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Tiempo de Cristiandad incipiente y tiempo de esperar con esperanza la futura plenitud de la Cristiandad
Se dice que ahora no es tiempo de Cristiandad y "se reconoce" que hubo un
"tiempo de Cristiandad". Con esto se refieren a la Cristiandad occidental de la
Edad Media. Es decir, la sociedad que se fue constituyendo en Europa, después de
la caída del Imperio Romano de Occidente, sobre la base de la civilización
grecolatina, la civilización clásica, que se había cristianizado ya hasta
incluir su culminación institucional con la proclamación del Estado católico en
la constitución Cunctos Populos del año 380 d J.C. por el emperador Teodosio,
hispano, el último que tuvo las riendas del Imperio Romano de Oriente y del de
Occidente unificados. Más la entrada en esa civilización grecorromana
cristianizada de los pueblos bárbaros invasores y la puesta en marcha del
proceso de asimilación, reconstrucción y desarrollo por ellos de esa
civilización cristianizada, que afectaba a todos los aspectos de la vida,
incluidos los culturales, económicos y políticos; en una única sociedad que
tenía al frente dos espadas, dos poderes, el de las jerarquías eclesiásticas y
el de las autoridades laicas, no en el sentido de ajenas o contrarias a la fe
cristiana, sino de seglares que se profesaban católicos como todos se profesaban
en la Edad Media, e incluso iban siendo progresivamente cada vez más
consecuentes. De manera que sobre la base de esa fe de todos en Jesucristo, el
Verbo hecho carne, se aceptaba generalizadamente como indiscutible que el
Estado, las monarquías medievales, diese culto público a Dios y que obedeciese a
las jerarquías eclesiásticas, con el Papa a la cabeza, en lo referente a la fe y
a la moral de todos los aspectos de la vida personal y social, incluidos los
culturales, económicos y políticos. La crisis de la Baja Edad Media en los
siglos XIV y XV deshizo aquel orden, la Cristiandad medieval, apenas incipiente
y esbozado en aquella Edad.
Los planteamientos antropocentistas, es decir inmanentistas, que, sobre esa
crisis, se plasman en el Renacimiento y culminan en la Ilustración dieciochesca,
desembocan en la Revolución liberal. El liberalismo y lo que ha venido después
han estado, y están, constituyendo sobre la sociedad y sus miembros un poder que
actúa como si Dios no existiese. Actúa en nombre del Pueblo, de la raza, de la
clase, o de la mujer, a los que proclama como soberano ser supremo, ante el
cual, cada uno de sus miembros, varones y mujeres, son involutivamente
ninguneados. Los que detentan ese poder total se autodenominan WE THE PEOPLE.
Con estas palabras comienza la Constitución norteamericana, colocadas antes de
las firmas de los que la imponen. La Carta de la ONU comienza con las palabras
We the Peoples.
Todavía san John Henry Newman decía en el XIX que era feliz la Iglesia porque su enemigo era exterior; pero añadía ya en aquel entonces, que era la época de León XIII, que él preveía que llegaría un momento en el que la Iglesia tendría el enemigo también dentro. Después de la condena sin paliativos del catolicismo liberal por el beato papa Pío IX en la proposión 80 y última del Syllabus, es decir, lista de proposiciones incompatibles con la fe cristiana, no sólo siguieron constituidos y constituyéndose cada vez más Estados sobre su propio poder autorreferenciado como supremo y absoluto, es decir, desligado de Dios y de los hombres, varones y mujeres, totalmente ninguneados, sino que en el interior de la Iglesia se empezó a insistir en que ya no era tiempo de Cristiandad, proscribiendo con esa insistencia dar la buena noticia evangélica del reino de Dios, aunque Jesús, el Verbo hecho carne, era lo que anunciaba y lo que decía que había salido a anunciar; y lo que encargaba y encargó a sus discípulos que anunciasen; y lo que constituía su característica distintiva, más aún que las curaciones milagrosas, que los pobres eran evangelizados, no por cierto que se les quitaba de ser pobres; y para lo que constituyó la Iglesia, para proclamar el reino de Dios e incoarlo; y lo que, no en vano, nos enseñó a pedirle a Dios Padre, "venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo"; sí, para más inri en la tierra. En vista de esta inquisitorial insistencia, que al inculcar que no es tiempo de Cristiandad, parecía dejar que los Estados no fuesen a ser ya de Dios, León XIII diseñó la teoría de que Iglesia y Estado eran dos sociedades perfectas, cuyos miembros eran los mismos y que por consiguiente la normativa sobre las materias mixtas se acordase mediante concordatos.
Tiempo de diplomacia vaticana
Algo más de un siglo después, la diplomacia vaticana ha llegado a un acuerdo,
secreto eso sí, con el poder totalitario comunista, sin Dios y contra
Dios, que impera en la inmensa China continental, para regular los nombramientos
de obispos de allí, de manera, que al parecer, sean aceptados por el Papa, al
acatarle, los obispos que designe la Iglesia Patriótica China, controlada por
aquel poder totalitario comunista, y que los ya nombrados por el Papa cumplan
los requisitos para ser aceptados por dicho poder.
Últimamente desde 2023, la diplomacia vaticana está trabajando para encontrar o
realizar una fórmula para compatibilizar la legalización del aborto en Andorra
con el hecho de que uno de los dos copríncipes es un obispo, el de Urgel. Y
aunque constitucionalmente los dos copríncipes son iguales, ya se ha filtrado,
como si fuese información, que son copríncipes sucesivos, lo que no es
compatible con lo de que son iguales. Claro que lo que principalmente se ha
filtrado como información es que la compatibilización que se busca para el
copríncipe obispo es con "el derecho de las mujeres". Y decir que matar a su
hijo en su vientre es un derecho de las mujeres es ya un insulto a todas las
mujeres, bastante más grave y afrentoso y negativamente diplomático, que
decirles que tienen derecho a ser prostitutas.
No estamos todavía en tiempo de la plenitud de la Cristiandad, sino en el tiempo de semejante diplomacia vaticana. Pero estamos también también en el tiempo del Concilio Vaticano II que tipificó el aborto como «crimen abominable» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n.º 51) y que formuló la esperanza de la Iglesia proclamando:
"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro [una voce, humero uno]".
(Nostra Aetate, 4).
Lo que es proclamar
como esperanza cierta y segura de la Iglesia la futura catolicidad consecuente de
todos los pueblos, con los judíos a la cabeza de los
creyentes en Jesucristo, el Mesías Jesús, el Verbo hecho carne,
y seguidos de cerca por los árabes, también estirpe de Abraham, que
serán, como los judíos, también estirpe espiritual abrahámica; y seguidos por
toda la descendencia sólo espiritual de este Patriarca;
la futura Cristiandad universal y planetaria y no sólo la de
la Europa occidental; la futura unidad católica mundial,
no por exclusión legal de la libertad religiosa, sino cimentada
en la aceptación voluntaria del reinado del Sagrado
Corazón de Jesús en todos los corazones movidos por Su
gracia divina, la
extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con
Su Parusía, la segunda
venida visible y gloriosa de Jesús, el Verbo hecho carne a reinar en la tierra
de manera no visible con la que, al evidenciar Su existencia,
eliminará el poder anticristiano que, cada vez más, impone
en el presente vivir como si Dios no existiera.
Canals explica que esto es anunciar la unidad religiosa de la humanidad:
"Tratando de la religión judía, y afirmando la futura conversión de Israel, el texto anuncia la futura unidad religiosa de toda la humanidad".
(La teología de la historia del Padre Orlandis, S. I. y el problema del milenarismo, Francisco Canals, CRISTIANDAD, Barcelona. Año LV. Núms. 801-802. Marzo-Abril 1998. Págs. 23-28)
El Apóstol aludido es san Pablo y el profeta allí citado entre muchos otros, Sofonías.
Bien entendido que es Dios el que concede a todos invocarle y servirle:
«Volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo».
(So 3,9).
Y estamos en el tiempo de la nueva escatología, en cuyo umbral nos sitúa el Concilio Vaticano II, al decir del futuro papa, san Juan Pablo II, Karol Woytila, que cuando aún era cardenal arzobispo de Cracovia dijo en su predicación de Ejercicios espirituales ante san Pablo VI que con el Concilio Vaticano II "estamos en el umbral de una nueva escatología" y que con su promulgación, siendo ya Papa en 1991, del Catecismo de la Iglesia Católica, emanado de dicho Concilio Vaticano II, hizo que hayamos ya atravesado dicho umbral de la nueva escatología.
Tiempo de esperar con esperanza la futura plenitud de la Cristiandad
Es tiempo, por consiguiente, de alentar la esperanza, dando constantemente la
buena noticia del futuro reino de Dios en la tierra y de que en el presente,
Dios, por su misericordia infinita, concede ya su reino en plenitud a uno y a
otro, y a otro... y a muchos; por lo que procede que, siguiendo el ejemplo y la
enseñanza de nuestra doctora, nos ofrezcamos a Jesús, el Verbo hecho carne, como
víctimas de su amor y de su reinado, advirtiéndole muy seriamente que somos
totalmente incapaces de mantener el ofrecimiento, cosa que Él ya sabe de sobra,
por lo que tenemos que hacer frente a ello con el poder, la virtud y los méritos
de Él y debemos pedirle el Espíritu Santo por consiguiente, sin renunciar a nada
de lo que quiera que hagamos para agradarle y complacerle, aunque no tenemos
recursos propios en absoluto.
Y es tiempo de recordar que ya Pío XII, cuando canonizó a san Nicolás de Flue
explicó que no se trata de volver a la Edad Media, sino a aquella síntesis de la
religión y de la vida.
Y que esto llegará con toda seguridad en la la futura Cristiandad, de la que la
medieval no fue más que un esbozo.
Es hora de recordar la doctrina de Ramière, el Catecismo, la nueva escatología y
los signos de los tiempos en el centenario de la encíclica Quas Primas, con la
que el papa Pío XI instituyó en 1925 la vigente fiesta solemne de Cristo Rey,
cuyo significado, como el mismo Pío XI explicó en su siguiente encíclica de
1928, es «no sólo
declarar el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad
civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también gozar de
antemano del júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero
espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey»
(Miserentissimus Redemptor, 4).
Y entonces no habrá al final más que una sociedad, que numéricamente, como decía también Canals, coincidirá con la Iglesia, en la que habrá dos poderes, dos espadas.
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Edicto de Tesalónica de Teodosio, «Cunctos Populos», de 380
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Edicto de los emperadores Graciano, Valentiniano (II) y Teodosio
Augusto, al pueblo de la ciudad de Constantinopla. «Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial». Dado el tercer día de las Kalendas de marzo en Tesalónica, en el quinto consulado de Graciano Augusto y primero de Teodosio Augusto. |
«IMPPP. GR(ATI)IANUS, VAL(ENTINI)ANUS ET THE(O)D(OSIUS) AAA.
EDICTUM AD POPULUM VRB(IS) CONSTANTINOP(OLITANAE).
Cunctos populos, quos clementiae nostrae regit temperamentum, in tali volumus religione versari, quam divinum Petrum apostolum tradidisse Romanis religio usque ad nuc ab ipso insinuata declarat quamque pontificem Damasum sequi claret et Petrum Aleksandriae episcopum virum apostolicae sanctitatis, hoc est, ut secundum apostolicam disciplinam evangelicamque doctrinam patris et filii et spiritus sancti unam deitatem sub parili maiestate et sub pia trinitate credamus. Hanc legem sequentes Christianorum catholicorum nomen iubemus amplecti, reliquos vero dementes vesanosque iudicantes haeretici dogmatis infamiam sustinere ‘nec conciliabula eorum ecclesiarum nomen accipere’, divina primum vindicta, post etiam motus nostri, quem ex caelesti arbitro sumpserimus, ultione plectendos. DAT. III Kal. Mar. THESSAL(ONICAE) GR(ATI)ANO A. V ET THEOD(OSIO) A. I CONSS.» |