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Evangelio según san Lucas

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

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1 Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, 2como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, 3también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, 4para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. 5En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. 6Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. 7No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. 8Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, 9según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; 10la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. 11Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. 12Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. 13Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. 14Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. 15Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, 16y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. 17Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». 18Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». 19Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. 20Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno». 21El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. 22Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. 23Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. 24Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: 25«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente». 26En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 29Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 30El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». 34Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». 35El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37porque para Dios nada hay imposible». 38María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró. 39En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo 42y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 43¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». 46María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, 47se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 48porque ha mirado la humildad de su esclava. | Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 49porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: | su nombre es santo, 50y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. 51Él hace proezas con su brazo: | dispersa a los soberbios de corazón, 52derriba del trono a los poderosos | y enaltece a los humildes, 53a los hambrientos los colma de bienes | y a los ricos los despide vacíos. 54Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia 55como lo había prometido a nuestros padres | en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». 56María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa. 57A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. 58Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. 59A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; 60pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». 61Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». 62Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. 63Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. 64Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. 65Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. 66Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. 67Entonces Zacarías, su padre, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: 68«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, | porque ha visitado y redimido a su pueblo, 69suscitándonos una fuerza de salvación | en la casa de David, su siervo, 70según lo había predicho desde antiguo | por boca de sus santos profetas. 71Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos | y de la mano de todos los que nos odian; 72realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, | recordando su santa alianza 73y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos 74que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, | le sirvamos 75con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. 76Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, | porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, 77anunciando a su pueblo la salvación | por el perdón de sus pecados. 78Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, | nos visitará el sol que nace de lo alto, 79para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, | para guiar nuestros pasos por el camino de la paz». 80El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

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1Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. 2Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. 3Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. 4También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, 5para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. 6Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. 8En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: 14«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». 15Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado». 16Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 18Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 19María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. 21Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. 22Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», 24y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 25Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29«Ahora, Señor, según tu promesa, | puedes dejar a tu siervo irse en paz. 30Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31a quien has presentado ante todos los pueblos: 32luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel». 33Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 34Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción 35—y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». 36Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, 37y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. 39Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. 41Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. 42Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. 46Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». 49Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». 50Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. 51Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. 52Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

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1 En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, 2bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, 4como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: | Preparad el camino del Señor, | allanad sus senderos; 5los valles serán rellenados, | los montes y colinas serán rebajados; | lo torcido será enderezado, | lo escabroso será camino llano. 6Y toda carne verá la salvación de Dios». 7A los que venían para ser bautizados les decía: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? 8Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar de estas piedras hijos de Abrahán. 9Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego». 10La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?». 11Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». 12Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». 13Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». 14Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». 15Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, 16Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; 17en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». 18Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio. 19El tetrarca Herodes, a quien Juan reprendía por el asunto de Herodías, esposa de su hermano, y por todas las maldades que había hecho, 20añadió a todas ellas la de encerrar a Juan en la cárcel. 21Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, 22bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco». 23Jesús, al empezar, tenía unos treinta años, y se pensaba que era hijo de José, que a su vez era de Helí, 24de Matat, de Leví, de Melquí, de Jannaí, de José, 25de Matatías, de Amós, de Nahún, de Eslí, de Nagái, 26de Maat, de Matatías, de Semeín, de Josec, de Jodá, 27de Joanán, de Resá, de Zorobabel, de Salatiel, de Nerí, 28de Melquí, de Addí, de Cosán, de Elmadán, de Er, 29de Jesús, de Eliezer, de Jorín, de Matat, de Leví, 30de Simeón, de Judá, de José, de Jonán, de Eliacín, 31de Meleá, de Mená, de Matatá, de Natán, de David, 32de Jesé, de Jobed, de Booz, de Salá, de Naasón, 33de Aminadab, de Admín, de Arní, de Esrón, de Fares, de Judá, 34de Jacob, de Isaac, de Abrahán, de Tare, de Nacor, 35de Seruc, de Ragau, de Fálec, de Eber, de Salá, 36de Cainán, de Arfaxad, de Sem, de Noé, de Lámec, 37de Matusalén, de Henoc, de Járet, de Maleleel, de Cainán, 38de Enós, de Set, de Adán, de Dios.

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1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando 2durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. 3Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». 4Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». 5Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo 6y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. 7Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». 8Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». 9Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, 10porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, 11y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». 12Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». 13Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión. 14Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. 15Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. 16Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. 17Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 18«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; 19a proclamar el año de gracia del Señor». 20Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. 21Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». 22Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». 23Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». 24Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. 25Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; 26sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. 27Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». 28Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos 29y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. 30Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino. 31Y bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. 32Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad. 33Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: 34«¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». 35Pero Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. 36Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». 37Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca. 38Al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. 39Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. 40Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. 41De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios». Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. 42Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. 43Pero él les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado». 44Y predicaba en las sinagogas de Judea.

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1 Una vez que la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, 2vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. 3Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. 4Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». 5Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». 6Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. 7Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. 8Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». 9Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; 10y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». 11Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. 12Sucedió que, estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús, cayendo sobre su rostro, le suplicó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». 13Y extendiendo la mano, lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida la lepra se le quitó. 14Y él le ordenó no comunicarlo a nadie; y le dijo: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». 15Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. 16Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración. 17Un día estaba él enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones. 18En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. 19No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. 20Él, viendo la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados». 21Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos: «¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?». 22Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo: 23«¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? 24Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”». 25Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. 26El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas». 27Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». 28Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. 29Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. 30Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?». 31Jesús les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. 32No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». 33Pero ellos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber». 34Jesús les dijo: «¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? 35Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días». 36Les dijo también una parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo. 37Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. 38A vino nuevo, odres nuevos. 39Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».

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1 Un sábado, iba él caminando por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas, frotándolas con las manos. 2Unos fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?». 3Respondiendo Jesús, les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre? 4Entró en la casa de Dios, y tomando los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, comió él y dio a los que estaban con él». 5Y les decía: «El Hijo del hombre es señor del sábado». 6Otro sábado, entró él en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. 7Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. 8Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: «Levántate y ponte en medio». Y, levantándose, se quedó en pie. 9Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?». 10Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo y su mano quedó restablecida. 11Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús. 12En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. 13Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: 14Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, 15Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; 16Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. 17Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. 18Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, 19y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. 20Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. 21Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. 22 Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. 

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

24 Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! 25¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! 26¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas. 27En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, 28bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. 29Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. 30A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. 31Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 32Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. 33Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. 34Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. 35Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. 36Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. 37No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; 38dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros». 39Les dijo también una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? 40No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. 41¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? 42¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. 43Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; 44por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. 45El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. 46¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? 47Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: 48se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. 49El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

7

1 Cuando terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún. 2Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. 3Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. 4Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, 5porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga». 6Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo; 7por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano. 8Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». 9Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe». 10Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano. 11Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. 12Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. 13Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». 14Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». 15El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. 16Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». 17Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante. 18Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Y Juan, llamando a dos de sus discípulos, 19los envió al Señor diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». 20Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”». 21En aquella hora curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. 22Y respondiendo, les dijo: «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. 23Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!». 24Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar a la gente acerca de Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales. 26Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. 27Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. 28Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él». 29Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es justo. 30Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos. 31«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes? 32Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: “Hemos tocado la flauta | y no habéis bailado, | hemos entonado lamentaciones, | y no habéis llorado” 33Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; 34vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. 35Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón». 36Un fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. 37En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, 38colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. 39Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». 40Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». 41«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. 42Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». 43Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y él le dijo: «Has juzgado rectamente». 44Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. 45Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. 46Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. 47Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». 48Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». 49Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». 50Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

8

1 Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, 2y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; 3Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. 4Habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo en parábola: 5«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. 6Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta de humedad. 7Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. 8Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga». 9Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. 10Él dijo: «A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. 11El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios. 12Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. 13Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. 14Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro. 15Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia. 16Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. 17Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. 18Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener». 19Vinieron a él su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. 20Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». 21Él respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». 22Un día subió él a una barca junto con sus discípulos y les dijo: «Vamos a cruzar a la otra orilla del lago»; y se hicieron a la mar. 23Mientras iban navegando, se quedó dormido. E irrumpió sobre el lago un torbellino de viento, se hundían y estaban en peligro. 24Entonces se acercan a él y le despiertan diciendo: «Maestro, Maestro, ¡que perecemos!». Y él, despertándose, conminó al viento y al oleaje del agua, que se apaciguaron, y sobrevino la calma. 25Y les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?». Ellos, por su parte, llenos de temor y admiración, se decían unos a otros: «¿Pues quién es este que da órdenes incluso al viento y al agua y lo obedecen?». 26Y arribaron a la región de los gerasenos, que está frente a Galilea. 27Al saltar a tierra, le salió al encuentro desde la ciudad un hombre poseído de demonios, que durante mucho tiempo no vestía ropa alguna ni moraba en casa, sino en los sepulcros. 28Pero, al ver a Jesús, se puso a gritar, se postró ante él y le dijo a voces: «¿Qué hay entre tú y yo, Jesús, hijo del Dios altísimo? Te ruego que no me atormentes». 29Porque él estaba mandando al espíritu inmundo que saliera del hombre. Y es que muchas veces se apoderaba de él y tenían que atarlo con cadenas y asegurarlo con grillos, pero, rompiendo las ligaduras, el demonio le empujaba a los despoblados. 30Jesús, por su parte, le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Él dijo: «Legión», porque habían entrado muchos demonios en él. 31Y le rogaban que no les mandase irse al abismo. 32Como había allí una piara numerosa de cerdos, paciendo en el monte, le pidieron que les permitiese entrar dentro de ellos y se lo permitió. 33Entonces, saliendo los demonios del hombre, entraron en los cerdos y la piara se lanzó, despeñadero abajo, al lago y se ahogó. 34Al ver los porqueros lo sucedido, huyeron y lo contaron por la ciudad y por los cortijos. 35Vinieron, pues, a ver lo sucedido. Llegaron junto a Jesús y encontraron al hombre del que habían salido los demonios sentado a sus pies, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. 36Entonces, los que lo habían visto les contaron cómo había sido curado el endemoniado. 37Y le rogó toda la gente de la comarca de los gerasenos que se marchase de entre ellos, porque estaban llenos de miedo. Él, pues, subió a la barca y regresó. 38El hombre de quien habían salido los demonios le pedía quedarse con él, pero lo despidió diciendo: 39«Vuelve a tu casa y da a conocer cuanto te ha hecho Dios». Partió, pues, por toda la ciudad proclamando todo cuanto le había hecho Jesús. 40Al regresar Jesús, la gente lo acogió bien, pues todos lo estaban esperando. 41Llegó entonces un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y echándose a los pies de Jesús le rogaba que entrase en su casa, 42pues tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba muriendo. Cuando caminaba con él, la gente lo apretujaba. 43Entonces una mujer que desde hacía doce años sufría flujos de sangre y que había gastado en médicos todos sus recursos sin que ninguno pudiera curarla, 44acercándose por detrás, tocó el borde de su manto y, al instante, cesó el flujo de sangre. 45Y dijo Jesús: «¿Quién es el que me ha tocado?». Como todos lo negaban, dijo Pedro: «Maestro, la gente te está apretujando y estrujando». 46Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mí». 47Viendo la mujer que no había podido pasar inadvertida, se acercó temblorosa y, postrándose a sus pies, contó ante todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo había sido curada al instante. 48Pero Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz». 49Estaba todavía hablando, cuando llega uno de casa del jefe de la sinagoga diciendo: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro». 50Pero Jesús, oído esto, le respondió: «No temas, basta que creas y se salvará». 51Al llegar a la casa, no dejó entrar con él más que a Pedro, Santiago y Juan y al padre de la niña y la madre. 52Todos lloraban y hacían duelo por ella, pero él dijo: «No lloréis, porque no ha muerto, sino que está dormida». 53Y se reían de él, sabiendo que había muerto. 54Pero él, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate». 55Y retornó su espíritu y se levantó al instante. Y ordenó que le dieran de comer. 56Sus padres quedaron atónitos, pero Jesús les ordenó que no dijeran a nadie lo sucedido.

9

1 Habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. 2Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, 3diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno. 4Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. 5Y si algunos no os reciben, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos». 6Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes. 7El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; 8otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. 9Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo. 10Al regresar los apóstoles, le contaron todo cuanto habían hecho, y tomándolos consigo, se retiró a solas hacia una ciudad llamada Betsaida; 11pero la gente, al darse cuenta, lo siguió. Jesús los acogía, les hablaba del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. 12El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». 13Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». 14Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». 15Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. 16Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. 17Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos. 18Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 19Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». 20Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió: «El Mesías de Dios». 21Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. 22Porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». 23Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. 24Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. 25¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo? 26Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, en la del Padre y en la de los ángeles santos. 27Pues de verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios». 28Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. 29Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. 30De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, 31que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. 32Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. 34Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. 35Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». 36Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. 37Al día siguiente, cuando bajaron ellos del monte, le salió al encuentro mucha gente. 38Y, de pronto, un hombre de entre la gente se puso a dar voces diciendo: «Maestro, te ruego que te fijes en mi hijo, que es el único que tengo, 39pues un espíritu se apodera de él y de repente se pone a gritar y le retuerce echando espumarajos y a duras penas se aleja de él, dejándolo maltrecho. 40He pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido». 41Respondió Jesús y dijo: «Generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo he de estar con vosotros y os tendré que sufrir? Trae aquí a tu hijo». 42Mientras se acercaba este, lo tiró el demonio al suelo y le dio una violenta sacudida; pero Jesús increpó al espíritu inmundo, curó al niño y lo devolvió a su padre. 43Y todos quedaban estupefactos ante la grandeza de Dios. Entre la admiración general por lo que hacía, dijo a sus discípulos: 44«Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». 45Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto. 46Se suscitó entre ellos una discusión sobre quién sería el más importante. 47Entonces Jesús, conociendo los pensamientos de sus corazones, tomó de la mano a un niño, lo puso a su lado 48y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante». 49Entonces Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros». 50Jesús le respondió: «No se lo impidáis: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro». 51Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. 52Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. 53Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. 54Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». 55Él se volvió y los regañó. 56Y se encaminaron hacia otra aldea. 57Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». 58Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». 59A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». 60Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». 61Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». 62Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

10

1 Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. 2Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. 3¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. 5Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. 6Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. 7Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. 8Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, 9curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. 10Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: 11“Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. 12Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad. 13¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. 14Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. 15Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. 16Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado». 17Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». 18Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. 19Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. 20Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». 21En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. 22Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». 23Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! 24Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron». 25En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». 26Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». 27Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». 28Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». 29Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». 30Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. 31Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 33Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, 34y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 36¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». 37Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». 38Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 39Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». 41Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; 42solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

11

1 Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». 2Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, 3danos cada día nuestro pan cotidiano, 4perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”». 5Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, 6pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; 7y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; 8os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 9Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; 10porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. 11¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? 12¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?». 14Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, 15pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». 16Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. 17Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. 18Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. 19Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. 20Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. 21Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, 22pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. 23El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. 24Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. 25Al volver se la encuentra barrida y arreglada. 26Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio». 27Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». 28Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». 29Estaba la gente apiñándose alrededor de él y se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. 30Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. 31La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. 32Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. 33Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entran vean la luz. 34La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está iluminado, pero cuando está enfermo, también tu cuerpo está a oscuras. 35Por eso, ten cuidado de que la luz que hay en ti no sea oscuridad. 36Por tanto, si todo tu cuerpo está iluminado, sin tener parte alguna oscura, estará enteramente iluminado, igual que cuando una lámpara te ilumina con su resplandor». 37Cuando terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él. Él entró y se puso a la mesa. 38Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, 39el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad. 40¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? 41Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo. 42Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. 43¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas! 44¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!». 45Le replicó un maestro de la ley: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros». 46Y él dijo: «¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos! 47¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! 48Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos. 49Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; 50y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; 51desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. 52¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!». 53Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, 54tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.

12

1 Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, 2pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. 3Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. 4A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. 5Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo. 6¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. 7Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros. 8Os digo, pues: todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, 9pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios. 10Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. 11Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, 12porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir». 13Entonces le dijo uno de la gente: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». 14Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». 15Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». 16Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. 17Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. 18Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. 19Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. 20Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. 21Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios». 22Y dijo a sus discípulos: «Por eso os digo: no os inquietéis por la vida, qué vais a comer; ni por el cuerpo, con qué os vais a vestir, 23pues la vida es más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. 24Fijaos en los cuervos: ni siembran ni cosechan, no tienen despensa ni granero, y Dios los alimenta; ¡cuánto más valéis vosotros que los pájaros! 25¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? 26Por tanto, si no podéis lo más pequeño, ¿por qué inquietaros por lo demás? 27Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. 28Pues si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! 29Y vosotros no andéis buscando qué vais a comer o qué vais a beber, ni estéis preocupados. 30La gente del mundo se afana por todas esas cosas, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. 31Buscad más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura. 32No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. 33Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. 34Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. 35Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. 36Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. 37Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. 38Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos. 39Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. 40Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». 41Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». 42Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? 43Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. 44En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. 45Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, 46vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. 47El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; 48pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá. 49He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! 50Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! 51¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. 52Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; 53estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra». 54Decía también a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. 55Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede. 56Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? 57¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? 58Por ello, mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel. 59Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».

13

1En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 2Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? 3Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 4O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». 6Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 7Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. 8Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 9a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”». 10Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. 11Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo. 12Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». 13Le impuso las manos, y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. 14Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente: «Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado». 15Pero el Señor le respondió y dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata en sábado su buey o su burro del pesebre, y los lleva a abrevar? 16Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?». 17Al decir estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía. 18Decía, pues: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? 19Es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas». 20Y dijo de nuevo: «¿A qué compararé el reino de Dios? 21Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó». 22Y pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén. 23Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: 24«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. 25Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. 26Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. 27Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. 28Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. 29Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 30Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». 31En aquella misma ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: «Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte». 32Y les dijo: «Id y decid a ese zorro: “Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. 33Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”. 34¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido. Mirad, vuestra casa va a ser abandonada. 35Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

14

1Un sábado, entró él en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. 2Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía, 3y tomando la palabra, dijo a los maestros de la ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar los sábados, o no?». 4Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. 5Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae al pozo el asno o el buey y no lo saca enseguida en día de sábado?». 6Y no pudieron replicar a esto. 7Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: 8«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; 9y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. 10Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. 11Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido». 12Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. 13Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; 14y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». 15Uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!». 16Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; 17a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”. 18Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. 19Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. 20Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”. 21El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. 22El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. 23Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. 24Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”». 25Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: 26«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 27Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 28Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 29No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, 30diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. 31¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? 32Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. 33Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. 34La sal es buena, pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? 35No sirve ni para el campo ni para el estercolero, se tira afuera. El que tenga oídos para oír, que oiga».

15

1Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. 2Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». 3Jesús les dijo esta parábola: 4«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? 5Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; 6y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. 7Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. 8O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? 9Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. 10Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». 11También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. 13No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. 14Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 15Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. 16Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. 17Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. 18Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; 19ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 20Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. 22Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; 23traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, 24porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. 25Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, 26y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. 28Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 29Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; 30en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. 31Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

16

1Decía también a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. 2Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. 3El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. 4Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. 5Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: 6“¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. 7Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él dijo: “Cien fanegas de trigo”. Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”. 8Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz. 9Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. 10El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. 11Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? 12Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? 13Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». 14Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él. 15Y les dijo: «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios. 16La Ley y los Profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia la buena noticia del reino de Dios y todos se esfuerzan por entrar en él. 17Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que no que caiga un ápice de la ley. 18Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una repudiada por su marido comete adulterio. 19Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. 20Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, 21y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. 22Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. 23Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, 24y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. 25Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. 26Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. 27Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, 28pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. 29Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 30Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. 31Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

17

1Dijo, pues, a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! 2Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. 3Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; 4si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás». 5Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». 6El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. 7¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? 8¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? 9¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? 10Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”». 11Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. 12Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos 13y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». 14Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. 15Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos 16y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. 17Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». 19Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado». 20Los fariseos le preguntaron: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?». Él les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, 21ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros». 22Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. 23Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, 24pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. 25Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación. 26Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: 27comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. 28Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; 29pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. 30Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. 31Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. 32Acordaos de la mujer de Lot. 33El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. 34Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; 35estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán». 36[«Dos estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán».] 37Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».

18

1Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. 2«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. 3En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. 4Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, 5como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». 6Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? 8Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». 9Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: 10«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. 11El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 12Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. 13El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. 14Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». 15Le llevaban también los niños pequeños para que los tocara, pero, al verlo los discípulos, los regañaban. 16En cambio, Jesús hizo que se los acercaran, diciendo: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios. 17En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». 18Uno de los jefes le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?». 19Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. 20Ya sabes los mandamientos: No cometerás adulterio, No matarás, No robarás, No darás falso testimonio, Honra a tu padre y a tu madre». 21Y él dijo: «He observado todo esto desde mi juventud». 22Al oír esto, Jesús le dijo: «Todavía te falta una cosa: vende todo cuanto tienes y distribúyelo a los pobres —y tendrás un tesoro en los cielos—; luego, ven y sígueme». 23Pero él, al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico. 24Cuando Jesús vio que se había entristecido, dijo: «¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios! 25Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de Dios». 26Los que lo oyeron, dijeron: «Entonces, ¿quién se puede salvar?». 27Y él dijo: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios». 28Entonces dijo Pedro: «Nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido». 29Jesús les dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa o mujer o hermanos o padres o hijos por el reino de Dios, 30que no reciba mucho más en el tiempo presente y en la edad venidera vida eterna». 31Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y se cumplirá en el Hijo del hombre todo lo escrito por los profetas, 32pues será entregado a los gentiles y será escarnecido, insultado y escupido, 33y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará». 34Pero ellos no entendieron nada de esto, este lenguaje era misterioso para ellos y no comprendieron lo que les decía. 35Cuando se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. 36Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; 37y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». 38Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». 39Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 40Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: 41«¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». 42Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». 43Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

19

1Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. 2En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, 3trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. 4Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. 5Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». 6Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. 7Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». 8Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». 9Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. 10Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». 11Mientras ellos escuchaban todo esto, añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. 12Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. 13Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 14Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 15Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. 16El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. 17Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. 18El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. 19A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. 20El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, 21porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. 22Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? 23Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. 24Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. 25Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 26“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 27Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”». 28Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén. 29Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, 30diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado nunca. Desatadlo y traedlo. 31Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, le diréis así: “El Señor lo necesita”». 32Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. 33Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron: «¿Por qué desatáis el pollino?». 34Ellos dijeron: «El Señor lo necesita». 35Se lo llevaron a Jesús y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él. 36Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. 37Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, 38diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas». 39Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». 40Y respondiendo, dijo: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras». 41Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, 42mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. 43Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, 44te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita». 45Después entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, 46diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”». 47Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, 48pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

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1Uno de aquellos días, cuando estaba él en el templo enseñando al pueblo y anunciando la Buena Noticia, se acercaron los sumos sacerdotes y escribas junto con los ancianos 2y le hablaron diciendo: «Dinos, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado esta autoridad?». 3Les contestó: «Yo también os voy a hacer una pregunta, respondédmela: 4“El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?”». 5Ellos reflexionaban entre sí diciendo: «Si decimos: “Del cielo”, dirá: “¿Por qué no le creísteis?”; 6pero si decimos: “De los hombres”, todo el pueblo nos apedreará, porque están convencidos de que Juan era un profeta». 7Y respondieron que no sabían de dónde. 8Entonces Jesús les dijo: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas». 9Entonces se puso a decir al pueblo esta parábola: «Un hombre plantó una viña, la arrendó a unos labradores y se ausentó bastante tiempo. 10En el tiempo apropiado envió un siervo a los labradores para que le diesen su parte del fruto de la viña; pero los labradores, después de azotarlo, lo despidieron con las manos vacías. 11Volvió a enviar a otro siervo, pero ellos, después de azotar y humillar también a este, lo despidieron con las manos vacías. 12Y volvió a enviar un tercero, pero ellos, después de haberlo herido, también lo echaron. 13Entonces dijo el dueño de la viña: “¿Qué voy a hacer? Voy a enviar a mi hijo querido. Quizá a este lo respetarán”. 14Pero, al verlo, los labradores se decían entre sí: “Este es el heredero. Matémoslo para que la herencia sea nuestra”. 15Y echándolo fuera de la viña, lo mataron. Pues ¿qué hará con ellos el dueño de la viña? 16Vendrá, hará perecer a estos labradores y dará la viña a otros». Los que lo oyeron, dijeron: «¡No suceda tal cosa!». 17Pero él, fijando los ojos en ellos, dijo: «Pues ¿qué significa lo que está escrito: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”? 18Todo el que caiga sobre la piedra se destrozará, y a aquel sobre quien ella caiga, lo aplastará». 19Los sumos sacerdotes y los escribas, comprendiendo que había dicho la parábola por ellos, intentaban echarle mano en aquel mismo momento, pero tuvieron miedo al pueblo. 20Y, manteniéndose ellos al acecho, le mandaron unos espías que simulaban ser justos, con el fin de sorprenderlo en alguna palabra y así poder entregarlo al poder y autoridad del gobernador. 21Le preguntaron, pues: «Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud y no tienes acepción de personas, sino que enseñas según verdad el camino de Dios. 22¿Es lícito que nosotros paguemos tributo al César o no?». 23Habiendo advertido su astucia, les dijo: 24«Mostradme un denario. ¿De quién es la imagen y la inscripción?». Le dijeron: «Del César». 25Y él les dijo: «Pues bien, dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». 26Y no pudieron acusarlo ante el pueblo de nada de lo que decía; y se quedaron mudos, admirados de su respuesta. 27Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: 28«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. 29Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. 30El segundo 31y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. 32Por último, también murió la mujer. 33Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». 34Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, 35pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. 36Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. 37Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. 38No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». 39Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». 40Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas. 41Entonces les dijo: «¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David, 42si el mismo David dice en el libro de los Salmos: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, 43y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? 44David, pues, lo llama Señor; entonces, ¿cómo puede ser hijo suyo?». 45Y oyéndolo todo el pueblo, dijo a sus discípulos: 46«Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con amplias y ricas túnicas y son amigos de ser saludados en las plazas y de ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 47devoran las casas de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Estos recibirán una condenación más rigurosa».

21

1Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; 2vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, 3y dijo: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, 4porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir». 5Y como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: 6«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». 7Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». 8Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. 9Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». 10Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, 11habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. 12Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. 13Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. 14Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, 15porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. 16Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, 17y todos os odiarán a causa de mi nombre. 18Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; 19con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 20Y cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción. 21Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; 22porque estos son días de venganza para que se cumpla todo lo que está escrito. 23¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo. 24Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por gentiles, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles. 25Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, 26desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. 27Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. 28Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». 29Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: 30cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. 31Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. 32En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. 33El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 34Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; 35porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. 36Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». 37Estaba durante el día enseñando en el templo, pero de noche se marchaba y pernoctaba en el monte llamado de los Olivos. 38Y todo el pueblo madrugaba para venir en su busca a escucharlo en el templo.

22

1Estaba muy cerca la fiesta de los Ácimos llamada Pascua. 2Y andaban buscando los sumos sacerdotes y los escribas cómo quitarlo de en medio, porque temían al pueblo. 3Entonces entró Satanás en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce, 4y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y oficiales del templo el modo de entregárselo. 5Ellos se alegraron y acordaron darle dinero. 6Él aceptó y buscaba una ocasión propicia para entregarlo sin la presencia del pueblo. 7Llegó, pues, el día de los Ácimos, en que se debía sacrificar la Pascua. 8Y envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Id a prepararnos la Pascua para que la comamos». 9Ellos le dijeron: «¿Dónde quieres que la preparemos?». 10Y él les dijo: «Mirad, cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo hasta la casa en que entre 11y diréis al dueño de la casa: “El Maestro te pregunta: ¿Dónde está la habitación en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. 12Él os mostrará en el piso superior una habitación grande amueblada con divanes. Preparadla allí». 13Fueron y lo encontraron como les había dicho y prepararon la Pascua. 14Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él 15y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, 16porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». 17Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; 18porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». 19Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». 20Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. 21Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. 22Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!». 23Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. 24Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. 25Pero él les dijo: «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. 26Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. 27Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. 28Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, 29y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, 30de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. 31Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. 32Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». 33Él le dijo: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte». 34Pero él le dijo: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme». 35Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Dijeron: «Nada». 36«Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. 37Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin». 38Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les dijo: «Basta». 39Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. 40Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en tentación». 41Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba 42diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». 43Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. 44En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. 45Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, 46y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación». 47Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 48Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?». 49Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». 50Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 51Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. 52Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? 53Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas». 54Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. 55Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. 56Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo: «También este estaba con él». 57Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». 58Poco después, lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pero Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». 59Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». 60Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas». Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. 61El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». 62Y, saliendo afuera, lloró amargamente. 63Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. 64Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». 65E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas. 66Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, 67y le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les dijo: «Si os lo digo, no lo vais a creer; 68y si os pregunto, no me vais a responder. 69Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios». 70Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy». 

71Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

23

1Y levantándose toda la asamblea, le llevaron a presencia de Pilato. 

2Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey». 

3Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le responde: «Tú lo dices». 

4Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». 

5Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí». 

6Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; 

7y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. 

8Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. 

9Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. 

10Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. 

11Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. 

12Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. 

13Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, 

14les dijo: «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; 

15pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. 

16Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». 

17[«Por la fiesta tenía que soltarles a uno»] 

18Ellos vociferaron en masa: «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás». 

19Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. 

20Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, 

21pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». 

22Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». 

23Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. 

24Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: 

25soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad. 

26Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. 

27Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. 28Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, 29porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. 30Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; 31porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?». 32Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. 33Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. 35El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». 36Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, 37diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». 38Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». 39Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». 40Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? 41Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». 42Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». 43Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». 44Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, 45porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. 46Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. 47El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». 48Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. 49Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto. 50Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo 51(este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. 52Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 53Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. 54Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. 55Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. 56Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.

24

1 El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. 2Encontraron corrida la piedra del sepulcro. 3Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. 4Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. 5Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, 7cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar». 8Y recordaron sus palabras. 9Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. 10Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. 11Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. 12Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido. 13Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 36Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». 37Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 38Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? 39Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». 40Dicho esto, les mostró las manos y los pies. 41Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». 42Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. 43Él lo tomó y comió delante de ellos. 44Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». 

45 Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 

46 Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día 

47y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 

48 Vosotros sois testigos de esto.  

49 Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».

 50 Y les sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, les bendijo. 

51 Y mientras les bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. 52Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría;

 53 y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.