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Evangelio según san Mateo 8 a 14

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/nuevo-testamento-mateo/

Evangelio según san Mateo 1 a 7 CEE

Evangelio según san Mateo 15 a 19 CEE

Evangelio según san Mateo 20 a 24 CEE

Evangelio según san Mateo 25 a 28 CEE

8

1 Al bajar Jesús del monte, le siguió mucha gente.

2 En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».

3 Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.

4 Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

5 Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:

6 «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

7 Le contestó: «Voy yo a curarlo».

8 Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano.

9 Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».

10 Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.

11 Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos;

12 en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

13 Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra en cama con fiebre;

15 le tocó su mano y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirle.

16 Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos

17 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

18 Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.

19 Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas».

20 Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

21 Otro, que era de los discípulos, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».

22 Jesús le replicó: «Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».

23 Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.

24 En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

25 Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».

26 Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.

27 Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».

28 Llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.

29 Y le dijeron a gritos: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?».

30 A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo.

31 Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara».

32 Jesús les dijo: «Id». Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas.

33 Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.

34 Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

9

1 Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad.

2 En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados».

3 Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema».

4 Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? 

5 ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”?

6 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”».

7 Se puso en pie y se fue a su casa.

8 Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

9 Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.

10 Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.

11 Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».

12 Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.

13 Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».

14 Los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».

15 Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.

16 Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.

17 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».

18 Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».

19 Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

20 Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto,

21 pensando que con solo tocarle el manto se curaría.

22 Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer.

23 Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente,

24 dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él.

25 Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.

26 La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

27 Cuando Jesús salía de allí, dos ciegos lo seguían gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David».

28 Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor».

29 Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe».

30 Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!».

31 Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

32 Estaban ellos todavía saliendo cuando le llevaron a Jesús un endemoniado mudo.

33 Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual».

34 En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».

35 Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

36 Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

37 Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos;

38 rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

10

1 Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

2 Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano;

3 Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo;

4 Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

5 A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría,

6 sino id a las ovejas descarriadas de Israel.

7 Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos.

8 Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis.

9 No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; 

10 ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.

11 Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis.

12 Al entrar en una casa, saludadla con la paz;

13 si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.

14 Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies.

15 En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad.

16 Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.

17 Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas

18 y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.

19 Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir,

20 porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

21 El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.

22 Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará.

23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre.

24 Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo;

25 ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo. Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!

26 No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.

27 Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.

28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.

29¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre.

30 Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.

31 Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.

32 A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos.

33 Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos.

34 No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada.

35 He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra;

36 los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

37 El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;

38 y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.

39 El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

40 El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado;

41 el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.

42 El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

11

1 Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

2 Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: 

3 «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».

4 Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:

5 los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados.

6 ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

7 Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?

8¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios.

9 Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.

10 Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.

11 En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

12 Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan.

13 Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; 

14 él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.

15 El que tenga oídos, que oiga.

16 ¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo:

17 “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.

18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”.

19 Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».

20 Entonces se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido:

21 «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.

22 Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.

23 Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy.

24 Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».

25 En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.

26 Sí, Padre, así te ha parecido bien.

27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

28 Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

29 Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.

30 Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

12

1 En aquel tiempo atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.

2 Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado».

3 Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre?

4 Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes.

5 ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?

6 Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo.

7 Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes.

8 Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

9 Se dirigió a otro lugar y entró en su sinagoga.

10 Había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Entonces preguntaron a Jesús para poder acusarlo: «¿Está permitido curar en sábado?».

11 Él les respondió: «Supongamos que uno de vosotros tiene una oveja y que un sábado se le cae en una zanja, ¿no la agarra y la saca?

12 Pues, ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto, está permitido hacer bien en sábado».

13 Entonces le dijo al hombre: «Extiende tu mano». La extendió y quedó restablecida, sana como la otra.

14 Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús.

15 Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos,

16 mandándoles que no lo descubrieran.

17 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías:

18 «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones.

19 No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles.

20 La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria;

21 en su nombre esperarán las naciones».

22 Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo, y lo curó, de suerte que el mudo hablaba y veía.

23 Y toda la multitud asombrada decía: «¿No será este el hijo de David?».

24 Pero los fariseos al oírlo dijeron: «Este expulsa los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios».

25 Pero él, dándose cuenta de sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie.

26Si Satanás expulsa a Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?

27 Y si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, ¿vuestros hijos con el poder de quién los expulsan? Por eso ellos os juzgarán.

28 Pero si yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios.

29 ¿Cómo podrá uno entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse su ajuar, si no ata primero al fuerte?

30 El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

31 Por eso os digo que cualquier pecado o blasfemia serán perdonados a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.

32 Y quien diga una palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro.

33 Plantad un árbol bueno y el fruto será bueno; plantad un árbol malo y el fruto será malo; porque el árbol se conoce por su fruto.

34 Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas si sois malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

35 El hombre bueno saca del caudal bueno cosas buenas, pero el hombre malo saca del caudal malo cosas malas.

36 En verdad os digo que el hombre dará cuenta en el día del juicio de cualquier palabra inconsiderada que haya dicho.

37 Porque por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado».

38 Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: «Maestro, queremos ver un milagro tuyo».

39 Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás.

40 Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

41 Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

42 Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

43 Cuando el espíritu inmundo sale del hombre anda vagando por lugares áridos en busca de reposo y no lo encuentra.

44 Entonces dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Y al volver la encuentra deshabitada, barrida y arreglada.

45 Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él y se mete a habitar allí; y el final de aquel hombre resulta peor que el comienzo. Así le sucederá a esta generación malvada».

46 Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.

47 Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».

48 Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».

49 Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos.

50 El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

13

1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar.

2 Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.

3 Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar.

4 Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.

5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida;

6 pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

7 Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.

8 Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.

9 El que tenga oídos, que oiga».

10 Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?».

11 Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.

12 Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.

13 Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.

14 Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver;

15 porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”.

16 Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen.

17 En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

18 Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador:

19 si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.

20 Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría;

21 pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.

22 Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril.

23 Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

24 Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;

25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.

26 Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.

27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.

28 Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.

29 Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo.

30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

31 Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo;

32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».

33 Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».

34 Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada,

35 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».

36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».

37 Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno;

39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles.

40 Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos:

41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad,

42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

43 Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

44 El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

45 El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas,

46 que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

47 El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces:

48 cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

49 Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos

50 y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

51 ¿Habéis entendido todo esto?». Ellos le responden: «Sí».

52 Él les dijo: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».

53 Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

54 Fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros?

55 ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?

56 ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».

57 Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».

58 Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.

14

1 En aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús

2 y dijo a sus cortesanos: «Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».

3 Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo;

4 porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella.

5 Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.

6 El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes,

7 que juró darle lo que pidiera.

8 Ella, instigada por su madre, le dijo: «Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

9 El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran,

10 y mandó decapitar a Juan en la cárcel.

11 Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre.

12 Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

13 Al enterarse Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.

14 Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos.

15 Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».

16 Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».

17 Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».

18 Les dijo: «Traédmelos».

19 Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

20 Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras.

21 Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

22 Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.

23 Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.

24 Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

25 A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar.

26 Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.

27 Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

28 Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».

29 Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús;

30 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».

31 Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».

32 En cuanto subieron a la barca amainó el viento.

33 Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

34 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret.

35 Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.

36 Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Evangelio según san Mateo 1 a 7 CEE

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