La cristianización de Hispania [España] .Todos los temas de Historia de España...INDEX
Revelaciones referidas por la venerable sor María Jesús de Ágreda en el siglo XVII sobre la predicación de Santiago el Mayor en España y la venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza
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227. Pasado ya un año de la muerte de nuestro Salvador, con inspiración divina trataron los Apóstoles de salir a predicar la fe por todo el mundo, porque ya era tiempo se publicase a las gentes el nombre de Dios y se les enseñase el camino de la salvación eterna. Y para saber la voluntad del Señor en la distribución de los reinos y provincias que a cada uno le habían de tocar en su predicación, por consejo de la Reina determinaron ayunar y orar diez días continuos.
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229. Acabada esta oración, descendió sobre el cenáculo una admirable luz que los rodeó a todos y se oyó una voz que dijo:
-Mi vicario Pedro señale a cada uno las provincias y esa será su suerte. Yo le gobernaré y asistiré con mi luz y espíritu.
—Este nombramiento remitió el Señor a San Pedro para confirmar de nuevo en aquella ocasión la potestad que le había dado de cabeza y pastor universal de toda la Iglesia y para que los demás Apóstoles entendiesen que la habían de fundar en todo el mundo debajo de la obediencia de San Pedro y de sus sucesores, a los cuales había de estar sujeta y subordinada como a vicarios de Cristo. Así lo entendieron todos, y así se me ha dado a conocer que fue ésta la voluntad del Muy Alto. Y en su ejecución, en oyendo San Pedro aquella voz, comenzó por sí mismo el repartimiento de los reinos, y dijo:
-Yo, Señor, me ofrezco a padecer y morir, siguiendo a mi Redentor y Maestro, predicando su santo nombre y fe ahora en Jerusalén y después en Ponto, Galacia, Bitinia y Capadocia, provincias del Asia, y tomaré asiento primero en Antioquía y después en Roma, donde asentaré y fundaré la cátedra de Cristo nuestro Salvador y Maestro, para que allí tenga su lugar la cabeza de su Santa Iglesia.
—Esto dijo San Pedro, porque tenía orden del Señor para que señalase a la Iglesia Romana por asiento y para cabeza de toda la Iglesia universal. Y sin este orden no determinara San Pedro negocio tan arduo y de tanto peso.
230. Prosiguió San Pedro y dijo:
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Andrés le seguirá predicando su santa fe en las provincias de Scitia de Europa, Epiro y Tracia, y desde la ciudad de Patras en Acaya gobernará a toda aquella provincia y lo demás de su suerte en lo que pudiere.
El siervo de Cristo, nuestro hermano carísimo Santiago el Mayor, le seguirá en la predicación de la fe en Judea, en Samaría y en España, de donde volverá a esta ciudad de Jerusalén y predicará la doctrina de nuestro Señor y Maestro.
El carísimo hermano Juan obedecerá a la voluntad de nuestro Salvador y Maestro, como se la manifestó desde la Cruz. Cumplirá con el oficio de hijo con nuestra gran Madre y Señora. Servirála y la asistirá con reverencia y fidelidad de hijo y la administrará el sagrado misterio de la Eucaristía, y cuidará también de los fieles de Jerusalén en nuestra ausencia. Y cuando nuestro Dios y Redentor llevare consigo a los cielos a su beatísima Madre, seguirá a su Maestro en la predicación del Asia Menor y cuidará de aquellas iglesias desde la isla de Patmos, a donde irá por la persecución.
El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Tomás le seguirá predicando en la India, en la Persia y en los partos, medos, hircanos, bracmanes y bactrios. Bautizará a los tres Reyes magos y les dará noticia de todo lo que la esperan y le buscarán ellos mismos por la fama que oirán de su predicación y milagros.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Jacobo le seguirá con ser pastor y Obispo en Jerusalén, donde predicará al judaísmo y acompañará a Juan en la asistencia y servicio de la gran Madre de nuestro Salvador.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Felipe le seguirá con la predicación y enseñanza de las provincias de Frigia y Scitia del Asia y en la ciudad llamada Hierópolis de Frigia.
El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Bartolomé le seguirá predicando en Licaonia, parte de Capadocia en el Asia, y pasará a la India Citerior y después a la Menor Armenia.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Mateo enseñará primero a los hebreos y después seguirá a su Maestro pasando a predicar en Egipto y en Etiopía.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Simón le seguirá predicando en Babilonia, Persia y también en el reino de Egipto.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Judas Tadeo seguirá a nuestro Maestro predicando en Mesopotamia y después se juntará con Simón para predicar en Babilonia y en la Persia.
El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Matías le seguirá predicando su santa fe en la interior Etiopía y en la Arabia y después volverá a Palestina.
Y el Espíritu del Altísimo nos encamine a todos y nos gobierne y asista, para que en todo lugar y tiempo hagamos su voluntad perfecta y santa, y ahora nos dé su bendición, en cuyo nombre la doy a todos.
231. Todo esto dijo San Pedro y al mismo instante que acabó de hablar se oyó un tronido de gran potencia y se llenó el cenáculo de resplandor y refulgencia, como de la presencia del Espíritu Santo. Y en medio de esta luz se oyó una voz suave y fuerte, que dijo: Admitid cada uno la suerte que le ha tocado.—Postráronse en tierra y dijeron todos juntos:
-Señor Altísimo, a Vuestra palabra y de Vuestro Vicario obedecemos con prontitud y alegría de corazón, y nuestro espíritu está gozoso y lleno de Vuestra suavidad en medio de Vuestras obras admirables.
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236. Pocos días después que se hizo este repartimiento de las provincias para la predicación, comenzaron a salir de Jerusalén particularmente los que les tocaba predicar en las provincias de Palestina, y el primero fue Santiago el Mayor.
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Capítulo XVI
319. Santiago el Mayor estaba más lejos que ninguno de los Apóstoles, porque fue el primero que salió de Jerusalén a predicar, como dije arriba (Cf. supra n. 236), y habiendo predicado algunos días en Judea vino a España. Para esta jornada se embarcó en el puerto de Jope, que ahora se llama Jafa. Y esto fue el año del Señor de treinta y cinco, por el mes de agosto, que se llamaba sextil, un año y cinco meses después de la pasión del mismo Señor, ocho meses después del martirio de San Esteban y cinco antes de la conversión de San Pablo, conforme a lo que he dicho en los capítulos 11 y 14 de esta tercera parte. De Jafa vino San Jacobo [Santiago] a Cerdeña y, sin detenerse en aquella isla llegó con brevedad a España y desembarcó en el puerto de Cartagena, donde comenzó su predicación en estos reinos. Detúvose pocos días en Cartagena, y gobernado por el Espíritu del Señor tomó el camino para Granada, donde conoció que la mies era copiosa y la ocasión oportuna para padecer trabajos por su Maestro, como en hecho de verdad sucedió.
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322. Pero mientras anduvo en estos reinos de España, entre los favores que recibió Santiago de María santísima fueron dos muy señalados, porque vino la gran Reina en persona a visitarle y defenderle en sus peligros y tribulaciones. La una de estas apariciones y venida de María santísima a España es la que hizo en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], tan cierta como celebrada en el mundo, y que no se pudiera negar hoy sin destruir una verdad tan piadosa, confirmada y asentada con grandes milagros y testimonios por mil seiscientos años y más; y de esta maravilla hablaré en el capítulo siguiente.
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326. Fue mayor este raro beneficio de la Reina, porque no sólo defendió de la muerte a Santiago, para que gozara toda España de su predicación y doctrina, pero desde Granada le ordenó su peregrinación y mandó a cien Ángeles de los de su guarda que acompañasen al Apóstol y le fuesen encaminando y guiando de unos lugares a otros y en todos le defendiesen a él y a sus discípulos de todos los peligros que se les ofreciesen, y que habiendo rodeado a todo lo restante de España le encaminasen a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania]. Todo esto ejecutaron los cien ángeles, como su Reina se lo ordenaba, y los demás la volvieron a Jerusalén. Y con esta celestial compañía y guarda peregrinó Santiago por toda España, más seguro que los israelitas por el desierto. Dejó en Granada algunos discípulos de los que traía, que después padecieron allí martirio, y con los demás que tenía, y otros que iba recibiendo, prosiguió las jornadas predicando en muchos lugares de la Andalucía. Vino después a Toledo, y de allí pasó a Portugal y a Galicia, y por Astorga y divirtiéndose a diferentes lugares llegó a la Rioja y por Logroño pasó a Tudela y Zaragoza, donde sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. Por toda esta peregrinación fue Santiago dejando discípulos por Obispos en diferentes ciudades de España y plantando la fe y culto divino. Y fueron tantos y tan prodigiosos los milagros que hizo en este reino, que no han de parecer increíbles los que se saben, porque son muchos más los que se ignoran. El fruto que hizo con la predicación fue inmenso, respecto del tiempo que estuvo en España, y ha sido error decir o pensar que convirtió muy pocos, porque en todas las partes o lugares que anduvo dejó plantada la fe, y para eso ordenó tantos Obispos en este Reino, para el gobierno de los hijos que había engendrado en Cristo.
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Libro VII
Capítulo XVII
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346. Viene María santísima de Jerusalén a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] en España, por voluntad de su Hijo nuestro Salvador, a visitar a Santiago, y lo que sucedió en esta venida y el año y día en que se hizo.—Todo el cuidado de nuestra gran Madre y Señora María santísima estaba empleado y convertido a los aumentos y dilatación de la Santa Iglesia, al consuelo de los Apóstoles, discípulos y de los otros fieles, y a defenderlos del infernal Dragón y sus ministros en la persecución y asechanzas que, como se ha dicho (Cf. supra n. 337), les prevenían estos enemigos. Con su incomparable caridad, antes de venir a Efeso ni partir de Jerusalén, ordenó y dispuso muchas cosas, en cuanto le fue posible, por sí y por ministerio de los Santos Ángeles, para prevenir todo lo que en su ausencia le pareció conveniente, porque entonces no tenía noticia del tiempo que duraría esta jornada y la vuelta a Jerusalén. Y la mayor diligencia que pudo hacer fue su continua y poderosa oración y peticiones a su Hijo santísimo, para que con el poder infinito de su brazo defendiese a sus Apóstoles y siervos y quebrantase la soberbia de Lucifer, desvaneciendo las maldades que en su astucia fabricaba contra la gloria del mismo Señor. Sabía la prudentísima Madre que de los Apóstoles el primero que derramaría su sangre por Cristo nuestro Señor era San Jacobo [Santiago Mayor], y por esta razón, y por lo mucho que la gran Reina le amaba, como dije arriba (Cf. supra n. 320), hizo particular oración por él entre todos los Apóstoles.
347. Estando la divina Madre en estas peticiones, un día, que era el cuarto antes de partir a Efeso, sintió en su castísimo corazón alguna novedad y efectos dulcísimos, como le sucedía otras veces para algún particular beneficio que se le acercaba. Estas obras se llaman palabras del Señor en el estilo de la Escritura, y respondiendo a ellas María santísima, como maestra de la ciencia, dijo: Señor mío, ¿qué me mandáis hacer y qué queréis de mí? Hablad, Dios mío, que vuestra sierva oye.—Y en repitiendo estas razones vio a su Hijo santísimo que en persona descendía del cielo a visitarla en un trono de inefable majestad y acompañado de innumerables Ángeles de todos los órdenes y coros celestiales. Entró Su Majestad con esta grandeza en el oratorio de su beatísima Madre, y la religiosa y humilde Virgen le adoró con excelente culto y veneración de lo íntimo de su purísima alma. Luego la habló el Señor y la dijo: Madre mía amantísima, de quien recibí el ser humano para salvar al mundo, atento estoy a vuestras peticiones y deseos santos y agradables en mis ojos. Yo defenderé a mis apóstoles e Iglesia y seré su padre y protector, para que no sea vencida, ni prevalezcan contra ella las puertas del infierno (Mt 16, 18). Ya sabéis que para mi gloria es necesario que trabajen con mi gracia los Apóstoles y que al fin me sigan por el camino de la cruz y muerte que padecí para redimir al linaje humano. Y el primero que me ha de imitar en esto es Jacobo [Santiago Mayor] mi fiel siervo, y quiero que padezca martirio en esta ciudad de Jerusalén. Y para que él venga a ella y otros fines de mi gloria y vuestra, es mi voluntad que luego le visitéis en España, donde predica mi santo nombre. Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], donde está ahora, y le ordenéis que vuelva a Jerusalén y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino y gloria y beneplácito mío y de nuestra Beatísima Trinidad.
348. Admitió la gran Reina del cielo esta obediencia de su Hijo santísimo con nuevo júbilo de su alma. Y con el rendimiento digno respondió y dijo: Señor mío y verdadero Dios, hágase Vuestra voluntad santa en Vuestra sierva y Madre por toda la eternidad y en ella os alaben todas las criaturas por las obras admirables de Vuestra piedad inmensa con Vuestros siervos. Yo, Señor mío, Os magnifico y bendigo en ellas y os doy humildes gracias en nombre de toda la Santa Iglesia y mío. Dadme licencia, Hijo mío, para que en el Templo que mandáis edificar a Vuestro siervo Jacobo pueda yo prometer en Vuestro santo nombre la protección especial de Vuestro brazo poderoso, y que aquel lugar sagrado sea parte de mi herencia para todos los que en él invocaren con devoción Vuestro mismo nombre y el favor de mi intercesión con Vuestra clemencia.
349. Respondióla Cristo nuestro Redentor: Madre mía, en quien se complació mi voluntad, yo os doy mi real palabra que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en aquel templo por medio de vuestra intercesión. En vuestras manos tengo depositados y librados todos mis tesoros, y como Madre que tenéis mis veces y potestad podéis enriquecer y señalar aquel lugar y prometer en él vuestro favor, que todo lo cumpliré como fuere vuestra agradable voluntad.—Agradeció de nuevo María santísima esta promesa de su Hijo y Dios omnipotente, y luego, por mandato del mismo Señor, grande número de los Ángeles que la acompañaban formaron un trono real de una nube refulgentísima y la pusieron en él como a Reina y Señora de todo lo criado. Cristo nuestro Señor con los demás Ángeles se subió a los cielos, dándola su bendición. Y la purísima Madre, en manos de serafines y acompañada de sus mil Ángeles con los demás, partió a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], en España, en alma y cuerpo mortal. Y aunque la jornada se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que los Santos Ángeles formando coros de dulcísima armonía viniesen cantando a su Reina loores de júbilo y alegría.
350. Unos cantaban el Ave María, otros Salve Sancta parens y Salve Regina, otros, Regina coeli laetare, etc. Alternando estos cánticos a coros y respondiéndose unos a otros con armonía y consonancia tan concertada, cuanto no alcanza la capacidad humana. Respondía también la gran Señora oportunamente, refiriendo toda aquella gloria al Autor que se la daba, con tan humilde corazón, cuanto era grande este favor y beneficio. Repetía muchas veces: Santo santo, santo Dios de Sabaot, ten misericordia de los míseros hijos de Eva. Tuya es la gloria, tuyo es el poder y la majestad, tú sólo el Santo, el Altísimo y el Señor de todos los ejércitos celestiales y de lo criado. Y los Ángeles respondían también a estos cánticos tan dulces en los oídos del Señor, y con ellos llegaron a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] cuando ya se acercaba la media noche.
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351. El felicísimo Apóstol Santiago estaba con sus discípulos fuera de la ciudad, pero arrimado al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro, y para ponerse en oración se había apartado de ellos algún espacio competente, quedando los discípulos algunos durmiendo y otros orando como su maestro; y porque todos estaban desimaginados de la novedad que les venía, se alargó un poco la procesión de los Santos Ángeles con la música, de manera que no sólo Santiago lo pudiese oír de lejos, sino también los discípulos, con que despertaron los que dormían y todos fueron llenos de suavidad interior y admiración, con celestial consuelo que los ocupó y casi enmudeció, dejándolos suspensos y derramando lágrimas de alegría. Reconocieron en el aire grandísima luz, más que si fuera al mediodía, aunque no se extendía universalmente más que en algún espacio, como un gran globo. Con esta admiración y nuevo gozo estuvieron sin menearse hasta que los llamó su Maestro. Con estos maravillosos efectos que sintieron, ordenó el Señor que estuviesen prevenidos y atentos a lo que de aquel gran misterio se les manifestase. Los Santos Ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del Apóstol, que estaba en altísima oración y más que los discípulos sentía la música y percibía la luz. Traían consigo los Ángeles prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo. Y a esta imagen traían otros Ángeles con gran veneración, y todo se había prevenido aquella noche con la potencia que estos divinos espíritus obran en las cosas que la tienen.
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352. Manifestósele a Santiago la Reina del cielo desde la nube y trono donde estaba rodeada de los coros de los Ángeles, todos con admirable hermosura y refulgencia, aunque la gran Señora los excedía en todo a todos. El dichoso Apóstol se postró en tierra y con profunda reverencia adoró a la Madre de su Criador y Redentor y vio juntamente la Imagen y columna o pilar en mano de algunos Ángeles. La piadosa Reina le dio la bendición en nombre de su Hijo santísimo y le dijo: Jacobo [Santiago Mayor], siervo del Altísimo, bendito seáis en su diestra; Él os salve y manifieste la alegría de su divino rostro.— Y todos los Ángeles respondieron: Amén.—Prosiguió la Reina del cielo y dijo: Hijo mío Jacobo [Santiago Mayor], este lugar ha señalado y destinado el altísimo y todopoderoso Dios del cielo, para que en la tierra le consagréis y dediquéis en un Templo y casa de oración, de donde debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y engrandecido y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen, franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y que por mi intercesión las alcancen, si las pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Yo en nombre del Todopoderoso les prometo grandes favores y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha de ser Templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de esta verdad y promesa quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. Daréis luego principio a esta casa del Señor, y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya para la Redención humana.
353. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a los Ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. Luego que se erigió la columna y se asentó en ella la sagrada Imagen, los mismos Ángeles, y también el Santo Apóstol, reconocieron aquel lugar y título por casa de Dios, puerta del cielo y tierra santa y consagrada en templo para gloria del Altísimo e invocación de su beatísima Madre. Y en fe de esto dieron culto, adoración y reverencia a la divinidad, y Santiago se postró en tierra, y los Ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros con el mismo Apóstol la nueva y primera dedicación de Templo que se instituyó en el orbe después de la Redención humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], que con justa razón se llama cámara angelical, casa propia de Dios y de su Madre purísima, y digna de la veneración de todo el orbe y fiador seguro y abonado de los beneficios y favores del cielo, que no desmerecieron nuestros pecados. Paréceme a mí que nuestro gran patrón y Apóstol el segundo Jacobo dio principio más glorioso a este templo que el primer Jacobo al suyo de Betel, cuando caminaba peregrino a Mesopotamia, aunque aquel título y piedra que levantó (Gen 28, 18) fuese lugar del futuro templo de Salomón. Allí vio en sueños Jacob la escala mística en figura y sombra con los Ángeles, pero aquí vio nuestro Jacobo la escala verdadera del cielo con los ojos corporales, y más Ángeles que en aquélla. Allí se levantó la piedra en título para el templo que muchas veces se había de destruir y en algunos siglos tendría fin, pero aquí, en la firmeza de esta verdadera columna consagrada, se aseguró el templo, la fe y culto del Altísimo hasta que se acabe el mundo, subiendo y bajando Ángeles a las alturas con las oraciones de los fieles y con incomparables beneficios y favores que distribuye nuestra gran Reina y Señora a los que en aquel lugar con devoción la invocan y con veneración la honran.
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354. Dio humildes gracias nuestro Apóstol a María santísima y la pidió el amparo de este reino de España con especial protección, y mucho más de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su bendición, la volvieron los Ángeles a Jerusalén con el mismo orden que la habían traído. Pero antes, a petición suya, ordenó el Altísimo que para guardar aquel santuario y defenderle quedase en él un Ángel Santo encargado de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil seiscientos [dos mil] años entre la perfidia de los enemigos de la santa fe, la idolatría de los romanos, la herejía de los arríanos y la bárbara furia de los moros y paganos [y modernos comunistas]; y fuera mayor la admiración de los cristianos, si en particular tuvieran noticia de los arbitrios y medios que todo el infierno ha fabricado en diversos tiempos para destruir este santuario por mano de todos estos infieles y naciones. No me detengo en referir estos sucesos, porque no es necesario y tampoco pertenecen a mi intento. Basta decir que por todos estos enemigos de Dios lo ha intentado Lucifer muchas veces, y todas lo ha defendido el Ángel Santo que guarda aquel sagrario.
355. Pero advierto dos cosas que se me han manifestado para que aquí las escriba. La una, que las promesas aquí referidas, así de Cristo nuestro Salvador como de su Madre santísima, para conservar aquel templo y lugar suyo, aunque parecen absolutas, tienen implícita o encerrada la condición, como sucede en otras muchas promesas de la Escritura Sagrada, que tocan a particulares beneficios de la divina gracia. Y la condición es, que de nuestra parte obremos de manera que no desobliguemos a Dios para que nos prive del favor y misericordia que nos promete y ofrece. Y porque Su Majestad en el secreto de su justicia reserva el peso de estos pecados con que le podemos desobligar, por eso no expresa ni declara esta condición; y porque también estamos avisados en su Santa Iglesia, que sus promesas y favores no son para que usemos de ellos contra el mismo Señor, ni pequemos en confianza de su liberal misericordia, pues ninguna ofensa tanto como ésta nos hace indignos de ella. Y tales y tantos pueden ser los pecados de estos reinos y de aquella piadosa ciudad de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], que lleguemos a poner de nuestra parte la condición y número por donde merezcamos ser privados de aquel admirable beneficio y amparo de la gran Reina y Señora de los Ángeles.
356. La segunda advertencia no menos digna de consideración es, que Lucifer y sus demonios, como conocen estas verdades y promesas del Señor, ha pretendido y pretende siempre la malicia de estos Dragones infernales introducir mayores vicios y pecados en aquella ilustre ciudad y en sus moradores con más eficacia y astucia que en otras, y en especial de los que más pueden desobligar y ofender a la pureza de María santísima. El intento de esta serpiente antigua mira a dos cosas execrables: la una que, si puede ser, desobliguen los fieles a Dios para que les conserve allí aquel sagrado y por este camino consiga Lucifer lo que por otros no ha podido; la otra, que si no puede alcanzar esto, por lo menos impida en las almas la veneración y piedad de aquel templo sagrado y los grandes beneficios que tiene prometidos en él María santísima a los que dignamente los pidieren. Conoce bien Lucifer y sus demonios que los vecinos y moradores de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] están obligados a la Reina de los cielos con más estrecha deuda que muchas otras ciudades y provincias de la cristiandad, porque tienen dentro de sus muros la oficina y fuente de los favores y beneficios que otros van a buscar a ella. Y si con la posesión de tanto bien fuesen peores, y despreciasen la dignación y clemencia que nadie les pudo merecer, esta ingratitud a Dios y a su Madre santísima merecería mayor indignación y más grave castigo de la Justicia divina. Confieso con alegría a todos los que leyeren esta Historia, que por escribirla a solas dos jornadas de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] tengo por muy dichosa esta vecindad [en Soria] y miro aquel santuario con gran cariño de mi alma, por la deuda que todos conocerán tengo a la gran Señora del mundo. Reconózcome también obligada y agradecida a la piedad de aquella ciudad, y en retorno de todo esto quisiera con voces vivas renovar en sus moradores la cordial e íntima devoción que deben a María santísima y los favores que con ella pueden alcanzar y con el olvido y poca atención desmerecer. Considérense, pues, más beneficiados y obligados que otros fieles. Estimen su tesoro, gócenle felizmente y no hagan del propiciatorio de Dios casa inútil y común, convirtiéndola en tribunal de justicia, pues la puso María santísima para taller o tribunal de misericordias.
357. Pasada la visión de María santísima, llamó Santiago [Mayor] a sus discípulos, que de la música y resplandor estaban absortos, aunque ni oyeron ni vieron otra cosa. Y el gran maestro les dio noticia de lo que convenía, para que le ayudasen en la edificación del sagrado templo, en que puso mano y diligencia; y antes de partir de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] acabó la pequeña capilla donde está la santa Imagen y columna, con favor y asistencia de los Ángeles. Y después con el tiempo los católicos edificaron el suntuoso templo y lo demás que adorna y acompaña aquel tan celebrado santuario. El Evangelista San Juan no tuvo por entonces noticia de esta venida de la divina Madre a España, ni ella se lo manifestó, porque estos favores y excelencias no pertenecían ala fe universal de la Iglesia y por esto las guardaba en su pecho; aunque declaró otras mayores a San Juan y a los otros Evangelistas, porque eran necesarias para la común instrucción y fe de los fieles. Pero cuando Santiago [Mayor] volvió de España por Efeso, entonces dio cuenta a su hermano Juan Evangelista de lo que había sucedido en la peregrinación y predicación de España, y le declaró las dos veces que en ella había sido favorecido con las visiones de la beatísima Madre y de lo que en esta segunda le había sucedido en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], del Templo que dejaba edificado en esta ciudad. Y por relación del Evangelista tuvieron noticia de este milagro muchos de los Apóstoles y discípulos a quien se lo refirió él mismo después en Jerusalén para confirmarlos en la fe y devoción de la Señora del cielo, y en la confianza de su amparo. Y fue así, porque desde entonces los que conocieron este favor de Jacobo [Santiago Mayor] la llamaban y la invocaban en sus trabajos y necesidades, y la piadosa Madre socorrió a muchos, y a todos en diferentes ocasiones y peligros.
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358. Sucedió este milagroso aparecimiento de María santísima en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], entrando el año del nacimiento de su Hijo nuestro Salvador de cuarenta, la segunda noche de dos de enero. Y desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro meses y diez días, porque salió el Santo Apóstol año de treinta y cinco, como arriba dije (Cf. supra n. 319), a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los Ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso, como diré en el libro y capítulo siguiente; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes de su glorioso tránsito, como se entenderá cuando al fin de esta Historia (Cf. infra n. 742) de la gran Señora declare su edad y el año en que murió, que desde este aparecimiento pasaron más de los que de ordinario se dice. Y en todos estos años ya en España era venerada con culto público y tenía templos, porque a imitación de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] se le edificaron luego otros, donde se le levantaron aras con solemne veneración.
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359. Esta excelencia y maravilla es la que sin contradicción engrandece a España sobre cuanto de ella se puede predicar, pues ganó la palma a todas las naciones y reinos del orbe en la veneración, culto y devoción pública de la gran Reina y Señora del cielo María santísima, y viviendo en carne mortal se señaló con ella en venerarla [con culto de hiperdulía] e invocarla más que otras naciones lo han hecho después que murió y subió a los cielos para no volver al mundo. En retorno de esta antigua y general piedad y devoción de España con María santísima, tengo entendido que la piadosa Madre ha enriquecido tanto a estos reinos en lo público, con tantas imágenes suyas aparecidas y santuarios como hay en ellos, dedicados a su santo nombre, más que en otros reinos del mundo. Con estos singularísimos favores ha querido la divina Madre hacerse más familiar en este reino, ofreciéndole su amparo con tantos templos y santuarios como tiene, saliéndonos al encuentro en todas partes y provincias, para que la reconozcamos por nuestra Madre y Patrona, y también para que entendamos la obligación de esta nación en la defensa de su honor y la dilatación de su gloria por todo el orbe.
360. Ruego yo y humildemente suplico a todos los naturales y moradores de España y en el nombre de esta Señora les amonesto despierten la memoria y aviven la fe, renueven y resuciten la devoción antigua de María santísima y se reconozcan por más rendidos y obligados a su servicio que otras naciones; y singularmente tengan en suma veneración el santuario de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], como de mayor dignidad y excelencia sobre todos y como original de la piedad y veneración que España reconoce a esta Reina. Y crean todos los que leyeren esta Historia, que las antiguas dichas y grandezas de esta monarquía las recibió por María santísima y por los servicios que le hicieron en ella, y si hoy las reconocemos tan arruinadas y casi perdidas, lo ha merecido así nuestro descuido, con que obligamos al desamparo que sentimos. Y si deseamos el remedio de tantas calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina, obligándola con nuevos y singulares servicios y demostraciones. Y pues el admirable beneficio de la fe católica y los que he referido nos vinieron por medio de nuestro gran patrón y Apóstol Santiago, renuévese también su devoción e invocación, para que por su intercesión el Todopoderoso renueve sus maravillas.
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Libro VIII
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En aquellos días San Pablo salió huyendo de Damasco por la persecución que allí le hacían los judíos, como él lo refiere en la segunda a los Corintios, cuando le descolgaron por el muro de la ciudad (2 Cor 11, 33). Y para que defendiesen al Apóstol de estos peligros y de los que prevenía Lucifer contra él en la jornada que hacía a Jerusalén, envió la gran Reina ángeles que le asistieron y guardaron, porque la indignación del infierno estaba contra San Pablo más irritada y furiosa que contra los otros Apóstoles. Esta jornada es la que el mismo Apóstol refiere en la epístola ad Galatas (Gal 1, 18), que hizo después de tres años, subiendo a Jerusalén para visitar a San Pedro. Y estos tres años dichos no se han de contar después de la conversión de San Pablo, sino después que volvió de Arabia a Damasco. Y aunque esto se colige del texto de San Pablo, porque en acabando de decir que volvió de Arabia a Damasco añade luego que después de tres años subió a Jerusalén, y si estos tres años se contasen de antes que fuera a Arabia quedaba el texto muy confuso.
376. Pero con mayor claridad se prueba esto, del cómputo que arriba se ha hecho (Cf supra n. 198) desde la muerte de San Esteban y de esta jornada de María santísima a Éfeso. Porque San Esteban murió cumplido el año de treinta y cuatro de Cristo, como dije en su lugar, contando los años desde el mismo día del nacimiento; y contándolos del día de la circuncisión, como ahora los computa la Santa Iglesia, murió San Esteban los siete días antes de cumplirse el año de treinta y cuatro, que restaban hasta primero de enero. La conversión de San Pablo fue el año de treinta y seis, a los veinte y cinco de enero. Y si tres años después viniera a Jerusalén, hallara allí a María santísima y a San Juan Evangelista, y él mismo dice (Gal 1, 19) que no vio en Jerusalén a ninguno de los Apóstoles más que a San Pedro y Santiago el Menor, que se llamaba Alfeo; y si estuvieran en Jerusalén la Reina y San Juan Evangelista, no dejara San Pablo de verlos, y también nombrara a san Juan Evangelista a lo menos, pero asegura que no le vio. Y la causa fue que San Pablo vino a Jerusalén el año de cuarenta, cumplidos cuatro de su conversión, y poco más de un mes después que María santísima partió a Éfeso, entrando ya el quinto año de la conversión del Apóstol, cuando los otros Apóstoles, fuera de los dos que vio, estaban ya fuera de Jerusalén, cada uno en su provincia, predicando el Evangelio de Jesucristo.
377. Y conforme a esta cuenta, San Pablo gastó el primer año de su conversión, o la mayor parte de él, en la jornada y predicación de la Arabia, y los tres siguientes en Damasco. Y por esto el evangelista San Lucas en el capítulo 9 de los Hechos apostólicos (Act 9, 23), aunque no cuenta la jornada de San Pablo a Arabia, pero dice que después de muchos días de su conversión trataron los judíos de Damasco cómo le quitarían la vida, entendiendo por estos muchos días los cuatro años que habían pasado. Y luego añade (Act 9, 24-25) que, conocidas las asechanzas de los judíos, le descolgaron los discípulos una noche por el muro de la ciudad y vino a Jerusalén. Y aunque los dos Apóstoles que allí estaban y otros nuevos discípulos sabían ya su milagrosa conversión, con todo eso les duraba siempre el temor y recelo de su perseverancia, por haber sido tan declarado enemigo de Cristo nuestro Salvador. Y con este recelo se recataban de San Pablo al principio, hasta que San Bernabé le habló y le llevó a la presencia de San Pedro y Santiago el Menor y otros discípulos. Allí se postró Pablo a los pies del Vicario de Cristo nuestro Salvador, y se los besó, pidiéndole con copiosas lágrimas le perdonase como a quien estaba reconocido de sus errores y pecados, que le admitiese en el número de sus súbditos y seguidores de su Maestro, cuyo santo nombre y fe deseaba predicar hasta derramar sangre.
378. De este miedo y recelo que tuvieron San Pedro y Santiago el Menor Alfeo de la perseverancia de San Pablo se colige también que cuando vino a Jerusalén no estaba en ella María santísima ni San Juan Evangelista; porque si se hallaran en la ciudad, primero se presentara a ella que a otro alguno, con que les quitara el temor; y también ellos se informaran de la divina Madre más inmediatamente para saber si podían fiarse de San Pablo, y todo lo previniera la prudentísima Señora, pues era tan oficiosa y atenta al consuelo y acierto de los Apóstoles y más de San Pedro. Pero como la gran Señora estaba ya en Éfeso, no tuvieron quien los asegurase de la constancia y gracia de San Pablo, hasta que San Pedro la experimentó viéndole rendido a sus pies. Y entonces le admitió con gran júbilo de su alma y de todos los demás discípulos. Dieron todos humildes y fervientes gracias al Señor y ordenaron que San Pablo saliese a predicar en Jerusalén, como de hecho lo hizo con admiración de los judíos que le conocían. Y porque sus palabras eran flechas encendidas que penetraban los corazones de todos cuantos le oían, quedaron asombrados, y en dos días se conmovió toda Jerusalén con la voz que corrió de la venida y novedad de San Pablo, que ya iban conociendo por experiencia.
379. No dormía Lucifer ni sus demonios en esta ocasión, en que para su mayor tormento los despertó más el azote del Todopoderoso, porque al entrar San Pablo en Jerusalén sintieron estos dragones infernales que los atormentaba, oprimía y arruinaba la virtud divina que estaba en el Apóstol. Pero como aquella soberbia y malicia nunca se extinguirá mientras eternamente duraren estos enemigos, luego que sintieron contra sí tan violenta fuerza, se irritaron más contra San Pablo en quien la reconocían. Y Lucifer, con increíble saña, convocó a muchas legiones de sus demonios y les exhortó de nuevo que todos se animasen y estrenasen la fuerza de su malicia en aquella demanda para destruir de todo punto a San Pablo, sin dejar piedra que para este fin no moviesen en Jerusalén y en todo el mundo. Y sin dilación ejecutaron los demonios este acuerdo, irritando a Herodes y a los judíos contra el Apóstol y tomando ocasión para esto del increíble y ardiente celo con que comenzó a predicar en Jerusalén.
380. Tuvo noticia de todo esto la gran Señora del cielo que estaba en Éfeso, porque a más de su admirable ciencia trajeron aviso de todo lo que pasaba con San Pablo los mismos Ángeles que envió a su defensa. Y como la beatísima Madre tenía prevenida la turbación de Jerusalén, por la malicia de Herodes y otros mortales, y por otra parte la importancia de conservar la vida de San Pablo para la exaltación del nombre del Altísimo y dilatación del Evangelio y conocía el peligro en que estaba en Jerusalén (Cf. supra n. 375), todo esto dio nuevo cuidado a la divina Señora y crecía más por hallarse ausente de Palestina donde pudiera asistir a los Apóstoles más de
cerca. Pero hízolo desde Éfeso con la eficacia de sus continuas oraciones y peticiones, multiplicándolas sin cesar con lágrimas y gemidos y con otras diligencias por ministerio de los Santos Ángeles. Y para aliviarla en estos cuidados el Señor la respondió un día en la oración, que se haría lo que pedía por Pablo y que le guardaría Su Majestad la vida y la defendería de aquel peligro y asechanzas del demonio. Y sucedió así; porque estando San Pablo un día orando en el templo tuvo un éxtasis admirable y de altísimas iluminaciones e inteligencias, con gran júbilo de su espíritu, y en él le mandó el Señor saliese luego de Jerusalén, porque convenía para salvar su vida del odio de los judíos que no admitirían su doctrina y predicación.
381. Por esta razón no se detuvo San Pablo en Jerusalén más de quince días en esta jornada, como él mismo lo dice en el capítulo 1 ad Galatas (Gal 1, 18). Y después de algunos años que volvió de Mileto y Éfeso a Jerusalén, donde le prendieron, refiere este suceso del éxtasis que tuvo en el templo y del mandato del Señor para que saliese luego de Jerusalén, como se contiene en el capítulo 22 de los Hechos apostólicos (Act 22, 17-18). De esta visión y orden del Señor dio cuenta San Pablo a San Pedro como cabeza del apostolado y, conferido el peligro en que estaba la vida de Pablo, le despacharon ocultamente a Cesárea y Tarso, para que predicase a los gentiles sin diferencia, como lo hizo. Pero de todas estas maravillas y favores era María santísima el instrumento y medianera, por cuya intercesión las obraba su Hijo santísimo, y de todo tenía luego noticia y daba las gracias en su nombre y de toda la Iglesia.
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382. Asegurada ya entonces la vida de San Pablo, tenía la piadosa Madre esperanza de que la divina Providencia favorecería a Jacobo [Santiago el Mayor] su sobrino, de quien tenía singular cuidado, que siempre estaba en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] asistido de los cien ángeles que le dio en Granada para su compañía y defensa, como dejo dicho (Cf. supra n. 326). Estos divinos espíritus iban y venían muchas veces a la presencia de María santísima con las peticiones de nuestro Apóstol y con otros avisos de nuestra gran Reina, y por este medio tuvo Santiago noticia de la venida de la gran Señora a Éfeso. Y cuando tuvo la capilla y pequeño templo del Pilar de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] en la disposición que convenía, la dejó encomendada al Obispo y discípulos que dejaba en aquella ciudad como en otras de España. Hecho esto, después de algunos meses del aparecimiento de la gran Reina, partió Santiago [el Mayor] de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] continuando por diversos lugares su predicación, y llegando a la costa de Cataluña se embarcó para Italia, donde sin detenerse mucho prosiguió el viaje predicando siempre, hasta que se embarcó otra vez para Asia, con ardientes deseos de ver en ella a María santísima, su Señora y amparo.
383. Consiguiólo felicísimamente Santiago [el Mayor], y llegando a Éfeso se postró a los pies de la Madre de su Criador derramando copiosas lágrimas de júbilo y veneración. Y con estos vivos afectos la dio humildes gracias por los incomparables favores que por su medio había recibido de la divina diestra en la peregrinación y predicación de España y por haberlo visitado en ella con su real presencia y por todos los beneficios que en estas visitas le había hecho. La divina Madre, como maestra de la humildad, levantó luego del suelo al Santo Apóstol y le dijo: Señor mío, advertid que sois ungido del Señor, su cristo y su ministro, y yo un humilde gusanillo.—Y con estas palabras se arrodilló la gran Señora y le pidió la bendición a Santiago [el Mayor] como a Sacerdote del Altísimo. Estuvo algunos días en Éfeso en compañía de María santísima y de su hermano San Juan, a quien dio cuenta de todo lo que en España le había sucedido; y con la prudentísima Madre tuvo aquellos días altísimos coloquios y conferencias, de los cuales basta referir solos los siguientes:
384. Para despedir a Jacobo [Santiago el Mayor] le habló María santísima un día y le dijo: Jacobo [Santiago el Mayor], hijo mío, éstos serán los últimos y pocos días de vuestra vida. Y ya sabéis cuán de corazón os amo en el Señor, deseando llevaros a lo íntimo de su caridad y amistad eterna, para la cual os crió, redimió y llamó. En lo que os restare de vida, deseo manifestaros este amor y os ofrezco todo lo que con la divina gracia pudiere hacer por vos como verdadera madre.—A este favor tan inefable respondió Jacobo [Santiago el Mayor] con increíble veneración y dijo: Señora mía y Madre de mi Dios y Redentor, de lo íntimo de mi alma os doy gracias por este nuevo beneficio, digno de sola vuestra caridad sin mdida. Pido, Señora mía, que me deis vuestra bendición para ir a padecer martirio por Vuestro Hijo y mi verdadero Dios y Señor. Y si fuere voluntad suya y de su gloria, desea mi alma suplicaros que no me desamparéis en el sacrificio de mi vida, sino que os vean mis ojos en aquel tránsito, para que me ofrezcáis por agradable hostia en su divina presencia.
385. A esta petición de Santiago [el Mayor] respondió María santísima que la presentaría al Señor, y se la cumpliría si la divina voluntad y dignación lo disponía para su gloria. Y con esta esperanza y otras razones de vida eterna confortó al Apóstol y le animó para el martirio que le esperaba, y entre otras palabras le dijo las siguientes: Hijo mío Jacobo [Santiago el Mayor], ¿qué tormentos y qué penas parecieran graves para entrar en el eterno gozo del Señor? Todo lo violento es suave y lo más terrible amable y deseable, a quien ha conocido al infinito y sumo Bien, que ha de poseer por un momentáneo dolor (2 Cor 4, 17). Yo os doy, Señor mío, la enhorabuena de vuestra felicísima suerte y que estéis tan cerca de salir de estas prisiones de la carne mortal, para gozar del Bien infinito como comprensor y ver la alegría de su divino rostro. En esta dicha me lleváis el corazón, porque tan en breve habéis de conseguir lo que desea mi alma, y daréis la vida temporal por la posesión indefectible del eterno descanso. Yo os doy la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que todas tres personas en unidad de una esencia os asistan en la tribulación y os encaminen en vuestros deseos, y el mío os acompañará en vuestro glorioso martirio.
386. Sobre estas razones añadió la gran Reina otras de admirable sabiduría y de suma consolación para despedir a Santiago y le ordenó que cuando llegase a la vista beatífica alabase a la Beatísima Trinidad en nombre de la misma Señora y todas las criaturas y que rogase por la Santa Iglesia. Ofrecióla Santiago hacer todo lo que le ordenaba y de nuevo la pidió su favor y protección en la hora de su martirio, y la divina Madre se lo prometió otra vez. En las últimas razones de la despedida dijo Santiago [el Mayor]: Señora mía y bendita entre las mujeres, Vuestra vida y Vuestra intercesión es el apoyo en que la Santa Iglesia ahora y en todos los siglos ha de permanecer segura entre las persecuciones y tentaciones de los enemigos del Señor, y Vuestra caridad será el instrumentó de Vuestro legítimo martirio. Acordaos siempre, como dulcísima madre, del reino de España donde se ha plantado la Santa Iglesia y fe de Vuestro Hijo santísimo y mi Redentor. Recibidle debajo de Vuestro especial amparo y conservad en él Vuestro sagrado templo y la fe que yo, indigno, he predicado, y dadme Vuestra santa bendición.—Ofrecióle María santísima que cumpliría su petición y deseos y dándole la bendición le despidió.
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387. Despidióse también Santiago de su hermano San Juan Evangelista con grandes lágrimas de entrambos, no de tristeza tanto como de júbilo por la dicha del mayor hermano, que había de ser el primero en la felicidad eterna y palma del martirio. Y luego caminó Santiago [el Mayor], sin detenerse, a Jerusalén, donde predicó algunos días antes que muriese, como diré en el capítulo siguiente. Quedó en Éfeso la gran Señora del mundo, atenta a todo lo que sucedía a Santiago [el Mayor] y a todos los demás Apóstoles, sin perderlos de su vista interior y sin intermitir las peticiones y oraciones por ellos y por todos los fieles de la Iglesia. Y con la ocasión del martirio que Santiago [el Mayor] iba a padecer por el nombre de Cristo, se despertaron en el inflamado corazón de la purísima Madre tantos incendios de amor y deseos de dar su vida por el mismo Señor, que mereció muchas más coronas que el Apóstol y más que todos juntos, porque con cada uno padeció muchos martirios de amor, más sensibles para su castísimo y ardentísimo corazón que los tormentos de navajas y fuego para los cuerpos de los Mártires.Hª de España 2º Bchto... Historia para Bachillerato.......Navarra desde 1975.......HISTORIA
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