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Autoridad, naturaleza e interpretación de las Sagradas Escrituras

por John Baptist Ku, O.P.

https://cpb-us-e1.wpmucdn.com/sites.providence.edu/dist/4/182/files/2020/05/SPANISH-ThomisticEvolution13.pdf

En la siguiente serie de seis ensayos sobre la teología revelada, vamos a examinar la compatibilidad de la teoría de la evolución con los relatos bíblicos de la creación. En este artículo, vamos a establecer la autoridad de la Biblia, su naturaleza mediada, y su intérprete auténtico.

La Biblia es llamada “palabra de Dios” dado que Dios es su autor principal. Los autores humanos de la Sagrada Escritura, como Isaías o Mateo, también son autores verdaderos del texto, pero son autores secundarios, no primarios. ¿Cómo es esto? Son verdaderos autores dado que ellos escribieron lo que ellos entendían, y lo escribieron utilizando sus propias capacidades intelectuales y físicas. Son autores secundarios, y Dios es el autor primario, pues Dios utilizó a estos autores humanos como Sus instrumentos para producir este texto escrito –así como uno utiliza una pluma como un instrumento para escribir una nota.

Ahora, en el caso de la Escritura, los autores humanos fueron capaces de registrar un texto en un lenguaje humano que ellos conocían, pero sólo Dios es capaz de hacer de éste, un texto con autoridad e inspiración, que lleva a los pecadores al arrepentimiento y a la vida eterna. El poder de Dios es tan grande, que Él es capaz de utilizar seres humanos pecadores –a pesar de sus prejuicios culturales, sus miedos personales, y otras limitaciones- como instrumentos para escribir Su palabra salvadora (ver ensayo núm. 5 sobre la causalidad).

Por lo tanto, la sagrada Escritura es mediada: la Biblia tiene verdaderos autores secundarios. No es un simple dictado de Dios, como si el autor humano hubiera caído en un trance y escrito lo que él mismo no hubiera entendido o algo con lo que no hubiera estado de acuerdo. Aun así, la Sagrada Escritura es inspirada, porque Dios es el autor principal. Es insuficiente decir que los autores humanos estaban inspirados por una experiencia religiosa y que luego la escribieron. Seguramente lo estaban, pero lo que hace a la Biblia única entre todas las obras escritas jamás producidas o por producirse, es que Dios es el autor principal de este libro y sólo de este libro.

Esta mediación de las Escrituras a través de la comunidad de creyentes es ineludible y no debe ser vista como remplazo de la acción de Dios como autor principal. Por ejemplo, Jesús hablaba en arameo, pero el Nuevo Testamento se escribió en griego –lo que ya

nos alejaría un paso de Cristo, si no fuera el Espíritu Santo mismo el que actuó a través de esta mediación. Del mismo modo, la decisión sobre qué libros pertenecen a la Biblia, sobre cuáles manuscritos son legítimos, y sobre cuándo ya no se podían agregar más libros, fue decisión de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo. Por otra parte, las traducciones válidas de la Biblia –sobre las cuales se basan la mayoría de los cristianos dado que no saben leer griego antiguo y hebreo- tienen que ser aprobadas por una autoridad eclesiástica legítima.

Una pregunta inevitable acerca de la correcta comprensión de la Biblia sería: ¿Quién tiene la autoridad para interpretar la Escritura? Una dificultad importante que acompaña la revelación escrita es la posibilidad de diversas interpretaciones del texto. Cuando hay desacuerdos acerca de lo que Dios está diciendo en la Biblia -y esto puede ser de un riesgo insuperable- ¿quién tiene la autoridad para determinar el punto de vista correcto? Si no existiera una autoridad en la Tierra que pudiera juzgar, entonces, las disputas se mantendrían en desacuerdo. La historia ha demostrado repetidamente que cuando no se reconoce tal autoridad, la comunidad cristiana, se puede fracturar en iglesias separadas.

La Iglesia Católica admite que Cristo instituyó a los apóstoles y a sus sucesores como dicha autoridad, para enseñar y predicar en su nombre (ver Dei Verbum, Capítulo 2, Núm. 10). Podemos escuchar esto de Jesús en el Evangelio de Mateo: “Jesús se acercó y les habló: ‘Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado.’” (Mt 28:18-20, ver también Jn 20:21-23).

Algunos cristianos se sienten incómodos con la idea de la mediación de la Iglesia en esto, porque parece cortar el contacto directo del creyente con Dios –y ¿Quién podría servir como un sustituto adecuado de Dios? Estos cristianos sostienen que cuando leen la Biblia fielmente, el Espíritu Santo les revela lo que significan las Escrituras, y por lo tanto, no hay necesidad de ninguna autoridad distinta del Espíritu Santo.

Ahora bien, es cierto que nadie necesita nada además de Dios, el Espíritu Santo, pero el mismo Espíritu Santo ha querido dar a la comunidad de creyentes un carisma que Él no da a un individuo singular, y Él ha querido obrar mediante los ministros de la Iglesia como Sus propios instrumentos. Dado que la Biblia misma es un mensaje mediado, pero inspirado, de Dios, no es irracional pensar que su interpretación también será mediada, pero de algún modo, inspirada.

Aquí es importante señalar que no es la Iglesia, en lugar de Dios, quien interpreta la Escritura. Es Dios quien guía, habla, e interpreta mediante la Iglesia. Abundan analogías sobre esto. Por ejemplo, ¿No podríamos ir directo a Dios en lugar de la Biblia, que fue producida por humanos (al menos como instrumentos)? Claro que sí, pero tenemos que ir a la Biblia porque Dios quiso revelarse a sí mismo a través de esta palabra humana escrita. ¿No podría Dios crear y criar vida humana nueva sin padres humanos? Claro que sí, pero Dios ha querido utilizar padres humanos como instrumentos para realizar esta tarea. ¿No podría Dios hablar directamente a todos, en todos los tiempos, sin

la necesidad de apóstoles, profetas, maestros, patriarcas, u obradores de milagros? Claro que sí, pero Dios ha querido utilizar instrumentos humanos a través de la historia de la salvación, como Moisés, quien habló al faraón en el nombre de Dios y condujo al pueblo elegido fuera de Egipto por el poder de Dios. Dios ha querido que una Iglesia única, santa, católica, y apostólica interprete las sagradas Escrituras en Su nombre, de acuerdo a lo que ha sido creído y transmitido desde el principio.

Pero ¿de dónde proviene esta sagrada tradición? El Nuevo Testamento sale de y está precedido por la comunidad de creyentes, que tenía una tradición viva a la que Hechos 9:2 se refiere como el “Camino.” Los nuevos cristianos “se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2:42). Recordemos que la Iglesia floreció con una tradición viva después de la Resurrección del Señor por, más o menos, veinte años antes de que se escribiera el primer texto del Nuevo Testamento y por, más o menos, setenta años antes de que el último libro de la Biblia fuera completado. Además, por cuarenta días después de Su resurrección, es decir, hasta que Él ascendió al cielo, Jesús enseñó a los apóstoles, “hablando del reino de Dios” (Hch 1:3). Por lo tanto, esta tradición viene del Señor Jesús y está desarrollada y fortalecida por el Espíritu Santo. San Pablo instruye a los tesalonicenses para “conservar fielmente las tradiciones” que él les ha enseñado (2 Tes 2:15) y elogia a los corintios por hacer esto mismo (1 Cor 11:2).

La confianza de los católicos en el rol mediador de la Iglesia se basa en el hecho de que el Espíritu Santo no sólo obró a través de la Iglesia cuando la Biblia estaba siendo escrita y compilada, sino en que Él obra en la Iglesia, no menos, ¡ahora mismo! TJE