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María en la espiritualidad trinitaria de san Ignacio
El ilustre mariólogo Francisco de Paula Solá, S.I., publicó, en el número de nuestra revista dedicado a san Ignacio de Loyola en mayo-agosto de 1991, este admirable estudio que, renovando la tradicional presentación cristocéntrica de la espiritualidad de los Ejercicios, define a ésta como trinitaria yen este contexto sitúa la presencia de María, integrada en el orden hipostático por la economía redentora, en el que ve a María asociada al Padre en la venida al mundo del Hijo Encarnado.
Francisco de Paula Solá Carrió, S.I. Cristiandad. Barcelona, nn. 835-836, enero-febrero de 2001. También publicado en el nº de Cristiandad. Barcelona, de mayo-agosto de 1991
Dicen los filósofos que modus operandi sequitur modum essendi, es decir, que la manera de actuar u obrar es conforme a la manera de ser de cada individuo; y esto será tanto más evidente cuanto más fuerte sea su personalidad. Y la de Ignacio de Loyola es de talla de héroe.
Por otro lado, influye también en la psicología humana el ambiente en que se desarrolla, sobre todo en los primeros años. Por esto es muy importante conocer el ambiente familiar y del tiempo.
Iñigo de Loyola nació último de una familia cristiana y noble del siglo xv que contaba ya con 12 hijos. En su casacastillo convertido en casa-palacio por cuestiones de política, rezumaba un extraño consorcio de las annas con la religión, y ésta con un matiz muy cristológico-mariano.
El espíritu de absoluta fidelidad al rey hace que el abuelo de Íñigo, pasados cuatro años exiliado en la villa de Ximena (Andalucía) por Enrique IV, rey de Castilla, vuelva a su derrocado castillo de Loyola, sin rencor alguno, antes por el contrario con perfecta sujeción y vasallaje a su monarca. Este ejemplo emuló Beltrán de Loyola, padre de Íñigo en sus relaciones con la Cruzada de Granada de los Reyes Católicos. En cuanto a sus hennanos, el primogénito Juan muere en las campañas de Nápoles, donde ha ido con otro hermano; Hemando marchó a las Indias (América), y allí muere; Martín lucha bravamente en la batalla de Velate contra los franceses; otro murió en Hungría luchando contra los turcos. Así eran los varones Loyolas. No es de maravillar que el último, Iñigo, no siga el camino de las letras (que no eran de su agrado) y sí el de las armas, que le llevaron a la defensa de Pamplona contra el invasor francés.
Por lo que toca a religión, Vizcaya (desmembrada de Navarra y agregada a Castilla en 1230) es modelo de cristianismo. Allá ni moros ni judíos entraron jamás. El emblema Jesús-María está grabado en piedra, a modo de escudo, en un pueblo del dominio de la Casa de Loyola. En su propia casa hay un oratorio dedicado a la Virgen dolorosa; y en ninguna de sus estancias se encuentran los libros mundanos favoritos de los caballeros de la época; pero sí la Vita-Christi del Cartujano y vidas de Santos.
En este ambiente se fragua Ignacio. Y aunque su primera juventud en la corte al servicio del duque de Nájera y después, será un «soldado desgarrado y vano», como escribirá Ribadeneira, su corazón es noble y no está cerrado a nada grande y heroico. Por el contrario, su espíritu militar le impide rendirse al frente de unos pocos hombres al defender el castillo de Pamplona contra todo un ejército francés, de suerte que la fortaleza no puede ser tomada hasta que él sea batido por las balas de los cañones enemigos. Pero su religiosidad le hace pensar en la muerte y, a falta de sacerdote, se confiesa con un compañero de armas, para que esta confesión, al modo del bautismo de Juan en el Jordán, sirva de alguna manera como símbolo de su contrición. Este es el auténtico Ignacio: militar hasta los tuétanos y cristiano a toda prueba. y aquí aguardaba Dios. Conocidos son los pormenorizar auténticos de su conversión narrados por él mismo y escritos con fidelidad por el P. González de Cámara en la llamada autobiografia del Santo. 1
1. Autobiografía. Empleamos la edición del P. Victoriano Larrañaga S.I., Autobiografia - Diario Espiritual. Madrid, BAC 1947. Las citas las incluimos en el texto, por ejemplo: (n. 5. pág. 125) Y se refiere al número correspondiente.
Por ella sabemos que, para entretener en los largos ocios de su convalecencia en la casa solariega, pidió los libros de Caballería, tan de moda entre militares, en la época; pero al no haber ninguno de ellos en aquella casa le dieron «un Vita-Christi y un libro de la vida de los Santos» (n. 5). Su temperamento reflexivo le llevaba a una lectura atenta, por lo que repetía una y otra vez lo que leía y «se aficionaba a lo que allí había escrito». Pero también le venía a la mente el recuerdo de los libros de caballerías y se deleitaba evocando sus antiguos ideales y fantasías mundanas. Estos pensamientos contrarios le producían sentimientos también opuestos. El Santo lo refiere así:
«Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo y en no comer sino hierbas no solamente se consolaba cuando estaba en tales pensamientos, mas aun después de dejarlos quedaba contento y alegre» (n. 8). «Este fue -añade Ignacio- el primer discurso que hizo en las cosas de Dios; y después, cuando hizo los Ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la díversidad de espíritus» (n. 8, pág. 134-135).
Intervención de la Virgen
La primera vez que aparece la Virgen María en la Autobiografía es en el n. 10 del Cap. 1. Está Ignacio de Loyola convaleciente y creciendo de día en día en ansias de servir al Señor
«y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía, los cuales se le confirmaron con una visitación de esta manera: Estando una noche despierto, vio claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús, con cuya vista, por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de su vida pasada y especialmente de cosas de carne, que le parecía habérsela quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas».
La consecuencia fue:
«Así, desde aquella hora hasta el Agosto de [15] 53, que esto se escribe, nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne».
Y añade el P. Cámara:
«y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osaba determinarlo, ni decía más que afirmar lo susodicho» (n. 10, p. 136).
Aquí empieza María a sustituir sus pensamientos caballerescos de damas ilustres a quienes servir. Y este trueque lo realiza la misma Virgen con una aparición «por espacio notable», que causa en su alma una consolación tan extraordinaria y profunda, que el propio Ignacio, tan cuidadoso en emplear superlativos aquí la llama «muy excesiva». Y, en efecto, su fruto fue duradero hasta el final de su vida. Y la dama única de su pensamiento y voluntad será María Santísima.
Ignacio no ha cambiado su carácter ni su naturaleza: es impetuoso, de afecto ardiente, tenaz y constante para lograr sus intentos, nada le arredra, nada le asusta. Su vida seguirá la misma norma: no parar hasta alcanzar, cueste lo que cueste, su ideal, y este ideal es el que ha cambiado la Virgen.
Será una dama, pero no terrena; será elevado, sobre todo lo mundano; será arduo, pero no le fallará el auxilio divino. Ignacio no podrá apartarse de la Virgen.
Convalecido decide cambiar también de vida: pero también aquí comenzará su espíritu militar: servir a su Rey y a su Reina, peleando contra sus enemigos y señalándose en este servicio. No ve clara la ruta o camino (¿cartuja de Sevilla?, ¿cartuja de Burgos?); se lanza, pues, a la aventura; pero el ideal fijo. No tiene más dirección, de momento, que la directa de Jesús y María, y parte a lo incógnito puesta en ellos su confianza. Una vigilia nocturna en Nª Sª de Aránzazu es su primer escalón, y deja en su alma un recuerdo imborrable, como escribirá años después a S. Fco. de Borja:
«cuando Dios N.S. me hizo merced que yo hiciese alguna mutación de mi vida, me acuerdo haber recibido algún provecho en mi ánima velando en el cuerpo de aquella Iglesia de noche».2
2. Monumenta Historica S.I., Monumenta Ignaciana. Epistolae, 4, 7 pág. 422.
¿Qué le comunicaría la Virgen? Ignacio corresponde a los favores espirituales y cobrando unos ducados que le debía el duque de Nájera, hace con ellos algunas limosnas y parte los dedica
«a una imagen de Nª Sª que estaba mal concertada, para que se concertase y amase muy bien» (A.c. 2, n. 13, p. 145-46).
Y el mismo Santo continúa:
«y así, despidiendo los dos criados que iban con él, se partió en su mula de Navarrete para Montserrat» (n. 13, p. 146).
En Montserrat cambió sus vestidos de militar por el sayal y bordón de peregrino y
«se determinó de velar sus armas [nuevas] toda una noche sin sentarse ni acostarse, unos a ratos en pie y a ratos de rodillas, delante el altar de Nª Sª de Montserrat».
Y así lo hizo:
«Concertó con su confesor que mandase recoger la mula y que la espada y el puñal colgase en la Iglesia en el altar de Nª Sª» (n. 17).
«La Víspera de Nª Sªde Marzo [24-25 Marzo], en la noche, el año de 1522 se fue lo más secretamente que pudo a un pobre, y despojándose de todos sus vestidos, los dio al pobre y se vistió de su deseado vestido y se fue a hincar de rodillas delante el altar de Nª Sª unas veces de esta manera, otras en pie con su bordón en la mano, pasó toda la noche. Y en amaneciendo partió por no ser conocido» (n. 18).
Alea jacta est. La decisión está tomada. Ignacio no vuelve atrás. En adelante será él
«el que más se querrá affectar y señalar en todo servicio de su rey externo y señor universal, no solamente ofresciendo su persona al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor camal y mundano, hará oblación de mayor stima y mayor momento».
Y esta oblación será:
«Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayudar delante vuestra infinita bondad, y delante de vuestra Madre gloriosa y de todos los Sanctos y Sanctas de la Corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada» entregarse en cuerpo y alma a la imitación y servicio del Rey Celestial, Cristo Jesús. 3
3. Ejercicios Espirituales. 2a Semana. El llamamiento del Rey temporal
La Virgen María en la espiritualidad de san Ignacio
Al hacer S. Ignacio esta oblación formal de sí mismo al Señor etemo, de infinita bondad, no se olvida de hacerla «delante de vuestra Madre gloriosa» que está sobre los ángeles y Santos en la corta celestial. Y es que Ignacio ya comprendió en aquella su primera visión, en Loyola, de la Virgen con el Niño, que ha de ponerse al servicio de un Rey, Jesús, que está en brazos de una Madre-Reina. María es la Dama de sus ilusiones, más que «condesa y duquesa» y aun más que princesa: es la Reina que no se separa del Rey eternal de cielos y tierra.
La conversión (como hemos visto) se obró con una aparición de la Virgen. Le quitó «del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas». Nos dice, pues, que tenía él en Manresa todos los días siete horas de oración. Este dato podría parecer exagerado o excesivo, pero se ve ser verdadero si recordamos que, en Loyola
«de muchas cosas varias que se le ofrecían, una tenía tanto poseído su corazón que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una Señora, los medios que tomaría para ir a verla donde estaba, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba en esto tan envanecido que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar, porque la Señora no era de vulgar nobleza: no condesa ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno de estas» (n. 6).
Si pues, ante una señora (que probablemente era la princesa Catalina) se «embebía» horas y horas, ¿qué haría al encontrarse en la realidad, delante de Nª Sª la Madre de Dios, Reina de cielos y tierra que acudía a él, a visitarle, a invitarle para el servicio de su Hijo el Rey eternal? Y además, esta Madre de Dios, de Jesús, del Rey, ¡era su Madre! ¡Cuántas horas pasaría, no ya «embobado» sino gozando espiritualmente en el regazo de esta su Madre!
Piedad mariana y espíritu mariano
La piedad o amor de S. Ignacio hacia la Virgen, crecerá rápidamente con una ascensión que tal vez pocos Santos han alcanzado; y no queremos hacer comparaciones entre los Santos. En un principio se manifiesta en las oraciones que le dirige durante el día: el Oficio Parvo u «Horas de Nª Sª», el Ave María tres veces al día, y otras prácticas piadosas aprendidas en la infancia. En Loyola, cuando volvió ya a punto de ordenarse sacerdote, hizo que se tocase la campana de la Iglesia tres veces diarias para que los fieles se acordasen de rezar tres Avemarías pidiendo por los pecadores. Eran muchas las manifestaciones externas de su piedad o devoción a la Virgen; como las visitas a sus Santuarios, Aránzazu, Montserrat, la Guía, Viladordis, Sta. María del Mar; hizo con sus compañeros los votos en una capilla de la Virgen en París el día de la Asunción; celebró su primera Misa en Sta. María la Mayor en Roma; escogió su morada (y allí murió) junto a Nª Sª de la Strada, y ante la Virgen, en la Basílica de S. Pablo «fundó» la Compañía de Jesús. Todas estas gestas (y otras muchísimas que podríamos evocar) son actos piadosos que nacen de su espíritu mariano, que es mucho más profundo.
La espiritualidad es como la raíz de la que nace el árbol de la piedad o el árbol en el que brota la piedad como rama. Por esto nos interesa sobre todo estudiar esta raíz, o espiritualidad que invade todo el ascetismo ignaciano y en él descubrir el lugar que ocupa la Virgen María.
Espiritualidad trinitaria
Se suele hablar de la espiritualidad cristocéntrica de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio de Loyola, y es cosa muy cierta. Pero digamos también que, aun cuando la mencione pocas veces, la Virgen Santísima aparece muy unida a Cristo. Los Ejercicios van encaminados a hacer enamorados de Cristo, de manera que estén dispuestos a entregarse totalmente a Él, sumo Señor y Rey universal.
Creemos, sin embargo, que no es del todo exacto pensar que la espiritualidad personal de S. Ignacio sea sólo o principalmente cristocéntrica. Él confiesa:
«Tenía [ya en Manresa] mucha devoción a la Santísima Trinidad y así hacía cada día oración a las tres Personas distintamente y estando un día rezando en las gradas del mismo monasterio [de Sto. Domingo, en Manresa] las Horas de Nª Sª, se le empezó a elevar el entendimiento, como que veía a la Santísima Trinidad en figura de tres teclas [un acorde de tres notas musicales] y esto con tantas lágrimas y tanto sollozo»...
que durante todo el día no podía hacer más que pensar y hablar de este misterio,
«de modo que toda su vida le ha quedado esta impresión de sentir gran devoción a la SantísimaTrinidad» (n. 28).
Poco después relata:
«Una vez iba por su devoción a una Iglesia, que creo yo que se llamaba de San Pablo, y el camino va junto al río y yendo así en sus devociones se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola. Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes». (n. 30).
Las visiones e ilustraciones trinitarias fueron frecuentísimas en S. Ignacio, como se vislumbra y aparece en el breve fragmento de su diario espiritual,4
4. Diario Espiritual. Utilizamos la mencionada edición del P. Victoriano Larrañaga, S.I.
y allí descubre él qué lugar ocupa la Virgen Santísima, cuando quiere impetrar del Padre celestial alguna gracia. Para comprender bien a S. Ignacio hemos de proceder por pasos, como él hacía. Escribe en su autobiografia:
«Había determinado, después que fuese sacerdote, estar un año sin decir Misa, preparándose y rogando a Nuestra Señora le quisiese poner con su Hijo» (n. 96, p. 499).
Será, pues, la Virgen quien acudirá al Padre para que la unión de Ignacio con su Hijo (hijo de los dos: del Padre y de María) sea muy íntimo cuando se celebre la Santa Misa. Y a continuación relata Ignacio el efecto de su plegaria, es decir, la eficacia de la mediación de la Madre:
«y estando un día, pocas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración en ella, sintió tal mudanza en su ánima y vio tan claro que Dios Padre le ponía con Cristo su Hijo, que no tendría ánimo de dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo. Y yo que esto escribo, dije al peregrino, interrumpiéndole en su relato, que Laínez contaba con algunos otros pormenores, según tenía entendido, el caso. Y él me repuso ser verdad cuanto refería Laínez, aunque él no se acordaba de tantas particularidades; pero que entonces, cuando lo nanaba, sabe cierto no dijo sino la verdad. Y esto mismo me repitió en otras cosas» (n. 96, p. 503).
Los biógrafos del Santo están conformes en afirmar que este episodio [la visión de la Storta] tuvo para S. Ignacio un efecto semejante al de la ilustración insigne del Cardoner, que antes hemos mencionado. Si la espiritualidad ignaciana era eminentemente trinitaria, con las ilustraciones tan eximias que había tenido comprendía que Jesús (la humanidad de Cristo unida a la Persona del Verbo, la que él tantas veces contemplaba y sentía) era tan Hijo del Padre, en la divinidad, como de María en la humanidad; y por lo mismo comprendía que María tenía un lugar privilegiado en este misterio, y de aquí que su modo de orar siempre era así: cuando discurría sobre puntos de las Constituciones que estaba escribiendo (y en general, siempre),
«después de la Misa, con devoción y no sin lágrimas presentando lo que más me parecía por razones y por mayor moción de la voluntad queriendo esto presentar al Padre por medio y ruegos de la Madre y del Hijo, y primero haciendo oración a ella, porque me ayudase con su Hijo y Padre, y después orando al Hijo me ayudase con el Padre en compañía de la Madre, sentí en mí un ir o llevarme delante del Padre moción como ardor notabilísimo en todo el cuerpo, y consecuente a esto lágrimas y devoción intensísima».5
5. Diario Espiritual. Viernes 8 febrero 1544, pág. 686-687.
Notemos bien este proceso que hace Ignacio en su petición: quiere presentar la petición al Padre por medio y ruegos de la Madre y del Hijo. Para ello:
1.° Haciendo oración a Ella para que me ayude con su Hijo y Padre.
2.° Después orando al Hijo me ayudase con el padre en compañía de la madre.
Los pasos son, pues: María, Jesús, Padre. (Es lo que enseña en los coloquios de Ejercicios). Pero notemos dónde pone a la Madre. No es un escalón (el primero) que sube Jesús (el segundo) para llegar al Trono del Padre; sino que es la «Madre que lleva al Hijo», y no nos deja con Él, sino que la Madre con el Hijo, nos llevan al Padre, donde el Padre se encuentra con la Madre (que bien puede llamarse su Esposa) y el Hijo.
Resumiendo en pocas palabras la espiritualidad mariana de S. Ignacio, la explicaríamos así: S. Ignacio tiene como centro, o si se quiere, núcleo de su vida espiritual a la Santísima Trinidad. Pero en esta Trinidad no ve sólo las Tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que contempla al Padre, fuente y Principio de todo, con el Hijo que por los hombres se ha encamado, Jesucristo; y se ha encamado en María la Virgen Madre. Ante esta visión no puede separar a María ni del Hijo ni del Padre. Ella está emparentada -pennítasenos la expresión- con el Hijo a quien da la humanidad, y con el Padre por Madre de su hijo.
En consecuencia, la Virgen María está enlazada con la Trinidad Augusta, en su espiritualidad. Con razón, un eximio y pío discípulo e hijo espiritual de Ignacio, el gran teólogo y piadoso Francisco Suárez, hará entrar en la Teología la categoría de un «orden hipostático» para la Humanidad, Cristo, María y José; la Trinidad de la tierra.
La devoción, pues a María, es esencial en la espiritualidad ignaciana. Al madurar su formación espiritual, Ignacio ha ido pasando del soldado desganado y vano (pero fiel a un Rey temporal y esclavo de su Dama ideal) al soldado de Cristo, Rey Eternal (en cuyo servicio quiere señalarse) a quien va unida la Reina María, de la que será su más devoto servidor. Por tanto, se puede hablar de una espiritualidad de S. Ignacio cristocéntrica; pero se tratará de un cristocentrismo incrustado en la Trinidad y unido con vínculo indisoluble a la Virgen Madre de Cristo, esposa del Padre, repleta del Espíritu Santo. Así, dando un tercer paso se adentra en la Trinidad Augusta con la Madre y el Hijo, para vivir aquí en la tiena la contemplación que le alcanza gracia y amor. Y de esto ha hecho su ideal: «Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta».