne.
Y para ello hay que hablar seriamente con Él y recordarle nuestra incapacidad para sufrir nada y que es preciso que nos dé su gracia, creada e Increada, el Espíritu Santo, porque vamos a pedirle que reine del todo en nosotros, a toda costa y a todo riesgo, que es lo más sensato.
Porque el placer es un obstáculo para que reine el Sagrado Corazón de Jesús, como explica santa Margarita María:
"No olvido a la otra persona de quien me habláis en vuestra carta. Pero el Sagrado Corazón de Nuestro Señor reinará con dificultad en el suyo, porque en él hace reinar con exceso el placer".
(Carta nº 38. A la Madre Saumaise, 1685. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 277).
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Este reinado de Jesús, el Verbo hecho carne, en cada persona, como enseña san Agustín, es la base del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en toda la sociedad humana. Así lo enseñaron el jesuita ignaciano Enrique Ramiére y sus continuadores, entre los que destacan el también jesuita ignaciano Ramón Orlandis y el gran teólogo seglar y padre de familia, Francisco Canals.
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"La medida del amor
es amar sin medida", decía San Francisco de Sales. Al decir de Benedicto XVI, sin él no hubiera existido el heroico «caminito» de santa Teresa de Lisieux. El encargo suavísimo de Jesús a los jesuitas y a las salesas de dar a conocer la misericordia de su Sagrado Corazón y de promover su amor y su devoción fue el antídoto contra el molinismo para impedir que sus disparates les llevaran al semipelagianismo y al orgullo. A muchos jesuitas que admitían el molinismo no se les notaba porque predominaba en ellos el amor a la misericordia divina; y en San Francisco de Sales, el abandono a dicha misericordia (LEER MÁS) También se encuentra formulado en los escritos de san Francisco de Sales el modo de vida de santidad que santa Teresa de Lisieux practicó heroicamente y que consistía en aprovechar todas los pequeños sacrificios que se le presentaban para ofrecerlos con alegría, mientras ardía en deseos de padecer por Jesús los mayores martirios. Véase lo que dice san Francisco de Sales en el Tratado del amor a Dios, Libro XII, Capítulo VI, con el título:
Y véase lo que decía y hacía santa Teresa de Lisieux: Las flores de Santa Teresa de Lisieux |
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