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Consagrarse al Corazón de Jesús es ofrecerse como ciudadano de su reino y pedírselo. Suplicarle a Jesús, el Verbo hecho carne, tenerle como rey personalmente, lo cual es nuestro mayor bien. Suplicarle que establezca plenamente en la propia persona el Reino de Dios, que consiste en vivir y obrar según Dios, en vez de vivir y obrar según uno mismo, que es lo que quiere Satanás. Suplicarle a Jesús, el Verbo hecho carne, la liberación propia del imperio de Satanás, ya que Él se hizo hombre para conseguirnos, mediante su inmolación, la plenitud del Reino de Dios. A la espera del Reinado en plenitud universal de ejercicio del Sagrado Corazón de Jesús, tal como Él mismo, con su segunda venida en gloria y majestad, lo establecerá, por el infinito amor misericordioso que nos tiene, en todas las almas, en todas las naciones y en toda la sociedad humana. Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús es tener ya, por la eficacia intrínseca de la gracia misericordiosa, el deseo, la intención, la decisión, la esperanza y el comienzo en uno mismo de aquella síntesis de la religión y de la vida de la Cristiandad futura. La esperanza de que reine ya plenamente en la propia persona, en todas las almas, en todas las naciones en toda la sociedad: el Reino de Dios universal efectivo y pleno. (LEER MÁS)