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Las heridas o enfermedades que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana, según explica santo Tomás de Aquino

Santo Tomás formula el problema permanente que tenemos, puesto que nos es preciso vivir y obrar según Dios, pero desde el pecado original, nuestra razón no está sujeta a Dios, como antes, porque tiende a lo verdadro más debilmente y nuestra voluntad es insumisa respecto a Él y tiende al bien más débilmente; y esas nuestras potencias superiores, a su vez, tienen insumisas a las inferiores; porque el pecado original, aunque no ha dejado corrompida nuestra naturaleza, que sigue tendiendo a la verdad y al bien, ha dejado en ella estas heridas o enfermedades: en la razón la ignorancia, que es la disminución de su ordenación a la verdad, y que lleva consigo el embotamiento de la razón, especialmente respecto a lo que se debe practicar; en la voluntad la herida de la malicia, que es la disminución de la atracción por el bien y el aumento de la atracción por obrar mal; aunque nuestra voluntad sigue tendiendo al bien, pero más débilmente; la herida de la debilidad para luchar por conseguir los bienes arduos o dificultosos, al quedar el apetito irascible insumiso a la voluntad; y la herida de la apetencia de bienes deleitosos insumisa a la voluntad y a la razón [la concupiscencia desordenada] , al quedar el apetito concupiscible insumiso a la voluntad y no regido por la razón:

"Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba. Pero esta justicia original nos fue arrebatada por el pecado del primer padre.
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, c).

"Lo formal en el pecado original es la privación de la justicia original, por la cual la voluntad estaba sometida a Dios; y todo el otro desorden de las facultades del alma ... se manifiesta principalmente en que se vuelven desordenadamente a los bienes mudables".
(S Th, 1a2ae, q. 82, art 3, c)

"En cuanto la razón está destituida de su orden a lo verdadero, está la herida de la ignorancia; en cuanto la voluntad está destituida de su orden al bien, está la herida de la malicia; en cuanto la irascible está destituida de su orden a lo arduo, está la herida de la debilidad; en cuanto la concupiscible está destituida de su orden a lo deleitable moderado por la razón, está la herida de la concupiscencia. Así, pues, éstas son las cuatro heridas infligidas a toda la naturaleza humana por el pecado del primer padre"
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, c).

"Mas, puesto que la inclinación al bien de la virtud disminuye en cada uno por el pecado actual, como es claro por lo dicho (S Th, 1a2ae, q. 85, a.1 y 2), éstas son también cuatro heridas consiguientes a otros pecados: a saber, en cuanto que por el pecado la razón se embota, especialmente en las cosas que debemos practicar; y la voluntad se endurece respecto del bien; y aumenta la dificultad de obrar bien; y la concupiscencia se enciende más".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, c).

Son también secuelas dañinas del pecado original las deficiencias corporales, las malas tendencias, y la muerte (S Th, 1a2ae, q. 85, art 5, c).

AMPLIACIÓN: Explica santo Tomás de Aquino las heridas o enfermedades que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana:

"Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba. Pero esta justicia original nos fue arrebatada por el pecado del primer padre, según hemos dicho ya (S Th, 1a2ae, q.81 a.2). Y por ello todas las fuerzas del alma quedan como destituidas de su propio orden, con el que se ordenan naturalmente a la virtud: la misma destitución se llama herida de la naturaleza.
Mas son cuatro las potencias del alma que pueden ser sujeto de las virtudes, como dijimos más arriba (S Th, 1a2ae, q. 61 a.2); a saber: la razón, en la cual reside la prudencia; la voluntad, en la cual reside la justicia; la irascible, en la cual reside la fortaleza; y la concupiscible, en la cual reside la templanza. Pues en cuanto la razón está destituida de su orden a lo verdadero, está la herida de la ignorancia; en cuanto la voluntad está destituida de su orden al bien, está la herida de la malicia; en cuanto la irascible esté destituida de su orden a lo arduo, está la herida de la debilidad; en cuanto la concupiscible está destituida de su orden a lo deleitable moderado por la razón, está la herida de la concupiscencia.
Así, pues, éstas son las cuatro heridas infligidas a toda la naturaleza humana por el pecado del primer padre. Mas, puesto que la inclinación al bien de la virtud disminuye en cada uno por el pecado actual, como es claro por lo dicho (S Th, 1a2ae, q. 85, a.1 y 2), éstas son también cuatro heridas consiguientes a otros pecados: a saber, en cuanto que por el pecado la razón se embota, especialmente en las cosas que debemos practicar; y la voluntad se endurece respecto del bien; y aumenta la dificultad de obrar bien; y la concupiscencia se enciende más".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, c).

Aclara santo Tomás que también se denomina malicia a la propensión de la voluntad al mal, [que es lo mismo que la disminución de la inclinación de la voluntad al bien, como ha dicho antes, en S Th, 1a2ae, q. 85, art 2, c, donde ya ha dejado claro que la voluntad de suyo tiende al bien, y no sólo tendía al bien en la naturaleza íntegra, anterior al pecado original, sino que la voluntad de suyo tiende al bien también después del pecado original, aunque más débilmente, por esta herida]:

"Malicia no se toma aquí como un pecado, sino como propensión de la voluntad al mal, según lo que se dice en Gen 8,21: Inclinados al mal están los sentidos del hombre desde su adolescencia".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, ad 2).

Aclara santo Tomás que está en la naturaleza humana la concupiscencia, o apetencia de los deleites, regida por la razón, es decir, según la virtud; pero es contra la naturaleza humana la concupiscencia, o apetencia de los deleites, insumisa a la razón. Es decir, que santo Tomás enseña que es contra natura dejarse arrastrar por la concupiscencia o apetencia de los deleites:

"Según hemos explicado antes (S Th, 1a2ae, q. 82 a.3 ad 1), la concupiscencia en tanto es natural al hombre en cuanto está subordinada a la razón. Mas el que traspase los límites de la razón es contra la naturaleza del hombre".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, ad 3).

Señala santo Tomás la raíz del problema que tenemos, puesto que nos es preciso vivir y obrar según Dios, pero desde el pecado original, nuestra voluntad es insumisa respecto a Dios, y la razón no le esta sujeta como antes, porque tiende más debilmente a lo verdadero; y a su vez, nuestras potencias superiores tienen insumisas a las inferiores:

"Todo el orden de la justicia original provenía del hecho de que la voluntad del hombre estaba sujeta a Dios. Sujeción que, por cierto, primaria y principalmente, era por la voluntad, a la que corresponde mover hacia el fin a todas las otras partes, según dijimos anteriormente (S Th, 1a2ae, q. 9 a.1). Así que por la aversión de la voluntad con respecto a Dios se siguió el desorden en todas las otras facultades del alma.
Así pues, lo formal en el pecado original es la privación de la justicia original, por la cual la voluntad estaba sometida a Dios; y todo el otro desorden de las facultades del alma es como lo material en el pecado original. Mas el desorden de las otras facultades del alma se manifiesta principalmente en que se vuelven desordenadamente a los bienes mudables".
(S Th, 1a2ae, q. 82, art 3, c)

Nuestra apetencia de bienes deleitosos es buena si está sometida a la voluntad, por estar regida por la razón, como estaba en nuestra naturaleza antes del pecado original, o cuando la sometemos ahora; pero insumisa, es contra natura:

"Puesto que, en el hombre, el apetito concupiscible, naturalmente, se rige por la razón, en tanto es natural al hombre la apetencia de la facultad concupiscible en cuanto es según el orden de la razón. Mas la concupiscencia que traspasa los límites de la razón es contra la naturaleza del hombre. Y una tal concupiscencia es la del pecado original".
(S Th, 1a2ae, q.82, art 3, ad 1).

Dejarse arrastrar por la atracción de los deleites fuera del control de la razón es la rebelión que más notamos y por eso santo Tomás llega a utilizar esta formulación:

"El pecado original es la concupiscencia desordenada, como se ha dicho (S Th, 1a2ae, q. 82, art 3, ad 1)".
(S Th, 1a2ae, q. 82, art 4, in 1)

En síntesis, los daños espirituales del pecado original son:

"El don de la justicia original, que en el primer hombre fue conferido a toda la naturaleza humana... fue totalmente eliminado por el pecado del primer padre... La misma inclinación natural a la virtud, disminuye por el pecado. Pues por los actos humanos se crea una inclinación a actos semejantes... por el hecho mismo de que el hombre peca, disminuye ese bien de la naturaleza, que es la inclinación a la virtud".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 1, c).

Aunque el hombre caído mantiene su naturaleza racional:

"El bien natural que disminuye por el pecado es la inclinación natural a la virtud. La cual a la verdad conviene al hombre por ser racional: de ahí le viene que obre según la razón, lo cual es obrar según la virtud. Mas por el pecado no se le puede quitar al hombre totalmente que sea racional, porque ya no sería capaz de pecado. Por consiguiente, no es posible que el susodicho bien natural se le quite totalmente".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 2, c)

El hombre caído mantiene su naturaleza racional, pero enferma:

"El pecado está en el alma como la enfermedad en el cuerpo, según aquello del salmo 6,3: Ten piedad de mí, Señor, porque estoy enfermo".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 4, sed contra).

"El pecado es privación de medida, belleza y orden; y todo pecado disminuye la medida, la belleza y el orden".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 4, in c).

"Como expusimos en la primera parte (S Th, I, q. 5 a.5), la medida, la belleza y el orden son propiedades que acompañan a cada ser creado en cuanto tal, y aun a todo ser. Pues todo ser y bien es considerado (como tal) por una forma que le confiere su hermosura. Y la forma de cada una de las cosas, cualquiera que sea, sustancial o accidental, es según una medida: de ahí que en el libro VIII de la Metafísica se diga que las formas de las cosas son como los números. Por ello tienen un cierto modo de ser correspondiente a su medida. Y por su forma, en fin, cada cosa se ordena a otra. Así, pues, según los diversos grados de bienes hay grados diversos de medida, belleza y orden. Por consiguiente, hay un bien perteneciente a la esencia misma de la naturaleza, que tiene su medida, belleza y orden: y de él no la despoja ni la disminuye el pecado. Hay también un bien de la inclinación natural, que igualmente tiene su medida, belleza y orden: éste lo aminora el pecado, como hemos dicho (S Th, 1a2ae, q. 85, a.1 y 2); pero no queda eliminado totalmente. Y hay también un bien de la virtud y la gracia, que tiene asimismo su medida, belleza y orden: y éste es totalmente eliminado por el pecado mortal. Hay, finalmente, un bien que es el mismo acto ordenado, el cual tiene igualmente su medida, belleza y orden: la privación de éste es esencialmente el pecado mismo. Y así es claro que el pecado es privación de medida, belleza y orden; y que quita y disminuye la medida, la belleza y el orden".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 4, in c).

Son también daños que dejó como secuelas el pecado original las deficiencias corporales, las malas tendencias, y la muerte:

"El pecado del primer padre es la causa de la muerte y de todos los males de la naturaleza humana, en cuanto que por el pecado del primer padre nos fue arrebatada la justicia original, por la que se mantenían bajo el control de la razón, sin desorden alguno, no sólo las facultades inferiores del alma, sino también el cuerpo entero se mantenía bajo el control del alma sin ningún fallo, como hemos expuesto en la primera parte (S Th, I, q. 97 a.1). Por esto, sustraída esta justicia original por el pecado del primer padre, así como fue vulnerada la naturaleza humana en cuanto al alma por el desorden de sus potencias, según dijimos más arriba (S Th, 1a2ae, q. 82, a. 3), así también se hizo corruptible por el desorden el cuerpo mismo.
Mas la sustracción de la justicia original tiene razón de pena, como también la sustracción de la gracia. Por consiguiente, la muerte y todos los males corporales consiguientes son ciertas penas del pecado original. Y aunque estos males no fueran intentados por el pecador, sin embargo, han sido ordenados por la justicia de Dios, que castiga [el pecado]".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 5, c)

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Pero santo Tomás enseña (II-II q.44 a.6 in c) que, aún con todas estas secuelas dañinas del pecado original, podemos amar a Dios.en esta vida, no perfectamente como en el cielo, pero sí imperfectamente. Porque Dios lo quiere y lo manda y por consiguiente nos da la gracia para realizarlo. Nos da el Espíritu Santo. Porque no manda lo que no podemos. Él lo hace posible y real. Hay que rechazar no sólo el semipelagianismo, sino también el semijansenismo. Lo que incluye obviamente el rechazo de sus versiones crasas. Y, con ayuda de su gracia, amarle a Dios, aunque en esta vida sea imperfectamente, en espera anhelante de amarle perfectamente en el cielo, como Él nos concede esperar y pedírselo.
Y la primera de las proposiciones de Jansenio condenadas en 1653 es la de que "algunos mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos" (Dz 1092, DS 2001). Lo cual fue ya condenado en Trento con anatema.

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Oración colecta de la misa del 27 de abril de 2020:

"Te pedimos, Dios todopoderoso, que despojados del hombre viejo con sus inclinaciones, vivamos en la obediencia de Aquel a quien nos has incorporado por los sacramentos pascuales".

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Jesús, el Verbo hecho carne, nos enseñó en el padrenuestro a pedirle a Dios Padre que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo. Y con su ejemplo, cuando entregaba su vida, nos enseñó además a pedirle a Dios Padre contra nuestra propia voluntad: "hágase tu voluntad y no la mía". La oración perfecta del padrenuestro, llegaba en Getsemaní, a ser heroica.

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La ley natural explicada por Benedicto XVI.

El malentendido sobre el cielo en la tierra tras la Parusía..

El misterio de iniquidad.