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La Dei Verbum y los Evangelios sinópticos

Por Dom Bernard Orchard, OSB

El año 1964 fue un año decisivo para los estudios del Evangelio. En ese año se produjeron dos eventos que habrían de tener efectos de largo alcance en esta disciplina en particular: la publicación en los Estados Unidos de América de The Synoptic Problem [El problema sinóptico] del Profesor William R. Farmer y en Roma de una "Instrucción sobre la verdad histórica de los Evangelios" emitida por la Pontificia Comisión Bíblica y titulada Sancta Mater Ecclesia [La Santa Madre Iglesia].

El primer evento marcó la primera ruptura en el frente unido del "establishment protestante" que había llegado a apoyar la prioridad del Evangelio de Marcos, y el segundo la primera aprobación oficial en la Iglesia Católica de la libre discusión de teorías de fuentes contrarias a la tradicional prioridad de Mateo. Los veinticinco años siguientes han sido testigos, por un lado, de un crecimiento pequeño y nada espectacular del apoyo internacional a la restauración de la prioridad de Mateo, y por otro lado, de la rápida adopción por la gran mayoría de los académicos católicos de la hipótesis de la prioridad de Marcos, una inversión completa de la enseñanza tradicional. Sorprendentemente, en la arena pública, los prioristas marcanos han tenido hasta ahora el campo casi exclusivamente para ellos, pero con el reciente resurgimiento del interés en el papel de la tradición en la composición del Evangelio, el debate está a punto de entrar en una nueva etapa.

Antes del Vaticano II

Para poner el próximo debate en el contexto correcto es necesario volver a la Respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica en 1911 al ataque de los modernistas a la historicidad de los Evangelios, que definió categóricamente la posición católica tradicional. Esta respuesta fue formulada en su forma habitual de preguntas y respuestas:

“Teniendo en cuenta el acuerdo universal e inquebrantable de la Iglesia desde los primeros siglos, un acuerdo claramente atestiguado por el testimonio expreso de los Padres, por los títulos de los manuscritos evangélicos, las versiones más antiguas de los libros sagrados y las listas transmitidas por los santos Padres, por los escritores eclesiásticos, por los papas y los concilios, y finalmente por el uso litúrgico de la Iglesia en Oriente y en Occidente, ¿puede y debe afirmarse como cierto que Mateo, el apóstol de Cristo, fue de hecho el autor del Evangelio que circula bajo su nombre? Respuesta: Por la afirmativa.” (cf. Acta Apostolicae Sedis, vol. 3, 19 de junio de 1911, pp. 294 y siguientes).

La Comisión, por supuesto, nunca ha pretendido ser un organismo infalible, y es citada no por su autoridad como tal, sino como testimonio del compromiso total de las autoridades de la Iglesia Católica a principios del siglo XX con la creencia de que el apóstol Mateo fue el autor del Evangelio que lleva su nombre y, por lo tanto, responsable del texto tal como lo tenemos hoy. No obstante, una de las funciones principales de la Comisión ha sido la de proporcionar a la enseñanza católica normas sabias y seguras (cf. E. F. Sutcliffe, "Replies of the Biblical Commission" [Respuestas de la Comisión Bíblica], Catholic Commentary on Holy Scripture [Comentario Católico de la Sagrada Escritura] (Londres, 1953, s. 47s).

En el párrafo siguiente de la misma Respuesta, la Comisión sostuvo que "el veredicto de la tradición... daba un apoyo adecuado a la opinión de Orígenes, Jerónimo y otros de que Mateo escribió [antes que los otros evangelistas y que escribió] el Primer Evangelio en la lengua nativa que usaban entonces los judíos de Palestina, para quienes estaba destinada la obra".

Llama la atención del lector la expresión cuidadosamente redactada "apoyo adecuado" que la tradición proporciona a la opinión de que Mateo fue el primero en escribir un Evangelio y que lo escribió originalmente en arameo o en hebreo. Así la Comisión hace una distinción clara entre el apoyo abrumador de la Tradición a la autoría de Mateo y su apoyo meramente adecuado al orden relativo de los Evangelios sinópticos y a la cuestión del idioma original de Mateo. Y la Comisión continuó en el párrafo siguiente afirmando que, si el idioma original de Mateo fue distinto del griego, nuestro Mateo griego es ciertamente "idéntico en sustancia" al hipotético original arameo, que muchos en un tiempo sostuvieron que había sido el fundamento de nuestro texto griego actual.

El propósito de las Respuestas antes citadas de la Pontificia Comisión Bíblica fue, por lo tanto, dar a los académicos y docentes católicos romanos las pautas necesarias para hacer frente a la avalancha de estudios no católicos emanados de Alemania y Francia a principios del siglo que afirmaban la hipótesis de los dos documentos [o las dos fuentes], es decir, que Marcos fue el primero de los Evangelios en ser escrito y que tanto Mateo como Lucas dependían de Marcos y de la fuente hipotética "Q". En una Respuesta posterior, publicada el 26 de junio de 1912 (AAS, 4, p. 465), [la Comisión] prohibió a los exegetas católicos abrazar o defender la hipótesis de los dos documentos. Esta respuesta dice lo siguiente:

“¿Deben ser considerados fieles a las prescripciones anteriores [referidas a la autenticidad e integridad de los Evangelios sinópticos] quienes, sin el apoyo de ninguna evidencia tradicional o argumento histórico, aceptan sin dificultad lo que comúnmente se llama la ‘hipótesis de los dos documentos’?... ¿Y, en consecuencia, son libres de defenderla? Respuesta: Por la negativa para ambas partes”.

No obstante, la Comisión hizo la siguiente concesión en el primer párrafo de la misma declaración: “Siempre que se salvaguarde todo lo que, según decisiones anteriores, debe ser salvaguardado, especialmente acerca de la autenticidad e integridad de los tres Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, la identidad sustancial del Evangelio griego de Mateo con su texto original y el orden cronológico en el que fueron escritos, a fin de explicar sus mutuas semejanzas y desemejanzas, ¿es lícito para los exegetas, dadas las múltiples opiniones diferentes y contradictorias propuestas por los escritores, discutir libremente la cuestión y recurrir a las hipótesis de la Tradición, ya sea escrita u oral, o también de la dependencia de un Evangelio de otro u otros que lo precedieron? Respuesta: Por la afirmativa” (Sobre el problema sinóptico, 26 de junio de 1912, AAS 4, p. 465).

Un asunto de especial preocupación para los eruditos miembros de la Comisión Bíblica con respecto a la hipótesis de los dos documentos era que daba a los académicos protestantes y modernistas católicos como Loisy una libertad más o menos ilimitada para interpretar los Evangelios de acuerdo con sus propias opiniones teológicas liberales.

Por lo tanto, la Pontificia Comisión Bíblica estaba dispuesta en ese momento a conceder libertad de investigación sólo bajo el acuerdo estricto de que la autoría apostólica y la historicidad de los Evangelios permanecieran indiscutibles.

En consecuencia, entre 1911 y 1943 en los círculos académicos católicos la discusión en su mayor parte siguió la línea de tratar de encontrar formas y medios de reconciliar la hipótesis de los dos documentos con los requisitos de la Pontificia Comisión Bíblica, y una serie de estudios importantes en esta línea, incluidos los de L. Vaganay y B. de Solages, apareció en los años entre las dos guerras mundiales.

Cabe destacar que el Padre Lagrange había tratado de resolver el dilema argumentando a favor de la prioridad del Mateo arameo o hebreo sobre el Marcos griego, que a su vez podía ser considerado como la fuente de nuestra versión griega del Mateo arameo. El único intento académico registrado en ese tiempo para reivindicar el orden y la autoría tradicionales de nuestro Mateo griego fue el de Dom John Chapman, un académico patrístico y del Nuevo Testamento de primer nivel.

Chapman había sido educado en Oxford, donde los estudios bíblicos estaban entonces bajo la influencia del Profesor Sanday y los nuevos estudios académicos alemanes, y allí había asimilado la actual hipótesis de los dos documentos de la prioridad de Marcos sobre el Mateo griego. Abandonando la vida académica, ingresó en la orden benedictina en la Abadía de Maredsous, en Bélgica, alrededor de 1895, y más tarde trasladó su estabilidad a la Abadía de Downside alrededor de 1911. Sorprendido y perturbado por la Respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica que prohibía a los profesores católicos adoptar o enseñar la hipótesis de los dos documentos, decidió investigar la cuestión por sí mismo. Cuando lo hizo, se sorprendió mucho al descubrir que la evidencia crítica interna, lejos de respaldar la prioridad de Marcos, apoyaba firmemente la prioridad de nuestro Mateo griego sobre Marcos. Debido a circunstancias fuera de su control, no pudo completar sus investigaciones antes de su muerte en 1933, y le correspondió a su amigo y discípulo Dom Christopher Butler asegurar su publicación en 1937 en una obra póstuma titulada Matthew, Mark and Luke [Mateo, Marcos y Lucas] (Londres) editada por Monseñor J. M. T. Barton. Pero ni esta obra ni la posterior de Butler titulada The Originality of St. Matthew [La originalidad de San Mateo] (Cambridge, 1951) lograron cambiar las mentes de los académicos ingleses que trabajaban bajo la influencia de la escuela protestante alemana, mientras que los académicos católicos continentales también estaban abandonando rápidamente la tradición católica y convirtiéndose en partidarios de la hipótesis de los dos documentos. La prohibición de la hipótesis de los dos documentos se mantuvo oficialmente en los círculos universitarios católicos hasta la aparición de la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943) del Papa Pío XII, que fue interpretada inmediatamente por los exégetas católicos como una señal para que anularan la prohibición si estaban convencidos de lo contrario, y no perdieron tiempo en hacerlo.

La hipótesis de los dos documentos sostiene que el Evangelio de Marcos fue compuesto alrededor del año 70 DC, es decir, poco después del martirio de Pedro, a partir de material que Marcos obtuvo en gran parte del mismo Pedro. Dado que la misma hipótesis también hace de Marcos una de las fuentes del Evangelio de Mateo, compuesto unos quince años después (alrededor del año 85 DC), Mateo se convierte asimismo en una autoridad de segunda mano. Sobre la base de estas suposiciones, resulta legítimo cuestionar la historicidad y la autoría apostólica de ambos Evangelios, especialmente el de Mateo, debido a su supuesta fecha tardía y su dependencia de Marcos y de "Q". Esto, a su vez, arroja serias dudas sobre la interpretación tradicional de pasajes clave como el texto petrino de Mateo 16:16-20 y sobre relatos de milagros como el de la caminata sobre el agua (Mateo 14:22- 33) y el de Pedro y el impuesto del Templo (Mateo 17:24-27). Por supuesto, su historicidad y apostolicidad son defendidas hoy sobre otras bases, que, sin embargo, no dejan de estar en cierto grado en conflicto con la evidencia externa o histórica (cf. The Order of the Synoptics, Parte II passim; Mercer U.P., Macon, Georgia, 1987).

En el Vaticano II

El Concilio Vaticano II (1962-1965) no había sido convocado por el Papa Juan XXIII para crear nuevos dogmas sino para actualizar los procedimientos pastorales de la Iglesia, eliminar anomalías y las adiciones innecesarias de muchos siglos y restaurar la imagen de la Iglesia a los ojos del mundo. Entre otras cosas, se pensaba que los estudios bíblicos católicos habían quedado rezagados respecto de los de las Iglesias protestantes, especialmente en lo referido a la aplicación del método histórico crítico a los Evangelios.

El intento de ponerse al día había llevado a un alejamiento generalizado de la autoridad de la Tradición hacia lo que se pensaba que eran "los resultados seguros" de la investigación crítica interna, lo que llevó a muchos a adoptar la hipótesis de la prioridad de Marcos, especialmente en la forma de los dos documentos. De hecho, el desencanto de los exegetas católicos con su propia Tradición había llegado a ser tan grande que la misma Comisión Bíblica decidió que era necesario ofrecer una guía especial sobre la cuestión sinóptica a los Padres conciliares que estaban preparando entonces la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación titulada Dei Verbum, que debía tener capítulos especiales sobre el Nuevo Testamento.

Las directrices de la Comisión, tituladas Instructio de Historica Evangeliorum Veritate [Instrucción sobre la verdad histórica de los Evangelios], aparecieron justo a tiempo para influir en las deliberaciones de los Padres conciliares. En primer lugar, reafirmaron la completa confiabilidad de los Evangelios en cuanto a que nos transmiten intacta la enseñanza de Jesús y la importancia vital de la interpretación de ellos de parte de la Iglesia; pero al mismo tiempo guardaron silencio sobre la cuestión de la autenticidad, es decir, la autoría apostólica, de Mateo y Juan.

En segundo lugar, [la instrucción] recomendó el uso del método histórico crítico tomado en su sentido más amplio, junto con el uso de todas las ayudas modernas a la exégesis, incluyendo la crítica literaria y los estudios lingüísticos, a fin de determinar el género literario de cada libro. En este campo, la Pontificia Comisión Bíblica estaba claramente ansiosa por que los exégetas católicos se pusieran al nivel de sus contemporáneos protestantes. Y así, mientras se mantuvo firmemente en línea con la tradición sobre el tema de la historicidad de los Evangelios, la Comisión se dio cuenta de que el estado de la discusión contemporánea entre los exégetas católicos exigía que los Padres conciliares no obstaculizaran la prosecución de la investigación y el debate sobre todos los aspectos del estudio de los Evangelios.

Además, debido a la anterior prohibición de la hipótesis de los dos documentos, la Comisión ahora sintió que tenía el deber de hacer algo constructivo para evitar cerrar la discusión [pronunciándose] a favor de la prioridad de Mateo, y lo hizo facilitando un diálogo sobre las posibles ventajas de la prioridad de Marcos. Era vital dejar que los académicos católicos descubrieran por sí mismos exactamente cuán compatible con la Tradición es en verdad la hipótesis de la prioridad de Marcos.

De ahí que la Instrucción evitara cuidadosamente mencionar en este contexto la autoría apostólica y el orden tradicionales de los cuatro Evangelios; la Pontificia Comisión Bíblica simplemente recomendó que la vida y la enseñanza de Jesús se consideraran como habiendo llegado hasta nosotros en tres etapas:

1. Las palabras y obras de Cristo mismo (S. 7).

2. La predicación post-resurrección de los apóstoles (S. 8).

3. La composición de los Evangelios por los evangelistas inspirados (S. 9).

En cierto sentido estas tres etapas parecen obvias e irreprochables, aunque, de hecho, la Comisión simplificó demasiado el problema. Lo que fue, sin embargo, nuevo y revolucionario (aparte del silencio sobre la autoría apostólica) fue su separación arbitraria de la Parte 2 de la Parte 3, es decir:

1. En la primera etapa (S. 7), que duró hasta la Ascensión, Jesús enseñó personalmente a los apóstoles y los preparó para la fundación de su Iglesia en el día de Pentecostés.

2. La segunda etapa (S. 8) es aquella en la que cada uno de los apóstoles proclamó el Evangelio de Jesús según su propio temperamento y recuerdo de lo que Jesús había dicho y hecho, utilizando las formas literarias corrientes en aquellos días, por ejemplo, instrucciones, historias, testimonios, himnos, etc. No obstante, la Comisión evitó deliberadamente la mención de la forma de "libro" en este contexto, autorizando así implícitamente la discusión sobre la duda creciente de si alguno de los Evangelios existentes puede atribuirse directamente a un apóstol.

3. La tercera etapa (S. 9), según la Comisión, fue aquella en la que los "autores sagrados" comenzaron a operar y a componer los Evangelios a partir del material que les llegó de la tradición apostólica. Estos evangelistas pusieron por escrito el mensaje del Evangelio en respuesta a las necesidades de sus respectivas iglesias. La Instrucción, sin embargo, se abstiene claramente de identificar a los apóstoles con los "evangelistas" o "autores sagrados", porque haberlo hecho habría sido desestimar la prioridad de Marcos. Por medio de este recurso literario, los académicos quedaron libres para argumentar la prioridad de Marcos y por lo tanto establecer si es en verdad compatible o no con la tradición de la autoría apostólica y la historicidad. Por supuesto, los Padres conciliares no fijaron ningún límite temporal para estas investigaciones, y así hicieron posible recopilar con calma todas las evidencias y evaluar concienzudamente esta hipótesis.

La Instrucción (cuyas partes relevantes se encuentran en un apéndice de este artículo) se puso, por tanto, a disposición de los Padres conciliares a tiempo para el debate sobre el texto de la Dei Verbum. El Profesor Beda Rigaux señala en su comentario a este documento (cf. Commentary on the Documents of Vatican II [Comentario a los Documentos del Vaticano II], vol. III (en adelante CDV III), Burns & Oates, Herder & Herder, traducción inglesa de 1968, p. 259) que, de hecho, y de forma bastante sorprendente, "frases enteras de la misma pasaron al texto de la Dei Verbum".

Sin embargo, hubo una diferencia significativa: el Concilio, aunque básicamente adoptó la idea de las "tres etapas" de la Comisión, la precedió en dos lugares (véase cap. 2, s. 7; cap. 5, ss. 18-19) con una clara declaración sobre la autoría apostólica de los Evangelios, así como sobre su historicidad.

Además, en el cap. 5 (El Nuevo Testamento), después de declarar que los cuatro Evangelios son "nuestra fuente principal de la vida y la enseñanza de la Palabra encarnada, nuestro Salvador", continúa así: "

(S. 18). La Iglesia siempre y en todas partes ha mantenido y sigue manteniendo el origen apostólico de los cuatro Evangelios. Los apóstoles predicaron, como Cristo les había encomendado, y luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y otros de la época apostólica [ipsi et apostolici viri] nos transmitieron por escrito el mismo mensaje que habían predicado, los fundamentos de nuestra fe: el Evangelio cuádruple, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. "

(S. 19). La Santa Madre Iglesia ha sostenido y sostiene con firmeza y con absoluta constancia que los cuatro Evangelios antes citados, cuya historicidad ella afirma sin vacilaciones, transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, mientras vivió entre los hombres, realmente hizo y enseñó para su salvación eterna, hasta el día en que fue elevado (cf. Hechos 1:1-2). Después de la Ascensión del Señor, los apóstoles transmitieron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, pero con la comprensión más plena que ellos, instruidos por los gloriosos acontecimientos de Cristo e iluminados por el Espíritu de la verdad, ahora disfrutaban" (Concilio Vaticano II, Conciliar and Post-Conciliar Documents [Documentos conciliares y postconciliares], editado por Austin Flannery OP, edición revisada de 1988, Dominican Publications, Dublín).

En el texto antes mencionado tenemos la afirmación oficial de la historicidad, es decir, el carácter histórico, de los cuatro Evangelios, y asimismo de su autoría apostólica. También está la afirmación adicional de que no sólo hubo apóstoles involucrados en la composición de los Evangelios sino también "hombres apostólicos", lo que es un reconocimiento de la tradición de que, mientras que dos de los Evangelios se atribuyen a los apóstoles Mateo y Juan, los otros dos, Marcos y Lucas, se atribuyen a "hombres apostólicos", es decir, asociados de los apóstoles. Es obvio que los Padres conciliares no tuvieron intención de debilitar ni de cambiar la doctrina existente de que Mateo y Juan habían compuesto personalmente sus respectivos Evangelios, pero sintieron que, sin ceder ningún terreno, y debido a que el Vaticano II tenía un objetivo pastoral, tenían que dejar espacio para la discusión de puntos de vista que, de resultar correctos, tendrían implicaciones enormes para el ecumenismo así como para los estudios académicos futuros.

La influencia de la Instrucción se ve claramente en las frases que siguen a las palabras "ahora disfrutaban". En efecto, la Dei Verbum renuncia a la palabra "apóstoles" en favor de "los autores sagrados" (auctores sacri) en el resto de su S. 19, que dice así:

"Los autores sagrados, al escribir los cuatro Evangelios, seleccionaron algunos de los muchos elementos que habían sido transmitidos, ya sea oralmente o ya en forma escrita; otros los sintetizaron o explicaron teniendo en cuenta la situación de las iglesias, manteniendo la forma de la proclamación, pero siempre de tal manera que nos han dicho la verdad honesta sobre Jesús (ut vera et sincera de Iesu) ... Ya sea que se basaran en su propia memoria y recuerdos o en el testimonio de aquellos que 'desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra', su propósito al escribir fue que pudiéramos conocer la 'verdad' sobre las cosas de las que hemos sido informados (cf. Lucas 1:2-4)".

En relación con la referida Sección 19 de la Dei Verbum, podemos resumir nuestras observaciones de la siguiente manera:

1. La reiteración sin vacilaciones de la afirmación de la historicidad y de la autoría de los cuatro Evangelios.

2. Al conceder esta tolerancia para probar nuevas teorías, los Padres se mostraron conscientes de la tensión que necesariamente existe entre los datos de la tradición y las nuevas teorías, y esto se vuelve visible cuando afirman que los evangelistas escribieron conservando la forma de la proclamación (y lo hicieron) siempre de tal manera que nos han dicho la verdad honesta sobre Jesús (ut vera et sincera de Iesu).

3. Al emplear la expresión "los autores sagrados", en este punto se introduce en el texto una ambigüedad deliberada. Aunque se puede esperar que el lector entienda los términos "autores sagrados" o "evangelistas" como "los apóstoles y hombres apostólicos" mencionados en la S. 18 y las dos primeras frases de la S. 19, es lógica y gramaticalmente posible interpretar estos términos sin ninguna dificultad en el resto de la S. 19 como una referencia en cambio a "autores post-apostólicos", es decir, escritores y escribas cristianos de la segunda generación.

De esta manera, los Padres conciliares proporcionaron una fórmula para dejar espacio a una discusión completamente libre de presiones de la hipótesis de la prioridad de Marcos, con la expectativa de que, a largo plazo, la verdad estaría mejor servida de esta manera. Además, la Dei Verbum deliberadamente hizo caso omiso de la cuestión del orden de los Evangelios y de los problemas planteados por la crítica literaria; y no tuvo nada para decir sobre cómo, cuándo y dónde los apóstoles pusieron por escrito su predicación, permitiendo así una interpretación más amplia de la noción de autoría.

La libertad de explorar todas las posibilidades de la hipótesis de la prioridad de Marcos a fin de descubrir su relación con la historicidad de los Evangelios parece, sin embargo, haber sido malinterpretada por muchos exegetas católicos como una autorización para abandonar no sólo la autoría apostólica, sino también la historicidad en el sentido generalmente aceptado. Pero el Concilio había mostrado claramente en el párrafo precedente (S. 18) que no tenía tal intención y que simplemente estaba manteniendo una estricta neutralidad entre las hipótesis en pugna sobre las fuentes de los Evangelios.

Como escribió el Cardenal Ratzinger: "Es conforme a la mejor tradición conciliar que el magisterio de la Iglesia no debe decidir controversias académicas en un Concilio" (CDV III, 16). Pero la Dei Verbum ciertamente estimuló el uso de los métodos histórico-críticos de acuerdo con las normas católicas, cf. J. A. Fitzmyer, A Christological Catechism [Un catecismo cristológico] (Nueva York, Paulist Press, 1982), 22- 23, 97ss

La situación hoy

Dado que la adopción de la prioridad de Marcos sobre Mateo y Lucas ha sido la base generalmente aceptada de la mayor parte de la exégesis desde el Vaticano II, esta hipótesis tiene que asumir la responsabilidad primaria por la adopción por parte de académicos católicos de posiciones aparentemente contrarias a la tradición de la apostolicidad e historicidad de los Evangelios. De hecho, hoy es notorio que la tradición de la autoría de Mateo es rechazada en casi todas las universidades y seminarios católicos, y como corolario la historicidad completa de Mateo ha sido abandonada en gran medida en la práctica, aunque no en la teoría.

Bastará dar dos ilustraciones aleatorias de la situación actual. En el boletín de la Federación Católica Mundial para el Apostolado Bíblico (11, 2, 6), que tiene una circulación mundial y se titula de manera bastante confusa Dei Verbum, apareció en 1989 un artículo de un famoso erudito francés, el Padre Refoulé, sobre el tema de la Biblia ecuménica francesa (la TOB, Traduction Oecuménique de la Bible). Contiene el siguiente párrafo sobre la autoría del Evangelio de Mateo:

"Hoy en día, la discusión sobre esta cuestión ha quedado obsoleta en la Iglesia Católica, pero sólo recientemente. Según Lyonnet, la Constitución dogmática Dei Verbum (18 de noviembre de 1965) es el primer documento de la Iglesia que no toca en absoluto la cuestión de los autores de los libros bíblicos. Para que un libro bíblico sea reconocido como apostólico por la Iglesia, basta que ella reconozca en él la fe de los apóstoles. En cualquier caso, debido a la larga duración de este debate en la Iglesia Católica, no debería sorprendernos que algunos teólogos o incluso Iglesias mantengan sus opiniones tradicionales".

El Padre Refoulé rechaza aquí la autenticidad de Mateo de manera cortante y casi con impaciencia; pero el Padre Lyonnet no hacía más que señalar lo mismo que nosotros acabamos de señalar, es decir, que por sus propias razones la Dei Verbum evitó la cuestión de la apostolicidad. Además, la definición del Padre Refoulé de un libro "apostólico" como aquel en el que "la Iglesia reconoce la fe de los apóstoles" es totalmente inadecuada y teológicamente insatisfactoria y no puede soportar un examen cuidadoso.

El otro ejemplo del cambio total de opinión de los académicos modernos con respecto a la autoría apostólica está tomado de The New Jerome Biblical Commentary [El nuevo comentario bíblico Jerónimo] (1989). En la Introducción a su comentario sobre el Evangelio de Mateo, el Padre Benedict T. Viviano, OP, escribe:

"El Evangelio [de Mateo] adquirió prestigio tempranamente no sólo por sus méritos intrínsecos, … sino porque llevaba el nombre de un apóstol (mencionado en 9:9, 10:3). Pero, puesto que el autor del texto final parece haber copiado con modificaciones todo el Evangelio según Marcos, ahora se piensa comúnmente que es improbable que en su forma actual sea obra de un apóstol testigo ocular. ¿Por qué un testigo ocular necesitaría copiar de alguien que no lo fue?

El Evangelio tal como lo tenemos se entiende mejor como una obra de síntesis madura, que combina el Evangelio más antiguo, Marcos, con una colección temprana de dichos de Jesús (‘Q’), que comparte con el Evangelio según Lucas. Sin embargo, el apóstol Mateo puede haber estado al comienzo de la tradición evangélica si reunió los dichos de Jesús en una colección como Q… Aunque se admita la veracidad de (la cita de Papías), aún deja sin resolver la cuestión de quién escribió el Evangelio completo en griego tal como ha llegado hasta nosotros. Nuestras fuentes patrísticas guardan silencio sobre este evangelista anónimo. Debemos buscar información en el propio Evangelio".

La presentación anterior del origen, la fecha y la autenticidad de Mateo es bastante indicativa del pensamiento católico romano moderno sobre la cuestión de la autoría apostólica; asume la prioridad de Marcos como básica e incuestionable. Más adelante en su introducción (NJBC, 42:5) el Padre Viviano nos ofrece la visión moderna sobre la historicidad de este Evangelio de la siguiente manera:

"El evangelista (que escribió Mateo) es un fiel transmisor de las tradiciones que recibió de la Iglesia primitiva sobre Jesús y la vida cristiana, y, al mismo tiempo, un modelador creativo de esas tradiciones en nuevas combinaciones con nuevos énfasis".

Es claro del extracto anterior que el comentarista ha rechazado la autoría personal del apóstol Mateo, y que en consecuencia la historicidad de su Evangelio ahora depende de una cadena dudosa de documentos hipotéticos, un esquema que es a su vez el resultado de la adopción de la hipótesis de los dos documentos. El Padre Viviano ve al editor final de Mateo como un "modelador creativo de la tradición". Pero no es suficiente rendir un tributo superficial a la Dei Verbum diciendo que el evangelista, el editor final, es un "fiel transmisor de las tradiciones", porque ¿qué relación puede tener tal "modelador creativo de la tradición" con el apóstol Mateo? Ninguna que sea reconocible; ni se puede decir con seguridad que el "modelador" imparte la vera et sincera de Iesu.

Además, hay otra consideración que debe tenerse en cuenta, a saber, que, según la tradición de la Iglesia, el infalible Espíritu de Dios fue dado personalmente sólo a los doce apóstoles y no a sus discípulos o sustitutos, tales como Bernabé, compañero de Pablo. De ahí que sea muy difícil ver cómo el texto de Mateo podría ser inspirado si hubiera surgido de la manera mencionada anteriormente. La Iglesia misma no imparte inspiración y nunca ha pretendido hacerlo; sólo tiene el poder de reconocerla cuando la ve, y en el pasado ha asociado invariablemente la inspiración divina sólo con los Doce. Sin embargo, estas nuevas opiniones se presentan con confianza plena en su corrección, a pesar del hecho de que la misma hipótesis de los dos documentos es estimada ahora como una hipótesis bastante insegura sobre la que basarse. En otras palabras, afirmaciones como éstas difícilmente pueden conciliarse con la sección 18 de la Dei Verbum ni con la doctrina de la Iglesia hasta el Vaticano II, además del hecho de que también son sospechosas críticamente.

Es inconcebible que los Padres del Vaticano II tuvieran en mente cualquier desviación de la doctrina inmemorial de la autoría apostólica de los Evangelios. Si hubiera sido así, no la habrían introducido de una manera tan furtiva. La expectativa del Concilio era que los académicos católicos, que entonces estaban aceptando la prioridad de Marcos, la usarían para arrojar una luz más clara sobre el significado de la autoría apostólica y la historicidad, y no imaginaron que pudiera ser una amenaza seria para la antigua tradición ni que pudiera conducir a su rechazo.

El Concilio quería un diálogo fructífero entre la escuela moderna y los tradicionalistas con la esperanza de que la verdad emergería finalmente cuando todos los argumentos de ambas partes se hubieran estudiado en profundidad. Pero la gran cantidad de investigaciones realizadas sobre la hipótesis de la prioridad de Marcos durante los últimos cien años no ha logrado producir un consenso satisfactorio, y está creciendo la creencia de que es necesario mirar en una nueva dirección. En otras palabras, ya es hora de volver a examinar la Tradición a la luz de las muchas perspectivas obtenidas a partir de las hipótesis de la prioridad de Marcos; de hecho, un intento importante de iniciar un diálogo de este tipo tuvo lugar en el Simposio de Jerusalén sobre el Evangelio en 1984, pero éste no ha sido objeto aún de un seguimiento satisfactorio.

Ha sido desafortunado que la combinación de una libertad apasionante para emprender la crítica histórica con la aprobación de la Iglesia y el apoyo tranquilizador de las prestigiosas facultades de las universidades alemanas y estadounidenses haya convencido a los partidarios de la prioridad de Marcos de que no pueden estar equivocados. En estas circunstancias, hasta ahora no han visto ninguna razón para dialogar seriamente con los partidarios (aún relativamente pocos en número) de la antigua tradición de que Mateo, después de todo, puede haber sido el primero de los Evangelios en ser escrito, y en verdad por el propio apóstol Mateo.

En lo que respecta a la mayoría de los partidarios de la prioridad de Marcos, la cuestión ha sido zanjada; de hecho, consideran que ya no vale la pena discutirla y no están interesados en que se vuelva a plantear. ¡Para ellos, cualquiera que siga creyendo que los Evangelios son las memorias de los apóstoles y que es también científico tratarlos como tales, es considerado obsoleto y posiblemente un "fundamentalista"! Pero la libertad concedida por la sección 19 de la Dei Verbum nunca tuvo la intención de implicar un rechazo de la Tradición antigua. Un desacuerdo tan básico como el que se ha desarrollado ahora en un asunto tan sensible como la autoría apostólica y la autenticidad de los Evangelios no puede ni debe permitirse que siga sin resolverse. ¿Debemos, pues, concluir que la tradición antigua es errónea y que el apóstol Mateo no es en modo alguno responsable de su Evangelio en su forma final, la que tenemos ahora?

¿Debemos, pues, concluir que los Padres del Vaticano II y las autoridades anteriores se equivocaron al afirmar la autoría apostólica y la historicidad plena de los cuatro Evangelios? ¿No podría ser que los modernos sean los que están equivocados?

Hay suficiente incertidumbre, duda y contradicción para exigir que los que confían en la prioridad de Marcos para su exégesis escuchen pacientemente a los defensores de la hipótesis de los dos Evangelios, quienes afirman que hay otra manera de interpretar la evidencia literaria, histórica y patrística que satisface los requisitos más rigurosos del estudio académico. En otras palabras, ese diálogo que debería haberse iniciado después del Vaticano II debe ahora retomarse en serio.

Tomando los ejemplos anteriores como representativos de los estudios bíblicos católicos romanos modernos, se puede sacar las siguientes conclusiones:

1. A la exégesis moderna le resulta extremadamente difícil cumplir honestamente con la insistencia de la Dei Verbum sobre la historicidad plena de los Evangelios sinópticos, siendo la causa fundamental del conflicto el uso de la hipótesis de la prioridad de Marcos.

2. Este conflicto deja ahora al mundo académico católico en una necesidad extrema de una hipótesis de fuentes más realista. Por lo tanto, no tiene otra opción que considerar seriamente y sin prejuicios la única alternativa viable, la hipótesis de los dos Evangelios.

Durante los últimos veinticinco años [1965-1990], los defensores de la hipótesis de los dos Evangelios han reunido un expediente considerable, junto con una serie de argumentos científicamente convincentes, que también coinciden estrechamente con la Tradición. La hipótesis de los dos Evangelios cita como uno de los testigos antiguos más importantes a Ireneo, obispo de Lyon, en su Adv. Haer. III, 1, quien escribió alrededor del año 180 DC durante el reinado del Papa Eleuterio (174-189):

"Hemos aprendido el plan de nuestra salvación de nadie más que de aquellos a través de quienes el Evangelio ha llegado hasta nosotros, que en un tiempo ellos proclamaron en público, y, en un período posterior, por la voluntad de Dios, nos transmitieron en las Escrituras, para ser el fundamento y el pilar de nuestra fe... Porque después de que nuestro Señor resucitó de entre los muertos, [los apóstoles] fueron investidos con poder de lo alto cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos... y tuvieron un conocimiento perfecto; ellos partieron a los confines de la tierra predicando las buenas noticias de las cosas buenas enviadas por Dios a nosotros... Así Mateo produjo un Evangelio escrito entre los judíos en su propia lengua, cuando Pedro y Pablo estaban predicando el Evangelio en Roma y fundando la Iglesia. Pero después de su muerte, el propio Marcos, el discípulo y cronista de Pedro, también nos ha transmitido por escrito lo que había sido proclamado por Pedro."

De la cita anterior se desprende claramente que para Ireneo la apostolicidad y la historicidad son mutuamente dependientes. Nótese también que J. Chapman ha demostrado que la última frase de Ireneo significa que el Evangelio de Marcos ha recogido las palabras viva voce de Pedro, que sigue dando testimonio después de su muerte por medio de este Evangelio (cf. The Order of the Synoptics [El orden de los sinópticos], Mercer U.P., Macon, Georgia, 1987, 129, n. 9).

En particular, la cuestión de la relación entre historicidad y apostolicidad tendrá que ser reexaminada porque la discusión de su relación fue suspendida temporalmente con la aquiescencia de la Dei Verbum hace unos veinticinco años. Las dos nociones están íntimamente conectadas, ya que los apóstoles fueron elegidos individualmente por Jesús para ser testigos oculares de su vida, muerte y resurrección. Su testimonio sólo podía ser transmitido por su discurso, por sus acciones y por su escritura personal -su hológrafo- como lo demostró Pablo en la conclusión de algunas de sus cartas (por ejemplo, Colosenses 4:18, 2 Tesalonicenses 3:17). El testimonio de primera mano en el habla y la escritura era tan importante entonces como lo es hoy.

Por supuesto, el grado de historicidad en cualquier caso dado dependerá del género del discurso empleado por el testigo ocular apostólico en cuestión, aunque su testimonio como tal siempre está garantizado por el Espíritu Santo. Si se descubre que la hipótesis de los dos Evangelios es la teoría de fuentes correcta, entonces no habrá problema en que el apóstol Mateo sea el autor de su Evangelio ni en que Pedro y Pablo autentifiquen los Evangelios de Marcos y Lucas, ya que ella prueba que Mateo y Lucas fueron escritos antes que Marcos, que a su vez está fechado alrededor del año 62 DC, permitiendo así que los tres Evangelios hayan sido escritos durante la vida de Mateo y los "hombres apostólicos".

En los últimos años ha aparecido una gran cantidad de libros y artículos que tratan de la hipótesis de los dos Evangelios y las debilidades de la hipótesis de los dos documentos, y la bibliografía adjunta registra algunos de los títulos más importantes. La búsqueda de la verdad exige ahora poner a prueba la hipótesis de los dos Evangelios con la misma minuciosidad que ha destruido la credibilidad de la hipótesis de los dos documentos.

De ahí que la presentación y el examen críticos de la hipótesis de los dos Evangelios puedan llevar tantos años como los que se han necesitado para llevar la hipótesis de la prioridad de Marcos a su actual impasse (M.-E. Boismard, "The Two-Source Theory at an Impasse" [La teoría de las dos fuentes en un impasse], NTS 26 (1980), pp. 1-17).

Cuando se haya reevaluado toda la evidencia y concluido el debate, se habrán cumplido las expectativas de los Padres del Vaticano II, y podemos esperar con confianza que la Pontificia Comisión Bíblica en un futuro no muy lejano estará en condiciones de confirmar o reformular su declaración de 1911 sobre la apostolicidad y la historicidad de los Evangelios.

Una bibliografía selecta

Butler, B. C., The Originality of St Matthew (Cambridge, 1951).
Chapman, J., Matthew, Mark and Luke, ed. J. M. T. Barton (London, 1938).
Dungan, D. L., The Sayings of Jesus in the Churches of Paul (Fortress Press, Minneapolis, 1971).
Dungan, D. L., ed., The Inter-relations of the Gospels: Jerusalem Gospel Symposium (1984) Papers (Peeters, Leuven, 1990)
Edmundsen, G., The Church in Rome in the First Century (London, 1913).
Farmer, W. R., The Synoptic Problem: A Critical Analysis (Macmillan, London, 1964; reimpreso en 1976). Farmer, W. R., Jesus and the Gospel: Tradition, Scripture and the Canon (Fortress Press, Minneapolis, 1982).
Farmer, W. R., New Synoptic Studies: The Cambridge Gospel Conference and Beyond (Macon, Georgia, 1983).
Harnack, A., The Date of Acts (E. T., London, 1911).
Hemer, C. J., The Book of Acts in the Setting of Hellenistic History (J. C. B. Mohr, Tübingen, 1989).
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Longstaff, T. R. W., Evidence of Conflation in Mark: A Study in the Synoptic Problem, SBL Dissertation Series (Scholars Press, Missoula, Montana, 1977).
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Massaux, E., Influence de L'Évangile de Saint Matthieu sur la littérature chrétienne avant S. Irénée (Louvain, 1950).
Meyer, B. F., The Aims of Jesus (London, 1979).
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Orchard, J. B., Synopsis of the Four Gospels in Greek (T. & T. Clark, Edinburgh, 1983).
Orchard, J. B. (con H. Riley), The Order of the Synoptics (Mercer U.P., Macon, Georgia, 1987).
Orchard, J. B. y T. R. W. Longstaff, eds., J. J. Griesbach: Synoptic and Textcritical Studies, 1776-1976 (Cambridge, 1979).
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Stoldt, H.-H., History and Criticism of the Markan Hypothesis (Mercer U. P., Macon, Georgia; T. & T. Clark, Edinburgh, 1982).
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Artículos

Chapman, J., "St Irenaeus and the Dates of the Gospels", JTS, 6 (1904-1905), pp. 563-569.
Orchard, J. B., "The Evolution of the Gospels", CTS Publications, London, 1990.
Orchard, J. B., "The Formation of the Synoptic Gospels", The Downside Review (Enero 1988).
Orchard, J. B., "The Solution of the Synoptic Problem", Scripture Bulletin XVIII, 1 (Invierno 1987).
Orchard, J. B., "Thessalonians and the Synoptic Gospels", Biblica (1938), pp. 1-19.
Siegert, Folker, "Unbeachtete Papiaszitate bei Armenischen Schriftstellern", N.T.S. 27, pp. 605-614.

APÉNDICE

[Nota del Traductor: Los dos textos del Magisterio de la Iglesia que Orchard ofrece en su Apéndice están en latín. En lugar de traducir esos textos del latín al español, ofrezco aquí las respectivas versiones en español publicadas en el sitio de la Santa Sede].

Instrucción Sancta Mater Ecclesia sobre la verdad histórica de los Evangelios (Pontificia Comisión Bíblica, 21 de abril de 1964):

2. El exégeta, para afirmar el fundamento de cuanto los Evangelios nos refieren, atienda con diligencia a los tres momentos que atravesaron la vida y las doctrinas de Cristo antes de llegar hasta nosotros.

• Cristo escogió a los discípulos que Lo siguieron desde el comienzo, vieron sus obras, oyeron sus palabras y pudieron así ser testigos de su vida y de su enseñanza. El Señor, al exponer de viva voz su doctrina, siguió las formas de pensamiento y expresión entonces en uso, adaptándose a la mentalidad de sus oyentes, haciendo que cuanto les enseñaba se grabara firmemente en su mente, pudiera ser retenido con facilidad por los discípulos. Los cuales comprendieron bien los milagros y los demás acontecimientos de la vida de Cristo como hechos realizados y dispuestos con el fin de mover a la fe en Cristo y hacer abrazar con la fe el mensaje de salvación.

• Los Apóstoles anunciaron ante todo la muerte y la resurrección del Señor, dando testimonio de Cristo, exponían fielmente su vida, repetían sus palabras, teniendo presente en su predicación las exigencias de los diversos oyentes. Después que Cristo resucitó de entre los muertos y su divinidad se manifestó de forma clara, la fe no sólo no les hizo olvidar el recuerdo de los acontecimientos, antes lo consolidó, pues esa fe se fundaba en lo que Cristo les había realizado y enseñado. Por el culto con que luego los discípulos honraron a Cristo, como Señor e Hijo de Dios, no se verificó una transformación Suya en persona “mítica”, ni una deformación de su enseñanza. No se puede negar, sin embargo, que los Apóstoles presentaron a sus oyentes los auténticos dichos de Cristo y los acontecimientos de su vida con aquella más plena inteligencia que gozaron a continuación de los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la iluminación del Espíritu de Verdad. De aquí se deduce que, como el mismo Cristo después de su resurrección les interpretaba tanto las palabras del Antiguo Testamento como las Suyas propias, de esta forma ellos explicaron sus hechos y palabras de acuerdo con las exigencias de sus oyentes. “Asiduos en el ministerio de la palabra”, predicaron con formas de expresión adaptadas a su fin específico y a la mentalidad de sus oyentes, pues eran “deudores de griegos y bárbaros, sabios e ignorantes”. Se pueden, pues, distinguir en la predicación que tenía por tema a Cristo: catequesis, narraciones, testimonios, himnos, doxologías, oraciones y otras formas literarias semejantes, que aparecen en la Sagrada Escritura y que estaban en uso entre los hombres de aquel tiempo.

• Esta instrucción primitiva hecha primero oralmente y luego puesta por escrito —de hecho muchos se dedicaron a “ordenar la narración de los hechos” que se referían a Jesús— los autores sagrados la consignaron en los cuatro Evangelios para bien de la Iglesia, con un método correspondiente al fin que cada uno se proponía. Escogieron algunas cosas; otras las sintetizaron; desarrollaron algunos elementos mirando la situación de cada una de las iglesias, buscando por todos los medios que los lectores conocieran el fundamento de cuanto se les enseñaba. Verdaderamente de todo el material que disponían los hagiógrafos escogieron particularmente lo que era adaptado a las diversas condiciones de los fieles y al fin que se proponían, narrándolo para salir al paso de aquellas condiciones y de aquel fin. Pero, dependiendo el sentido de un enunciado del contexto, cuando los evangelistas al referir los dichos y hechos del Salvador presentan contextos diversos, hay que pensar que lo hicieron por utilidad de sus lectores. Por ello el exégeta debe investigar cuál fue la intención del evangelista al exponer un dicho o un hecho en uno forma determinada y en un determinado contexto. Verdaderamente no va contra la verdad de la narración el hecho de que los evangelistas refieran los dichos y hechos del Señor en orden diverso y expresen sus dichos no a la letra, sino con una cierta diversidad, conservando su sentido. Pues dice San Agustín: “Es bastante probable que los evangelistas se creyeran en el deber de contar, con el orden que Dios sugería a su memoria, las cosas que narraban, por lo menos en aquellas cosas en las que el orden, cualquiera que sea, no quita en nada a la verdad y autoridad evangélica. Pues el Espíritu Santo, al distribuir sus dones a cada uno como le parece, y por ello también, dirigiendo y gobernando la mente de los santos con el fin de situar los libros en tan alta cumbre de autoridad, al recordar las cosas que habían de escribir, permitiría que cada uno dispusiera la narración a su modo, y que cualquiera que con piadosa diligencia lo investigara lo pudiera descubrir con la ayuda divina”. Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum (Concilio Vaticano II, 18 de noviembre de 1965) Capítulo V: El Nuevo Testamento

18. Nadie ignora que, entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador. La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).

Fuente: http://www.churchinhistory.org/s3-gospels/dei-verbum.htm (versión del 27/06/2012).
Traducción al español de Daniel Iglesias Grèzes.
Primera edición en: The Downside Review, Vol. 108, No. 372, Julio de 1990.

Bernard Orchard, OSB (1920-2006) fue un monje benedictino de la Abadía de Ealing, Inglaterra. Fue el editor general de A Catholic Commentary on Holy Scripture [Comentario católico de la Sagrada Escritura] (1953) y The Revised Standard Version of The Holy Bible [La versión estándar revisada de la Santa Biblia] (Cath. Ed. 1966). Fue presidente del comité editorial del New Catholic Commentary on Holy Scripture [Nuevo comentario católico de la Sagrada Escritura] (1969) y es el autor, junto con Harold Riley, de The Order of the Synoptics [El orden de los sinópticos] (1987) y de otros libros sobre la Escritura. También escribió el libro Born to Be King: A life of Christ [Nacido para ser rey: Una vida de Cristo].