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La Cataluña que pelea contra Europa*

Francisco Canals Vidal, Cristiandad. Barcelona, núms. 793-794, de julio-agosto de 1997

*Publicado también tras el fallecimiento de Canals en el número dedicado a su memoria: Cristiandad. Barcelona, núm. 932, marzo de 2009

El nacionalismo es al amor patrio lo que es un egocentrismo desordenado en lo afectivo, y pretendidamente autojustificado por una falsa filosofía, a aquel recto amor de sí mismo que se presupone incluso en el deseo de felicidad y en la esperanza teologal por la que nos orientamos a la bienaventuranza sobrenatural. Pero el amor propio desordenado puede llevar, como afirmó san Agustín, a la rebeldía y al odio contra Dios.

El nacionalismo, amor desordenado y soberbio de la «nación», que se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de su vida y de su historia, tiende a suplantar la tradición religiosa auténtica, y sustituirla por una mentalidad que conduce por su propio dinamismo a una «idolatría» inmanentista, contradictoria intrínsecamente con la aceptación de la trascendencia divina y del sentido y orientación sobrenatural de la vida cristiana.

La filosofía nacionalista se nutre de fuentes surgidas en el idealismo alemán, y ejerce su influencia máximamente por medio de las deletéreas confusiones en que se mueve el romanticismo en todas sus dimensiones, a modo de sublimación del resentimiento, .

Desde este idealismo y sentimentalismo romántico, la historia real de los pueblos es encubierta y suplantada por perspectivas que imponen la nebulosa abstracción de un falso «deber ser», a la realidad de los hechos y a los principios del derecho natural cristiano.

Para Rovira i Virgili, y para Ferran Soldevila, la «Cataluña nacional» que se habían forjado desde sus presupuestos filosóficos, «debía ser» revolucionaria y, desde luego, antiespañola.

No podían reconocer la auténtica «nacionalidad catalana» en guerras contrarrevolucionarias, realizadas en unión con todos los pueblos españoles, y abiertamente ejercidas al servicio del orden cristiano tradicional.

Pero la mayor tragedia de la Cataluña deformada en su conciencia histórica por el catalanismo, no se ha dado por influencia de quienes han propugnado un catalanismo abiertamente extrinsecista y revolucionario, sino que se ha ejercido trágicamente, a partir del sedicente «regionalismo», «modernista» o «noucentista», en los propios ambientes herederos, familiares y culturales, de la Cataluña tradicional.

Los catalanistas «federalistas» y filosóficamente descristianizadores se orientaban políticamente a reclutar para el catalanismo al izquierdismo catalán de antecedentes federalistas o republicanos. Los sedicentes «regionalistas» –con táctica exotérica– pero teóricos también del nacionalismo catalán, buscaron, incluso con pretextos de un falso y aparente «tradicionalismo» en algunos casos, reclutar para el catalanismo político a los descendientes de las familias carlistas.

Entre estos catalanistas, vistos generalmente como «conservadores», profunda y explícitamente liberales, se ha producido la mixtificación de más deletéreos resultados para la desintegración de la auténtica tradición catalana.

Fue esta cultura catalanista «conservadora» la que, a través de aquellas nebulosas y confusiones del «resentimiento» romántico, entregaba a los herederos de la tradición a la política de los enemigos liberales de la misma, y la que trataba de buscar pretextos en el pasado de Cataluña, para ofrecerlos a aquellos sectores «conservadores» y aun sedicentes «derechistas».

De ahí que en nuestro siglo [XX] –dejando de lado la inicial mitificación decimonónica de los hombres del alzamiento catalán antiborbónico, consumado en la gloriosa tragedia del 11 de septiembre de 1714–, se haya tendido a desprestigiar la Cataluña del siglo XVIII, y los ideales y sentimientos «medievales», por los que lucharon los catalanes en aquella guerra heroica.

Ya el propio Prat de la Riba, a pesar de pretender relacionar el despertar moderno de Cataluña con el movimiento de los catalanes en las Cortes de 1701, había proclamado la conveniencia de no imitar a «los que presidieron la decadencia de Cataluña». Esta sutil y ocultamente despectiva valoración de los héroes de 1705-1714, inició una serie de revisiones de la historia catalana por las que se ha tratado de forjar una nueva conciencia «nacional» para Cataluña.

Los esfuerzos de quienes han buscado el origen de la cultura moderna del catalanismo en las tareas culturales realizadas en la Universidad de Cervera, hogar del reformismo borbónico preilustrado, o en la llamada generación ilustrada formada por eclesiásticos regalistas y jansenistizantes, se revelan inconsistentes ante un análisis atento de la vida cultural de Cataluña en el siglo XVIII.

Tales esfuerzos sirven al intento de que Cataluña olvide, como siglos de muerte cultural, a todos los que durante la Edad Moderna estuvieron llenos de gloriosas figuras en las que se mantenía perseverante el pensamiento escolástico y la concepción del mundo que había inspirado la formación del pueblo catalán en la Edad Media.