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EL TRATADO DE UTRECHT (1713)
Y EL DE RASTATT (1714)

Ponen fin internacionalmente a la Guerra de Sucesión de España, mientras aún luchan los partidarios de los Austrias en Barcelona y Mallorca, que son abandonadas por Inglaterra e incluso Austria que los habían utilizado.

Los ingleses aprovechan que los españoles no negocian directamente (lo hacen mediante intermediarios franceses) y arrancan como compensación de guerra Gibraltar, la isla de Menorca, un navío de permiso al año para comerciar con las Indias españolas y el llamado "asiento de negros", monopolio del tráfico de esclavos en América durante 30 años.

El rey de España cede las otras posesiones europeas que tenía (las de Flandes e Italia).

En el de Utrecht, que es el decisivo, Felipe V es reconocido como rey de España y de las Indias y renuncia a la posible herencia de la Corona de Francia.
Cede al rey inglés Gibraltar y Menorca, el asiento de negros (la exclusiva de vender negros en América durante 30 años) y el navío de permiso (poder vender en América el cargamento de un barco al año).

El duque de Saboya obtiene Sicilia, junto con el título de rey (que cambia en 1718 por Cerdeña, que también era un reino); consigue también la devolución de Saboya y Niza; parte del Delfinado y Alessandria, Langhe, Monferrato y Valsesia.
Holanda obtiene Venlo y las ciudades fortificadas de la Barrera en Bélgica.
Brandedeburgo consigue ser reconocido como Reino de Prusia y obtiene de España Güeldres del Norte y de Francia la Barrera de Neuchatel.
Portugal consigue de España la devolución de la colonia de Sacramento.
Francia reconoce la sucesión protestante en Inglaterra y renuncia a apoyar a los Estuardo. Obtiene la Barcelonnette y el principsdo de Orange
Inglaterra obtiene de Francia Terranova, Nueva Escocia (Acadia) y la Bahía de Hudson; obtiene también la isla caribeña de San Cristóbal.

[Artículo 13 del Tratado de Utrecht entre Inglaterra y España: Visto que la reina de la Gran Bretaña no cesa de instar con suma eficacia para que todos los habitadores del principado de Cataluña, de cualquier estado y condición que sean, consigan, no sólo entero y perpetuo olvido de todo lo ejecutado durante esta guerra y gocen de la íntegra posesión de todas sus haciendas y honras, sino también que conserven ilesos é intactos sus antiguos privilegios, el Rey Católico por atención a su Majestad británica concede y confirma por el presente á cualesquiera habitadores de Cataluña, no sólo la amnistía deseada juntamente con la plena posesión de todos sus bienes y honras, sino que les da y concede también todos aquellos privilegios que poseen y gozan, y en adelante pueden poseer y gozar los habitadores de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey Católico]

En el de Rastatt del 6 de marzo de 1714,
Carlos VI de Austria hace la paz con Francia y obtiene Bélgica y Luxemburgo; el Milanesado, Nápoles y Cerdeña (que cambia en 1718 por Sicilia). Pero hasta 1725 no reconoce a Felipe V como rey de España y no hace la paz con él. Aunque ya en 1713 se compromete a sacar sus tropas de Cataluña, cosa que hace el 30 de junio de 1713; con lo que la resistencia de Barcelona termina el 11.09.1714 y la de Mallorca, Ibiza y Formentera los días 2, 5 y 11 de julio de 1715.

[Wikipedia: Luis XIV cede al Imperio las tierras a la derecha del Rin (BreisachKehl y Friburgo) pero conserva LandauEstrasburgo y Alsacia. En el tratado también se incluye la restauración en sus estados del Elector de Colonia y del Elector de Baviera].

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Utrecht consagra la hegemonía mundial de Inglaterra, en los mares y en el comercio. Después la ampliará durante dos siglos más. El equilibrio europeo lo es de naciones divididas y enfrentadas y lo es sólo del continente. Inglaterra las mantiene así, enfrentadas y anulándose unas a otras y se mantiene fuera, para tener manos libres para dominar los mares y el mundo.

Gibraltar sigue en manos inglesas tres siglos después, cumplidos el 4 de agosto de 2004. Ha empezado el cuarto.
Menorca fue recuperada en 1781 durante la Guerra de Independencia de los EEUU, lo que fue aceptado por Inglaterra en 1783 al final de dicha guerra.
pero en 1799 volvió a ocuparla durante las guerras napoleónicas, y la restituyó en la Paz de Amiens de 1802, aunque a cambio se le tuvo que ceder la isla de Trinidad.

Inglaterra dice que basa su posesión actual de Gibraltar en el Tratado de Utrecht, pero celebró el 300 aniversario de esa dominación en 2004, que es el tricentenario, no del Tratado de 1713, sino de la ocupación militar realizada en nombre del Archiduque Carlos como rey de España, pero está claro que Inglaterra, o los que mandan en ella, luchaban por su expansión, no por el Archiduque Carlos, ni por la Corona de Aragón, sino utilizándolos en beneficio propio.

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Los Tratados

Wiki

Ante la intransigencia mostrada por los neerlandeses en las conversaciones de Geertruidenberg para alcanzar la paz, Luis XIV y su ministro de estado el marqués de Torcy decidieron sondear al gobierno de Gran Bretaña y en agosto de 1710 su agente en Londres François Gaulthier se puso en contacto con el miembro del gobierno Robert Harley. Estos contactos se vieron favorecidos por la victoria de los tories en las elecciones del otoño de ese año ya que este partido defendía poner fin a la guerra, frente a la postura belicista del derrotado partido whig. Harley se convirtió en secretario de finanzas y junto con Henry St John, vizconde de Bolingbroke, secretario de Estado, impulsó la nueva política "pacifista" que se vio reforzada cuando se conocieron en Londres las dos resonantes victorias que había obtenido Felipe V en las batallas de Brihuega y de Villaviciosa a principios de diciembre de 1710 frente al ejército del archiduque Carlos —tras el fracaso de su segunda entrada en Madrid— y que le aseguraban a Felipe V el trono español —el dominio austracista quedó reducido al Principado de Cataluña y al reino de Mallorca—. Ese mismo mes de diciembre de 1710 el gobierno tory hizo saber al marqués de Torcy que Gran Bretaña no apoyaría las aspiraciones del archiduque a la Corona española a cambio de importantes concesiones comerciales y coloniales, lo que significaba un vuelco total en las perspectivas de paz. A partir de entonces se incorporaron a las negociaciones el poeta y diplomático Matthew Prior, por el lado británico, y un buen conocedor del comercio colonial Nicolas Mesnager, por el lado francés.

El giro definitivo en el escenario internacional se produjo el 17 de abril de 1711 con la muerte del emperador José I, lo que suponía que el archiduque Carlos era el nuevo emperador. Este hecho, según Joaquim Albareda, proporcionó "el pretexto perfecto a los británicos a la hora de argumentar el cambio de rumbo emprendido: había que evitar la constitución de una monarquía universal, ahora de los Habsburgo".[6]​ La primera medida que tomaron fue reducir notablemente la ayuda económica que sostenía al ejército imperial, al tiempo que continuaban con las negociaciones secretas con los franceses. El 27 de septiembre de 1711 Carlos abandonaba Barcelona para ser coronado emperador con el nombre de Carlos VI (la ceremonia tuvo lugar el 22 de diciembre en Fráncfort) dejando a su esposa Isabel Cristina de Brunswick como su lugarteniente y capitán general de Cataluña y gobernadora de los demás reinos de España, para demostrar su «paternal amor» hacia sus fieles vasallos de la monarquía. Además de con este gesto, Carlos VI quiso dejar claro que no renunciaba al trono de España y mandó acuñar una medalla conmemorativa con la leyenda Carolus Hispaniarum, Hungariae, et Bohemiae Rex, Arxidux Astriae, electis in Regem Romanorum.

El 22 de abril de 1711, solo cuatro días después de la muerte del emperador José I, el rey Luis XIV enviaba a Londres a su agente Gaulthier con un documento en el que aceptaba las dos principales exigencias británicas: dejar de apoyar a Jacobo III Estuardo en sus aspiraciones a suceder a la reina Ana de Inglaterra y reconocer la línea protestante de la sucesión en la persona de Jorge de Hannover, y dar garantías de que nunca se unificarían las Monarquías de Francia y de España, una posibilidad que aparecía en el horizonte al haber muerto ese mismo mes el Gran Delfín, con lo que Felipe V de España pasaba a ser el segundo en la línea sucesoria, tras su hermano mayor Luis, duque de Borgoña. Pocos días después volvía Gaulthier con el acuerdo de los británicos. El resultado de la negociación se tradujo en tres documentos que prefiguraban los acuerdos posteriores de Utrecht y concretaban los beneficios obtenidos por el Reino Unido. Los neerlandeses no fueron informados de todo ello hasta el mes de octubre de 1711. Cuando la Cámara de los Lores votó en contra del acuerdo el 7 de diciembre de 1711 la reina Ana nombró doce nuevos pares favorables a los mismos y en una nueva votación consiguió que fuera aprobado. A continuación cesó a Marlborough —que era un firme partidario de continuar la guerra— como capitán general, siendo sustituido por el duque de Ormonde que en mayo de 1712 recibió órdenes secretas del gobierno de evitar batallas o sitios.[8]

La reacción de Carlos VI no se hizo esperar y su embajador en Londres hizo llegar a la reina Ana un memorial en el que manifestaba su sorpresa por el acuerdo alcanzado con Francia negociado a sus espaldas. En el mismo mostraba su estupefacción por la renuncia al objetivo de la Gran Alianza cediendo España y las Indias a Felipe V[9]​:

"después de tantas victorias, tantas plazas conquistadas, después de un gasto excesivo de tesoros inmensos, después de haber obtenido unos artículos preliminares en el año 1709 muy distintos a éstos, y después de haber llevado las armas de los aliados a las puertas de Francia de manera que, si se quiere continuar la guerra, ya no está en disposición de impedir la entrada de las tropas en el corazón del reino"

Los Tratados

La reina Ana convocó a las partes en conflicto en la ciudad neerlandesa de Utrecht para firmar la paz que pusiera fin a la guerra de sucesión española. Las sesiones se iniciaron el 29 de enero de 1712 y enseguida se hizo evidente, como comunicó el embajador imperial desde La Haya, «la grande unión y armonía que hay en Utrecht entre los ministros de Inglaterra y Francia» y otro representante informaba de la determinación de los británicos en concluir «la mala paz que nos anuncian».[10]

La muerte en febrero de 1712 del heredero al trono de Francia, el duque de Borgoña, y al mes siguiente del hijo de este, el duque de Bretaña, convertía a Felipe V en el sucesor del sucesor de Luis XIV, y aumentó la necesidad de que renunciara a sus derechos a la Corona de Francia o a la de España para que el acuerdo entre Luis XIV y la reina Ana pudiera ir adelante, pero Felipe V en abril de 1711 comunicó que prefería seguir siendo rey de España, agradecido por la fidelidad que le habían mostrado sus súbditos de la Corona de Castilla, por lo que renunciaba a sus derechos al trono de Francia. Así el acuerdo secreto franco-británico pudo seguir su curso.[11]

Lo esencial del acuerdo alcanzado entre Francia y Gran Bretaña fue dado a conocer por la reina Ana en una sesión del Parlamento británico celebrada el 12 de junio de 1712 en la que, después de garantizar la sucesión al trono en la línea protestante de la casa de Hannover, afirmó:

Al final, Francia ha manifestado que ofrece que el duque de Anjou renuncie para siempre, para él y todos sus descendientes, a cualquier pretensión sobre la corona de Francia, ya que la ansiedad de que España e Indias hubiesen podido estar unidas a Francia ha sido la principal causa del inicio de esta guerra, y la prevención efectiva de esta unión ha sido el objetivo que he tenido desde el principio del presente tratado... Francia y España estarán ahora más divididas que nunca y de esta manera, gracias a Dios, se restablecerá el equilibrio de las potencias de Europa

La importancia que tenía el ejército británico en la gran coalición se pudo comprobar al mes siguiente en la batalla de Denain, en la que el nuevo capitán general inglés, el duque de Ormonde, recibió órdenes de su gobierno de no intervenir, y los ejércitos neerlandés e imperial fueron derrotados por el ejército de Luis XIV. La retirada de facto de Gran Bretaña de la guerra se confirmó el 21 de agosto cuando se declaró el armisticio entre británicos y franceses. La noticia del fin de las hostilidades entre las monarquías de Gran Bretaña y de Francia, como era de esperar, fue muy mal recibida en la corte de Viena en la que se hicieron severas críticas a la conducta de los británicos que vendían «a mal precio tanta sangre derramada», con lo que «quedaban el emperador y el Imperio abandonados de sus amigos».[13]

Tampoco fue bien acogida en la corte de Madrid la noticia de «tan inminente ruina» pero Felipe V ya había decidido renunciar a la Corona de Francia, aunque eso también suponía que los Estados europeos fuera de la península de la Monarquía de España pasaran en su mayoría a la soberanía del emperador Carlos VI. Así, el 5 de noviembre de 1712 se formalizó la renuncia en una ceremonia celebrada ante las Cortes de Castilla, y a la que asistieron los embajadores de la reina de Inglaterra y del rey de Francia. De esta forma ya no quedaban impedimentos para firmar los tratados que pusieran fin a la guerra de sucesión española.

Los tratados entre Francia, Gran Bretaña y los Países Bajos

El 11 de abril de 1713, se firmaba en Utrecht el primer tratado entre el reino de Francia, el reino de Gran Bretaña, el reino de Prusia, el reino de Portugal, el ducado de Saboya y las Provincias Unidas. En el mismo los representantes de Luis XIV, a cambio del reconocimiento de Felipe V como rey de España, tuvieron que ceder a Gran Bretaña extensos territorios en la futura Canadá (Saint KittsNueva EscociaTerranova y territorios de la Bahía de Hudson), además de reconocer la sucesión protestante en el Reino Unido —comprometiéndose a dejar de apoyar a los jacobitas— y prometer el desmantelamiento de la fortaleza de Dunkerque —en compensación Francia incorporaba el valle de Barcelonette en la Alta Provenza cedido por el duque de Saboya y el Principado de Orange, cedido por Prusia.

En cuanto a los Países Bajos, Luis XIV cedió la "Barrière" de plazas fuertes fronterizas en los Países Bajos españoles que aseguraran su defensa frente a un eventual ataque francés (FurnesFort KnockeYpresMenenTournaiMonsCharleroiNamur y Gante), aunque en menor número que el acordado en los preliminares de La Haya de 1709. Como finalmente los Países Bajos españoles pasaron a soberanía austríaca se firmó un nuevo tratado de la Barrera el 15 de noviembre de 1715 entre las Provincias Unidas y el Imperio, que según Joaquim Albareda, los convirtieron "en una especie de colonia neerlandesa tanto en términos militares como económicos, al pasar a ser un territorio abierto a las exportaciones holandesas e inglesas, realidad que impedía a los manufactureros belgas competir industrialmente con los productos originarios de aquellos países".

Tratado entre Gran Bretaña y España

Tres meses después los representantes de Felipe V —que habían permanecido retenidos en París casi un año (entre mayo de 1712 y marzo de 1713) por orden del marqués de Torcy para que no interfirieran en las negociaciones, aunque con la excusa de que necesitaban un pasaporte para ir a Utrecht— se incorporaban al acuerdo con la firma el 13 de julio del tratado entre el reino de Gran Bretaña y el reino de España.[17]​ Los embajadores de Felipe V, el duque de Osuna y el marqués de Monteleón, llevaban instrucciones muy precisas de su rey como que mantuvieran el reino de Nápoles para su Corona o que «nación ninguna ha de traficar derechamente en las Indias ni ha de llegar a sus puertos y costas» y en caso de concederles ventajas las naves serán españolas y deberán partir y retornar a puertos españoles. Un tema al que concedía mucha importancia era el referido al caso de los catalanes —en aquellos momentos Barcelona todavía resistía el cerco borbónico— sobre el que afirmaba que «de ninguna manera se den oídos a propósito de pacto que mire a que los catalanes se les conserven sus pretendidos fueros».

De las instrucciones que recibieron de Felipe V los plenipotenciarios tuvieron que hacer concesiones en todos los apartados, y su único éxito en realidad fue mantener lo referido al caso de los catalanes. Gran Bretaña recibió Gibraltar y Menorca y amplias ventajas comerciales en el imperio español de las Indias, concretadas en el asiento de negros, que fue concedido a la South Sea Company y en virtud del cual podía enviar a la América española un total de 144 000 esclavos durante treinta años, y el navío de permiso anual, un barco de 500 toneladas autorizado a transportar bienes y mercancías a la feria de Portobelo y libres de aranceles. Con estas dos concesiones se rompía por primera vez el monopolio comercial que había mantenido la Monarquía Hispánica para sus vasallos castellanos durante los dos siglos anteriores —los términos en que debía operar el navío de permiso fueron concretados en un sentido aún más favorable para los intereses británicos en el tratado comercial que se firmó en 1716—.El tratado por el que Gran Bretaña recibió Gibraltar fue firmado por el duque de Ureña en nombre del Reino de España.

Le siguieron otros 19 tratados y convenciones bilaterales y multilaterales entre los estados y monarquías presentes en Utrecht, entre los que destacan:

  1. Tratados entre Francia y las Provincias UnidasBrandeburgoPortugal y el ducado de Saboya (julio de 1713).
  2. Tratados entre España y el ducado de Saboya (julio de 1714), las Provincias Unidas (julio de 1714) y Portugal (febrero de 1715).
  3. Convenios comerciales entre Gran Bretaña y España (marzo y diciembre de 1714 y diciembre de 1715).

Rastatt y Baden

A pesar de que recibió el Ducado de Milán, el reino de Nápoles, la isla de Cerdeña (intercambiada por el reino de Sicilia en 1718) y los Países Bajos españoles,​ Carlos VI no renunció a sus aspiraciones a la Corona española —por lo que no reconoció a Felipe V como rey de España ni al duque de Saboya como rey de Sicilia— y se negó a firmar la paz en Utrecht, aunque los holandeses —sus últimos aliados— sí lo habían hecho. Según el cronista austracista exiliado en Viena Francesc Castellví, Carlos VI actuó así porque

fiaba en las contingencias del tiempo. La mucha edad del rey Luis [XIV] y un príncipe de tres años que debía sucederle, los grandes achaques de la reina Ana, la inquietud del pueblo de Inglaterra, la poca satisfacción de los holandeses y generalmente todos los aliados le daban esperanza que en el espacio de una campaña podía mudarse el sistema y volver a encenderse con más fuerza la guerra.

Al no firmar el Imperio los acuerdos de Utrecht la guerra prosiguió en la primavera de 1713. El ejército francés ocupó las plazas de Landau y de Friburgo y la flota británica bloqueó a la emperatriz Isabel Cristina y a las tropas imperiales que seguían en el Principado de Cataluña. Estos reveses militares convencieron a Carlos VI que debía poner fin a la guerra por lo que se iniciaron las negociaciones de paz en la ciudad alemana de Rastatt a principios de 1714.

El tratado de paz entre Francia y el Imperio se firmó en Rastatt el 6 de marzo de 1714. Las fronteras entre ambos volvieron a las posiciones de antes de la guerra, salvo para la ciudad de Landau in der Pfalz (en el Palatinado Renano), que quedó en manos francesas. El acuerdo se completó con la firma del Tratado de Baden del 7 de septiembre de 1714.

Carlos VI de Austria hace la paz con Francia y obtiene Bélgica y Luxemburgo; el Milanesado, Nápoles y Cerdeña (que cambia en 1718 por Sicilia).

[Wikipedia: Luis XIV cede al Imperio las tierras a la derecha del Rin (BreisachKehl y Friburgo) pero conserva LandauEstrasburgo y Alsacia. En el tratado también se incluye la restauración en sus estados del Elector de Colonia y del Elector de Baviera].

El caso de los catalanes

Una vez iniciadas las negociaciones en Utrecht la reina Ana de Inglaterra —quien, según Joaquim Albareda, "por motivos de honor y de conciencia, se sentía obligada a reclamar todos los derechos de que gozaban los catalanes cuando les incitaron a ponerse bajo el dominio de la Casa de Austria"— hizo gestiones a través de su embajador en la corte de Madrid —cuando aún no se había firmado ningún tratado— para que Felipe V concediera una amnistía general a los austracistas españoles, y singularmente a los catalanes, que además debían conservar sus Constituciones. Pero la respuesta de Felipe fue negativa y le comunicó al embajador británico «que la paz os es tan necesaria como a nosotros y no la querréis romper por una bagatela».

Finalmente el secretario de estado británico vizconde de Bolingbroke, deseoso de acabar con la guerra, claudicó ante la obstinación de Felipe V y renunció a que este se comprometiera a mantener las "anteriores normas regionales" catalanas. Cuando el embajador de los Tres Comunes de Cataluña en Londres Pablo Ignacio de Dalmases tuvo conocimiento de este cambio de actitud del gobierno británico consiguió que la reina Ana le recibiera a título individual el 28 de junio de 1713, pero ésta le respondió que «había hecho lo que había podido por Cataluña».

El abandono de los catalanes por Gran Bretaña quedó plasmado dos semanas después en el artículo 13 del tratado de paz entre Gran Bretaña y España firmado el 13 de julio de 1713. En él Felipe V garantizaba vidas y bienes a los catalanes, pero en cuanto a sus leyes e instituciones propias solo se comprometía a que tuvieran «todos aquellos privilegios que poseen los habitantes de las dos Castillas». El conde de la Corzana, uno de los embajadores de Carlos VI en Utrecht, consideró el acuerdo tan «indecoroso que el tiempo no borrará el sacrificio que el ministerio inglés hace de la España y singularmente de la Corona de Aragón, y más en particular de la Cataluña, a quienes la Inglaterra ha dado tantas seguridades de sostenerles y ampararles».

En las siguientes negociaciones llevadas a cabo en Rastatt el «caso de los catalanes» pronto se convirtió en la cuestión más difícil a resolver, porque Felipe V estaba deseoso de aplicar en Cataluña y en Mallorca la "Nueva Planta" que había promulgado en 1707 para los "reinos rebeldes" de Aragón y de Valencia, que suponía la desaparición como Estados. Así, el 6 de marzo de 1714 se firmaba el tratado de Rastatt por el que el Imperio Austríaco se incorporaba a la paz de Utrecht, sin conseguir el compromiso de Felipe V sobre el mantenimiento de las leyes e instituciones propias del Principado de Cataluña y del reino de Mallorca que seguían sin ser sometidos a su autoridad. La negativa a hacer ningún tipo de concesión la argumentaba así Felipe V en una carta remitida a su abuelo Luis XIV:

No es por odio ni por sentimiento de venganza por lo que siempre me he negado a esta restitución, sino porque significaría anular mi autoridad y exponerme a revueltas continuas, hacer revivir lo que su rebelión ha extinguido y que tantas veces experimentaron los reyes, mis predecesores, que quedaron debilitados a causa de semejantes rebeliones que habían usurpado su autoridad. [...] Si [Carlos VI] se ha comprometido en favor de los catalanes y los mallorquines, ha hecho mal y, en todo caso, debe conformarse del mismo modo que lo ha hecho la reina de Inglaterra, juzgando que sus compromisos ya se veían satisfechos con la promesa que he hecho de conservarles los mismos privilegios que a mis fieles castellanos

[Artículo 13 del Tratado de Utrecht entre Inglaterra y España: Visto que la reina de la Gran Bretaña no cesa de instar con suma eficacia para que todos los habitadores del principado de Cataluña, de cualquier estado y condición que sean, consigan, no sólo entero y perpetuo olvido de todo lo ejecutado durante esta guerra y gocen de la íntegra posesión de todas sus haciendas y honras, sino también que conserven ilesos é intactos sus antiguos privilegios, el Rey Católico por atención a su Majestad británica concede y confirma por el presente á cualesquiera habitadores de Cataluña, no sólo la amnistía deseada juntamente con la plena posesión de todos sus bienes y honras, sino que les da y concede también todos aquellos privilegios que poseen y gozan, y en adelante pueden poseer y gozar los habitadores de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey Católico]

 

En julio de 1714 Bolingbroke también rechazó una última propuesta del representante de los Tres Comunes de Cataluña en Londres Pablo Ignacio de Dalmases para que la reina Ana «tome en depósito a Cataluña o por lo menos Barcelona y Mallorca hasta la paz general sin soltarlas a nadie hasta que mediante tratado se adjudiquen y se asegure la observancia de sus privilegios» —en referencia a las negociaciones que tenían lugar en Baden—, porque eso podría suponer la reanudación de la guerra.​ La corriente crítica hacia la política británica respecto de los aliados catalanes y mallorquines se plasmó en los debates parlamentarios y en dos publicaciones aparecidas entre marzo y septiembre de 1714. En The Case of the Catalans Considered, después de aludir repetidamente a la responsabilidad contraída por los británicos al haber alentado a los catalanes a la rebelión y a la falta de apoyo que tuvieron después cuando lucharon solos, se decía:

Sus antepasados les legaron los privilegios de que gozan hace siglos ¿Ahora deben renunciar a ellos sin honor y han de dejar, tras de sí, una raza de esclavos? No; prefieren morir todos; o la muerte o la libertad, esta es su decidida elección.
[...]
Todas estas cuestiones tocan el corazón de cualquier ciudadano británico generoso cuando considera el caso de los catalanes... ¿La palabra catalanes no será sinónimo de nuestra deshonra?

Por su parte, The Deplorable History of the Catalans, tras narrar lo sucedido durante la guerra, elogiaba el heroísmo de los catalanes: «ahora el mundo ya cuenta con un nuevo ejemplo de la influencia que puede ejercer la libertad en mentes generosas».[

El «caso de los catalanes» dio un giro completo cuando la reina Ana de Inglaterra murió el 1 de agosto de 1714 y su sucesor, Jorge I de Hannover, dio órdenes al embajador británico en París para que presionara a Luis XIV con el fin de que obligara a Felipe V a que se comprometiera a mantener las leyes e instituciones propias del Principado de Cataluña. Pero las presiones británicas no surtieron efecto en Luis XIV, a pesar de que desde hacía meses aconsejaba a su nieto «moderar la severidad con la que queréis tratarles [a los catalanes]. Aun cuando rebeldes, son vuestros súbditos y debéis tratarlos como un padre, corrigiéndolos pero sin perderlos». El embajador catalán Felip Ferran de Sacirera fue recibido en audiencia el 18 de septiembre por el rey Jorge I, que se encontraba en La Haya camino de Londres para ser coronado, en la que le prometió que haría lo posible por Cataluña, pero temía que fuera demasiado tarde. En efecto, unos días después se conocía la noticia de que el 11 de septiembre de 1714 Barcelona había capitulado.

Tanto el nuevo rey Jorge I como el nuevo gobierno whig, salido de las elecciones celebradas a principios de 1715, eran contrarios a los acuerdos que el gobierno anterior tory había alcanzado con Luis XIV y que habían constituido la base de la Paz de Utrecht, pero acabaron por aceptarlos porque las ventajas que Gran Bretaña había obtenido eran evidentes, lo que supuso que el viraje británico sobre el «caso de los catalanes» finalmente no se produjera. El gobierno whig no hizo nada para ayudar a Mallorca, que aún no había caído en manos borbónicas, y el 2 de julio de 1715 Mallorca capituló.​

Cambios territoriales

Además, las tropas austriacas se comprometen a evacuar las zonas del Principado de Cataluña, lo que realizan a partir del 30 de junio de 1713. Ante lo cual, la Junta General de Brazos (Brazo Eclesiástico, Brazo Militar y Brazo Real o Popular) acuerda la resistencia. A partir de este momento empezó una guerra desigual, que se prolongó durante casi catorce meses, concentrada en BarcelonaCardona y Castellciutat, al margen de los cuerpos de fusileros dispersos por el país. El punto de inflexión será cuando las tropas felipistas rompan el sitio de Barcelona el 11 de septiembre de 1714. MallorcaIbiza y Formentera cayeron diez meses más tarde: el 2, 5 y 11 de julio de 1715.

Consecuencias

El gran beneficiario de este conjunto de tratados fue Gran Bretaña que, además de sus ganancias territoriales, obtuvo cuantiosas ventajas económicas que le permitieron romper el monopolio comercial de España con sus territorios americanos. Por encima de todo, había contenido las ambiciones territoriales y dinásticas de Luis XIV, y Francia sufrió graves dificultades económicas causadas por los grandes costes de la contienda. El equilibrio de poder terrestre en Europa quedó, pues, asegurado, mientras que en el mar, Gran Bretaña empieza a amenazar el control español en el Mediterráneo occidental con Menorca y Gibraltar. Como ha señalado Joaquim Albareda, "en último término, la paz de Utrecht hizo posible que el Reino Unido asumiera el papel de árbitro europeo manteniendo un equilibrio territorial basado en the balance of power de Europa y su hegemonía marítima".

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Archivo:Tratado de Utrecht-es.svg

Tratados de Utrecht, Rastatt y Baden (1713-1714)

 
Territorios cedidos a los Borbones (España y sus territorios de ultramar)
 
Territorios cedidos a los Habsburgo (los Países Bajos españoles, el Milanesado, Nápoles, Sicilia [1720-], Cerdeña [1714-1720])
 
Territorios cedidos a Saboya (entre ellos Sicilia [1714-1720] y Cerdeña [1720-])
 
Territorios cedidos a Prusia: Neuchâtel
 
Territorios cedidos al Reino Unido: Gibraltar, Menorca, Acadia y Terranova

Tratados de Estocolmo, Fredericksborg y Nystad (1719-1721)

 
Territorios cedidos a Rusia: Karelia, Ingria, Estonia y Livonia
 
Territorios cedidos a Prusia: Pomerania occidental
 
Territorios cedidos a Hanóver: Bremen y Verden

Tratado de Passarowitz (1718)

 
Territorios cedidos a Austria: el Banato, Valaquia occidental y Serbia
 
Territorios cedidos al Imperio otomano (Morea)

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Tories y whigs (Walpole)

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En 1710, Lord Godolphin y buena parte del partido Whig presionaron a la justicia británica para que el sacerdote protestante Henry Sacheverell, que predicaba sermones marcadamente contrarios al partido Whig, fuera detenido y juzgado. El juicio fue tremendamente impopular, causando incluso una revuelta popular, y acabó arrojando del poder al partido Whig y a Marlborough en las elecciones del otoño de 1710. El nuevo gobierno, liderado por el Tory Robert Harley, I Conde de Oxford y Conde Mortimer en 1711, cesó a Walpole, a quien sin embargo se le permitió seguir hasta 1711 como tesorero de la Marina, cargo que ocupaba de manera informal desde 1708. De hecho, el Speaker Harley intentó ganarse para sí a Walpole, invitándolo a entrar en el partido Tory, algo que Walpole rechazó de manera muy vehemente, al convertirse en la bestia negra del partido Tory en los Comunes.

Los Tories no tardaron en vengarse, promoviendo en 1712 la reprobación formal de Walpole como parlamentario, alegando supuestos cargos de corrupción. La maniobra tuvo éxito, porque Walpole fue expulsado de su escaño en la Cámara de los Comunes y juzgado por la Cámara de los Lores, que, formada en su mayor parte por Tories afines al gobierno, lo condenó a seis meses de prisión en la torre de Londres. Visto como una víctima política en un juicio injusto, Walpole sería reelegido como diputado por la circunscripción de King's Lynn en 1713. A consecuencia de dicho el asunto, Walpole desarrollaría una profunda animadversión hacia Lord Bolingbroke y el propio Conde de Oxford y Conde Mortimer, artífices de su condena.

En 1714 murió la reina Ana, y fue sucedida por un primo lejano suyo Jorge Ipríncipe elector de Hannover. Jorge I desconfiaba de los Tories, en quienes veía unos opositores a su propio derecho al trono (tradicionalmente, los Tories se habían enmarcado a favor de la causa de los Estuardo). Al llegar al trono, cesó al gobierno Tory y se decantó de manera bastante explícita por un gobierno Whig, habiendo sido éstos los que habían promovido su causa al trono. Así, en 1714 Robert Walpole, como miembro prominente del partido Whig, fue nombrado Consejero Privado del Rey y Pensionario del Ejército, cargo desde el que se administraba las finanzas del ejército inglés. Igualmente, fue nombrado miembro de un comité secreto que investigó los actos del gabinete Tory anterior, un acto de venganza política desde el que Walpole ejerció la suya propia al lograr que Robert Harley MP fuera expulsado de la Cámara de los Comunes, y que Lord Bolingbroke fuera reprobado de los Lores.

Mientras tanto el nuevo rey Jorge I como el nuevo gobierno whig, salido de las elecciones celebradas a principios de 1715, eran contrarios a los acuerdos que el gobierno anterior tory había alcanzado con Luis XIV y que habían constituido la base de la Paz de Utrecht, pero acabaron por aceptarlos porque las ventajas que Gran Bretaña había obtenido eran evidentes, lo que supuso que el viraje británico sobre el «caso de los catalanes» finalmente no se produjera. El gobierno whig no hizo nada para ayudar a Mallorca, que aún no había caído en manos borbónicas, y el 2 de julio de 1715 Mallorca capituló.​

Lord Halifax, que había actuado como líder del gabinete, murió en 1715, y Walpole, reconocido como el principal miembro del partido Whig, ascendió a los cargos fundamentales de primer Lord del Tesoro y canciller de Hacienda. Desde estos cargos promovió una serie de reformas mercantilistas, como la creación de un fondo de garantía con el objeto de reducir la deuda pública. Sin embargo, el nuevo gabinete caería pronto debido a las fricciones internas entre su líder, Lord Townsend, apoyado por Walpole, y otros de sus miembros, principalmente el diputado James Stanhope y Lord Sunderland. Mientras Walpole y Townsend veían como el Rey anteponía los intereses de la casa de Hannover a los de Inglaterra, Stanhope y Sunderland eran firmes partidarios de la política pro-hannoveriana. Stanhope y Sunderland supieron ganarse el favor del Rey al promover el por entonces prometedor negocio de la Compañía de los Mares del Sur. Lord Townsend cayó en desgracia, y Walpole, debilitado por ello, dimitió en abril de 1717.

Al tiempo, por motivos igualmente políticos, el propio rey había tenido severas diferencias con su hijo Federico, príncipe de Gales, y este comenzó a agrupar a una camarilla de políticos Whig contrarios a la política del gabinete Stanhope, entre los que se encontraba Walpole, quien trabaría amistad con el futuro Jorge II. Sin embargo, el descontento popular con la política hannoveriana del gobierno hizo que, ante la posibilidad de perder las elecciones, Stanhope y Sunderland tuvieran que reconciliarse con sus opositores Whig, y nombraron a Walpole presidente del Consejo Real, cargo que supuso su vuelta de nuevo al gobierno, en contra de los deseos del príncipe de Gales, que aún desdeñaba al gabinete de su padre.

Poco después de volver al gobierno, el reino de Gran Bretaña se vio sacudido por una profunda crisis económica surgida a raíz de la quiebra de la Banca Law (1720) en Francia y del estallido de la burbuja de los Mares del Sur en la propia Inglaterra.

La Compañía de los Mares del Sur había sido fundada por Lord Oxford y el partido Tory como instrumento político bajo su control con el que poder ejercer un firme control económico sobre las finanzas públicas inglesas. Por aquel entonces, el banco de Inglaterra, fundado en 1694, estaba bajo control Whig, y ante el ascenso de los Tories de Harley al poder se había opuesto a financiar cualquier medida monetaria expansiva destinada a financiar las actividades del gobierno Tory. En respuesta, Robert Harley y los Tories crearon la Compañía de los Mares del Sur. En principio, la Compañía tenía por objeto gestionar el asiento comercial que la Gran Bretaña había ganado de España a raíz de la paz de Utrecht, en virtud del cual Gran Bretaña había adquirido ciertos derechos comerciales con las colonias españolas en América del Sur. En realidad, la Compañía tenía por objeto la gestión de la deuda pública británica.

Ante los inmejorables tipos de interés que empezó a ofrecer para colocar la deuda pública británica, y debido a las excelentes y exageradas perspectivas del recientemente abierto comercio con las colonias españolas, las acciones de la Compañía sufrieron una espiral especulativa que se vio inicialmente truncada cuando, en 1718, Felipe V revisó los privilegios comerciales de Inglaterra en las colonias españolas, limitándolos grandemente. Aun así, la gestión de la deuda pública permitió a la Compañía mantenerse a flote, y continuar con éxito sus actividades.

En 1714 la Compañía quedó en manos del gobierno Whig del que Walpole formaba parte, y fue afianzada por Stanhope y Sunderland como un instrumento de gestión de la deuda pública. La paz de Utrecht había reducido el gasto público considerablemente, con lo que las finanzas públicas inglesas estaban lo suficientemente fortalecidas como para hacer la inversión en deuda de la Compañía lo suficientemente atractiva. A raíz de las exageradas proyecciones de beneficios, la desinformación y prácticas empresariales rayando la estafa, muchos pequeños inversores comenzaron a colocar sus activos líquidos en deuda de la Compañía, y el valor de los bonos y acciones de la misma se disparó: de 180 libras por acción en enero de 1720 se pasó a 1000 libras por acción en agosto de 1720. Sin embargo, los desequilibrios entre el valor nominal y el cotizado de los bonos era inmenso, y, espoleado por las noticias de la quiebra de la Banca Law en Francia, pronto comenzó a sospecharse que la Compañía, que desde 1718 apenas podía dedicarse al comercio con el Caribe, no disponía de herramientas para hacer efectivo el nominal de las acciones. Esto produjo una avalancha de inversores que, desde agosto de 1720, solicitaron recuperar sus depósitos en la Compañía, produciendo la bancarrota de la misma, sin liquidez para atender los requerimientos, y el desplome de sus acciones en bolsa, que para diciembre de 1720 volvían a valer 100 libras por acción.

El estallido de la burbuja arruinó a un gran número de inversores, y se creó una comisión parlamentaria para investigar el escándalo. A raíz de la misma, se descubrió una intrincada maraña de corruptelas en las que estaban implicados buena parte de los miembros del gabinete, entre ellos los propios Stanhope y Sunderland. La muerte del segundo en 1721 y la forzada dimisión del primero dejaron a Walpole como la principal figura del gabinete, de manera que en abril de 1721 fue nombrado primer Lord del Tesoro, canciller del Exchequer y líder de la Cámara de los Comunes. A partir de este momento y hasta 1742, Walpole actuaría como primer ministro de facto de Gran Bretaña. Cabe señalar, no obstante, que dicho cargo, el de primer ministro, no existía de manera oficial en Gran Bretaña; de hecho, el título oficial del primer ministro británico siempre ha sido el de primer Lord del Tesoro, en virtud de la tradición iniciada por Robert Walpole, que ocupó ese cargo durante todo su mandato, y por lo que es reconocido como el primer ministro británico.

La acción política de Walpole encaró desde el primer momento la crisis económica, rescatando a la Compañía de los Mares de Sur mediante la inyección de dinero público y su posterior desmembramiento en dos compañías de gestión de deuda, el banco de Inglaterra y la Compañía Británica de las Indias Orientales (HEICS), y tratando de paliar la crisis de liquidez del sistema económico británico, que se había resentido debido a la quiebra de la Banca Law de Francia. Tras su éxito en esa acción, Walpole consiguió ganarse el apoyo de buena parte del partido Whig. Paralelamente, desarrolló una política de alianzas con las potencias protestantes. El descubrimiento de una conspiración jacobita en 1721 ayudó a reforzar su posición, al tiempo que la propia ascendencia de Walpole sobre el Rey lograba que este se fuera desentendiendo cada vez más de las labores de gobierno, debilitando así el papel del monarca, que delegaría toda la labor de gobierno en Walpole.

En marzo de 1726 se produjo la muerte en extrañas circunstancias de su hermana Dorothy. En 1727, con la muerte de Jorge I, la posición de Walpole en el gobierno pareció tambalearse, al subir al trono su antiguo enemigo Jorge II. Sin embargo, aconsejado por la reina Carolina, amiga de Walpole, Jorge II decidió mantener al mismo en el cargo. Desde 1727, la política exterior de Walpole fue orientándose cada vez más hacia un entendimiento con Austria, potencia católica que refrenaba las ansias expansionistas de Prusia. En 1731, para rubricar el acercamiento, Walpole envió a Lord Chesterfield, pariente de su antiguo rival Stanhope, a Viena con la intención de negociar una alianza con Austria. Esto provocó un enfrentamiento con Lord Townsend, quien no veía con buenos ojos una alianza con una potencia católica. Sin embargo, el éxito de Chesterfield, que se tradujo en la firma del tratado de Viena en 1731, desplazó políticamente a Townsend, dejando a Walpole totalmente a cargo de la facción Whig del gobierno.

La influencia de Walpole no dejó de crecer. Se hizo con una sólida mayoría de seguidores en el Parlamento, y durante la década de los treinta ejerció un férreo control sobre la vida política inglesa. Ello, junto con su escandalosa vida privada, le valió ser objeto de viscerales críticas, que se plasmaron en los escritos y obras de teatro satíricas de literatos como John GayJonathan SwiftAlexander PopeSamuel Johnson y Henry Fielding. Las obras teatrales de este último, en las que los ataques contra Walpole no dejaban de crecer, hicieron que este promoviera en el parlamento una de sus leyes más célebres, la Theatrical Licensing Act de 1737, que establecía una censura previa de las obras a ser representadas en teatros. Esto acabó de facto con las críticas abiertas contra Walpole, pero no sólo no las refrenó, sino que las avivó. Pronto Walpole pasaría a ser visto como un dictador y un tirano.

Caída de Walpole

En 1737, con la muerte de la reina Carolina de Gran Bretaña, la posición de Walpole comenzó a debilitarse. Desgastado por el ejercicio del poder y la impopularidad de algunas de sus políticas, una creciente oposición Whig, encabezada por George Grenville y William Pitt "el Viejo" comenzó a encontrarse en la camarilla de Federico príncipe de Gales, y Walpole comenzó a ser atacado en el Parlamento.

Como manera de relanzar su liderazgo, Walpole inició, al parecer a regañadientes, la llamada guerra del Asiento contra España. Ocurría que, en virtud de los acuerdos surgidos de la paz de Utrecht, Inglaterra había adquirido derechos de comercio en las colonias españolas de América. Dichos derechos, considerados abusivos y no vinculantes (los había negociado Francia) habían sido revocados por Felipe V en 1718, iniciándose entre ambos países una serie de disputas comerciales que culminaron cuando Robert Jenkins, un contrabandista y corsario inglés, declaró ante el Parlamento que un inspector de aduanas español le había cortado la oreja durante una inspección. El Parlamento declaró la guerra, y se urdió una de las expediciones militares más desastrosas de la historia: el sitio de Cartagena de Indias en 1741. En 1741, fletando una armada de 195 navíos, Inglaterra envió un contingente armado de unos 30 000 hombres a tomar Cartagena de Indias. Aunque la ciudad estaba protegida por poco más de 3.000 hombres (capitaneados por Blas de Lezo) y 6 navíos, los ingleses, pésimamente dirigidos por el almirante Edward Vernon, fueron humillantemente derrotados, sufriendo unas 18 000 bajas. Si bien España fracasó en su intento de invadir la colonia inglesa de Georgia, Walpole, que había vendido la expedición como algo seguro, no pudo mantenerse en el poder: tras encubrir la derrota prohibiendo toda publicación de la misma, el asunto salió aun así a la luz, y en 1742 perdió las elecciones parlamentarias, a raíz de la cual se presentó una moción de censura en su contra en el Parlamento (en aquel entonces, el gobierno lo nombraba el Rey, no el Parlamento). Walpole tuvo que dimitir, aunque fue recompensado por el Rey, que lo nombró conde de Orford y miembro de la Cámara de los Lores.

La marcha de Walpole supuso el fin de la alianza estratégica con Austria, algo que coincidió con la muerte del emperador Carlos VII sin descendencia masculina, lo que fue aprovechado por Prusia para invadir la Silesia con el apoyo de Baviera, lo que espoleó el inicio de la llamada guerra de Sucesión Austríaca. El nuevo gabinete inglés, encabezado por Lord Wilmington, no supo reaccionar ante los nuevos acontecimientos y cayó en 1743; los partidarios de Walpole creyeron que este resurgiría como líder del gobierno. Sin embargo, falto de apoyos serios en el seno de los Whigs, y ante la creciente influencia del partido Tory, Walpole hubo de resignarse y se retiró definitivamente de la vida pública. Aunque siguió ejerciendo cierta influencia política, no volvió a aparecer por el parlamento, falleciendo en Londres, a la edad de 69 años, en 1745.

 

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