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Evangelio según san Marcos CEE 1 al 4

Evangelio según san Marcos CEE 9 al 12

Evangelio según san Marcos CEE 13 al 16

 

Evangelio según san Marcos CEE del 5 al 8

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/nuevo-testamento-mateo/

 

5

1 Y llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.

2 Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo.

3 Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo;

4 muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo.

5 Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.

6 Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él

7 y gritó con voz potente: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».

8 Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre».

9 Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos».

10 Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

11 Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte.

12 Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».

13 Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.

14 Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.

15 Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.

16 Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos.

17 Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.

18 Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él.

19 Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».

20 El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

21 Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.

22 Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies,

23 rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».

24 Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

25 Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.

26 Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.

27 Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto,

28 pensando: «Con solo tocarle el manto curaré».

29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.

30 Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?».

31 Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».

32 Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto.

33 La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.

34 Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».

36 Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe».

37 No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

38 Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos

39 y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».

40 Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña,

41 la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

42 La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.

43 Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

6

1 Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.

2 Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos?

3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.

4 Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

5 No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos.

6 Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

7 Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.

8 Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja;

9 que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

10 Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.

11 Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».

12 Ellos salieron a predicar la conversión,

13 echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

14 Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».

15 Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos».

16 Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».

17 Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo,

18 y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.

19 Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía,

20 porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

21 La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.

22 La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré».

23 Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».

24 Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista».

25 Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

26 El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla.

27 Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel,

28 trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

30 Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

31 Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.

32 Se fueron en barca a solas a un lugar desierto.

33 Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron.

34 Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

35 Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y ya es muy tarde.

36 Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer».

37 Él les replicó: «Dadles vosotros de comer». Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?».

38 Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver». Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces».

39 Él les mandó que la gente se recostara sobre la hierba verde en grupos.

40 Ellos se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta.

41 Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.

42 Comieron todos y se saciaron,

43 y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces.

44 Los que comieron eran cinco mil hombres.

45 Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente.

46 Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar.

47 Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra.

48 Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo.

49 Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito,

50 porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».

51 Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor,

52 pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada.

53 Terminada la travesía, llegaron a Genesaret y atracaron.

54 Apenas desembarcados, lo reconocieron

55 y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas.

56 En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que la tocaban se curaban.

7

1 Se reunieron junto a él los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén;

2 y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.

3 (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores,

4 y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).

5 Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?».

6 Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

7 El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

8 Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

9 Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.

10 Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte”.

11 Pero vosotros decís: “Si uno le dice al padre o a la madre: los bienes con que podría ayudarte son corbán, es decir, ofrenda sagrada”,

12 ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre;

13 invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y hacéis otras muchas cosas semejantes».

14 Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos:

15 nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».

16 [«El que tenga oídos para oír que oiga»]

17 Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.

18 Él les dijo: «¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre,

19 porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos).

20 Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.

21 Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios,

22 adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.

23 Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».  24 Desde allí fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.

25 Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.

26 La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.

27 Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

28 Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».

29 Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».

30 Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

31 Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis.

32 Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.

33 Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

34 Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»).

35 Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.

36 Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.

37 Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».

8

1 Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

2 «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer,

3 y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos».

4 Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?».

5 Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron: «Siete».

6 Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.

7 Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también.

8 La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas;

9 eran unos cuatro mil y los despidió;

10 y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

11 Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.

12 Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación».

13 Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

14 A los discípulos se les olvidó tomar pan y no tenían más que un pan en la barca.

15 Y él les ordenaba diciendo: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».

16 Y discutíre el hecho de que no tenían panes.

17 Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado?

18 ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís? ¿No recordáis

19 cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?». Ellos contestaron: «Doce».

20 «¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?». Le respondieron: «Siete».

21 Él les dijo: «¿Y no acabáis de comprender?».

22 Llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.

23 Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?».

24 Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».

25 Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.

26 Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

27 Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

28 Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas».

29 Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías».

30 Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

31 Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

32 Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.

33 Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

34 Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.

35 Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

36 Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?

37 ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?

38 Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».