Catolicidad, Reino de Dios y proselitismo
Canals decía que, siendo Jefe de Estudios del Instituto Balmes de Barcelona, declaraba exentos de la asignatura de Religión a los alumnos que manifestaban que no eran católicos. Fue catedrático de ese centro en 1958. El Estado era entonces confesionalmente católico y aparte de eso era una dictadura.
La tolerancia es una virtud y como tal es propia de un Estado católico consecuente.
La garantía de la libertad de coacción y de toda imposición es el estado ccatólico auténtico y consecuente, no simplemente nominal, sino que esté consagrado a Dios y obre en consecuencia: teniendo una ley de libertad religiosa conforme a la Declaración Dignitatis humanae de Libertad religiosa aprobada por el Concilio Vaticano II en 1966, una ley que garantice que el acto de fe sea libre de coacción.
La libertad de coacción es un bien y por lo tanto es obra de la gracia, no de un estado agnóstico. Éste es coaccionador y persecutorio.
En un Estado confesionalmente aconfesional, la sana laicidad que se nos predica es una utopía, y lo que hay es laicismo cada vez más puro y duro.
Reivindicar la sana laicidad es pedir
que las propuestas y aportaciones de los católicos sean tenidas
en cuenta. Frente al laicismo, que excluye toda presencia de lo
católico en la vida pública. Ya sería mucho. Porque algo es
mucho más que nada. Pero, cuando se permite que se presenten las
propuestas católicas y luego se imponen aberraciones inhumanas,
como las que legalizan la muerte de niños en el vientre materno
-y las siguientes y precedentes-, ¿acaso alguien puede pretender
que nos sea lícito a los católicos acatar normas anticristianas
y antihumanas? La respuesta establecida por Dios es el non
possumus. Ni se obedecen, ni se cumplen.
Como decía Canals,
no se puede aceptar deportivamente el resultado.
Respecto al famoso problema que se han creado
últimamente de demostrar que repudian el "proselitismo",
por la queja de los ortodoxos de Moscú,
recordemos, que lo que predicaba Jesús, el Verbo hecho
carne, y mandó predicar a sus discípulos, es el Reino
de Dios, que es un bien, el máximo bien, para
todos y cada uno de nosotros.
Su ansia de hacernos llegar ese bien, por el infinito amor misericordioso que nos tiene, Le llevó a Jesús a entregarse hasta a la muerte en medio de los más atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales.
Jesús, el Verbo hecho carne, no necesita tener seguidores y partidarios para engrandecerse, ni para tener poder. Jesús es Dios Todopoderoso y ya lo tiene todo, la felicidad infinita en su vida de amor con las otras divinas personas de la Trinidad Santísima.
También sus discípulos, sobre todo los sacerdotes y religiosos, tienen como misión y objetivo hacer llegar a todos ese bien divino, el Reino de Dios, del que Jesucristo, el Verbo hecho carne, es el Rey. (Objetivo a veces muy ofuscado por predicarse a ellos mismos y predicar lo que quieren, como manda Satanás).
El Reino de Dios, que no en vano se nos manda pedir en
el padrenuestro, que está ya iniciado en la Santa Iglesia
Católica y que ha llegado y llega a su plenitud en muchas almas
santas individualmente,
llegará universalmente a su plenitud personal y
social por la acción del propio Señor Jesús,
el Verbo hecho carne, el cual, con su anunciada Parusía, su
segunda venida visible, su prometida manifestación como
cuerpo glorioso, al evidenciar su existencia, eliminará
la base de ateísmo práctico del cada vez más
imperante poder anticristiano que impone vivir como si
Dios no existiera; para que a continuación se realice,
sin el obstáculo de aquel tiránico poder así eliminado, y
mediante la extraordinaria efusión de
gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, por el infinito amor
misericordioso que nos tiene, traerá con su Parusía, el proceso de universal cristianización y
recristianización, que llevará consigo el auge de la devoción
a la Virgen María y de la devoción al Sagrado Corazón de
Jesús,
hasta la implantación universal de estas devociones en todas la
almas y en todas la naciones de forma consecuente y aplicada a
todos los aspectos de la vida personal y social, que es en lo que
consiste el prometido Reino de Dios en la tierra, en el que Jesucristo, tras su venida visible reinará de
forma no visible, pero sí en plenitud consumada, por su
Corazón, es decir, por el infinito poder misericordioso que nos
tiene. Vivir según Dios, todos los hombres
y todas las naciones. Lo que se puede expresar diciendo que tras
la segunda venida de Jesús, el Verbo hecho carne, vendrá el
reino de Cristo por la devoción a María y por la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús como aseguraron respectivamente san
Luis María Grignon de Monfort y el padre Ramón Orlandis, S.I.:
La salvación del mundo comenzó por medio de María y por medio de Ella debe consumarse. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo (...) Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido
(San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, cap. III titulado María en los últimos tiempos de la Iglesia).
"Como consecuencia del triunfo de esta devoción ha de venir la época profetizada de paz y prosperidad en la Iglesia, coincidente con el Reinado Social de Jesucristo"
(El padre Orlandis explicando la devoción al sagrado Corazón en la fiesta de Cristo Rey del 25 de octubre de 1942).
Y se cumplirá así la esperanza de la Iglesia que proclamó el Concilio Vaticano II:
"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro".
(Nostra aetate, 4).
Lo que es proclamar la esperanza cierta y segura de la futura catolicidad consecuente de todos los pueblos, con los judíos a la cabeza de los creyentes en Jesucristo; la futura unidad católica mundial, no por exclusión legal de la libertad religiosa, sino cimentada en la aceptación voluntaria del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en todos los corazones movidos por Su gracia divina, la extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, por el infinito amor misericordioso que nos tiene, iniciará con Su Parusía, Su segunda venida gloriosa y visible con la que, al evidenciar Su existencia, por el infinito amor misericordioso que nos tiene, , eliminará el poder anticristiano que, cada vez más, impone vivir como si Dios no existiera.
Bien entendido que es Dios el que concede a todos invocarle y servirle:
«Volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo».
(So 3,9).
Ciertamente no hay que añorar el confesionalismo inconsecuente del pasado. En cambio hay que esperar con ansia y con deseo el cumplimiento de esta esperanza de la Iglesia, totalmente segura, expresada por el Concilio Vaticano II (en Nostra aetate, 4) de la plenitud social del Reino de Cristo, en la que no sólo le invocarán a Dios todas las naciones, sino que obrarán en consecuencia obedeciéndole a Dios en el futuro, la catolicidad consecuente de todos los pueblos, la unidad católica de todas las naciones del mundo, la plenitud de aquella síntesis de la religión y de la vida, la Cristiandad futura.
"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá levantarse la civilización del Amor, el Reino del Corazón de Cristo"
(San Juan Pablo II, 5.10.1986. Carta al General de la Compañía de Jesús. Insegnamenti, vol. IX/2, 1986, p. 843)
"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo"
(Benedicto XVI, 15.05.2006, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús, repitiendo las palabras de san Juan Pablo II de 5.10.1986, Insegnamenti, vol. IX/2, 1986, p. 843).
"La civilización del amor debe ser el verdadero punto de llegada de la historia humana"
(San Juan Pablo II, 3.11.1991. Homilía en la Parroquia de San Romualdo de Roma. L'Osservatore Romano, 21.11.1991).
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Jesús, el Verbo hecho carne, padeció por cada uno de nosotros atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales, los padeció en su naturaleza humana, pero quien padece es la persona, y en este caso la persona es divina, es el Hijo, el Verbo de Dios. "Uno de la Trinidad padeció"; es doctrina de la Iglesia (DS 401, Dz 201). Abismo insondable. Inalcanzable para nosotros. Tanto mejor. Es lo satisfactorio. Nada más que Dios nos puede saciar, y quitarnos la insatisfacción. En cambio esto sí que es una buena medida colmada, apretada, remecida, rebosante (Lc 6,38). Infinitamente rebosante sobre nuestra capacidad de comprensión. Como lo es que Jesús, el Verbo hecho carne padezca hoy atrozmente porque no le damos un retorno de amor, aceptando el don de su reinado, que es nuestro bien y que tanto le costó hacérnoslo accesible. Y aún más inalcanzable para nosotros comprender que, siendo lo que somos, le podemos consolar a Jesús, el Verbo hecho carne, pero Él lo dice y hay que creerle; nos lo pide y suplica y le debemos consolación, expiación y reparación, consagrándonos a Él, aceptando agradecidos el reino de Dios, puesto que la reparación es la consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
DS 401 (Dz 201) http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/ffd.htm
Acerca de «Uno de la Trinidad ha padecido» y de la B. V. M., madre de Dios (1)
[De la Carta 3 Olim quiem, a los senadores de Constantinopla , marzo de 534]
(1) ACOec. IV, II 206; Msi VIII 803 E ss; Jf 885; Hrd II 1150 C ss; PL, 66, 20 C ss; BR(T) App. I 496 a ss. -- Algunos monjes escitas enunciaron en Constantinopla la proposición: «Uno de la Trinidad ha padecido». De ahí resultó que se los tuvo por sospechosos de herejía monofisita, y, para defender su propia ortodoxia acudieron a Roma, al pontífice Hormisdas, quien no pronunció juicio alguno sobre el asunto, pero manifestó en su Carta 70 a Posesor [PL 63, 490 ss] que llevaba muy a mal la petulancia de los escitas. Mas como otros monjes, es decir, los acemetas de Constantinopla, impugnaron la proposición en mal sentido, Juan II aprueba la carta del emperador Justiniano en que acusaba a éstos de herejía nestoriana [PL 66, 17 ss] y en otra dirigida a los senadores de Constantinopla decretó sobre el asunto.
401 Dz 201 A la verdad, el emperador Justiniano, hijo nuestro, como por el tenor de su carta sabéis, dio a entender que habían surgido discusiones sobre estas tres cuestiones: si Cristo, Dios nuestro, se puede llamar uno de la Trinidad, una persona santa de las tres personas de la Santa Trinidad; si Cristo Dios, impasible por su divinidad, sufrió en la carne; si María siempre Virgen, madre del Señor Dios nuestro Cristo, debe ser llamada propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, encarnado en ella. En estos puntos hemos aprobado la fe católica del emperador, y hemos evidentemente mostrado que así es, con ejemplos de los Profetas, de los Apóstoles o de los Padres. Que Cristo, efectivamente, sea uno de la Santa Trinidad, es decir, una persona santa o subsistencia, que llaman los griegos upostasiV, de las tres personas de la santa Trinidad, evidentemente lo mostramos por estos ejemplos [se alegan testimonios varios, como Gn 3,22 1Co 8,6; Símbolo de Nicea, la Carta de Proclo a los occidentales, etc.]; y que Dios padeció en la carne, no menos lo confirmamos por estos ejemplos (t 28,66 Jn 14,6 Ml 3,8 Ac 3,15 Ac 20,28 1Co 2,8; anatematismo 12 de Cirilo; San León a Flaviano, etc.].
Dz 202 En cuanto a la gloriosa santa siempre Virgen María, rectamente enseñamos ser confesada por los católicos como propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, de ella encarnado. Porque propia y verdaderamente El mismo, encarnado en los últimos tiempos, se dignó nacer de la santa y gloriosa Virgen María. Así, pues, puesto que propia y verdaderamente de ella se encarnó y nació el Hijo de Dios, por eso propia y verdaderamente confesamos ser madre de Dios de ella encarnado y nacido; y propiamente primero, no sea que se crea que el Señor Jesús recibió por honor o gracia el nombre de Dios, como lo sintió el necio Nestorio; y verdaderamente después, no se crea que tomó la carne de la Virgen sólo en apariencia o de cualquier modo no verdadero, como lo afirmó el impío Eutiques.
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Sufrimientos espirituales de Jesús, el Verbo hecho carne
El peor sufrimiento de Jesús en su Pasión fue el abandono, la desolación, la noche oscura del alma. Él en la cruz dio a conocer su abandono para que lo supiésemos.
Ya durante la oración en el huerto de Getsemaní, Jesús sufrió un miedo indecible ante lo que se le avecinaba. Este miedo, que Él quiso que supiésemos que padeció, signfica que ya no disponía del don de fortaleza; lo que parece indicar que le habían sido eclipsados o retirados los dones del Espíritu Santo.
En el huerto llegó a pedirle al Padre que, si podía ser, pasase de Él aquel cáliz. Se lo pidió con la oración perfecta, que es añadir: "hágase Tú voluntad y no la mía". No podía ser, porque Jesús ya había instituido la Eucaristía. Había dado a comer el pan consagrado diciendo no sólo "esto es mi cuerpo", sino "esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Y diciendo no sólo "este es el cáliz de mi sangre", sino "que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". Y ahora tenía que entregar su cuerpo y derramar su sangre.
Jesús hizo y sufrió todo esto tan atroz, incluyendo el abandono, la desolación, la noche oscura del alma, por amor al Padre con obediencia total hasta la muerte y por amor misericordioso a cada uno de nosotros, para que pudiésemos tener su reino salvador en nuestra alma, para que le pudiésemos tener como rey salvador de cada uno personalmente y de todos colectivamente. Para que pudiésemos hacer la voluntad de Dios, también en la tierra.
Esta fue Su fuerza, el amor más fuerte que la muerte.
Publicado con mi nombre en InfoCatólica 1/04/2018 12:24 PM http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31933
Todo esto lo hará Jesús,
el Verbo hecho carne, por el infinito amor misericordioso
que nos tiene:
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