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Así formulaba Ramón Orlandis, S. J., la tesis católica

"El ideal católico es la realización del Reinado de Cristo sobre la tierra, la aceptación voluntaria por las naciones de la Soberanía Social de Jesucristo, que todas las naciones acepten y acaten el magisterio de la Iglesia y disfruten de los bienes que en esta buena nueva se les ofrecen".

"Cuanto más dista el mundo de la plena realización de este ideal, cuanto mayores son las exigencias malaventuradas de la hipótesis, más necesario es conservar puro y vivo en la mente y en el corazón este ideal, y profesarlo públicamente".
(Ramón Orlandis, S. J.: ¿Somos pesimistas? Revista Cristiandad – Nº 73 - AÑO IV - 1 de abril de 1947, pág. 145).

Esto lleva consigo y presupone que todos los habitantes de la tierra aceptarán y acatarán voluntariamente el reinado del Sagrado Corazón de Jesús, el Verbo hecho carne. Porque, según explica san Agustín, "dos amores fundaron dos ciudades".

La Buena Noticia es que así va a suceder con toda seguridad:

Está anunciada, como una profecía incondicionada y absoluta, la implantación universal en todos los corazones y en todas las naciones del Reinado del Sagrado Corazón de Jesús, el Verbo hecho carne, y la previa eliminación del catastrófico sistema anticristiano actual, tras su próxima dominación total. Todavía no ha implantado Jesús el Reino de Dios en la tierra en su plenitud efectiva, pero lo implantará. En todos los corazones, sí, en todos. Y en todas las naciones, sí, en todas.

Se nos dice que en la situación de laicismo actual, son irrealizables las normas católicas. Pero, ¿cuesta mucho alimentar la esperanza recordando a menudo lo que enseña el Concilio Vaticano II en Nostra Aetate, 4, que con toda seguridad todos los pueblos creerán que Jesucristo es Dios y obrarán en consecuencia, y vivirán según Él?:

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).

Lo que es proclamar con toda seguridad la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro. O lo que es lo mismo, proclamar la esperanza cierta de la unidad católica del mundo.

Sí, cuesta mucho: no se menciona esto nunca. Y tenemos hambre. ¡Que Dios nos aumente el hambre y la sed de su Reino!