........INDEX
Dos amores fundaron dos ciudades
Dos ciudades significa dos modelos de sociedad:
"Siendo tantos y tan grandes los pueblos diseminados por todo el orbe de la tierra... no forman más que dos géneros de sociedad humana, que podemos llamar, conformándonos con nuestras Escrituras, dos ciudades. Una es la de los hombres que quieren vivir según la carne, y otra la de los que quieren vivir según el espíritu".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. I. BAC, 1958, pág. 921).
Vivir según la carne es vivir según uno mismo y no vivir del todo según Dios; y esto es hacer lo que quiere Satanás, estar sometido a Satanás.
San Agustín explica aquella doctrina enseñada
de parte de Dios por san Pablo que proscribe obrar según
la carne (Gal 5,16-25; Gal 6,7-8; 8,5-14).
Aclara que vivir según la carne, no es solamente vivir según el
cuerpo humano o simplemente según los deseos sexuales, sino que
es vivir según uno mismo, y no según Dios,
vivir como si Dios no existiera, porque Satanás no tiene cuerpo
carnal y es el jefe y modelo de obrar según la carne.
"No se hizo semejante al diablo el hombre por tener carne, de que carece el diablo; sino por vivir según él mismo, es decir, según el hombre. También el diablo quiso vivir según él mismo, cuando no se mantuvo en la verdad. Y de este modo habló mentira, no de Dios, sino de sí propio, que no sólo es mendaz, sino el padre de la mentira".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. 3. BAC, 1958, pág. 927)."Cuando el hombre vive según el hombre y no según Dios, es semejante al diablo. Porque ni el ángel debe vivir según el ángel, sino según Dios, para mantenerse en la verdad y hablar la verdad que viene de Dios; no la mentira que nace de sí mismo... Cuando el hombre vive según la verdad, no vive según él mismo, sino según Dios".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. 4. BAC, 1958, pág. 927)."El hombre no fue creado recto para vivir según él mismo, sino según su Hacedor, esto es para hacer la voluntad de Dios antes que la suya. No vivir como su condición exigía que viviera, eso es la mentira".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. 4. BAC, 1958, pág. 928).
San Pablo mismo dice con todas las letras que ser carnal es vivir según el hombre:
«Habiendo entre vosotros celos y discordias, ¿no es claro que sois carnales y vivís según el hombre?»
(I Cor 3,3).
Vivir según uno mismo es estar sometido al imperio de Satanás. Intentar compatibilizar vivir según Dios y vivir según uno mismo es autoengañarse y darle entrada a Satanás para que domine e impere. No es ya vivir según Dios.
Después explica san Agustín la dimensión social del reino de Dios: "Dos amores fundaron dos ciudades".
El imperio de Satanás también es sobre la sociedad, pero conviene insistir en que su raíz más profunda y más sometedora es el sometimiento de cada persona humana a vivir según ella misma y no del todo según Dios. Y vivir según uno mismo lleva a odiar a Dios.
El imperio de Satanás es todo sistema que impone vivir y obrar según uno mismo, como si Dios no existiera. Todo sistema políticamente correcto en la modernidad y en la posmodernidad. Es el imperio de las estructuras de pecado cada vez más ineludiblemente dominantes hoy en lo estatal, en lo económico, en lo cultural, en lo social y en lo personal.
El mismo san Agustín explica que el origen de la dimensión social del imperio de Satanás está en que hay quienes viven según la carne, es decir, viven según sí propio. Y explica que el origen del reino de Dios, la ciudad de Dios, es que hay otros que viven según el espíritu, es decir, según Dios; y en eso mismo explica que está la contraposición y enfrentamiento entre ambas sociedades humanas o ciudades humanas:
"De que hay unos que viven según la carne y otros según el espíritu, se han originado dos ciudades diversas y contrarias entre sí... Con claridad meridiana escribe san Pablo a los de Corinto: «Habiendo entre vosotros celos y discordias, ¿no es claro que sois carnales y vivís según el hombre?» (I Cor 3,3). Luego proceder según el hombre es igual a ser carnal... Poco antes había llamado [hombres] animales a los mismos que ahora llama [hombres] carnales. Dice así: «... El hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del Espíritu de Dios, pues para todos son necedad» (I Cor 2, 11-14)".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. 4. BAC, 1958, págs. 928-929).
"Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios; porque aquella busca la gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquella se engríe en gloria, y ésta dice a su Dios: "Tú, mi gloria..." (Sal 3,4)... En aquella, sus sabios, que viven según el hombre... se desvanecieron en sus pensamientos y su necio corazón se oscureció... En esta, en cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en espera del premio en la ciudad de los santos... «con el fin de que Dios sea todo en todas las cosas»." (I Cor 15,28).
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. 28. BAC, 1958, pág. 985-986).
-------------
El propio Ratzinger consideraba que no tiene sentido y es inútil hablar de confesionalidad, si no hay como mínimo una mayoría de creyentes:
Relativismo y democracia
"Muchos opinan que el
relativismo constituye un principio básico de la democracia,
porque sería parte de ella el que todo se pueda someter a
discusión. En verdad, sin embargo, la democracia vive sobre la
base de que existen verdades y valores sagrados que son
respetados por todos. De otro modo se hunde en la anarquía y se
neutraliza a sí misma.
Alexis de Tocqueville señalaba ya, hace aproximadamente 150
años, que la democracia sólo puede subsistir si antes ella va
precedida por un determinado «ethos». Los mecanismos
democráticos funcionan sólo si éste es, por así decir, obvio
e indiscutible y sólo así se convierten tales mecanismos en
instrumentos de justicia. El principio de mayoría sólo
es tolerable si esa mayoría tampoco está facultada para hacer
todo a su arbitrio, pues tanto mayoría como minoría deben
unirse en el común respeto a una justicia que obliga a ambas.
Hay, en consecuencia, elementos fundamentales previos a
la existencia del Estado que no están sujetos al juego
de mayoría y minoría y que deben ser inviolables para todos.
La cuestión es: ¿quién define tales «valores fundamentales»?
¿Y quién los protege? Este problema, tal como Tocqueville lo
señalara, no se planteó en la primera democracia americana como
problema constitucional, porque existía un cierto
consenso cristiano básico protestante absolutamente
indiscutido y que se consideraba obvio. Este principio
se nutría de la convicción común de los ciudadanos,
convicción que estaba fuera de toda polémica. ¿Pero qué pasa
si ya no existen tales convicciones? ¿Es que es posible declarar,
por decisión de la mayoría, que algo que hasta ayer se
consideraba injusto ahora es de derecho y viceversa? Orígenes
expresó al respecto en el siglo tercero: Si en el país de los
escitas se convirtiere la injusticia en ley, entonces los
cristianos que allí viven deben actuar contra la ley.
Resulta fácil traducir esto al siglo XX: Cuando durante el
gobierno del nacional-socialismo se declaró que la injusticia
era ley, en tanto durara tal estado de cosas un cristiano
estaba obligado a actuar contra la ley. «Se debe
obedecer a Dios antes que a los hombres». ¿Pero cómo
incorporar este factor al concepto de democracia?
En todo caso, está claro que una constitución democrática debe
cautelar, en calidad de fundamento, los valores
provenientes de la fe cristiana declarándolos inviolables,
precisamente en nombre de la libertad. Una tal custodia del
derecho sólo subsistirá, por cierto, si está guardada
por la convicción de gran número de ciudadanos. Ésta
es la razón por la cual es de suprema importancia para la
preparación y conservación de la democracia preservar y
profundizar aquellas convicciones morales fundamentales, sin las
cuales ella no podrá subsistir. Estamos ante
una enorme labor educadora a la cual deben abocarse los
cristianos de hoy".
(Declaraciones del entonces Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger,
posteriormente papa Benedicto XVI, al director de Humanitas,
Jaime Antúnez Aldunate, reeditadas en el libro Crónica
de las Ideas: En busca del rumbo perdido. Madrid.
Ediciones Encuentro. 2001).
------------------
Malentendidos sobre la Parusía ..
El malentendido sobre el milenarismo aclarado por Canals
El malentendido sobre el cielo
en la tierra tras la Parusía
No es lo mismo el cielo que el reino de Dios plenamente consumado
en la tierra tras la Parusía. Difieren tanto, como la situación
de los mortales que viven en la tierra difiere de la de quienes
viven en el cielo.
El malentendido sobre el fin del mundo
.Un malentendido sobre la visibilidad......
La Ascensión y la Parusía visible y gloriosa de Jesús, el Verbo hecho carne..
La extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con su Parusía
Aceptar el reinado de Jesús es ser víctima de su amor
Jesucristo quiere a toda costa
reinar en cada alma porque ese es nuestro bien
Jesús, el Verbo hecho carne,
quiere reinar en cada uno de nosotros, no porque necesite más
poder. Él es el dueño de todo. Es Dios. Reinar en cada uno de
nosotros y, para ello, también en la sociedad humana es porque
es el bien para el que está hecha nuestra naturaleza, que es el
bien infinito. Ninguna cosa que no sea el infinito Dios, nos
puede llenar, sino aburrirnos, cansarnos y, si no somos tontos
del todo, o aprendemos a no serlo, hartarnos ya desde el
principio y ver que no vale la pena ni empezar a esforzarse para
conseguirla. Dios ya lo tiene todo. Vive como Dios en el
conocimiento y el amor infinito e infinitamente satisfactorio del
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo entre Sí. Es por su amor
misericordioso hacia cada uno de nosotros por lo que quiere
reinar en todos los corazones humanos y en nuestra sociedad. Lo
quiere imperiosamente, eso sí. Lo demostró enviando al Hijo a
hacerse hombre con un corazón humano que pudiese sufrir y morir.
Y sufriendo lo máximo.
La mayor promesa del Sagrado Corazón de Jesús
es la de su reinado....
Es una promesa absoluta, no condicionada. A diferencia
de las otras promesas que le hizo Jesús a santa Margarita María
Alacoque, ni siquiera está condicionada a una previa devoción
al Sagrado Corazón de Jesús. Al revés, esta
devoción triunfará plenamente cuando reine Jesús en todos los
corazones y elimine los obstáculos que a ello se oponen, los
ahora crecientes obstáculos anticristianos, los ahora crecientes
obstáculos del Anticristo, los obstáculos del ahora creciente
misterio de iniquidad, los obstáculos del ahora creciente
imperio de Satanás.
Más que una promesa es una profecía con todo
el aspecto de profecía absoluta, no condicionada.
Un anuncio. Como en el tercer misterio luminoso que se nos manda
rezar, no en vano: "El anuncio del Reino de Dios por Jesús,
invitando a la conversión". La buena nueva. El Evangelio. Y
santa Margarita María Alacoque tiene todo el aspecto de haber
recibido el don de profecía. (El carisma profético de santa Margarita, CRISTIANDAD, nn 887 - 888. Jun - Jul 2005. Pág. 7). [LEER MÁS]
----------------------
Lo fundamental es que por el pecado original se perdió la justicia original y la voluntad dejó de ser sumisa del todo a Dios.
"Lo formal en el pecado original es la privación de la justicia original, por la cual la voluntad estaba sometida a Dios; y todo el otro desorden de las facultades del alma es como lo material en el pecado original. Y... se manifiesta principalmente en que se vuelven desordenadamente a los bienes mudables".
(S Th, 1a2ae, q. 82, art 3, c)
La razón dejó de estar sujeta a Dios. Razón y voluntad, las facultades superiores del alma por el pecado original dejan de ser sumisas a Dios del todo y quedan heridas, enfermas:
"Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba. Pero esta justicia original nos fue arrebatada por el pecado del primer padre"
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 3, c).
Son también daños del pecado original la debilidad para el bien arduo, el atractivo incontrolado del bien deleitable, las deficiencias corporales, las malas tendencias, y la muerte:
"El pecado del primer padre es la causa de la muerte y de todos los males de la naturaleza humana, en cuanto que por el pecado del primer padre nos fue arrebatada la justicia original, por la que se mantenían bajo el control de la razón, sin desorden alguno, no sólo las facultades inferiores del alma, sino también el cuerpo entero se mantenía bajo el control del alma sin ningún fallo ... Por esto, sustraída esta justicia original por el pecado del primer padre, así como fue vulnerada la naturaleza humana en cuanto al alma por el desorden de sus potencias... así también se hizo corruptible por el desorden el cuerpo mismo.
Mas la sustracción de la justicia original tiene razón de pena, como también la sustracción de la gracia. Por consiguiente, la muerte y todos los males corporales consecuentes son ciertas penas del pecado original. Y aunque estos males no fueran intentados por el pecador, sin embargo, han sido ordenados por la justicia de Dios, que castiga [el pecado]".
(S Th, 1a2ae, q. 85, art 5, c)
----------------------------------
Oración colecta de la misa del 27 de abril de 2020:
"Te pedimos, Dios todopoderoso, que despojados del hombre viejo con sus inclinaciones, vivamos en la obediencia de Aquel a quien nos has incorporado por los sacramentos pascuales".